LA REPATRIACIÓN


 de los restos de Rosas, que creó su propia “pampa” en el exilio y tomaba mate con los ingleses

 

Adrián Pignatelli

 

Infobae, 30 de Septiembre de 2022

 

Vivió al día y se alimentaba de lo que producía en los 140 acres de la granja que alquilaba en Swanthling, a unos kilómetros de Southampton, sobre el camino a Londres. Se negaba o directamente ignoraba las invitaciones a recepciones porque no tenía qué ponerse. Había quedado en el pasado las visitas que intercambiaba con su amigo Lord Palmerston, que ya había fallecido.

 

Había dejado la casa que ocupaba en la ciudad en 1862 y esa granja se transformó en su residencia definitiva, donde moriría a las siete de la mañana del miércoles 14 de marzo de 1877, dos semanas antes de cumplir 84 años.

 

Juan Manuel de Rosas había caído en cama por un enfriamiento que tomó, porque hasta último momento trabajó en el campo, a pesar de su edad y de sus achaques, entre ellos sus problemas de gota. A las ocho de la mañana comenzaba su jornada de trabajo que interrumpía una hora al mediodía para almorzar. Luego seguía hasta las cinco de la tarde, tiempo en que se ponía a escribir, preferentemente a lápiz. Tenía varios con la punta preparada, para no perder tiempo.

 

En Argentina le habían confiscado sus propiedades, la legislatura lo declaró en 1857 “reo de lesa patria”, no tenía contacto con su familia ni con su hermano Prudencio, que vivía holgadamente en un palacete en Sevilla. Se animó a escribirle a Justo José de Urquiza por su situación, y éste lo ayudó económicamente. Lo seguiría haciendo su viuda, cuando el entrerriano fue asesinado en 1870.

 

En el dormitorio de su granja guardaba, en armarios, papeles, documentos y libros, que había logrado rescatar cuando dejó Buenos Aires. Decía que los ayudarían a defenderse de las acusaciones de sus enemigos.

 

Rosas siempre fue personaje algo pintoresco para los lugareños. Lo recordaban montado a caballo y con esa extraña costumbre de tomar mate, hábito que logró imponer entre los ingleses del lugar. El idioma, que había empezado a estudiarlo junto a su hija Manuelita en el barco que lo llevó a Gran Bretaña y que siguió con lecciones en Southampton, lo hablaba mal pero lo hacía de corrido.

 

Lo que primero fue un enfriamiento, el sábado 10 de marzo se había transformado en neumonía. Lo atendió su vecino y amigo, el doctor John Wiblin.

 

Su hija Manuelita, que vivía en Londres, y que solía visitarlo dos veces al año junto a su marido Máximo Terrero y sus hijos Rodrigo Tomás y Manuel Máximo, recorrió los 120 kilómetros y llegó el lunes.

 

Tenía otro hijo, Juan Bautista, que lo había acompañado junto a su familia en su exilio. Había regresado a Buenos Aires en 1855, y no había ido a despedirlo.

 

Rosas tomó como una traición el hecho de que su hija haya decidido casarse. No asistió a la boda y en cartas a allegados se lamentaba que “me ha dejado abandonado”.

 

El anciano volaba de fiebre y se conmovía con los accesos de tos. Si bien el martes había mejorado, en las primeras horas del miércoles 14 de marzo su hija, que dormitaba junto a su cama, lo besó como acostumbraba, y al hacerlo en la mano la notó muy fría.

 

“¿Cómo se siente, tatita?”.- Preguntó.

“No sé, m’ hija”. Fueron sus últimas palabras.

 

El lunes siguiente fueron los funerales en el cementerio local. El 24 el Southampton Times & Hampshire Express publicó una breve necrológica, que informaba que “su excelencia” el general Juan Manuel de Rosas había muerto de inflamación a los pulmones.

 

El féretro de roble inglés macizo y lustre francés, cubierto por un paño negro que tenía una cruz blanca, fue acompañado por dos coches fúnebres. Fue una ceremonia corta, de la que participaron unos pocos allegados. Se cumplió su deseo, de que en su despedida al más allá solo se rezase una misa.

 

Muy lejos, en Buenos Aires, al llegar la noticia, viejos federales salieron a manifestar, lo que dio lugar a que otros viejos unitarios, que habían sufrido la persecución y el exilio, hicieran lo mismo y tuvieran como blanco el sepulcro de Juan Facundo Quiroga en La Recoleta, donde intentaron enlazar por el cuello a la Dolorosa, la escultura que coronaba el sepulcro. El gobierno prohibió a los familiares de Rosas rezar una misa en su memoria.

 

El 3 de febrero de 1899 su caserón de Palermo fue dinamitado y el extenso parque que lo rodeaba pasó a llamarse, a partir de la presidencia de Domingo F. Sarmiento, Tres de Febrero, que recordaba la batalla de Caseros. El 25 de mayo de 1900 un busto del ex presidente fue colocado en el centro de lo que había sido la residencia del ex gobernador de Buenos Aires.

 

Desde entonces, hubo varios intentos y proyectos de repatriar sus restos. El 30 de octubre de 1973 la misma legislatura que lo había condenado retiró los cargos, hubo un proyecto en el tercer gobierno de Juan D. Perón que su muerte frustró, y en el comienzo del gobierno de Carlos Menem se concretó.

 

El 21 de septiembre de 1989, a las tres de la tarde, se realizó la exhumación. Trámites que la burocracia inglesa prolonga por semanas, lo abrevió a solo una. Presenciaron el desentierro su tataranieto Martín Silva Garretón y Manuel de Anchorena. El féretro estaba en un nicho de mampostería, debajo de los de su hija Manuelita y su yerno Máximo Terrero. Al estar debajo de todo el trabajo demoró horas y se usó una pala mecánica para excavar. Tenía la tapa deteriorada. La inexperta manipulación había provocado la destrucción de algunos huesos. Los restos se pasaron a otro ataúd y fueron llevados a la funeraria Mallum.

 

El viernes 22 por la tarde el Boeing 707 de la Fuerza Aérea que llevaba los despojos aterrizó en el aeropuerto francés de Orly, en el sector reservado a los jefes de Estado. Habían colocado una alfombra roja y banderas argentinas y francesas a media asta. El féretro de madera clara, que contenía a otro estaba cubierto por dos banderas, la azul y blanca federal y la celeste y blanca, la misma que hasta el 2 de abril de 1982 había flameado en la entrada de la embajada argentina en Londres. Acompañaban los restos miembros de la Comisión Nacional de Repatriación, con Julio Mera Figueroa a la cabeza. Un grupo de gremialistas que se encontraba en Europa depositaron un poncho punzó sobre el ataúd.

 

El 27 de septiembre se abrió el féretro ante la presencia de sus descendientes. Los huesos, desarticulados, eran de color castaño y muchos estaban casi destruidos. El cráneo estaba volcado hacia la derecha y la mandíbula aún aprisionaba una dentadura postiza. Era todo lo que quedaba del que durante un cuarto de siglo había manejado con gobernado con mano de hierro la Confederación Argentina. Se hallaron además un crucifijo de madera y un plato de porcelana, que podría haber sido usado para colocar agua bendita durante el velatorio.

 

De Francia, el vuelo hizo escala en las islas Canarias y en Recife. El 30 de septiembre por la mañana llegó a Rosario, donde se hizo un acto en el Monumento a la Bandera, con misa y con la presencia de descendientes directos. Allí Carlos Menem pronunció su primer discurso como presidente e hizo una apelación a la unidad nacional. “Al darle la bienvenida al Brigadier General don Juan Manuel de Rosas también estamos despidiendo a un país viejo, malgastado, anacrónico, absurdo (…) En la unidad nacional nadie está obligado a renunciar a sus ideas ni a su juicio histórico; en la unidad nacional nadie está obligado a claudicar en sus opiniones sobre nuestro pasado”.

 

En el buque de la Armada Murature fue llevado por el Paraná hacia Buenos Aires. Una parada de rigor fue en la Vuelta de Obligado, con salvas y homenaje.

 

El 1 de octubre llegó al puerto de Buenos Aires y un multitudinario cortejo de jinetes vestidos a la usanza federal incluidos, acompañó el féretro a su destino final, la bóveda de los Ortiz de Rozas en el cementerio de La Recoleta.

 

No se cumplió la premonición de José Mármol de que “ni el polvo de sus huesos esta tierra tendrá”. En noviembre de ese año se inauguró un monumento con su figura que mira fijo al busto de Sarmiento, acérrimo opositor. Y el billete de veinte pesos llevó el rostro de ese anciano un tanto ermitaño que hablaba mal el inglés y que había convertido su granja en un rincón de la pampa argentina.

LA LEYENDA DE LA TIRANÍA


Por: Jordan Bruno Genta

 

Crítica revisionista, 26 de septiembre de 2022

 

Caseros es el primer triunfo decisivo de la política liberal en la Historia Argentina; no sólo extiende su influencia a todas las manifestaciones de la vida nacional, sino que logra imponer una gran falsificación de nuestra conciencia histórica para encubrir con la leyenda del tirano Rosas, la conducta desleal y oportunista de los emigrados, convictos y confesos de haber alentado la intervención extranjera y de haber negociado la desmembración del territorio; lo cual unido al oro que han recibido de los agentes imperialistas en pago de su inapreciable colaboración, configura la imagen siniestra de los "reos de lesa Patria", con la que ellos pretenden confundir a Rosas ante la posteridad. Y esta falsificación de nuestra Historia nos engaña acerca de lo que somos y tenemos que ser; nos extravía irremediablemente el juicio sobre las cosas que debemos respetar y las que debemos temer. La Patria es la Historia de la Patria.

 

¿Qué sentido del patriotismo y de sus deberes pueden tener los jóvenes argentinos que frecuentan el magisterio de los doctrinarios de la traición?

 

Leed y volved a leer esta respuesta de Alberdi a la pregunta sobre el deber argentino, con motivo del Bloqueo francés del Río de la Plata, publicada en "El Nacional" de Montevideo, el 28 de noviembre de 1838:

 

"¿Estará el deshonor, entonces, en ligarse al extranjero para batir al hermano? Sofisma miserable. Todo extranjero es hombre y todo hombre es nuestro hermano".

 

O esta apología de la traición de la Patria que Sarmiento hace en "Facundo", el más celebrado y difundido de sus libros; lectura obligatoria en nuestras escuelas públicas:

 

"… los que cometieron aquel delito de leso americanismo, los que se echaron en brazos de Francia para salvar la civilización europea, sus instituciones, hábitos e ideas en las orillas del Plata, fueron los jóvenes: en una palabra, fuimos nosotros". (III Parte, cap. 2).

 

Y la verdad es que estos doctrinarios de la traición, los jóvenes esclarecidos de la brillante generación de Mayo, son mentores oficiales de la juventud argentina que los reverencia como a personalidades próceres y maestros de conducta civil, mientras Rosas continúa siendo "un reo de lesa Patria" y un monstruo moral.

 

Es necesario que el defensor de la soberanía nacional, sea execrado por los siglos de los siglos, a fin de que Urquiza, López, Mitre, Sarmiento y Alberdi, aparezcan revestidos con las acrisoladas virtudes del patriotismo y de 1a. fidelidad. Se trata de un fallo inapelable, de una sentencia definitiva, de un dogma secular que debe ser acatado en nuestras interpretaciones y valoraciones históricas. Nadie puede intentar la más leve modificación de este prejuicio, consagrado por los más celosos partidiarios de la variabilidad de todas las cosas. No hay como los declamadores democráticos de la Evolución Universal, para decretar inmutabilidades en el seno mismo de. lo que cambia indefectiblemente.

 

Dudar de la divinidad de Cristo es signo inequívoco de una mentalidad evolucionada y progresista; pero poner en duda la monstruosidad de Rosas es una aberración mental y un crimen inexcusable. Tal es el criterio de liberales y masones.

 

Los medios que se emplean para asegurar y mantener esta gran falsificación de nuestra Historia, superan en viieza y en cobardía a los que se usaron para combatir a Rosas en el poder. El ensañamiento contra Rosas muerto es todavía mayor que el mostrado hacia Rosas vivo. No se retrocede ante ninguna valla; si es necesario so oculta o se tergiversa la misma evidencia. No se respeta ni se considera en absoluto el juicio más autorizado, si ese juicio reconoce el patriotismo, la prudencia y la honestidad de Rosas; ni siquiera si es. San Martín quien lo dice.

 

Los mismos que estiman insuficiente la medida humana para exaltar a nuestro Gran Capitán y levantan altares laicos (grotesco intento de entronizar la idolatría del héroe por odio a Dios), no le escatiman agravios toda vez que declara su adhesión o le testimonia su gratitud argentina a Rosas. El penegírico se cambia en vituperio: San Martín es un viejo obcecado y reblandecido, un necio que habla con suficiencia de lo que no sabe o un padre agradecido por los favores dispensados a sus hijos.

 

Sarmiento en su biografía del General San Martín que figura en la galería de hombres célebres de Chile - Santiago, 1854, no vacila en mentir con su impavidez habitual, además de atribuir a la debilidad senil de San Martín su adhesión a la causa de Rosas:

 

"Nada de particular presentan los últimos años de San Martín, sino es el ofrecimiento hecho al dictador de Buenos Aires de sus servicios en defensa de la independencia americana que creía amenazada por las potencias europeas en el Río de la Plata. El poder absoluto del General Rosas sobre los pueblos argentinos no era parte a distraerle de la antigua y gloriosa preocupación de la independencia, idea única, absoluta y constante de toda su vida. A ella había consagrado sus días felices, a ella sacrificaba toda otra consideración. la libertad misma. Pocos meses antes de morir, escribió a un amigo algunas palabras exagerando las dificultades de, una invasión francesa en el Río de la Plata, con el conocido intento de apartar de la Asamblea Nacional de Francia, el pensamiento de hacer justicia a sus reclamaciones por medio de la guerra. A la hora de su muerte, acordóse que tenía una espada histórica, o creyendo o deseando legársela a su patria, se la dedicó al general llosas, como defensor de la independencia americana... No murmuremos de esto error de rótulo en la misiva, que en su abono tiene su disculpa en la inexacta apreciación de los hechos y de los hombres que puede traer una ausencia de treinta y seis años del teatro de los acontecimientos, y las debilidades del juicio en el período septuagenario" (tomo III, página 296).

 

En otra página de su vastísima obra, comentando su visita a Grand Bourg, en el verano de 1845, emplea el mismo argumento para excusar a San Martín:

 

"…San Martín es el ariete desmontado ya, que sirvió a la destrucción de los españoles; hombre de una pieza, anciano batido y ajado por las revoluciones americanas, ve en Rosas al defensor de la independencia amenazada, y su ánimo noble se exalta y ofusca...

 

"…San Martín era un hombre viejo, con debilidades terrenales, con enfermedades de espíritu adquiridas en la veje z… " (tomo V, pág. 114).

 

El subrayado nos pertenece, y abarca casi todo el texto porque queremos destacar los recursos innobles de que se vale Sarmiento para desautorizar la actitud de San Martín hacia Rosas y, al mismo tiempo, para reducir la. agresión imperialista a un fantasma, engendrado por el delirio obsesivo de un pobre viejo. Y también porque es un testimonio de la falta de escrúpulos de que hace gala Sarmiento, toda vez que estima oportuno mentir para lograr un determinado efecto. Si escribe una biografía de San Martín para hacer el elogio del héroe de la independencia, no conviene en absoluto que el legado de su sable aparezca como una decisión lúcida y serena; nada más fácil para el llamado Maestro de América, que es un consumado maestro en estas habilidades: "A la hora de la muerte, acordóse que tenía una espada histórica, o creyendo y deseando legársela a su patria, se la dedicó al general Rosas… No murmuremos de este error de rótulo en la misiva que en su abono tiene su disculpa, en la inexacta apreciación de los hechos y de los hombres que puede traer una ausencia de treinta y seis años (suponemos que esta cifra es un error tipográfico) del teatro de los acontecimientos y de las debilidades de juicio en el período septuagenario".

 

Hemos repetido esta parte del texto para mostrar que solamente un impostor de oficio puede incurrir en esta burda falsificación y en esta inexcusable irreverencia. Si Sarmiento ignora en 1854 que San Martín había redactado su testamento seis años antes de morir, en estado de plena lucidez y dominio de sí, no puede ignorar,, que está inventando las circunstancias de la muerte del héroe para que, el legado a Rosas, aparezca como el acto irresponsable de un anciano moribundo que no sabe lo que hace.

 

El presidente de la Comisión Argentina de Montevideo, Dr. Valentín Alsina, le escribe a su amigo D. Félix Frías con motivo de la muerte de San Martín que acaba de conocerse en el Río de la Plata. El rencor que ha tenido que disimular en la obligada nota necrológica, lo desahoga en la discreta intimidad de la carta que está fechada en Montevideo, el 9 de noviembre de 1850:

 

" …Como militar fué intachable, un héroe; pero en lo demás era muy mal mirado por los enemigos de Rosas. Ha hecho un gran daño a nuestra causa con sus prevenciones, casi agrestes y serviles contra el extranjero.... Nos ha "dañado mucho fortificando allá y aquí la causa de Rosas, con sus opiniones y con su nombre; y todavía lega a un Rosas, tan luego su espada. Esto aturde, humilla e indigna  y. . . pero mejor es no hablar de esto... "

 

La verdad es que todavía "aturde, humilla e indigna" a los abogados de la Democracia. Dicen venerar al héroe nacional, pero descalifican sus juicios en cuanto se oponen a sus intereses creados. Prefieren las mentiras de Sarmiento a las verdades ele San Martín, porque son discípulos aprovechados de la escuela histórica que D. Salvador María del Carril inaugura en nuestra Patria, con sus recomendaciones a Lavalle después de la ejecución de Dorrego, en diciembre de, 1828:

 

"…si para llegar siendo digno de un alma noble, es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad. se embrolla: y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos.. . "

 

Los empresarios de la falsificación metódica y sistemática de nuestra Historia, con aparato documental y crítica científica o sin estas formalidades aparentes, se sienten plenamente justificados por esta doctrina de la mentira patriótica, gemela de la que auspicia la mentira piadosa a fin de que el hombre muera como una vaca y no como un hombre.

 

Claro está que esta doctrina suele revestirse con las denominaciones propias de las filosofías a la moda: y por esto es que en los días que corren, se llaman lo mismo existencialismo que pragmatismo.

 

La mentira patriótica es la "verdad existencial" o la "verdad pragmática"; algo así como una ficción consoladora, confortable y estimulante para la vida de las naciones y que debe administrarse de acuerdo con las necesidades de cada momento y al hilo de la existencia histórica.

 

Los pueblos, se dice, tienen necesidad de "mitos" o de "mística" para vivir. La confrontación existencial de la última, guerra ha confirmado que el mito de la Democracia y de la Libertad continúa siendo la razón vital de la humanidad, frente, a los caducos nacionalismos autoritarios. Esto significa para los vigías de la dialéctica existencial que el mito saludable, la mística vivificante de las naciones, es todavía la Democracia made in U.S.A. o made in U. R. S. S.

 

Y el resurgimiento democrático de post-guerra, en nuestra Patria, exige mantener la leyenda de la Tiranía, más un obligado complemento que es.

 

*Tomado del libro San Martin, doctrinario de la política de Rosas. Ediciones del Restaurador. Bs As. 1950.

LA PARADÓJICA CONSAGRACIÓN


 de Artigas: para honrarlo como prócer cercenaron su memoria

 

Pablo Yurman


Infobae, 23 de Septiembre de 2022

 

En Buenos Aires su figura es reconocida sólo como la de prócer de un país vecino y como “Padre de la Nación uruguaya”, no muy distinto a lo que podría corresponderle a Jorge Washington respecto de Estados Unidos o a Napoleón en relación a Francia. El problema con respecto a José Gervasio Artigas es que el mensaje implícito en dicha simbología es perjudicial por partida doble: por un lado, infunde en los argentinos del presente la errónea idea de que Artigas resulta ajeno a nuestra historia; por el otro, presentarlo como “padre de la nacionalidad uruguaya” es falso en términos históricos e incluso antagónico con sus propias ideas políticas, pese a ser entendible que a partir de 1830, al crearse la República Oriental del Uruguay gracias a la habilidad diplomática de Lord Ponsonby, a la élite montevideana le urgiese encontrar un “padre fundador” del nuevo Estado surgido en la boca del Plata.

 

Sería ingenuo pensar que la pretensión de borrar a Artigas de la memoria colectiva argentina obedezca a un descuido. Fue y lo sigue siendo adrede.

 

Para agregar ingredientes al entuerto, alejándonos de Buenos Aires, su figura no sólo es recordada con respeto por haber sido el “Protector de los Pueblos Libres”, es decir provincias que llegaron a aglutinar a la Banda Oriental, a toda la Mesopotamia e incluso Santa Fe y hasta Córdoba, sino que es reconocida como lo que fue: caudillo del pueblo oriental y de muchos otros, el primer puntal del federalismo rioplatense.

 

Su gran enemigo interno fue Carlos María de Alvear, quien pese a haber sido solo durante tres meses Director del Estado (enero a abril de 1815) posee una de las estatuas ecuestres más importantes de la Capital Federal. Monumento levantado acaso por los mismos, ideológicamente hablando, que decidieron erradicar a Artigas del imaginario social de los argentinos. La rivalidad entre ambos no fue tanto a título personal, sino emergente de lo que serán dos modelos antagónicos para el desarrollo de nuestros pueblos tras la desaparición del Imperio Español.

 

Con tan solo 24 años de edad, Alvear fue nombrado Presidente de la célebre Asamblea de 1813, cuerpo al que habían sido invitadas todas las provincias a enviar diputados y que, de acuerdo con los términos de la convocatoria, tendría por objeto principal declarar la independencia y dictar una constitución para organizar el nuevo Estado. Sabido es que no cumplió ninguno de los dos objetivos, dedicándose en consecuencia a sancionar una legislación “cosmética” que resultaba ajena a la realidad cotidiana y a las preocupaciones de las mayorías, pero a la que la prensa escrita de entonces dedicó amplia cobertura.

 

Al llegar a la Asamblea los seis representantes elegidos por el pueblo oriental fueron rechazados bajo excusas formales. Al respecto comenta el historiador Fernando Sabsay en su libro Rosas, el federalismo argentino que “Los diputados orientales hicieron su presentación oficial ante la Asamblea el 1º de junio [de 1813], acompañando sus diplomas con las firmas de los ciudadanos votantes; por dos veces consecutivas y con indudable arterismo, la Asamblea rechazó esos diplomas ‘hasta que viniesen en bastante forma sus respectivos poderes’; el liberalismo porteñista había logrado ya el apoyo de Alvear y algunos diputados, que formaban mayoría, y no podía exponerse a que los seis orientales modificaran la relación existente. El argumento era pueril, pues sería del caso comparar esos poderes de los orientales con los que fueron incorporados la mayor parte de los diputados.”

 

La excusa fueron las formas, pero el peligro que los alvearistas percibían era el contenido de las instrucciones con las que esos diputados de la otra margen del río estaban investidos por voluntad popular, ya que fue en el Congreso de las Tres Cruces en presencia de miles que fueron aprobadas.

 

Algunas de las instrucciones con las que los diputados orientales venían munidos ponían por escrito un proyecto diametralmente opuesto al de los intereses anglo-portuarios de los que Alvear sería tributario. Un simple vistazo a algunas de ellas, por ejemplo, declaración inmediata de nuestra independencia; constitución bajo el sistema republicano y confederal de todas las provincias argentinas; capital del Estado fuera de Buenos Aires; sistema económico de tipo proteccionista en resguardo de las industrias del Interior, entre otras, alcanza para entender la jugarreta por la que se impidió el ingreso a la Asamblea de los esos seis representantes orientales.

 

El enfrentamiento entre los ideales representados por el caudillo oriental, de profundo arraigo popular en todas las provincias, respetuoso de nuestras tradiciones y de mirada americanista, consciente de que la fractura con España no podía terminar en la balcanización del espacio sudamericano dotado de una herencia común, habrá de enfrentarse nuevamente al de Alvear -elitista, portuario, cosmopolita en su peor sentido de desprecio por lo propio y sumiso a la política británica sobre el continente- en 1815 cuando, como dijimos, éste ocupe el cargo de Director Supremo del Estado, vacante por la renuncia de su tío, Gervasio de Posadas.

 

Ante la inminencia de que la Liga Federal liderada por Artigas aumentara su poderío con la incorporación de nuevas provincias, Alvear pergeñó hacerle una oferta que a sus ojos de mercader y no de patriota resultaría irresistible. Al respecto nos dice Sabsay: “En cuanto a Artigas, con tal de sacarse de encima el conflicto y por conducto del coronel Galván, [le] ofreció la independencia oriental y que las provincias litoraleñas eligieran la protección de sus preferencias. Artigas, que distaba muchísimo de aspirar al desmembramiento del país, rechazó el ofrecimiento.”

 

Era una afrenta para un criollo que amaba profundamente la tierra oriental en la que había nacido pero para quien resultaba inconcebible entenderla separada del resto de las provincias que formaron otrora el Virreinato del Río de la Plata.

 

El resto de sus años activos hasta el fatídico 1820 los pasará defendiendo a su provincia de la invasión portuguesa y luchando contra la indiferencia y el desdén de las autoridades directoriales con sede en Buenos Aires. Y justo cuando todo parecía darle la victoria tras la batalla de Cepeda en febrero de 1820, la traición de su ex lugarteniente, el entrerriano Francisco Ramírez, lo obligará a buscar asilo en el Paraguay, lugar donde residirá hasta su muerte el 23 de septiembre de 1850, ante el más absoluto olvido e indiferencia de quienes conducían los destinos del suelo que lo había visto nacer.

 

Años más tarde sus restos serían trasladados a su Montevideo natal y se hallan actualmente preservados en una urna dentro del mausoleo levantado en su honor.

EL MAGNICIDIO FALLIDO


 contra Juan Manuel de Rosas con una “máquina infernal” que se trabó de milagro

 

Infobae, 5 de Septiembre de 2022

 

En la historia argentina, hubo varios casos de intentos de magnicidio: Domingo Faustino Sarmiento, Julio Argentino Roca, Manuel Quintana, José Figueroa Alcorta, Victorino de la Plaza, Juan Domingo Perón y Raúl Alfonsín, todos presidentes que sufrieron atentados contra su vida durante sus mandatos.

 

Como explicó el político e historiador argentino Pacho O’Donnell a Infobae Leamos, Juan Manuel de Rosas, dos veces gobernador de la provincia de Buenos Aires, también fue víctima de un atentado que involucró una “máquina infernal” que terminaría fallando.

 

En 1841, Rosas lidiaba, por un lado, con las consecuencias políticas de la interminable guerra civil entre unitarios y federales y, por el otro, con las consecuencias económicas de un bloqueo al que, por dos años, Francia había sometido al país. El horno no estaba para bollos.

 

El historiador dijo que “los jóvenes unitarios, muchos exiliados en Montevideo, Uruguay, no dudaban en facilitar una invasión extranjera a su propio país y el general Lavalle, con el apoyo de los franceses, quiso invadir Entre Ríos y Santa Fe”. Con poco más de mil hombres, los unitarios se enfrentaron al ejército rosista y, ante la disparidad de números -los federales eran casi 20 mil- fracasaron rotundamente.

 

Pero el enfrentamiento no terminó ahí y, lejos de las atrocidades del campo de batalla, el 27 de marzo de 1841 la guerra se coló dentro de la casa del entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires. Cuenta O’Donnell: “Ese día Rosas recibe una caja que, supuestamente, era una colección de monedas de una sociedad de anticuarios traída por el almirante francés Dupotet, lo que hace que Rosas no lo abra”.

 

La que manejaba la correspondencia del gobernador era Manuelita, su hija, a la que el paquete importado le había despertado una gran curiosidad. “En el momento en que la hija de Rosas pone la llave que hace saltar la tapa, aparece el contenido: una hilera de pequeños tubos de caños de pistola, como si fueran seis o siete armas de fuego que apuntaban hacia la persona que abriera la caja y que debían descargar sus balas simultáneamente. Pero falla...”, dice O’Donnell.

 

El 20 de marzo de 1841, Rosas anuncia que habían intentado matarlo “con una máquina infernal” y que, si seguía con vida, era porque “Dios había querido”. Una multitud salió a la calle al grito de “Mueran los salvajes unitarios, viva la Santa Federación”.

 

A raíz del fracaso de ese atentado, el obispo de Buenos Aires, Medrano -que era rosista- entrega una nota firmada por el clero en la que se leía: ¿Quiere vuestra excelencia conocer más claramente que Dios lo tiene escogido para presidir los destinos del país que lo vio nacer? ¿No se apercibirá de que es disposición del Eterno que continúe sus sacrificios, y que el único propósito que domine a vuestra excelencia sea el de llevarlos hasta donde lo exigen los intereses de la República? Esta necesidad ya se la ha hecho sentir a vuestra excelencia la voz del pueblo: ahora se hace entender más enérgicamente la voz del cielo, la voz del milagro”.