y la importancia de la educación física
Gustavo Capone
MDZ, 25 DE ENERO
DE 2023
“Nada de lo
conseguido hubiera sido posible sin un equipo bien entrenado”. Afirmación que
nos llevará al lugar común de interpretar razonablemente que la frase valdría
para distintas circunstancias y ejemplos: una empresa familiar; un club
amateur; una multinacional; un gobierno. Es real. Sin organización y
entrenamiento todo se haría mucho más difícil.
Imaginemos
entonces, cuánto más real es si tuviéramos que entrenar a un equipo de 5.000
“jugadores” como fue el Ejército Libertador que tuvo que sortear cuatro surcos
de cordilleras por el paso Los Patos con picos de 5.000 metros de altura como
El Espinacito y enfrentarse, por ese entonces, al campeón del mundo: España,
que nos esperaba “de local” con el triple de jugadores (soldados), muchos de
ellos profesionales probados en las grandes “ligas” (batallas) continentales.
Y no solo eso, el
“equipo” libertador (voluntarioso y corajudo, pero mayoritariamente aficionado)
debería prepararse física y anímicamente para jugar un segundo tiempo en una
“cancha” totalmente distinta. El primer tiempo en las alturas cordilleranas de
Los Andes y el segundo en las aguas del Océano Pacífico para llegar a las
costas del Perú.
San Marín, “El
profe”
Una vez más les
propongo jugar didácticamente con hechos concretos del ayer y trasladarnos solo
por un ratito a la cotidiana coyuntura. Mucho más en tiempos donde la difusión,
afortunadamente, de sanos hábitos de alimentación, la proliferación de
novedosos sistemas de entrenamiento físico, las dietas balanceadas, la
importancia de los ejercicios hipopresivos, las tradicionales pesas, los
interval training o “pasadas”, el cardio - running, pilates, CrossFit, fitness,
stretching o las puntuales actividades de cerros: treeking, escaladas, rappel,
son tan solicitados por un amplio sector de la sociedad. Entonces, me remonto a
la afirmación con que empezamos la lectura para referirme al entrenamiento del
ejército libertador liderado por San Martín: “Nada de lo conseguido hubiera
sido posible sin un equipo bien entrenado”.
Retrocedamos
entonces también al San Martín que fue soldado y a su experiencia como
“jugador” raso, no todavía como “profe” (líder). Aquel soldado no solamente
batalló en distintos continentes y climas. Recordemos que tuvo que enfrentarse
además a distintos escenarios. Jugó en distintas “canchas”; para continuar con
la comparación novelada.
Estuvo en el
caliente norte de África peleando en la sofocante plaza de Orán contra los
moros, donde durante 37 días sufrieron el ataque enemigo, padeciendo hambre e
insomnio. En la frontera de los Altos Pirineos (límite de la Península Ibérica
con Francia) donde su unidad cruzó una treintena de picos que superaban los
3.000 metros entre los valles de Arán y Tena (provincia aragonesa de Huesca),
habiendo recorrido previamente 840 kilómetros a caballo (en pleno otoño) de
Málaga a Zaragoza para enfrentar a Napoleón (1792). Pero también luchó como
marinero en la fragata Santa Dorotea contra los británicos en el Mediterráneo.
En el desierto, las costas, la selva, las montañas y el mar. O sea, “un atleta
todo terreno”.
Seguramente esas
simplificadas experiencias citadas, más cientos de otras vivencias, y una
enorme bibliografía consultada sobre las grandes gestas militares de la
humanidad terminaron forjando en San Martín la idea de la sustancial
importancia que tenía la preparación física y mental del ejército libertador. De
ahí su cuidado minucioso por la hidratación y alimentación, la relevancia de
los comportamientos cardiovasculares y respiratorios en altura, las
fluctuaciones de la presión arterial, la logística farmacológica y preventiva,
el tratamiento de la emergencia, la carga nutricional (calórica y proteica) que
cada soldado debía consumir cada tantas horas o los necesarios tiempos de
descanso.
Consideremos
además que había que contemplar la alimentación y abrigo de 5.000 hombres, pero
también de casi 10.000 mulas y 1.600 caballos, más las 600 vacas que se
llevaron para el faenamiento en la medida que el ejército avanzaba. Pero además
se llevaba el forraje para la alimentación de los animales, pues es imposible
conseguir un yuyo a 4.000 metros de altura donde todo es piedra y nieve.
El entrenamiento
Las jornadas de
preparación comenzaban muy temprano en El Plumerillo. A las 6 de la mañana ya
todo el mundo estaba en pie. Un buen entrenamiento comienza siempre por lo
mismo: el cuidado de la higiene personal.
Por ende, cada soldado llevaba permanentemente en sus mochilas: peines,
jabones y piedra pomez. San Martín era muy severo en este aspecto que parece
insignificante. Requisas periódicas sobre el cuidado de uñas de mano y pie,
control de axilas, cuello e ingle, higiene bucal y cortes de cabello eran
permanentemente controlados.
La ropa de fajina
para la práctica diaria debía ser lo más parecido a la vestimenta que se
llevaría en campaña. Había que preparar un soldado que cargará una mochila de
13 kilos (promedio) para caminar por angostos senderos a 4.000 metros bajo los
flagelos del apunamiento con alteraciones del sistema cardiovascular que
llegarán, producto de la falta de oxígeno en altura, a producir un posible
nublamiento de la vista, mareos, náuseas, vómitos, deshidrataciones o abruptas
desorientaciones. Pero además el soldado
debía trasladar una mula que cargaba 30 kilos (promedios) de provisiones. En
paralelo, cada mula llevaba dos bordalesas de 5 litros de vino mendocino sobre
cada costado. O sea, casi 100. 000 litros de vino para que el soldado lo
consumiera preferentemente de noche como resguardo del frío.
El ejército empezó
su preparación al poco tiempo de llegado San Martín a Mendoza. En un principio
era solamente una centena los hombres que lo compusieron. Las prácticas de
esgrima, las luchas cuerpo a cuerpo, las secciones de tiro, las cargas a
caballo con bayonetas, los desplazamientos cuerpo a tierra, las cinchadas, los
lanzamientos de cuchillo, las marchas a campo traviesa, eran cotidianos
ejercicios que se repetían una y otra vez. Por ende, los ejercicios aeróbicos,
de fuerza y resistencia formaban parte de la preparación básica. Pero las
actividades de velocidades, ejercicios de acción y reacción, con deuda de
oxígeno (anaeróbicos), saltos, flexibilidad, equilibrio, coordinación general,
formaron también habitualmente parte de la práctica militar en base a distintas
acciones de guerra. A medida que avanzaba la organización y se definieron los
distintos “cuerpos” y regimientos del ejército, los entrenamientos pasaron a
ser específicos: caballería, infantería, artilleros, barreteros, etc. tuvieron
su rutina particular.
La organización
del trabajo y distribución de ejercitaciones que comprendieran cargas,
repeticiones y frecuencias para los distintos grupos musculares tuvieron
esquemas periódicos que contemplaban planes diarios, semanales o mensuales. El
gran predio de práctica de El Plumerillo se dividía en espacios donde el
trabajo era en forma sectorizada. Pero también, las prácticas “extramuros” con
simulaciones de combates por cerros, llanos o atravesando arroyos fueron
habituales. Como la tarea específica de zapadores, baqueanos, espías o
topógrafos realizadas a campo abierto, sorteando quebradas o improvisando
puentes.
Nada estuvo
librado al azar. Había que contemplar que el ejército avanzaría a un promedio
de 28 kilómetros por día aproximadamente y que los soldados sufrirían
alteraciones térmicas de 45º, ya que las temperaturas oscilaban entre 25 /30º
durante el día y 15º bajo cero durante la noche.
La base de la
alimentación del ejército fue “el valdiviano”: base de carne seca (charqui)
machacado, más grasa, rodajas de cebolla cruda, ajo y agua hirviendo. Muy rico
en calorías. La cebolla y el ajo contrarrestaban el apunamiento, además eran
elementos pequeños y livianos que se podían llevar en el morral. No generan
peso y servían también de alimentos a mulas y caballos.
Las columnas que
llevaban los víveres iban a retaguardia. Entre otros víveres trasladados se
contaba con 4 toneladas de charqui y galletas de maíz. Además de vino, llevaron
aguardiente y 100 barriles de ron (cada barril de 40 litros) para disminuir el
frío nocturno. Completaban las reservas: 400 kg de queso.
El soldado debía
consumir más de 3.000 calorías diarias. Además de obligatoriamente beber por
día 3 litros de agua y ½ litro de vino. Como no existían las suficientes
cantimploras, 8.000 cuernos de vaca se adecuaron para la ocasión (2 por
soldado).
Previamente San
Martín había creado un cuerpo médico y hospitales en Mendoza, San Juan y San
Luis. Juntas sanitarias tuvieron el control y cuidado de la salud física del
ejército y del total de la población de la Gobernación de Cuyo, promovió una
amplia legislación sanitaria; dispuso la vacunación antivariólica obligatoria a
todos los cuyanos y miembros del ejército (algo inédito para la época); ordenó
la matanza de perros vagabundos para evitar la propagación de la rabia;
instrumentó medidas contra la vinchuca blanqueando paredes. Pero también
organizó un hospital móvil que acompañó al ejército trasladado por 47 mulas
silleras y 75 cargueras.
Conclusión: la
fuerza moral ante la montaña
Ningún
entrenamiento físico es completo si no contempla la parte anímica y mental. Esa
alianza física y mental es la que vence a la montaña más alta. La de piedra y
roca en la guerra o la “montaña” personal en la vida diaria. Ese fue otro gran
mérito del liderazgo sanmartiniano. Apoyarse en una extraordinaria condición
física y mental de sus soldados. Pero suponemos también que el ejército partió
con la terrible angustia de pensar que atrás quedaban madres, esposas e hijos
que probablemente jamás se volverían a reencontrar. Para enfrentar eso también
hay que estar preparado. Esa fortaleza solo lo logrará un buen entrenamiento.
De ahí la importancia de buenos profesionales.
Para la inmensa
mayoría que no ha cruzado nunca (de ninguna manera) la Cordillera o, al menos
no han visto una montaña de cerca, se corre el riesgo de no percibir lo
trascendente del fenómeno. Fenómeno que fue pensado “quirúrgicamente” desde
Mendoza por San Martín y su equipo de trabajo durante casi 3 años, permitiendo
libertar medio continente. El convencimiento fue sustancial. Eso sigue siendo
una herramienta primordial. Ayer, y siempre, y donde la educación física tuvo
como siempre una enorme preponderancia.
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