el rico comerciante que se negaba a ser el
presidente de la Primera Junta y su triste final
Adrián Pignatelli
Infobae, 29-3-2024
Había sido uno de
los comerciantes más ricos de Buenos Aires, el elegido casi por aclamación por
los propios soldados para que fuera el jefe de los Patricios y también el
poderoso presidente de la Primera Junta. El destino se empeñó en ponerlo en la
impensable situación de cruzar la cordillera a las apuradas tanto a la ida
hacia Chile, cuando era perseguido por las autoridades porteñas, como a la
vuelta, cuando lo buscaban los españoles para fusilarlo.
Cornelio Judas
Tadeo de Saavedra nació en Potosí el 15 de septiembre de 1759 en el seno de una
familia de la elite local que, cuando contaba 8 años, todos se mudaron a Buenos
Aires. Estudió en el Colegio de San Carlos y luego se dedicó al comercio. Tenía
28 años cuando se casó con María Francisca Cabrera, su prima hermana y cuando
ésta falleció, volvió a casarse en 1801 con Saturnina Bárbara de Otárola y de
Rivero, de 29 años, hija del coronel José Antonio de Otárola, un rico
comerciante. Con ella tuvo siete hijos, tres de los cuales fallecieron de corta
edad.
Ocupó diversos
cargos en el cabildo, como alcalde de segundo voto y juez de menores.
Tenía 49 años
cuando tuvo el honor de ser elegido, por los propios soldados, como jefe de la
Legión de Patricios Voluntarios Urbanos de Buenos Aires, una unidad de milicia
urbana creada a instancias de Santiago de Liniers luego de que los criollos
echasen por primera vez a los ingleses de Buenos Aires. En sus memorias,
admitió que ese fue el origen de su carrera militar.
El 18 de mayo de
1810 estaba en San Isidro cuando recibió una esquela del sargento mayor de
Patricios Juan José Viamonte, instándolo a que fuese a la ciudad lo más rápido
posible: se había conocido la noticia de que había caído la Junta de Sevilla,
la última resistencia a la invasión francesa y España estaba en poder de
Bonaparte.
En la casa de
Viamonte acordaron que el momento había llegado. Se le encomendó que, junto a
Belgrano, fueran a solicitarle a Juan José Lezica, alcalde de primer voto y a
Julián de Leyva, síndico procurador, para que convocaran a un cabildo abierto.
Los funcionarios vieron que ambos hablaban en serio y dieron curso al pedido.
Pero el virrey
Baltasar Hidalgo de Cisneros, con el propósito de estirar lo máximo posible lo
inevitable, pidió conocer la opinión de todos los jefes militares antes de
firmar la autorización. En la reunión celebrada al día siguiente a las siete de
la tarde, el virrey les dijo que en la península aún no estaba todo perdido y
quería saber si contaba con el apoyo de las armas, tal como lo habían hecho con
Liniers en 1809. Como nadie hablaba, Saavedra le respondió que las épocas eran
distintas, y que si bien aún resistían Cádiz y la isla de León, el jefe de los
Patricios afirmó que no querían ser dominados por los franceses y que deseaban
ejercer el derecho de gobernarse por ellos mismos, y que como el rey español
estaba preso de Napoleón el virrey dejaba de tener autoridad. Cerró diciendo
que no contase con los Patricios. Cisneros debió ceder.
El cabildo abierto
del 22 de mayo de 1810 dispuso la separación del virrey y, luego de intentos de
los españoles en armar una junta de cinco miembros con mayoría española, el 25
se conformó lo que pasó a la historia como la Primera Junta.
Cuando se lo
propuso como presidente, intentó excusarse. No quería aparecer que había
participado de semejante movimiento solo por interés propio, pero sus
compañeros de ruta insistieron. Se cuenta que era el miembro de la Junta con
mayor fortuna personal. Vivía en la actual calle Reconquista, entre Corrientes
y Lavalle.
En la Junta no
todos vieron con buenos ojos que Saavedra se moviera con el carruaje que había
pertenecido al virrey Cisneros, y se quejaban de la diferencia de sueldos.
Mientras don Cornelio, que se hizo ascender a brigadier ganaba 8 mil pesos, los
otros percibían tres mil. Hubo otros, como Azcuénaga, que donó su sueldo, así
como hizo con los anteriores puestos que había ocupado en el Estado y Belgrano
pidió rebajarse el suyo. Además no caía bien que su esposa se moviera por la
ciudad con escolta militar.
Francisco Javier
de Elío, el último virrey del Río de la Plata, dijo sobre Saavedra que era “un
zorro astuto” y que encubría “la ambición más desenfrenada”.
El 11 de junio el
moderado presidente fue nombrado brigadier y contó con el apoyo de la mayoría
de los diputados del interior, a quienes conocía a partir de sus vínculos
comerciales. Cada vez era más notorio el contraste con la posición más radical
de Moreno y Castelli.
Aborrecía tanto
los que sostenían los principios de la Revolución Francesa como los que eran
afectos a una alianza con los británicos. La grieta no demoró en profundizarse
con el sector morenista. Aludía al secretario de la Junta como “el malvado
Robespierre”.
El festejo en el
cuartel de Patricios por el triunfo de Suipacha fue otro detonante. En el
banquete, el capitán Atanasio Duarte, un poco pasado de copas, tomó una corona
hecha de azúcar y declaró a Saavedra algo así como emperador de América, lo que
llegó a oídos de Mariano Moreno y disparó el famoso decreto de supresión de
honores, que ponía en un mismo nivel de igualdad a todos los miembros de la
junta, el mando militar del presidente pasaba a todo el gobierno, se excluía de
cualquier privilegio a las esposas de los miembros del cuerpo gubernativo, y al
infeliz de Duarte que, seguramente cuando se le pasó los efectos del alcohol,
no recordaría lo que había dicho, se lo condenó a destierro.
La incorporación
de los diputados del interior al gobierno motivó la cerrada oposición de
Moreno, quien sostenía que debía respetarse que dichos representantes debían
ejercer labores legislativas, como había sido acordado. En la sesión del 18 de
diciembre, la mayoría de la junta votó su incorporación al gobierno. Moreno
estaba en minoría, ya que Belgrano y Castelli estaban en campaña. El secretario
renunció y en misión diplomática a Gran Bretaña, encontró la muerte en alta
mar.
Los morenistas no
se dieron por vencidos, formaron la Sociedad Patriótica y French y Beruti, al
mando del regimiento de la Estrella, idearon un golpe que fue descubierto y
desbaratado por las fuerzas militares la noche del 5 de abril de 1811, cuando
Joaquín Campana y el alcalde Tomás Grigera movilizó a la plebe, provocando el
fracaso del golpe. Todos los morenistas fueron destituidos y se creó un
Tribunal de Vigilancia para perseguir a los opositores.
Saavedra aseguró
que, si bien se mantuvo al margen de estos sucesos, fue el principio del fin de
su carrera política. Quiso renunciar, pero no lo aceptaron. El 20 de agosto lo
enviaron al norte a hacerse cargo del ejército que había sido derrotado en
Huaqui y cuando llegó a Salta se enteró de la disolución de la Junta, que Pueyrredón
había sido nombrado jefe del ejército y que él era desterrado en San Juan.
Los morenistas lo
tenían en la mira. El Primer Triunvirato lo encerró y la Asamblea del Año XIII
lo sometió, junto a otros compañeros de ruta, un juicio de residencia. Le costó
hallar quien pudiera representarlo. Lo acusaban de querer ejercer el poder
total y de una supuesta connivencia con los españoles. No fue incluido dentro
del perdón dictado por Gervasio Posadas el 5 de febrero de 1814 y decidió
escapar a Chile junto a su hijo de diez años y se estableció en Coquimbo. El
cruce fue desesperado y estuvieron a punto de morir congelados. En el país
vecino fue considerado un asilado político mientras en Buenos Aires continuaba
su juicio, se pedía un escarmiento y ni medio miramiento de piedad.
La mala suerte lo
acompañaba. Luego del desastre de Rancagua del 1 y 2 de octubre de 1814, cuando
los realistas recuperaron Chile, pretendieron encerrarlo y juzgarlo
sumariamente. Sabía que si permanecía en el país terminaría frente a un pelotón
de fusilamiento.
Fue su esposa
Saturnina quien le suplicó a José de San Martín, gobernador de Cuyo, que
ayudase a su marido a volver. San Martín, haciendo caso omiso al gobierno
porteño, lo ayudó y lo confinó nuevamente en San Juan.
En 1815 se reunió
con el director supremo Carlos María de Alvear y lo único en que insistió fue
en su rehabilitación. Cuando consiguió que le devolviesen el grado militar y
los honores perdidos, el nuevo director Alvarez Thomas se los quitó. Recién en
1818 se lo declaró inocente, se le devolvió el grado de brigadier general y se
dispuso una indemnización.
Volvió al ruedo
aplicando un plan para controlar a los indios ranqueles y cuando su antiguo
compañero Martín Rodríguez asumió como gobernador, en 1822 pidió el retiro,
aunque cuando estalló la guerra contra el Brasil ofreció sus servicios, pero lo
rechazaron por su edad.
En su estancia de
Zárate “Rincón de Cabrera”, herencia de su suegro, se dedicó a trabajar la
tierra y a escribir sus memorias. Un ataque al corazón lo sorprendió la noche
del 29 de mayo de 1829. Su viejo subordinado Viamonte, gobernador de Buenos
Aires, dispuso que fuese enterrado en el cementerio de la Recoleta con honores,
y sus memorias -dedicadas a sus hijos- fueron depositadas en la biblioteca
pública.
Cuando se levantó
un monumento a su memoria, se lo instaló en la plaza Primera Junta. Un ilustre
descendiente, Carlos Saavedra Lamas -premio Nobel de la Paz 1936- movió sus
influencias para que fuera trasladado a la céntrica esquina de Callao y
Córdoba, donde ya estaba la estatua de Azcuénaga quien, de buenas a primeras,
lo llevaron al pedestal que Saavedra había dejado vacío.
Así moría el viejo
comandante de Patricios que, cuando asumió al frente de la Primera Junta, lo
hizo con la justificación de otros habían querido que fuera presidente.
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