el proyecto que derrota a la improvisación
Por Claudio Morales Gorleri*
La Prensa, 17.08.2024
El General José Francisco de San Martín vivió sus últimos dos años en Boulogne Sur Mer. Luchaba contra el avance de la ceguera y se entretenía coloreando litografías marinas junto al mar. El mismo mar que lo trajo a Buenos Aires llevando su grado de Teniente Coronel de Caballería y su biblioteca, a la que llamaba librería, de más de 700 libros, ordenados en petacas.
En el verano, en la costa, habrá recordado sus grandes hazañas. Habría esbozado una sonrisa al recordar cuál fue su argumento para solicitar el retiro del ejército español en 1811: “Necesitaba arreglar sus intereses familiares abandonados en Lima”, como consta en documentos existentes en el Archivo Militar de Segovia. Sin embargo, San Martín no tenía familiares ni intereses económicos en Lima. Nunca estuvo en la Ciudad de los Reyes. Creo que el Libertador sabía desde entonces que su objetivo era Lima ya a partir de esa convicción estructuró con enorme maestría su Plan Continental.
Llegado a Buenos Aires y reconocido su grado militar por el Triunvirato, creó el Regimiento de Granaderos a Caballo y el 3 de febrero de 1813, en San Lorenzo, logró la confianza de los pueblos del Río de la Plata. A principios de 1814 relevó a Manuel Belgrano en el Ejército del Norte y dos meses después le escribió a Nicolás Rodríguez Peña:
“La patria no hará camino por este lado... ya le he dicho a Ud. Mi secreto, un ejército pequeño y bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile, acabar con los godos...pasaremos por mar a tomar Lima”.
En cuatro renglones explicaron su plan, su proyecto para liberar la capital del Perú. Dice Bartolomé Mitre que San Martín era un hombre reservado y ese era su secreto, si se hubiera difundido sería tratado de loco. Ese mismo año pasó a gobernar Mendoza, donde desde la nada, construyó un ejército de 4.000 hombres que deberían cruzar la Cordillera de los Andes por seis pasos para sorprender a los realistas en Chile. Él cruzó por el Paso de los Patos, en San Juan, a 4.000 metros de altura, con el grueso de las tropas y el General O ́Higgins, con quien compartía sus sueños americanos. Por el Paso de Uspallata, en Mendoza lo hacían el Coronel Las Heras con Fray Luis Beltrán, la maestranza, logística y gran parte de la artillería. Los otros cuatro pasos distraerían el esfuerzo enemigo y sublevarían a las poblaciones.
Coordinó cada salida desde Mendoza, estudió cada paso de los Andes, organizando los ritmos de las marchas por anfractuosos caminos hasta los desemboques. Para explotar la sorpresa y antes que se unan las fuerzas realistas, dio batalla en la Cuesta de Chacabuco el 12 de febrero de 1817 obteniendo una brillante victoria. En el primer aniversario se declaró la Independencia de Chile. Independencia, emancipación, libertad. Ninguna conquista. Pero faltaba la batalla final, Maipú, el 5 de abril de 1818, en la que su genio militar sorprendió al mundo consiguiendo la victoria a lo Epaminondas o Federico el Grande.
EL MAR AZUL
Recordaría el Libertador el 20 de agosto de 1820 en Valparaíso, con el sol y el frío, el mar azul, el vuelo de los pelícanos y su flota de guerra en la bahía. Los chilenos en la costa y él, en una falúa con su estado mayor revistando a sus tropas en las cubiertas de sus barcos. A medida que navegaba se conmovía la bahía al grito de: ¡Viva la patria! De la tropa y de la población sobre las rocas. Levaron anclas y enfrentaron ese mar que poco tiene de Pacífico. ¡Contra viento y marea!
En Paracas, al sur del Perú, desembarcaron e iniciaron su campaña de las sierras el General Arenales. La escuadra continuó navegando hasta el Callao, donde maniobró para distraer a las fuerzas del virrey. Luego continuó hasta Huacho, en el Norte, donde formaron sus tropas. San Martín y Arenales, coordinadamente, dando batallas en las sierras, entre el frío y las alturas, sigilosamente sitiaron la ciudad, el último bastión de España en la América del Sur. El ejército realista abandonó Lima y el Libertador, sin sangre la conquistada y fue aclamado por los limeños. El 28 de julio de 1821 declaró la Independencia del Perú haciendo flamear en sus manos la bandera roja y blanca que él creó. Independencia, emancipación, libertad. Ninguna conquista.
A su “librería”, que llevó a Mendoza, cruzó los Andes y navegó el Pacífico la donó a la Biblioteca Nacional del Perú, que él creó y recordaría sus propias palabras: “La ilustración universal es más poderosa que los ejércitos para mantener la independencia ”.
GUAYAQUIL
Pero eran 4.000 hombres que debían enfrentar a 20.000 realistas distribuidos por todo el Perú. No tenían refuerzos. Su memoria atesoraba la reunión con el Libertador del Norte, Simón Bolívar, en julio de 1822. Guayaquil frenó el ritmo, el ritmo del vendaval. Entre dos copas de plata tuvo que optar, una era su gloria personal y la otra la libertad. Regresó a Lima y convocó al Congreso. Renuncia al Protectorado del Perú. El desprendimiento es fruto de la magnanimidad. No era un conquistador, era el Libertador.
Su proyecto fue la derrota de la improvisación, ese mal que corroe a los argentinos desde hace años. Es la escuela del Libertador, la cultura del proyecto vence a la improvisación. El esfuerzo dará los frutos que el facilismo nos niega.
*Tte. Cnel. ®. Presidente del Instituto Nacional Sanmartiniano.
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