el sacrificio de
un gobernador en la Batalla de Pago Largo y la cruel matanza de los prisioneros
Adrián Pignatelli
Infobae, 31 Mar,
2024
Genaro Berón de
Astrada intuyó que no regresaría vivo de la batalla. Este militar y político
correntino de 38 años, algo retacón, robusto, de cabellera rubia y ojos azules
vivía con sus hermanas Bernarda y Margarita en la casa paterna frente al río en
la que años después sería la calle Plácido Martínez, en la ciudad de Corrientes.
Antes de partir, encargó al artista Juan Francisco Paysen un retrato por si no
volvía y así sus hermanas podrían tener aunque sea un recuerdo suyo.
Sabía que para
Juan Manuel de Rosas era una piedra en un zapato. Como gobernador desde el 12
de diciembre de 1837, Genaro Berón de Astrada, para hacer frente a una difícil
situación económica, había abierto los puertos correntinos al comercio y eso
contrariaba a la política centralista de puerto y aduana única que desde Buenos
Aires imponía Rosas. Cuando fue el
bloqueo francés al Río de la Plata, Astrada envió emisarios para ponerse de
acuerdo con esas fuerzas y con el general oriental Fructuoso Rivera para poder
acceder a otros mercados.
Actuaría en
consonancia con el santafecino Domingo Cullen quien, luego de fracasar en su
intento de lograr un acuerdo entre Rosas y los franceses, intentó un arreglo
unilateral con éstos últimos. Se valió de que, en el ínterin, la legislatura de
su provincia lo había nombrado gobernador luego de la muerte de Estanislao
López. Perseguido militarmente por Rosas y por el gobernador entrerriano
Pascual Echagüe, debió huir y refugiarse primero en Córdoba y luego en Santiago
del Estero. Ante la presión de Rosas, su gobernador lo entregó y enviado a
Buenos Aires. Apenas estuvieron en territorio bonaerense, Cullen fue fusilado
al pie de un ombú.
Faltaba arreglar
cuentas con Berón de Astrada, quien actuaba en la misma sintonía que Cullen y
ya había establecido contacto con los unitarios exiliados en Montevideo.
Rosas envió al
gobernador Pascual Echagüe a someterlo. Echagüe, de 41 años, era un fiel aliado
al gobernador bonaerense que además manejaba las relaciones exteriores que
había asumido como gobernador en marzo de 1832 y que, gracias a su buena
gestión, había sido reelecto en dos oportunidades.
Le tocó encabezar
las fuerzas que debía reprimir a los correntinos, quienes se habían pronunciado
contra Rosas el 28 de diciembre de 1838 y habían osado declararle la guerra.
El gobernador
correntino estaba en apuros. El oriental Rivera no había cumplido su palabra de
enviarle cuatro mil hombres para engrosar sus filas, que estaban conformadas
mayoritariamente por gauchos e indígenas con poca experiencia militar. Uno de
los pocos oficiales valiosos con los que contaba era el coronel Manuel
Olazábal, quien se había formado con San Martín y sus granaderos. Era su jefe
de estado mayor.
Echagüe iba al
frente de 6000 hombres, la mayoría de ellos de caballería y un par de piezas de
artillería. Estaba urgido para evitar que Berón de Astrada se uniese con sus
aliados de Montevideo. Los correntinos contaban con 4500 jinetes y unos 500
infantes.
Luego de algunos
movimientos de sus tropas, Berón de Astrada esperó a Echagüe a orillas del
arroyo Pago Largo, al sur de Curuzú Cuatiá.
La batalla fue el
domingo 31 de marzo de 1839. Berón de Astrada recorrió la primera línea de sus
hombres arengándolos. En un principio, los correntinos lograron golpear primero
cuando su infantería desarmó el centro de Echagüe, pero la experiencia de la
caballería entrerriana, comandada por Justo José de Urquiza, fue la que volcó
la suerte de la batalla cuando arremetió con fiereza en uno de los flancos de
las fuerzas correntinas.
Cuando el
resultado era inevitable, a Berón de Astrada le habría propuesto retirarse del
campo de batalla, pero se negó. Que él había ido a triunfar o a morir, dicen
que respondió. Otros sostienen que en su huida su caballo terminó boleado.
Terminó con 17 heridas de lanza cuando estaba en tierra. Los enemigos se
ensañaron con su cuerpo, que habría sido desmembrado. Una leyenda asegura que
un entrerriano le quitó una lonja de piel de su espalda desde el cuello hasta
el muslo, con la que mandó a hacer una manea.
La pérdida de
documentación y de partes de batalla dieron lugar a que la falta de información
se complementase con historias incomprobables. Un cura se apiadó de los
maltratados restos de Berón de Astrada y los rescató del campo de batalla.
Pero el drama no
había concluido. En el campo quedaron 1900 muertos correntinos y casi un millar
de derrotados se internaron en el monte para esconderse y escapar de la furia
de los vencedores. Durante dos días los entrerrianos se ocuparon de llamarlos,
hablándoles en guaraní para parecer amistosos. En definitiva, muchos de los que
habían peleado para Berón de Astrada no lo habían hecho del todo convencidos
por sus simpatías federales.
Cuando finalmente
reunieron a los fugitivos, cerca de 800 terminaron degollados, mientras una
banda militar tocaba sin parar para ahogar los gritos de los que se enfrentaban
a la muerte. El que salvó su vida de milagro fue Olazábal, quien había huido
del lugar a todo galope.
Rosas mandó acuñar
medallas para los vencedores y la legislatura entrerriana una especial para
Echagüe.
De noche, por
temor, el sacerdote entró a la ciudad de Corrientes. Junto a las hermanas del
muerto, acomodaron sus despojos en un ataúd y, lejos de miradas indiscretas, lo
enterraron en la tumba de la madre María Paula, que había fallecido en
noviembre de 1837. Antes de colocarlo en el ataúd, cortaron pequeños mechones
de su cabello. Actualmente sus restos descansan en la Catedral de Corrientes.
Para el fin del
siglo XIX, solo quedaban escasísimos sobrevivientes de aquella batalla. Uno era
Juan José Urquiza, un esclavo africano que había sido criado por los Urquiza, y
Victorio Gauna, un carpintero que ese campo regado en sangre de Pago Largo se
juramentó que algo haría para honrar la memoria de los correntinos que allí
habían caído si vivía para contarla. Cuando Rosas había caído, construyó una
cruz usando madera de ñandubay. Era de unos cuatro metros de alto y la clavó en
el lugar donde los prisioneros habían sido ejecutados. Colocó la leyenda “Aquí
yacen las cenizas de las víctimas de Pago Largo, el día 31 de marzo de 1839, a
cuya memoria dedica este recuerdo su compañero Victorio Gauna”.
Gauna falleció el
24 de agosto de 1899 y esa humilde cruz quedó como un triste recuerdo de una
guerra civil donde lo único que lograron fue la de matarse entre hermanos.
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