SAN MARTÍN, BELGRANO, ROSAS
Nos parece interesante
reflexionar sobre los vínculos que existieron entre tres de nuestros héroes, en
relación a la tradición nacional. No tiene mucho sentido limitarse a repetir
datos por todos conocidos, en relación a los próceres, sin procurar que su
actuación sirva de ejemplo y guía para el presente. Y, para eso, es necesario
ir más allá de los hechos, tratando de investigar la causa de los hechos.
Puesto que (Font Ezcurra), “la historia es en esencia justicia distributiva;
discierne el mérito y la responsabilidad”.
En momentos de
honda crisis en nuestra patria, no podrá restaurarse la Argentina, mientras no
se afiance en sus raíces verdaderas. Ocurre, sin embargo, que desde hace unos
años han surgido de la nada, presuntos historiadores, empeñados en desmerecer
la personalidad y la obra de los héroes, sembrando confusión y desaliento.
En realidad,
el intento de desprestigiar a quienes consolidaron la nación, comienza muy
atrás en el tiempo. Recordemos por ejemplo, lo que escribió Alberdi, en su
libro El crimen de la guerra (T. II, pg. 213): “San Martín siguió la idea que
le inspiró, no su amor al suelo de su origen, sino el consejo de un general
inglés, de los que deseaban la emancipación de Sud-América para las necesidades
del comercio británico”.
Por cierto que
no ofrece ninguna prueba de lo que afirma, y, a 167 años de su muerte, nunca se
ha exhibido algún indicio del apoyo o recompensa por parte de Inglaterra, que
debería haber existido si fuese cierta la sospecha. Incluso en el exilio en
Europa, durante un cuarto de siglo, muchos visitantes pudieron comprobar que
vivió apenas con lo necesario, y hasta con penurias económicas, en algún
momento.
En cambio, un
personaje de poca monta, Saturnino Rodríguez Peña, que ayudó a escapar al
General Beresford y otros oficiales ingleses, que estaban internados en Luján,
luego de la invasión de 1806, fue premiado por sus servicios al Imperio
Británico, con una pensión vitalicia de 1.500 pesos fuertes.
Por su parte,
otro General argentino, Carlos de Alvear, siendo Director Supremo de las
Provincias Unidas, firmó dos pliegos, en 1815, dirigidos a Lord Stranford y a
Lord Castlereagh, en los que decía: “Estas provincias desean pertenecer a la
Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo
poderoso.”
Estos
documentos se conservan en el Archivo Nacional, y prueban una actitud que nunca
existió en San Martín, cuya conducta fue siempre transparente y sincera.
Los ejemplos
mencionados de Alvear y de Rodríguez Peña, hacen necesario rastrear el pasado
para tratar de entender el motivo de sus actitudes. Desde antes de la ruptura
con España, ya habían aparecido en el Río de la Plata dos enfoques, dos modos
de interpretar la realidad, diametralmente
opuestos:
l) el primer
enfoque, nace el 12-8-1806, con la Reconquista de Buenos Aires, y podemos
llamarlo Federal-tradicionalista;
2) el segundo
enfoque, surge en enero de 1809, con el Tratado Apodaca-Canning, celebrado
entre España e Inglaterra, cuando este último país, que había sido derrotado
militarmente en el Río de la Plata, ofrece una alianza a España, contra
Francia, a cambio de facilidades para exportar sus productos. A este enfoque
podemos llamarlo Unitario-colonial.
No caben dudas
de que San Martín se identifica con el enfoque tradicionalista, que se
manifiesta con el rechazo de las invasiones inglesas, se afianza con la
Revolución de Mayo y la guerra de la independencia y culmina en la
Confederación Argentina, con el combate de la Vuelta de Obligado.
Quienes
atacaron a San Martín y trabaron su gestión, hasta impulsarlo a alejarse del
país, se encuadran en el enfoque unitario. Son quienes consideraban más
importante adoptar la civilización europea, que lograr la independencia nacional,
y por “un indigno espíritu de partido” -decía San Martín- no vacilaron en
aliarse al extranjero en la guerra de Inglaterra y Francia contra la
Confederación. Lo mismo hicieron en la batalla de Caseros -cuando se aliaron con el Imperio de Brasil-, donde llegaron a
combatir 3.000 mercenarios alemanes contratados por Brasil. San Martín llegó a
la conclusión de que “para que el país pueda existir, es de absoluta necesidad
que uno de los dos partidos en cuestión desaparezca” (carta a Guido, 1829).
Uno de las
vías de difusión de la mentalidad unitaria-colonial, fue la masonería, que
influyó en algunos próceres. Rodríguez Peña, por ejemplo, fue uno de los 58
residentes en el Río de la Plata, que se incorporaron a las dos logias
masónicas instaladas durante las invasiones inglesas (Estrella del Sur, e Hijos
de Hiram). Otros dos formaron parte de la 1ra. Junta de gobierno: Mariano
Moreno y Castelli (Memorias del Cap. Gillespie).
Curiosamente,
se ha pretendido vincular a San Martín a la masonería, cuando, además de no
existir ninguna documentación que lo fundamente, toda su actuación resulta
antinómica con los principios de dicha institución, cuyos miembros lo atacaron
permanentemente, en especial Rivadavia (iniciado en Londres, integró la logias
Aurora y Estrella del Sur). De todos modos, en los años 1979/80, un
investigador argentino consiguió terminar con cualquier duda, al recibir de las
Grandes Logias de Inglaterra, de Irlanda y de Escocia, la confirmación oficial
de que San Martín nunca estuvo afiliado a la masonería, y que la Logia Lautaro
-que cumplió un rol importante en el proceso emancipador-, fue una sociedad
secreta con fines políticos, y no tuvo ninguna relación con la masonería.
El enfoque
Unitario-colonial, está influenciado por el iluminismo y el romanticismo, que
se puede sintetizar en una frase de Sarmiento: “los pueblos deben adaptarse a
la forma de gobierno y no la forma de gobierno a la aptitud de los pueblos”. Precisamente lo contrario sostenía San
Martín: “a los pueblos no se les debe dar las mejores leyes, sino las mejores
que sean apropiadas a su carácter”.
Podemos
resumir las diferencias entre ambos enfoques, en el enfrentamiento que tuvo San
Martín con Rivadavia, desde que volvió a Buenos Aires, en 1812, hasta su
alejamiento definitivo (1824). El mismo año de su llegada, le tocó a San Martín
intervenir en el pronunciamiento militar que desalojó al Triunvirato, integrado
por Rivadavia. La decisión obedeció a la incompetencia del gobierno que no
acertaba a entender hasta donde se extendía la patria, y actuaba como si se
limitara a la ciudad de Buenos Aires. Entre otros errores, ordenó el regreso
del Ejercito del Norte que, de no haber sido desacatada por Belgrano, habría
permitido que el ejército realista llegara al Paraná.
Con respecto
al interior, Rivadavia, que se ufanaba de no haber pasado nunca más allá de la
plaza Miserere, insistía en tratar a las provincias con altanería, considerando
que la autoridad debía estar concentrada en la capital. San Martín, no solo
veía al interior como una parte del país que debía complementarse con Buenos
Aires, sino que ambos debían integrar una unidad superior;
primero, la
unión de los virreinatos de Lima y el Río de la Plata, más la Capitanía de
Chile;
luego, la
América Española, como una nación desprendida del imperio español.
Con respecto
al exterior, Rivadavia aspiraba a mejorar nuestra vida pública hasta ponerla en
línea con los modelos europeos. Pretendía captar el apoyo de Inglaterra y
Francia, con el ofrecimiento de buenas ganancias, y la disposición a acatar sus
directivas. Veía el futuro argentino en el presente de Europa.
San Martín,
por el contrario, creía que Europa estaba en el pasado, la España perdida se
reencontraba en América, la Europa caduca rescataba aquí su juventud.
Procuró, sí,
que alguna potencia extranjera jugara a favor nuestro, para lo cual definía
previamente un objetivo, al que debían supeditarse las negociaciones posibles.
La cultura de
un pueblo se mantiene vigorosa, cuando defiende sus tradiciones, sin perjuicio
de una lenta maduración. La identidad nacional se deforma cuando se corrompe la
cultura y se aleja de la tradición, traicionando sus raíces. La nación es una
comunidad unificada por la cultura, que nos da una misma concepción del mundo,
la misma escala de valores. Se proyecta en: actitudes -costumbres –
instituciones
La
nacionalidad es tener glorias comunes en el pasado;
voluntad
común en el presente;
aspiraciones comunes para el futuro.
Quienes han
logrado suprimir del calendario el Día de la Raza, instituido por el Presidente
Irigoyen, amenazan con dejarnos sin filiación, sin comprender que la raza, en
este caso, no es un concepto biológico, sino espiritual. Constituye una suma de
imponderables que hace que nosotros seamos lo que somos y nos impulsa a ser lo
que debemos ser, por nuestro origen y nuestro destino. Ese sentido de raza es
el que nos aparta de caer en el remedo de otras comunidades cuyas esencias son extrañas
a la nuestra. Para nosotros, la raza constituye un sello personal
inconfundible; es un estilo de vida.
La identidad
nacional, está marcada por la filiación de un pueblo. El pueblo argentino es el
resultado de un mestizaje, la nación argentina no es europea ni indígena. Es el
fruto de la simbiosis de la civilización grecolatina, heredada de España, con
las características étnicas y geográficas del continente americano. Un modelo
del criollo, fue Hernandarias, nacido en Paraguay dos siglos antes de la
emancipación, y que fue reelegido varias veces como Gobernador del Paraguay, y
verdadero caudillo de su pueblo.
Lo que
caracteriza una cultura es la lengua, en nuestro caso el castellano. Los
colonialistas consideraban a este un idioma muerto, pues no era la lengua del
progreso, y preferían el inglés o el francés.
Dos siglos
después, muchos argentinos manifiestan los mismos síntomas del complejo de
inferioridad. Muchos jóvenes caen en la emigración ontológica; en efecto, se
van a otros países, creyendo que van a poder ser en otra parte. Olvidan la
expresión sanmartiniana: serás lo que
debas ser, sino no serás nada.
Con respecto a
las instituciones, el embrionario Estado argentino adoptó el federalismo, que
respetaba la autonomía de las provincias históricas. De allí que la
Constitución de 1819, de cuño liberal, provocó resistencia en el interior. Las
autoridades porteñas ordenan al Ejército del Norte y al de San Martín que
interrumpan las acciones militares contra los realistas, para enfrentar a los caudillos.
San Martín
desobedece pues era evidente la prioridad de continuar la campaña libertadora.
Belgrano renuncia al mando; y uno de los jefes de su ejército, el Cnel. Juan
Bautista Bustos, subleva a las tropas en la posta de Arequito, comenzando un largo
período de luchas civiles.
Recién con la
Constitución de 1853, se pudo afianzar la organización institucional, pues en
su texto se logró un equilibrio entre el interior y Buenos Aires, al respetarse
los pactos preexistentes, que menciona el Preámbulo, en especial el Pacto
Federal de 1831, ratificado por el Acuerdo de San Nicolas (1852), en que las
provincias resolvieron organizarse bajo el sistema federal de Estado.
La
emancipación de los países americanos coincide con el surgimiento del
constitucionalismo escrito, y por lo tanto es lógico que quienes conducían los
nuevos Estados buscaran afirmar su independencia a través de un instrumento
jurídico. En el caso de San Martín, recordemos que, siendo teniente coronel del
ejército español, cumplió funciones en Cádiz, donde fue testigo del debate por
la sanción de la Constitución, que sería promulgada en 1812.
Al volver ese
año al Río de la Plata, San Martín comprendió la inconveniencia de seguir
utilizando la máscara de Fernando VII, uno de los motivos del derrocamiento del
ler. Triunvirato, que se negaba a declarar la independencia.
El segundo
Triunvirato (Paso, Nicolas Rodríguez Peña y Alvarez Jonte) convocó a la
Asamblea General Constituyente de 18l3, que sin embargo no proclamó la
independencia, ni aprobó una constitución.
Cuando se
reunió 3 años más tarde el Congreso de Tucumán, continuaba esta cuestión sin
resolverse, y San Martín siguió insistiendo en la independencia que fue
proclamada el 9 de julio, pero sólo con respecto a España. San Martín,
advertido de gestiones que procuraban la incorporación de nuestro territorio a
Inglaterra o Portugal, exigió que se incorporara al acta un agregado que dice:
“y de toda otra dominación extranjera”, propuesto por el diputado Medrano en
sesión secreta.
San Martín no
disimuló su desacuerdo con el proyecto unitario de Rivadavia, y, en cambio, se
alegró por la adhesión de las provincias al Pacto Federal de 1831, sosteniendo
que, estos países no pueden por muchos años regirse de otro modo que por gobiernos
vigorosos, resaltando los males que han ocasionado la convocatoria prematura a
congresos.
En esta hora
que nos toca vivir, resulta evidente que solo podrán resistir los embates de la
globalización y conservar su independencia, los Estados que se afiancen en sus
propias raíces, y mantengan su identidad nacional. El ex-Presidente Avellaneda,
en un discurso famoso, con motivo del regreso a la Argentina de los restos del
Gral. San Martín, sostuvo que: “los pueblos que olvidan sus tradiciones
pierden la conciencia de sus destinos; y los que se apoyan sobre tumbas
gloriosas, son los que mejor preparan el porvenir”.
De modo
sintético, procuraremos señalar la relación armoniosa que existió ente los
principales próceres.
SAN MARTÍN Y BELGRANO
Hubo entre ambos próceres una verdadera amistad, que influyó
positivamente en la historia nacional y en el logro de la independencia.
Hay, en realidad, vidas diferentes:
- San Martín vivió pocos años en América (12 años). Toda su formación la
recibió en España; hijo de un militar, su propia vocación fue la milicia, y
pasó su último cuarto de siglo en Europa, donde encuentra la muerte.
- Manuel Belgrano, en cambio nace en Buenos Aires y pasa en esa ciudad
sus primeros dieciséis años, viajando luego a España para estudiar leyes y
economía. Regresa al país, antes de 1810, y, salvo algún viaje ocasional,
permanece en él hasta su muerte.
No obstante esas diferencias, hubo entre ellos un evidente paralelismo,
hasta el punto de convertirlos a ambos en Padres de la Patria. Al escribir la
vida de uno de ellos, no se puede omitir las relaciones que tuvo con el otro.
Bartolomé Mitre, que escribió biografías de ambos, dedica el capítulo 24 de su
Historia de Belgrano y de la independencia argentina, a describir sus
relaciones con San Martín; a su vez, en el capítulo 4 de su Historia de San
Martín y de la emancipación sudamericana, vuelve a tratar el tema. En total, la
colaboración mutua se extendió por siete años, hasta la muerte de Belgrano.
Existe una coincidencia curiosa: los padres de ambos héroes frecuentaron
el Convento de Santo Domingo en Buenos Aires. Don Juan de San Martín, desde su
llegada de Yapeyú en 1781, ingresa con su esposa en la Tercera Orden; a la que
pertenecía, desde 1754 -siendo aún soltero-, don Domingo Belgrano, padre de
Manuel, ingresando más tarde -en 1760- su madre, doña Josefa González Casero.
Seguramente se conocieron los padres de los futuros líderes patriotas;
baste citar el acta de la Hermandad Seglar del 19-6-1783, donde figuran las
firmas, muy cerca la una de la otra, de don Domingo Belgrano y don Juan de San
Martín; también se advierte la firma del Vicario de la Tercera Orden, don Juan
Martín de Pueyrredón, padre del futuro Director Supremo del mismo nombre, que
colaboró con el Libertador.
En los diez años que vivió Belgrano en España no tuvo oportunidad de
conocer a San Martín, pues realizaron distintas actividades y frecuentaron
diferentes lugares. Y para la época en que llega el Libertador a Buenos Aires
(marzo de 1812), Belgrano viajó al noroeste para ocupar el cargo de General en
Jefe del Ejército Auxiliar del Perú.
Según Mitre, fue don Milá de la
Roca quien los puso en contacto; dicho comerciante catalán acompañó a Belgrano
como secretario en la expedición al Paraguay y sus referencias a San Martín
pudieron ser decisivas para Belgrano. Barcia Trelles cree que San Martín pudo
haber escrito a Belgrano para felicitarlo por las victorias de Tucumán y Salta,
batallas que salvaron la revolución. La verdad es que no se conserva la primer
carta de Belgrano, y no se conocen las que San Martín le escribió, pero por las
de Belgrano podemos deducir parte de su contenido.
La primera que se conoce está fechada en Lagunillas, Alto Perú, el
25-9-1813; responde a una de San Martín en la que lo elogiaba y le recomienda
el uso de la lanza y le envía un modelo. También le expresa que le había
enviado un cuaderno con instrucciones sobre táctica militar.
Belgrano le contesta: “¡Ay! amigo mío. Y ¿qué concepto se ha formado Ud.
de mí? Por casualidad o mejor diré, porque Dios ha querido, me hallo de
General, sin saber en qué esfera estoy; no ha sido ésta mi carrera y ahora
tengo que estudiar para medio desempeñarme y cada día veo más y más las
dificultades de cumplir con esta terrible obligación”.
Después de la batalla de Tucumán, Belgrano había pedido al Gobierno que
le enviaran a San Martín, pero el Segundo Triunvirato no aceptó; cuando accede,
el 3 de diciembre, ya es demasiado tarde. El l de octubre, Belgrano es
derrotado en Vilcapujio y, el 14 de noviembre ocurre el desastre de Ayohuma. El
17 de diciembre, le escribe a San Martín: “Mi amigo: no sé cómo decir a Ud. lo
bastante cuánto me alegro de la disposición del Gobierno para que venga de jefe
del auxilio con que se trata de rehacer este desgraciado ejército”.
El lugar y el día de su primer encuentro han dado lugar a polémicas. En
1973 el investigador Julio Arturo Benencia publicó un documentado trabajo en el
que llega a la conclusión de que aquel histórico encuentro ocurrió el 17 de
enero, al norte de la posta de Algarrobos -no en la posta de Yatasto, como se
creía hasta entonces-, situada a cinco leguas al sur del río Juramento, aunque
no es posible establecer con precisión el lugar ni la hora. En esa oportunidad,
se conocieron los dos próceres y confirmaron la admiración y el respeto mutuo,
que nunca desaparecería.
San Martín llegaba con la misión de reemplazar a Belgrano, aunque se
había resistido por consideración al camarada. Esta actitud provocó una carta,
del 10 de enero, de Gervasio Antonio de Posadas, entonces vocal, y futuro
Director Supremo:
“Excelente será el desgraciado Belgrano, será igualmente acreedor a la
gratitud eterna de sus compatriotas. Pero sobre todo, entra en nuestros
intereses y lo exige el bien del país que por ahora cargue Ud. con esa cruz”.
El decreto respectivo se firmó el 18 de enero y llegó a destino a fin de
mes, cuando ambos ya se encontraban en Tucumán.
En esa ciudad, tuvo lugar una segunda entrevista, de mayor duración y
también la última, ya que después no volverían a encontrarse. Pero su amistad
quedó sellada para siempre.
El 29 de enero, Belgrano, en acto solemne, traspasa el mando del
Ejército a San Martín, y queda al frente del Regimiento Nº 1, como subordinado
suyo. El gobierno está dispuesto abrir juicio a Belgrano, por las derrotas de
Vilcapujio y Ayohuma; San Martín sale en defensa de su amigo, en respuesta al
ya Director Posadas.
Ha dicho Mitre que páginas como éstas, son las que hacen la gloria de la
humanidad; hay en ellas grandeza de alma de uno y otro y, al mismo tiempo,
espontánea sencillez en la abnegación y en la generosidad recíproca.
El gobierno, sin embargo, desestimó el pedido de San Martín, y Belgrano
tuvo que dejar Tucumán y viajar a Buenos Aires para ser procesado por segunda
vez.
En carta del 6 de abril, Belgrano le comenta a su sucesor: “La guerra,
allí, no sólo la ha de hacer Ud. con las armas, sino con la opinión,
afianzándose siempre está en las
virtudes morales, cristianas y religiosas, pues los enemigos nos la han hecho
llamándonos herejes. (...) no deje de implorar a N. Sra. de las Mercedes, nombrándola
siempre nuestra Generala y no olvide los escapularios a la tropa. Deje Ud. que
se rían; los efectos le resarcirán a Ud. de la risa de los mentecatos, que ven
las cosas por encima”.
La última carta de Belgrano la dirige desde Loreto el 22 de mayo,
preocupado por la salud de San Martín. Aquí se interrumpe la correspondencia;
Belgrano bajó a Buenos Aires, donde su causa fue sobreseída, y al año siguiente
enviado a Europa por Rivadavia, en misión diplomática. Mientras tanto, San
Martín logra que se le nombre Gobernador Intendente de Cuyo, con el objeto de
preparar su plan continental.
Cuando Rondeau, que había asumido la jefatura del Ejército del Norte,
fue relevado por el desastre de Sipe Sipe, San Martín propuso a Belgrano, que
ya había regresado de Europa: “éste es el más metódico de los que conozco en
nuestra América; lleno de integridad y talento natural, no tendrá los
conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia, pero créame Ud. que
es el mejor que tenemos en América del Sur” (carta a Godoy Cruz, 12-3-1816).
Nombrado por el Congreso de Tucumán, Belgrano se hace cargo del mando,
el 7 de agosto; aceptó porque sabía que eso significaba una estrecha
colaboración con San Martín. Sigue atentamente los movimientos del Ejército
libertador, que en la segunda quincena de enero de 1817 inicia su marcha hacia
Chile. Con motivo del triunfo de Chacabuco, hace erigir en el Campo de la
Victoria una pirámide, imitación de la de Mayo de Buenos Aires, monumento que
refleja la amistad belgraniano-sanmartiniana.
En la última carta de Belgrano a San Martín, fechada en Pilar, Córdoba,
el 17 de agosto de 1819, se alegra de que haya mejorado la salud del
Libertador, mientras él, gravemente enfermo, delega el mando y regresa a
Tucumán. A principios de 1820 vuelve a Buenos Aires, donde muere el 20 de
junio.
Cuando San Martín, luego de renunciar al gobierno del Perú, en 1822, se
embarca rumbo a Chile, destaca un autor que “el bergantín se llamaba Belgrano y
si San Martín pensó en el espíritu de renunciamiento que había caracterizado a
su difunto amigo, pudo seguramente reconocer, con melancólica satisfacción, que
también él lo poseía”.
[1] Según datos extractados de: González O.P., Fr. Rubén. “San Martín y
Belgrano. Una amistad histórica”; Revista del Instituto Nacional de
Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas”; Nº 61, octubre/diciembre
2000, pgs. 40/67.
SAN MARTÍN Y ROSAS
Este es un
tema que pocas veces se trata. San Martín, pese a tantos libros nefastos que se
han publicado en los últimos años, conserva una imagen indiscutida para la
mayoría de los argentinos. No ocurre lo mismo con Rosas, que presenta una
imagen polémica; no puede desconocerse que los primeros historiadores
pertenecieron al sector político que se enfrentó con él. Por eso, para tratar
de ser objetivos es necesario arriesgarse a una exposición árida, analizando la
cuestión en base a hechos y documentos concretos.
Los
antecedentes que hoy se conocen, demuestran que hubo una relación de admiración
mutua entre estos próceres, de los cuales es posible advertir una suerte de
vidas paralelas. San Martín, llevando la libertad a tres pueblos. Rosas,
consolidando la obra del Libertador. Resulta explicable que los dos hayan
experimentado esa atracción recíproca, que suele existir entre aquellos
dirigentes de empresas semejantes.
Hubo actitudes
de Rosas hacia el Gral. San Martín y de éste a Rosas. Podemos mencionar dos
estancias en la provincia de Buenos Aires, a las que Rosas denomina con el
nombre de San Martín, a una, y Chacabuco, a la otra.
En 1841, el
Ayudante de Órdenes del almirante Brown, que era Álvaro Alzogaray -quien se
destacaría luego en el combate de la Vuelta de Obligado- le trasmite la
propuesta de bautizar al bergantín Oscar, recientemente adquirido para la
flota, con el nombre de Ilustre Restaurador.
Rosas se
opone, y ordena que se lo bautice con el nombre de San Martín a este velero que
participó en muchos combates y llegó a ser el barco insignia de la flota.
En varios de
los mensajes a la Legislatura de Buenos Aires, para informar sobre la marcha
del gobierno, que Rosas dirigía anualmente pese a tener Facultades
Extraordinarias, menciona elogiosamente a San Martín.
Cuando muere
el Libertador, la Gaceta de Buenos Aires, por orden de Rosas, publica durante
diez días una biografía muy bien escrita del Padre de la Patria. La firma “un
argentino”, pero se sabe que el autor era el joven Bernardo de Irigoyen, que
trabajaba para el Gobernador.
La misma
disposición favorable, encontramos en San Martín respecto a Rosas, siendo de
destacar el mayor gesto de aprecio y admiración consistentes en legarle su
sable, en el párrafo tercero de su testamento ológrafo, firmado el 23-1-1844 y
depositado -como era costumbre de la época- en la Legación Argentina en París:
“El sable que
me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sud,
le será entregado al General de la República Argentina, don Juan Manuel de
Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver
la firmeza con que ha sostenido el honor de la República, contra las injustas
pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.
En aquellos
años vivían aún figuras prominentes, con sobrados méritos para hacerse
acreedores de esa distinción. Entre los militares, que compartieron acciones
bélicas con San Martín, recordemos a Las Heras, Soler, Necochea, Paz, La
Madrid, y Guido, su mejor amigo.
Entre los
colaboradores políticos de su gesta libertadora, vivía Pueyrredón. Entre los
marinos vivía el prócer máximo de nuestra Armada, el Almirante Brown.
De los
personajes civiles, que podrán hacer recibido el legado, podríamos mencionar a
Larrea, único sobreviviente de la Primera Junta, y a Vicente López y Planes,
autor del Himno Nacional.
Pero San
Martín, distinguió a quien se acercaba más a sus propios valores, y el glorioso
sable fue para Rosas. Esta decisión ha sido motivo de comentarios y de dudas.
Algunos
sostuvieron que hubo un testamento posterior en el cual San Martín corrige las
disposiciones del firmado en 1844. Por su parte, el Dr. Villegas Basavilbaso,
Presidente de la Corte Suprema de Justicia, al entregarle el 17-8-1960, al
entonces Presidente de la Nación Dr. Frondizi, el testamento original rescatado
de Francia, incluye en su discurso una interpretación de la cláusula tercera del
testamento. Afirma que San Martín le lega su sable a Rosas, porque era en ese
momento el Jefe del Estado, y no por sus merecimientos. Deducción pueril que no
resiste el menor análisis.
Otra
interpretación, que ha sido compartida por muchos, la hace uno de los biógrafos
más conocidos de San Martín, don Ricardo Rojas, que en artículos periodísticos
en 1950, expresó que San Martín le hizo el legado a Rosas únicamente por su
política exterior. Resultaría, entonces, que Rosas fue un patriota cuando
defendió a su país de la agresión externa, pero fue un tirano cuando combatió a
los unitarios, que promovieron y cooperaron con esa misma agresión.
Resulta, sin
embargo, que el mismo prócer, en carta que le escribe a Rosas, el 10 de junio
de 1839, le dice:
“...porque lo
que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de
partido se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una
condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española; una
tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”.
Como se
advierte, no es posible separar los dos aspectos de la política, porque son
partes de una misma gestión pública. Lo que ocurre, es que se insiste en
presentar a San Martín, sin debilidades ni pasiones, como a un Santo de la
Espada, al que no se puede involucrar en definiciones políticas. Esto es
imposible en los dirigentes que quieren a su patria y, si bien es cierto que el
Libertador no quiso participar en las luchas fratricidas, nunca ocultó su
opinión y la manifestó con franqueza.
Surge de la
lectura de las siete cartas personales que le escribió a Rosas, en doce años de
intercambio epistolar recíproco, así como en la correspondencia a Guido y a
otras personas, que San Martín nunca permaneció neutral ni indiferente ante las
situaciones que vivía el país.
San Martín
sostuvo que, para cortar de raíz los males argentinos, era necesaria una mano
fuerte, para establecer el orden. Y en la última carta a Rosas, del 6-5-1850,
tres meses antes de su muerte, le expresa:
“...como
argentino me llena de un verdadero orgullo al ver la prosperidad, la paz
interior, el orden y el honor restablecido en nuestra querida Patria; y todos
estos progresos efectuados en circunstancias tan difíciles en que pocos Estados
se habrán hallado. Por tantos bienes realizados yo felicito a Ud. sinceramente
como igualmente a toda la Confederación Argentina. Que goce Ud. de salud
completa y al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento del
pueblo argentino, son los votos que hace y hará siempre a favor de Ud. éste su
apasionado amigo y compatriota que besa su mano.”
José de San
Martín
Se puede
advertir que, de los cuatro logros alcanzados por Rosas, según San Martín, los
tres primeros:
prosperidad -
paz interior y orden, son inherentes a la política interna; y el cuarto: honor
nacional, sería un logro de la política externa.
Además, San
Martín hace abstracción de esa dicotomía, aplaudiendo la gestión global del
Restaurador, al decir: por todos estos progresos...por tantos bienes
realizados...yo felicito a Ud., etc.
Aunque
resulte curioso, San Martín y Rosas nunca se conocieron personalmente; y la relación a distancia, se inicia con
motivo de la intervención armada que el reino de Francia inicia en el Río de la
Plata, en 1838, cuando el Libertador llevaba ya quince años en el exterior.
El conflicto
surgió cuando Francia reclamó el beneficio del trato de Nación más favorecida,
considerando el gobierno argentino que eso debía ser consecuencia de un tratado
bilateral, y no como una concesión gratuita. El cónsul pidió los pasaportes y
se trasladó a Montevideo logrando que la flota francesa realizara un bloqueo
del puerto de Buenos Aires, medida que representaba iniciar hostilidades en
condiciones riesgosas para nuestro país, teniendo en cuenta la disparidad de
fuerzas.
Fue en ese
momento que San Martín se dirige al gobernador de Buenos Aires, a cargo de las
relaciones exteriores de la Confederación, dando comienzo a la relación entre
ambos. La carta está fechada en Gran Bourg, el 3-8-1838, y en ella se expresa:
“...ignoro los
resultados de esta medida; sin son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me
impone como americano...esperar...sus órdenes si me cree de alguna
utilidad...inmediatamente de haberlas recibido, me pondré en marcha para servir
a mi Patria en la guerra contra Francia en cualquier clase que se me destine.”
Desde su
retiro, en 1823, fue ésta la primera y única vez que San Martín ofreció
regresar al país y tomar las armas. Ese gesto del Libertador es de mayor valor,
si se tiene en cuenta el análisis técnico que había hecho en carta a Guido:
“...temo mucho que el gobierno pueda sostener con energía el honor nacional y
se vea obligado a suscribir proposiciones vergonzosas”. Es decir, que estuvo
dispuesto a volver no para sumarse a una victoria segura, sino para defender la
bandera, aun previendo una derrota.
La habilidad
diplomática de Rosas consigue capear el temporal, y se suscribe un tratado que
representa un triunfo para la argentina.
Actitud
opuesta a la de San Martín muestra Alberdi, quien desde Montevideo fue el
mentor ideológico de la intervención extranjera en el Río de la Plata,
sosteniendo: “que la razón sea de Francia o de la República Argentina no es del
caso averiguar en este instante”... “la conveniencia y el honor de un pueblo
están en no ser hollados por un tirano...”.
En 1845,
Francia inicia una segunda intervención, aliada ahora con Inglaterra. Otra vez
se establece el bloqueo, por la flota anglo-francesa, y se toma la isla de
Martín García. En esta ocasión, el 11-1-1846, San Martín escribe a Rosas para
manifestarle que si no fuera por insuperables motivos de salud:
“...me hubiera
sido muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios que aunque conozco
serían inútiles demostrarían que en la injustísima agresión y abuso de la
fuerza de Inglaterra y Francia contra nuestro país, este tiene aún un viejo
defensor de su honra e independencia”.
Pese a no
poder trasladarse físicamente, San Martín colabora redactando un informe profesional
sobre la intervención, advirtiendo que no dudaba que las potencias podrían
apoderarse de Buenos Aires, pero que no podrían sostenerse mucho tiempo y esto
hace técnicamente inviable la operación. El informe fue publicado en un diario
londinense que destaca que el autor es el militar que logró la liberación de
Buenos Aires, Chile y Perú, del yugo español.
En 1849
insiste en carta a un ministro francés que los gastos y dificultades serán
inmensos, debido a la posición geográfica del país, al carácter de sus
habitantes y a la distancia desde Francia, y que es deber de estadistas pesar
las ventajas que deben compensar los sacrificios. Esta carta contribuyó al
nuevo triunfo diplomático de Rosas, pues fue leída en el Parlamento y tenida en
cuenta para decidir el cese de hostilidades.
El mismo
Alberdi, en su estudio titulado “La República Argentina, treinta y siete años
después de la Revolución de Mayo”, rectifica su opinión, criticando la
colaboración de los unitarios con el extranjero invasor, y aunque sigue viendo
en la mano de Rosas la vara de la dictadura, dice que ve también en su cabeza
la escarapela de Belgrano.
Quiero
terminar esta reflexión, recordando un editorial del diario El Tiempo de Buenos
Aires, de 1897, escrito por Leopoldo Lugones con motivo de la repatriación del
sable del Libertador, en el que afirma:
“San Martín sintió que sus canas eran todavía
pelos viriles, comprendió toda la grandeza del esfuerzo del Dictador, y dijo
que en mejor mano no podía caer la prenda heroica. Redactó su testamento
partiendo la herencia en dos: dejó su corazón a Buenos Aires, y su sable a Don
Juan Manuel de Rosas”.
Fuentes:
-French,
Carlos. “Reciprocidad entre San Martín y Rosas”; revista del Instituto Nacional
de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Nº 60, 2000, pgs. 108/119.
-Fernández
Cistac, Roberto. “San Martín y la intervención extranjera”; ibídem, pgs.
120/127.
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