la Revolución de
los Libres del Sur, el alzamiento contra la Confederación rosista
Pablo Yurman
Infobae, 7 de
Noviembre de 2022
El 7 de noviembre
de 1839, las fuerzas legalistas que respondían al gobernador Juan Manuel de
Rosas sofocaron la sublevación iniciada días antes en la zona rural cercana a
Chascomús y Dolores, y que la historia conocerá como la Revolución de los
Libres del Sur. Sus principales cabecillas fueron ejecutados o confinados, e
incluso un hermano de Rosas -Gervasio- debió partir al exilio por haber estado
vinculado con los amotinados.
Desde que la
historia comenzó a ser escrita por los enemigos políticos del Restaurador de
las Leyes, se presenta al episodio como uno más de una incontable lista en la
lucha entre hombres de “las luces y la razón” contra la chusma y la barbarie
federal, sin matices, aclaraciones pertinentes, ni contextos.
Varias
circunstancias imponen reflexionar sobre esta particular “revolución”. Lo
primero por advertir es que tuvo lugar en una época de guerra; es decir,
hablamos de un alzamiento armado contra las autoridades constituidas en medio
de una guerra entre Argentina y Francia. Segundo, los amotinados bonaerenses no
actuaron en soledad, sino en contacto permanente con Juan Lavalle (el mismo que
ordenó años antes el fusilamiento de Manuel Dorrego) quien planeaba desembarcar
en San Pedro con ayuda de la flota francesa que operaba en los ríos de La Plata
y Paraná, desembarco que finalmente no se concretó.
Por último, pero
no menos importante: a pesar de que muchos consideran a Rosas como un
gobernante siempre defensor del sector ganadero ¿cómo se explica que siendo
acaso el más importante estanciero de la provincia, fueran precisamente hombres
de ese mismo sector social y económico quienes intentaran derrocarlo?
Bloqueo francés
En 1838 Francia
había enviado una flota de guerra al estuario del Plata, en general como brazo
armado de su política exterior colonialista, y en nuestro caso en particular
para reforzar su reclamo diplomático originado en un incidente menor cual fue
la disposición argentina de no exceptuar de prestar el servicio militar a los
franceses residentes en nuestro suelo. Como Rosas no cedía ante la presión
diplomática gala, el almirante Leblanc al mando de la flota dispuso el bloqueo
de los puertos argentinos. La medida afectará en general a todos los
argentinos, pero en particular a los exportadores de cueros y derivados de la
explotación ganadera.
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El escenario se
complicó al utilizar los franceses al puerto de Montevideo como base de
operaciones y de reabastecimiento, con la colaboración decidida en esa faena de
los colorados uruguayos y los unitarios argentinos residentes en esa ciudad. Es
en ese escenario que se logró persuadir a Juan Lavalle para encabezar la
“cruzada libertadora” que invadiría Argentina, contando equivocadamente los
franceses -mal asesorados por los unitarios- con que la población local se
alzaría en masa contra Rosas, cosa que no ocurrirá.
El complot contra
el gobierno de Rosas se venía urdiendo desde mediados de 1839, con complicidad
tanto de franceses como de unitarios a un lado y al otro del Río de La Plata.
En junio se detuvo a varios implicados en Buenos Aires, entre los que destacaba
Ramón Maza, hijo de quien había sido hasta poco antes presidente de la Sala de
Representantes de la Provincia. Las ramificaciones llevaban a varios
terratenientes con propiedades en lo que por entonces era considerado el “sur”
ganadero de la provincia. De ahí lo de “libres del sur” que pasará a la
historia.
Dice el
historiador Vicente Sierra (Historia de la Argentina) que “los hacendados y
enfiteutas comprometidos se dispusieron a la acción. Ferrari, en la costa de
Samborombón; Gándara, en la de Vitei; Lastra, en Las Lagunas; los Ramos Mejía,
en Vatel; Miguens, en las Cinco Lomas, y Castelli [N. de la R. se trataba de
Pedro, hijo del prócer de Mayo Juan José], en el cerro de Paulino, fueron
informados de que Lavalle, al amparo de la escuadra francesa, iba a iniciar la
campaña.” Lo cierto es que Lavalle cambió de planes y terminó optando por
invadir Entre Ríos y Corrientes, dejando en desamparo a los sublevados, que
habían incluso imaginado un desembarco cerca de lo que hoy es San Clemente de
Tuyú.
Sierra da una
pista en la que hay que detenerse. Habla de “hacendados y enfiteutas”, y además
agrega que los nombrados engañaron a los gauchos que trabajaban sus haciendas
diciéndoles que la movilización era para apoyar a Rosas en virtud de haberse
producido el complot de los Maza al que antes aludimos.
Ley de Enfiteusis
y Ley de Aduana
Debe tenerse en
cuenta que la Ley de Enfiteusis se había sancionado durante la presidencia de
Bernardino Rivadavia como consecuencia de la toma del empréstito con la casa
Baring Brothers de Londres. Ante la exigencia de dicho banco y en orden a
asegurarse su crédito, el gobierno ofreció en garantía las tierras fiscales de
todo el territorio nacional. Las tierras no podrían enajenarse, pero sí
concederse a particulares a cambio del pago de un canon. Muchos ganaderos
tomaron posesión en carácter de enfiteutas, pagaron el canon correspondiente y
desarrollaron esas tierras tornándolas productivas. Pero otros, aprovechando
resquicios legales, terminaron pagando un canon ínfimo, no invirtieron a su
riesgo, esperando el momento propicio para adquirir en propiedad esas tierras
de origen fiscal.
Acá es donde entra
a jugar el factor económico. Rosas, que había defendido en su primer gobierno
el sistema librecambista, es decir, no establecer tributos a la importación de
productos manufacturados extranjeros, modificó su postura en 1835 al sancionar
la Ley de Aduana, de marcado carácter proteccionista de las artesanías e
industrias locales respecto de las extranjeras.
Hubo un cambio en
su posición inicial, ello a pesar de que a él en lo personal seguía
conviniéndole en términos económicos un sistema librecambista. Es que acaso
debemos entender algo que hoy nos puede parecer extraño: el Rosas del período
1829/1832 era gobernador de Buenos Aires, y por eso era hasta lógico que
defendiera el sistema económico más conveniente a su provincia. Pero a partir
de 1835 Rosas es un hombre no sólo bonaerense, sino de toda la Confederación
Argentina y su sentido del deber, por un lado, y la necesidad de ceder en algo
a las pretensiones de las demás provincias, lo llevó a cambiar radicalmente su
perspectiva sobre el tema.
Ese cambio en el sistema
económico implementado por Rosas, al que hay que sumar la eliminación del Banco
Nacional (otra creación rivadaviana y cuyo directorio, pese al nombre ampuloso
de la institución, se integraba por comerciantes británicos del puerto de
Buenos Aires) transformándolo en lo que se llamaría Casa de Moneda, le valdrá
el apoyo de las provincias del Interior, pero también le granjeará la
hostilidad de los hombres de “su clase” que no podían entender que se
priorizara el interés general de la Confederación Argentina por el sectorial de
unos pocos.
Rosas y los
ganaderos
En su ensayo El
‘sistema’ económico de Rosas. Introducción a su estudio”, Elena Botura señala
que “la Ley de Aduana de 1835, como se sabe netamente proteccionista, mereció
la aprobación entusiasta de las provincias, sobre todo las norteñas, como
Catamarca, Tucumán, Salta, etc., pero tuvo su contrapartida en la reacción casi
inmediata que desde Montevideo encabezan ciertos grupos de consignatarios que
contribuyen a llevar a la Confederación Argentina a conflictos internacionales
en los cuales el puerto de Buenos Aires se vio bloqueado durante años.”
Por otra parte,
considerando la extensión ganadera de la provincia, debe tenerse en cuenta que
no todos los estancieros se identificaron con el alzamiento, circunscripto sólo
a las zonas antes señaladas. Y el sector ganadero no era todo lo homogéneo que
algunas simplificaciones pretenden. Hubo ganaderos afectados en sus negocios de
exportación que no dudaron en complotarse con una nación enemiga del país, pero
también hubo quienes en realidad eran especuladores de tierras fiscales a las
que habían accedido en base a la legislación anterior, cuya tenencia a cambio
de un canon irrisorio deseaban adquirir definitivamente como dueños plenos.
Estos hechos, así
analizados, permiten descartar por tanto el mito de que Rosas, con ser uno de
los más acaudalados estancieros de la época, actuara siempre como representante
corporativo de ese sector de la vida nacional de entonces.
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