de San Martín de
la Campaña Libertadora al Perú
Por Gastón
Marmonti *
La Prensa,
29.01.2023
Un 29 de enero,
pero de 1823, hace 200 años, el general José de San Martín y el sargento mayor
Manuel de Olazábal se encontraron en Tunuyán, Mendoza, donde hoy se levanta el
majestuoso monumento que representa aquel suceso. Habían transcurrido dos años
y algunos meses desde la partida del Libertador rumbo a la hermana República
del Perú.
José de San
Martín, muy deteriorado de salud desde que dejó el Perú, tenía 45 años y estaba
próximo a los 46, que cumpliría en febrero. Lo escoltaba una pequeña guardia
chilena, recortando la falda del Portillo. Manuel de Olazábal, con 23 años
recién cumplidos en diciembre, había salido al encuentro del general como si
hubiese estado esperando a su padre, don Benito.
La camaradería, el
compañerismo, la lealtad, el espíritu de cuerpo son algo que labramos
inconscientemente los soldados. Compartir sufrimientos, penurias, alegrías,
victorias. en los cuarteles, en los campos de instrucción y de batalla, forja
recuerdos que no se borran de nuestras memorias.
Ahora bien, esta
camaradería fue cimentada en el Cuerpo de Granaderos a Caballo. Entonces
hablamos de una élite de soldados seleccionados para combatir por la causa de
la emancipación sudamericana hasta los confines del continente. Y si lo ordena
San Martín, hasta el fin del mundo. Los Granaderos a Caballo, sin disimular
soberbia, ostentan una sola cosa: fueron instruidos personalmente por el
teniente coronel San Martín desde 1812. Imaginemos, pues, cuán grande es este
lazo que une a San Martín y a Olazábal.
EL CUARTEL DEL
RETIRO Y A LA BANDA ORIENTAL
Manuel de
Olazábal, que ingresó en enero de 1813 como cadete al recientemente creado
Regimiento de Granaderos a Caballo, fue moldeado entre el 3º y 4º Escuadrón.
Estas subunidades, a órdenes del segundo jefe del Regimiento, teniente coronel
Zapiola, marcharían a reforzar el sitio de Montevideo y a la consecución de la
Campaña a la Banda Oriental.
El portaestandarte
Olazábal del 4º Escuadrón empezó a formarse como oficial con soldados de la
talla de Manuel Escalada, Castelli, O'Brien, Lavalle, Merlo, Murillo y Escobar
en el 4º Escuadrón. Y, en el 3º, con Ramallo, Izquierdo, Suárez, Barros,
Bouchard, Peña y otros más. Cuna de héroes en la Banda Oriental y condecorados,
en su mayoría, en Chile y en el Perú.
Pero el joven
Manuel, de apenas 14 años, se va convirtiendo en un héroe más, entre tanta
gloria y orgullo de pertenecer a este Cuerpo. Son incontables las acciones de
coraje y heroísmo que este oficial demuestra contra un oponente irregular.
A MENDOZA
En 1815, el
coronel San Martín es gobernador intendente de Cuyo y, con el apoyo del
director Juan Martín de Pueyrredón, traza el Plan Continental para dar la
libertad a los pueblos de Sudamérica. Es tiempo de crear el Ejército de los Andes.
El Regimiento de Granaderos a Caballo debe reunirse en Mendoza. Sus escuadrones
han estado combatiendo por separado, tanto en el Alto Perú como en la Banda
Oriental. Cuatro batallones de Infantería y la escolta del comandante engrosan
las huestes independentistas.
En 1816, Olazábal,
que no escapa a los encantos de las hermosas señoritas mendocinas, conoce a
Laureana Ferrari, de 13 años. El joven mozo alcanza los 16. Laureana es una
dama mendocina, amiga de Remedios de Escalada. Junto con Dolores Prats de
Huisi, Margarita Corbalán y Mercedes Morón aceptan la propuesta del Gran
Capitán de diseñar, armar, bordar y confeccionar la Bandera del Ejército de los
Andes antes del 6 de enero (celebración de Reyes) de 1817.
De todas ellas,
solo Mercedes Morón la volverá a ver (antes de su fallecimiento en 1893),
expuesta en la Casa de Gobierno de Mendoza, como testimonio de la hazaña que se
gestó en esa provincia.
La ebullición que
produce formar un ejército en Cuyo, y más en la capital mendocina, se va haciendo
más silenciosa. Es que cada vez suenan menos campanas en las iglesias de la
ciudad y en los pueblos de alrededor. Son ahora flamantes cañones de la
artillería del marino Blanco Encalada. El fraile Beltrán es el hacedor de todo
el arsenal. De las fábricas de pólvora y mixtos, de fusiles, de sables y hasta
de los ingenios en puentes colgantes y aparejos para sortear quebradas con los
Barreteros de Cuyo. Esto tiene que permitir que 5.200 almas humanas y 12.200
almas animales crucen por seis pasos en simultáneo en el verano cuyano.
El teniente Manuel
de Olazábal integra la escolta del comandante a órdenes del capitán Necochea.
Cada vez queda menos tiempo para traspasar la cordillera y el único que sabe
cuándo y por dónde es el Gran Capitán.
TRES AÑOS EN CHILE
Y REGRESO A MENDOZA
Finalmente, el 20
de enero de 1817, el Ejército de los Andes y un destacamento de auxiliares
chilenos con el brigadier O`Higgins en la vanguardia del grueso desafían los
Andes. Lo harán en otras dos oportunidades, y San Martín, tres veces más. La
Virgen del Carmen protege a los soldados independentistas y a los realistas,
del otro lado de la cordillera. De este lado, el santo rosario y el escapulario
de la Virgen constituyen el escudo para asegurar la victoria en la batalla y el
regreso al hogar, Dios mediante.
La bandera del
Ejército de los Andes y la bandera de la Patria Vieja de Chile ya flamean
señalando con ráfagas de viento la dirección del esfuerzo y la ubicación de San
Martín y su escolta. Interminables filas de hombres y animales hormiguean por
las sendas de la montaña, emponchados a cubierto y protegiendo a los animales.
Animales, monturas, pellones, cueros, ropa, mantas, ponchos, bronces, hierros,
maderas, comida, agua potable: todo ha sido puesto a disposición por el pueblo
mendocino. No ha quedado nada, sino el orgullo con lágrimas de ver partir al
ejército del coronel mayor San Martín, rumbo a la gloria.
Entre 1817 y 1819,
Olazábal combate contra los puestos adelantados españoles en plena cordillera,
en la mañana de Chacabuco, en la primera campaña al sur a órdenes del coronel
Las Heras, y después con el brigadier O`Higgins, en el fallido asalto a la
fortaleza de Talcahuano, donde pone fuera de combate los cañones españoles y
después se retira. Ya con el Ejército Unido argentino-chileno, participa
heroicamente en la derrota de Cancha Rayada, cerca de Talca. Finalmente, queda
adelantado al sur de Santiago, junto a la caballería independiente, manteniendo
en desvelo a la Fuerza Real que avanza de sur a norte hacia la capital chilena.
Está presente en todos los actos trascendentes de la victoria de Maipú.
Luego de la
campaña de pacificación al sur, algunos, como Olazábal, han preferido volver al
hogar y no continuar la Expedición Libertadora al Perú. Culmina su paso por los
Granaderos a Caballo con el grado de capitán.
Ese mismo año,
contrae enlace con su amada Laureana Ferrari. El capitán general del Ejército
es el padrino de la boda y luego será padrino del primer hijo de los Olazábal.
Seguramente, en agosto de 1820, despide al Libertador y a sus camaradas de
armas, que parten al Perú a completar la hazaña independentista.
SAN MARTIN
EMPRENDE EL REGRESO AL PAIS
Perú es
independiente por la acción del Ejército Libertador del general San Martín y
por las finanzas de la República de Chile que preside el general O`Higgins. Es
independiente, aunque no libre.
Finalizada la
entrevista en Guayaquil con el general Simón Bolívar en julio de 1822, San
Martín da cuenta de que su paso por el Perú está llegando al final. Su
protectorado como tal tiene que dar lugar a los representantes genuinos del
Perú en un Congreso; las fuerzas patriotas no son suficientes para concluir la
campaña militar, y su continuidad traerá más perjuicio que beneficio al país y
a su salud, ya muy dañada.
Es tiempo de dar
lugar al Libertador del Norte para que culmine con la fuerza española, que
ahora se aferra en el Cuzco y en el Alto Perú.
En la noche del 20
de septiembre de 1822, habla con su secretario, Tomás Guido, y se embarca rumbo
a Santiago. Si bien en su mente no hay un plan pergeñado, va dando pasos
firmes, todos direccionados hacia su país. La pequeña estancia "La
Magdalena", con su hacienda, será ese pequeño rincón suyo en Mendoza.
El 12 de octubre,
arriba a Valparaíso, Chile. Antes de desembarcar, recibe elogios en una carta
de su exsecretario del Ejército de los Andes, José Ignacio Zenteno. Pero
también, desde Valparaíso, el capitán Thomas Cochrane trata de culparlo en una
causa de traición en el Perú y crear un clima anti sanmartiniano. Aparece
nuevamente la figura de su amigo O`Higgins para defenderlo, protegerlo,
cobijarlo, reponerlo de su deteriorada salud y prepararle su regreso a la
Argentina. Habían empezado las calumnias.
Guido con pesar le
advirtió de que esto es lo que cabía esperar ahora que había colgado la espada
y quedado expuesto a viejos celos y ambiciones (Guido a San Martín, Lima, 11 de
junio de 1823, DASM, vol. VI, pp 450-454).
Le ha escrito una
frase proverbial, que se irá cumpliendo en forma triste, amarga y real.
Olazábal toma
mate, envuelto en el fresco de la montaña mendocina y en el amanecer del
Portillo. Algún cóndor sobrevuela los senderos cordilleranos, tal como casi
tres años atrás.
El capitán espera
a su jefe de Regimiento, al general del Ejército de los Andes, al padrino de su
boda y de su hijo mayor, que ya camina. Tienen tantas cosas que contarse. Es la
camaradería de los soldados y de dos oficiales de Granaderos a Caballo. Mendoza
radiante, crecida como su hijo, lo espera para abrazarlo y agradecerle.
Al cumplirse el
bicentenario del regreso del general San Martín al país, resulta sustantivo
pensar e imaginar ese momento. Sumarnos al capitán Olazábal y recibir al Padre
de la Patria que llega cansado, fatigado, a Mendoza. El empezó a trazar los
límites de nuestro país: derrotando en el campo de batalla el poder colonial
español que sometía a la América del Sur y señalándonos en cada estatua
ecuestre el camino de la libertad y del bien común, como hombre y como
ciudadano argentino.
* Coronel.
Director del Servicio Histórico del Ejército Argentino.
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