REVOLUCIÓN DE MAYO

 

 


Contada por Cornelio Saavedra

 

El 24, procedió el Cabildo al nombramiento de vocales de que se debía componer la junta de Gobierno de estas provincias y las que comprendía la dilatada extensión del Virreinato. El doctor don Juan Nepomuceno Sola, don José Santos Inchaurregui, el doctor don Juan  José Castelli y yo, fuimos los electos en aquel día; y para la presidencia, el mismo don Baltazar Hidalgo de Cisneros; se recibió esta junta el mismo día 24 a la tarde. El 24 principió sus sesiones y nada se hizo en ellas que mereciese la atención. El 25 volvió a aparecer, de un modo bastante público, el descontento del pueblo con ella; no se quería que Cisneros fuera el presidente ni por esta cualidad darle el mando de las armas, ni a los vocales Sola e Inchaurregui, por sus notorias adhesiones a los españoles.

 

Todo aquel día fue de debates en las diferentes reuniones que se hacían y particularmente en los cuarteles. Al fin, el día 25, quedó también disuelta esta Junta y yo fui el que dijo a Cisneros que era necesario se quedase sin la presidencia, porque el pueblo así lo quería; a lo que también él allanó sin dificultad. Reunido éste en la plaza, aquel mismo día, procedió por sí al nombramiento de la junta, que estaba resuelto se estableciese en los acuerdos anteriores y recayó éste en las personas de don Manuel Belgrano, el doctor Juan José Castelli, el doctor don Manuel Alberti, don Juan Larrea, don Domingo Matheu y yo, que quisieron fuese el presidente de ella y comandante de las armas. Con las más repetidas instancias, solicité, al tiempo del recibimiento, se me excusase de aquel nuevo empleo, no sólo por la falta de experiencia y de luces para desempeñarlo, sino también porque, habiendo tan públicamente dado la cara en la revolución de aquellos días, no quería se creyese había tenido el particular interés de adquirir empleos y honores por aquel medio.

 

A pesar de mis reclamos no se hizo lugar a mi separación. El mismo Cisneros fue uno de los que me persuadieron aceptase dicho nombramiento por dar gusto al pueblo. Tuve al fin que rendir mi obediencia y fui recibido de Presidente y Vocal de la Excelentísima Junta, prestando con los demás señores ya dichos, el juramento de estilo en la sala capitular, lo que se verificó el 25 de mayo de 1810, el que prestaron igualmente los doctores don Juan José Paso y don Mariano Moreno, que fueron nombrados secretarios para dicha junta. Por política fue preciso cubrirla con el manto del señor Fernando VII a cuyo nombre se estableció y bajo de él expedía sus providencias y mandatos.

 

La destitución del Virrey y creación consiguiente de un nuevo gobierno americano, fue a todas luces el golpe que derribó el dominio que los Reyes de España habían ejercido en cerca de 300 años en esta parte del mundo, por el injusto derecho de conquista; y sin justicia no se puede negar esta gloria: a los que, por libertarla del pesado yugo que la oprimía, hicimos un formal abandono de nuestras vidas, de nuestras familias e intereses, arrostrando los riesgos a que con aquel hecho quedamos expuestos. Nosotros solos, sin precedente combinación con los pueblos del interior, mandados por jefes españoles que tenían influjo decidido en ellos, confiados en nuestras pocas fuerzas y su bien acreditado valor, y en que la misma justicia de la causa de la libertad americana, le acarrearía en todas partes prosélitos y defensores, nosotros solos, digo tuvimos la gloria de emprender tan abultada obra. Ella, por descontado, alarmó al cúmulo de españoles que había en Buenos Aires y en todo el resto de las provincias, a los gobernadores y jefes de lo interior y a todos los empleados por el rey, que preveían llegado el término del predominio que ellos les daban entre los americanos.

 

En el mismo Buenos Aires, no faltaron hijos suyos que miraron con tedio nuestra empresa: unos la creían inverificable por el poder de los españoles; otros la graduaban de locura y delirio de cabezas desorganizadas; otros, en fin, y eran los más piadosos, nos miraban con compasión, no dudando que en breves días seríamos víctimas del poder y furor español, en castigo de nuestra rebelión e infidelidad contra el legítimo soberano, dueño y señor de la América y de las vidas y haciendas de todos sus hijos y habitantes, pues hasta estas calidades atribuían al rey en su fanatismo. ¿Será creíble que al fin éstos han salido más bien parados que no pocos de nosotros? Pues así sucedió. 

No pocos de los que en el año 10 y sus inmediatos eran, o fríos espectadores de aquéllos sucesos, o enemigos de aquellas empresas y proyectos de la libertad e independencia, cuando vieron que el fiel de la balanza se inclinaba en favor de ellos, principiaron también a manifestarse patriotas y defensores de la causa y por estos medios han conseguido reportar el fruto de nuestras fatigas, mientras algunos de mis compañeros de aquel tiempo, y las familias de los que han muerto, sufren como yo, no pocas indigencias, en la edad menos a propósito para soportarlas o repararlas con nuestro trabajo personal.

 

Sin embargo, ellos y yo, en el seno de nuestras escaseces, y desde el silencio de nuestro abandono y retiro, damos gracias al Todopoderoso por haber alcanzado a ver realizada nuestra obra y a la América toda independiente del dominio español. Quiera él mismo también la veamos libre del incendio de pasiones y facciones que en toda ella han resultado en estos últimos años.

 

Fuente: Museo Histórico Nacional, Memorias y Autobiografías.

(Publicado en periódico  El Restaurador, 18-5-21)

UNA NIETA DE NAPOLEÓN


nació, y está sepultada, en Buenos Aires

Claudia Peiró

Infobae, 16 de Mayo de 2021

 

Son muchas las repercusiones que en nuestra historia ha tenido la figura de Napoleón Bonaparte. Lo suficientemente importantes como para que el Bicentenario de su muerte -el 5 de mayo pasado- no pasara tan inadvertido para el arco político argentino que, muy proclive a mantener vivas las querellas del pasado, no parece sin embargo estar dotado de la suficiente conciencia histórica.

 

Recordemos que fue el enfrentamiento de la Francia de Napoleón con Portugal y España lo que abrió la ventana de oportunidad a las revoluciones emancipatorias en las colonias americanas y que nuestro San Martín se formó en un ejército español “afrancesado” -al decir de la época-, es decir, fuertemente influido por las ideas francesas, tanto en materia de estrategia militar como política. En 1812, cuando el futuro Libertador llegó de España, cargaba consigo varios baúles con libros, de los cuales la mitad estaban escritos en francés, idioma que ya conocía muy bien. Y el Triunvirato de Buenos Aires lo recibió con sospecha creyéndolo agente del Emperador Napoleón... De hecho, Francia fue el país que eligió para afincarse desde 1830 hasta su muerte en 1850.

 

La historia del nacimiento de una nieta de Napoleón en Buenos Aires no tiene la envergadura de lo antes señalado, sino que es esencialmente anecdótica; sin embargo, se enmarca en acontecimientos post napoleónicos de gran interés.

 

El 9 de mayo de 1847, un ilustre viajero hacía su arribo al puerto de Buenos Aires. Una comitiva oficial lo esperaba para trasladarlo junto a su esposa y acompañantes a la casa que lo albergaría durante su estadía.

 

Juan Manuel de Rosas comunicaba a la Cámara de Representantes la llegada de este emisario oficial de Francia y de su comitiva y destacaba “la eminencia del gobierno que representan, la importancia e interés de su alta misión y también el elevado rango y recomendables cualidades personales” del huésped en cuestión.

 

Lo que no decía el mensaje era que el recién llegado Conde Walewski era hijo del mismísimo Napoleón Bonaparte, muerto en Santa Elena 25 años antes. Un secreto a voces.

 

Alexandre Florian Józef Colonna Walewski fue sangre de su sangre, aunque no llevara el célebre apellido. Basta observar su fisonomía, el contorno de la cara y la mirada, para reconocer los rasgos que nos son tan familiares. Alexandre, nacido el 4 de mayo de 1810 en el castillo de Walewice, en Polonia, fue el segundo hijo de Napoleón, fruto de su romance con la condesa polaca María Walewska, posiblemente la mujer que más sinceramente amó al Emperador de los franceses. Y, después de Josefina de Beauharnais, su primera esposa, la relación sentimental más intensa que haya tenido Napoleón.

 

En Santa Elena, donde fue desterrado hasta su muerte, Napoleón conservaba un anillo que ella le dio con la frase: “Si dejas de amarme, no olvides que yo te amo”.

 

En un artículo publicado el 24 de octubre pasado en el sitio gacetamercantil.com, Oscar Andrés De Masi, gran especialista en patrimonio argentino, rescataba el detalle de que los Walewski fueron alojados por decisión de Rosas en la mejor casa de Buenos Aires, la más moderna y con comodidades hasta entonces desconocidas, como un sistema de agua por cañerías, toda una novedad para la Buenos Aires de la época.

 

La casa, cuenta De Masi, pertenecía a Esteban Adrogué y estaba ubicada en el 117 de la calle Piedad -hoy Bartolomé Mitre-, entre Florida y Maipú. “Ahora no podríamos marcar el lugar de su fachada a causa de la traza de la Diagonal Norte, que trasegó aquellos solares”, explicó.

 

La familia Adrogué debió desalojarla temporariamente para cedérsela al enviado del gobierno francés, un favor solicitado por el Restaurador de las Leyes al que el empresario no pudo negarse. Debía su fortuna a los vínculos con el Gobierno como proveedor de cueros y botas.

 

En 1847, cuando con 37 años llegó a Buenos Aires como plenipotenciario del gobierno francés, Walewski ya tenía tras de sí una carrera de servicios diplomáticos, primero a su patria natal, Polonia, y luego, tras la ocupación de Varsovia por los rusos, a Francia, país cuya nacionalidad adoptó.

 

Su misión en Buenos Aires estaba motivada por el conflicto de la Confederación Argentina con Francia e Inglaterra por la libre navegación de los ríos a la cual pretendían las potencias europeas.

 

De joven, el Conde se había iniciado en política buscando respaldo inglés para la causa de la independencia de Polonia. Walewski estaba en Francia cuando se produjo la revolución de julio de 1830 que puso fin a la monarquía absoluta de los Borbones e instauró en el trono de Francia al Duque de Orléans, Luis Felipe, que pasó a la historia como el rey burgués. El suyo fue el régimen que admiró San Martín mientras vivió en París, porque garantizaba el orden sin ser despótico. El Libertador fue incluso recibido en la Corte porque el monarca deseaba conocerlo. De hecho, fue la caída de Luis Felipe, último rey de Francia, lo que motivó la mudanza de la familia San Martín a Boulogne-sur-Mer, en 1848.

 

Alexandre Walewski también interesó al Duque de Orleáns, que lo convocó para varias misiones diplomáticas. Para subrayar su ruptura con la era borbónica y consciente de la fuerza del recuerdo de Napoleón en el corazón de los franceses, Luis Felipe restauró el nombre del Emperador y repatrió sus restos para depositarlos en el Panteón de Los Inválidos, cumpliendo así con la voluntad de Bonaparte, inscripta en el codicilo de su testamento el 16 de abril de 1821, sólo 20 días antes de morir, de ser inhumado “a orillas el Sena, en medio de ese pueblo francés tan amado”.

 

Waleski hizo también la carrera militar y tuvo alguna actuación, en 1831, durante la sublevación polaca contra los rusos, pero cuando éstos finalmente se adueñaron de Varsovia, ya no pudo regresar a Polonia. También fue empresario periodístico e incursionó en la escritura.

 

Casado en primeras nupcias con Lady Catherine Caroline Montagu, con quien tuvo dos hijos, enviudó muy pronto y volvió a contraer matrimonio, esta vez con María Ana di Ricci, la mujer que lo acompañó en su misión al Río de La Plata.

 

Imaginemos la conmoción en la todavía pequeña ciudad puerto al recibir ni más ni menos que a un hijo de Napoleón, un personaje de fama universal. Eso sí, a diferencia de su medio hermano Léon Dénuelle, también hijo extramatrimonial de Napoleón Bonaparte, Walewski no alardeaba de ese parentesco ni reclamaba el apellido del Emperador.

 

La esposa de Walewski, María Ana Catherina Cassandra di Ricci, condesa de Bentivoglio, estaba a punto de dar a luz, lo que finalmente sucedió en Buenos Aires, poco después de su llegada. El 12 de mayo nació una niña, nieta de Napoleón Bonaparte.

 

Lamentablemente, la pequeña no llegó a vivir dos meses. Rosas envió al doctor James Lepper, su médico personal, en auxilio de la familia, pero nada se pudo hacer. Según Roberto Elissalde, citado por De Masi, la niña llegó a ser bautizada como Isabel Elisa, el 13 de junio, en la iglesia de La Merced, por el sacerdote Pedro Durand. Los padrinos de bautismo fueron el jefe de la escuadra francesa, almirante Fortunato José Le Predour, y su esposa, la vizcondesa de Chavannes.

 

Pero el 3 de julio, en el “Libro de Inhumaciones de Mujeres”, quedó consignado el ingreso de la pequeña Isabel Elisa Walewski en el cementerio de la Recoleta. No se tiene el dato concreto de la ubicación de su tumba, tampoco registro de que haya sido repatriada a París, por lo que se puede suponer que sus restos siguen allí.

 

José Mármol le dedicó un poema a la Condesa Walewska en el cual comparaba su duelo con el de las madres argentinas que padecían por la violencia del régimen rosista, lo que demuestra que la tendencia al uso político de los muertos no es una novedad de nuestros tiempos.

 

“Ya, señora, entre vos y los proscritos / Hay algo de común que os simpatiza /…./ Disteis un ángel a la patria mía, / Pero al arrullo del materno anhelo / La tempestad del Plata respondía. / Y asustado, el Querube voló al cielo. / Ved, ¡ay! señora, en vuestro propio llanto / El llanto de mil madres argentinas / ¿Dónde sus hijos son? ….”, decía el dramático poema.

 

Recordemos que, en el marco del conflicto que enfrentó a la Confederación con Francia e Inglaterra, muchos exiliados unitarios se alinearon abiertamente con las potencias europeas.

 

Poco después del sepelio de su hija, Walewski emprendió el regreso a Europa, vía Montevideo. Su misión en Buenos Aires no tuvo resultados positivos desde los intereses de Francia ya que el gobierno rosista rechazó las pretensiones de las potencias europeas de que se concediera la libre navegación de los ríos de la cuenca del Plata.

 

El hijo de Napoleón se entrevistó varias veces con Rosas y con el canciller Felipe Arana. En cambio, no frecuentó demasiado la sociedad porteña. Tampoco quedaban muchos franceses con los cuales relacionarse ya que la mayoría había emigrado a Montevideo.

 

En Francia, en tanto, José de San Martín enviaba una carta al gobierno galo para aconsejarle que desistiera de su empeño en el Plata y su mensaje era leído en la Asamblea por el Ministro de Asuntos Exteriores lo que contribuyó a apaciguar el entusiasmo bélico de algunos legisladores. En la nota, San Martín les advertía que, aunque obtuvieran algunos triunfos al comienzo -como de hecho sucedió- no lograrían a la larga doblegar al pueblo argentino.

En Europa, Walewski retomó su carrera diplomática. Cuando el sobrino de Napoleón, y por ende primo suyo, Luis-Napoleón Bonaparte, fue electo presidente de la Segunda República francesa, Alexandre fue nombrado ministro en Florencia (1849) y embajador en Nápoles (1850), Madrid (1851) y Londres (1851). En este último destino le tocó a Walewski negociar el reconocimiento del Segundo Imperio Francés, creado por su primo en 1851.

 

En 1855, fue nombrado senador y ese mismo año, ministro de Asuntos Exteriores. Al año siguiente presidió en representación de su país la Conferencia de París que puso solución a la Guerra de Crimea. Renunció en 1860, por diferencias con su primo respecto de la política hacia Italia.

 

Murió en Estrasburgo el 27 de septiembre de 1868 y sus restos están sepultados en el cementerio de Père Lachaise, en París.

 

NAPOLEÓN Y MARÍA WALEWSKA

Alexandre Walewski fue concebido en Viena, durante una estadía de su madre en esa ciudad para estar cerca de Napoleón que se encontraba en campaña.

 

Antes de Alexandre, Napoleón tuvo otro hijo ilegítimo, el primero, fruto de una relación fugaz con Éléonore Dénuelle de la Plaigne, una joven de 18 años que estaba al servicio de su esposa, Josefina de Beauharnais. De ese vínculo nació un niño, el 13 de diciembre de 1806, al que Napoleón le dio un fragmento de su nombre, Léon, y en cuya partida de nacimiento se leía: “padre ausente”. En realidad, el Emperador se hizo cargo de la manutención del niño y de la madre, pero cortó toda relación con ésta.

 

Napoleón estaba casado desde 1796 con Josefina -Marie Josèphe Rose Tascher de la Pagerie-, una viuda de 37 años, madre de dos hijos de su matrimonio con Alexandre de Beuaharnais, guillotinado durante el “reinado” de Robespierre. No habían tenido hijos y Bonaparte dudaba si ello se debía a la edad de ella o a su propia infertilidad. El nacimiento de Léon disipó esas dudas y alentó los planes, que concretaría más adelante, en 1810, de unirse, por motivos geopolíticos, a una dinastía europea y tener un heredero.

 

Bonaparte se había casado muy enamorado de Josefina, hasta que ella le rompió el corazón con sus sucesivas infidelidades y él empezó a coleccionar amantes. Sin embargo, el vínculo entre ambos seguía siendo afectuoso y cordial. Hasta que él decidió el divorcio, por causas estratégicas.

 

Hasta entonces, de todos los romances extramatrimoniales que tuvo, el único perdurable fue el que lo ligó a María Walewska, a quien conoció en 1807 en Polonia, durante un baile en su honor brindado por la ciudad de Varsovia. Napoleón estaba en la cumbre de su poder y para los polacos era un héroe, el hombre que podría darles la tan ansiada independencia.

 

Cuando Bonaparte puso sus ojos en María, una joven de 18 años, apasionadamente patriota y admiradora de Napoleón, pero casada, todo su entorno la alentó al romance, casi como una entrega patriótica.

 

Aun así, el Emperador tuvo que insistir y tener paciencia porque María era una mujer seria y piadosa, aunque su matrimonio con Walewski, un conde septuagenario, era de conveniencia. Por otra parte, su admiración a Napoleón surgía de su patriotismo y no de un interés arribista. Finalmente, acabó enamorada y de modo definitivo: “Todos mis pensamientos vienen de él y vuelan a él. El es todo para mí, mi porvenir y mi vida”.

 

Napoleón no era menos apasionado: “¡María, mi dulce María, mi primer pensamiento te pertenece! Mi primer deseo es volver a verte. ¿No es verdad que volverás? Me lo has prometido. Si no, el águila volará hacia ti”.

 

Pero, a diferencia de ella, Napoleón tiene otras cosas en juego y, llegado el momento, priorizará su Imperio y el vínculo con María se irá espaciando. Entre tanto, había nacido Alexandre, a quien el esposo de María, el Conde Walewski, reconoció como legítimo.

 

Ella se había instalado en París, para estar cerca de Napoleón. Allí, por consideración a Josefina, llevó una discreta vida de reclusión. Aun así, en los corrillos era llamada la “esposa polaca” o la “reina polaca”.

 

Cuando Napoleón partió una vez más en campaña, ella lo siguió. Y así fue que, en Varsovia, quedó encinta. Tras el nacimiento de Alexandre, en 1810, volvió a París con el niño. Pero cuando Napoléon, ya divorciado, contrajo matrimonio con María Luisa de Austria, la relación se fue enfriando sobre todo porque él temía que sirviera de excusa a sus enemigos.

 

Sin embargo, nunca la olvidó. En su atrapante biografía de Napoleón, Emil Ludwig cuenta que, en su retirada de Rusia, perseguido por el ejército zarista, viajando de incógnito, con unos pocos acompañantes para no levantar sospechas, y enfundado en un saco de piel de oso, con botas forradas y un gorro bien calzado hasta los ojos, al recorrer el Gran Ducado de Varsovia, y sabiendo que María Walewska estaba en su castillo, Napoleón tuvo el fuerte impulso de desviarse de su ruta para visitarla.

 

“Huyendo de Rusia, con el cerebro desbordado de proyectos, forzado a abandonar su ejército porque París [N.de la R: donde sus enemigos de adentro habían aprovechado su ausencia para intentar un golpe de Estado] lo necesita y él necesita a París... y, no obstante, súbitamente, la nostalgia de su idilio frustrado se apodera de él. Pero las súplicas y los razonamientos de sus compañeros, que le hacen ver los peligros de la situación, rodeados como se hallan de cosacos, que recorren la comarca, pueden más que su deseo y le hacen renunciar”, describe Ludwig.

 

Cuando el Emperador abdicó por primera vez, en 1814, su esposa María Luisa regresó a Austria y nunca más le dio noticias, ni suyas, ni de su hijo legítimo y heredero, Napoleón II, nacido el 20 de marzo de 1811.

 

En cambio, en la isla de Elba, el 3 de septiembre de 1814, el Emperador recibió la visita de María Walewska con Alexandre, que entonces tenía 4 años. A ese hijo, Napoleón le legó varios bienes, inmuebles, terrenos y dinero.

 

En el año 2013, investigadores del Instituto de Antropología Molecular de París compararon el ADN de los descendientes de Walewska con el de miembros de la familia de Jerónimo Bonaparte, hermano menor de Napoleón, estudio que confirmó la pertenencia de Alexandre al linaje del Emperador. Casi una prueba superfluo, considerando las fotografías de Walewski y la conducta de Napoleón hacia él.

 

De los varios supuestos hijos naturales de Bonaparte, sólo Léon y Alexandre fueron discretamente reconocidos, al menos en los hechos.

 

El único hijo legítimo de Napoleón murió muy joven, a los 21 años, de tuberculosis.

 

Sin embargo, el linaje Bonaparte siguió dando que hablar: un sobrino nieto de Napoleón, descendiente directo de su hermano menor, Jerôme, Charles Joseph Bonaparte, nacido en los Estados Unidos, fue el creador del Federal Bureau of Investigation, el célebre FBI. Formado en Leyes en Harvard, era un estrecho colaborador de Theodore Roosevelt durante su presidencia (1901-1909).

 

Y fue también una Bonaparte, Marie, la que contribuyó a la difusión del psicoanálisis en Europa y más allá, y la que además intervino personalmente para salvarle la vida a Sigmund Freud, cuando ya se insinuaba contra él la amenaza de la persecución nazi. La princesa Marie Bonaparte, escritora y psicoanalista, era bisnieta de Lucien Bonaparte, el hermano que le seguía a Napoleón, protagonista destacado del 18 Brumario, la jornada del 9 de noviembre de 1799, que llevó al poder al futuro Emperador de los franceses.


CARA Y CECA

 

 


LOS NUEVOS MITROMARXISTAS

 

             Por el Prof. Jorge Oscar Sulé *


 (Publicado en el Periódico El Restaurador - Año VI N° 25 - Diciembre 2012 - Pags. 4 y 5)

 

           Ante las referencias vertidas por Felipe Pigna en un artículo de la Revista “Viva” del domingo 29 de julio de 2012, se nos hace imperioso señalar sus errores, omisiones y tendenciosidad ideológica cuando emite juicios y comentarios sobre uno de los mayores próceres de la historia argentina.

            En el subtítulo “Tiempos de cambio” afirma que “con la instalación de los saladeros la necesidad de sal y tierras para las pasturas fueron apartando a la burguesía del recuerdo de los ideales de hermandad expresados por los hombres de Mayo”, desconociendo, o aparentando desconocer que antes de la Revolución de Mayo ya se habían instalados saladeros. Entre 1792 y 1796 se exportaron desde Buenos Aires, según Azara, más de cuarenta mil quintales de tasajo. Este florecimiento económico, justamente, fue uno de los factores que incrementó los ideales independentistas y contribuyó a solventar las guerras de la independencia.

 

            Sería aconsejable que Pigna investigue las publicaciones de “El Telégrafo Mercantil” del 3 de septiembre de 1802 que dan cuenta del negocio del tasajo que ya venía desarrollándose desde finales del siglo XVIII (1). No hay cambio, sino desarrollo de una actividad que procuró mucha mano de obra a los sectores más desprotegidos de la población, además de estimular y originar otras actividades como la carpintería, talleres de cerrajería y tafiletes necesarios para construcción de barriles, etc.

 

            Por otra parte el concepto de “burguesía”, taxonomía liberal o marxista a la que Pigna recurre, es inválida para designar al segmento dirigencial que se pronunció contra la autoridad española en mayo de 1810. Pero entrando en su territorio liberal-marxista, la burguesía sería el sector que vive en la ciudad (el burgo). Se dedica a comprar y vender sin incorporar valor agregado al circuito económico. El pulpero, el tendero, el de la casa de Ramos Generales, los que se desempeñan en la profesiones liberales, etc., pueden incluirse dentro de esa simplificación sociológica. Rosas por el contrario, vive en la frontera muchos años, es fronterizo y no burgués. Hay que saber el tiempo del destete de un ternero, de “marcar”, saber el porcentaje de caballos enteros que debe haber en una manada y por lo tanto saber capar los restantes, convertir un novillo en buey etc. Cosa bien diferente es saber criar hacienda, “hacerla” adaptando a ella la vida, que limitarse a vender en las tiendas los géneros importados comprados en Europa.

 

            Pero además, al transformar la materia prima, la carne, en tasajo, incorporando valor agregado a dicha materia prima y exportándola con flete propio, estamos en presencia de un emprendimiento industrial. Rosas, por lo tanto, como hacendado, es productor y como saladerista es un empresario, expresión temprana del capitalismo naciente del siglo XIX.

 

Jorge O. Sulé

Tolderías pampas

 

            Cuando Pigna se refiere a Martín Rodríguez como gobernador estanciero, ignora que los ingresos económicos de este gobernador proceden en su mayoría del almacén de Ramos Generales y pulpería de la que es dueño y no de su estancia.

 

            Con el subtítulo “Rosas y sus aliados”, Pigna recuerda que el saldo de esa campaña al desierto fue de 3.200 indios muertos, 1.200 prisioneros y 1.000 cautivos liberados. Omite puntualizar las bajas sufridas en el ejército expedicionario: salieron de Buenos Aires más de 2.000 efectivos y sólo regresaron 1.000. Al parecer los muertos indios son más importantes que los muertos cristianos. Además omite otros saldos: los geopolíticos, económicos, sociales, políticos, etc.

 

            Estos escamoteos abundan en los trabajos de Pigna, distorsionando la realidad histórica. Afirma que Rosas “pactó” con los pampas y se enfrentó con los ranqueles y la Confederación liderada por Calfucurá.

 

            Acá no solamente hay escamoteos, sino exactitudes de bulto. Rosas no “pactó” sino que informó con antelación a los distintos grupos indígenas de la realización de una expedición, invitándolos a que se sumaran a la columna y no solamente a los pampas sino a los vorogas de Guaminí y Carhué. Ya estando en Médano Redondo los tehuelches con sus caciques Niquiñile y Quellecó, aceptaron las sugerencias de Rosas; el reconocimiento a las autoridades nacionales, recomendándoles que se constituyesen en defensores del fortín Carmen de Patagones (2) autorizando su ubicación en las zonas aledañas al fortín exhortando al intercambio comercial con esta guarnición. Casi todas las comunidades aceptaron las indicaciones de Rosas, menos los ranqueles que se negaban a entregar los soldados de los ejércitos unitarios, que derrotados por Quiroga se fueron a proteger en los aduares ranquelinos de Yanquetruz. Hacia estos, Rosas mandó una columna pero no enfrentó a “la confederación liderada por Calfucurá” porque sencillamente en esa época no existía. Pigna confunde los tiempos. La confederación de Calfucurá aparece tiempo después de la campaña al desierto.

 

            La expedición no se proponía el exterminio indígena como Pigna lo afirma, ni sería una correría de carácter filibustero. Otra cosa era Chocorí, asentado transitoriamente en Choele Choel. Allí recibía la hacienda sustraída por ranqueles y vorogas rebeldes de las estancias del sur de Córdoba, San Luis y Buenos Aires llevando las haciendas a los intermediarios y hacendados chilenos.

 

            Chocorí no comandaba un pueblo, no era un “Gulmen” sino que conducía a grupos de indios, soldados y suboficiales alzados. En Choele-Choel trataba con Rondeau, Cañiuquir y Yanquetruz la compra de vacas arreadas del sur de las provincias citadas para negociarlas en Chile. Por eso era considerado un simple bandolero que se servía de renegados, mantenía cautivas blancas que pagaba con alcohol a sus opresores ranquelinos y vorogas rebeldes, para servicio y serrallo de los suyos. Hacia ese punto, dirigió Rosas sus mejores efectivos hasta desarticular ese centro de intermediación comercial.

 

            Desbaratadas esas bandas y fracasadas las columnas del Centro y de la Derecha para seguir al Neuquén, Rosas dio por finalizada la expedición. Chocorí no murió en la refriega de Choele Choel y hacia 1840 pidió las paces y someterse al gobierno de Rosas, quién las aceptará sin rendición de cuentas pasadas, siendo racionados él y sus hijos Cheuqueta, Antiglif y Sayhueque en Bahía Blanca y Tandil.

 

            El juzgar que unitarios y federales coincidían en exterminar al habitante “originario” y quedarse con sus tierras, es una falsa e ideologizada simplificación judicial de un juez que sentado en un estrado impoluto y atemporal arroja condenas salomónicas en abstracto. Preguntado un indio si era el dueño de esa tierra que pisaba contestó que no, que él era el hijo de la tierra y no su dueño. El indio fue nómade por necesidad. En el toldo cuadrado o triangular vivían 20 o 25 personas: tres o cuatro parejas con sus hijos y agregados. Alrededor del toldo, el espacio donde la hacienda pastaba. A cincuenta metros o más distanciado se levantaba otro toldo con su hacienda, cuando el talaje de la hacienda agotaba las pasturas aledañas del toldo buscaban otro paraje con pasturas vírgenes.

 

            Pero antes de recordar las relaciones de Rosas con los indios aclaremos lo que Pigna llama “habitante originario”. No existe habitante originario en América. El indio procede de Asia en sus desplazamientos a través del Estrecho de Bering o del corredor de Beringia después de la última glaciación o por arribadas desde el Océano Pacífico, procedente del sudeste asiático. El “habitante originario” lo encontramos en las zonas de Kenia y Etiopía con el homo habilis datado en 1 millón 800 mil años, el homo erectus datado en 1 millón 540 mil años datado por el potaso argón, el homo 1470 también descubierto por la familia Leakey con más antigüedad que los anteriores. El homo Sapiens Sapiens entre los 200.000 y 140.000 otro homo llamado Neandertal entre 100.000 y 30.000 años.

 

            Hacia el 80.000 (circa) comienzan las emigraciones a otros continentes. Los registros fósiles en América del Norte no superan los 24.000 años de antigüedad. En Argentina las dataciones con el carbono 14 no superan hasta ahora los 11.000 años. Los indios son los más antiguos inmigrantes, pero no originarios.

 

Francisco Madero Marenco

En las tolderías. Obra de Francisco Madero Marenco

 

            En cuanto al trato y las relaciones que tuvo Rosas con los indios le recordaré algunas:

 

1.- Rosas no supo de actitudes discriminatorias o de rechazo hacia los indios por su condición de tales.

 

2.- Desaconsejó la guerra como método de sometimiento al indio y rechazó su exterminio como sistema (3).

 

3.- La conducta y luego la política tuvo como método la negociación y la integración como objetivo, ya sea reconociéndoles asentamientos y espacios propios con frecuencia cercanos a los fortines, incorporándolos como mano de obra para las tareas agropecuarias, como soldados de milicias rurales o exhortando a las prácticas de la actividad comercial (4).

 

4.- El racionamiento de alimentos y suministro de haciendas para la formación de sus propias majadas (El llamado "Negocio Pacífico") fue una práctica sistemática y puntualmente efectivizada. (5).

 

5.- El estimularlos o iniciarlos en las prácticas de la agricultura suministrándoles arados, bueyes, semillas y otros implementos, colocándolos en un escalón superior al que tenían en el nivel civilizatorio, constituye la demostración más fehaciente que Rosas apostó a la integración del indio en el mundo cristiano. (6).

 

6.- Introdujo por primera vez la vacuna antivariólica en las distintas comunidades indígenas que lo frecuentaban, gesto que le valió a Rosas ser considerado un benefactor de la humanidad y ser incorporado como Miembro Honorario al Instituto Jenneriano en Londres. (7) (8).

 

7.- Prohibió el arresto de indios por deudas de dinero (9).

 

8.- Los hizo votar a los que estaban bajo bandera “de sargento para arriba” (10).

 

            La integración estaba en marcha. Caseros la interrumpió. No hubo más “Negocio Pacífico” como política sistemática, no hubo más arados, no hubo más vacuna antivariólica.

 

            Llegó el progreso, el Remington, una constitución, el ferrocarril, la alfabetización, el habeas corpus, que escribieron su propia historia.

 

            Pigna debería recorrer los archivos oficiales o privados para documentarse. “Sin oro no se hace oro, sin documento no se hace historia”. Repite la tradición liberal que por razones políticas aborreció a Rosas y repite la tradición marxista que analiza a Rosas a través del corset ideológico que acollara el pensamiento a través de sus mecanismos deterministas. El discurso que ofrece es el mismo postre liberal pero recubierto con la crema de la fraseología marxista que legitima o moderniza todo. A este engendro, Arturo Jauretche lo llamó “mitromarxismo”.

 

            Sr. Pigna: recorra los archivos para documentarse, no “recorte”, no “cartonee” la historia. ¡Investigue Sr. Pigna!

 

Referencias:

 

(1) TELÉGRAFO MERCANTIL del 3 de setiembre de 1802.

 

(2) GARRETÓN, Juan Antonio. "Partes detallados de la expedición al desierto de Juan Manuel de Rosas en 1833". Edit. Eudeba 1975.

 

(3) IRAZUSTA, Julio. "Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia". Edit. Colombia. 1975.

 

(4) Archivo General de la Nación (AGN) S. X. 27.5.7.

 

(5) AGN, S.X.23.9.5

 

(6) AGN, S.VII.10.4.14

 

(7) SALDÍAS, Adolfo. "Historia de la Confederación Argentina". T.1 Edit. Granda. 1967.

 

(8) AGN, S.X 27.5.6

 

(9) AGN, S.X 25.6.1

 

(10) AGN, S.X 25.6.1

 

(*) Jorge Oscar Sulé es profesor de historia y reconocido historiador. Académico de Número del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Autor de numerosas obras, entre ellas "Rosas y sus relaciones con los indios", "La coherencia política de San Martin". (fallecido recientemente)