sobre la salud de San Martín
Juan Ignacio
Provéndola
Página 12, 16 de
agosto de 2024
José de San Martín
murió el 17 de agosto de 1850 a los 72 años, longevidad poco frecuente para la
humanidad hasta recién avanzado el siglo XX. La excepcionalidad, sin embargo,
estuvo lejos de ser llevadera: el militar hispano-correntino padeció numerosos
problemas de salud, algunos ni siquiera denominados en ese entonces, y la
mayoría de ellos con tratamientos que hoy serían absolutamente desaconsejables.
El principal, o al menos el más conocido, era a base de láudano, un preparado
bebible que incluía opio y es motivo de difundidas polémicas entre quienes
creen que San Martín lo consumía de manera excesiva.
En esa época no
había historias clínicas ni tampoco eran comunes las autopsias, por lo que el
resistente cuerpo de José de San Martín a tantas décadas de enfermedades y
procedimientos médicos mayormente precarios sigue siendo a la fecha motivo de
debates y ateneos en distintas ciencias, ya que los registros no son
exhaustivos y eso abre espacio a elucubraciones.
La intimidad
biológica de San Martín reviste interés como en cualquier otro personaje clave
de la historia argentina, pero aún más imaginándolo en la gesta libertadora
cabalgando miles de kilómetros con problemas de hemorroides, reuma, úlceras y
severos ataques de asma, además del estrés y la tensión que generaba semejante
empresa militar y política. Que haya cruzado la Cordillera en camilla no es una
deshonra, sino todo lo contrario: fue un milagro que no se haya muerto en las
pésimas condiciones no solo sanitarias sino también higiénicas que presentaba
la América colonial.
Ni siquiera hay
unanimidad para establecer la causa de su muerte en la absoluta precariedad de
un cuarto al norte de Francia. Se habla de aneurisma, de infarto de miocardio y
de insuficiencia cardíaca, aunque la que goza de mayor consenso es la generada
por una hemorragia interna derivada de una úlcera. Además padecía de artritis y
de cataratas, por lo que en sus últimos años ni siquiera podía hacer lo que él
mismo reconocía que le encantaba como pocas otras cosas: leer.
El dolor crónico
en su cuerpo es algo que parece presente en San Martín desde antes de regresar
a Buenos Aires, ya que las primeras afecciones de las que se tienen registro
datan de España, que habitó desde los 6 hasta los 34 años y donde reportó al
ejército de Carlos IV: en 1801 fue víctima de un asalto en servicio con heridas
en el pecho que perjudicaron su tórax para siempre, mientras que una década
después recibió un sablazo en un brazo en la Batalla de La Albuera. De allí, se
estima, proviene el asma agudizado tras su vuelta al Río de la Plata en 1812.
Las sucesivas
campañas militares en Sudamérica agregaron otros problemas, varios de ellos aún
no diagnosticados por la medicina de su tiempo. En distintas cartas San Martín
expresaba los estragos que sufría en músculos, huesos y algunos órganos,
escenario que a él y también a algunos médicos instaban a presagiar una vida
mucho más corta de la que finalmente tuvo. Bartolomé Mitre aseguró, por
ejemplo, que la Batalla de Chacabuco de 1917 la libró con un tremendo cuadro de
gota.
También sobrevivió
a la fiebre amarilla desatada en Lima en 1821 que arrasó a su tropa. Un año más
tarde, en Chile, tuvo tifus. Y poco después, ya en Mendoza, padeció otra crisis
respiratoria grave. Nuevamente en Europa, le suceden tragedias impensadas. Según
una investigación de Mario Meneghini, del Instituto Sanmartiniano, un accidente
de viaje le dislocó el brazo derecho, mientras que luego un vidrio lo hirió en
la axila izquierda. Más adelante contrajo cólera, que en esa década de 1830
mató a un millón de personas en todo el continente. Como si todo eso fuera
poco, la combinación de dolores y estrés lo expusieron a un insomnio que ni
siquiera le permitían apagar la cabeza cuando intentaba descansar.
¿Cómo toleró San
Martín todas esas campañas y todos esos viajes con semejantes padecimientos? La
respuesta parece estar en el opio, que entonces era recomendado para mitigar
estos escenarios debido que no había mayores avances científicos al respecto.
La polémica se desprende por versiones que lo señalaban como un adicto. Mitre
aseguraba que “abusaba del opio”, mientras que su amigo Tomás Guido le confesó
en 1818 a Juan Martín de Pueyrredón: “He procurado con insistencia persuadir a
a San Martín que abandone el uso del opio pero infructuosamente”. Por su parte,
el Comodoro William Bowles, jefe de la estación naval británica en el Río de la
Plata y principal informante de la región a la corona inglesa, hablaba del “uso
inmoderado del opio”.
A pesar del mito
que instala a San Martín como un consuetudinario fumador, distintos médicos que
en lo sucesivo investigaron este consumo sostienen que en realidad no lo pitaba,
sino que lo bebía a partir de un preparado de láudano, que combina el opio con
azafrán, canela y vino blanco. Era el único tratamiento que la ciencia del
siglo XIX encontraba para al menos mitigar los fuertes dolores que aquejaban al
libertador, a quien de todos modos su cuadro clínico no le impidió llevar
adelante las duras batallas que libró por el continente.
Probablemente el
uso o abuso de este líquido le generaron consecuencias negativas en otros
órganos, sobre todo los vinculados al sistema digestivo, cuyas fallas
funcionales condujeron a su muerte en Boulogne-sur-Mer. Según numerosos
historiadores, el primero que se lo recetó fue Juan Isidro Zapata, su asistente
clínico de cabecera en Sudamérica, quien no era médico, sino un autodidacta que
gozó de la confianza de San Martín en sus momentos de profundas dolencias. Lo
que no queda claro es la forma en la que el militar administraba el opiáceo, si
lo hacía cumpliendo la prescripción o si lo consumía de manera excesiva.
El debate también
se alimenta por el morbo de ver a un prócer enredado en una adicción
degradante, acaso la única forma de humanizar a un ilustre que la Historia no
encuentra de momento otra manera de cuestionar moralmente. Quizás la clave de
su longevidad resida en que nunca se hayan registrado problemas severos en el
corazón ni tampoco en el cerebro, órganos fundamentales para la entereza de
cualquier persona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario