cómo planeó San Martín el increíble cruce de
los Andes
La vanguardia de
las tropas partieron de El Plumerillo, en Mendoza, el 17 de enero de 1817
Adrián Pignatelli
17 de Enero de
2023
El 12 de
septiembre de 1814 José de San Martín cumplió su primera parte del plan: asumió
como gobernador de Cuyo, una jurisdicción recientemente creada que comprendía
Mendoza, San Juan y San Luis donde vivían unas diez mil personas, además de
tres mil emigrados chilenos. Desde allí se lanzaría a conquistar “esos montes”,
como él llamaba a la imponente Cordillera de los Andes.
En Mendoza vivió
junto a su esposa Remedios de Escalada en una casa que el cabildo le alquiló a
Trinidad Alvarez, en la actual calle Corrientes 343. Destruida por el terremoto
de 1861, por años funcionó en esa dirección un taller mecánico. Hoy es el Museo
de Sitio y Centro de Interpretación Casa de San Martín. Ahí nació su hija
Mercedes, el 24 de agosto de 1816.
San Martín trajo
el proyecto libertador en su cabeza cuando desembarcó en Buenos Aires en marzo
de 1812. Cuando por fin se declaró la independencia el 9 de julio de 1816
bastaron dos días con sus noches para arreglar la operación con el flamante
director supremo, Juan Martín de Pueyrredón. “Ya no nos resta más que empezar
la obra”, escribió.
Entendió que para
llevar adelante su plan libertador debía generar recursos, más allá de la ayuda
del gobierno. Para ello construyó un consenso con el sector mercantil local y
arregló algunos conflictos entre los cabildos de Mendoza y San Juan. La
situación se complicó cuando el 2 de octubre de 1814, con la derrota de
Rancagua, Chile cayó bajo el dominio español, y se cortó el comercio con
Mendoza, que dependía en gran medida de las divisas que ese intercambio
generaba.
San Martín se
dedicó a estimular la producción, reactivando el comercio local de vino,
aguardiente, fruta seca y harina; amplió las áreas cultivables con la apertura
de canales de riego, le dio un impulso a la minería y a los artesanos locales.
En el tema social, armó dispensarios, en los que se aplicaba la vacuna
antivariólica e instrumentó medidas de prevención contra la rabia.
Los fondos
generados le ayudaron a iniciar un proceso de militarización inédito. Para
ello, a escasos cinco kilómetros al noroeste de la ciudad de Mendoza, le
encomendó al tucumano José Antonio Alvarez Condarco, cartógrafo y experto en
explosivos, el diseño de un campamento militar. El Plumerillo fue el núcleo del
origen del poder militar pensado y diseñado por San Martín, quien había hecho
convocar a los escuadrones de sus granaderos, desperdigados en distintos puntos
del país.
Contaba con
galpones, divididos por compañías, con alojamiento para oficiales, barracas
para la tropa y otras construcciones. Los granaderos estaban alojados en
barracas aparte. En el centro había una gran plaza, donde se desarrollaban
ejercicios de instrucción, y sobre uno de los fondos del cuartel, un inmenso
paredón servía para las prácticas de tiro. Cuando se liberó Chile, El
Plumerillo fue desmantelado, se devolvieron los materiales a sus donantes, y
los sobrantes se repartió entre la gente humilde para que pudieran construir
sus casas.
Así, el domingo 5
de enero de 1817 fue un día de fiesta en la ciudad de Mendoza. El general
correntino de 39 años, de marcado acento español, presentaba en tierra cuyana
un ejército, hasta entonces sin precedentes, para liberar a chilenos y
peruanos.
El cura Beltrán
Entre los miles de
emigrados de Chile, había un franciscano fanático de la ciencia, de la
matemática, de la física y de la química, que ya en ese país se había metido de
puro curioso en los talleres del ejército de O’Higgins y le había reorganizado
el trabajo. Con esos antecedentes, en marzo de 1815 San Martín nombró a fray Luis
Beltrán teniente segundo del tercer batallón de artillería y lo puso al frente
de la incipiente maestranza y talleres, que el cura transformó en un numeroso
equipo de 700 herreros, artesanos y obreros que los turnos rotativos hicieron
que el trabajo nunca parase.
Beltrán quedaría
ronco para siempre por los constantes gritos y órdenes que, incansablemente,
impartía. Todo metal existente en el territorio fue fundido en sus fraguas, de
las que salieron municiones, balas de cañón, espadas, fusiles, lanzas,
herraduras, uniformes y calzados. También inventó arneses y carros para
transportar la artillería por la montaña. “Célebre, digno, incansable”, lo
describió en sus memorias el capitán de artillería, el inglés Guillermo Miller,
que combatió en las filas patriotas como oficial de artillería.
“Las medidas
estaban tomadas para ocultar al enemigo el punto de ataque. Si se consigue y
nos dejan poner pie en el llano, la cosa está asegurada. En fin, haremos cuanto
se pueda para salir bien, pues sino todo se lo lleva el diablo”, escribió San
Martín a Tomás Guido. Así que debió engañar y confundir al poderoso ejército
español que aguardaba del otro lado de la cordillera.
Álvarez de
Condarco, de memoria
San Martín
determinó cruzar por seis pasos, dos principales, el de los Patos y Uspallata y
cuatro secundarios: Come caballos, Guana, Portillo y Planchón. Era una empresa
que guardaba similitud con un plan inglés de 1800 presentado por el Mayor
General Thomas Maitland y que fuera revelado en un apasionante trabajo de
Rodolfo Terragno. Mandó a Chile supuestos desertores que revelaban distintos
planes, que no hicieron más que confundir a los godos.
Con la excusa de
enviar una copia oficial del acta de la independencia de las Provincias Unidas
al gobernador español Casimiro Marcó del Pont, San Martín encomendó a Álvarez
Condarco que cruzase a Chile por el paso de los Patos. Debía memorizar todos
los detalles ya que si lo sorprendían con anotaciones equivaldría a ser
fusilado por espía. Sabía que Marcó del Pont intimaría a Álvarez de Condarco a
regresar por el paso más corto, el de Uspallata, cosa que sucedió, aunque
estuvo a punto de ser fusilado. De todas formas, se tuvo el relevamiento de los
dos pasos principales.
No dejó ningún
detalle librado al azar. En una reunión celebrada en el fuerte de San Carlos, a
200 kilómetros al sur de Mendoza, le pidió permiso al cacique pehuenche
Ñancuñan para pasar por sus tierras, al pie de la cordillera. Sabía que la
información se filtraría a los españoles.
San Martín había
logrado armar un ejército de 5423 hombres, de los cuales unos 3600 eran
cuyanos. También se reclutaron 710 esclavos que fueron a engrosar la
infantería. Pensar que cuando se había hecho cargo de la gobernación, lo
acompañaban 180 reclutas del Batallón N° 8 de Buenos Aires.
Del otro lado de
la cordillera, aguardaban 7600 españoles. Aunque no sabían dónde hacerlo.
La bandera
Fue en la cena de
la Nochebuena de 1816 que San Martín propuso a las mujeres allí reunidas la
confección de una bandera. Mercedes Alvarez, Margarita Corvalán, su esposa
Remedios y Laureana Ferrari, futura esposa de Manuel Olazábal, tuvieron la
tarea de confeccionarla. El general le indicó que debía estar lista para el día
de su jura, prevista para el 5 de enero. Fue difícil hallar la tela adecuada,
pero en la madrugada de ese día estuvo lista.
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su pensamiento político
Ese 5 de enero, a
las cinco de la mañana, el ejército salió de El Plumerillo, haciendo sonar sus
tambores. A la ciudad de Mendoza, con sus calles engalanadas, ingresaron por la
cañada y fueron recibidos con los repiques de las campanas de las iglesias. Los
jefes y oficiales se dirigieron al Convento de San Francisco y consagraron a la
Virgen del Carmen patrona del ejército. En la iglesia matriz el canónigo José
Lorenzo Güiraldez bendijo a la bandera, colocada en una bandeja de plata,
además del bastón de mando y el sable de San Martín, y luego se celebró misa,
con procesión incluida.
A las cuatro de la
tarde, de vuelta en El Plumerillo, se hizo la jura. “Soldados. Esta es la
primera bandera que se ha levantado en América. Jurad sostenerla, muriendo en
su defensa, como yo lo juro”, alentó San Martín.
En la ciudad hubo
tres días de fiesta. Y las autoridades organizaron comidas y recepciones para
los oficiales y hasta hubo una corrida de toros.
Era momento de
aplicar el operativo engaño que había ideado San Martín. Primero partieron
divisiones ligeras que fueron seguidas, el día 9, por 40 infantes y 100 de
caballería que cruzarían por el Paso de Guana, en San Juan. Otros 130 infantes
lo harían por Come Caballos, en La Rioja. Los 80 infantes y 25 granaderos al
mando de Freire cruzarían por El Planchón, en el sur mendocino y 55 hombres por
El Portillo, un poco más al norte que el anterior.
El 17 de enero
partió la vanguardia y luego lo hizo el grueso del ejército que alcanzaría
Chile por los dos pasos centrales, Los Patos y Uspallata. El 19 fue el turno de
la división más numerosa, al mando de Estanislao Soler, Bernardo O’Higgins y
José Matías Zapiola.
El frente de los
cruces ocupó 800 kilómetros y San Martín calculó que para el 21 ya habrían de
haber dejado la provincia.
Se llevaron 120
disparos para cada pieza de artillería, 900 mil cartuchos de fusil y 180 cargas
de armas de repuesto. La expedición incluía médicos y sus encargados; una
compañía de obreros; 120 trabajadores con sus herramientas para hacer
transitables los caminos; 1200 hombres de milicias encargados de las mulas de
repuesto y el transporte de la artillería. Entre la carga se contaban
provisiones para 15 días para 5200 hombres y 113 cargas de vino para
suministrar a cada soldado una botella diaria.
La alimentación
prevista era carne curada, sazonada con pimienta; se llevaron además 700 bueyes
y la dieta incluyó maíz tostado, galleta y una importante cantidad de cebolla y
ajo, éste último indispensable para combatir el apunamiento, especialmente en
los animales, a los que se debía refregar con ajo sus hocicos. De las 9281
mulas y 1600 caballos, solo 4300 mulas y 500 caballos llegaron a Chile.
Muchos soldados
además perecieron por los intensos fríos, la escasez de leña y la falta de
agua.
San Martín solo
llevaba 14.000 pesos para todo el ejército. Bartolomé Mitre describió que iba
vestido con una chaqueta y abrigado con pieles de nutria y arriba un capote de
campaña. Calzaba botas granaderas con espuelas de bronce, ceñido a su cintura
su sable corvo comprado de segunda mano en una tienda de Londres y su típico
sombrero falucho atado y, por las dudas, sostenido por un pañuelo, debido a los
fuertes vientos.
Tenía problemas de
salud. En 1814 había comenzado a sufrir de úlcera, que se revelarían en ataques
de sangre, como él los describía y ya, estando en Mendoza, para poder dormir,
debía hacerlo sentado en una silla, producto seguramente del asma. Su círculo
de ayudantes no veía con buenos ojos el uso desmedido que hacía del opio, para
aliviar sus dolores reumáticos.
Aun así, llegó a
Chile al frente de su ejército. Luego de algunas escaramuzas con avanzadas
realistas, el 10 de febrero las dos columnas principales se reunieron en la
cuesta de Chacabuco. La mayor locura de la historia ya era una genial realidad.
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