El jefe de una confederación política interétnica
La Nación, 25
DE SEPTIEMBRE DE 2017
Geraldine Davies Lenoble*
Juan Calfucurá nació cerca de 1800 en Llaima, una
región cordillerana que conectaba la población de la Araucanía y la región
pampeana. De joven se formó como guerrero y lonko (jefe) mapuche, y comenzó a
participar en la política interétnica transcordillerana. Durante la década de
1840 del siglo XIX, construyó una confederación que dominó La Pampa y Llaima, e
incluía cacicatos migrantes y locales reunidos en Salinas Grandes, a los
ranqueles y a los "indios amigos" del cacique Catriel.
Los trabajos académicos de las últimas décadas han
discutido el estereotipo del cacique como un jefe autoritario; revelan que la
base de su poder residió en su habilidad diplomática para tejer alianzas,
favorecer la convivencia y la expansión de la producción ganadera y el
comercio. Como líder confederal, Calfucurá terminó con cincuenta años de
violencia intertribal. Su proyecto político comprendió relaciones de
reciprocidad que trascendían las barreras étnicas y estatales.
Como otros lonkos, Calfucurá construyó una secretaría
con escribientes, traductores y embajadores para las cuestiones diplomáticas.
Los acuerdos establecidos con las autoridades criollas se materializaban en la
entrega de raciones, la asistencia militar y el permiso de comerciar en tierra
del "otro", aspecto clave en la expansión económica de la región
pampeana. En la correspondencia, indígenas y criollos se trataban de
"hermanos y compadres", se enviaban regalos, apadrinaban a sus hijos
y priorizaban los asuntos comerciales. Incluso, Calfucurá envió a su hijo
Manuel Pastor a estudiar a Buenos Aires.
En este mundo interétnico, el éxito y el poder
político se basaban en la negociación y el mestizaje. Calfucurá negoció
acuerdos con Rosas, Urquiza y Mitre, entre otros. Estas negociaciones
impactaron fuertemente la resolución de los conflictos civiles criollos, como
las batallas de Cepeda (1859) y Pavón (1861). Los grandes malones que arreaban
cientos de miles de cabezas de ganado y cientos de cautivos de los pueblos de
frontera fueron episodios esporádicos y expresaban represalias por el quiebre
de acuerdos fronterizos.
En la década del 70 del siglo XIX, un cambio de
paradigma mundial, basado en la dominación y homogeneización cultural, ganó
consenso entre los criollos. Calfucurá enfrentó este cambio organizando el
último gran malón sobre la frontera bonaerense en 1872, pero meses después
murió en sus toldos. Como reflejo de su política interétnica y transregional,
unos 2000 aliados se dirigieron a Salinas Grandes para honrarlo.
*La autora es doctora en Historia
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