UN EJEMPLO DE INDEPENDENCIA FRENTE AL GENERAL


San Martín y el recuerdo de la chacra Los Barriales

Martha Salas

La Nación, 20-12-14

Corría el año 1816 cuando San Martín fue desginado capitán general del Ejército de los Andes, tarea que ocuparía todas sus horas. Es por eso que para las funciones civiles de Mendoza fue designado gobernador intendente el Coronel Toribio de Luzuriaga. Era Luzuriaga un hombre de larga trayectoria en las armas del país; había comenzado su carrera en las Invasiones Inglesas, integró el Ejército del Norte con Belgrano, y al suceder San Martín a Belgrano se relacionó estrechamente con el nuevo jefe, y así llegó a Mendoza acompañándolo en su proyecto de cruzar Los Andes.
Del general San Martín sabemos que descendía de viejas familias apegadas a la tierra, que trabajaban pequeñas parcelas y criaban los animales necesarios para esas faenas. Pensamos que la belleza del paisaje mendocino, los campos con sus acequias y la imponente visión de Los Andes produjeron en San Martín admiración, y quizá los recuerdos de su infancia o de los relatos de sus abuelos campesinos, más las funciones de su padre en las estancias de los jesuitas expulsados. Quizá todo esto que suponemos motivó en él el deseo de tener una parcela de tierra para poder algún día descansar en ella de las fatigas que el ejército y la política producían en él.

Hacía escasamente dos meses que el coronel Luzuriaga estaba al frente del gobierno de Mendoza, y San Martín en el Plumerillo organizando el Ejército de los Andes, cuando un día recibió Luzuriaga un oficio del General para solicitarle 50 cuadras de tierra en el paraje conocido con el nombre de Los Barriales, según afirma el libro El niño criollo. Luzuriaga se apresuró a contestar el pedido diciéndole “que comprende que después de haber enriquecido los anales de la Historia de América quiera buscar el descanso en el cultivo de los campos, convirtiéndose en un labrador apacible”.
Termina la nota accediendo a la concesión y agregándole al pedido doscientas cuadras más para su señora hija Mercedes Tomasa. Destaca el gobernador el beneplácito del cabildo agradecido por la distinción de tener tan ilustre vecino. El Cabildo y el pueblo de Mendoza no sólo le agradecían a San Martín por haberla elegido para descansar de sus fatigas, sino también porque “había hecho brillar esta provincia entre todas las Unidas del Sur”.

A su vez, San Martín agradeció la ofrenda, pero al aceptar la merced pidió que las doscientas cuadras asignadas a su hija, y en nombre de ella, fueran donadas a los individuos de su ejército que más se distinguieran en la campaña que pronto se iba a emprender. “En cuando a mí –dice su oficio-, las cincuenta cuadras que me ha dispensado la agradable sociedad de Mendoza es lo que apetezco, y la quietud de la vida privada forman el centro y el único punto de vista de mis aspiraciones”.
Después de recibir esta nota del general, el cabildo, el gobernador y la justicia se reunieron para hacer respetar la donación hecha a nombre de Mercedes Tomasa, la llamada infanta mendocina, que hacía escasos meses había nacido. Los tres poderes se expidieron sobre el derecho de los padres que pudieran hacer otro uso del dominio útil de los legados a los hijos; y le contestaron al general diciendo: “El gobierno debe amparar a doña Mercedes Tomasa en el derecho de su propiedad…”. Fue así que no se aceptó la propuesta de San Martín basada en su generosidad, modestia y delicadeza.

Debo agregar que esa chacra de Los Barriales fue la preferida del general, que la hizo mensurar, cercar y trabajar con el orden que le era característico, y fue el lugar que eligió para vivir después de renunciar al Protectorado del Perú. Y tras una estadía en Chile esperando el deshielo de la Cordillera para poder cruzarla. Curiosamente San Martín en una carta de su nutrida correspondencia decía: “Es muy natural al hombre, prever la suerte que se le propone pasar en la cansada época de su vejez. El estado de labrador es el que creo más análoga a mi genio”. “La provincia de Cuyo es la que he elegido por el buen carácter de su gente, y un rincón de ella para romper la tierra del campo, cultivarlo y formar mis delicias…Y por haber propendido yo mismo a que se fomenten, se puebles y se cultiven inmensos espacios deshabitados…”.

La chacra de Los Barriales fue la eterna ilusión de sus años de ostracismo, no dejaba de escribirse con su administrador, ni dejaba de pensar en ella. Su mayor deseo era volver a Mendoza, tierra pródiga en vinos, frutos de la tierra, y una población a la que había llegado a querer tanto como los mendocinos lo querían y se enorgullecían de esta relación.
Pero el destino tiene sus reveses. No pudo dejar sus huesos en su ínsula cuyana: una ovación popular destinó sus restos a la capital del país y dentro de ella, a la Catedral de Buenos Aires.
Pero en Mendoza descansan sus amores familiares: su hija Mercedes, la infanta mendocina; el esposo de ella, Mariano Balcarce, y su nieta, los tres en la Iglesia San Francisco bajo la advocación de la Virgen del Carmen de Cuyo, Patrona del Ejército de los Andes.


EN RECUERDO DEL DIA DE LA SOBERANIA



DE LA SOTA EN EL COMBATE DE VUELTA DE OBLIGADO


En  noviembre   se conmemora la batalla arriba enunciada y   da lugar al fasto del “Día de la Soberanía Nacional”, parece oportuno señalar un aspecto singular de dicho acontecimiento     enriqueciendo el conocimiento del hecho recientemente difundido.

El título, un tanto capcioso de esta nota, rememora un hecho real, cual fue la participación del teniente Cayetano Lasota.
Este soldado fue un antecesor de nuestro gobernador José Manuel de la Sota y para graficar esta aparente diferencia debo aclarar que Sota es un patronímico tomado de un pueblo de ese nombre, por ende son oriundos de esa región todos los apellidos como Sota; Lasota y De la Sota. Estas familias emigraron hacia el Río de la Plata a comienzos del siglo XIX y se asentaron en localidades ubicadas al norte de la provincia de Buenos Aires, los primeros en San Pedro y en San Nicolás, otros lo harán en Ramallo, Pergamino, Azul y Tandil.
Provienen del pueblo ya mencionado que pertenece a la Provincia de San Pedro del Romeral (de allí la elección del primer destino), en la Comunidad Autónoma de Cantabria.

El Teniente Cayetano Lasota combatió bravíamente en dicha lid mereciendo ser destacado en el parte de batalla más importante que se produjo, ya que los primeros fueron redactados por el Cnel. Francisco Crespo, que había quedado a cargo por encontrarse herido el jefe del Ejército del Norte, Gral. Lucio N. Mansilla. Este último confeccionará su parte recién, a  un mes de acontecido el hecho y en el que expresará lo siguiente:

 De su puño y letra elevó al gobernador Rosas un pormenorizado relato del Combate y  estimó que sus fuerzas soportaron 15.000 proyectiles entre bombas y granadas. Destaca el comportamiento de todos sus hombres, pero hace una especial referencia para los oficiales Francisco Crespo, Álvaro Alzogaray, José Sereso, Laureano Anzoáteguy, Santiago Maurice, Ramón Rodríguez, Manuel Virto, Avelino Garmendia, Juan de Dios Silva, Tomás Tapia, Cayetano Lasota, Felipe Navarro, Prudencio Oyuela, Atanasio Romero, Bautista Rodríguez, Pedro Díaz, Hilario Machado, Julián Ruiz, Ramón Canalez, Julián Moyano, Felipe Botet, Fermín Osúa, y los cirujanos doctores Sabino O´Donnell y José Salvarezza y al capataz de carretas para el transporte de los heridos José María Acosta. También distingue la labor de doña Petrona Simonino, “la nicoleña” esposa del Capitán Silva, por su abnegada atención a los heridos…Adviértase que resalta la participación de una casi treintena de hombres entre 2.500   combatientes que participaron.

Otros personajes de esa familia que se destacaron en nuestra historia fueron: Clemente Ramón de la Sota, Capellán del Fuerte de Azul, quien oficio la boda del Cnel. Pedro Rosas y Belgrano, cofundador de la ciudad de dicho nombre en consuno con su tío político Gral. Prudencio Ortíz de Rozas. Otro destacado fue Mariano Benítez, hijo de doña Estanislada Donata de la Sota. Este hacendado, abogado y legislador donó los terrenos donde se construyó la estación ferroviaria de Pergamino. El marino Regino de la Sota nacido en Ramallo hacia finales del siglo XIX, fue conocido como “El caballero del Mar”, heredando el apelativo con que se reconocía al Capitán Hipólito Bouchard. sus restos mortales descansan en San Nicolás.

Finalmente resalto, el término “Día de la Soberanía” fue acuñado por el historiador, José María Rosa y se estampó por primera vez, públicamente, el 20 de noviembre de 1950 durante la presidencia del General Perón.  
Asimismo, la batalla de Obligado fue conmemorada, en   1953, por el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Aloé.   En 1954 se creó la “Organización popular por la repatriación de los restos del General Rosas”, presidida por José María Rosa y Ernesto Palacio.  A pedido y sugerencia del historiador   Rosa y por medio de la Ley Nº 20.770, se instauró el 20 de noviembre como Día de la Soberanía Nacional, en conmemoración a dicha batalla. El primer festejo “legal” tuvo lugar en 1973, en la Provincia de Buenos Aires, con Perón como Presidente y Bidegain como Gobernador.  

 De esta manera, en la sesión del 25/26 de septiembre de 1974, se aprobaron las leyes: - 20.769, que disponía: la repatriación de los restos del ex gobernador de Buenos Aires y encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas.  Ley 20.770, que disponía: Día de la Soberanía. Declarando el 20 de noviembre de cada año en conmemoración del Combate de     Obligado, librado en 1845. (Sancionado: 26 de septiembre 1974; promulgación: 3 octubre 1974; publicación: Boletín Oficial 16/10/74, o sea durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón). Como quedó demostrado en el presente artículo, el anhelo de insertar el “día de la soberanía” en el calendario nacional, como día festivo, data de varios años. En consonancia con este deseo, el actual gobierno, a través del decreto número 1584/2010 lo estableció como feriado nacional. Sin embargo, éste asueto  será móvil.  

Lic. Carlos Pachá
Presidente

Fundación Historia y Patria

SAN MARTÍN Y LA MASONERÍA






Mario Meneghini (*)

En esta ocasión, me parece oportuno hacer algunas reflexiones sobre nuestro héroe,  puesto que debemos procurar que su actuación sirva de ejemplo y guía para el presente. Y, para eso, es necesario ir más allá de los hechos, tratando de investigar la causa de los hechos. Puesto que, “la historia es en esencia justicia distributiva; discierne el mérito y la responsabilidad” (Font Ezcurra).
En momentos de honda crisis en nuestra patria, no podrá restaurarse la Argentina, mientras no se afiance en sus raíces verdaderas. Ocurre, sin embargo, que desde hace unos años han surgido de la nada, presuntos historiadores, empeñados en desmerecer la personalidad y la obra de los próceres, sembrando confusión y desaliento.

En realidad, el intento de desprestigiar a quienes consolidaron la nación, comienza muy atrás en el tiempo. Recordemos por ejemplo, lo que escribió Alberdi, en su libro El crimen de la guerra (T. II, pg. 213): “San Martín siguió la idea que le inspiró, no su amor al suelo de su origen, sino el consejo de un general inglés, de los que deseaban la emancipación de Sud-América para las necesidades del comercio británico”. Por cierto que no presenta evidencia alguna, y en cambio se conoce una comunicación de Manuel Castilla, que era el agente inglés en Buenos Aires, dirigida al Cónsul Staples, el 13-8-1812, con motivo del arribo de la fragata Canning, en la que viajó San Martín desde Londres. Allí destaca la llegada de varios militares, y agrega: “Está también un coronel San Martín…de quien…no tengo la menor duda está al servicio de Francia y es un enemigo de los intereses británicos”.

En cambio, un personaje de poca monta, Saturnino Rodríguez Peña, que ayudó a escapar al General Beresford y otros oficiales ingleses, que estaban internados en Luján, luego de la invasión de 1806, fue premiado por sus servicios al Imperio Británico, con una pensión vitalicia de 1.500 pesos fuertes.
Por su parte, otro General argentino, Carlos de Alvear, siendo Director Supremo de las Provincias Unidas, firmó dos pliegos, en 1815, dirigidos a Lord Stranford y a Lord Castlereagh, en los que decía: “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso.” Estos documentos se conservan en el Archivo Nacional, y prueban una actitud que nunca existió en San Martín, cuya conducta fue siempre transparente y sincera.

Los ejemplos mencionados de Alvear y de Rodríguez Peña, hacen necesario rastrear el pasado para tratar de entender el motivo de sus actitudes. Desde antes de la ruptura con España, ya había aparecido en el Río de la Plata una manera de interpretar la realidad, diametralmente opuesta a la que surge de la actuación sanmartiniana.

Aquél enfoque, surge en enero de 1809, con el Tratado Apodaca-Canning, celebrado entre España e Inglaterra, cuando este último país, que había sido derrotado militarmente en el Río de la Plata, ofrece una alianza a España, contra Francia, a cambio de facilidades para exportar sus productos. A este enfoque podemos llamarlo Unitario-colonial.

Quienes atacaron a San Martín y trabaron su gestión, hasta impulsarlo a alejarse del país, se encuadran en el enfoque unitario. Son quienes consideraban más importante adoptar la civilización europea, que lograr la independencia nacional, y por “un indigno espíritu de partido” -decía San Martín- no vacilaron en aliarse al extranjero en la guerra de Inglaterra y Francia contra la Confederación. Lo mismo hicieron en la batalla de Caseros  -cuando se aliaron  con el Imperio de Brasil-, donde llegaron a combatir 3.000 mercenarios alemanes contratados por Brasil. San Martín llegó a la conclusión de que “para que el país pueda existir, es de absoluta necesidad que uno de los dos partidos en cuestión desaparezca” (carta a Guido, 1829).

Uno de las vías de difusión de la mentalidad unitaria-colonial, fue la masonería, que influyó en algunos próceres. Rodríguez Peña, por ejemplo, fue uno de los 58 residentes en el Río de la Plata, que se incorporaron a las dos logias masónicas instaladas durante las invasiones inglesas (Estrella del Sur, e Hijos de Hiram). Otros dos formaron parte de la 1ra. Junta de gobierno: Mariano Moreno y Castelli (Memorias del Cap. Gillespie).
Curiosamente, se ha pretendido vincular a San Martín a la masonería, cuando, además de no existir ninguna documentación que lo fundamente, toda su actuación resulta antinómica con los principios de dicha institución. Cabe citar el testimonio de dos ex presidentes de la República, que desempeñaron, además el cargo de Gran Maestre de la Masonería Argentina.
Bartolomé Mitre escribió: “La Logia Lautaro no formaba parte de la masonería y su objetivo era sólo político”. Por su parte, Sarmiento agregó: “Cuatrocientos hispanoamericanos diseminados en la península, en los colegios, en el comercio o en los ejércitos se entendieron desde temprano para formar una sociedad secreta, conocida en América con el nombre Lautaro. Para guardar secreto tan comprometedor, se revistió de las fómulas, signos, juramentos y grados de las sociedades masónicas, pero no eran una masonería como generalmente se ha creído…”.

La Revista Masónica Americana, en su Nº 485 del 15 de junio de 1873, publicó la nómina de las logias que existieron en todo el mundo, y en ella no figura la Lautaro. El mayor aporte para el esclarecimiento de esta cuestión, lo realizó el historiador Patricio McGuire, quien consultó directamente a la Gran Logia Unida de Inglaterra, recibiendo respuesta el 21-8-1979, firmada por el Gran Secretario, James Stubbs, asegurando que la logia Lautaro “no tenía relación alguna con la Francmasonería regular”, y que San Martín no fue miembro de la misma. Para descartar cualquier posible duda, realizó la misma consulta a las Grandes Logias de Irlanda y de Escocia, cuyas autoridades respondieron que, en la primera mitad del siglo XIX, no hubo logias en Sudamérica, en dependencia de dichas instituciones. La documentación respectiva fue publicada en la revista Masonería y otras sociedades secretas, en noviembre y diciembre de 1981.

La leyenda, sin embargo,  continuó y a falta de otros antecedentes, se mencionó una medalla acuñada en 1825 por la logia La perfecta amistad, de Bruselas. Se conserva un solo ejemplar de la medalla en bronce, en la Biblioteca Real de Bruselas, que tiene escrito, en el reverso (en francés):
“Logia La Perfecta Amistad constituida al oriente de Bruseñas el 7 de julio de 5807 (1807) al General San Martín 5825 (1825).  En el anverso, figura “General San Martín”, alrededor del retrato, y abajo “Simon F”, indicando el nombre del grabador y su pertenencia a la masonería (F: frere, hermano).
El origen de esta medalla es la decisión del Rey de Bélgica, Guillermo I, de hacer acuñar diez medallas diseñadas por el grabador oficial del reino, Juan Henri Simeon, con la efigie de otras tantas personalidades de la época, una de los cuales era el Libertador de América, que estaba residiendo en ese país. Para esta medalla el general posó expresamente, y se logró el único retrato de perfil de nuestro héroe.

Se puede deducir que la medalla de la logia, fue confeccionada sobre el molde de la oficial, facilitado por el grabador que era masón, y no hay constancias de que San Martín la haya recibido, ni mencionó nunca esa distinción. Hay que añadir que eso ocurrió en 1825, y en los siguientes veinticinco años que vivió San Martín en el viejo continente, no se produjo ningún hecho ni documento que lo vinculara a la masonería. La afirmación de la historiadora Patricia Pascuali, de que San Martín frecuentaba en Bruselas la logia Amigos del comercio, constituye un grueso error pues esa logia funcionaba y funciona en la ciudad de Amberes, y el archivista de la misma aclaró por escrito que en los archivos de la logia no se ha encontrado ninguna mención al nombre del general argentino.

Lamentablemente, el Dr. Terragno –actual académico sanmartiniano-, en su libro Maitland & San Martín, introdujo otra duda al recordar que Bélgica fue ocupada en la 2da. Guerra Mundial, y los alemanes incautaron los archivos de la masonería; luego esos archivos quedaron en poder de la Unión Soviética, en Moscú. Por eso, Terragno alegó:  “Cuando todos los materiales estén clasificados y al alcance de los investigadores, quizá surjan nuevos elementos sobre la Perfecta Amistad y los vínculos masónicos de San Martín en Bruselas”.

Pues bien, desaparecida la Unión Soviética, Bélgica recuperó esa documentación; la referida a la masonería, representaba unas 200.000 carpetas. El Dr. Guillermo Jacovella, que se desempeñó como Embajador argentino en Bruselas, entre el 2004 y el 2008, se interesó en el tema, y realizó una investigación en el Centro de Documentación Masónica de  Bruselas, donde se encuentra el archivo de la logia Perfecta Amistad, contando con la colaboración del director, Frank Langenauken. En conclusión, no se pudo encontrar ninguna mención al general San Martín o al homenaje de la referida medalla.
Consideramos muy valiosa la información aportada por el señor Jacovella, publicada en la revista Todo es Historia, de agosto de 2009, para desmentir una falsedad histórica, y dar por terminada definitivamente esta cuestión.

Debemos discrepar, sin embargo, con la afirmacion del autor de que la masonería no estuvo condenada por la Iglesia hasta 1884, y por lo tanto “si San Martín hubiera querido iniciarse en la masonería durante los largos años que vivió en Europa (hasta 1850), ello no hubiera sido abiertamente incompatible con su condición de católico”.
La encíclica de 1884, a la que se refiere el autor, es la Humanum genus, de León XIII. Pues bien, ese documento ratifica expresamente otros anteriores, y en el documento más antiguo, la Constitución In eminenti, de 1738, promulgada por el papa Clemente XII, se prohibe “a todos los fieles, sean laicos o clérigos… que entren por cualquier causa y bajo ningún pretexto en tales centros …bajo pena de excomunión”. Esta condenación fue confirmada por Benedicto XIV en la Constitución Providas, de 1751, y como consecuencia, fue prohibida  la masonería, también,  en España, ese año, por una pragmática de Fernando VI.

Recordemos que sobre la posición religiosa de San Martín, ha investigado especialmente el P. Guillermo Fourlong, quien llega a esta conclusión: “Hemos de aseverar que San Martín no sólo fue un católico práctico o militante, sino que fue además, un católico ferviente y hasta apostólico”. Entonces, es importante esclarecer este punto, pues “el catolicismo profesado por San Martín establece una incompatibilidad con la masonería, a menos que fuera infiel a uno o a la otra”.  Consta en las Memorias de Tomás de Iriarte, que Belgrano rechazó la posibilidad de ingresar en la organización, aduciendo precisamente la condenación eclesiástica que pesaba sobre la secta. Precisamente Belgrano, en carta a San Martín, del 6 de abril de 1814, le comenta, obviamente conociendo su posición: “no deje de implorar a N. Sra. de las Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala y no olvide los escapularios a la tropa”.

La verdad histórica debe ser defendida y difundida, sin aceptarse distorsiones que confunden y desalientan. El Presidente Avellaneda, en un discurso famoso, con motivo del regreso a la Argentina de los restos del Gral. San Martín,  sostuvo que: “los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos; y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son los que mejor preparan el porvenir”.

(*) Exposición en la Legislatura de Córdoba, el 4-11-2014, al recibir las Palmas Sanmartinianas.


Fuentes:
Jacovella, Guillermo. “San Martín y los ideales masónicos”; Todo es Historia, Nº 505, agosto de 2009, páginas 20-25.

McGuire, Patricio. Revista Masonería y otras sociedades secretas; Nº 2, noviembre 1981, pgs. 20-25; Nº 3, diciembre 1981, pgs. 15-20; Nº 5, febrero 1982, pgs. 30-35.

Terragno, Rodolfo H. “Maitland & San Martín”; Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1999, p. 193.


PALMAS SANMARTINIANAS EN CÓRDOBA



El Instituto Nacional Sanmartiniano realizará un acto académico en la sala Regino Maders de la Legislatura Provincial, el día martes 4 de noviembre, desde las 18,30 horas,  durante el cual se impondrán las Palmas Sanmartinianas a cinco académicos de Córdoba.

El Instituto estará representado por su Vicepresidente 1º, Dr. Rodolfo Argañaraz Alcorta, y el Académico de Número, Cnel. ® Dr. José Luis Picciuolo.

La distinción mencionada se otorgará a: 
Efraín U. Bischoff (post mortem), 
Lic. Pedro Bustos Peralta, 
Dr. Mario Meneghini, 
Prof. Alberto Abecasis, y 
Tnel. ® Dr. Juan Carlos Lona.

LA MIRADA CUYANA DE SAN MARTÍN



Por Luis Alberto Romero.

Dios está en todas partes pero atiende en Buenos Aires”. La popular frase revela las frustraciones de un federalismo que no fue. En 1852, catorce provincias concurrieron a un acuerdo constitucional basado en una ficción verosímil: la igualdad de derechos. Pero la historia marchó en otro sentido. La formación del Estado y el desarrollo del capitalismo centralizaron al país federal y fortalecieron el papel de la ciudad capital.

Una centralización parecida ocurrió con el relato de la historia de la Nación, usualmente narrada desde la perspectiva de Buenos Aires. Esto resulta inevitable si se comienza, como es habitual, con dos episodios típicamente porteños: las Invasiones Inglesas y la Revolución de Mayo. Con ese arranque, es difícil salir de una senda que, por ejemplo, denomina anarquía al período iniciado en 1820, cuando Buenos Aires perdió su control de las Provincias Unidas.

Las cosas serían diferentes si se mirara simultáneamente lo que ocurrió en Chuquisaca, Montevideo o Asunción; en Santiago de Chile, Caracas, Bogotá o México, pues entre 1808 y 1810 el Imperio hispánico se resquebrajó en varios puntos simultáneamente, También serían diferentes si se privilegiara, antes que la Revolución de Mayo, la Declaración de la Independencia en Tucumán, en 1816.

Contar las cosas desde Buenos Aires es algo difícil de evitar, aun para quienes se lo proponen. Muchos historiadores de las provincias suelen reivindicar con energía la especificidad de sus circunstancias, ya se trate de 1810 o de 1945, pero finalmente terminan ubicando su relato como una variante de la gran narración nacional con centro en Buenos Aires.

Como escribió el historiador Fernand Braudel, es difícil evadirse de estas “cárceles mentales”.

Para los mendocinos, y no solo para ellos, la conmemoración del bicentenario de la llegada de San Martín a Mendoza abre la posibilidad de desarrollar otra mirada. ¿Cómo fue esa historia desde la perspectiva de San Martín?

Recuérdese que nunca estuvo cómodo en Buenos Aires, ni Buenos Aires lo trató con mucha estima. Desde la Logia Lautaro ayudó a cambiar el rumbo del gobierno revolucionario, luego dio pruebas de su pericia profesional, pero debió ceder el campo a Carlos de Alvear, hijo dilecto de los porteños. En Cuyo, en cambio, se sintió a sus anchas. Desde allí miró a Tucumán y al Congreso, y jugó todas sus cartas.

También miró a Santiago, siguiendo atentamente los avatares de la política chilena, en la que intervino muy activamente. Atisbó a Lima, su objetivo final, y a Buenos Aires. En este caso, le bastó saber que su amigo Pueyrredón exprimiría los recursos locales para solventar al ejército en formación. No le interesó la política porteña, ni consideró que su gran proyecto estuviera ligado a la suerte de sus facciones o al enfrentamiento con el artiguismo. Su negativa a defender al Directorio es un hecho difícil de colocar en la historia de una nación argentina narrada desde Buenos Aires. Pero en rigor, en 1820 la Argentina era apenas un esbozo de proyecto, que muchos interpretaban de manera diferente.

Uno de ellos era San Martín, para quien la ciudad rioplatense era una pieza más en el gran rompecabezas hispanoamericano que tenía en mente. No es extraño que así fuera. Basta pensar que este hijo de españoles, luego de vivir cinco años en Yapeyú -un lugar cuya argentinidad estaba lejos de ser evidente por entonces- volvió a la tierra de sus padres, ingresó en el ejército y sirvió al rey durante casi treinta años. Allí se hizo liberal e ilustrado, trató con muchos otros hispanoamericanos, como él, y entre ellos al general Solano, caraqueño, muerto en Cádiz por una turba partidaria de Fernando VII.

Hispanoamérica no era una colonia sino una parte del Imperio español, y poco después, en 1812, las Cortes de Cádiz declararon que con España formaban una sola nación. Hispanoamericano en España, liberal y masón (sic), sumergido en las guerras desatadas por la invasión francesa, incómodo en un bando que incluía a quienes gritaban “vivan las cadenas”, San Martín depositó sus esperanzas en una Hispanoamérica liberada y liberal, donde construir un Estado fundado en la libertad y el orden.

Con esa mirada hispanoamericana concibió todo su proyecto, y asistió, quizá con cierto desconcierto, a la confusa emergencia de nuevos Estados, que comenzaban a privilegiar sus intereses locales. Resistió a la tentación, común a otros militares de entonces, de intervenir en los conflictos civiles. Fundó Estados, pero no perdió la esperanza en alguna forma futura de integración. Hizo lo posible para que todos tuvieran una matriz común, liberal y republicana. Estoy convencido de que no fue un prócer argentino, sino mucho más que eso.

La mirada de San Martín, cuyana e hispanoamericana, puede ayudarnos a entender la de Artigas, quien no imaginó estar fundando la República Oriental del Uruguay. O la de Güemes y la élite salteña, con el alma dividida entre Buenos Aires y el Alto Perú. O o la del General Paz, que buscó asentar en Córdoba un proyecto nacional, o la de Estanislao López, que tenía la misma esperanza con Santa Fe.

Esto es apenas el comienzo de un ejercicio que puede repetirse respecto de muchos otros momentos del pasado, sobre todo antes de que se generalizara la convicción de que Dios atendía en Buenos Aires. Pero además, ese relato complejo debe ser puesto en sintonía con las perspectivas del conjunto de las nuevas repúblicas hispanoamericanas, con trayectorias parecidas y diferentes. No es tan difícil reconstruir cada una de estas miradas. El desafío para los historiadores es componerlas en un relato común y plural, como una fuga de Bach o un motete renacentista.

Ilusiones, quizá. Pero una historia más plural es parte de la construcción de un país plural en su dimensión regional, con muchos centros que desarrollen, cada uno, sus propias potencialidades, que se liberen de la tutela y las dádivas del gobierno central y que aporten, cada uno con lo suyo, a la construcción de una nación. Entonces Dios comenzará a atender en todas partes.

Fuente: diario Los Andes


A decir verdad, 14-9-14

HIMNO AL GENERAL SAN MARTÍN


Yerga el Ande su cumbre más alta,
dé la mar el metal de su voz
y entre cielos y nieves eternas
se alza el trono del Libertador

Suenen claras trompetas de gloria
y levanten un himno triunfal,
que la luz de la historia
agiganta la figura del Gran Capitán.

De las tierras del Plata a Mendoza,
de Santiago a la Lima gentil
fue sembrando en la ruta laureles
a su paso triunfal, San Martín.

San Martín, el señor de la guerra,
por secreto designio de Dios,
grande fue cuando el sol lo alumbraba
y más grande en la puesta del sol.

¡Padre augusto del pueblo argentino,
héroe magno de la libertad!
A tu sombra la patria se agranda
en virtud, en trabajo y en paz.

¡San Martín! ¡San Martín! Que tu nombre
honra y prez de los pueblos del sur
aseguren por siempre los rumbos
de la patria que alumbra tu luz.
 

(Música: Arturo Luzzatti - Letra: Segundo M. Argarañáz) 

UN YANQUI EN LA CORTE DE JUAN MANUEL


Coronel  JUAN  BAUTISTA  THORNE

Hoy 1º de Agosto se conmemora el 129º aniversario del fallecimiento de otro notable defensor de nuestra soberanía, especialmente en la paradigmática batalla de “Vuelta de Obligado”.
Repasemos su biografía:

Nació en Nueva York, el 3 de marzo de 1807, su padre Enrique Thorne, ingeniero naval luchó por la independencia de Estados Unidos.
Juan Bautista Thorne conoció Buenos Aires en un viaje de instrucción y siendo cadete de una Escuela de Marinería. Como marino viajó mucho antes de establecerse definitivamente en un país, conoció las principales capitales europeas y hasta residió un tiempo en Brasil.   Fallecido su padre, el joven Thorne solicitó su embarco a su tío, comandante de un barco corsario americano.. Finalmente recaló en Buenos Aires donde dejaría su vida 60 años más tarde,-tenía 18 años cuando llegó- tras ofrendarle su sangre en cuanta oportunidad pudo. Gracias a los oficios de José. M. Pinedo, se incorporó como voluntario a la Armada Nacional, y con ella hizo su primer viaje a Santa Fe, luego al Japón y China. En marzo de 1825, en vísperas de la primera guerra con Brasil, se incorporó definitivamente a nuestra marina.   Sobre esta actitud de defender la soberanía argentina, solía afirmar… “soy argentino por simpatía, y por haber adquirido con mi sangre tan glorioso título…” En los primeros meses de 1826, el general irlandés Guillermo Brown (1777-1857) comenzó a formar la escuadra argentina para la Guerra del Brasil; en esa flota se alistó Thorne en junio de 1826 como guardiamarina y piloto.

De allí en adelante, se sumaron a su foja de servicios, nombres heroicos; ya sea contra el Imperio, contra los anglo- franceses, y no le faltaron las batallas contra las fuerzas unitarias, donde él estuvo del lado del gobierno constituido, “a quien la gran mayoría del país obedecía”: Patagones, el río Colorado, Martín García, Obligado, Quebracho, Caaguazú, Cagancha, Pago Largo, Sauce Grande, no son sino algunos peldaños de la escalera que llevó a la gloria de Juan Bautista Thorne. Estando a bordo del “Chacabuco” – aspirante de 1º- tuvo lugar la primera acción de guerra para la Armada Argentina, y su iniciación no podía ser sino algo de la naturaleza de lo que ocurrió en “Carmen de Patagones”.

La Nación empeñada en una guerra con el Imperio parecía ofrecer a éste una fácil presa en dicha localidad. No contaron con el carácter de los hombres que enfrentaban.  Frente al puerto se hallaban tres naves recientemente capturadas al Brasil. El orgullo brasileño y el deseo de revancha los impulsaban a intentar el rescate de sus barcos.
La flota agresora estaba compuesta por  varios navíos de guerra. En ese aspecto es justo aclarar que Brasil poseía una poderosa Armada, pero por contrapartida sus soldados carecían del valor y empeño de nuestros compatriotas, tanto es así que en muchas ocasiones debieron engrosar sus ejércitos con mercenarios alemanes o suizos, que como mercenarios que eran podían ser comprados y cambiaban de bando. Rosas hizo uso de esas falencias y en algunas ocasiones sobornó a tropas alemanas. La nota emocionante de la jornada la constituyó el abordaje del “Itaparica”. Acción decidida por iniciativa de Thorne, que dominó de esa manera a una tripulación de 120 hombres, como era el buque imperial. El fracaso de esas fuerzas fue total. No sólo desde el punto de vista moral, sino que la pérdida de 28 cañones, 30 oficiales, 600 soldados y siete banderas fue un rudo golpe para su potencia material. 

  Thorne sufrirá prisión, luego de ser herido cinco veces, todo “por mi patria argentina”  según sus propias palabras. En prisión permaneció hasta la paz, y su vuelta le permitió relacionarse con otro marino de su calibre: Leonardo Rosales, que comandaba la  “Sarandí”. Entre sus muchos cargos, destinos, combates, heridas y cautiverio que cosechó y sufrió en la agitada epopeya de su vida. Sobre estos avatares solía expresar: “…Llevo en mi cuerpo las severas impresiones del plomo del Brasil, del plomo de la Francia, del plomo de la Gran Bretaña, y estos signos me hermosean a mi vista y estos signos me enorgullecen al contemplarlos…”   intentaré reflejar algunos de los más destacados episodios.
De regreso en Buenos Aires fue recibido con honores y designado 2º Comandante del famoso Bergantín “Republicano”.
En 1833 y como segundo al mando de la Goleta “Margarita” hizo la campaña al desierto a las órdenes del Jefe del ala izquierda de la expedición, Don Juan Manuel de Rosas. Thorne fue el primero   que se internó, con su nave, en el extenso brazo del Río Colorado.

La guerra del Paraná
Luego de la Campaña al Desierto fue condecorado y ascendido a Comandante de la Goleta “Sofía”. 
  En 1838 fue puesto a cargo de la defensa de la isla Martín García, como jefe naval de la misma, y segundo del jefe de la guarnición militar, el coronel Jerónimo Costa. Fue el jefe de la artillería en la defensa de esa isla contra el ataque francés de octubre de 1838, en que, con apenas un centenar de gauchos, resistieron durante varias horas el ataque de toda una escuadra armada de cientos de cañones. Fue tomado prisionero por los franceses junto con Costa y los demás oficiales. Pero, en premio al valor mostrado, fueron trasladados a Buenos Aires.
El Comandante de la Armada francesa, Almte. Hipólito Daguenet tuvo la hidalguía de destacar por escrito, en comunicación a Rosas, el comportamiento de estos valientes. Poco tiempo después Thorne se tomaría el desquite contra los franceses en las márgenes del río Paraná.

Se incorporó a  la campaña contra Genaro Berón de Astrada en 1839. Fue el jefe de artillería del ejército vencedor en la batalla de Pago Largo. Y también participó como jefe de la artillería en la invasión a Uruguay, que terminó en el desastre de Cagancha,  en el que fue seriamente herido.
Combatió contra Lavalle en las batallas de “Don Cristóbal”  donde los federales obtuvieron un rotundo triunfo en el otoño de 1840. Volvió a chocar con la llamada “Legión Libertadora” en “Sauce Grande”, donde fue herido de un lanzazo. Casi en convalecencia se enfrentó con contingentes franceses en Río Seco (Santa Fe).
El 1º de noviembre de 1840 fue ascendido al grado de coronel, ya en 1841 sufrió la derrota de Echagüe a manos de las fuerzas que comandaba José María Paz en la gravosa contienda de “Caaguazú”, donde nuevamente fue herido. 
El “Manco” Paz relata en sus memorias dicha batalla y elogia el manejo de la artillería enemiga por parte de un oficial extranjero cuyo nombre no recuerda.

Ese oficial extranjero era Juan Bautista Thorne, cuya artillería apagó los fuegos de la de Paz, y le habría desmoralizado su infantería si ésta no hubiese iniciado un movimiento de frente, simultáneamente con las caballerías de Nuñez y Ramirez que decidieron la retirada de Echagüe. En la retirada cuando Paz se acercaba, Echagüe hacía alto, la artillería de Thorne recomenzaba sus fuegos y proseguía la retirada después de haberlo contenido. Ello concretará la posibilidad de la retirada en orden de que habla Paz, y el hecho de evitar la caída total de Echagüe. El precio de esa acción es una herida de lanza, que le traerá trastornos más tarde.  En 1842 retornó al servicio naval, esta vez a las órdenes del ilustre Almirante Guillermo Brown, para apoyar el bloqueo a Montevideo.  Participó en la gloriosa jornada de la batalla de “Costa Brava”, en donde las fuerzas argentinas consiguieron una trascendente victoria ante Giuseppe Garibaldi, conocido como    “chacal pirata” a pesar de contar éste con el apoyo de galos y sajones.    Hasta diciembre de 1844 se extenderá su vigilancia en la zona, llevará tropas o acompañará buques mercantes con provisiones.  La escuadra federal de río, al mando de Thorne, se ve desmantelada por la necesidad de fortificar la costa- asediada por fuerzas enemigas- con su artillería.

Combate de la Vuelta de Obligado
En el marco de la llamada “Guerra del Paraná” descollará en  la acción bélica más importante de esa contienda y me estoy refiriendo al “Combate de la Vuelta de Obligado” efectuado el 20 de noviembre de 1845, fecha que es designada como día de la “Soberanía Nacional”. En la misma actúa como jefe de la batería “Manuelita” – una de las cuatro emplazadas por Mansilla – que es la más expuesta por su posición, agreguemos que en todo momento se  arriesgaba de manera temeraria, paseándose por toda la batería arengando a sus tropas y dirigiendo los disparos.
Combatió heroicamente contra las fuerzas anglo-francesas que finalmente forzaron el paso. Thorne al permanecer, como era su costumbre, en la primera línea de batalla, sufrió gravísimas heridas. Las esquirlas de una granada le fracturó un brazo y parte del cráneo, derribado por el impacto del proyectil se incorporó prestamente afirmando “…no ha sido nada…” sin embargo había quedado sordo para siempre y con secuelas en su brazo.  

Combatió también en la batalla de Punta o Angostura del Quebracho (4 de junio de 1846) contra las escuadras bloqueadoras.
El Expéditive destruyó a la Batería Nº 1.  La poderosa artillería de dicha nave disparó durante 3 horas a la Batería Nº 1 matando prácticamente a todos. A las 4 PM el asistente de Alzogaray disparó su última andanada de un cañón de 24 libras. El teniente Felipe Palacio y el teniente de Navío Eduardo Brown tenían baterías rasantes y por ende no estuvieron involucrados en esta acción.
Juan Bautista Thorne con no más de ocho cañones de 10 libras tuvo que combatir contra doce cañones de 64 libras, dos de 80 libras y ocho de 33 libras. A las 5 PM se encontraba prácticamente sin municiones. Thorne recibió dos veces la orden de retirarse pero contestó que aún le quedaban algunos disparos por realizar.    Según algunos historiadores fue sordo desde entonces.  Sin embargo, Thorne siempre sostuvo que su sordera se debió al combate de Angostura del Quebracho.  De todas formas a partir de aquí fue apodado “el sordo de Obligado”. 

Al final de su carrera militar Thorne presentaba un eczema cicatrizal causado por una herida de metralla, proyectiles en ambas piernas (que rehusó sacarse) y un montón de cicatrices en su brazo, tórax y espalda. Repuesto de sus heridas fue nombrado Comandante en Jefe de la costa del Río Paraná. Defendió esas costas en 1846, contra la misma flota anglo-francesa que regresaba de Paraguay, participando de las batallas y escaramuzas designadas como “San Lorenzo”; “El Quebracho”; “Acevedo”; “El Tonelero” y otras. 

  El 9 de enero Mansilla participa a Manuel Corbalán (Edecán de Rosas): “Navegaban (los enemigos) nuestro majestuoso Paraná convoyando cincuenta transportes de infames piratas especuladores bajo diferentes pabellones de naciones amigas, indebidamente enarbolados en un río interior de nuestra República”. El mismo parte da cuenta de los choques entre ambas fuerzas y luego agrega, “…El entusiasmo de nuestros artilleros, señor General, es digno del mayor encomio, lo mismo que su destreza y ojo certero. El teniente coronel D. Juan Bautista Thorne, capitán Santiago Maurice y mis ayudantes de órdenes han llenado valerosamente su deber, despreciando los peligros como verdaderos argentinos federales”.

El general Martín de Santa Coloma eleva el parte de Thorne a Mansilla, agregando:
“Felicita y recomienda a la consideración del General Mansilla al teniente coronel Juan B. Thorne y a todos los denodados oficiales y tropas; todos se han disputado la gloria de pelear y buscar los puestos más peligrosos en medio de entusiastas aclamaciones”
 Thorne fue un militar al servicio del país, y según su propio testimonio siempre estuvo de parte del orden legal, del gobierno a quien seguía la mayoría del país. Por ello, peleó al lado de Rosas. Es indiscutible, no obstante, la simpatía por el partido federal, y parece que ello lo llevaba a pintar sus mástiles de color rojo. Su unión con el gobernante argentino fue muy estrecha, y éste lo condecoró varias veces.  CASEROS lo encuentra en servicio, que sólo interrumpió por cortos períodos de tiempo, según vimos. Luego de varios destinos se hallaba empeñado, en ese entonces en la formación de una escuadra con el objeto de impedir el paso de Urquiza por el Paraná. Luego del derrocamiento de Rosas, Thorne no escapó a la revancha unitaria y quedó separado del servicio, sin explicaciones de ninguna especie, por superior decreto del gobierno provincial. Thorne solicitó a Valentín Alsina su pase a inválidos, para recibir una pensión que entiende merecer. ¡Vaya si la merecía! Sin embargo le fue dada la baja absoluta de las fuerzas militares. A Thorne, lo hicieron pasar por las “Horcas caudinas”   degradándolo públicamente.

  A fines de 1852 (con 45 años de edad) se unió a las fuerzas del general Hilario Lagos en su lucha contra el gobierno unitario de Buenos Aires. Participó en el sitio contra Buenos Aires al año siguiente.     Una comisión constituida por el general Zapiola, Goyena y Manuel Lynch le dio de baja según el decreto emitido por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires del 23 de Febrero.
En su libro Ratto transcribe la emotiva carta escrita por Thorne el 29 de mayo de 1852 donde solicita se lo retire a inválidos con el sueldo de tal. Recién en 1861 se le otorgo una pensión vitalicia como teniente coronel.

Así les pagamos a nuestros héroes
Sus últimos días
  Los porteños no le  perdonarían su adhesión a la revuelta federal y sin condenas le aplicarían un ostracismo encubierto y lo sumirían en la miseria desconociendo los servicios prestados al país. Como capitán de un barco mercante, viajó varias veces a la India; trabajó en variadas tareas como perito naval en ese país. Pero había formado su familia en la Argentina, por lo que quiso regresar.

Thorne en la senectud          
En Septiembre de 1868 (con 61 años de edad) fue indultado por ley y reinscripto con su grado de coronel. Pero no volvió a tener mando de buques de guerra. El Coronel Juan Bautista Thorne falleció pobre y olvidado en Buenos Aires el 1º de agosto de 1885, a los 78 años de edad, en su casa de calle Tucumán 1482, en Buenos Aires, siendo las 7 de la mañana del mencionado día. Dejando viuda a Doña María Abad que lo sobrevivió hasta 1929, casi nonagenaria. Thorne, según Ratto, falleció de un ataque de broconeumonía, quien cuenta además el Dr. Castillo, su médico, necesitando hacerle una cura de ventosas, no pudo hacerlo,  porque se lo impedían las cicatrices del guerrero.

“Tribuna Nacional”, en su edición del día siguiente, manifestó, por su parte, que el fallecimiento se produjo por falla del corazón. En aquella edición del 2 de agosto, el diario mencionado, dice textualmente: “Juan Bautista Thorne. Ayer a las 7 de la mañana dejo de existir, victima de un ataque al corazón, el anciano jefe de la Armada, coronel D. Juan Bautista Thorne, el cual sirvió a las órdenes del almirante Brown en diferentes combates navales. Por el ministerio respectivo se decretaron los honores militares que corresponden a su rango.
Hoy a las 4 de la tarde serán conducidos sus restos mortales al cementerio del Norte. Paz en la tumba de ese buen servidor de la Patria”. 

El eximio poeta Héctor Pedro Blomberg   en su brillante obra “Cantos Navales Argentinos”, le dedicó un poema a Juan Bautista Thorne que tituló:

LAS   NAVES   ROJAS   DE   LA  FEDERACIÓN

Rojos son las mesanas y los trinquetes,
Las cureñas, las bandas; rojas, sangrantes,
Las camisas que llevan los tripulantes,
Desde los condestables a los grumetes,

Y usan galones rojos los comandantes,
Allá van por las aguas del patrio río,
Clavados en el mástil los pabellones:
En el puente de cada rojo navío
Se oye la voz de un “cielo” ronco y bravío,

Junto a la negra boca de los cañones.
Son las goletas rojas de Costa Brava,
Son las que respondieron en Obligado
Al clamor iracundo que las llamaba
Para batir la flota que navegaba

El Paraná invadido y ensangrentado.
¡Bergantines de Thorne! La voz del viento
Dice en la arboladura la copla errante
Que recuerda en su recio y extraño acento

Aquellas que en el viejo puente sangriento
Se oían en los tiempos del Almirante.
Con sus rojas banderas en la mesana,

Allá van sus bravías tripulaciones:
“Federación o Muerte”, se oye, lejana,
La canción que cantaban en la mañana
Junto a la negra boca de los cañones.