MAPUCHES

 


 un conflicto ajeno a la historia de los vínculos entre indígenas y conquistadores


Por Roberto Azaretto


Publicado en Infobae el 25 de octubre de 2021

 

A los actos terroristas que tienen lugar en las zonas cordilleranas de Neuquén, Río Negro y Bariloche, se suman las declaraciones de altos funcionarios y del propio Presidente de la Nación abdicando de funciones básicas del Estado como la de dar seguridad y defender la integridad territorial de la Nación. (...)

Sobre los conflictos ocurridos desde la llegada de los conquistadores españoles y la colonización de estos territorios, se han dicho, con liviandad y frivolidad, muchas falacias, en particular sobre las políticas promovidas por los gobiernos posteriores a la independencia y más acentuadas aun en referencia a la campaña preparada y ejecutada por el general Julio Argentino Roca, cumpliendo leyes votadas por el Congreso Nacional.

La Argentina tuvo una importante población amerindia en el noroeste, en particular en la Mesopotamia santiagueña y los valles precordilleranos andinos y en Cuyo. Población en general agricultora. Otros grupos considerables estaban en las riberas de los grandes ríos del Litoral y del Chaco.

En cambio era muy escasa la población nómade de las llanuras pampeanas y la Patagonia. Buenos Aires, luego del incendio provocado por los querandíes, no sufrió agresiones en los 5 años posteriores hasta que fue abandonada.

Los enfrentamientos duros en los tiempos de la conquista tuvieron lugar en los valles calchaquíes con varias guerras sangrientas durante el siglo XVII y los poblados cercanos al Chaco. Es que la difusión del caballo y el arribo del ganado europeo, vacunos, ovino y caprino significó un botín para las tribus y el caballo posibilitó ampliar el radio de acción de sus correrías.

Durante el dominio de la Corona española fracasaron las fundaciones en la Patagonia. Sólo sobrevivió Carmen de Patagones. Misiones de los jesuitas en Río Negro y Neuquén fueron destruidas y los misioneros asesinados. El lago Mascardi lleva el nombre del padre Mascardi, fundador de una misión en las cercanías de Bariloche, asesinado en 1698. Igual suerte corrieron otros jesuitas en intentos posteriores.

El incremento de población en la campaña bonaerense, el cambio paulatino de una ganadería silvestre, buscando los ganados cimarrones, por una ganadería de cría, que lleva al establecimiento de las primeras estancias, ocasiona conflictos en el siglo XVIII en la campaña de Buenos Aires. Se crea el cuerpo de Blandengues y se erigen fortines en Mercedes, Lobos y Chascomús. Se ha iniciado el proceso de araucanización de este lado de la cordillera. Son pueblos sin parentesco con las tribus de este lado.

A partir de 1820, entran malones dirigidos por oficiales españoles refugiados en el sur de Chile, que establecen alianzas con tribus araucanas. En 1820 atacan Pergamino, Salto y Rojas, al grito de ¡Viva Fernando VII! También Miguel Carrera, en su campaña anarquista, asuela nuestro territorio con tribus chilenas.

Entre esos realistas sobresalen los hermanos Pincheira, que establecen su base de operaciones en Malargüe. Recién serán vencidos en 1831 por un ejército chileno de dos mil hombres al mando del general Bulnes que cruza la cordillera para batirlos.

El avance de la Frontera

Antes de 1810 el Marqués de Sobremonte inicia un avance paulatino al sur. Son el resultado de esa iniciativa las fundaciones de los fuertes de San Rafael en el sur mendocino y de la Carlota y Río Cuarto en Córdoba. El primer pueblo traspasando el Salado es creado por el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón. Durante la gobernación de Martín Rodríguez se construyen fuertes en Tandil y Azul y estancieros como Ramos Mejía habían cruzado el Salado con acuerdo con los caciques.

La Campaña de Rosas es incompleta, el general Pacheco llega a la confluencia de los Ríos Neuquén y Limay, pero no se dejan guarniciones permanentes ni tampoco sobre el Colorado. Rosas ha permanecido en el campamento de Bahía Blanca, sus órdenes son claras: indio argentino prisionero, a las estancias para que aprenda a trabajar; indio chileno apresado: ejecutado.

La decisión de Rosas de admitir el ingreso de Calfucurá, emigrado de Chile por su colaboración con los realistas, nadie la ha podido explicar. Al poco tiempo de radicarse en Carhué, ejecuta la matanza de tehuelches y de borogas, tribu también proveniente de Chile llegadas a la Argentina unos años antes. Algunos de los sobrevivientes no dudarán, años después, en colaborar con las tropas argentinas en sus combates contra el señor de Salinas Grandes.

Rosas en su segundo gobierno implementa el “negocio pacífico”: comprar seguridad a cambio de provisiones y regalos. Periódicamente parten caravanas con ganado vacuno y caballadas, yerba, tabaco, aguardiente, uniformes, algo de dinero. Se evitan grandes malones en Buenos Aires, persisten los pequeños y algunos grandes en las provincias vecinas.

Las guerras civiles llevan a algunos oficiales derrotados a refugiarse en las tolderías como fue el casos de Manuel Baigorria y el de los hermanos Saá, del bando unitario. Desertores, matreros y negociantes pululan en los toldos. Calfucurá recibe los diarios de Buenos Aires y tiene escribas para leer y redactar su correspondencia. Muchos de esos blancos participan en los malones como lo harán algunos caciques junto a las fuerzas del gobierno.

¿Genocidio?

El escritor anarquista Osvaldo Bayer instaló la idea de un genocidio, verdadera banalización de una palabra que describe horribles masacres para eliminar a un pueblo por su raza o por su fe.

Mal se puede hablar de genocidio cuando hubo combates feroces y victorias indígenas sobre ejércitos mandados por el gobierno como sucedió con columnas al mando del general Hornos y otra con la jefatura de Mitre.

En la batalla de San Carlos de Bolívar, en marzo de 1872, el general Rivas enfrentó a Calfucurá, con una división de 695 soldados y 940 indios conducidos por los caciques Cipriano Catriel y Ignacio Coliqueo. Calfucurá contaba con 3500 hombres, una parte traída desde Chile y a su jefatura sumaba a Namuncurá y a Epumer, hermano de Mariano Rosas. Venían de un malón contra los pueblos de 25 de mayo y 9 de julio, con 150 mil vacunos y 500 cautivos. Las cargas de Cipriano Catriel fueron importantes para lograr el triunfo sobre Calfucurá.

Mitre en su presidencia entregó numerosas tierras a caciques amigos como Coliqueo. En la defensa de Bahía Blanca se destacaban Ancalao, Linares, Gauyquil, y todos recibieron tierras. Otro de los beneficiados fue el jefe boroga Rondeau. Esa política fue continuada por Roca. En el caso de los Ancalao, les fueron permutadas sus 7 mil hectáreas en Bahía Blanca en la segunda presidencia del general Roca al necesitárselas para construir la base naval de Puerto Belgrano. En compensación obtuvieron 120 mil hectáreas en Norquinco, entre Río Negro y Chubut.

 

La Constitución Nacional, en el inciso 17 del artículo 17, reconoce la preexistencia de estas poblaciones y el derecho al respeto a las tierras otorgadas. Algunas comunidades, a partir de la provincialización de los territorios nacionales, han sufrido avances sobre sus tierras y el gobierno nacional está en mora desde 1994 en cumplir con el mandato constitucional.

 

Aclaración

Los descendientes de las tribus amigas, como los que enfrentaron al gobierno hasta la rendición en 1884 de Namuncurá, no tienen vinculación con estos atentados vandálicos que aterrorizan a los pobladores. Desde mediados del siglo pasado, han emigrado numerosos araucanos, por razones económicas o para eludir a la justicia chilena aprovechando la falta de puestos de control en numerosos pasos fronterizos. En estos nuevos residentes está la raíz del conflicto, que se ha acentuado desde la guerra de las Malvinas. Resulta llamativa que la sede de un movimiento promotor de un estado mapuche se ubique en la ciudad británica de Bristol.

LA VERDAD SOBRE LA MENTIRA MAPUCHE

 


La mirada del vicepresidente del Instituto de Estudios Históricos Julio Argentino Roca sobre los últimos acontecimientos y los atentados incendiarios en la Patagonia


Rolando Hanglin


Infobae, 22 de Octubre de 2021

 

Casi todos los sabihondos se esmeran en traducir la palabra “mapuche” y deletrean “mapu” (tierra) y “che” (gente) por lo tanto “gente de la tierra”. Muy interesante pero: ¿De cuál tierra están hablando?

 

La traducción literal sería “paisano”. No es una nacionalidad, ni los araucanos fueron jamás una nación. Se trata de los habitantes de la región del río Arauco, en Chile. Grupo humano aguerrido, de temperamento militar, que resistió valientemente al imperio incaico y luego al español, obligándole a reconocer una frontera, que era el río Bío-Bío, en Chile.

 

Los primeros europeos que llegaron a la Costa Atlántica de América (es decir acá, en nuestro Sur) encontraron a un nativo que era casi un gigante. Lo llamaron “patagón” por el tamaño descomunal de sus pies. Conviene recordar que el porte corporal de los europeos, en aquel entonces, era más bien chico. Como puede verificar el que visite el museo de la Lidia en la Plaza de Toros de Ronda, Andalucía, donde se exhiben las minúsculas chaquetillas de los toreros de otros siglos. El caso es que estos tehuelches grandotes eran pacíficos y tal vez bohemios: al parecer las mujeres eran a veces más altas que los varones. Con el tiempo se supo que su verdadero nombre era “guenaken” y que los araucanos pertenecían al tipo “ándido” en términos antropológicos, de estatura mediana y cuerpo compacto. Los apacibles tehuelches recibieron muy bien a los cristianos, incluyendo a los galeses que hace siglos desembarcaron cerca de Madryn. Incluso algunos paisanos hablaban algo de galés.

 

Mientras tanto, la Cordillera de los Andes no era un paso infranqueable. Muchos indios, en el siglo XV, la cruzaban con el propósito de cazar, comerciar o explorar la pampa infinita. Algunas comunidades de origen araucano se instalaron (es difícil precisar la fecha) como los ranquilches o ranqueles, los vorogas de Vorohué (chile) y otros grupos que comerciaban con los tehuelches. Tal vez estuvieron en guerra, tal vez se mestizaron: estamos hablando de Sudamérica antes de la instalación del caballo español, que cambió totalmente las costumbres y las posibilidades físicas de unos y otros.

 

Siguiendo el preciso estudio de Estanislao Zeballos en “Callvucurá y la dinastía de los Piedra”, (1928) el gran lonco (jefe militar) Piedra Azul cruzó la Cordillera en 1833, con un batallón montado, y anunció mediante mensajeros su visita para intercambiar tejidos, Pullcu (licor) y artesanías con sus lejanos parientes vorogas. Esto era en Chilihué (Pequeño Chile) cerca de Salinas Grandes. El jefe Rondeau le dijo que sí, y Callvucurá avanzó. Pero en el camino los forasteros, a traición, mudaron caballos y montaron los potros de pelea (los mejores) y entraron a la toldería de Rondeau, pasando a degüello a todos los loncos y capitanejos. Así se estableció don Juan, que al poco tiempo era llamado el Napoleón de las Pampas. Una vez dijo: ”Soy chileno pero estoy hace 30 años en esta tierra porque me mandó llamar Rosas, el gobernador”.

 

¿Qué autoridad podía tener Rosas en 1833 y en Chile?

 

El caso es que durante siglos se desarrolló la industria del malón. Asaktar las estancias, degollar hombres y raptar mujeres jóvenes, arreando miles de cabezas de ganado en un campo sin alambrados. Frecuentemente era vendido en Chile. Pero también en localidades argentinas.

 

En tiempos de Callvucurá, existió la Confederación de Salinas Grandes, con su papelería y su sello que funcionaba como una frontera bélica y una tortura para el paisano argentino. Los tehuelches y otras etnias argentinas como los querandíes (tal vez parientes de los charrúas, chanáes o guaraníes del litoral) habían sido absorbidos entre guerras y malones.

 

El remedio argentino fue cruel: dos conquistas del desierto, una de Rosas y otra de Roca, completada en 1879, pero allí nació un gran país, abierto a la inmigración, la agricultura y el progreso.

 

En ese país, los araucanos son ciudadanos argentinos. En toda la Patagonia se saluda con el “mari-marí” y se habla el mapudungún. El último argentino que habló “tehuelche” (lengua de esta tierra) fue don Rodolfo Casamiquela. Los paisanos tienen sus campos, sus vecinos, sus propias creencias, y no quieren saber nada de formar una Nación Mapuche independiente. Son argentinos y muy patriotas. En la expulsión de Callvucurá intervinieron los loncos argentinos Catriel y Coliqueo.

 

Esa es la historia. Perdón si la simplifico: hay que “agarrar los libros”, como decía el Ñato Desiderio.

 

En el futuro , si le choca la palabra “indio” piense que la tierra en que vivimos se conocía como “las Indias” y nosotros sus habitantes como “los indianos”... y a mucha honra.

 

Pd: a mi juicio, don Juan Calfucurá, su hijo don Manuel Namuncurá y otros grandes como Cipriano Catriel e Ignacio Coliqueo deben ser estudiados en la Enseñanza Argentina. Ellos, sus creencias y sus fechas sagradas pertenecen a nuestro país.

EL PRIMER GOLPE MILITAR

 


 el papel de San Martín, Rivadavia entre las cuerdas y un gobierno desprestigiado


Adrián Pignatelli


Infobae, 8 de Octubre de 2021

 

El 12 de septiembre de 1812 José de San Martín, 34 años, se casó con Remedios de Escalada, de 15. La luna de miel en la quinta de San Isidro que era de María Eugenia, la hermana mayor de la novia, seguramente no fue larga. El convulsionado clima político que se respiraba en Buenos Aires requería un cambio de rumbo para concretar los planes libertadores que el militar, formado en España, traía junto a sus socios de la Logia Lautaro.

Se había ido del país en 1784 a los seis años y cuando bajó a tierra era un teniente coronel de caballería fogueado durante veinte años en los campos de batalla peleando para la entonces madre patria. Tenía todas en contra: era un militar sin recursos, sin familia en Buenos Aires ni amigos y su único contacto con la sociedad porteña era Carlos María de Alvear.

 

Había llegado a un país que necesitaba un cambio.

 

Eran palpables las diferencias entre morenistas y saavedristas. Los primeros eran proclives a llevar la revolución a fondo, rompiendo con España. Y los que seguían a Cornelio Saavedra, se veían reflejados en los grupos locales que buscaban una conciliación con España, y que siempre estuvieron mirando qué pasaba en Europa antes de tomar decisiones drásticas. Alejado Moreno, su contrincante quedó dueño de la situación pero su modo vacilante de manejarse hizo que rápidamente concentrase las antipatías del Cabildo, de los militares y de la gente. La derrota que el ejército patriota sufrió en Huaqui el 20 de junio de 1811 fue el golpe de gracia y así nació el Primer Triunvirato.

 

Este gobierno, conformado por Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso, fue concentrando poder, emanado de un Estatuto Provisorio que elaboró para tal fin. Primero disolvió la Junta Conservadora, organismo con atribuciones legislativas. Quiso mostrar un equilibrio indultando a morenistas, incorporando algunos al gobierno. Pero este sector, al ver la orientación del gobierno, se le puso en contra. No demoraron en aparecer los artículos demoledores de Bernardo de Monteagudo en La Gaceta contra el Triunvirato y Rivadavia, el secretario de ese ejecutivo que, si bien no tenía derecho a voto, poseía mucha influencia.

 

Fue ese gobierno el que aceptó la escarapela creada por Belgrano pero también puso el grito en el cielo cuando se enteró de la creación de la bandera y que recomendó esconderla a partir de una razón concreta: ante el peligro de una invasión lusitana, Gran Bretaña prometió frenarla a cambio de no exacerbar más los ánimos de España, entonces su aliada contra Napoleón. Y una bandera propia era una provocación extra.

 

No respetó las opiniones de las provincias, la prensa había sido censurada y se patrullaba la ciudad para desalentar manifestaciones contra el gobierno. El Primer Triunvirato reconoció la autonomía del Paraguay, levantó el sitio de Montevideo -bastión realista- y trajo las tropas para reforzar Buenos Aires, persiguió a José Artigas y frenó las acciones militares. Beruti en sus Memorias Curiosas describió el clima que se vivía: “Cansados de sufrir el despotismo y arbitrariedades del gobierno…”

 

Hacía poco que San Martín había llegado a Buenos Aires cuando, en una reunión, se expresó a favor de la monarquía como un futuro gobierno en estas tierras. Rivadavia le arrojó una botella a la cara: “¿Con qué objeto viene usted entonces a la República?”, preguntó. “Con el de trabajar por la independencia de mi país natal, que en cuanto a la forma de su gobierno, él se dará la que quiera en uso de esa misma independencia”.

 

Cobró fuerza el grupo morenista en torno a la Sociedad Patriótica y a Bernardo de Monteagudo, que bregaban por la independencia, tema que no estaba en la agenda del Primer Triunvirato.

 

En dos oportunidades, Rivadavia se vio obligado a disolver la asamblea general prevista por el Estatuto Provisorio porque había sido copada por miembros de la Logia Lautaro. Cuando el gobierno incorporó a miembros adeptos, a Rivadavia se le vino el mundo abajo cuando se conoció la noticia del triunfo de Manuel Belgrano en Tucumán, que dio batalla desoyendo sus órdenes de retirarse a Córdoba. El desprestigio era total.

 

Así se llegó al jueves 8 de octubre de 1812. A la una de la madrugada de ese día las tropas ocuparon la plaza y los cañones al mando de Manuel Pinto apuntaban hacia el Cabildo y otros dos contra las casas consistoriales, lugares de reunión y deliberación de los funcionarios locales. Se distinguían los granaderos de José de San Martín, acompañado por Carlos de Alvear, ubicados a la izquierda del Fuerte; a la derecha, el Regimiento N° 2 al mando de Francisco Ortiz de Ocampo.

 

Pero no solo soldados dominaban el lugar. La plaza estaba colmada de civiles, partidarios de la Sociedad Patriótica, llevados por Monteagudo y Julián Álvarez. Paso, que hacía unos meses había renunciado al Triunvirato luego de pelearse con Chiclana, también había llevado a su gente. Rivadavia y Juan Martín de Pueyrredón –que reemplazó a Paso- se habían ocultado. Hubo exaltados que fueron a la casa de éste último y le apedrearon las ventanas. Los morenistas acusaban a Pueyrredón de quedarse con parte de los caudales rescatados en Huaqui y de jugar a dos puntas, tanto con saavedristas como con morenistas.

 

En la plaza se pedía el fin del gobierno y la convocatoria a una asamblea general que, en definitiva, declarase la independencia y dictase una constitución. Debió ser un tema de debate dentro de la logia si debía presionar de esa manera, ya que su programa de acción la convulsión era una medida extrema.

 

Era como si el tiempo hubiese vuelto a mayo de 1810, era como empezar de nuevo.

 

El Cabildo consultó a los jefes militares, quienes se negaron a opinar y dijeron que respaldarían lo que decidiese el pueblo. Como la indecisión en el gobierno era notoria, los jefes militares propusieron los nombres de los miembros de la logia Lautaro, Antonio Alvarez Jonte y Nicolás Rodríguez Peña y se completó el trinomio con Juan José Paso.

 

“¡No perdamos más tiempo! -exigió San Martín al Cabildo. Les advirtió que el clima se tornaría más hostil y que había terminar con esta situación de indecisión, y se retiró.

 

Finalmente el Cabildo cedió y surgió el Segundo Triunvirato. Nuevos vientos soplarían en el Río de la Plata: en enero del año siguiente comenzaría a sesionar la Asamblea del Año XIII, San Martín fue designado para custodiar las riberas del río Paraná, Manuel Belgrano recibió la orden de avanzar hacia el Alto Perú y se harían operaciones militares contra la Banda Oriental, enclave de los españoles en el Río de la Plata.

 

El 17 de octubre llegaron a la ciudad las banderas tomadas a los españoles en la batalla de Tucumán y todo fue festejo en la ciudad.

 

La relación entre San Martín y Rivadavia, a partir de entonces, fue mala. Cuando en plena campaña libertadora, pidió fondos y ayuda a Buenos Aires, Rivadavia se los negó. San Martín había hecho oídos sordos a los pedidos del gobierno porteño de involucrarse en la guerra contra los caudillos del interior. Cuando San Martín regresó a Mendoza, hasta le pusieron espías y hubo planes para matarlo cuando pretendiera volver para despedir a su esposa moribunda.

 


Luego del golpe del 8 de octubre de 1812, San Martín saldría con su flamante cuerpo de granaderos hacia las costas del Paraná. En pocos meses tendría el bautismo de fuego en tierra americana en San Lorenzo.

 

La última medida del Primer Triunvirato la tomó el día anterior al golpe: anunció la aplicación de un impuesto de un 20% sobre el consumo interno de carne. La historia que se repite.

SAN MARTÍN CON MIRADA POLÍTICA

 


 Sebastián Sánchez

 

Los que tenemos el consuelo

De saber que la patria es un ensayo de esperanza y de cielo,

Los de la patria antigua y el acento inmortal

Los de la sangre limpia, ¡con usted, General!


Ignacio B. Anzoátegui, ‘Oda al General San Martín’

 


La historia oficial ha falseado la figura de San Martín por “vía de ensalzamiento”, menoscabándolo, por ejemplo, al exaltar su ciencia militar y a la vez señalar su “cortedad” en materia política. Ese fue el método avieso de Mitre, que dejó el libreto, de modo que “pegarle” a San Martín ha sido el deporte dilecto de los historiadores al uso. No queremos aquí responder los agravios al General -mejores plumas se han ocupado de eso- sino trazar unas líneas acerca de su obra política, soterrada bajo una montaña de elogios vanos y desfiguradores.

 

Dice Enrique Díaz Araujo que el primer paso en la vida política de San Martín fue venir a Indias, decisión que tomó ante la deriva liberal de la afrancesada corona española y la ilegitimidad del Concejo de Regencia, ese artificio pergeñado por los ingleses en la Isla de León.

 

A poco de llegar al Plata, y antes de emprender su campaña guerrera, Don José se enfrentó al centralista Primer Triunvirato y depuso a Bernardino Rivadavia, que poco antes había expulsado a los diputados del Interior, mandándolos a “quedarse en casa”.

 

Cuando, tras el combate de San Lorenzo, el General fue enviado en auxilio del Ejército del Norte, sus enemigos Rivadavia y Alvear creyeron que así lo corrían de escena. Pero San Martín no sólo auxilió exitosamente a Belgrano, sino que una vez instalado como Gobernador-Intendente de Cuyo, llevó un gobierno notable que le granjeó la amistad de las provincias de tierra adentro. Y todo mientras organizaba el Ejército de los Andes. Asimismo, desde Mendoza fue partícipe directo de la declaración de la Independencia, de modo tal que, sin él, y Belgrano, el Congreso de Tucumán -católico, monárquico y “protofederal”- no hubiese sido posible.


Después vendría el Cruce de los Andes -y Chacabuco y Maipú- y todo en medio de las pestes que azotaban a nuestro Ejército (y al propio Libertador), sin que a nadie se le ocurriera guardarse en cuarentenas eternas. Y, una vez libertado Chile, la hora de la “desobediencia” de San Martín (Mitre “dixit”), que fue su negativa a convertirse en el represor de los caudillos -entre ellos, sus amigos López y Bustos- para saciar la codicia despótica del régimen porteño. Don José hizo caso omiso y se quedó en Chile, preparando la campaña libertadora al Perú.

 

EL PROTECTOR

El Protectorado de Perú, que ofrece un retrato preclaro del San Martín político, se sostuvo en dos ejes principales: la búsqueda de la independencia, proveyendo al país de un gobierno fuerte, y la garantía de continuidad de la tradición cultural, jurídica y religiosa americana.

 

El Protector instauró en Perú una dictadura, convencido de que nuestros pueblos necesitaban gobiernos fuertes y justos. No se asuste el lector con la mención de la vapuleada palabra: San Martín promovió una magistratura extraordinaria -así se entendía la dictadura en la antigua Roma- para evitar las consecuencias negativas de la Independencia: desunión, fragmentación territorial de los antiguos virreinatos, anarquía destructiva.

 

Asimismo, a través del Estatuto Provisional de 1821, el instrumento constitucional de su gobierno, Don José promovió el respeto de las tradiciones e instituciones hispanas (siempre a salvo la Independencia, claro). A modo de ejemplo, mantuvo incólume la estructura de Justicia y el régimen municipal de los cabildos, en la medida en que pertenecían al “ethos” jurídico-político del país.

 

En el marco de esa tenacidad tradicionalista se entiende el resguardo de la religión católica como la propia del Estado, tal como ordena el artículo 1° del Estatuto. Allí se afirmaba la libertad religiosa, pero se omitía toda referencia a la libertad de culto, pues para profesar otras religiones era necesario obtener un permiso del Consejo de Estado “siempre que su conducta no sea trascendental al orden público”. No es ésta una cuestión menor: San Martín advirtió que la libertad de culto, tópico central de las constituciones racional-normativas del liberalismo, conlleva la ruptura de la unidad religiosa. En tal sentido, según el aserto de Díaz Araujo, el Protectorado fue un Estado confesional.

 

La paz con España fue otra cuestión cardinal del Protectorado, siempre con la “conditio sine qua non” de la independencia del país. Ese ánimo pacificador se reveló en las conferencias de Punchauca-Miraflores, en las que el Libertador propuso el establecimiento de una monarquía en el Perú (con ánimo de extenderla a Chile y al Plata). La paz no fue posible por la negativa de los realistas que se resistieron, vaya paradoja, a la posibilidad de la monarquía peruana.   

 

En síntesis, el plan de San Martín era lograr la independencia del país andino, hacer la paz con España y dejar gobernando a un monarca. Pero el General no pudo y fue derrotado, en parte por la miopía egocéntrica de Bolívar, en parte por la pertinaz persecución de sus enemigos liberales.

 

La derrota política de San Martín, que no puede negarse ni afecta su grandeza, impidió la continuidad de la unidad de la Patria Grande y terminó por asegurar el enseñoramiento de las logias liberales en los gobiernos de nuestras patrias. Por eso la Dictadura de Juan Manuel de Rosas le pareció a Don José “un modelo a seguir por todos los estados americanos”, pues daba continuidad a su proyecto político. Pero Rosas combatió hasta el desastre de Caseros y también partió al ostracismo. El trágico sino del destierro para nuestros más grandes próceres de algún modo prefigura la permanente frustración argentina. San Martín y Rosas nos dejaron el camino a seguir, no es culpa suya que lo hayamos perdido. 

   

SAN MARTÍN Y NOSOTROS

Forjado en la prudencia política, la virtud propia del que manda, Don José sabía “leer dentro” de la realidad y obrar en consecuencia. Decía en carta a su dilecto Tomás Guido que “el mejor gobierno es el que hace la felicidad de los que obedecen empleando los medios adecuados a tal fin”. Toda una definición prudencial.

 

San Martín combatió en búsqueda de una independencia que respetara el “ethos” americano, para que nuestras patrias se realizaran en un orden político justo, con gobiernos vigorosos y afirmados en el respeto al orden natural. Por eso libró el buen combate contra los libertinos y por eso fue monárquico (como Güemes y Belgrano), pues entendió que la reyecía aseguraba la continuidad de un régimen acorde a nuestra naturaleza cultural.

 

A dos siglos de la epopeya sanmartiniana, los argentinos vemos con doloroso estupor la debacle de nuestra independencia económica, política y jurídica. Lo que hoy “mandan”, distraídos como están en sus fenicios afanes partidocráticos, tiran a la basura la sangre de tantos miles de compatriotas que -desde San Lorenzo a Pradera del Ganso- dieron la vida por una Argentina justa y libre. 

 

Padecemos hoy los desvaríos de un remedo patético de triunvirato -como en 1820, el centralismo porteño determina la vida de todos nosotros- que promueve el desorden y la injusticia. El patriótico anhelo sanmartiniano de lograr un orden político centrado en el Bien Común, ha devenido en este innoble desgobierno que, ante el desastre de sus propias inquinas e incapacidades, desprecia a los argentinos conculcando sus más elementales libertades.

 

En 1834, cuando el retorno de Rosas al gobierno aún estaba en ciernes, Don José escribió una carta a Guido, en la que maldecía la cínica paradoja de los que vociferan amor a la libertad, mientras sólo promueven esclavitud. Juzgue el lector si estas palabras no se ajustan al día de hoy:

 

“Los hombres no viven de ilusiones sino de hechos. Que me importa que se repita hasta la saciedad que vivo en un país de libertad, si por el contrario se me oprime. ¡Libertad! Para que un hombre de honor se vea atacado por una prensa licenciosa, sin que haya leyes que lo protejan. ¡Libertad! Para que, si me dedico a cualquier género de industria, venga una revolución que me destruya el trabajo de muchos años y la esperanza de dejar un bocado de pan para mis hijos. ¡Libertad! Para que se me cargue de contribuciones a fin de pagar los inmensos gastos originados porque a cuatro ambiciosos se les antoja, por vía de especulación, hacer una revolución y quedar impunes. ¡Libertad! Para que el dolo y la mala fe encuentren una completa impunidad, como lo comprueba lo general de las quiebras fraudulentas acaecidas en ésta. Maldita sea tal libertad, ni será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona, hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos llamen tirano y que proteja contra los bienes que brinda tal libertad”.

 

En sus últimos tiempos en Perú, poco antes de la Entrevista de Guayaquil, el General San Martín le confió a Guido sus planes futuros: tras lograr la independencia quería “volverse con las bayonetas hacia Buenos Aires” para desalojar de allí a los hombres de “infernal conducta”. Sin ceder a la tentación de la historia contrafáctica, podemos decir, casi como una ensoñación: ¡que distinta sería la Argentina si aquellas bayonetas hubieran llegado a destino!