y la increíble historia de cuando California
fue argentina por una semana
Adrián Pignatelli
Infobae, 24 de
Noviembre de 2022
El 24 de noviembre
de 1818 se izó la bandera argentina en el fuerte de Monterrey gracias a la
intrepidez del famoso corsario que dio la vuelta al mundo en el buque “La
Argentina”, armado con 34 cañones
La ceremonia se
repite invariablemente todos los 9 de julio desde 1983. En Bormes les Mimosas,
un pueblito cercano a Saint Tropez, se canta el himno argentino en una
plazoleta donde está el busto de uno de sus hijos, que se hizo conocido en la
América y en los mares del mundo, Hipólito Bouchard.
Este marino, que
se llamaba André Paul, que cambió por el de Hipólito -en homenaje a un hermano
muerto- fue el responsable de que California fuese argentina durante una
semana.
Era un francés
irascible, de carácter fuerte y a veces intolerante, aunque de proceder justo y
bondadoso. Cuando llegó a Buenos Aires por 1809 ya había peleado en el mar por
su país natal. En 1811 fue uno de los protagonistas de la incipiente escuadra
patriota que se había formado a los ponchazos. Incorporado al Regimiento de
Granaderos a Caballo, su papel en el combate de San Lorenzo fue relevante. Mató
al abanderado español y se apoderó del estandarte enemigo, al punto que José de
San Martín lo destacó en el parte de batalla. “Y le arrancó con la vida al
abanderado el valiente oficial D. Hipólito Bouchard”. Esta acción le valió que
la Asamblea del Año XIII le otorgase la ciudadanía.
En 1812 se había
casado con María Norberta Merlo Díaz, una porteña hija de un marino veterano de
Trafalgar.
En septiembre de
1815 obtuvo la patente de corso, con la que comandó la corbeta “Halcón”, y con
la que haría campaña junto al almirante Guillermo Brown. Como ayudante de
piloto, nombró a Tomás Espora, un joven marino de 15 años que también haría
historia.
Nuevamente en
Buenos Aires, se propuso dar la vuelta al mundo y hostigar a los buques
españoles que se le cruzasen en el camino. Así, en sociedad con el armador
Vicente Anastasio Echeverría, armó “La Argentina”, un buque de 34 cañones, con
los calibres que pudo encontrar en una Buenos Aires económicamente exhausta.
Reunió 180 hombres, entre marinos e infantes.
El 27 de junio de
1817 zarpó de la Ensenada de Barragán y, entre sus papeles, llevaba varias
copias de la declaración de la independencia. Puso proa al Atlántico, pasó por
el cabo de Buena Esperanza, estuvo en Tamatave, Madagascar y ya en el Pacífico,
cuarenta de sus hombres habían muerto víctimas del escorbuto, por la falta de
frutas y verduras. Ante la desesperación, alguien propuso enterrar a los
enfermos, dejando solo su cabeza descubierta. Que la tierra se ocupase de la
cura. Algunos fallecieron pero la mayoría sobrevivió a ese extraño tratamiento.
Luego de una
escala en Java, en la zona de Las Filipinas capturó 16 barcos mercantes y en
marzo de 1818 rumbeó para las islas Sandwich, que luego cambiaría su nombre por
la de Hawaii. En una de ellas, se sorprendió al saber que el rey Kamehameha I
se había adueñado de la corbeta “Santa Rosa”, también conocida como
“Chacabuco”. Su propia tripulación, amotinada, se la había vendido y muchos de
ellos estaban desperdigados por la zona. Luego de una trabajosa negociación,
Bouchard logró la devolución del buque -que así se incorporó a su campaña- y
suscribió con el monarca local una suerte de tratado de unión para la paz, la
guerra y el comercio, que algunos interpretan como el reconocimiento tácito de
una nación extranjera a la independencia de las Provincias Unidas.
El 21 de octubre
de 1818 partieron hacia California. El corsario ignoraba que un mercante
español ya había llevado la alarma a la guarnición española cuando advirtió de
la probable llegada de los corsarios rioplatenses.
La extensa bahía
de Monterey cobijaba el Presidio Real de San Carlos y una aldea de unos 400
habitantes. Cuando el 20 de noviembre los buques corsarios aparecieron en el
horizonte, el gobernador Pablo Vicente Solá ordenó evacuar a mujeres, ancianos
y niños, tomó los caudales reales y puso prudente distancia de los atacantes, y
esperó en el Rancho del Rey, actualmente la ciudad de Salinas. En la guarnición
quedaron 65 soldados al mando del sargento Manuel Gómez a aguantar lo que se
venía.
Bouchard ordenó al
“Santa Rosa”, de menor calado que “La Argentina”, que se acercara a las
murallas de la fortificación, a fin de hostigar las defensas y desembarcar.
Pero el barco fue acribillado a disparos durante quince minutos y el teniente
primero Guillermo Shepperd no tuvo más remedio que rendirse.
Llamó la atención
que lo españoles no abordasen la nave rendida. Cuando el marino comprendió que
no disponían de barcos para hacerlo, armó un operativo de rescate del barco -a
merced del enemigo por la falta de viento- que se hizo exitosamente. Detrás de
las murallas se escuchaba el festejo por el rechazo al ataque.
“Yo formé en este
momento el designio de acabar con su alegría”, escribiría el francés. Y con 200
hombres, en la madrugada del 24 de noviembre, desembarcó a una legua del
fuerte. Lo hizo en nueve botes y llevó un cañón. Los españoles que les salieron
al encuentro no pudieron detenerlos y cuando escalaron los muros de la
fortificación, los defensores huyeron despavoridos por el portón principal.
Se izó la bandera
argentina y durante seis días, en los hechos fue territorio de las Provincias
Unidas del Río de la Plata. Se
apropiaron del ganado que serviría como comida para el viaje; los animales que
no pudieron llevar fueron sacrificados. Luego de liberar a los prisioneros,
incendiaron el fuerte, la residencia del gobernador -que esperó inútilmente
refuerzos- y las casas de los españoles. Por orden de Bouchard, tanto las
iglesias como los domicilios de los americanos no fueron tocados. También
inutilizaron los cañones.
El 29 dejaron
Monterrey. Fueron al rancho El Refugio, cercano a Santa Bárbara, propiedad de
la familia Ortega, contraria a los movimientos independentistas mexicanos.
Nuevamente, se apropiaron de todo lo que pudieron llevarse y el resto lo
quemaron y destruyeron. El 16 de diciembre, en San Juan de Capistrano, una
misión fundada por el padre Junípero Serra en 1776, ofrecieron pagar por bolsas
de papas, de trigo y por animales. Los españoles se negaron y escaparon luego
de una breve resistencia. Los corsarios se reaprovisionaron de víveres y
destruyeron las casas de los peninsulares.
Se movían rápido, porque
en ese raid cuando las tropas españolas llegaban, las de Bouchard ya habían
partido. El 17 de enero de 1819 bloquearon el puerto mexicano de San Blas y el
4 de abril atacaron El Realejo, un puerto clave del comercio español ubicado en
la actual Guatemala. Finalmente, el 9 de julio de 1819, en el tercer
aniversario de la independencia, Bouchard fondeó en el puerto de Valparaíso.
Lejos de ser
recibido como un héroe, por orden del almirante Cochrane fue acusado de
piratería y encarcelado. El 9 de diciembre de 1819 fue declarado inocente.
Cuando recuperó sus barcos, éstos habían sido despojados de sus cañones, de sus
velas y sus bodegas estaban vacías.
Quiso regresar a
Buenos Aires, pero José de San Martín le pidió que se quedase unos meses en el
Perú. En 1828 abandonó la marina y el congreso peruano lo premió con las
haciendas de San Javier y San José.
Fue asesinado a
cuchilladas el 4 de enero de 1837 por sus esclavos, cansados de los malos
tratos de ese marino taimado que pasaría a la historia por hacer que California
fuera argentina por una semana.
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