EL EJEMPLO DE UN LIDERAZGO GENEROSO



Andrés Hatum  - Luciana Sabina 
 La Nación, 30 de agosto de 2019 


En el mes aniversario de la muerte del general don José de San Martín, es bueno rescatar algunas acciones de gobierno que hablan de un líder que evitó la grieta y siempre supo ocupar su rol sin menoscabar a quienes estaban en la vereda contraria.

Siendo gobernador de Cuyo (por entonces Mendoza, San Juan y San Luis formaban un todo administrativamente), rebajó todos los sueldos estatales a la mitad, incluido el propio. Para subsanar el estado caótico de la economía de aquel entonces, San Martín tomó varias medidas. Primero, logró que el gobierno central suprimiera los impuestos a la exportación de productos cuyanos, aunque al mismo tiempo incrementó la recaudación fiscal en todo Cuyo. También impuso contribuciones voluntarias y forzosas, contemplando la posibilidad de que se pagaran en cuotas. Secuestró bienes de los prófugos y confiscó herencias españolas sin sucesión, al mismo tiempo que tomó los diezmos eclesiásticos. En tiempos de crisis, el esfuerzo para San Martín debía ser compartido por todos.

El Santo de la Espada llevó a cabo obras de irrigación que ampliaron la superficie cultivable de Mendoza. Los nuevos terrenos fueron vendidos a bajo precio y esto produjo un crecimiento enorme en la agricultura regional. Se produjo el auge de algunas industrias cuyos productos eran útiles al Ejército, como la industria armamentística y la de fabricación de ponchos y frazadas. Es importante recalcar que durante aquellos años las provincias cuyanas tuvieron como fin primordial sostener al Ejército de los Andes y la población lo pasó bastante mal. ¿San Martín habría ganado alguna elección si hubiera existido entonces la democracia? No lo sabemos, pero el temor al ataque desde Chile era muy fuerte, más allá del sufrimiento económico.

San Martín era antiguo camarada de muchos de los españoles que capturó en Chile y procuró para ellos un trato hospitalario. Así, en vez de mantenerlos en prisiones chilenas, los envió a la ciudad de San Luis, donde llevaron una vida apacible y en libertad. Incluso uno de ellos -Juan Ruiz Ordóñez- se comprometió con Melchora Pringles, hermana del futuro coronel Juan Pringles. Lamentablemente, en 1819, Bernardo de Monteagudo los hizo fusilar, casi en su totalidad, aprovechando que San Martín no estaba en la zona.

En territorio peruano, San Martín intentó llegar a un acuerdo con el virrey José de la Serna. Dijo preferir "la gloria de la paz a los honores de la victoria". No deseaba derramar más sangre y propuso un pacto. Apostado en las afueras de Lima, se negó a ingresar como conquistador. Los peruanos debían desear la libertad que traían sus ejércitos. En un comunicado, explicó que buscaba proclamar la independencia y concederle a ese pueblo una libertad "con prudencia, pues si bien todo pueblo civilizado está en aptitud de ser libre, el grado de libertad de que goce debe ser exactamente proporcional a su civilización, porque si aquella excede a esta no hay poder que evite la anarquía, y si es inferior es consiguiente la opresión". Para los criollos fue una propuesta irresistible. Poco después, las principales personalidades limeñas se reunieron y lo invitaron a ocuparla. El 12 de julio de 1821 ingresó en Lima, el 28 proclamó la independencia del país y cinco días más tarde -con el fin de consolidar esta emancipación- se declaró protector del Perú.

Más allá de que dejó su sable a Rosas, San Martín no era federal ni tampoco unitario. Se negó a apoyar a cualquiera de los dos bandos en diferentes momentos. En carta a Artigas, le expresó: "Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. Paisano mío, hagamos un esfuerzo, transemos todo y dediquémonos únicamente a la destrucción de los enemigos que quieran atacar nuestra libertad. No tengo más pretensiones que la felicidad de la patria. Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas...".


El liderazgo de San Martín puede servir como ejemplo actual para aquellos políticos que tienen en sus manos el destino y el futuro del país. San Martín nos deja el ejemplo de un liderazgo generoso, no mezquino; con visión de futuro y no solamente de corto plazo, y, fundamentalmente, pensando en la grandeza de la nación, no en el propio beneficio.

Sabina es historiadora; Hatum, PhD y Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella

CARTA DE SAN MARTÍN DE 1816



MENCIONA A LAS MALVINAS


En un reciente artículo (*), el Arq. José Marcelino García Rozado hace referencia a esta carta; reproducimos los párrafos en que se refiere a la misma.

A tan solo 40 días de haberse declarado la Independencia el 9 de Julio de 1816, el general envió una carta al ministro de Guerra del país en la que hace mención a las Islas, dando muestras de conocimiento del territorio que la Nación recibió de lo que había sido el virreinato del Río de la Plata.

Ese documento se suma a la serie de antecedentes históricos, geográficos y políticos que respaldan el reclamo de soberanía de la Argentina sobre el archipiélago, y Télam accedió al texto al cumplirse 35 años del inicio del combate en la guerra con Gran Bretaña, el 1 de mayo de 1982.

El Libertador le escribió al ministro de Guerra, coronel Antonio Beruti, el 14 de agosto de 1816 desde Mendoza, y allí le pedía que “disponga que todos los de alta clase que se hallen presos en esa jurisdicción de su mando sentenciados a los presidios de Patagones, Malvinas u otros sean remitidos a esta capital con copias de sus respectivas condenas y a la mayor seguridad posible comprendiendo también en ellos a los desertores contumaces en este delito”.

El propósito de San Martín era reunir a la mayor cantidad posible de soldados para integrar el Ejército de Los Andes, que en cinco meses más comenzaría la epopeya del cruce de la segunda mayor cordillera del planeta, con la misión de liberar a Chile y al Perú del imperio español.
La carta de San Martín fue comprada por el gremio de los diplomáticos argentinos en 1988 en una subasta en Londres, Inglaterra, y luego donada a la Cancillería, cuyo original sigue en poder del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto.

Dice San Martín en la misiva a Beruti que el interés por los condenados en Malvinas lo hace “con el objeto de hacer útiles al Estado estos individuos… retrayéndolos de sus pasados extravíos (y) los conduzcan por las sendas de la probidad y honor con provecho de la causa pública”.

Consultado por Télam, el titular del Museo Malvinas, Federico Lorenz, destacó “el conocimiento de San Martín sobre el territorio de lo que hoy es la Argentina”, pero aclaró que en las islas nunca hubo un presidio, sino “que se enviaba allá a las personas condenadas, que permanecían en condición de reclusos”.

También subrayó el hecho de que el prócer más importante del país se haya referido en una carta manuscrita a las Islas Malvinas, lo cual constituye un antecedente de gran valor a favor del reclamo de soberanía.


(*) Publicado en el Boletín del Instituto de Investigaciones del Círculo de Ministros, Secretarios y Subsecretarios del Poder Ejecutivo Nacional, el 28-8-19.


EL GENERAL SAN MARTÍN


 Y LAS DOS ARGENTINAS

Por: Fernando Romero Moreno

Los ideales, las aspiraciones y los valores de una época suelen encarnarse en personalidades eminentes, en varones y mujeres paradigmáticos, en síntesis, en arquetipos. También en falsos arquetipos, si esos ideales no lo son cabalmente y representan en realidad una contracultura.

Pues bien: lo mismo sucede con las naciones. Hay hombres ejemplares en los que se cifran las mejores virtudes de la raza. Y hay hombres pequeños – por usar un adjetivo benévolo – que suelen ir a contracorriente de la grandeza de su patria. La Argentina, o mejor dicho, las “Dos Argentinas”, tienen representadas en sus héroes auténticos y en sus “falsas superioridades”, esas dos tendencias. Hay una Argentina tradicional, hispano- criolla y latina, mestiza y americana, de raíces católicas y greco- romanas – con todos los defectos innegables que haya que reconocer – pero que ha existido y tal vez todavía exista. Es la Argentina que valora la dignidad de la persona humana con sus derechos y deberes, acordes a la ley natural; la familia como célula básica de la sociedad, la justicia como la virtud de dar a cada uno lo suyo, según méritos, capacidades y necesidades; la libertad responsable como preferencia reflexiva de lo mejor; el patriotismo y la tradición; la cultura del trabajo y del esfuerzo; el desarrollo económico con equidad social; el culto de los antepasados y de Dios. Y hay otra Argentina anclada en la Ilustración o en lo que hoy llaman la posmodernidad que quiere una autonomía absoluta para el hombre y una sociedad laicista, cosmopolita y europeizante, no en el sentido genuino de reconocernos parte de la cultura occidental, sino en el de copiar, de modo artificial, instituciones y modelos ajenos a nuestra realidad.

San Martín recomendaba, según contaba su amigo Gerard, “el respeto de las tradiciones y de las costumbres” y consideraba “muy culpables las impaciencias de los reformadores que, con el pretexto de corregir abusos, trastornan en un día el estado político y religioso de sus países”. No se oponía al progreso ni a las legítimas libertades, basta verlo en su lucha por la Independencia o en la abolición progresiva de la esclavitud que propició en el Perú. Pero sabía que las verdaderas reformas arraigan cuando se hacen costumbre y son fruto, no de una revolución violenta, sino de la educación y del respeto a las sanas tradiciones heredadas. Rivadavia, en cambio - por poner un ejemplo de esos reformadores iluministas que tanto hemos tenido y tenemos - mereció estos conceptos del Libertador: “Sería de no acabar si se enumeraran las locuras de aquel visionario (…) creyendo improvisar en Buenos Aires la civilización europea” 
Como decía Arturo Jauretche: “La idea no fue desarrollar América según América, incorporando los elementos de la civilización moderna; enriquecer la cultura propia con el aporte externo asimilado, como quién abona el terreno donde crece el árbol. Se intentó crear Europa en América, trasplantando el árbol y destruyendo al indígena que podía ser un obstáculo al mismo para su crecimiento según Europa, y no según América” Las Dos Argentinas, como escribimos en otra oportunidad, tienen sus gestas, sus próceres, sus pensadores y hasta sus poetas. En ciertos aspectos pueden ser complementarias y no se excluyen. No se trata de contemplar la historia nacional en “blanco” y “negro”, de no advertir los “grises”, de razonar de modo maniqueo y clausurar la posibilidad de acuerdos allí donde podemos unirnos en pos de objetivos comunes. Pero en otros asuntos, las diferencias son de fondo, y eso explica buena parte de nuestra crisis.

La Argentina tradicional ha sobrevivido socialmente, aunque con graves deterioros, en el pobrerío mestizo (aunque cada día más masificado y manipulado), en los sectores “acriollados” de la clase media y en esa noble porción del viejo patriciado que no ha cedido a las tentaciones extranjerizantes. La otra se ha hecho “carne” en el conjunto mayoritario de un pueblo y de una clase dirigente, cuyas aspiraciones máximas parecen encontrarse en el dinero, en una libertad divorciada de la verdad y en una república sin ley natural, sin tradición y sin la religión de nuestros mayores. Este análisis, que puede parecer “duro” y demasiado “categórico”, lo realizó el propio General San Martín luego del poco tiempo que pasara en tierras americanas. Don Vicente López y Planes le escribía el 4 de enero de 1830 que en la Gesta de Mayo se había consagrado “el principio patriotismo sobre todo”; mientras que, a partir de 1821, con la llegada de Rivadavia y su círculo masón y pro- británico– “sin atreverse a excluir ese principio, de hecho (se) lo miró con mal ojo y (se) dijo sólo: habilidad o riqueza (…), engendrando “superioridades falsas”. 


San Martín contestó con una misiva fechada en Bruselas el 12 de mayo de 1830: “Son justísimas las observaciones que Ud. me hace”. Y haciendo una crítica del falso concepto de libertad copiado de la Revolución Francesa, en la célebre carta al General Guido de 1834, afirmó: “El foco de las revoluciones (…) ha salido de esa capital; en ellas se encuentra la crema de la anarquía, de los hombres inquietos y viciosos, de los que no viven más que de los trastornos porque no teniendo nada que perder todo lo esperan ganar en el desorden, porque el lujo excesivo multiplicando las necesidades, se procuran satisfacer sin reparar en los medios; ahí es donde un gran número no quiere vivir sino a costa del estado, y no trabajar (…) Ya es tiempo de dejarnos de teorías, que 24 años de experiencia no han producido más que calamidades. Los hombres no viven de ilusiones, sino de hechos: ¿qué me importa que se me repita hasta la saciedad que vivo en un país de libertad si por el contrario se me oprime?... ¡Libertad! désela usted a un niño de tres años para que se entretenga por vía de diversión con un estuche de navajas de afeitar, y usted me contará los resultados. ¡Libertad! Para que un hombre de honor se vea atacado por una prensa licenciosa, sin que haya leyes que lo protejan y si existen se hagan ilusorias. ¡Libertad! Para que si me dedico a cualquier género de la industria, venga una revolución que me destruya el trabajo de muchos años y la esperanza de dejar un par de bocados a mis hijos. ¡Libertad! Para que se me cargue de contribuciones a fin de pagar los inmensos gastos originados porque a cuatro ambiciosos se les antoja por vía de la especulación, hacer una revolución y quedar impunes (…).Tal vez (…) dirá que esta carta está escrita por un humor bien soldadesco. Usted tendrá razón, pero convenga (…) que a los 53 años no puede uno admitir de buena fe el que le quieran dar gato por liebre. No hay una sola vez que escriba sobre nuestro país, que no sufra una irritación”. 

Esa misma facción revolucionaria (que San Martín rechazaba, como se ve, por materialista, europeizante y libertina) era, a la par, la que despreciaba al pueblo sencillo, al gaucho, al indio, al negro, exaltando no la necesidad de las legítimas jerarquías sociales, sino la “aristocracia del dinero” u oligarquía, en justas palabras recriminatorias de Don Manuel Dorrego. San Martín en cambio enseñaba a su hija Merceditas “la caridad con los pobres”, la “dulzura con los criados” y el “desprecio al lujo”, apoyando a los campesinos que seguían a sus Caudillos y dando él, ejemplo personal de una vida sobria y austera. “Experimenta por el obrero una verdadera simpatía – afirmaba Alfredo Gerard -, pero desea verlo laborioso y sobrio, y nadie como él ha hecho menos concesiones a esa despreciable popularidad que se obtiene adulando los vicios del pueblo”. Es difícil que los seguidores de mentalidades aburguesadas como las que enfrentó San Martín entiendan qué cosa es esta Argentina y esta América que él defendió. Como Rivadavia, quieren una patria “gringa”, sin “negros” (como con desprecio y falta de amor cristiano, llaman a las clases bajas), sin indios, sin criollos, sin mestizos, sin bolivianos, sin paraguayos.... No importa si se presentan como liberales o en cambio, como progresistas “elegantes”. El error es el mismo y por reacción, engendran el “populismo” del que se quejan y que el Libertador también aborrecía: el de los demagogos que quieren hacer de la “anarquía social” un sistema, y enancado en él, acelerar la revolución cultural y social contra todos nuestros valores nacionales, tradicionales y cristianos. Es que el clasismo – de los de abajo o de los de arriba, del proletario o del burgués –, tanto como la injusticia social, es la muerte de la concordia que debe reinar en toda comunidad política. Porque el bien común de la Patria se forja día a día, por encima de las diferencias de clase, de partido o de sector, según palabras del recordado Padre Alberto Ezcurra. 
Y como San Martín – que dotó de un hondo sentido católico y mariano a la Gesta emancipadora -, se lo alcanza al buscar su plenitud en el homenaje de los gobernantes a Cristo, Rey de las naciones, y en la custodia de la religión como el más unitivo de los vínculos sociales. De allí que el Gran Capitán hiciera rezar diariamente el Rosario en el Regimiento de Granaderos a Caballo y en el Ejército de los Andes, pidiera más capellanes para sus oficiales y soldados, tuviera él Capellán y Oratorio personal, honrara a la Virgen del Carmen como Patrona y Generala, declarara al catolicismo religión oficial del Perú, fundara una Orden jerárquica (la Orden del Sol) bajo el patrocinio de Santa Rosa de Lima…y proyectara una gran monarquía católica americana e independiente que mantuviera unidos al Perú con Chile y las Provincias Unidas...

Hoy como ayer los problemas no han cambiado: un Nuevo Orden Mundial, diseñado desde conocidos organismos internacionales como la ONU (entre otros), está sometiendo a un neocolonialismo al pueblo argentino: mediante el control demográfico, la ideología de género, el fomento de una nueva religión universal y sincretista, el endeudamiento externo, un falso concepto de desarrollo sustentable y salud reproductiva, la falsificación de la historia reciente, la reinterpretación de los “derechos humanos”, la alianza entre democracia y relativismo y el ataque a las instituciones fundacionales de la Argentina… todo con el apoyo de fundaciones y multinacionales de gran poder económico. Y mientras tanto, siguen ocupadas por fuerzas inglesas las Islas Malvinas (con las proyecciones que esto tiene sobre la Patagonia y la Antártida), que hoy han pasado a ser intereses de ultramar de la Unión Europea… En muchas cuestiones prudenciales y opinables, es justo un sano pluralismo. Pero cuando están en juego, frente a tales desafíos, los bienes más importantes de la Nación, no podemos desconocer o hacer “oídos sordos” a tan lúcidas enseñanzas del Padre de la Patria. 
Quien, sin embargo, no desconfiaba, desesperanzado, de las virtudes de nuestro pueblo, cuando lo veía viril, enérgico y bien gobernado, enfrentando en Guerras victoriosas a Francia e Inglaterra, las Grandes Potencias del momento: “los interventores habrán visto que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir la boca – decía en carta a Guido de 1846- : a un tal proceder, no nos queda otro partido que el de (…) cumplir con el deber de hombres libres”. Eran tiempos que en los valores principales que se inculcaban en la vida pública, más allá de errores y abusos, eran precisamente, la religión, la ley natural, el orden, una república anclada en las virtudes, el federalismo, la armonía entre las clases sociales y la soberanía nacional. Ni dejaba de reconocer que la Argentina podía ordenarse y salir adelante, cuando se hacían las cosas como corresponde. Y así, pudo enviar una última carta a Rosas en 1850, tres meses antes de morir, en la que afirmó que “como argentino me llena de verdadero orgullo, al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida patria; y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles, en que pocos Estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados, yo felicito a Ud. sinceramente, como igualmente a toda la Confederación Argentina”. 

Que los argentinos del siglo XXI podamos hacernos acreedores de elogios como éste y que le devolvamos a la Argentina la grandeza por la que el Padre de la Patria batalló con heroísmo hasta el fin de sus días.
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Fuente: Crítica Revisionista, 19 de mayo de 2015



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