Mostrando entradas con la etiqueta Bustos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Bustos. Mostrar todas las entradas

SAN MARTÍN Y BUSTOS


 

Con motivo de cumplirse el aniversario del nacimiento del Brigadier General Bustos (29 de agosto) nos parece interesante, hacer un breve análisis sobre la colaboración brindada por el caudillo de Córdoba al General San Martín, que haremos en base a fragmentos de la correspondencia entre los patriotas, que se conserva en los archivos.

 

La ocupación de Lima por SM (4-5-1821), no puso término a la guerra del Perú; los realistas retirados a las sierras, ocupaban allí posiciones y todo indicaba una resistencia tenaz y una campaña prolongada. SM concibe entonces un plan para acelerar el término de la guerra. El Ejército Unido Libertador debía organizarse en dos fuertes grupos. El primero, al mando de Arenales, amenazaría a los realistas acantonados en Huancayo; el segundo, al mando de Alvarado, ocuparía la zona de Puertos Intermedios, desembarcaría en Arica y se dirigiría sobre Cuzco.

 

Para concretar lo planificado, se necesitaba la participación de las provincias, cuyas tropas formarían un ejército que marcharía hacia el Alto Perú a través del frente salteño. Con esa finalidad, SM envió un comisionado con instrucciones; la persona seleccionada para esa misión fue un oficial peruano, el Comandante de Escuadrón Antonio Gutiérrez de la Fuente. En mayo de 1822, el Protector del Perú firma la credencial respectiva; en las instrucciones, SM se dirige a las “autoridades de los pueblos trasandinos”, y no a Buenos Aires, lo que evidencia que el Libertador comprendía la realidad federal que la capital se negaba aceptar.

 

En realidad, hacia 1819, la lucha entre las provincias litorales y las fuerzas que respondían a Buenos Aires, era tan abierta como la que enfrentaban las fuerzas realistas con los patriotas. La situación política era cada vez más, desfavorable a Buenos Aires que quedaba aislada. Debe considerarse también la amenaza de una expedición española, que los informes daban como destino a Buenos Aires.

 

El gobierno porteño, había sostenido que solo podía enfrentarse el peligro de aquella amenaza, con la unidad. Este había sido el argumento esgrimido desde la caída de la Junta Grande en 1811, caída producida por el golpe dado por el Cabildo porteño a la Junta Conservadora, que era la Junta Grande constituida en Congreso Legislativo.

 

Los diputados de la Junta Grande habían sido elegidos por las Provincias, mientras que el Cabildo solo era representante de los intereses de Buenos Aires.

 

La unidad era indispensable para la lucha por la independencia, pero no era menos importante la defensa de los particularismos forjados en 200 años de vida local, desarrollada en las ciudades y pueblos del interior. Belgrano explica así las diferencias, cuando el gobierno central, respondiendo al pedido de munición y caballada, le indica que recurra a cualquier medio:

 “no es el terrorismo quien puede convenir al gobierno que se desea” y que no puede permitir “que el ejército auxiliar del Perú, siga matando, saqueando, incendiando, arrebatando los ganados”. “Si se me obligara a hacer eso, renunciaría al mando por creerme incapaz de ejecutarlo”.

 

Este era el contexto motivacional de aquella sociedad rioplatense en la segunda década del siglo 19.  Los miembros del ejército no podían estar ajenos a esa polémica. Soldados reclutados en su gran mayoría por levas forzosas; suboficiales levados antes y ascendidos; en ambos casos se habían habituado al ejército, y se identificaban con él y sus misiones. Todos tenían familia, amigos, testigos de la realidad social. ¿Cómo no tomar partido?

 

Cuando en 1819 se sanciona una Constitución que establece el régimen unitario, el país estalló. Pueyrredón fue reemplazado por el general Rondeau, quien decidió concentrar las tropas nacionales en Buenos Aires para defender a la ciudad de la amenaza provinciana. San Martín desobedeció la orden de regresar y salvó al Ejército de los Andes para la empresa libertadora.

Belgrano, ya muy enfermo, entrega el mando del Ejército del Norte al general Fernández de la Cruz, quien ordena la marcha hacia la capital.

 

Al llegar a la posta de Arequito se manifiesta el descontento de gran parte de la tropa; en la madrugada del 8 de enero de 1820, los amotinados en número de 1.600 hombres a las órdenes del general Bustos, forman en línea de batalla frente a los leales al comandante en jefe. En reunión de estado mayor, se resuelve continuar la marcha con las unidades disponibles, permitiendo a Bustos retirarse con los sublevados.

 

A raíz del levantamiento de Arequito, le imputaron a Bustos el ánimo de refugiarse en Córdoba, a modo de un señor feudal para cuidar de sus propios intereses, siendo que permitió salvar al ejército del norte, que habría sido diezmado por las fuerzas superiores de las montoneras, como lo hicieron con el propio Rondeau poco después en Cepeda, vencido por Ramírez y López que llegan a acampar en la plaza de Mayo.

 

La desobediencia de Bustos, no fue otra cosa que una oportuna imitación de la conducta de San Martín.  Arequito fue el resultado del desajuste que se venía arrastrando penosamente, entre el país real y el modelo artificial que la élite porteña quería imponerle al país. Para los dirigentes de Buenos Aires las provincias no contaban, el estado debía reducirse al territorio que pudiera controlarse desde la capital; la campaña sanmartiniana era un compromiso molesto y caro.

 

Bustos asume el mando de los sublevados, por tener el mayor rango, Coronel Mayor, secundado por: José María Paz, Alejandro Heredia y Felipe Ibarra, consumando el motín en forma incruenta y ordenada. Eran cuatro oficiales de grandes cualidades. Bustos, ilustrado y sereno, como lo demostró su gobierno en Córdoba; Paz, de talento indiscutido, que cambio la toga universitaria por la espada; Heredia, doctor en filosofía y derecho; Ibarra, ex interno del convictorio de Monserrat.

 

Retornando en este relato al plan urdido por el Libertador para acelerar el proceso de la independencia, digamos que dos militares fueron tenidos en cuenta por SM para esta operación: el gobernador de Córdoba, Bustos, y, en su defecto, el gobernador de San Juan, Cnel. José María Pérez de Urdininea. SM le indica a su comisionado que ante cualquier problema que surgiera, tomara consejo de ambos oficiales.

 

Luego de cruzar los Andes, el comandante Gutiérrez se dirige a Córdoba, tomando contacto con Bustos. En la nota de SM, que le entrega, le pide al gobernador que fuera el comandante en jefe de la expedición que había diseñado:

“El comandante Gutiérrez de la Fuente es el conductor de quien me valgo para proponer a UD. la terminación de la guerra; él es la voz viva mía y por consiguiente impondrá a usted de todos mis planes. ¡Y qué campo, mi apreciable paisano, se le abre a usted para concluir esta guerra ruinosa y cubrirse de gloria! Sí, mi amigo, póngase usted a la cabeza del ejército que debe operar sobre Salta; la campaña es segura si usted me apoya los movimientos que cuatro mil quinientos hombres van a hacer por Intermedios al mando de Alvarado. (…)

La cooperación de esta división va a decidir enteramente la suerte de la América del Sur”

 

Gutiérrez le informa a SM que encontró a Bustos con la mejor disposición; éste escribió al Gral. López destacando que para dicha empresa faltan recursos que es indispensable pedir al gobierno de Buenos aires:

“Creo superfluo persuadir a UD. de la necesidad de este paso en que debe interesarse todo americano y en especial los que nos hallamos a la cabeza de los negocios públicos”.

 

Por su parte, López le comenta a SM:

“La fina política de VE previó los inconvenientes de realizarlo y de dónde deben emanar los recursos de su logro”.

 

 Para colaborar en la gestión ante BA manda su secretario, y pese a las dificultades de su provincia, ofrece 300 hombres de caballería seleccionados, siempre que BA los provea de armamentos de lo que carece Santa Fe.

Bustos, fiel al llamado de SM, no sólo hace que su secretario también acompañe a Gutiérrez a BA, sino que escribe al gobierno de Martín Rodríguez:

“no temo proponer que dé la última mano a la obra que le ha sido tan cara, tomando sobre sí proporcionar la suma suficiente para los gastos de la marcha de la fuerza y para su caja militar hasta que se franquee la comunicación del interior.”

 

SM le señala al gobierno porteño, que el Perú devolverá totalmente los gastos que ocasione esta campaña.

El gobierno de BA era conducido en realidad por Rivadavia, que escuchó al enviado de SM y terminó diciéndole que a las guerras de la independencia las terminaría él por negociaciones diplomáticas. También calificó de criminal a Bustos, desmesura que se explica por sucesos anteriores:

Durante la revolución de mayo Bustos formó parte de la Junta militar de seguridad, que dispuso la expulsión del país de Rivadavia por sospechoso de actuar a favor de los españoles. Ya había accionado con resentimiento, al frustrar el Congreso Constituyente reunido en Córdoba en 1821, convocado por Bustos.

 

Rivadavia pasó el pedido sanmartiniano a la Junta de Representantes, donde sólo el diputado Gazcón defendió la propuesta del Libertador; el diputado Manuel García llegó a expresar que al país le era útil que permaneciesen los enemigos en el Perú.

 

SM al conocer la oposición de las autoridades bonaerenses, le escribe a Gutiérrez:

“Todas (las provincias) desean la expedición, todas la claman. En ellas se encuentran todos los materiales necesarios para emprenderla, menos dinero; esto es lo único que falta”.

Con lo resuelto por la Junta, se hacía imposible organizar la expedición.

 

Bustos, decepcionado, le confesará a López:

“Por más que he aplicado todos mis esfuerzos para realizar la expedición contra el enemigo común, proyectada por el Exmo. Señor Protector del Perú, sus resultados no han correspondido a mis anhelos”.

 

Decide renunciar a la jefatura de la expedición, a favor de su segundo jefe, el Cnel. Urdininea, que con la pequeña fuerza que lograron formar Bustos y él, penetra por el Alto Perú, pero de manera insuficiente y tardía. Culmina este triste episodio de nuestra historia, con la conocida renuncia al mando de SM.

Únicamente Urdininea, que marchó con la pequeña fuerza auxiliar, tuvo el honor de participar luego en el triunfo de Ayacucho.

 

José Pacífico Otero destaca que el tiempo vino a demostrar –y Ayacucho lo prueba- que San Martín tenía razón, y que, si la diplomacia podría servir para firmar armisticios y atar temporalmente la mano al enemigo, ella no servía para desarmarlo y vencerlo.

Recién en Ayacucho, como lo diría Enrique Rodó:

“catorce generales de España entregaron, al alargar la empuñadura de sus espadas rendidas, los títulos de aquella fabulosa propiedad, que Colón pusiera, trescientos años antes, en manos de Isabel y Fernando”.

 

Córdoba puede enorgullecerse de haber sido la provincia en cuyo gobernante el Libertador confió para la empresa que hemos reseñado. Un militar a quien ya en 1807 había elogiado una poesía popular [1], por su actuación en las invasiones inglesas. Para terminar, recordemos una estrofa de esa poesía:


El valiente capitán don Juan Bustos, de arribeños,

Con diez y ocho de su gente,

Carga con valor sobre ellos,

Y se rinden los britanos

Misericordia pidiendo.

 

[1] “La gloriosa defensa”, de Pantaleón Rivarola.

 

Mario Meneghini

Fuentes:

Hillar Puxeddu, Leo. “El gobernador Juan Bautista Bustos y el Plan de Acción al Alto Perú del Gral. Dn. José de San Martín”; Santa Fe, 2010.

Conles Tizado, Denís. “Juan Bautista Bustos: federalismo y nación”; Córdoba, Cuadernos para la Emancipación.

Denovi, Oscar. “Arequito: el Ejército se identifica con el pueblo”.

 

 

A 200 AÑOS

 

del boicot al Congreso de Córdoba. La oportunidad perdida


 Carlos Alberto Del Campo


 24 de septiembre de 2021

 

El 24 de septiembre de 1821, Rivadavia, jefe del  partido directorial, decretaba la caducidad de los diplomas de los diputados de Buenos Aires al Congreso  que era animado por San Martín y  los éxitos de la campaña en el Perú. Congreso, cuya realización había sido dispuesta en el Tratado de Benegas incluyéndose  la mediación del gobernador de Córdoba Juan Bautista Bustos.

 

Como dice el gran historiador Antonio J. Pérez Amuchástegui, “Rivadavia (ministro de Gobierno) que no simpatiza ni con el Congreso ni con la empresa de San Martín, se propone con firmeza impedir el éxito de una reunión nacional que a su juicio puede convertir a Bustos en árbitro de Estado … y expresa que no es conveniente pensar siquiera en constituir el país”.

 

El círculo directorial, derrotado en el año 1820, se propuso  imponer un liberalismo intransigente que retrogradó la república y dejó  un  reguero de odio y rencor en las provincias. Rivadavia afirmaba que “no había conciencia ilustrada en el interior para dictar la constitución”; incluyendo en esa categoría a Bustos, el alma del congreso. Para Rivadavia (y más tarde para Sarmiento) en las provincias todo era barbarie). Tal reaccionaria mirada eludía explicar porqué  habiendo transcurrido entonces cinco años de la Independencia el país estaba a las puertas de la disolución nacional.

 

Bien lo dice Denís Conles Tizado “sin organizar la nación, las provincias no podrán organizarse internamente, sobre todo por penuria económica, ya que Buenos Aires se queda con las rentas aduaneras que pertenecen a todo el país,  y son el principal ingreso fiscal”, dominio económico  que sustenta el interés porteño en imponer la forma unitaria de gobierno.

 

El fracaso del Congreso significará la dificultosa ausencia posterior de un estado independiente con precariedad de las economías regionales, instituciones endebles, desinterés en construir caminos y medios de comunicación, posterior alineamiento ferroviario diseñado en beneficio del mercado internacional como proveedor de productos primarios e inestabilidad para el necesario crecimiento económico.

 

Los políticos rivadavianos decían que los “trece ranchos”, todos juntos, equivalían apenas a una cuarta parte de la rica provincia bonaerense. El federalismo –a dos siglos de Rivadavia- transita caminos sinuosos e irregulares no superando aún la realidad unitaria de nuestro país.-

 

* A. J. Pérez Amuchástegui: Crónica Argentina (5 Tº), CODEX, 1972

* D. Conles Tizado: J. B. Bustos. Provincia y Nación, Ed. Corredor Austral, 1ª y 2ª edición

JUAN BAUTISTA BUSTOS



el primer gobernador constitucional de Córdoba

Por: Cultura Cba,  25 de Marzo de 2020

Con motivo del Bicentenario del primer Gobierno Provincial, desde la Agencia Córdoba Cultura hacemos un repaso por la vida de este prócer que luchó contra la invasión británica, forjó la Independencia nacional y encabezó una etapa crucial en la construcción de la soberanía de Córdoba.

Juan Bautista Bustos nace en el Valle de Punilla, en Córdoba, el 29 de agosto de 1779 y muere el 18 de septiembre de 1830 en Santa Fe.

1ra parte: Provincia de Córdoba, libre y soberana

 “Su aparición en el escenario público data de la época en que tuvo lugar la primera invasión inglesa (1806), en que nuestro prócer tenía 25 años de edad. Conocida en Córdoba la audaz agresión británica, que tan vivamente hería los sentimientos de fidelidad hacia la monarquía y las creencias religiosas de todos los pueblos del virreinato, el cabildo resolvió el reclutamiento y envío de tropas hacia la metrópoli”, narra Leopoldo Velasco en “Juan Bautista Bustos y los comienzos del Federalismo”.

Poco falta para el período de la emancipación en el que Bustos tendrá una actuación sobresaliente en el orden político y militar. En reconocimiento a su desempeño, el virrey Santiago de Liniers certificará que Juan Bautista Bustos se ha distinguido “tanto en las fatigas y esmero por disciplinar e instruir militarmente a la compañía de su mando cuanto a la liberalidad y erogaciones que impendió de su peculio y con ahorro de los Reales intereses para uniformarla; todo ello en fuerza de su amor al Real Servicio y a la Patria”, según una carta reproducida en el libro “Juan Bautista Bustos. Una aproximación a su obra a través de los documentos”, una publicación de la Secretaría de Cultura de la Provincia de Córdoba que reproduce documentos de Bustos.

Desobediencia anunciada
En septiembre de 1819, el general Manuel Belgrano cede a Francisco Fernández de la Cruz el cargo de general del Ejército Auxiliar del Perú. Luego visita a su pequeña hija, Manuela del Corazón de Jesús, nacida en Tucumán en mayo de ese año, y regresa a Buenos Aires, donde fallecerá el 20 de junio de 1820.
La entrega del mando del Ejército Auxiliar tiene lugar en un sitio histórico muy importante para Córdoba, como es la Capilla de Pilar. El oratorio es uno de los lugares que integran el conjunto de bienes culturales de la provincia. Recientemente, la capilla fue objeto de una profunda obra de restauración a cargo del Gobierno de Córdoba.

Un paso hacia la autonomía
Un acendrado sentimiento nacionalista congenia con un encendido afán por la liberación de los dominios españoles en América. Con el mismo patriotismo que Bustos combate la sombra del imperialismo británico, participa en el Cabildo Abierto de 1810, que destituye al virrey Cisneros y crea la Primera Junta de Gobierno.
La postura de Bustos en favor de la unidad nacional choca con la intensión del  poder central con asiento en Buenos Aires de utilizar el Ejército Auxiliar del Perú para reprimir conflictos con provincias hermanas, Santa Fe y Entre Ríos. En ese trance, el oficial del Ejército del Norte es capaz de desobedecer una orden del Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, José Rondeau, en el sentido de defender a Buenos Aires de un ataque de Estanislao López y Francisco Ramírez, caudillos de Santa Fe y Entre Ríos, respectivamente.

En efecto, la noche del 7 de enero de 1820, el Ejército Auxiliar vive las horas previas al motín. Bustos, José María Paz, su comprovinciano, y el tucumano, Alejandro Heredia, están a punto de asestar un golpe contra el centralismo porteño.

Arequito, un hecho significativo
El descontento estalla en la Posta de Arequito, provincia de Santa Fe. “Las facciones que se han alternado en Buenos Aires desde el 25  de mayo de 1810, arrebatándose el gobierno las unas a las otras, se creyeron todas sucesoras legítimas del trono español, respecto de nosotros y con un derecho ilimitado para mandarnos sin escuchar jamás nuestra voluntad”, expresa Bustos en un oficio del 3 de febrero de 1820, dirigido a los gobernadores de Tucumán y Salta sobre las razones del motín.

“Las armas de la Patria distraídas del todo de su objeto principal ya no se empleaban sino en derramar la sangre de sus conciudadanos, de los mismos  cuyo  sudor y trabajo les aseguraba la subsistencia”, continúa Bustos en el documento citado, transcripto en “Juan Bautista Bustos. Una aproximación a  su figura a través de sus documentos” (Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (Sección Gobierno, año 1820, tomo 69, folio 62).

“Una revolución federal”
“El gobierno central, después de conquistar la Independencia, se había mostrado inhábil para constituir la república democrática y hacer concurrir las fuerzas populares al sostén de la autoridad, que nace de la ley libremente consentida”, afirma Roberto Peña en el artículo “Juan  Bautista Bustos y el Federalismo doctrinario de Córdoba”.
Los cambios políticos también se precipitan en Córdoba. Tras la renuncia del gobernador José Antonio Castro, su sucesor, José Javier Díaz, un precursor de las ideas federales en Córdoba, asume el cargo provisoriamente entre el 19 de enero y el 19 de marzo de 1820.

En “Juan Bautista Bustos en el escenario nacional y provincial”, Carlos Segreti interpreta que en Córdoba se produce una “revolución federal”. Segreti continúa: “El 15 de febrero (1820), Díaz se dirige a los habitantes de la campaña convocándoles para que se reúnan en las respectivas pedanías y elijan un compromisario (delegado) por cada una de ellas; los compromisarios, a su vez, se reunirán en los respectivos curatos y, en elección presidida por el juez, el cura y un vecino honrado elegirán al representante que deberá dirigirse a la ciudad para declarar solemnemente la independencia, designar gobernador titular y a los miembros de la asamblea constituyente y legislativa, porque esta será la encargada de dictar las leyes fundamentales y ordinarias”.

La asamblea soberana
El gobernador Díaz convoca a una Asamblea de Representantes, la que queda conformada por diputados de la Capital, Villa del Rosario, La Carlota y Río Cuarto, Río Tercero, Tercero Arriba, Pocho, Tulumba, Río Seco, Santa Rosa de Calamuchita, Ischilín, San Javier y Anejos, detalla Efraín U. Bischoff en “Autonomía de Córdoba”.
“José Javier Díaz incorpora así al derecho público provincial cordobés el sufragio universal y obligatorio, casi dos años antes que en Buenos Aires. Sufragio universal, porque puede votar todo hombre de 20 años; obligatorio porque debía hacerse saber a todos”, subraya Segreti.

Córdoba se declara independiente
En efecto, la Asamblea declara, el 18 de  enero de 1820, el nacimiento de un nuevo orden institucional: “la soberanía de esta provincia reside en ella misma y por su representación en esta asamblea, entre tanto se arregla su constitución; que como tal provincia libre y soberana, no reconoce dependencia ni debe subordinación a otra; que mira como uno de sus principales deberes la fraternidad y unión con todas y las más estrechas relaciones de amistad con ellas, entre tanto reunidas todas en un congreso general, ajustan los tratados de una verdadera federación, en paz y en guerra, a que aspira, de conformidad con las demás; que concurrirá con todos  sus esfuerzos y cuanto penda de sus recursos a la guerra del enemigo de la libertad común, aun cuando no se haya organizado la federación de las provincias, sirviéndole de bastante pacto obligatorio a sostenerla por su parte, el honor de toda América, el suyo propio, la fraternidad y más íntima unión que profesa a las provincias hermanas”.

El siguiente paso en la consolidación de la autonomía de Córdoba acontecerá el 21 de marzo de 1820, cuando la Asamblea Provincial elige por mayoría de votos a Juan Bautista Bustos como gobernador de la provincia, cargo que el caudillo asumirá el 24 de marzo de ese año.
El siguiente paso trascendente en la vida institucional será dado en 1821, con la proclamación de la primera constitución provincial. Bustos se convertirá entonces en el primer gobernador constitucional de la provincia.

2da parte: Córdoba construye su destino

“Di el paso que ha sellado la libertad de las provincias de ese yugo ignominioso a que las tenían sujetas las facciones de Buenos Aires”, Juan Bautista Busto en carta a Martín Miguel de Güemes, año 1820.
Alfredo Terzaga, el historiador nacido en Río Cuarto, sintetiza de esta forma el perfil del oficial del ejército convertido en líder político: “Guerrero distinguido en la defensa contra las Invasiones Inglesas, y durante las campañas de la Independencia, Juan Bautista Bustos es también una de las figuras más representativas del auténtico federalismo argentino. Durante su gobierno de Córdoba, que duró desde 1820 a fines de 1829, la provincia adquirió una definida personalidad política”.

Una vez declarada su autonomía, Córdoba da otro paso hacia un nuevo orden institucional, que va dejando atrás definitivamente la herencia colonial, y se encamina a un destino soberano.
La Asamblea de Representantes elige por mayoría de votos, el 21 de marzo de 1820, a Juan Bautista Bustos como primer gobernador constitucional de la provincia. Asumirá el cargo días después, el 24 de marzo de ese año.
“El principio federativo imponía la necesidad de intentar una organización constitucional; ésta fue una de las grandes preocupaciones del gobierno”, afirma Enrique Martínez Paz en “La misión histórica de Córdoba”.

En 1821, cuando Bustos transita los primeros días de gobierno de Córdoba autónoma de las otras provincias, José Gregorio Baigorrí y José Norberto de Allende presentan el texto del Reglamento Provisorio para el Régimen y Administración de la Provincia de Córdoba.

Derechos individuales
La primera constitución “organizó los poderes públicos de la Provincia (…) Reconoció y aseguró los derechos de la personalidad humana, organizó la fuerza militar, se preocupó de la cultura pública y particularmente de proteger la antigua Universidad de la ciudad capital, y dispuso que el Congreso de la Provincia nombrara una comisión de tres individuos de su seno para que velara sobre la observancia del Reglamento”, repasa Carlos Melo en “Constituciones de la Provincia de Córdoba”.

Para Efraín U. Bischoff, el Reglamento es un “instrumento legal de valía, entre sus normas se dispone el funcionamiento de dos cámaras -Representantes y Senadores-; el sufragio universal; debía ser de cuatro años el período gubernativo; ser la religión católica la del estado; asegurar los derechos del hombre como “la vida, la honra, la libertad, la igualdad, la propiedad y la seguridad”.
En su “Historia de Córdoba”, el mismo Bischoff pondera el énfasis que los redactores del reglamento ponen en la libertad de “publicar las ideas por la prensa, el impulso a la educación tanto en el orden primario, como en la esfera universitaria, como así también la decisión de afirmar el orden social”.

En “El gobernador Juan Bautista Bustos y su lucha por la Constitución”, Prudencio Bustos Argañaraz subraya el período de paz y de estabilidad institucional que se abre en Córdoba con el gobierno de Bustos: “Esa estabilidad tuvo su piedra angular en la sanción de la primera Constitución. A su amparo, Córdoba vivió una década de armonía y prosperidad, en la que los derechos de los ciudadanos fueron rigurosamente respetados. El sistema republicano de gobierno y la democracia  participativa  rigieron por primera vez entre nosotros y sus bases quedaron firmemente establecidas”, concluye.

En “Breve historia de Córdoba”, Roberto Ferrero analiza la obra de gobierno de Bustos: “Realizó una administración progresista e ilustrada, de dimensiones civilizatorias notables, dada la época convulsionada en que vivía”.



SAN MARTÍN Y BUSTOS*



Nos parece interesante, en esta oportunidad, hacer un breve análisis sobre la colaboración brindada por el General Juan Bautista Bustos al General San Martín, que haremos en base a fragmentos de la correspondencia entre los patriotas, que se conserva en los archivos.

La ocupación de Lima por SM (4-5-1821), no puso término a la guerra del Perú; los realistas retirados a las sierras, ocupaban allí fuertes posiciones y todo indicaba una resistencia tenaz y una campaña prolongada. SM concibe entonces un plan para acelerar el término de la guerra. El Ejército Unido Libertador debía organizarse en dos fuertes grupos. El primero, al mando de Arenales, amenazaría a los realistas acontonados en Huancayo; el segundo, al mando de Alvarado, ocuparía la zona de Puertos Intermedios, desembarcaría en Arica y se dirigiría sobre Cuzco.

Para concretar lo planificado, se necesitaba la participación de las provincias, cuyas tropas formarían un ejército que marcharía hacia el Alto Perú a través del frente salteño. Con esa finalidad, SM envió un comisionado con instrucciones; la persona seleccionada para esa misión fue un oficial peruano, el Comandante de Escuadrón Antonio Gutiérrez de la Fuente. en mayo de 1822, el Protector del Perú firma la credencial respectiva; en las instrucciones, SM se dirige a las “autoridades de los pueblos trasandinos”, y no a Buenos Aires, lo que evidencia que el Libertador comprendía la realidad federal que la capital se negaba aceptar.

En realidad, hacia 1819, la lucha entre las provincias litorales y las fuerzas que respondían a Buenos Aires, era tan abierta como la que enfrentaban las fuerzas realistas con los patriotas. La situación política era cada vez más, desfavorable a Buenos Aires que quedaba aislada. Debe considerarse también la amenaza de una expedición española, que los informes daban como destino a Buenos Aires.
El gobierno porteño, había sostenido que solo podía enfrentarse el peligro de aquella amenaza con la unidad. Este había sido el argumento esgrimido desde la caída de la Junta Grande en 1811, caída producida por el golpe dado por el Cabildo porteño a la Junta Conservadora, que era la Junta Grande constituida en Congreso Legislativo.
Los diputados de la Junta Grande habían sido elegidos por las Provincias, mientras que el Cabildo solo era representante de los intereses de Buenos Aires.

La unidad era indispensable para la lucha por la independencia, pero no era menos importante la defensa de los particularismos forjados en 200 años de vida local, desarrollada en las ciudades y pueblos del interior. Belgrano explica así las diferencias, cuando el gobierno central, respondiendo al pedido de munición y caballada, le indica que recurra a cualquier medio.
Dice Belgrano: que “no es el terrorismo quien puede convenir al gobierno que se desea” y que no puede permitir “que el ejército auxiliar del Perú, siga matando, saqueando, incendiando, arrebatando los ganados”. “Si se me obligara a hacer eso, renunciaría al mando por creerme incapaz de ejecutarlo”.

Este era el contexto motivacional de aquella sociedad rioplatense en la segunda década del siglo 19.  Los miembros del ejército no podían estar ajenos a esa polémica. Soldados reclutados en su gran mayoría por levas forzosas; suboficiales levados antes y ascendidos; en ambos casos se habían habituado al ejército, y se identificaban con él y sus misiones. Todos tenían familia, amigos, testigos de la realidad social. ¿Cómo no tomar partido?
Cuando en 1819 se sanciona una Constitución que establece el régimen unitario, el país estalló. Pueyrredón fue reemplazado por el general Rondeau, quien decidió concentrar las tropas nacionales en Buenos Aires para defender a la ciudad de la amenaza provinciana. San Martín desobedeció la orden de regresar y salvó al Ejército de los Andes para la empresa libertadora.

Belgrano, ya muy enfermo, entrega el mando del Ejército del Norte al general Fernández de la Cruz, quien ordena la marcha hacia la capital.
Al llegar a la posta de Arequito se manifiesta el descontento de gran parte de la tropa; en la madrugada del 8 de enero de 1820, los amotinados en número de 1.600 hombres a las órdenes del general Bustos, forman en línea de batalla frente a los leales al comandante en jefe. En reunión de estado mayor, se resuelve continuar la marcha con las unidades disponibles, permitiendo a bustos retirarse con los sublevados.
A raíz del levantamiento de Arequito, le imputaron a Bustos el ánimo de refugiarse en Córdoba, a modo de un señor feudal para cuidar de sus propios intereses, siendo que permitió salvar al ejército del norte, que habría sido diezmado por las fuerzas superiores de las montoneras, como lo hicieron con el propio Rondeau poco después en Cepeda, vencido por Ramírez y López que llegan a acampar en la plaza de Mayo.
La desobediencia de Bustos, no fue otra cosa que una oportuna imitación de la conducta de San Martín.  Arequito no fue el resultado del desajuste que se venía arrastrando penosamente, entre el país real y el modelo artificial que la élite porteña quería imponerle al país. Para los dirigentes de Buenos Aires las provincias no contaban, el estado debía reducirse al territorio que pudiera controlarse desde la capital; la campaña sanmartiniana era un compromiso molesto y caro.

Bustos asume el mando de los sublevados, por tener el mayor rango, Coronel Mayor, secundado por: José María Paz, Alejandro Heredia y Felipe Ibarra, consumando el motín en forma incruenta y ordenada. Eran cuatro oficiales de grandes cualidades. Bustos, ilustrado y sereno, como lo demostró su gobierno en Córdoba; Paz, de talento indiscutido, que cambio la toga universitaria por la espada; Heredia, doctor en filosofía y derecho; Ibarra, ex interno del convictorio de Monserrat.

Retornando en este relato al plan urdido por el Libertador para acelerar el proceso de la independencia, digamos que dos militares fueron tenidos en cuenta por SM para esta operación: el gobernador de Córdoba, Bustos, y, en su defecto, el gobernador de San Juan, Cnel. José María Pérez de Urdininea. SM le indica a su comisionado que ante cualquier problema que surgiera, tomara consejo de ambos oficiales.
Luego de cruzar los Andes, el comandante Gutiérrez se dirige a Córdoba, tomando contacto con Bustos. En la nota de SM, que le entrega, le pide al gobernador que fuera el comandante en jefe de la expedición que había diseñado:
“El comandante Gutiérrez de la Fuente es el conductor de quien me valgo para proponer a UD. la terminación de la guerra; él es la voz viva mía y por consiguiente impondrá a usted de todos mis planes. ¡Y qué campo, mi apreciable paisano, se le abre a usted para concluir esta guerra ruinosa y cubrirse de gloria ¡ Sí, mi amigo, póngase usted a la cabeza del ejército que debe operar sobre Salta; la campaña es segura si usted me apoya los movimientos que cuatro mil quinientos hombres van a hacer por Intermedios al mando de Alvarado. (…)
Las cooperación de esta división va a decidir enteramente la suerte de la América del Sur”

Gutiérrez le informa a SM que encontró a Bustos con la mejor disposición; éste escribió al Gral. López destacando que para dicha empresa faltan recursos que es indispensable pedir al gobierno de Buenos aires:
“Creo superfluo persuadir a UD. de la necesidad de este paso en que debe interesarse todo americano y en especial los que nos hallamos a la cabeza de los negocios públicos”.

Por su parte, López le comenta a SM:
“La fina política de VE previó los inconvenientes de realizarlo y de dónde deben emanar los recursos de su logro”.

 Para colaborar en la gestión ante BA manda su secretario, y pese a las dificultades de su provincia, ofrece 300 hombres de caballería seleccionados, siempre que BA los provea de armamentos de lo que carece Santa Fe.
Bustos, fiel al llamado de SM, no sólo hace que su secretario también acompañe a Gutiérrez a BA, sino que escribe al gobierno de Martín Rodríguez:
“no temo proponer que dé la última mano a la obra que le ha sido tan cara, tomando sobre sí proporcionar la suma suficiente para los gastos de la marcha de la fuerza y para su caja militar hasta que se franquee la comunicación del interior.”

SM  le señala al gobierno porteño, que el Perú devolverá totalmente los gastos que ocasione esta campaña.
El gobierno de BA era conducido en realidad por Rivadavia, que escuchó al enviado de SM y terminó diciéndole que a las guerras de la independencia las terminaría él por negociaciones diplomáticas. También calificó de criminal a Bustos, desmesura que se explica por sucesos anteriores:

durante la revolución de mayo Bustos formó parte de la Junta militar de seguridad, que dispuso la expulsión del país de Rivadavia por sospechoso de actuar a favor de los españoles. Ya había accionado con resentimiento, al frustrar el Congreso Constituyente reunido en Córdoba en 1821, convocado por Bustos.

Rivadavia pasó el pedido sanmartiniano a la Junta de Representantes, donde sólo el diputado Gazcón defendió la propuesta del Libertador; el diputado Manuel García llegó a expresar que al país le era útil que permaneciesen los enemigos en el Perú.

SM al conocer la oposición de las autoridades bonaerenses, le escribe a Gutiérrez:
“Todas (las provincias) desean la expedición, todas la claman. En ellas se encuentran todos los materiales necesarios para emprenderla, menos dinero; esto es lo único que falta”.
Con lo resuelto por la Junta, se hacia imposible organizar la expedición.

Bustos, decepcionado, le confesará a López:
“Por más que he aplicado todos mis esfuerzos para realizar la expedición contra el enemigo común, proyectada por el Exmo. Señor Protector del Perú, sus resultados no han correspondido a mis anhelos”.

Decide renunciar a la jefatura de la expedición, a favor de su segundo jefe, el Cnel. Urdininea, que con la pequeña fuerza que lograron formar Bustos y él, penetra por el Alto Perú, pero de manera insuficiente y tardía. Culmina este triste episodio de nuestra historia, con la conocida renuncia al mando de SM.
Únicamente Urdininea, que marchó con la pequeña fuerza auxiliar, tuvo el honor de participar luego en el triunfo de Ayacucho.

José Pacífico Otero destaca que el tiempo vino a demostrar –y Ayacucho lo prueba- que San Martín tenía razón, y que si la diplomacia podría servir para firmar armisticios y atar temporalmente la mano al enemigo, ella no servía para desarmarlo y   vencerlo.
Recién en Ayacucho, como lo diría Enrique Rodó:
“catorce generales de España entregaron, al alargar la empuñadura de sus espadas rendidas, los títulos de aquella fabulosa propiedad, que Colón pusiera, trescientos años antes, en manos de Isabel y Fernando”.

Córdoba puede enorgullecerse de haber sido la provincia en cuyo gobernante el Libertador confió para la empresa que hemos reseñado. Un militar a quien ya en 1807 había elogiado una poesía popular[1], por su actuación en las invasiones inglesas. Para terminar, recordemos una estrofa de esa poesía:

El valiente capitán don Juan Bustos, de arribeños,
Con diez y ocho de su gente,
Carga con valor sobre ellos,
Y se rinden los britanos
Misericordia pidiendo.

* Exposición en el Club de las Fuerzas Armadas-Córdoba, 27-2-2014.
-------------------------------------

Fuentes:
Hillar Puxeddu, Leo. “El gobernador Juan Bautista Bustos y el Plan de Acción al Alto Perú del Gral. Dn. José de San Martín”; Santa Fe, 2010.

Conles Tizado, Denís. “Juan Bautista Bustos: federalismo y nación”; Córdoba, Cuadernos para la Emancipación.

Denovi, Oscar. “Arequito: el Ejército se identifica con el pueblo”.





[1] “La gloriosa defensa”, de Pantaleón Rivarola.