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¿HUBO REVOLUCIÓN DE MAYO EN 1810?

 


Mario Meneghini

 

Según el diccionario, el término revolución expresa un cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional.

Explica el Dr. Ruiz Moreno lo ocurrido en el cabildo abierto. Ante la ausencia en España de la autoridad legítima, por hallarse detenido en Francia el Rey Fermando VII, el monarca impuesto por Napoleón era un mero usurpador. Se puso en práctica, entonces, la doctrina sobre el origen del poder vigente en la época: frente a la acefalía de la autoridad auténtica, la soberanía retrovertía en el pueblo, que había delegado por contrato tácito en el soberano.

 

En la Proclama a los habitantes de la capital del Río de la Plata, emanada de la Junta Provisional Gubernativa, se afirma:

Teneis ya establecida la Autoridad que remueve la incertidumbre de las opiniones, y calma todos los recelos. (…) Un deseo eficaz, un zelo activo, y una contracción viva y asidua a proveer por todos los medios posibles la conservación de nuestra Religión Santa, la observancia de las Leyes que nos rigen, la comun prosperidad, y el sosten de estas Posesiones en la más constante fidelidad y adhesión a nuestro muy amado Rey y Señor Don Fernando VII y sus legítimos sucesores en la corona de España.

 

Designado Presidente de la Junta, don Cornelio Saavedra, este, hincado de rodillas y poniendo la mano derecha sobre los Santos Evangelios, prestó juramento de desempeñar legalmente el cargo, conservar íntegra esta parte de América a nuestro soberano el Señor Don Fernando Séptimo y sus legítimos sucesores y guardar puntualmente las leyes del Reino.

 

El alzamiento antibonapartista en la España de 1808, produjo la reaparición del antiguo espíritu medieval feudalista y municipal que enfrentó al prometeico liberalismo que traían los ejércitos del Corso.

 

 

Perfecta comprensión del acontecimiento de la Patria Grande lo mostró don Juan Manuel de Rosas en meditado discurso ante el Cuerpo Diplomático el 25 de mayo de 1836. Allí lucen los párrafos que reproducimos: “Qué grande, señores, debe ser para todo argentino este día consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía… Y cuán glorioso es para los hijos de Buenos Aires haber sido los primeros en levantar la voz con un orden y dignidad sin ejemplo . autoridades legítimamente constituidas No para rebelarnos contra nuestro soberano, sino para conservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia . No para romper los vínculos que nos ligaban a los españoles sino para fortalecerlos más por el amor y la gratitud, poniéndonos en actitud de auxiliarlos. Acta debería grabarse en láminas de oro para. eterna honra del gran pueblo porteño. Pero ¡ah! ¡Quién lo hubiera creído! Un acto que ejercido entre otros pueblos con menos dignidad y nobleza mereció los mayores elogios , fue interpretado entre nosotros malignamente como una rebelión disfrazada por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente, etc…”

 

Refiriéndose a esta alocución escribió Don Julio Irazusta: “Ella concilia el hecho de la emancipación con el lealismo imperial y monárquico de nuestro primer gobierno autónomo y salva la dignidad nacional de la tacha de perfidia colectiva…”

 

El verdadero carácter de la Revolución de Mayo fue de honor en la fidelidad y jamás de perfidia culpable de la guerra con la Madre Patria. El enfrentamiento llegó luego del 24 de septiembre de 1810, cuando la masónica Asamblea de Cádiz desdeñó el federalismo natural de Reinos y Provincias, basado en la comunidad de sangre y Fe para instaurar un inmenso Estado centralizado según el modelo de la subversión francesa. Fue el momento en que José de San Martín se incorporó a la lucha de América.

 

Fidelidad ya exhibida con altivez en las reuniones de Montevideo y Buenos Aires de agosto de 1806 y febrero de 1807, cuando Liniers fuera proclamado Jefe Militar y luego Virrey. Se daba por entonces el primer fracaso de Gran Bretaña en su intento de destruir el Imperio Hispano Católico transformando sus restos atomizados en dependencias financieras londinenses. Honor a la Patria que mostró la “Muy Fiel y Reconquistadora Ciudad de San Felipe y Santiago de Montevideo” en el Cabildo Abierto del 21 de septiembre de 1808 donde expresó su voluntad de formar “una Junta como las de España”.

 

Para entender el alcance que le daban a los sucesos de mayo, los habitantes de Buenos Aires, bastaría con leer la Canción Patriótica publicada en La Gaceta el 28 de octubre de 1810:

 

No es la libertad

Que en Francia tuvieron

Crueles regicidas

Vasallos perversos

Allí la anarquía

Extendió su imperio

Lo que en nosotros

Derecho natural

El mismo derecho

¿Qué tiene España?

De elegir gobierno

Si aquella se pierde

Para algún evento

No hemos de seguir

La suerte de aquellos.

 

Fuentes:

Mayo de 1810: actas del Cabildo de Buenos Aires/recopiladas por Isidoro Ruiz Moreno. Buenos Aires, 2009.

Luis Alfredo Andregnette Capurro. El verdadero Mayo; Cabildo digital, 1 de junio de 2007

Enrique Díaz Araujo. “Mayo Revisado”, T. I, Santiago Apóstol, 2005.

 

 

SAN MARTÍN, UN SOLDADO ANDALUZ

 


Por Gustavo Druetta

Para Foro Patriótico, 18-9-21

 

Al contemplar los monumentos a San Martín en la Plaza homónima de la CABA, o el que corona el “Cerro de la Gloria” en Mendoza, brilla el guerrero que cruzó los Andes, libertó a Chile y fundó la libertad del Perú. Esto último hace exactamente 200 años. Pocos se preguntan cómo fue que adquirió sus cualidades guerreras. Y más aún, cómo se despertó su pasión por una misión que lo transformó, en sólo seis años de su vida, en un prócer sudamericano merecedor de la gloria. Con una conducta ejemplar, no exenta de errores humanos, que en la Argentina se elogia, pero no se imita. La formación de su extraordinaria personalidad es menos conocida que su paso por la tercera edad, representada por la estatua del abuelo Don José en compañía de sus dos nietas, erigida en Palermo Chico frente a la réplica de su casa de Grand Bourg cercana a París, donde vivió en los años 30 y 40 del s. XIX. Su breve e intenso accionar en el territorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata entre 1812 y 1816, y en Chile y Perú de 1817 a 1822 (10 años y medio en total), y el posterior ostracismo en compañía de su hija Merceditas de 1824 a 1850 cuando fallece (25 años y medio), sólo agotan las etapas de la adultez y la vejez. Dando por sentado que era un personaje fuera de serie cuyo pasado español poco amerita conocerlo.

 

 Para comprender la primera mitad de su biografía, 26 años en España luego de sus primeros cinco años en el Yapeyú natal y en Buenos Aires, hay que trasladarse al último cuarto del siglo XVIII durante el reinado de Carlos IV y su reemplazo posterior por Fernando VII a inicios del siglo XIX.  Y comenzar por una estadía inicial de año y medio en Madrid, entre 1874 y 1875, luego de haber arribado al puerto de Cádiz con sus padres y cuatro hermanos. Con 5 añitos cumplidos a bordo de la nave “Santa Balbina” que portaba un millón de pesos oro para gastar en España. José Francisco y toda la familia, van a contemplar la frustración y amargura del progenitor, Capitán Juan de San Martín, campesino de Palencia enganchado en la milicia a los 18 años.

 

Esperanzado en el reconocimiento de sus servicios ultramarinos, había visto agotarse los 1.500 pesos oro ahorrados en 19 años a cargo de grandes estancias ex jesuíticas en los actuales Uruguay y Argentina, mientras peticionaba inútilmente, una y otra vez, su ascenso a Tte. Coronel. Y también un cómodo destino en España como jefe de una fortaleza, acorde con su edad avanzada, ya que superaba los 50 años. Incluso, ante una negativa, estaba dispuesto a regresar a América como alternativa favorable para su familia y el cuidado del patrimonio que había dejado en Buenos Aires. El rey y la nobleza cortesana no premiaron su lealtad. Su ingreso tardío al cuadro de oficiales desde su condición de soldado y suboficial, sin pasar por la formación de cadete, fijaba en el bajo grado de capitán el techo jerárquico para éste “hijosdalgo” sin ancestros nobiliarios. Sus justas aspiraciones denegadas de un plumazo, selló el anclaje familiar en Málaga.  Fue “agregado” a esa guarnición, con el sueldo reducido al no integrar el cuadro de mando. Aquel joven campesino de Cervatos de la Cueza que había enriquecido las arcas reales y episcopales, comandando indígenas en la producción agrícola y de ladrillos para Montevideo y Buenos Aires, y adiestrándolos para luchar contra bandoleros y bandeirantes esclavistas, empezaba a envejecer al borde de la pobreza.

 

 Vale caminar por el sinuoso barrio viejo de Málaga, donde Juan le alquilaba una casa a un coronel. En ese laberinto de calles y plazoletas jugaba el niño José Francisco con sus amigos y Rufino, un año mayor -también nacido en Yapeyú- mientras cursaban las “primeras letras” de la educación inicial. La primogénita María Elena, que era mujer, y sus otros dos hermanos mayores varones, Manuel Tadeo y Juan Fermín, habían nacido en Calera de las Vacas, en la Banda Oriental. Juan tuvo que malvender sus dos propiedades en Buenos Aires, mientras sus cuatro hijos varones ingresaban al ejército como cadetes, condición de partida que prefiguraba una profesión con mejor futuro que la del padre. 

 

Tenía 12 años y medio, o 13 según algunos autores, cuando en el verano andaluz José Francisco salió temprano de su casa, subió por un sendero empedrado una empinada ladera montañosa dejando atrás las ruinas de un anfiteatro romano, hasta superar la altura de los minaretes de una antigua alcazaba mora y llegar al poderoso fuerte de Gibralfaro. Desde sus almenas se domina el horizonte verde azul del Mediterráneo, más allá del cual se vislumbra el África. Cumplía la orden de presentarse a “sentar plaza” de cadete, como lo habían hecho un par de años antes sus dos hermanos mayores en otro regimiento. El 14 de julio de 1789 había sido admitido en el 2do. Batallón del Regimiento de Infantería de Murcia “El Leal”, instalado en Málaga. Sí, justo el día en que el pueblo francés tomaba la Bastilla y se desencadenaba la Revolución Francesa.  El uniforme que usaría hasta fines del siglo XVIII -como una premonición más- era blanquiceleste.

 

Embarcado en 1791 para combatir el alzamiento de jeques argelinos, estuvo de guarnición en Melilla y soportó 33 días de asedio en Orán. Allí, integrando la compañía de granaderos a pie, entre los 13 y 14 años de edad, San Martín se destacó en una peligrosa acción extramuros. Debían proteger a la descubierta y bajo fuego rebelde, a los zapadores que tapaban las excavaciones practicadas por el enemigo, cuyo fin era minar y hacer volar las murallas del fuerte asediado. Promisorio bautismo de fuego, precedente de otra guerra donde iba a probar su precoz aptitud para la conducción de hombres.

 

Amenazada desde 1793 la frontera norte de España por la propagación revolucionaria francesa, ese año va a desembarcar en la costa catalana el “adolescente” San Martín para marchar con su regimiento unos 400 km., cargando su fusil, mochila y equipo de acampar, hasta Zaragoza. Y de allí a las fortificaciones de Seo de Urgel, al pie de los Pirineos centrales. Un pintoresco poblado medieval del este de Cataluña, hoy lindante con Andorra.

 

Sacado de la lista de ascensos por el favoritismo de un mal jefe con cadetes españoles nativos y de alcurnia, pero defendido por otro oficial veterano que lo conocía y destacó su valentía en Orán, el “indiano” San Martín ascendió a Subteniente 2do. cumplidos ya sus 15 años. Como oficial ahora portaba sable y mandaba una fracción de fusileros -la mayoría de edades superiores- de una de las compañías del regimiento. Con ellos atacó con audacia varios pequeños fuertes franceses contribuyendo al inicial éxito ofensivo español, lo que le facilitaría dos ascensos sucesivos hasta Teniente 2do. en 1795, cumplidos los 17 años ya de regreso en España. El año anterior habían sido derrotados por la imparable contraofensiva de la Convención republicana, mediante la leva general de un millón de ciudadanos en armas. San Martín y sus camaradas terminarían cayendo prisioneros en la defensa del fuerte de Colliure. Antes de repatriarlos con la promesa de no volver a combatir a Francia, y ya decapitados el borbón Luis XVI y María Antonieta, los oficiales jacobinos incitaban a los soldados y jóvenes cuadros españoles a imitarlos, colgando a los generales y ministros de la nobleza, el rey incluido, y liberándose de la opresión borbónica absolutista. Fue el primer y crudo contacto con el “liberalismo” político revolucionario del joven San Martín.  Lo retomaría más tarde leyendo a Voltaire, Montesquieu, Rousseau y otros autores de la Ilustración, todos presentes en la “librería” personal de 700 y pico de volúmenes que trajo consigo a América.

 

Otro episodio que marcó fuertemente su experiencia militar y percepción política, fue el de 1798 en el mar Mediterráneo. Se había embarcado el año anterior a los 19 años y navegaría por 13 meses en la fragata “Santa Dorotea”, a cargo del marino irlandés Félix O´Neil. San Martín comandaba a un centenar de soldados del regimiento de Murcia, que actuaban como “infantería de marina” por una paga mayor a la del servicio de armas terrestre. Además de combatir a los piratas bereberes, formaba parte de la flota española en la guerra contra Inglaterra (1796-1802). En el desigual combate de Cartagena (a 150 Km. de ese puerto) contra el poderoso navío “Lion” de la escuadra de Su Majestad, la nave española fue capturada luego de sufrir grandes destrozos, 20 muertos y 32 heridos. Valor y sangre derramada elogiados por el capitán enemigo Marley Dixon, antes de remitirlos a la isla de Menorca en manos inglesas, y enseguida dejarlos repatriarse a España con la promesa de no combatir contra Gran Bretaña mientras no se canjeara prisioneros y hasta que se hiciera la paz.

 

El futuro Libertador pudo así calibrar la importancia de la guerra por mar, lo que utilizaría para su campaña al Perú en 1820. También apreció el trato cordial recibido por parte de la potencia marítima imperial, cuyo régimen monárquico parlamentario era un deseo siempre frustrado de los liberales españoles y americanos, promotores de la sanción de la Constitución de Cádiz de 1812. Posteriormente diezmados por la represión ingrata y feroz de Fernando VII contra los hombres del “Trienio Liberal” (1820-1822). Un destino de torturas, horca, o larga prisión, que podría haber corrido San Martín, iniciado en las logias liberales e independentistas de Andalucía entre 1809 y 1811. Pero en enero del mismo año de la sanción de la “Pepa”, San Martín navegaba hacia el Río de la Plata, cumpliendo sus 34 años a bordo de la fragata “George Canning”. En su petición de retiro, sin sueldo, pero con uso del grado, uniforme y fuero militar, había mentido diciendo que viajaba a Lima para atender negocios familiares (inexistentes). Como finalmente arribó al Perú, aunque fue para libertarlo, su engaño resultó saldado. Pero el “ahorro” de un sueldo de oficial entre las razones por las que le otorgó su baja la Junta de Gobierno de la Isla de León que mandaba en Cádiz, único territorio español libre de invasores franceses, resultó desastroso para la corona borbónica.

 

Apenas San Martín desembarcó en las playas de Paracas el 8 de septiembre de 1820, su ya acendrada fama de “traidor” a España y al rey, tuvo un motivo más para afirmarse. Incluso y sorprendentemente, hasta el día de hoy, en algunos académicos, círculos y públicos de España. A pesar de que en la conferencia de Puncheuca de mayo de 1821, cerca de Lima, San Martín le propuso al virrey De la Serna firmar un armisticio, constituir una junta de gobierno de carácter liberal y pedir a la corona española en envío de un joven borbón para “reinar” en Perú, Alto Perú, Chile y la Argentina, previa jura de sus constituciones e independencia. Es decir, propuso una inédita unión hispanoamericana entre Estados autónomos pero asociados bajo el paraguas de una casa real. Si no española, podía sondearse a Suecia, Rusia u otra potencia europea no protestante.

 

Volviendo a España, los 30 años cumplidos por San Martín en febrero de 1808, coincidieron con ese año del levantamiento antifrancés del 2 de mayo en Madrid. Y una terrible experiencia en Cádiz donde estaba destinado. A fines de ese mes fue asaltada por una turba la casa del gobernador de Cádiz y capitán general de Andalucía, General Francisco Solano y Ortiz de Rosas, Marqués del Socorro, vástago de la nobleza virreinal venezolana. Linchado por obra de instigadores absolutistas y católicos tramontanos que lo acusaban de “afrancesado”. El capitán San Martín era su ayudante de campo y amigo. Por el parecido físico entre ambos fue confundido con Solano y acosado. Desbordado por el número de atacantes y a punto de ser asesinado por un grupo que lo corrió hasta la puerta de la iglesia de Nuestra Señora de la Merced, lo salvó un sacerdote blandiendo un crucifijo y gritando que San Martín no era Solano que ya estaba muerto.  Una medalla con la efigie del jefe sacrificado que consideraba un modelo de soldado y administrador político, y a cuyas tertulias era invitado, acompañó al Libertador hasta su muerte. Fue por el recuerdo imborrable de ese terror que siempre repudió la anarquía.

 

Ya en junio de 1808, alejado de Bailén e integrado al Ejército de Andalucía en el “Regimiento de Voluntarios de Campo Mayor”, San Martín comanda una victoria relámpago en el combate de Arjonilla y se destaca como ayudante de campo del general Antonio Malet, Marqués de Coupigny, en el gran triunfo de Bailén del 19 de julio. Así logra su ascenso a Tte. Coronel de caballería. Un arma llena de oficiales de la nobleza. Lo sentiría una reivindicación de la aspiración paterna. Aunque como nunca será designado jefe de una unidad -difícil no siendo noble, ni rico, y peor siendo americano- permanecería en la categoría de “graduado”, o sea no efectivo (el reglamento decía no “vivo”), sin ejercer el mando de un batallón correspondiente a esa jerarquía y cobrando siempre el sueldo menor de capitán.

 

En tal situación, de nuevo ejerció la ayudantía de campo del marqués (que quería favorecerlo en su carrera) en la defensa de Gerona de 1809. Trasladado en 1810 Malet como jefe del estado mayor del Ejército de la Izquierda en las “Líneas de Torres Vedras”, Portugal, llamó a San Martín para que volviera a ayudarlo en las difíciles tareas de la logística y conducción de tropas. Allí no sólo conoció al futuro Duque de Wellington, jefe el ejército inglés y futuro vencedor de Napoleón en Waterloo. Era el principal aliado de  España y del ejército portugués comandado por Carr Beresford, el primer derrotado de la invasión inglesa de 1806/1807 al Río de la Plata. Sino que aprendió la arquitectura militar de las tres líneas de fortificaciones artilladas que estratégica, e inexpugnablemente, rodeaban a Lisboa. Obra del famoso general británico. Lección que aplicaría en Tucumán y en Mendoza para prevenir ataques realistas sorpresivos.

 

Tácticas de la infantería española, equipos y movimientos de la caballería francesa, tecnología de la artillería inglesa de campaña y fortificada, cartas de navegación de la marina de guerra británica. Nada dejó de aprender don José de San Martín, junto a las ideas de la Ilustración. Decía que la fundación de una biblioteca pública era más importante que 100 batallas ganadas. Por eso devolvió 10.000 pesos oro con que lo había premiado el Cabildo de Santiago de Chile para que fueran destinados a la construcción de la biblioteca nacional. Por eso fundó la de Lima, a la que donó unos 600 volúmenes de su propiedad que le quedaban, casi todos traídos de España. Haciendo el tranquilo servicio de guarnición en los años de paz, profundizó su conocimiento de la lengua francesa, ejerció su inspiración artística pintando acuarelas marinas en abanicos que vendía con éxito y pulsó su guitarra andaluza acompañando una afiatada voz, que sería famosa en las tertulias patrias cuando cantaba el himno como solista. Todo eso silencia el bronce de sus estatuas ecuestres.

LAS IDEAS POLÍTICAS

 

del General San Martín en Cuyo (1814-1816)

 

Prof. Lic. Alejandro Darío Sanfilippo

 

A juzgar por lo que nos dice la historiografía liberal argentina y nuestras maestras, la vida, obra y pensamiento del Capitán General José Francisco de San Martín son tan simples como absurdas. Recorrió medio mundo a los sablazos, expuso su tranquilidad material y espiritual por su tierra natal, cuando en realidad vivía en ella. Es más, cuando anduvo por América no visitó nunca su entrañable Yapeyú, actitud propia de esas tiernas almas románticas que pueblan el mundo, a excepción de los ejércitos y sus cuerpos de oficiales, lugares por donde transitó su existencia.

 

San Martín no es un tema fácil históricamente hablando, y esta es nuestra primera afirmación. En él concurren los más altos intereses políticos de nuestra nacionalidad y por ello, históricos culturales, sometiéndolo a un forcejeo que no hubiese tolerado en vida. El material existente sobre su persona es casi infinito, hay de todos los tamaños y pelajes, radicando allí una importante dificultad. Se comienza a leer, consultar e investigar y en vez de ingresar en un recto y caudaloso río, lo hacemos a un delta de innumerables cursos, para desembocar finalmente en un inmenso océano, donde desaparece a primera vista cualquier posibilidad de síntesis. Fundamentalmente se transforma en costosa empresa dar una conclusión categórica para un trabajo como el presente, donde la extensión debe compatibilizarse con el interés de una lectura numerosa.

 

Como inicio, establezcamos los límites del trabajo: este se focaliza en los años en que San Martín fue Gobernador Intendente de Cuyo (1814-1816); basándose en los escritos autógrafos y éditos que se hallan en la colección DOCUMENTOS DEL ARCHIVO DE SAN MARTIN, Tomo V, Comisión Nacional del Centenario, 1910, Buenos Aires, existente en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, en los cuales hace mención de su pensamiento político en dicha oportunidad y circunstancia.

 

Desde el primer momento debemos sostener que lo aquí expresado se halla sujeto a revisión. Pues, habiendo sido realizado el presente con la mayor de las seriedades, conciencia y aplicación, es honesto, intelectualmente, confesar que el campo abierto supera el punto de vista actual del autor. Creemos profundamente, que se trata de un vacío historiográfico nacional la cuestión San Martín, no solo de quien suscribe, aunque parezca un contrasentido frente a la cantidad.

 

Cuando un grande en todos los campos (menos en lo militar), como lo fue el General Bartolomé Mitre, hace y escribe historia transfiere, haciendo extensiva su grandeza a ella, así falte a la verdad intencionalmente o solo se equivoque de modo involuntario. Bartolomé Mitre dejó un San Martín que se ha transmitido escolar y masivamente a todos los argentinos. Desde su manejo directo y exclusivo en primer momento de los archivos del personaje, contra la voluntad del propio prócer, ordenados por este con esmero e intencionalidad, como la desaparición de las memorias que afirmaba haber escrito, prometiéndoselas a su escudero amigo Tomás Guido, el Divus Bartolus construyó un San Martín de muy fácil comercialización y muy difícil desguace.

 

Sesudos autores de nuestra historiografía han trabajado sobre él, pero no se han visto coronado por el éxito como el General que escribía historia y no ganaba ninguna batalla. Una cantidad de puntos oscuros rodea al Gran Capitán de Los Andes, aún frente a los ríos de tinta que su figura ha producido y produce. La primer pregunta sobre San Martín desata el problema prematuramente: ¿Por qué vino a América?. Raúl Roque Aragón, al igual que el Dr. Enrique Díaz Araujo dicen que lo hizo para salvar la tradición hispana, la religión católica y su cosmovisión y con esa precisa afirmación, Bartolomé Mitre, casi saliendo de su tumba, no pararía de gritar ¡Blasfemia! San Martín vino a realizar una revolución republicana, liberal y democrática. A.J. Pérez Amuchástegui sostiene que llegó para alcanzar la independencia y unidad de un país poderoso, rico y prometedor, como era la América española, cuyas relaciones comerciales interesaban positivamente a la Gran Bretaña, tarea común de los cofrades de la Gran Reunión Americana. El Dr. Rodolfo Terragno, por su parte, sumará a este último el plan continental (fraude heurístico de Fidel López) diseñado por Maitland en 1800. Así como estos, podríamos citar tantos otros autores y sus respuestas, únicamente para la primer pregunta, que el mismo protagonista cuando tuvo que satisfacerla dijo: “Con destino a Lima, a arreglar mis intereses”. Es decir, si en la más elemental de las preguntas el bulto le gana a la claridad, imaginemos el resto, como el tema de la masonería, sus medios y modos de vida en Europa, etc.

 

En definitiva, el General San Martín era un hombre austero, sencillo y honesto, pero es difícil para la historia porque en ella aparece enigmático, reservado y como remate cúlmine de una construcción por él forjada y conducida. Reiteremos que la documentación original, tal cual la había ordenado y prometido, nos llegó tras la intervención o filtrado indebida de Mitre, de cuyos intereses políticos muchos desconfían pero nadie duda.

 

Para el presente trabajo, como se tiene dicho, trabajaremos a partir de las expresiones documentadas, manifestadas durante la Gobernación Intendencia de Cuyo. Recurriremos a otras, para auxiliar las referidas a los años 1814-1816, realizadas anterior o posteriormente que son las más al respecto, solo cuando sea estrictamente necesario.

 

Empecemos por la llegada a Cuyo, más precisamente a la ciudad de Mendoza. Gracias al gran embuste de Fidel López, acerca de la apócrifa carta de San Martín a Rodríguez Peña en la cual le transmite confidencialmente “su secreto”, se ha generalizado la creencia que vino a ejecutar su premeditado (o plagiado a Mr. Maitland, según Terragno) Plan Continental. Luego de los debates entre Mitre y López e incorporado a la obra liminar de la historiografía argentina, sino fuese por el trabajo esclarecedor de Pérez Amuchástegui, continuaríamos creyendo en dicha carta.

 

A juzgar por los hechos, la documentación y la bibliografía más reciente, San Martín luego de organizar defensivamente el territorio norteño, Salta, Jujuy y Tucumán, con el Ejército del Norte y los gauchos de Güemes, se retiró a Córdoba a restablecer su quebrantada salud, porque los generales a veces también se enferman. Según algunos autores sus dolencias, hemorragias incluidas, derivaban de la herida recibida en Cádiz cuando el atentado al general Solano. Como fuere que haya sido, se trasladó a Córdoba en busqueda de descanso y recuperación, que le brindaría el clima serrano. Su estadía en el territorio cordobés fue escasa y partió para Cuyo, gracias al nombramiento de Gobernador Intendente fechado el 10 de agosto de 1814. Recapitulemos entonces, a fines de enero de 1814 fue nombrado Jefe del Ejército del Norte, el 25 de abril del mismo año sufre sus primeras indisposiciones graves y el 29 de mayo iba llegando a los límites de Córdoba, buscando altura y menor humedad ambiente. El 10 de agosto del mismo 1814 se lo nombró Gobernador Intendente de Cuyo “... a solicitud suya con el doble objeto de continuar los distinguidos servicios que tiene hechos al país y el de lograr la reparación de su quebrantada salud en aquella deliciosa temperatura.” Es decir, si el plan continental de F. López no existe documentalmente, si se retiró por enfermedad y buscaba altura y sequedad, podemos decir, que a Mendoza llego buscando salud. No existía todavía el afamado Plan Continental. Se lo nombró Gobernador Intendente para que siguiese aportando a la revolución, para no marginarlo, pues, el ascenso alvearista se consignaba a pasos agigantados y podía mal interpretarse, provocando reacciones o desequilibrios en el seno de la Logia y por ende, en el gobierno, mientras que el lugar asignado le permitía un protagonismo público distendido (Cuyo contaba con 40.000 almas apenas, según Mitre) junto a las menores preocupaciones, mayor altura y sequedad. San Martín se reponía, sin perderse, en la “ínsula Cuyana”.

 

Con la caída de la revolución en Chile y la llegada masiva de emigrados transandinos, los rumores y temores de invasión ultramontana, San Martín se vio obligado, como Gobernador Intendente y soldado a prever y organizar la defensa de Cuyo, primero, y la de la sobreviviente revolución platense, frente a la caída del resto y el amago fernandino. En ese momento comenzó la organización militar, pero más defensiva que ofensiva. Debió llegar el año 1816 para encontrar una carta que tenga origen en “Campo de instrucción en Mendoza. 19 de enero de 1816”, frente al resto de las enviadas que encabeza con “Mendoza” y diga que retornó la actividad en El Plumerillo. A la vez que solicita esfuerzos a Pueyrredón y su autorización para la invasión a Chile y luego, unidos los americanos de ambos lados de la cordillera, al Perú.

 

Fue durante su estancia en Cuyo, producto de la caída del Director Supremo Carlos María de Alvear y su círculo, junto a la influyente presión sanmartiniana, cuando se convocó a Congreso en Tucumán, tan nombrado como inexactamente conocido e intencionalmente deformado. Reunido el Congreso, este elige como Director Supremo a Juan Martín de Pueyrredón, diputado a la sazón por la ciudad de San Luis, por lo tanto representante de Cuyo y a Narciso Laprida como presidente del propio Congreso, casualmente diputado por la ciudad de San Juan, también componente de la misma gobernación de intendencia. O sea, la casualidad obraba a favor de San Martín o este trabajaba con eficacia a partir de la nueva situación política en el único reducto revolucionario que todavía sobrevivía. Para militar sin aspiraciones políticas, como lo tipifica Mitre, le salía todo al revés. El Gobernador Intendente de Cuyo también se daba tiempo por esta época para mantener una profusa y clarificadora correspondencia con estos afortunados de la política, donde poco es azar, para expresarles sus ideas políticas del momento. Quizá, como muchas otras personas en todo tiempo y lugar, las haya mudado luego o tal vez poseía otras anteriormente, pero lo cierto es que las cartas remitidas desde Cuyo en general, ocasionalmente desde Córdoba, entre los años 1814 a 1816, y especialmente durante 1816, año en que ya sesiona el congreso, manifestaban la sistemática pretensión de declaración de la independencia sudamericana y la preferencia por el sistema monárquico de gobierno.

 

Sobre la necesidada de declarar la independencia se lo hacía conocer así al Dr. Tomás Godoy Cruz, su vocero en el congreso:

“¡Hasta cuando esperamos declarar nuestra independencia! No le parece a usted una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener el pabellón y cocarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos. ¿Qué nos falta para decirlo? ... Los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos... Veamos claro, mi amigo, si no hace el congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo este la soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero, es decir, a Fernandito.”

(Carta de San Martín a Godoy Cruz. Mendoza, 12 de abril de 1816.)..

 

“Ha dado el congreso el golpe magistral con la declaración de la Independencia...”

(Carta de San Martín a Godoy Cruz. Córdoba, 16 de julio de 1816.).

 

Con respecto al sistema de gobierno más apropiado para las circunstancias bélicas, culturales y fundamentalmente políticas de la América española, no dudará un momento en sostener el gobierno monárquico, o de uno como regente hasta se materializan los proyectos en danza para coronar algún príncipe americano o europeo:

“Ya digo a Laprida lo admirable que me parece el plan de un inca a la cabeza, las ventajas son geométricas, pero por la patria les suplico no nos metan en una regencia de personas; en el momento que pase de una todo se paraliza y nos lleva el diablo; al efecto, no hay más que variar de nombre a nuestro director y queda un regente: esto es lo seguro para que salgamos a puerto de salvación”

(Carta de San Martín a Godoy Cruz. Córdoba, 22 de julio de 1816.)

 

A título de excepción, solo cabría destacar la epístola del 24 de mayo de 1816, que dice:

“... un americano republicano por principios e inclinación, pero que sacrifica estas mismas por el bien de su suelo...” “1º Los americanos de las Provincias Unidas no han tenido otro objeto en su revolución que la emancipación del mando del fierro español y pertenecer a una nación.” “2º ¿Podremos constituirnos República sin una oposición formal del Brasil (pues a la verdad no es muy buena vecina para un país monárquico) sin artes, ciencias, agricultura, población y con una extensión de tierra que con más propiedad puede llamarse desierto?” “3º ... gobierno puramente popular,... tiene este una tendencia a destruir nuestra religión...”

(Carta de San Martín a Godoy Cruz. Mendoza, 24 de mayo de 1816.)

 

Si los principios e inclinación republicanas eran reales, como afirma en esta, los sacrifica por la independencia, que suplica se declare y por el orden, que añora para las Provincias Unidas y mantiene en Cuyo. Por el contexto de la carta, por lo inmediatamente anterior y posterior, aparentemente fue una concesión discursiva efectista, destinada a realzar su opinión con un renunciamiento íntimo y principista. Pero aún cuando fuese verídico, hizo renuncia al republicanismo “por el bien de su suelo”.

 

En síntesis y a modo de conclusión, digamos que el padre de la Independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica, tal como se declaró solemnemente aquel 9 de julio de 1816, por lo menos mientras fue Gobernador Intendente de Cuyo se confesó independentista y monárquico. En cuanto al gobierno de la jurisdicción a su cargo, siguiendo lo dicho por el General Bartolomé Mitre, no alteró el sistema de Gobernación de Intendencia, con injerencia en las cuatro causas, heredada de la tradición virreinal y monarquista por concepción filosófica. A excepción del duro esfuerzo al que sometió al pueblo cuyano y a la fisonomía cuartelera que adquirió Mendoza cuando la expedición libertadora de Chile se confirmó, el resto parece encuadrarse dentro de la tradición hispana de las Gobernaciones de Intendencias. Posiblemente con mayor dinámica que otras gobernaciones cuyanas anteriores, pero sin alteración de la estructura vertical jerárquica del gobierno. San Martín era un político y un militar de profesión, no un ideólogo. Vino a Cuyo a reponerse sin ausentarse de escena y aquí, al compás de las necesidades, de su objetivo que era la independencia y de los hechos, gobernaba, dando nacimiento a un plan político militar, que pasó de lo defensivo a lo ofensivo.

 

Si con anterioridad, el Libertador apreció cualidades más propicias en otra forma de gobierno o si más tarde desistió de la monarquía excede a los límites de este trabajo, aunque no al interés de quien suscribe.

 

(Fuente: Crítica revisionista)

BIBLIOGRAFIA DOCUMENTOS DEL ARCHIVO DE SAN MARTIN, Tomo V: Comisión Nacional del Centenario. 1910. B.Aires.

RAMOS PEREZ, DEMETRIO: “España en la independencia de América”. Ed. MAPFRE. Madrid. 1996. ARAGON, RAUL ROQUE: “La política de San Martín”. Universidad Nacional de Entre Ríos. 1982.

PEREZ AMUCHATEGUI, A.J.: “Ideología y acción de San Martín”. Abaco. 3º edición. B.Aires. 1979. STEFFENS SOLER, Carlos: “San Martín en su conflicto con los liberales”. Huemul. B.Aires. 1983. CONTE, Margarita Beatriz: “Ideario político de San Martín”. Archivo Histórico de Mendoza. Mendoza. 1997.

TERRAGNO, Rodolfo H.: “Maitland & San Martín”. Universidad Nacional de Quilmes. 2º edición. Bernal. 1999.

MITRE, Bartolomé: “Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana”. Peuser. B.Aires. 1952.

LA VERDAD SOBRE EL PRONUNCIAMIENTO DE URQUIZA

 


por Roberto Fernández Cistac

(Publicado en la "Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas" N° 34, enero/marzo de 1994, sobre el  pronunciamiento de Urquiza.)

 

El Pronunciamiento de Urquiza merece un breve proemio y un triple enfoque: el histórico, el jurídico y el político.

Digamos primeramente que es uno de los sucesos más importantes de la historia argentina y el que, consecuentemente, presenta una fuerte dosis de conflictualidad e interpretaciones encontradas. Por ello entendemos que resulta vital su esclarecimiento completo para poder comprender las líneas directrices de nuestra historia nacional tan escamoteada de este tipo de estudios.

Esa dura tarea emprendemos seguidamente.

 

EL ENFOQUE HISTORICO

La paz firmada entre Argentina y Brasil en 1828 distó de ser fructífera; ambos Estados continuaron una guerra fría que tampoco podía durar indefinidamente. La paz de 1828 fue eminentemente provisional de momento que se dejaron pendientes de solución los principales puntos antagónicos que eran, substancialmente, los tres siguientes:

 

a) El reconocimiento de la soberanía argentina en las Misiones Orientales ocupadas por Brasil.

 

b) La política de navegación sobre los ríos argentinos tributarios del Río de la Plata

 

c) La definición del perfil político del Paraguay y del Uruguay; Brasil había reconocido la Independencia paraguaya en 1844 provocando la airada reacción argentina. La república del Uruguay se hallaba envuelta en una guerra interior cuyo espejo era la diarquía que la gobernaba.

 

Pasaron dos décadas sin que la diplomacia pudiera dar una solución política a estos problemas esenciales; la ruptura de relaciones se produjo el 11 de septiembre de 1850 con el retiro del Embajador argentino ante la Corte imperial, general Tomás Guido. La guerra era inevitable y ambos Estados entraban en el vértigo de la movilización bélica donde las intrigas políticas ocupan un lugar preponderante.

 

El cuadro de situación militar era netamente favorable a nuestro país; el trípode que formaba Buenos Aires con el Ejército Aliado de Vanguardia en Uruguay al mando del general Manuel Oribe y el Ejército de Operaciones al mando del Gobernador de Entre Rios, general Justo José de Urquiza, en el estratégico Litoral argentino, era un valladar prácticamente infranqueable para las fuerzas del Brasil.

 

Corroboraba lo dicho la situación política; mientras Argentina se hallaba unida y pacificada, el Imperio veía crecer la levadura del republicanismo y de la emancipación esclavista. Solamente la desarticulación del citado trípode Rosas - Urquiza - Oribe podía revertir esta situación.

 

Fue en estos cruciales momentos que se produjo el famoso Pronunciamiento; según la versión tradicional comienza con la Circular del 3 de abril de 1851 que el gobernador Urquiza dirige a sus pares de las demás provincias anunciando que ha decidido encabezar “el gran movimiento por la libertad” en la convicción que “... las lanzas del Ejército de Entre Ríos y las de sus AMIGOS Y ALIADOS bastan para derribar el poder ficticio del gobernador de Buenos Aires”, sigue con la proclama del 1° de mayo de 1851 donde le retira a Rosas la encomienda de las Relaciones Exteriores reasumiendo a la faz de la República, América y el mundo “... el cultivo de las relaciones exteriores y dirección de los negocios generales de paz y guerra... quedando (Entre Ríos) en aptitud de entenderse directamente con los demás gobiernos del mundo hasta tanto que, congregada la asamblea nacional de las demás provincias hermanas, sea definitivamente constituida la república” y culmina con la firma del Tratado del 29 de mayo de ese mismo año con el gobierno de Montevideo y el Imperio del Brasil para “... mantener la independencia y pacificar el territorio oriental haciendo salir al general Manuel Oribe y las fuerzas argentinas que manda” (art. 19) quedando en claro que si “... el gobierno de Buenos Aires declarase la guerra a los aliados -individual o colectivamente- la alianza actual se tornaría en alianza común contra dicho gobierno” (art. 15).

Fue así como el flamante Ejército aliado se puso en movimiento contra las posiciones del general Oribe sin detener el tránsito por territorio argentino; Rosas declara la guerra al Brasil el 18 de agosto de 1851 “... en virtud de los procedimientos... atentatorios con que el gobierno imperial hace imposible la paz”. El general Oribe debe capitular en Pantanoso el 8 de octubre de 1851 y el 21 de noviembre de ese año los Aliados rubrican un nuevo Tratado para dar el tiro de gracia sobre la nuca de la Argentina; aquí se dice que la guerra no es contra Argentina sino contra el gobierno de Rosas (art. 1°) lo que es confirmado por algunos intérpretes argentinos: “…advertimos otra vez la preocupación por dejar claramente expuesto el único objeto de la guerra: resistir la opresión tiránica salvaguardando el honor y la independencia de la república”. (1) Todo finaliza con la derrota de la Confederación Argentina frente al Ejército Aliado en la batalla de Monte Caseros un 3 de febrero de 1852 que “... fue un triunfo político que hizo posible la realización de dos hechos trascendentales de la historia argentina: el restablecimiento de la libertad y la organización constitucional”. (2) Esta es la cronología objetiva de los acontecimientos acompañada por las subjetividades de la interpretación que no ha hecho otra cosa que poner una nota marginal o aclaratoria a los documentos y Tratados de neto origen brasileño; vamos seguidamente al encuentro de sus principales afirmaciones:

 

a) Movimiento por la libertad iniciado el 3 de abril de 1851. Con esta romántica afirmación se pretende ubicar el Pronunciamiento dentro de un movimiento de oposición o resistencia política interna argentina. Nada más falso: el Pronunciamiento fue un capítulo de la SEGUNDA GUERRA ENTRE ARGENTINA Y BRASIL y fue intensamente trabajado por agentes brasileños y entrerrianos ante la inminencia de esa conflagración anunciada con la ruptura del 11 de septiembre de 1850. Pasar por alto una guerra internacional es una hazaña sin precedentes de ocultismo histórico, un verdadero record insuperable de nuestra historia tradicional que -emulando el fraude culinario de hacer pasar gato por liebre- ha presentado como una revolución doméstica lo que fue una guerra entre los primeros Estados de Sudamérica en ese momento.

 

Tampoco es cierto que la Circular del 3 de abril se haya cursado efectivamente a los gobernadores; fuera del correntino Virasoro, fue remitida exclusivamente a Río de Janeiro, Montevideo y Asunción o, permaneciendo bajo llave en el cajón del escritorio del Palacio San José. La exigencia de todo esto era satisfacer la exigencia brasileña a Urquiza sobre la necesidad de un rompImiento público e inequívoco con Rosas; sólo el 25 de mayo fue publicada junto a los otros documentos concordantes. Otro caso en que se esconde la mano luego de lanzar la piedra.

 

b) La guerra no era contra Argentina sino contra el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Así se afirma en el ya citado Tratado del 21 de noviembre prolijamente glosado por nuestros historiadores; la inmoralidad histórica de una guerra entre Estados hermanos ha llevado a muchos de ellos a emplear este eufemismo consistente en declarar que no se ataca a tal o cual Nación sino al régimen político que en ella impera. (3) Se trata de un artilugio carente de asidero aunque fue utilizado antes y después de 1851 por algunos Estados hispanoamericanos. (4)

 

Claro que las guerras internacionales son siempre un duelo entre Estados y pretender simular una realidad tan contundente como ésta bajo el manto de una cruzada ideológica contra determinado gobierno no pasa de ser un sofisma de claro cuño belicista; ¡el Estado agresor se presenta como redentor político del pueblo que arrasa con sus municiones y bombas! Además ¿cómo puede hacerse la guerra contra un gobierno y permanecer en paz con su pueblo? ¿Existe la metodología militar que permite atacar y ultimar exclusivamente a los gobernantes y funcionarios mientras se arrojan flores a la población?; las únicas respuestas posibles a estas preguntas nos prueban que la remanida maniobra de declarar la guerra a los gobiernos no pasa de una falacia que se estrella contra la realidad de las ideas y de los hechos: ningún Estado es tan altruista como para arriesgar sus Ejércitos en aras del progreso político de otro ni pueden considerarse propiedad privada de los gobernantes las ciudades que se bombardean, los buques que se hunden ni los aviones que se derriban.

 

Todas estas consideraciones se vigorizan al extremo cuando el gobierno al que se le declara la guerra es el mismo que el Estado atacante había reconocido en sus relaciones diplomáticas; no se comprende cómo puede tildarse de tiránico e irrepresentativo a un gobierno que se ha reconocido como el único representante legal de un Estado. Justamente este es el caso de Rosas, cuya calidad de Encargado de las Relaciones Exteriores, Paz y Guerra, de la Confederación Argentina era reconocida por el Brasil a través de décadas de intensas relaciones.

 

Finalizada la guerra Brasil obtuvo la libre navegación de los ríos, el reconocimiento  argentino  de la independencia paraguaya y manos libres en el Estado oriental, además de otras “propinas” como los Tratados sobre la esclavatura. ¿Era contra Rosas o contra Argentina la guerra de 1851?

 

EL ENFOQUE JURÍDICO

 

El artículo 22 del Tratado del 29 de mayo de 1851 ratifica explícitamente que “...el señor gobernador del ESTADO de Entre Ríos, en virtud del derecho de independencia nacional que le ha reconocido el tratado del 4 de enero de 1831...” ha reasumido por su parte “... la facultad concedida al gobernador de Buenos Aires para representar a la Confederación Argentina en lo que respecta a las relaciones exteriores”, todo lo cual ha recibido el aval doctrinario de constitucionalistas como Juan González Calderón en el sentido de la legitimidad del Pronunciamiento.

 

Comencemos diciendo que los derechos de nulificación -potestad de una provincia de ratificar o no las leyes federales- o de secesión -potestad de una provincia para separarse o independizarse del Estado federal- son posibles dentro de un sistema confederal a condición que emanen de una reserva expresa del Tratado constitutivo de dicho sistema confederal; no es posible que cuestiones que hacen a la unidad jurídica y política de un Estado sean resueltas por implicitud o a través de valores sobreentendidos. Si los mentados derechos de nulificación y secesión no fueron expresamente reservados debe entenderse que el Estado signatario ha renunciado a los mismos en aras de una unidad nacional indisoluble; no debe olvidarse que Entre Ríos era PROVINCIA FUNDADORA del Pacto Federal junto a las de Santa Fe, Corrientes y Buenos Aires y que no hizo reserva alguna al rubricar el Tratado originario.

 

La simple lectura del Pacto Federal de 1831. demuestra claramente la inexistencia del aludido “derecho de independencia nacional” o de secesión

 

a) Si bien es cierto que en el art. 1° se habla de reservas de “soberanía, independencia y derechos”, ello implica solamente  un exceso de fraseología para disipar temores o prevenciones sobre intenciones hegemónicas de alguna de las partes; el mismo artículo bajo comentario califica de PERMANENTE a la unión federal acordada lo cual proscribe toda posibilidad de rompimiento unilateral.

 

b) Los arts. 15° y 16°  establecen que la Comisión Representativa ha de convocar a un  Congreso General para constituir la República bajo el sistema federal; este es el fin primordial del solemne compromiso asumido por las Provincias: marchar juntas hacia la unidad formando un Congreso General una vez pacificada la Nación. El Tratado de 1831 no es una alianza esporádica para fines de coyuntura sino una unión perpetua para constituir un Estado único; no hay posibilidad de rescisión intempestiva y discrecional por parte de las provincias firmantes.

 

Entendemos que las argumentaciones expuestas son suficientes para demostrar la invalidez jurídica del pronunciamiento pero creemos útil sumar otras; supongamos por un momento que Entre Ríos tenía ese derecho de escindirse, ¿qué modo y forma debía observar para ejercerlo? ¿Debió recurrir a un Congreso General entrerriano o le bastaba un bando de su gobernador? Existe una sola respuesta lógica a este interrogante y es que sólo y únicamente un Congreso representativo del pueblo entrerriano -o bien, su Legislatura, a lo menos- podía tomar válidamente una decisión de tanta trascendencia; en modo alguno era viable que lo hiciera el gobernador mediante un Decreto proclama que sólo representa su voluntad unilateral.

 

La tradición hispanoamericana en materia de declaraciones de independencia es inequívoca en el sentido de considerarlas propias de la soberanía popular; en los casos de Argentina (1816), Bolivia (1825), Uruguay (1825) y Paraguay (1842) se delegó siempre el tema a la voluntad popular emanada de un Congreso General. La siempre irónica historia ha querido que la actitud de Urquiza reconociera el antecedente de la Independencia brasileña por el llamado grito de Ipiranga proferido por el Emperador Pedro I; en ambos casos la independencia surgía de la decisión de un monarca o autócrata que subrogaba al pueblo en el ejercicio de la soberanía.

 

Pero para Urquiza era Derecho todo lo que salía de la imprenta oficial llevando su sello y firma; ocurre que para fundamentar su famoso Manifiesto no recurrió al presunto “derecho de independencia nacional” sino a una razón mucho más vulnerable y contradictoria. Invocó las razones de salud que daba Rosas para no aceptar su reelección como gobernador de Buenos Aires -¡sí, el famoso Pronunciamiento contra Rosas se halla fundado en el respeto a su salud!- por lo que se hace pasible de las siguientes observaciones fundamentales:

 

a) El cultivo de las Relaciones Exteriores, Paz y Guerra, de la Confederación fue delegado por las provincias en el gobierno de Buenos Aires que asumía el rol de Estado-Canciller frente a los Estados extranjeros; siempre estuvo claro que cuando se hablaba de gobierno o de gobernador de Buenos Aires se lo hacía en forma institucional, es decir, con abstracción de la persona física que ejercía ese cargo. Se trataba del “órgano institución” y no del “órgano persona” como diría el administrativista Miguel Marienhoff; ese fue el criterio invariable observado toda vez que cambiaron los gobernadores porteños.

 

Siendo así ¿qué tenía que ver la salud de Rosas o su renuncia con la permanencia de Entre Ríos en la Confederación? Nada; absolutamente nada.

 

b) La renuncia de Rosas era un problema interno de la provincia de Buenos Aires; solamente su Sala de Representantes podía aceptarla o rechazarla. Sin embargo, el famoso Pronunciamiento parece suponer que podía hacerlo el gobernador de Entre Ríos aún antes del veredicto de la Sala porteña.

 

Todo este absurdo constitucional y racional sólo se explica por la premura en romper con Rosas para aliarse con Brasil; se echó mano a cualquier razón o motivo para legalizar esta decisión política lamentable.

 

Se nos replicará que pese a todo y contra todo, haya sido ilegal o no el Pronunciamiento, el fin jurídico se cumplió: el 1° de mayo de 1853 se sancionó la Constitución Nacional por un Congreso Constituyente convocado por Urquiza de conformidad con el Tratado de 1831 modificado por el de San Nicolás de los Arroyos de 1852. ¡Por fin el pueblo podría resguardar sus libertades en el cofre inviolable de la Constitución! ...aunque nunca le dieran la llave.

 

La convicción de que el constitucionalismo era la panacea de todos los males sociales fue la ilusión de los juristas de la Revolución Francesa que luego codificaron todo para Napoleón I de Francia; fue una ilusión noble pero vana porque la vida social no puede encapsularse en articulados inmutables. Desde mediados del siglo pasado que juristas alemanes como Savigny y von Ihering demostraron que las leyes que no reconocen un sustento histórico y social están condenadas a ser reliquias de archivos.

 

Las constituciones son para las Naciones y no a la inversa; deben servir y no ser servidas. Nadie desconoce el valor de tener una Ley Fundamental que discipline el accionar de los poderes públicos y reconozca los derechos del hombre, pero llegar al extremo de considerarla una deidad laica ante la cual deben inmolarse todos los valores nacionales es decididamente irracional; significa incurrir en un fetichismo jurídico similar al religioso que en la antigüedad ofrendaban sacrificios  humanos a los dioses de barro. Gran parte de las desgracias argentinas se debe a esta Inversión de valores destinada a amoldar nuestra Nación a las prescripciones constitucionales y no a la inversa como han hecho países más criteriosos: Gran Bretaña e Israel no tienen Constitución escrita  y esto no fue nunca un obstáculo para su progreso.

 

 En 1853 tuvimos una Constitución, pero ¿a qué precio? La derrota ante el Brasil, la pérdida de las Misiones Orientales, resignamos a ser interlocutores pasivos en las cuestiones del Río de la Plata y a tener una legislación fluvial lesiva a nuestros intereses. Como si esto fuera poco, la flamante Carta Magna  quebró la unidad nacional porque Buenos Aires no participó del Congreso Constituyente ni aceptó la Constitución. ¿Acaso hay algo que festejar?

 

Como abogados y argentinos no vacilamos en afirmar que hubiéramos preferido mil veces postergar la sanción de la Constitución a cambio de conservar, al menos, la mitad de los valores nacionales sacrificados por el Pronunciamiento y su formal culminación en la Constitución de 1853.

 

Resumiendo: el Pronunciamiento de Urquiza violó flagrantemente el Tratado Federal del 4 de enero de 1831 en su art. 1° que establecía “unión estrecha y permanente” entre las provincias signatarias; también sus artículos 2°, 3° y 13° por los que formaron una alianza defensiva y ofensiva obligándose a resistir “... cualquier invasión extranjera que se haga, bien sea en el territorio de cada una de las tres provincias contratantes, o de cualquiera de las otras que componen el Estado argentino” comprometiéndose en este caso a aportar “... cuantos recursos y elementos estén en la esfera de su poder” sin omitir el concurso de tropas que marcharían “... con sus respectivos Jefes y oficiales”. También hizo lo inverso de lo preceptuado en el art. 4° donde las provincias se comprometen “... a no oír, ni hacer proposiciones ni celebrar tratado alguno particular, una provincia por sí sola con otra de las litorales NI CON NINGUN OTRO GOBIERNO, sin previo advenimiento expreso de las demás provincias que forman la presente Federación”. Las prescripciones transcriptas son tan claras y previsoras que eximen de todo comentario.

 

También se violaron los arts. 15° y 16° al hacer imposible la unión que permitiera la convocatoria al Congreso General que constituyera a la República bajo el sistema federal; hasta nos queda una curiosidad jurídica: si se le hubiere dado fuerza retroactiva al art. 103 de la Constitución que califica como traidor a la Patria a quienes tomen “.... las armas contra ella o se una a sus enemigos prestándole ayuda o socorro”, resultaría que Urquiza violó también la Constitución que él mismo promovió y juró respetar.

 

EL ENFOQUE POLITICO

 

Por último, afírmase que la Libertad y demás valores y derechos propios del sistema republicano de gobierno exigían el derrocamiento de Rosas; “cuando se sabe lo que quiere decir Libertad se entenderá por qué nos importa poco y nada que se atribuya a Rosas la defensa de la soberanía... y por qué nos importa poco y nada que el Ejército de liberación aunara tropas extranjeras en la lucha por la Libertad… Urquiza libertador es por eso el héroe de Caseros y paladín de la Constitución Nacional”. (5)

 

Nuevamente vamos al encuentro de esas afirmaciones.

 

a) Hacía nueve años que acataba la autoridad de Rosas pudiendo llenarse volúmenes con las alabanzas a su gestión manifestadas en sus discursos y en su correspondencia con el Restaurador.

 

b) Urquiza gobernaba Entre Ríos de la misma forma que Rosas Buenos Aires: suma de poderes de hecho y de derecho. Si se había repentinamente entusiasmado con el republicanismo liberal, ¿porqué no empezó por aplicarlo en su provincia? No cabe duda que el Libertador olvidó el Sermón de la Montaña en la parte que veda “... ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.

 

c) Habló un doble discurso porque una cosa dice en la Circular del 3 de abril donde retóricamente, al menos, se pone a la cabeza “... del gran movimiento por la libertad” y otra muy distinta en el Manifiesto del 1° de mayo donde habla de guardar el debido respeto a la salud de Rosas.

 

Pero el autor transcripto insiste en justificar el Pronunciamiento en nombre de la libertad; la sola comprobación de haberse restringido las libertades civiles bajo el gobierno de Rosas le resulta suficiente para crucificarlo sin admitir descargo ni atenuante alguno.

 

Nuevamente vamos al encuentro de esas afirmaciones:

 

a) Decir Confederación Argentina nunca significó decir Buenos Alres o Juan Manuel de Rosas; el Pacto Federal dejaba a las provincias entera libertad para adoptar las instituciones que considerasen más convenientes. Un sistema más amplio que el de la Constitución que impone en todo el país un modelo uniforme de gobierno y de declaraciones de derechos. (arts. 5°, 6° y 31° de la Constitución Nacional). Consecuentemente, la inexistencia de libertades en la Confederación era imputable a los trece Gobernadores y no únicamente a Rosas cuya Dictadura imperaba solamente en Buenos Aires.

 

Si el Pronunciamiento se hizo en nombre de la libertad, ésta no podía ser otra que la sofocada en Buenos Aires. Sin embargo, es tan grosero el absurdo histórico de presentar a Entre Ríos y al Brasil marchando líricamente a liberar a Buenos Aires que hasta fastidia refutarlo; ni el primero donde imperaba una autocracia omnímoda, ni el segundo regido por una monarquía que basaba su economía en la mano de obra esclava podían desempeñar el rol de príncipes liberadores de doncellas cautivas.

 

b) Es un error pensar que las limitaciones a la libertad se deben al sadismo de los gobernantes; son las circunstancias históricas y sociales las que imponen esas restricciones cuando así lo requiere la salud pública. El derecho comparado admite instituciones como la ley marcial, el pleno de facultades o el estado de sitio, que restringen transitoriamente las libertades en épocas de crisis.

 

Nuestra misma Constitución actual admite la suspensión de todas las garantías constitucionales mediante la implantación del Estado de Sitio en caso de conmoción interior o exterior (art. 23 de la Constitución Nacional). Hay otro caso frecuente en nuestros días: el Interventor Federal de una provincia ejerce la suma del poder público cuando el Gobierno Nacional interviene los tres poderes provinciales de acuerdo a los arts. 5° y 6° constitucionales; otra prueba más de la inoperancia del famoso art. 29 que no se aplica al caso por no mediar delegación legislativa de la suma de poderes. En el caso que nos ocupa, es evidente que la segunda guerra con el Brasil imponía a todos los hijos de esta tierra el deber de posponer toda reivindicación o protesta en aras de la victoria patria.

 

El afianzamiento de la república y las libertades civiles fue siempre obra del progreso estable de los pueblos; no dependen de tal o cual gobernante cuyo tránsito por la historia será siempre fugaz. Pensar lo contrario es como combatir la fiebre destruyendo el termómetro.

 

c) El pernicioso relativismo moral de nuestros días nos obliga a reafirmar principios elementales; nos referimos al patriotismo en su doble faz de derecho individual y deber de moral política.

 

El patriotismo no choca con la libertad personal porque nadie puede ser obligado a sentir lo que no nace de su alma, todo ciudadano tiene derecho a renunciar a la nacionalidad y adoptar otra más afín a sus preferencias. Hasta puede hacer lo del doctor Bidart Campos que antepone sus libertades personales a la soberanía nacional.

 

Todo esto cambia fundamentalmente cuando se trata de gobernantes o militares y no de simples particulares; lo que para estos es un derecho, para aquéllos es un deber jurado ante Dios y los hombres. Tanto el que ha seguido una carrera pública y asumido funciones gubernamentales como el que empuña la espada que la Patria le confió, están solemnemente comprometidos con el logro de la ventura general y la defensa irrestricta de la Nación.

 

Consecuentemente, está claro que Urquiza, en su doble calidad de gobernador de Entre Ríos y General en Jefe del Ejército de Operaciones, tenía el deber insoslayable de ponerse al servicio de la Nación en trance de guerra. No le faltaban ejemplos de diáfana belleza moral: el mismísimo general San Martin ofreció sus servicios a Rosas para servir “... en cualquier clase que se me destine” cuando la intervención anglo-francesa de 1845.

 

Esta era la actitud que le cabía adoptar a Urquiza y no elucubrar sobre un constitucionalismo que no sentía ni practicaba.

 

d) Soberanía y libertad individual no pueden nunca constituir una antinomia; la una supone la otra por lo que difícilmente puedan entrar en colisión.

 

No hay hombres libres en una Nación esclava; la pérdida de la soberanía de un Estado causa siempre la limitación y desaparición de las libertads de sus ciudadanos. ¿O acaso los griegos no perdieron su libertad cuando su Patria fue conquistada por Roma? Estúdiense casos como los de Estados Unidos y se comprobará que las libertades civiles encuentran su plenitud en las Naciones de mayor poder soberano.

 

Basta entonces de anteponer la libertad a la soberanía porque son dos valores que se complementan e influyen recíprocamente.

 

CONCLUSIONES

Entendemos haber demostrado lo siguiente:

 

    a) El pronunciamiento de Urquiza fue un capítulo de la segunda guerra entre Argentina y Brasil.

 

b) Su motivación no fue la libertad o la democracia sino la exigencia brasilera de que Entre Ríos adquiriese personería internacional para poder subscribir Tratados de alianza.

 

c) El pronunciamiento significó un nuevo desmembramiento territorial y político, agravado por la adhesión de Corrientes a la causa entrerriana. No debe olvidarse que Brasil y Uruguay reconocieron implícitamente la “independencia nacional” entrerriana al firmar los Tratados de mayo y noviembre de 1851; esto siempre se deduce cuando un Estado soberano firma Tratados con otro que pretende serlo. Es cierto que Entre Ríos y Corrientes no llegaron a la independencia definitiva como Uruguay y Paraguay, pero poco faltó.

 

Se ha pretendido relativizar este intento separatista en base a la referencia “... hasta tanto que, congregada la asamblea nacional de las demás provincias hermanas, sea definitivamente constituída la república” contenida en el pronunciamiento. Sin embargo, se trata de una fórmula general sujeta a un futuro incierto y lejano; también Paraguay habló en 1811 de Congreso General para luego faltar a todos y la misma Entre Ríos se comprometió en el Tratado del Pilar de 1820 a concurrir a un Congreso a reunirse en San Lorenzo que jamás se realizó.

 

d) Sus fines no fueron la libertad y el constitucionalismo sino los expresamente documentados en los Tratados: llevarle la guerra a Oribe y a la Argentina si se solidarizaba con este líder oriental. Claro que esto último se descontaba de antemano por la apuesta histórica que Argentina hacía a favor del general Manuel Oribe, único Presidente legal reconocido por nuestro país.

 

Esta es nuestra verdad sobre el pronunciamiento de Urquiza.

 

Puede intentarse una calificación moral? El autor de estas líneas no tiene por costumbre erigirse en Juez de los personajes de nuestra historia y si se insiste dejaremos que el mismo Urquiza se califique en la inteligencia de que no hay juez más benévolo que el que actúa en causa propia. Interrogado por don Antonio Cuyas y Sampere si Brasil podía contar con su neutralidad, el Libertador contestó el 20 de abril de 1850: “... Crea usted que me ha sorprendido sobremanera que el gobierno brasilero haya dado órdenes para averiguar si podía contar con mi neutralidad ..., yo, gobernador y capitán general de Entre Rios, parte integrante de la Confederación Argentina y general en Jefe de su ejército de Operaciones, que viese empeñada a esta o a su aliada la república oriental en una guerra en que por este medio se ventilasen cuestiones de vida o muerte vitales para su existencia y soberanía!... ¿cómo cree el Brasil, como lo ha imaginado un momento, que permanecería frío e impasible espectador de esa contienda en que se juega nada menos que la suerte de nuestra nacionalidad o de sus más sagradas prerrogativas, sin traicionar a mi Patria, sin romper los indisolubles vínculos que a ella me unen y sin borrar con esa ignominiosa mancha todos mis antecedentes?”.

 

Si el “paladín de la Constitución” lo dice...

 

(1) ROMERO CARRANZA Ambrosio y otros. “HISTORIA POLÍTICA DE LA ARGENTINA” Tomo II pág. 941, Ed Pannedille, Bs. As. 1971.

 

(2) RAMOS MEJÍA Héctor G. “HISTORIA DE LA NACIÓN ARGENTINA” Ed. Ayacucho. Bs. As., 1945, Tomo II pág. 343

 

(3) Ni Rosas pudo substraerse a esta “elegancia” bélica cuando declaró la guerra “al tirano Santa Cruz” en lugar de a los Estados del Alto y Bajo Perú como proponía Portales.

 

(4) Fue la doctrina utilizada por el Paraguay cuando declaró la guerra “al actual gobierno argentino” (Mitre) haciendo la salvedad de su respeta por nuestro pueblo.

 

(5) BIDART CAMPOS Germán J. “La Constitución y la Libertad" en Rev. EL DERECHO, tomo 45, págs. 914-919. Bs.As., 1973.