El Inca que conoció a San Martín







El colaborador de este blog, Arq. Carlos Zavalla, nos ha aportado datos poco conocidos sobre un descendiente de los Incas, Juan Bautista Tupac Amaru, que falleció en Buenos Aires. En él habrían pensado San Martín y Belgrano como posible titular de la monarquía constitucional que propuso este último en el Congreso de Tucumán.

Entrevista a la Lic. Katia Gibaja

Para la investigadora Katia Gibaja (peruana de nacimiento y salteña por adopción), Juan Bautista Condorcanqui Tupac Amaru fue mucho más que la figura elegida por Manuel Belgrano para el "Plan del Inca", un proyecto que impulsaba la restauración de un descendiente de la casa de los Incas en el "trono de las Provincias Unidas de Sudamérica". Un anhelo en el que también se había embarcado José de San Martín.
Para Gibaja, el último inca vivo arribado a Buenos Aires casi por casualidad fue en realidad uno de los principales ideólogos del primer proyecto de integración sudamericana surgido allá por el 1800. Este episodio de nuestra historia, omitido casi por completo en los libros de texto estudiantiles, comenzó a salir a la luz no hace mucho gracias al trabajo de investigadores interesados en que se conozca la "verdadera identidad" de sudamérica.
La historia de Juan Bautista Tupac Amaru es un rompecabezas que poco a poco fue tomando forma. Había nacido en Tungasuca, provincia de Tinta (Cuzco) y era el hermano menor de José Gabriel Condorcanqui Tupac Amaru, líder de la mayor sublevación indoamericana hasta su posterior asesinato.
"Su muerte fue muy cruel. Le arrancaron la lengua y después lo descuartizaron y enviaron sus miembros a Surimana, Pampamarca, Cheqakupe y Tinta, para que todo el mundo aprendiera la lección", contó Gibaja.
Ese 4 de noviembre de 1781, toda la familia Tupac Amaru corrió la misma suerte, pero hubo alguien que se salvó de pura casualidad.

"Juan Bautista fue confundido con un reo común y se salvó del descuartizamiento. Fue apresado y encerrado en Cuzco; y el 22 de noviembre de 1783 fue enviado a un calabozo del Callao. De ahí fue embarcado rumbo a Cádiz", prosiguió Gibaja.
Las pruebas de que el menor de los Tupac Amaru salió vivo de Cuzco están en manos de Katia Gibaja, quien hace poco visitó el Museo Inka de la Universidad Nacional de San Antonio Abad de Cusco. Allí encontró actas donde figuran las listas de los reos deportados a España. Entre los nombres figura el de Juan Bautista y el de un tío suyo de 125 años, que también había sobrevivido a la matanza.
Gibaja es Presidenta de la Fundación Ecos de la Patria Grande y responsable del Centro de Información Andina del Museo de Arqueología de Alta Montaña.
Después de pasar cuatro meses en condiciones infrahumanas en Río de Janeiro, los prisioneros partieron rumbo a Cádiz, donde desembarcaron en 1785. De allí, Tupac Amaru fue conducido al Castillo de San Sebastián, donde estuvo 3 años. Luego fue enviado a Ceuta (Africa), donde estuvo encerrado 35 años.
"En 1813 llegó allí el padre Marcos Durán Martel, religioso agustino y revolucionario peruano, que lo ayudó a conseguir su libertad y lo embarcó rumbo a Buenos Aires", narra la investigadora.

En este punto, Gibaja corrige un dato clave acerca de la historia del último Tupac Amaru. Mientras algunos libros fechan la llegada del inca a la Argentina en el año 1823, ella sostiene que el arribo se produjo en realidad el mismo año de su liberación: 1813. Su fuente: las propias memorias escritas por Tupac Amaru, que muy pocos pudieron consultar.
Los pocos libros que rescatan la figura del último inca dicen simplemente que llegó y que se dedicó a escribir su autobiografía, subsidiado por el Gobierno, pero no se menciona su participación en el ideario revolucionario de la época.
"Establecer como fecha de arribo a Buenos Aires el año 1823 lo deja afuera de hitos importantísimos como el 9 de julio de 1816. Pero sabiendo que estuvo aquí desde 1813, se aclaran muchas cosas", señaló la licenciada en psicología e investigadora.
"Aunque la historia oficial no lo mencione, probablemente Tupac Amaru, el inca que Belgrano quería en el trono de la Monarquía Sudamericana, fue uno de los principales ideólogos del proyecto libertario que se gestó en Argentina. El 8 de julio de 1816, en Tucumán, Belgrano propuso su Plan Inca y sugirió que la capital del reino debía ser el Cuzco", precisó Gibaja.
Sostuvo también que cuando Tupac Amaru llegó a Buenos Aires conoció en persona a Belgrano, San Martín e "incluso -arriesga- debió conocer a Güemes". La amistad con los dos primeros no figura en los libros, pero sí está documentada en las memorias que escribió el inca bajo el título "Cuarenta años de cautiverio" (editada en 1824).
Según Gibaja, la idea de Belgrano no prosperó no porque no tuviera consenso entre el grueso del pueblo y las tropas, sino porque "tuvimos hombres en nuestra historia que eran probritánicos, proitalianos, profranceses. Lo que menos querían era una monarquía inca. Es más, en muchas actas figura que a los morochos de esta tierra les llamaban despectivamente 'los chocolates'".

Un dato importante que habla de la fuerte influencia que debió tener Tupac Amaru en el proyecto libertario es el hecho de que el acta redactada el 9 de julio de 1816 está escrita en aimara, en quechua "y hasta en jeroglíficos del Tiahuanaco".
Gibaja afirmó también que Martín Miguel de Güemes en el Norte argentino y Juana Azurduy de Padilla en Chuquisaca (Bolivia) "sabían de la existencia del inca y apoyaban el proyecto de la integración sudamericana bajo su potestad. En sus ejércitos, además, había muchos descendientes de familias cuzqueñas que habían huido al Sur y que luego poblaron los Valles Calchaquíes", precisó.
Hoy se sabe fehacientemente que Juan Bautista Condorcanqui Tupac Amaru, descendiente en séptima generación de los reyes incas, murió en Buenos Aires el 2 de setiembre de 1827, a los 88 años. Sus restos fueron encontrados hace unos meses en el cementerio de Recoleta. En las actas de entierro figura claramente su nombre.
La historia de este personaje increíble se va armando poco a poco, pero más allá del relato puntual de sus periplos, lo valioso es que su vida sirva "para probar que el proyecto de la unidad sudamericana estuvo presente ya desde nuestro pasado amerindio".

Diario El Tribuno. Salta, Argentina.
12 de Mayo de 2006

FUNDACION ECOS DE LA PATRIA GRANDE - Salta, Argentina - Año 2010




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Otros datos sobre el tema:




*San Martín, como Gobernador Intendente de Cuyo, presionó al Congreso de Tucumán -a través de los diputados Narciso Laprida y Tomás Godoy Cruz- para que se concretara la declaración de Independencia. Y en cartas a Godoy Cruz manifiesta: "Ya he dicho lo admirable que me parece el plan de un Inca a la cabeza, las ventajas son geométricas; pero por la patria les suplico, no nos metan en una regencia de varias personas, en el momento que pase de una sola, todo se paraliza y nos lleva el diablo".



*Belgrano, recién llegado de Europa, y desilucionado frente a la coronación de un monarca europeo, propuso una monarquía atemperada, que tenía como modelo a la monarquía inglesa, con un monarca de la Casa de los Incas.



* Al parecer, Juan Bautista Tupac Amaru nació en 1746 y fue deportado a España en 1784, se salvo de ser muerto con parte de la familia por un indulto que se firmo el 12 de septiembre de 1781. Existió luego un tratado de paz el 11 de diciembre de 1781 que fue ratificado solemnemente en la plaza del Cuzco el 26 de enero de 1782.

* San Martín, con su proverbial austeridad, rechazó muchos obsequios en Perú. Cuando le explicaron que, si el no aceptaba nada de lo que se le ofrecía, lo considerarían un gran desprecio para todos los peruanos, resolvió pedir al Cabildo como trofeo personal, el estandarte de Pizarro y el tintero del inquisidor. Con éste último se había firmado la sentencia de muerte del Inca Atahualpa (luego que este ordenara matar a su hermano ahogándolo en el rio misti...) y tambien fue el tintero con que las autoridades españolas firmaron la muerte de Gabriel Tupac Amaru.
Ambos trofeos estubieron siempre junto a San Martin en su dormitorio, hasta el día de su muerte en Bolulogne Sur mer.











Vicios indecorosos




No contentos con lo de la bastardía, los caballeros “des-bronceadores” añaden otras argucias para humanizar al general. Algunas pertenecen de pleno a la categoría de suciedades asquerosas, que dijera Pueyrredón. Luego, en su caso, pasaremos una revista lo mas rápida posible, tapándonos la nariz.
Veamos.

Supuestamente, el joven José de San Martín habría visto postergado su ascenso por que un oficial, al calificarlo, habría asentado la existencia de vicios indecorosos en la ficha de ese cadete.
El tema fue estudiado por Alfredo G. Villegas en su monografía San Martín cadete. La primera injusticia y el primer galardon de su carrera militar[1].
Lo que Villegas detectó fue un error cometido por el Jefe del Regimiento de Murcia, cnel. Jaime Moreno. Este, sin conocer a su tropa recién arribada de Oran, excluyó de los ascensos a dos sargentos y a seis cadetes; entre estos últimos, a San Martin. Pero a continuación se produjó el informe circunstanciado del Comandante D. Jose Vargas, quien aclaró la situación.

El comandante coincidía en la calificación de los otros cinco cadetes, de conducta relajada; pero, disentía absolutamente con el caso de José de San Martín. De él sostenía que los diferentes oficiales “le han visto en Oran portándose con mucha serenidad y valor frente a los moros, solicitando los mayores riesgos y desempeñando con exactitud el cumplimiento de su obligación”. De consiguiente, el 19 de junio de 1793, el cadete San Martín fue propuesto para la segunda Subtenencia de la Cuarta Compañía del Segundo Batallón.

Una causa posible de la equivocación esta en el mismo Archivo de Simancas. Allí consta que el susodicho Cnl. Jaime Moreno le ruega al Conde del Campo de Alange que dentro de las vacancias considere el caso de su hijo Salvador Moreno, de quien hace el elogio. Entonces, es más probable que para hacerle ese lugar haya decidido postergar a San Martín. Por eso, Villegas habla de una injusticia. A todo esto, cual lo destacaba el propio Cdte. Vargas, ni él ni Moreno habían sido los jefes regimentales del Murcia en la campaña del África, de donde se acababa de regresar, de modo que bien poco sabían de la conducta de los cadetes.

Pues, este último tema ha sido acabadamente examinado por el Cdte. de infantería (R.) del Ejercito Español Dr. D. Juan Manuel Zapatero y López-Anaya[2]. En su libro, Zapatero compulsa la foja de servicios del cadete San Martín. Con los informes de sus jefes del África –el capitán Antonio Cornide, el coronel José Eslava, el general en jefe Francisco Grajera y el gobernador de la plaza de Oran, general Juan Courten- se acredita una “conducta: ejemplar”[3].
De esa manera, el tema ha quedado perfectamente aclarado.

Sin embargo, uno de los chatarreros (que sabe de la existencia de los trabajos que acabamos de reseñar), toma el dato aludido para hablar de “vicios solitarios”, “infracciones intimas”, etc. Encima supone que San Martín no habría sido castigado como correspondía, prevalido de tener un padre militar. También conjetura “culpas” y “miedos psicoanalíticos”.
¿Tiene alguna prueba de lo que asevera…? Ninguna. No obstante, sin el menor apoyo documental, se lanza a injuriar. Tal vez, un mal pensado podría imaginarse a ese descalificado autor viéndose en el espejo y transcribiendo sus propias experiencias al respecto…

Enrique Diaz Araujo


(De su libro: “Don Jose y los chatarreros”)
Reproducido de Crítica Revisionista, 24 de abril de 2011

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[1] Villegas, Alfredo G. San Martín cadete. La primera injusticia y el primer galardon de su carrera militar, en : Ensayos, enero-junio 1982, nº 32, ps 455-482
[2] Zapatero y Lopez-Anaya, San Martin en Oran, Bs As. Circulo Militar, 1980
[3] Zapatero, ibidem, p. 200; cfr Espindola, Adolfo S., Gral de Brigada (R.E.) San Martin en el ejercito español en la Península. Segunda etapa sanmartiniana, T 1. Antes de bailen y Bailen. Bs. As., Comision Nacional Ejecutiva del 150 aniversario de la Revolucion de Mayo, 1962, ps 94 – 99; Garate Cordoba, Jose Maria, Las mocedades militares de Jose de San Martin, en Vida española del gral San Martin, Madrid Instituto español sanmartiniano, 1994; Garcia Godoy, Cristian, Jefes españoles en la formación militar de San Martin, en : Ensayos, enero-diciembre 1994, nº 44, ps 113/147.

El Libertador y la energía atómica




Hugo R. Martin (Gerente de Comunicación Cnea Córdoba)

Hace 200 años, al Padre de la Patria no se le hubiera ocurrido pensar que la ciencia y la tecnología nucleares le brindarían un servicio. Aunque pequeño comparado con los que él brindó a la patria, el estudio metalográfico para verificar la autenticidad del histórico sable corvo que usó en su campaña libertadora permitió la continuidad de su voluntad testamentaria y la preservación de un arma que jamás fue desenvainada en contra de sus compatriotas.

La espada que usó el general José de San Martín durante toda su vida fue adquirida en Londres en 1811. El entonces teniente coronel de Caballería eligió en ese momento un sable usado, corvo, probablemente de origen persa y claramente revelador del espíritu que animaba al futuro Libertador de América en la empresa que pensaba llevar adelante.

El arma es un fiel reflejo de su personalidad, ya que se caracteriza por sus líneas severas y por su sencillez. Tanto la empuñadura como la vaina carecen de laminados de oro, arabescos y piedras preciosas, como era habitual entre las jerarquías militares y de la nobleza. Cuando decidió retirarse a su exilio voluntario en Europa, el sable quedó en Mendoza bajo custodia de una familia amiga, hasta que años más tarde, a su pedido, fue llevado a Boulogne sur Mer, donde permaneció hasta su muerte, el 17 de agosto de 1850.

Voluntad testamentaria. En su testamento, San Martín pidió que el sable fuera entregado a Juan Manuel de Rosas. “Como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido, al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que tentaban de humillarla”, decía.

Años después, a la muerte de Rosas y siguiendo también instrucciones testamentarias, el sable pasó por distintos poseedores hasta que fue donado al Museo Histórico Nacional en 1897. Allí permanecería hasta 1963, cuando un grupo de militantes de la Juventud Peronista decidió robarlo, como golpe de efecto contra el régimen militar. Al año siguiente, fue recuperado y devuelto al Museo luego de una investigación en la que intervinieron varios organismos científicos para confirmar su autenticidad.

El papel de la Cnea.
En la Comisión Nacional de Energía Atómica (Cnea) se realizaron los exámenes radiográficos y metalográficos, observándose que ante el ataque con reactivos aparecían bandas claras y oscuras, lo que puso en evidencia una característica del sable ignorada: la hoja correspondía a un acero de Damasco.

No se ha encontrado hasta el momento información alguna que permita dilucidar las razones por las cuales la hoja fue pulida. Una posible explicación sería que, para limpiar el arma o remover alguna formación de óxido incipiente, una zona de la hoja fue pulida, lo que produjo una zona brillante y generó contrastes en el aspecto del arma. Para eliminar ese detalle estético, probablemente toda la hoja debió ser pulida y no pudo luego ser restituida a su estado original porque la técnica de ataque químico no era conocida en Occidente en esa época. En consecuencia, el descubrimiento del damasquinado fue un elemento decisivo para saber que era el sable corvo.

Cuando se analiza la conveniencia de desarrollar actividades científicas y tecnológicas nucleares, se desconoce su efecto multiplicador sobre otras áreas del quehacer nacional. Los conocimientos, las metodologías y los recursos humanos calificados contribuyen en forma indirecta a resolver cuestiones no necesariamente nucleares, como en este caso, pero que representan una ganancia adicional al desarrollo científico, tecnológico y nuclear.

La Voz del Interior, 17-8-11

"La Revolución": película sobre San Martín

Luego de ver esta película, creemos necesario hacer algunas breves reflexiones:



1. Nunca está de más que el cine argentino dedique algunas de sus producciones a la historia patria; con mayor razón cuando -como en este caso- se trata con respeto a los héroes nacionales.



2. Debemos confesar, sin embargo, que la película en sí, nos pareció carente de la calidad artística que hubiera merecido el Padre de la Patria. El desarrollo del guión es lento, aburrido. Imaginamos que si los jóvenes estudiantes son llevados a ver esta película, pueden llegar a perder el escaso interés que poseen actualmente por la historia argentina, y sus próceres.



3. El actor -a quien hay que reconocerle que hable con acento español, como lo tenía obviamente el General- sobreactúa el personaje, mostrando por momentos a un San Martín histérico que se tira en el pasto, esperando las tropas que se demoran en el cruce de los Andes.



4. Por gentileza del miembro honorario del blog, Arq. Carlos Zavalla, conocimos que es descendiente de Manuel Corvalán, a quien se muestra en la película respondiendo a un reportaje en 1880, contando la historia del cruce, que habría vivido como amanuense de San Martín, a la edad de quince años.



En realidad, según la biografía que adjuntamos, Corvalán fue un destacado militar, que, en 1816 poseía el grado de Teniente Coronel y 42 años de edad. Tampoco participó del cruce de los Andes. En 1880, fecha del reportaje, hacía 33 años que había fallecido.



Si bien es admisible que en una obra cinematográfica, no se ajuste el relato a la historia detallada, no se alcanza a entender una distorsión tan amplia.



5. Creemos que el cine argentino aún debe una muestra de mayor envergadura artística y técnica, a la memoria del General San Martín.


Córdoba, 18-4-2011.-


Mario Meneghini


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Anexo: el lector Juan Carlos Sánchez, en un comentario opina que el personaje de Manuel Corvalan, representa al futuro General Espejo. Ahora bien, acabamos de conocer que el director de la película, Leandro Ipiña, declaró que:

Corvalán y gran parte del guión están basados en las memorias del coronel Manuel de Pueyrredón, amanuense de San Martín cuando tenía 15 años." (Telam, 5-4-11)


MM, 23-4-11


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General Manuel Corvalán (1774-1847)



El general Manuel Corvalán nació en la ciudad de Mendoza el 28 de mayo de 1774, siendo sus padres el capitán Domingo Reje Corvalán y Manuela de Sotomayor, quienes lo enviaron de muy niño al Colegio de San Carlos, en Buenos Aires. Posteriormente abandonó el colegio para dedicarse al comercio.



Comenzaba a disfrutar de una posición holgada en 1806, cuando se produjo la primera invasión inglesa, circunstancia que le impulsó a abandonar sus pacíficas ocupaciones para empuñar la espada en defensa de los sagrados intereses de la Patria. Militarizada la capital del Virreinato a consecuencia de la Reconquista, Manuel Corvalán era reconocido el 8 de octubre de 1806, como porta-estandarte y alférez del cuerpo de Voluntarios Arribeños (que se llamó número 3). Su singular patriotismo no sólo le llevó a poner su brazo al servicio de la nación, sino que de su peculio personal equipó totalmente la compañía en que revistaba como oficial. En la segunda invasión británica, el subteniente Corvalán participó el 2 de julio de 1807 en el combate de los Corrales de Miserere, bajo las órdenes del general Liniers, quedando fuera de combate casi toda su compañía. Se retiró salvando ese día la bandera de su Cuerpo. En los sucesivos días remontó su compañía a su costa y la de sus amigos y en las cálidas jornadas del 5 y 6, en la Defensa de la ciudad, reveló condiciones de soldado valeroso. Por sus merecimientos en esta campaña fue promovido a teniente de Arribeños, y el 2 de setiembre de 1807 era graduado a capitán.



El 6 de marzo de 1810, el ahora ayudante mayor Corvalán, era destinado para comandar la frontera de Mendoza y allí en el fuerte “San Rafael” intervino en la propalación de las ideas de independencia que habían surgido a raíz de las invasiones inglesas. Producido el movimiento del 25 de mayo, los patriotas de Buenos Aires le encomendaron hiciese estallar un movimiento análogo en Mendoza, pero al llegar a este punto lo alcanzó el capitán Juan Bautista Morón, quien conducía comunicaciones de la capital fechadas el 27 de mayo, dando cuenta de haberse verificado aquel movimiento. Corvalán llegó a aquella capital el 13 de junio de 1810. Posteriormente contribuyó a la formación de milicias, lo que le valió la confirmación de su puesto de comandante general de la frontera y jefe de los fuertes de San Carlos y San Rafael.



El 24 de mayo de 1811 era promovido a teniente coronel. Por orden de la Junta Gubernativa de Buenos Aires alisto 200 hombres que él mismo condujo a Buenos Aires y que sirvieron de plantel al Regimiento de Granaderos a Caballo. Por decreto del 6 de julio de 1814, el Director Supremo Posadas lo nombró Teniente Gobernador de San Juan. El 27 de julio, San Martín salió de Mendoza para reconocer los campos del Sud y delegó el mando militar en el teniente coronel Corvalán. A su regresó a Mendoza, San Martín lo nombra Mayor de órdenes del Ejército de los Andes; en este puesto fue encargado del equipo, armamento y demás preparativos de aquel ejército. En 1816 es designado comandante del Batallón de Cívicos Pardos.



El 15 de octubre de 1816 San Martín le confió los establecimientos de armería, maestranza, parque y demás anexos de artillería, por considerarlo “como único jefe capaz por su inteligencia, probidad y actividad, para tan importante cargo”. Por esa razón se vio privado de la gloria de tomar parte en la campaña libertadora de Chile. Al respecto le dijo San Martín: “Tanto trabaja usted en su defensa (de la Patria) forjando en Mendoza los instrumentos de ella, como lanzándolos al frente de sus enemigos”.


A mediados de 1823, ya con el grado de coronel, fue enviado a Chile con el fin de reclamar la bandera que perteneció al Ejército de los Andes, para ser conservada en Mendoza, cuna de aquella falange libertadora; comisión que Corvalán cumplió, regresando a su ciudad natal con tan preciosa reliquia. Más tarde retornó a Buenos Aires donde fue elegido diputado por Mendoza al Congreso General Constituyente de 1826. El coronel Corvalán no disimuló en el seno de aquel Congreso sus simpatías por el sistema federal.



Caído Rivadavia y disuelta aquella Cámara Legislativa, el coronel Manuel Dorrego al ocupar el mando supremo de la provincia de Buenos Aires lo designa para ocupar el puesto de edecán del gobierno. Cuando se produce la revolución del 1º de diciembre de 1828 y la prisión y fusilamiento de Dorrego, Corvalán fue dado de baja del ejército de la provincia de Buenos Aires.



Acompañó luego a Juan Manuel de Rosas en su campaña contra el gobierno de Lavalle, y cuando el Restaurador triunfó, con fecha 1º de octubre de 1829, es reincorporado a la Plana Mayor del Ejército y promovido a coronel efectivo en el arma de infantería. Nombrado edecán de Rosas al asumir el mando el 6 de diciembre de 1829, acompañó a aquel gobernante cuando salió a campaña en 1831 con motivo de las operaciones contra el general Paz, en la provincia de Córdoba. En 1830 la provincia de Mendoza lo nombró diputado a la Liga del Litoral, reunida en San Fe donde se efectuó el famoso pacto del 4 de enero de 1831. En 1833 participó de la campaña al Desierto comandando el 4º Regimiento de Caballería.



En 1835 Rosas lo designó su primer edecán, promoviéndolo a coronel mayor en 1837 en premio a su lealtad y a sus servicios. En el ejercicio de su cargo desempeñó funciones múltiples y de gran importancia. Era el único que tenía acceso inmediato a Juan Manuel de Rosas, de día y de noche; y a cualquier hora se le veía vestido de uniforme de gala, revestido de discreción y afabilidad. Fue figura de gran probidad y que, siendo hombre de fortuna, durante su larga y penosa enfermedad, tuvo que aceptar de Rosas 10.000 pesos moneda de la época para satisfacer sus necesidades.


Falleció en Buenos Aires el 9 de febrero de 1847. Había contraído enlace el 19 de octubre de 1800 con Benita Merlo, matrimonio del cual nacieron varios hijos.



Fuente

Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.

Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).


Discurso

de Clausura del Año Sanmartiniano[1]

……
Un general, si es a la vez un conductor, no solo ha de mandar su ejército. Es menester que personalmente lo forme, que lo dote, lo organice, lo alimente y lo instruya. A menudo con el conductor muere también su ejército. Sobreviven de ellos su gloria, su tradición y su ejemplo.
He dicho que ello solo sucede cuando coincide en un hombre el general con el conductor. Asunto que rara vez ha sucedido en la historia.
El general se hace; el conductor nace.
El general es un técnico; el conductor es un artista.
San Martín, con Napoleón, son los dos únicos hombres que en el siglo XIX llenan tales características del arte guerrero; por eso son ellos también las más altas cumbres del genio de la historia militar de ese siglo.

Generalmente, un conductor es un maestro. Su escuela llena también su siglo. Su ejemplo adoctrina las sucesivas generaciones de un ejército o de un pueblo. La orientación sanmartiniana en nuestro ejército y en nuestro pueblo ha sido la más decisiva influencia de perfección y de grandeza.
La producción extraordinaria de su genio no fue más fecunda y arrolladora que la fuerza invencible de sus virtudes: por eso era un conductor.

Si era un estratega, era primero un hombre. Por eso puso al servicio de su causa la técnica de su profesión. Fue desde entonces el hombre y el conductor de una causa. Por eso era invencible.
Como no se concibe un hombre sin alma, nunca he concebido un conductor sin causa. La grandeza de San Martín fue precisamente la de haber sido el hombre de una causa: la independencia de la Patria. Él confiesa haber vivido sólo para esa causa.

La verdadera grandeza de los conductores estriba precisamente en que no viven para ellos, sino para los demás. Pareciera que la naturaleza, en su infinita sabiduría, al dotar a los hombres, carga extraordinariamente en la dosificación del egoísmo, pero evita cuidadosamente este ingrediente contamina las almas de los grandes hombres. Por eso son grandes.
A menudo la historia no acierta a discernir la infinita variedad de matices que la creación de los grandes hombres ofrece a la contemplación del futuro.

El arte militar, como los demás, presupone creación, que es la suprema condición del arte. San Martín es un artista; por eso no pudo conformarse con andar por entre las cosas ya creadas por los otros. Se puso febrilmente a crear, y con esa creación revolucionó las ideas y los hechos, ante la incredulidad de los mediocres, ante el escepticismo de los incapaces, y bajo la crítica, la intriga y la calumnia de los malintencionados. Sobre todos ellos triunfó, porque la victoria es de Dios.
Nada hay más adverso al genio que el mediocre; sobre todo, el mediocre evolucionado e ilustrado. No podrá concebir jamás que otro realice lo que no es capaz de realizar; porque cada uno concibe dentro de su capacidad de realización, y los mediocres vuelan bajo y en bandada, como los gorriones, en tanto que los cóndores van solos.
(…)

Conducir es arte simple y todo de ejecución; por eso es difícil. Es la aplicación armónicamente combinada de los principios del arte con los factores materiales y morales de las fuerzas, con el terreno y las circunstancias. A menudo, cuando solo se dispone de generales, las fuerzas son todo. Cuando se dispone de un conductor, decía Napoleón, el hombre lo es todo, los hombres no son nada.
El arte de la conducción tiene, como todas las artes, su técnica, representada por los propios principios que rigen la conducción y las reglas para el empleo mecánico de las fuerzas. Pero, por sobre todo ello, está el conductor. Lo primero representa la parte inerte del arte, el conductor es su parte vital.
(…)
Como técnico, San Martín es también la maravilla de la época. Formó un ejército de la nada, con el concepto de “la Nación en armas”, que solo un siglo después fue mencionado por los estrategas más famosos. Con ese ejército, que fue fuerza y escuela, pasó las cordilleras más elevadas que tropa alguna haya cruzado. Con una maniobra estratégica que maravilla por lo ingeniosa en su concepción y perfecta en su realización, llega a la batalla decisiva de Chacabuco, pero que la había ganado antes de ponerse en marcha, en Mendoza.
Esa extraordinaria previsión, esa perfecta preparación y esa acabada realización sólo se presentan cuando los genios conducen.
San Martín, como Napoleón en Europa, es un revolucionario en los métodos de guerra en esta parte del mundo. Es un creador, jamás un imitador. Por eso lo vemos como maestro, como jefe, como artesano, como político, como gobernante, como estadista y como guerrero. Los hombres superiores, a menudo, sirven para dirigir todo eso. Después de ellos, venimos los hombres comunes, que, bien dirigidos, servimos para todo o no servimos para nada.

Como general, como conductor, como hombre y como ciudadano, San Martín es una sola cosa: lo que debe ser, según su propia sentencia.
En la vida y en el destino de las naciones, aparecen muy de tanto en tanto estos hombres extraordinarios que, con una época, fijan una gloria y establecen una tradición. En que los demás sepan emular su gloria y prolongar su tradición es en lo que estriba la grandeza de esos pueblos.
En este acta solemne de clausura del Año Sanmartiniano de 1950, desde este solar glorioso de Cuyo, en nombre de la Patria misma, deseo exhortar a todos los argentinos para que, emulando las virtudes del Gran Capitán, tengamos la mirada fija en los supremos intereses de la Patria, en la felicidad de todos sus habitantes y la realización de su grandeza.

Juan D. Perón

[1] Teatro Independencia de Mendoza, 31-12-1950: Clausura Congreso Nacional de Historia del Libertador Gral. José de San Martín.

SAN MARTÍN, EL CABALLO CRIOLLO Y LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA


Por Fernando Romero Carranza

fuente:
argentinagrandeza.blogspot.com

Antes de 1810 en el Río de la Plata, el único regimiento de caballería era el de “dragones de la patria” conocido como” húsares de Pueyrredón” de organización obsoleta; en 1812 José de San Martín llega de España fogueado en la guerra contra las tropas napoleónicas, y decide crear un cuerpo de caballería de elite, los granaderos a caballo.

Toma la idea de los granaderos que habían sido en Francia originalmente un cuerpo de infantería, en 1667 luis XIV crea un cuerpo de granaderos montados caracterizados por la “granadera” un saco conteniendo doce granadas, Luis Felipe de Orleáns, el rey populista, los disuelve en 1830 por considerar que los granaderos configuraban un arma excesivamente aristocrática.

San Martín basó la composición de su cuerpo de granaderos en una estricta selección de aspirantes, altos fuertes excelentes jinetes y de salud de hierro, su armamento es el sable corvo largo de 36 pulgadas con vaina metálica que al desenvainar producía un sonido que aterrorizaba al enemigo, llevaban también dos pistolas o tercerolas en los arzones de la silla..

Entre los arreos de montar San Martín impuso como silla para la tropa el lomillo o recado de creación y uso gauchesco, privilegiando así la equitación local, solo permitiendo en los oficiales el uso de la silla inglesa, para él la elección de los caballos su adiestramiento y su estado eran de gran importancia.

El 3 de febrero de 1813, en el combate de San Lorenzo se produce el bautismo de fuego de los granaderos y sus caballos criollos, se afirma que San Martín montaba un bayo, pelaje típico de la herencia del caballo español, pudo haber sido también un zaino y aún queda la duda respecto a su pelaje, ese caballo cae heroicamente en la refriega. Parish Robertson indica que era un caballo "bai" que en inglés significa zaino.

Mientras San Martín disciplina al máximo a sus granaderos, con esos mismos caballos criollos Manuel Belgrano vence al ejército realista en Salta y Tucumán, armando a los gauchos con chuzas lazos y boleadoras .

Güemes en Salta mantiene a raya con sus gauchos montados en caballos criollos a los ejércitos realistas, San Martín informa al gobierno de Buenos Aires como estos gauchos están frenando el avance realista en el norte, el texto de la nota es cambiado por La Gazeta, el diario oficial del Gobierno y se publica transformando los claros términos del Libertador que se refiere a "gauchos" en “paisanos patriotas”, el término “gaucho”, no resultaba conveniente para el Gobierno referido a una acción militar heroica, le quitaba méritos a los ejércitos regulares creados para luchar contra la armas realistas.

En 1814 San Martín comienza en Mendoza a preparar el ejército que cruzará los Andes para liberar a Chile y luego al Perú, los granaderos son enviados desde Buenos Aires hacia la cordillera, un joven teniente que sienta plaza en este regimiento , Juan Galo de Lavalle se distinguirá a partir de ese momento y llevará a los granaderos a sus más heroicas acciones, montados en caballos criollos, en ese momento se le propone incorporarse a los húsares y lo rechaza “el nombre de granaderos es grande y yo no cambio mi destino”, el destino de ese regimiento le dará luego la razón.

Con la gran preocupación de San Martín por los mas mínimos detalles , en la preparación de su ejército libertador, le hace manifestar al gobierno de Buenos Aires, que necesita 1500 caballos de pelea para los granaderos “esa caballería maniobrera que nos dará decidida ventaja por desconocerla en mucho por parte del enemigo”

Son esos caballos criollos con aptitudes y morfología apta para la acción rápida y la maniobra envolvente olvidada en España por los ejércitos de los Borbones, los que darán a San Martín la razón luego de los combates en que fueron utilizados.

Requiere 30.000 herraduras para que sus caballos no se destruyan en la travesía de los Andes.
Pide a Buenos Aires, lomillos para los recados de los granaderos, y clarines que no tiene en Mendoza. El Director Pueyrredon le manda 400 recados y los ¨únicos 2 clarines" que encuentra en la ciudad. Completa así los 750 lomillos que necesita para la tropa de granaderos , los oficiales usan montura inglesa.

Hasta ese momento las órdenes de mando en la caballería patriota se daban de viva voz, San Martín considera que "el clarín es imprescindible y resulta para la caballería como el redoble del tambor para la infantería", los clarines que le han fabricado de latón en Mendoza no le satisfacen por su sonido apagado y ronco , pareciera que el bronce se hizo para los héroes y para animar a sus caballos.

San Martín necesitará además 15.000 mulas que le proveen los mendocinos.
También aquí debemos rendir homenaje a las miles de yeguas criollas destinadas a la producción de mulas, sin las cuales no se hubiera podido cruzar los Andes, los granaderos sus jefes y oficiales y el propio San Martín montaron en mulas hasta que enfrentaron a los realistas montando en esa instancia a sus maniobreros caballos de pelea.

El ejército libertador cruza los andes con 750 granaderos, librando éstos sus primeros combates en Las Achupallas y en Las Coimas o Putaendo donde Necochea con Soler y Pacheco, sin esperar refuerzos se lanza con dos escuadrones de granaderos en una astuta maniobra desbaratando a 300 jinetes y 200 infantes realistas


El 12 de febrero de 1817 en Chacabuco la acción de la caballería criolla es decisiva, comportándose a la altura de las tácticas de Anibal en la batalla de Cannas, contra Roma, el propio San Martín tomó en sus manos el estandarte y se puso al mando de los granaderos como lo había hecho en San Lorenzo, y así esa “ caballería maniobrera” tan alabada por su jefe obtiene su primer gran triunfo para la libertad de América

San Martín con pocas palabras definió la acción en el parte oficial de la batalla “Chacabuco puede decirse es la obra de los escuadrones de granaderos a caballo”

Se encontraron en el campo de batalla cabezas cortadas de un solo tajo, un cráneo cercenado por la mitad de un sablazo y un fusil con su caño cortado de un golpe de sable.

Luego de la batalla algunos españoles prisioneros quisieron sobornar a los granaderos con oro para obtener su libertad, un sargento les contestó “los argentinos no nos vendemos porque no tenemos precio”.

A pesar de la posterior derrota de Cancha Rayada , donde la gesta libertadora parece fracasar, Las Heras salva 3500 hombres y los granaderos a caballo solo piensan en la revancha, en 15 días San Martín rehace el ejercito y bate definitivamente a los realistas en Maipú.

En 1820 los granaderos siguen a San Martín en su campaña del Perú, mientras tanto del otro lado de la cordillera en la nueva Patria que han dejado atrás, los caballos criollos serán protagonistas de las desgraciadas luchas civiles entre criollos de bandos antagónicos, las cargas de las indisciplinadas montoneras se convirtieron en la única táctica de pelea ecuestre. entre los caudillos y el gobierno central..

Mientras tanto Bolivar ha triunfado en Boyacá y Carabobo, liberando todo el norte, y manda al general Sucre al Perú, que pide refuerzos a San Martín quien le envía 1600 hombres entre ellos el primer escuadrón de granaderos a caballo al mando de Lavalle que galopan 500 kilómetros y se reúnen al pie del Chimborazo para seguir la campaña al mando de su nuevo jefe,
Allí será donde en dos acciones Lavalle sus granaderos y sus caballos criollos asombran a sus enemigos y nos asombran a nosotros aún hoy.

En Riobamba. el 12 de abril de 1822 , Lavalle con 96 granaderos carga contra 420 húsares y carabineros a caballo realistas. Finge inicialmente una retirada para atraer al enemigo y retrocede para rearmarse. En ese momento Sucre que presencia la maniobra comenta “si Lavalle quiere perderse que se pierda solo “, pero el escuadrón rehace las filas, vuelve la cara y carga a degüello y en 15 minutos de combate desbarata completamente a la caballería enemiga. perdiendo solo un hombre

Luego de sablear en Pichincha consolidando la victoria de Sucre , Bolivar se encuentra en Guayaquil con San Martín quien se retira al Perú y de alli abandonará definitivamente la vida pública

Los granaderos siguen en el ejército al mando de Alvarez de Arenales que es vencido por los realistas en Torata y Moquegua. La protección de la retaguardia de los vencidos es encomendada a 300 granaderos que comanda el coronel Lavalle que debe permitir que esas tropas se embarquen en el puerto de Illo rechazando el hostigamiento de 1.000 jinetes realistas al mando del general Carratalá.

En un corredor de cuarenta kilómetros, los granaderos dan veinte cargas seguidas en tres horas y permiten a todo el ejército embarcarse.
Solo jinetes de excepción con caballos fuera de lo común pudieron hacer esta hazaña, piensen que en un partido de polo en diez o doce minutos de acción los caballos se agotan y deben ser cambiados.


Unos pocos de esos caballos criollos volvieron a su patria, y cargados de heridas de combate , terminaron sus días pastando en las llanuras que los vieron nacer.

Luego de consolidada la independencia, finalizadas las guerras civiles, organizada la nación, creado el ejército nacional moderno y estableciéndose las estancias progresistas, el caballo criollo pasó al olvido y al menosprecio por ser considerado un caballo de gauchos e indios, comparado ahora con los poderosos caballos de tiro y elegantes caballos europeos con los que fueron mestizadas las yeguadas criollas y equipados los regimientos de caballería.

No obstante hoy el regimiento de granaderos a caballo los reivindica y honra con un escuadrón el “Escuadrón RioBamba" montado en caballos criollos, donados por criadores de la raza.

Cuando vean pasar en los desfiles a esos jinetes y recuerden que la Patria se hizo a caballo, piensen que fué sobre ese caballo que los granaderos sablearon en San Lorenzo , en Achupallas y Las Coimas , en Chacabuco y en Maipú , en Nazca , en RíoBamba , en Pichincha , en Torata y en Moquegua y en otros muchos combates, y que con ellos y los gauchos tucumanos y salteños , vencieron a los realistas en Salta y Tucumán comandados por Belgrano y Güemes consolidando así la libertad de medio continente.

Y recordando a esos héroes que dieron su vida en todos esos combates montando sus caballos criollos, citaré a un amigo poeta que en sus encendidos versos profetizaba cantando:

“ cuando ya se hayan ido para siempre los centauros jinetes de mi raza..
los que por diversión hacían la guerra, los que por devoción hicieron mi Patria.
yo solo se donde podré encontrarlos con sus corvos sus pingos y sus lanzas...
los hallaré en el cielo de la gloria , en el mundo infinito de las almas
porque esta tierra les quedó muy chica para la más cortita de sus cargas.”


GRANADEROS A CABALLO

Leopoldo Lugones

Con arrebato de horda va el corcel formidable.
Enredado a sus crines ruge el viento de Dios.
Sobre el bosque de hierro vibra en llamas un sable
Que divide a lo lejos el firmamento en dos.

La montaña congénere donde el cóndor empluja,
Sonreída de aurora despertó a ese tropel
De Patria, y la simétrica marea ungió en la espuma
De un brindis gigantesco los flancos del corcel.

La tierra devorada por los cascos, se abisma
En el tremendo vértigo que arrastra aquel alud.
Y el Himno natal surge del trueno con la misma
Voz que estalló en clarines en los campos del Sud.

¡Tufo de potro; aroma de sangre; olor de gloria!
La hueste bebe el triunfo cual sublime alcohol,
Y la muerte despliega sobre su trayectoria,
Acabada la tierra, la mar de luz del sol.

UN NIÑO Y SAN MARTÍN


César Fernández Moreno

San Martín, fatigado de galopar el cielo,
En el pueblo y mi plaza puso fin a su vuelo:
Ved ahora su brazo que hacia el azul señala,
Tan firme sobre el viento como si fuera un ala.
Desde su pedestal altísimo de piedra
Es el gran capitán del ombú y de la hiedra,
Y también de las flores que adornan los canteros;
De los ligustros graves, de los pastos terreros
Donde empuja su lodoel negro escarabajo...
Porque es el capitán de lo alto y de lo bajo,
De lo fuerte y lo débil, de lo humilde y altivo.
Lo puedo decir yo, que ante su plaza vivo,
Y, con mis compañeros, en ella río y lloro
Mientras él con justicia reparte el sol de oro.

Cuando en su pedestal juego a las escondidas
Y me toca contar en sus piedras sabidas,
Hacia él mi mirada sube entre dedo y dedo
Y en su actitud de bronce aprendo su denuedo.
Si él quisiera tomarlo de un manotazo airado,
El cielo le cabría en un puño cerrado;
Si él quisiera dos cielos, de un tajo formidable
En dos lo partiría con su virgíneo sable.
Pero él no quiere nada. Le basta lo que tiene:
El don de señalar el rumbo que conviene;
Porque donde él indica, allí el Norte se asoma,
La rosa de los vientos por él cambia de aroma.
¡Oh general del cielo! Junto a tu pedestal,
A tus plantas rendido, se desvanece el mal.
Contigo raya el día donde la noche raya,
Recíbeme en tu sombra cuando la luz se vaya.

ANTE LOS RESTOS DEL GENERAL SAN MARTÍN



Carlos Guido y Spano

Faltaba esa reliquia a nuestra tierra,
Este homenaje a nuestro honor faltaba;
La memoria del héroe reclamaba
En la patria el sepulcro que hoy se cierra

Ante él se inclina el genio de la guerra,
Cuya luz su alta mente iluminaba
Cuando el libre pendón triunfante alzaba,
Del mundo asombro, en la gigante sierra.

Fue su gloria sin mancha y sin ocaso:
De Mayo el verde lauro la eternice,
Y antes de hollarle América sucumba.

Rompió el alma inmortal su frágil vaso:
“Yace aquí San Martín”, el mármol dice;
Pero a tal hombre es pórtico la tumba.

EL SABLE DE SAN MARTÍN




Por Gabriel O. Turone

Recordemos que el General José de San Martín le lega su glorioso sable libertador a Juan Manuel de Rosas el día 23 de enero de 1844, que es cuando escribe su testamento político en París, Francia.

La tercera cláusula del documento, decía lo siguiente:

“El Sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina D. Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como Argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.

Sin embargo, el Restaurador de las Leyes recién se enterará de semejante gesto de gratitud una vez que muere San Martín. En carta del 30 de agosto de 1850, Mariano Balcarce, a la sazón hijo político de aquél, comunica a Rosas sobre la muerte del ilustre argentino, ocurrida el día 17 de ese mismo mes y año, y, seguidamente, le hace saber de la cláusula número 3 de su testamento político. Luego de transcribirla, Balcarce le dice a Rosas: “Tan pronto como se presente una ocasión segura, tendré el honor de remitir a V. E. esa preciosa memoria legada al Defensor de la Independencia Americana por un viejo soldado cuyos servicios a la Patria se ha dignado V. E. recordar constantemente en términos tan lisonjeros como honrosos”. Así las cosas, en el pueblo quedó instalado que San Martín había homenajeado a Rosas por la defensa que éste hizo de la soberanía nacional en Vuelta de Obligado (20 de noviembre de 1845), cuando, en verdad, ya el Padre de la Patria le había heredado su máxima presea militar casi dos años antes.

Cuando se produce la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852, donde una coalición de traidores y ejércitos extranjeros expulsa a Juan Manuel de Rosas del poder, el anhelo de ver en suelo patrio la espada del Libertador queda deshecho. La consigna de los nuevos tiempos era olvidar todo aquello que rememore al régimen federal depuesto; en ello va la suerte de la espada de San Martín: poco y nada se sabrá de ella desde la caída de Rosas en adelante. Tampoco era objeto de interés para los gobiernos liberales y masónicos que se sucedieron desde entonces, algunos de cuyos artífices, como Domingo Faustino Sarmiento, vieron en San Martín a un “viejo abatido y ajado por las revoluciones americanas, [que] ve en Rosas el defensor de la independencia amenazada y su ánimo noble se exalta y ofusca”.

El sable en tierras inglesas

Asentado en Southampton, Inglaterra, Rosas recibe el sable del Libertador, dándose cumplimiento a lo establecido en la tercera cláusula testamentaria de San Martín de 1844. En su chacra de Burguess Street Farm, Juan Manuel de Rosas tenía exhibida la reliquia dentro de un cofre, en cuya tapa hizo colocar una chapa de bronce en la que estaba grabada la cláusula del testamento ya citado.

En el mismo pueblo inglés, Rosas redacta su testamento político con fecha 28 de agosto de 1862. Allí deja constancia de la distribución total de sus bienes que deja a familiares y amigos de toda la vida. En la cláusula 18, dice: “A mi primer amigo el señor Dn. Juan Nepomuceno Terrero, se entregará la espada que me dejó el Excelentísimo Señor Capitán General Dn. José de San Martín (…) Muerto mi dicho amigo, pasará a su Esposa la Señora Da. Juanita Rábago de Terrero, y por su muerte a cada uno de sus hijos, e hijas, por escala de mayor edad”.

Juan Nepomuceno Terrero era el padre de Máximo Terrero, esposo de Manuelita Robustiana Rosas (hija del Restaurador). Juan Nepomuceno fue amigo de toda la vida de Juan Manuel de Rosas, incluso fueron socios en el primer negocio que ambos emprendieron: el Saladero “Rosas, Terrero y Cía.”, abierto a finales de 1815. Al morir Rosas el 14 de marzo de 1877, el sable legado quedó en poder de Máximo Terrero, dado que los padres de éste ya habían fallecido.

Repatriación de la espada gloriosa

A mediados de 1896, el doctor Adolfo P. Carranza, entonces director del Museo Histórico Nacional, se interesó en la idea de repatriar el sable de San Martín. Gracias a los oficios de Antonino Reyes, ex edecán de Rosas, Carranza le manda decir a Manuela Rosas de Terrero que done el sable corvo de las campañas libertadoras al museo que dirige. En un tramo, señala Carranza: “Vengo a rogar a V. haga la donación al Museo Histórico, en nombre de su señor padre, del sable que recibió”. Esta carta, fechada el 5 de septiembre de 1896, fue respondida el 27 de noviembre de ese mismo año por Manuela Rosas, quien le aclara a Carranza que “al fin mi esposo, con la entera aprobación mía y de nuestros hijos, se ha decidido en donar a la Nación Argentina este monumento de gloria para ella, reconociendo que el verdadero hogar del sable del Libertador, debiera ser en el seno del país que libertó”.

Tiempo más tarde, el 31 de enero de 1897, Manuela Rosas de Terrero le vuelve a escribir a Adolfo Carranza, esta vez señalándole que, además del sable corvo, se adjuntarán dos objetos históricos más: uno es la bandera “que llevó el Benemérito Ejército Expedicionario al Desierto a las órdenes de mi padre el General don Juan Manuel de Rosas, contra los indios salvajes que asolaban nuestra campaña”, y el otro era “un trofeo del General Arenales, (en el año 1820) presentado por su hijo el Coronel don José Arenales, a mi padre, cuya dedicatoria está estampada en el trofeo”.

Máximo Terrero, cónyuge de Manuela Rosas, le manda decir al presidente de la Nación, doctor José Uriburu, el 1° de febrero de 1897 desde Londres que “el sable será remitido en estos días a mi sobrino político, el señor Juan Manuel Ortiz de Rozas, bajo todas las precauciones y formalidades del caso, y este señor en representación nuestra, tendrá el honor de ponerlo en manos de V.E.”. Concretados los trámites para la definitiva repatriación de la espada de San Martín, el 5 de febrero salió de Southampton para Buenos Aires el vapor “Danube”, trayendo a bordo el sable glorioso. La noticia fue confirmada telegráficamente a Manuela Rosas ese mismo día, mientras que el periódico “El Día” de La Plata, publicaba la novedad el 6 de febrero.

En los días siguientes, previo al arribo, los medios vertieron las más diversas opiniones sobre la reliquia en cuestión, dando lugar a debates largos y tediosos que, sin embargo, ya no podían empañar el acontecimiento en sí. También se había suscitado un problema, el cual consistía en saber cómo iban a ser los festejos, los desfiles, la recepción, etc., etc. Como el tiempo apremiaba, se decidió, por fin, que el “Danube” llegara al puerto de La Plata y que, desde aquél, se traspasara el sable a la corbeta “La Argentina”. Luego, una comisión compuesta por oficiales del Ejército y por el sobrino político de Máximo Terrero, Juan Manuel Ortiz de Rozas, arribaría al puerto de Buenos Aires y, acto seguido, le obsequiaría la espada de San Martín al presidente Uriburu en la Casa Rosada.

A pesar de la magnitud del evento, solamente la Asociación de la Prensa fue la única entidad que dirigió al pueblo una invitación para que éste se adhiriera al acto patriótico, pero con la carga de que dicha invitación fue formulada el mismo día del arribo del vapor “Danube”. Las vacilaciones de las autoridades encargadas de formular el programa de festejos, motivaron este tipo de improvisaciones. La invitación, por lo tanto, no tuvo el éxito que se esperaba.

Finalmente, el “Danube” arribó con el sable del Libertador en la mañana del domingo 28 de febrero de 1897. Los únicos asistentes al acto fueron un grupo de personas allegadas a Juan Manuel Ortiz de Rozas, algunos miembros de la Asociación de la Prensa de la ciudad de La Plata y uno que otro representante de los diarios de Buenos Aires, a los que se sumaba un pequeño grupo de vecinos de Ensenada. Nadie más.

Veamos, sino, lo que publicaba el diario “La Prensa” el 1° de marzo de 1897: “Desagradable impresión ha causado entre la poca concurrencia que acudió ayer a presenciar el trasbordo de la espada que perteneció al General San Martín, desde el vapor mercante “Danube” que lo ha conducido desde Southampton, a la corbeta “La Argentina”. La ausencia de representación de los gobiernos, y la poca publicidad dada al acto, contribuyó a que aquella ceremonia solo fuera presenciada por unas pocas personas”.

La corbeta “La Argentina” quedó fondeada en el puerto de La Plata hasta el 3 de marzo de 1897, ocasión en que zarpó al puerto de la ciudad capital. La reliquia militar llegaba a Buenos Aires en la mañana del 4 de marzo, día fijado para su recepción por el presidente de la Nación, José Evaristo Uriburu. Aguardaban en el puerto la Escuela de Grumetes de la Armada con su banda de música, lo mismo que una veintena de niños del Patronato de la Infancia. Sin embargo, la comisión de generales designada por el Estado Mayor del Ejército para que conduzca el sable hasta la Casa Rosada estuvo ausente. Ante esta vergüenza, en el momento hubo que nombrar a un presidente para la acéfala comisión, cargo que recayó en el teniente general retirado Donato Álvarez. Como puede verse, las pasiones facciosas no estaban del todo disipadas, sino no se entiende el poco interés demostrado para recibir la espada que ciñó el Padre de la Patria y que heredó, enhorabuena, a Juan Manuel de Rosas.

La espada estaba dentro de una caja y con su respectivo documento que avalaba la autenticidad de la pieza. La caja era sostenida por cuatro marineros de la dotación de la corbeta “La Argentina”. Delante de aquélla se ubicaban Donato Álvarez y Juan Manuel Ortiz de Rozas, y, detrás del cofre, le seguían los integrantes de la Comisión Militar (coroneles y tenientes coroneles, pues ningún general se hizo presente), la Escuela de Grumetes de la Armada (bajo el mando del teniente de Navío Bárcena) y unas 1.200 personas que eran parte del público que no quiso perderse la emoción de lo que se estaba viviendo.

Con solemnidad, el sable corvo le fue entregado al presidente José Uriburu, quien aguardaba dentro de la Casa de Gobierno junto a sus Ministros, Jefes y Oficiales del Ejército y la Armada. Un decreto firmado por Uriburu un día antes, el 3 de marzo, manifestaba en su artículo 1° que “el sable que usó el Gral. Dn. José de San Martín en las campañas de la Independencia Sudamericana, remitido al Presidente de la República por el Sr. Máximo Terrero y del que hará entrega el Sr. Juan Ortiz de Rozas, se depositará en el Museo Histórico”.

A partir de entonces, los argentinos hemos tenido el privilegio de contemplar la espada que empuñó el capitán general José de San Martín, la misma que luego heredó al preclaro defensor de la soberanía nacional, brigadier general Juan Manuel de Rosas. Para 1897, un acto de justicia acababa de concretarse.

Bibliografía
Ortega Peña, Rodolfo y Duhalde, Eduardo Luis. “San Martín y Rosas. Política Nacionalista en América”, Editorial Sudestada, Buenos Aires 1968.
Ortiz de Rozas, Nicolás. “El Sable de San Martín”, La Plata, Año del Libertador General San Martín, 1950.

www.revisionistas.com.ar

politicaydesarrollo.com.ar, 23-1-11

RECORDAR EL PASADO GLORIOSO, PARA NO PERDER LA ESPERANZA


El 20 de noviembre pasado, recordamos el combate de La Vuelta de Obligado, que se ha fijado como símbolo de la Soberanía Argentina. En este boletín queremos relatar lo que sucedió después de dicha gesta, resumiendo lo publicado en la bibliografía citada.
El enemigo sufrió averías en los buques San Martín, Fulton, Dolphin y Pandour, especialmente, y la escuadra debió quedarse cuarenta días en Obligado para efectuar reparaciones. El jefe francés, capitán de navío Trehouart, reconoció en el parte de guerra: Siento vivamente que esta gallarda proeza se haya logrado a costa de tal pérdida de vidas [las propias], pero considerando la fuerte posición del enemigo y la obstinación con que fue defendida, debemos agradecer a la Divina Providencia que no haya sido mayor.

Los extranjeros no habían previsto que se trabara un combate, y tampoco lo esperaban los argentinos unitarios. Valentín Alsina le escribe a Félix Frías:
Rosas ha tenido la locura de querer impedir el paso con batería y buque acorazado; locura digo, porque lo es querer competir tan luego en agua con aquellas naciones que además de la enorme ventaja de los vapores, tienen la de su tremenda artillería a lo Peysar que Rosas y su gente no conocen todavía.

Hasta esa fecha, los periódicos de otros países habían comentado, más que nada, los infundios de Las Tablas de Sangre; pero luego, como sostiene Aníbal Riú, al tronar glorias nativas el cañón de Obligado, su eco se escucharía en el mundo entero. San Martín le escribe a Guido: Ya sabía la acción de Obligado; ¡que iniquidad! De todos modos los interventores habrán visto por este échantillon que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca.

Comienza entonces, un lento trabajo diplomático de Rosas que culmina exitosamente. El representante inglés Southern aceptó el 6 de abril de 1849 el proyecto de convención:

1) Inglaterra evacuaba Martín García, devolvía los buques argentinos de guerra “en tanto le fuera posible en el mismo estado en que fueron tomados” y desagraviaba la bandera con 21 cañonazos.
2) Devolverá las presas del bloqueo.
3) Las divisiones argentinas en la República Oriental quedarían hasta “que el gobierno francés desarme a la legión extranjera, y a todos los demás extranjeros que se hallan en las armas y forman la guarnición de la ciudad de Montevideo, evacue el territorio de las dos repúblicas del Plata, abandone su posición hostil y celebre un tratado de paz”. Inglaterra “emplearía sus buenos oficios” para ese tratado.
4) Se reconoce que la navegación del Paraná “era interior de la República Argentina sujeta solamente a sus leyes y reglamentos, lo mismo que la del Uruguay en común con la República Oriental”.
5) Se reconoce la plena soberanía argentina “y si en el curso de los sucesos de la República Oriental ha hecho que las potencias aliadas interrumpan por cierto tiempo el ejercicio de los derechos beligerantes de la República Argentina, queda plenamente admitido que los principios bajo los cuales han obrado, en iguales circunstancias habrían sido aplicables ya a la Gran Bretaña y a la Francia. Queda convenido que el gobierno argentino, en cuanto a esta declaración, reserva su derecho para discutirlo oportunamente con la Gran Bretaña, en la parte relativa a la ampliación del principio”.
6) Oribe, como “Presidente de la República Oriental y aliado de la Confederación Argentina”, daría su conformidad”.

Dos días antes, el 4 de abril, el ministro argentino Arana y el representante francés, contralmirante Lepredour, concluyen el proyecto respectivo:

1) Suspensión de hostilidades.
2) El representante francés exigirá a las “autoridades” de Montevideo el desarme de la Legión extranjera “y de todos los demás extranjeros que se hallen bajo las armas y forman la guarnición de la ciudad o que estén en armas en cualquier otro punto del territorio oriental”, debiendo hacerse ante un veedor argentino y otro francés.
3) “Efectuado el desarme, el gobierno argentino hará evacuar del territorio oriental las divisiones argentinas que existan en su territorio”.
4) Simultáneamente con la suspensión de hostilidades, Francia evacuará a Martín García, devolverá los buques argentinos “tanto como sea posible en el estado en que fueron tomados” y desagraviará la bandera con 21 cañonazos.
5) Devolverá las presas del bloqueo.
6) El Paraná era navegación interior argentina “sujeta a sus leyes y reglamentos, lo mismo que la del Uruguay en común con el Estado Oriental”.
7) Se reconoce la soberanía argentina en la misma forma que en el tratado inglés.
8) Si Montevideo se negaba a cumplir las estipulaciones “o retardase si necesidad la ejecución de las medidas”, el representante francés declarará “que cesa su intervención y se retirará”.
9) Oribe debería dar su aquiescencia como aliado de la Confederación.
10) Se someterían a Oribe “los puntos relativos a los asuntos domésticos de la República Oriental”.
11) Oribe era llamado “Presidente de la República Oriental” en el texto español y brigadier general en el francés; las autoridades de la Defensa gobierno de Montevideo en el francés, y autoridades de hecho en Montevideo en el español.
12) Quedaba restablecida la paz “y su anterior estado de buena inteligencia y cordialidad”.

Otorgada la plenipotencia real, el tratado con Inglaterra es firmado por Arana y Southern el 24 de noviembre de 1949, y ratificado por Rosas el 24 de enero de 1850. El contralmirante Barrington Reynolds, jefe de la estación naval en Sudamérica, el día 27 de febrero hace izar a proa de la fragata Southampton la bandera argentina, y ordena que sea solemnemente desagraviada con 21 cañonazos, como estaba convenido. Las ceremonias finalizan cuando la batería Libertad efectúa una salva “en reconocimiento a Dios Nuestro Señor” por la victoria argentina.

Al conocerse en Francia que la reina Victoria había autorizado el tratado con la Confederación, la prensa francesa criticó la derrota de Inglaterra frente a Rosas. Como desquite, el London Times del 1 de agosto publica el texto del convenio Lepredour, lo que origina duros debates en el parlamento, siendo obligado el gobierno a nombrar un negociador armado que debería presionar a Rosas para ponerle condiciones. Es designado nuevamente Lepredour, que sólo consigue leves modificaciones al texto original, firmando el tratado el 31 de agosto de 1851 y enviándolo a Francia. Pero, Rosas exige el desagravio a la bandera, sin esperar la confirmación francesa, y ello se produce -con similar protocolo al realizado por los ingleses-, en la fragata Astrolabe. Recién en junio de 1852, se pronuncia la comisión respectiva del parlamento, aconsejando la aprobación del tratado: “En fait de folies, les plus courtes sont les meilleurs” (tratándose de locuras, las más cortas son las mejores).
No hay constancia de que el emperador haya ratificado el tratado, y el gobierno de la Confederación había caído. “Menos mal que Rosas, como si presumiera su caída, se había adelantado a exigir a Lepredour que los cañones franceses del Astrolabe desagraviasen la bandera argentina” (Rosas, p. 353).

Ambos tratados, con Inglaterra y Francia, forman parte de una misma estrategia que culmina con un éxito sin precedentes en disputas con las dos grandes potencias de la época: “…la agresión conjunta anglo-francesa, no resistida en ningún punto del globo y que permitió a las potencias coaligadas abrir el África, la China, el Japón y crear dos de los mayores imperios conocidos, fracasó en el Plata” (Irazusta, p. 135).


Fuentes:

Fernández Cistac, Roberto. “Sesquicentenario del glorioso Tratado Arana-Lepredour”; en: Revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Nº 59, abril/junio 2000.

Irazusta, Julio. “Breve historia de la Argentina”; Buenos Aires, Editorial Independencia, 1981.

Rosa, José María. “Historia Argentina”; Buenos Aires, Editor Juan Granda, 1965, tomo 5.

(Boletín Acción, 140)