el oficial napoleónico que peleó en Chacabuco,
se hizo agrimensor y murió a orillas de la laguna de Chascomús
Adrián Pignatelli
La Prensa, 07 Feb,
2025
Cuando uno
transita por la Autovía 2 en dirección a Mar del Plata y cruza el río Salado,
muy cerca se levanta la estancia “La Postrera”, llamada así porque estaba en
las postrimerías de la frontera con el indígena. Está cerca de “La Raquel”, ese
castillo que se luce en medio de espléndidos jardines y que maravilla al
automovilista que viaja hacia Mar del Plata.
Todos esos campos,
antes de que fueran propiedad de Felicitas Guerrero, una joven viuda que a
punto de casarse fue asesinada por un pretendiente, por 1822 habían pertenecido
a un francés que había peleado con Napoleón y que encontró la muerte en
noviembre de 1839, en la llamada Revolución de los Libres del Sur. Se llamaba
Ambrosio Cramer.
Nacido en París el
7 de febrero de 1790 en el seno de una familia de alcurnia, a los 18 años era
subteniente del Regimiento de Infantería Ligera y en 1813 fue capitán de
Voltígeros, una unidad de infantería ligera, experimentados en el manejo de la
bayoneta en la lucha cuerpo a cuerpo.
Integró el
ejército francés en la invasión a España, fue herido en Pamplona y recibió en
enero de 1814 la medalla de la Legión de Honor por su valor en combate.
Después de la
caída de Napoleón Bonaparte en Waterloo en 1815, Cramer no tenía futuro en
Europa y vino a América junto a otros connacionales como Federico de Brandsen,
Jorge Enrique Vidt, Benjamín Viel y Jorge Beauchef, entre tantos otros
franceses que probaron fortuna en estas tierras.
Lo primero que
hizo fue castellanizar su nombre: de Ambroise Jérome pasó a ser Ambrosio.
Cuando se presentó ante el gobierno, el Director Supremo Juan Martín de
Pueyrredón le reconoció su grado militar. El 30 de julio de 1816 lo ascendió a
sargento mayor y le dio un destino: debía ponerse a órdenes del general José de
San Martín, enfrascado en su monumental proyecto del cruce de los Andes.
Organizó y fue el
jefe del Batallón de Infantería N° 8, formado sobre la base del 2° Batallón de
Cazadores, formado por treinta oficiales y 883 soldados, la mayoría esclavos
negros.
En 1817 participó
con el grado de teniente coronel en la expedición libertadora a Chile y el
avance a bayoneta calada de la unidad que comandaba, más la del coronel Pedro
Conde, fue vital en la victoria en la batalla de Chacabuco, lo que le valió
recibir la Legión del Mérito de Chile.
Cuando la campaña
continuó, San Martín le ordenó permanecer con la guarnición militar en Santiago
de Chile. No se supo a ciencia cierta el porqué de la decisión del jefe de
desprenderse de tan valeroso y experimentado oficial. Se especuló que el
francés, soberbio y altanero, habría cuestionado algunas de las órdenes de San
Martín y éste no habría estado de acuerdo con las sanciones disciplinarias que
imponía a sus hombres.
Lo cierto es que
Cramer solicitó la baja y ese mismo año estaba nuevamente en Buenos Aires,
donde rápidamente encontró trabajo: fue nombrado edecán del general Manuel
Belgrano, que estaba destinado en Tucumán.
Cuando el creador
de la bandera fue relevado, hizo un viaje a su país y a su regreso, se
incorporó al ejército de Buenos Aires, interviniendo en las batallas de Cepeda
y Cañada de la Cruz y, al año siguiente, peleó contra el líder entrerriano
Francisco Ramírez.
En 1821 el
gobernador Martín Rodríguez lo envió a la zona de Carmen de Patagones.
Naufragio mediante, en el que estuvo a punto de morir, se encontró con un
precario poblado habitado por unos 400 habitantes, modestos ranchos de adobe y
un puerto al que puso en condiciones, y cuyas modificaciones fueron valiosas
cuando la guerra contra el Brasil llegó a esas costas.
Además, este
francés realizó un valioso relevamiento de esas costas patagónicas y elaboró
una serie de cartas geográficas.
En 1823, gracias a
sus estudios de ingeniería militar que había hecho en su país, delineó el
Fuerte Independencia, que daría origen al pueblo de Tandil. Cramer dibujó los
planos del fuerte -que se levantaba donde ahora está la parroquia del Santísimo
Sacramento, frente a la plaza principal- y trazó el ejido urbano.
Luego de acompañar
al gobernador Rodríguez a una campaña a Bahía Blanca, decidió en 1826 dejar el
ejército, reservándose el derecho del uso del uniforme, y rindió los exámenes
ante la Comisión Topográfica encabezada por Felipe Senillosa: se transformó en
agrimensor.
Se dedicó a
recorrer el interior bonaerense, donde se abocó a la mensura de las tierras en
las zonas de la frontera, con el peligro latente del malón, que estaba a la
vuelta de la esquina.
En 1822 se casó
con Francisca Josefa Joaquina Estanislada Capdevila y se dedicó a administrar
los campos de La Postrera, tierras que adquirió por el sistema de enfiteusis
-un arrendamiento con un canon accesible con la condición de trabajarlas-
dedicándose a la cría de ovejas merino, una raza que prácticamente era una
novedad en el Río de la Plata. Además, cerca del Salado levantó la pulpería
“Paso de la Postrera”, parada casi obligada para los que se aventuraban a
adentrarse en tierra dominada por el indígena, a los que había combatido junto
al sanguinario coronel Federico Rauch.
El fin
Desde 1838 la
Confederación sufría por el bloqueo francés al Río de la Plata y a Cramer como
tantos otros estancieros y productores les resultaba imposible comerciar, al
cortarse las exportaciones de ganado, fuente de ingreso clave en la provincia
de Buenos Aires. Al mismo tiempo, Juan Manuel de Rosas había cambiado
drásticamente las condiciones para los enfiteutas, imponiéndoles la compra de
las tierras o su devolución al Estado, cuyas arcas estaban por demás alicaídas
a causa del bloqueo.
Rosas se mantuvo
especialmente inflexible con aquellos a quienes tenía catalogados como opositores,
a quienes exigió sumas exorbitantes para la adquisición de las tierras.
En el interior
bonaerense fue generándose un clima de descontento y oposición, que rápidamente
encontraron eco en los unitarios emigrados y en el general Juan Lavalle, quien planeaba
una misión libertadora con un modesto ejército para terminar con el gobierno.
Paralelamente en
la ciudad de Buenos Aires se conspiraba. Se eligió para liderar el movimiento a
Ramón Maza, hijo del presidente de la Sala de Representantes Ramón Vicente
Maza, amigo personal de Rosas.
Todo debía
coordinarse: la invasión de Lavalle, el golpe en la ciudad y el levantamiento
en el interior bonaerense, que se centraba en las ciudades de Chascomús,
Dolores y Tandil.
Rosas se enteró de
los planes y dejó hacer para medir el verdadero alcance de la conspiración.
Cuando supo que el estallido del movimiento era inminente, hizo arrestar a
Ramón Maza, a quien mandaría fusilar, mientras que su padre fue apuñalado por
la Mazorca -una organización parapolicial al servicio de Rosas- en su despacho
de la legislatura.
Lavalle, a quien
los hacendados pedían que desembarcase al sur de la provincia de Buenos Aires,
cambió de plan. Cedió al pedido de sus amigos uruguayos y usó sus tropas para
enfrentar al gobernador entrerriano Pascual Echague, quien había invadido el
Uruguay.
Los estancieros
bonaerenses, que aún desconocían estos hechos, habían quedado solos. Las
presiones de Rosas sobre el juez de paz de Dolores para que apresase a los
cabecillas aceleró el estallido del movimiento, que pasó a la historia como
“Revolución de los Libres del Sur” o “Grito de Dolores”. Los jefes militares
eran Cramer, Pedro Castelli -el hijo del vocal de la Primera Junta- y Manuel
Rico.
Se armó una suerte
de cuartel general en el viejo cementerio de Dolores. Cramer, al ver que
contaban con paisanos mal armados y peor disciplinados, hizo lo que pudo para
organizarlos.
Hubo un solo
encuentro. Fue el 7 de noviembre de 1839 a orillas de la laguna de Chascomús.
En un primer momento, los revolucionarios hicieron retroceder a las tropas
comandadas por Prudencio Rosas, pero el coronel Nicolás Granada volcó la suerte
de las armas a favor del gobierno.
Muchos intentaron
salvar sus vidas arrojándose a las aguas de la laguna, pero fueron rematados.
Cramer murió a lanzazos.
Se dice que su
cuerpo compartió el mismo destino que el del infortunado Castelli, quien había
logrado huir pero fue finalmente apresado. Con sus cabezas cortadas, exhibidas
en una pica como escarmiento. Los restos habrían sido enterrados por sus
hombres. La mayoría de los que participación en el levantamiento terminaron
siendo perdonados por el gobierno.
De esta forma,
este francés arrogante y altanero encontró la muerte, muy lejos de los campos
de batalla de las guerras napoleónicas, donde se había lucido con sus
temerarios avances a bayoneta calada, desafiando al enemigo a pecho
descubierto.
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