el peruano que entabló una estrecha relación
con San Martín y lo asistió en el exilio
Roberto Colimodio
y Juan Marcelo Calabria *
Infobae, 31 Ago,
2024
Ramón Castilla y
Marquesado, nació en Tarapacá el 31 de agosto de 1797. Comenzó su carrera
militar en las filas del ejército español, en la lucha contra las fuerzas
independentistas mandadas por José Francisco de San Martín. En 1817 en la
Batalla de Chacabuco fue hecho prisionero, y trasladado a Las Bruscas (Dolores,
provincia de Buenos Aires) pero consiguió escapar y regresó al Perú. En 1822
decidió abandonar el ejército español y ofrecer sus servicios al general San
Martín, pasando a las filas patriotas peruanas.
En 1824 participó
en la batalla de Ayacucho en el ejército del Libertador Simón Bolívar, combate
por el que Perú consiguió la independencia definitiva. Al año siguiente Ramón
Castilla fue nombrado Gobernador de la Provincia de Tarapacá, cargo desde el
que impulsó un gobierno conservador y de respeto a las costumbres y tradiciones
peruanas, opuesto a los criterios más progresistas del Gobierno de Bolívar y en
consonancia con los reclamos de la élite criolla del lugar.
Posteriormente
durante la segunda presidencia del General Agustín Gamarra (1839-1841) otrora
también subordinado de San Martín, se desempeñó como Ministro de Hacienda y
Tesoro, ministerio desde el que Ramón Castilla organizó las primeras
exportaciones de guano, producto altamente cotizado como fertilizante en los
mercados internacionales ubicando al Perú como principal exportador de ese
codiciado insumo. Las exportaciones se incrementaron notablemente a partir de
1845, una de las variables que influyó para que fuera elegido como presidente
de la República.
El primer mandato
de su presidencia que se extendió hasta 1851 fue de gran prosperidad y las
exportaciones de guano se multiplicaron, gracias a sus convenios con el Reino
Unido y Francia. El impulso económico y la necesidad de facilitar el transporte
del producto, desde los propios centros de producción, llevaron a Castilla a
desarrollar destacadas obras públicas, entre las que sobresale la extensión de
la red ferroviaria (primera línea de ferrocarril entre Lima y Callao en 1851) y
conectar las zonas interiores del país, y en cuya construcción, se autorizó la
entrada de miles de inmigrantes asiáticos al país.
Ramón Castilla y
Marquesado nació el 31 de agosto de 1797
Ramón Castilla y
Marquesado nació el 31 de agosto de 1797
Al mismo tiempo
introdujo importantes reformas económicas y financieras. Bajo su presidencia el
país experimentó también avances en el campo de la educación, la defensa
nacional y la justicia. El Perú durante esos tiempos logró los primeros años de
estabilidad institucional, la vigencia de la libertad de prensa, como no había
ocurrido desde la época del Protectorado, y es considerado uno de los períodos
constitucionales fundantes de la República, en concordancia de los años de
Gobierno de San Martín entre 1820 y 1822.
Castilla y San
Martín
Los argentinos
tenemos el deber de conocer y honrar al Mariscal del Perú, personaje americano
de realce continental y vinculado al General San Martín por actos de amistad y
noble generosidad, producidos en la época de su ostracismo. En su oportunidad,
Castilla contribuyó a hacer menos duros los días del exilio de San Martín y
anticipó sus propios juicios al juicio de la historia, proclamando, con palabra
autorizada, las virtudes del héroe.
Promediando el
siglo de la Independencia americana, Castilla ascendía a las más altas
posiciones públicas en medio de entusiasmos exagerados. San Martín, pobre y
enfermo, terminaba sus días envuelto en un dramático silencio nacional, turbado
periódicamente por amables visitantes recogedores de impresiones para la prensa
o el libro. Tomaban nota de sus achaques, de su estoicismo, de su persona, de
sus discretas declaraciones, preparando así documentos de interés histórico.
Castilla lo invitó a vivir en el Perú para “Pasar de un modo tranquilo y en
medio de verdaderos amigos el último tercio de su vida” y ordenó que los sueldos
atrasados de Generalísimo peruano, se reconocieran de inmediato como deuda
nacional y fueran liquidados por el Estado.
San Martín, que
observaba con serenidad filosófica estas andanzas alrededor de su existencia,
le contestaba así al Mariscal: “Un millón de gracias por sus francos
ofrecimientos. Yo los creo tanto más sinceros cuanto son hechos a un hombre
que, por su edad y achaques, es de una entera nulidad”. También Mariano
Balcarce, el fiel yerno del General, pudo exclamar al comunicar el fallecimiento
de su suegro las siguientes palabras que por sí solas dan razón para que en
nuestro país se rinda homenaje a la memoria de Ramón Castilla: “Agradecemos a
V. E., mi Señora y yo, la parte tan directa que ha tenido el Señor Mariscal, en
que los últimos días de nuestro venerado Padre hayan sido rodeados de todas
aquellas cualidades de que hasta entonces había carecido”.
Con motivo de la
intervención de Castilla para resolver favorablemente la situación económica
del Libertador del Perú, los dos grandes hombres cambiaron correspondencia de
evidente repercusión histórica. Una de ellas, la más importante, es de San
Martín a Castilla, de fecha 11 de septiembre de 1848. La confianza y respeto
que le despertaba este compañero de armas peruano, lo llevó a relatar lo
siguiente: “Como usted, yo serví en el ejército español, en la Península, desde
la edad de trece a treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel de
caballería. Una reunión de americanos, en Cádiz, sabedores de los primeros
movimientos acaecidos en Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada
uno al país de nuestro nacimiento, a fin de prestarle nuestros servicios en la
lucha, pues calculábamos se había de empeñar. Yo llegué a Buenos Aires, a
principios de 1812: fui recibido por la Junta gubernativa de aquella época, por
uno de los vocales con favor y por los dos restantes con una desconfianza muy
marcada. Por otra parte, con muy pocas relaciones de familia, en mi propio
país, y sin otro apoyo que mis buenos deseos de serle útil, sufrí este
contraste con constancia, hasta que las circunstancias me pusieron en situación
de disipar toda prevención.”
En estos primeros
párrafos San Martín explica la trascendental decisión de retornar a América, y
cuenta brevemente la sospecha que despertó su llegada, sospecha que por otra
parte la acompañaría toda su carrera pública, llegando asegurar en algún
momento que: “El nombre del General San Martín ha sido más considerado por los
enemigos de la Independencia, que por mucho de los americanos a quienes ha
arrancado las viles cadenas que arrastraban”.
Ramón Castilla fue
electo por primera vez presidente del Perú en 1845
(Pintura de
Raymond Monvoisin)
Ramón Castilla fue
electo por primera vez presidente del Perú en 1845 (Pintura de Raymond
Monvoisin)
En otro
interesante párrafo continúa diciendo: “En el período de diez años de mi
carrera pública, en diferentes mandos y estados, la política que me propuse
seguir fue invariable en dos solos puntos, y que la suerte y circunstancias
mías que el cálculo favorecieron mis miras, especialmente en la primera, a
saber, la de no mezclarme en los partidos que alternativamente dominaron en
aquella época, en Buenos Aires, a lo que contribuyó mi ausencia de aquella
capital, por el espacio de nueve años. El segundo punto fue el de mirar a todos
los estados americanos, en que las fuerzas de mi mando penetraron, como estados
hermanos interesados todos en un santo y mismo fin. Consecuente a este
justísimo principio, mi primer paso era hacer declarar la independencia y crearles
una fuerza militar propia que la asegurara. He aquí, mi querido general, un
corto análisis de mi vida pública seguía en América; yo hubiera tenido la más
completa satisfacción habiéndose puesto fin con la terminación de la guerra de
la independencia en el Perú, pero mi entrevista en Guayaquil con el general
Bolívar me convenció, (no obstante sus protestas) que el solo obstáculo de su
venida al Perú con el ejército de su mando, no era otro que la presencia del
General San Martín, a pesar de la sinceridad con que le ofrecí ponerme bajo sus
órdenes, con todas las fuerzas que yo disponía”.
Escuetamente como
era su costumbre San Martín explica los objetivos sobre los que asentó su
misión y justifica su retirada de la escena americana a partir de la entrevista
de Guayaquil. El líder de Los Andes recuerda en este párrafo el importante paso
al costado que tuvo que dar para que la independencia americana pudiera ser
finita. Y lo justifica exponiendo: “Si algún servicio tiene que agradecerme la
América, es el de mi retirada de Lima, paso que no sólo comprometía mi honor y
reputación, sino que me era tanto más sensible, cuanto que conocía que, con las
fuerzas reunidas de Colombia, la guerra de la independencia hubiera sido
terminada en todo el año 23. Pero este costoso sacrificio, y el no pequeño de
tener que guardar un silencio absoluto (tan necesario en aquellas
circunstancias) de los motivos que me obligaron a dar este paso, son esfuerzos
que usted podrá calcular y que no está al alcance de todos el poderlos apreciar.
Ahora sólo me resta, para terminar mi exposición, decir a usted las razones que
motivaron el ostracismo voluntario de mi patria”.
Finalmente, San
Martín explica al presidente del Perú las razones que lo motivaron a ese
ostracismo cuando dice: “De regreso de Lima, fui habitar una chacra que poseo a
las inmediaciones de Mendoza: y este absoluto retiro, ni el haber cortado con
estudios todas mis antiguas relaciones, y sobre todo la garantía que ofrecía mi
conducta desprendida de toda facción o partido, en el transcurso de mi carrera
pública, no pudieron ponerme a cubierto de las desconfianzas del gobierno, que
en esta época existía en Buenos Aires. Sus papeles ministeriales me hicieron
una guerra sostenida, exponiendo que un soldado afortunado se proponía someter
la República al Régimen militar y sustituir este sistema al orden legal y
libre. Por otra parte, la oposición al gobierno se servía de mi nombre, y sin
mi conocimiento, ni aprobación manifestaba en sus periódicos, que yo era el
solo hombre capaz de organizar el estado y reunir las provincias, que se
hallaban en disidencia con la capital. En estas circunstancias, me convencí,
que por desgracia mía, había figurado en la revolución más de lo que yo había
deseado, lo que me impediría poder seguir entre los partidos una línea de
conducta imparcial: en su consecuencia, y para disipar toda idea de ambición a
ningún género de mando, me embarqué para Europa, en donde permanecí hasta el
año 29, en que incitado tanto por el gobierno, como por varios amigos, que me
demostraban las garantías de orden y tranquilidad, que ofrecía el país regresé
a Buenos Aires. Por desgracia mía, a mi arribo a esta ciudad, me encontré con
la revolución del general Lavalle, y sin desembarcar regresé otra vez a Europa,
prefiriendo este nuevo destierro a verme obligado a tomar parte en sus
disidencias civiles”.
José de San Martín
lideró la entrada del ejército independentista a Lima. Pintura de Juan Lepiani
José de San Martín
lideró la entrada del ejército independentista a Lima. Pintura de Juan Lepiani
Además en esta
carta, el Liberador muestra, a pesar de su edad y su ceguera, un interés y
actualidad en las cuestiones americanas, interés que ha mantenido durante toda
su vida casi como un “vicio” del que jamás ha podido apartarse. Ese que
alimenta con la lectura de su correspondencia y los “papeles públicos” que le
llegan de América más las noticias que publican los diarios de Europa, y que le
permiten asegurar a su interlocutor: “Los cuatro años de orden y prosperidad,
que bajo el mando de usted han hecho conocer a los peruanos las ventajas, que
por tanto tiempo les eran desconocidas, no serán arrancados fácilmente por una
minoría ambiciosa y turbulenta. Por otra parte, yo estoy convencido, que las
máximas subversivas, que a imitación de la Francia quieren introducir en el
país, encontrarán en todo honrado peruano, así como en el jefe que los preside,
un escollo insuperable: de todos modos, es necesario que los buenos peruanos
interesados en sostener un gobierno justo, no olviden la máxima que más ruido
hacen diez hombres que gritan que cien mil que están callados. Por regla
general los revolucionarios de profesión son hombres de acción y bullangueros;
por el contrario los hombres de orden no se ponen en evidencia sino con
reserva: la revolución de Febrero, en Francia, ha demostrado esta verdad muy
claramente, pues una minoría imperceptible y despreciada por sus máximas
subversivas de todo orden, ha impuesto por su audacia a treinta y cuatro
millones de habitantes la situación crítica en que se halla este país”.
Concluía San
Martín esta extensa misiva -que hemos recortado- con estas afectuosas palabras:
“Al demostrar a usted mi agradecimiento por los sentimientos que me manifiesta
en su carta, reciba usted, mi apreciable general, mis votos sinceros por que el
acierto presida a todas su deliberaciones, permitiéndome, al mismo tiempo,
tenga la honra de titularse amigo de Usted su servidor q.b.s.m. José de San
Martín”.
En esta carta, que
bien puede considerarse como el “Testamento Político” del Libertador o como uno
de sus trazos autobiográficos, San Martín termina recomendando, como lo ha
hecho en años anteriores en otros escritos a los Presidentes de Chile,
Colombia, y las Provincias Unidas del Río de la Plata, el “acierto en sus
deliberaciones”, lo que equivale a decir la justicia, el equilibrio y el bien
general presente en las decisiones de esos altos mandatarios. Quienes durante
los años de exilio del Gran Capitán recibieron siempre su palabra sencilla y
clara, que sin pretender ser un consejo, jamás el Libertador se hubiera
atrevido a tanto, pero que sin duda se convirtieron en una luz y guía del
“primer americano”, palabras que lamentablemente muchas veces fueron ignoradas
por los destinatarios de su tiempo.
Los últimos años
del Mariscal Castilla
En 1851 traspasó
la presidencia al general José Rufino Echenique, a quien el propio Castilla
había elegido como sucesor, pero pronto se manifestaron las diferencias entre
ambos y acabaron enfrentándose militarmente (1854-1855). Nuevamente Ramón
Castilla, aliado con los liberales, en acuerdo con quienes lograron suprimir la
esclavitud y el tributo indígena, fue elegido nuevamente presidente en 1855,
primero con mandato provisorio y luego constitucional hasta el año de 1862,
período durante el cual promulgó una nueva Constitución la que estuvo vigente
hasta 1920.
Quien fuera tres
veces presidente de Perú murió -a los 69 años- el 30 de mayo de 1867 (Hermanos
Courret)
Quien fuera tres
veces presidente de Perú murió -a los 69 años- el 30 de mayo de 1867 (Hermanos
Courret)
En 1864 Ramón
Castilla fue elegido Senador por Tarapacá, su tierra natal, y presidente de la
Cámara alta; desde ese lugar condenó la política internacional del gobierno de
Juan Antonio Pezet y Rodríguez de la Piedra (otro de los subordinados de San
Martín) frente a la agresión de la escuadra española del Pacífico, por lo que
fue apresado y desterrado hasta las playas del Peñón de Gibraltar, en febrero
de 1865.
Tal medida no
favoreció al gobierno, por el contrario avivó los ánimos de los seguidores de
Castilla y de todas formas el presidente Pezet fue derrocado, entre otras cosas
por la chispa revolucionaria que dejó encendida el ex presidente Castilla antes
de partir al destierro. En su ausencia se produjo el Combate del Dos de Mayo,
última acción de la flota española de aguas peruanas, que fue celebrado como
una victoria por el Perú y sus aliados sudamericanos. De regreso al Perú, el 17
de mayo de 1866, Castilla fue objeto de homenajes en Lima, en uno de los
cuales, al momento de alzar la copa, dijo: “Brindo, señores, por los viejos que
conquistaron la independencia y por los jóvenes que el 2 de mayo supieron
consolidarla”. Tiempo después se opuso al presidente Mariano Ignacio Prado y
fue deportado a Chile; desde allí, ya septuagenario, se rebeló en defensa de la
Constitución moderada de 1860, la que intentaba ser reemplazada por la
Constitución liberal de 1867. Desembarcó en Pisagua (puerto de Tarapacá,
entonces territorio peruano) con una pequeña escolta, regresando de este modo
al Perú con el propósito de tomar por quinta vez las riendas del gobierno.
Murió durante el viaje hacia la ciudad de Arica, en el valle de Tiliviche, el
30 de mayo de 1867, y sus últimas palabras fueron: «Un mes más de vida Señor y
haré la felicidad de mi patria, sólo unos días más».
*Los
autores son académicos sanmartinianos y escribieron “San Martín más allá del
bronce” (2017)
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