el debate que la Vuelta de Obligado suscitó en
los parlamentos de Inglaterra y Francia
Pablo Yurman
Infobae, 18 Nov,
2023
La guerra que
sostuvo nuestro país, por espacio de cinco años, contra la armada
anglo-francesa en la década de 1840, y que tuvo como fecha icónica el 20 de
noviembre de 1845, día del Combate de la Vuelta de Obligado sobre el río
Paraná, fue cubierta con marcado interés por la prensa internacional y, además,
constituyó tema de permanente debate en los parlamentos tanto de Inglaterra
como de Francia.
Para comprender
los motivos por los que ambas potencias decidieron financiar una armada que
superaba el centenar de buques, en su mayoría mercantes, escoltados por una veintena
de naves de guerra, debe tenerse en cuenta el contexto internacional de
mediados del siglo XIX.
Eran años en los
que en varias partes del mundo se asistía a una expansión del colonialismo
británico, y también francés, que por la vía diplomática o por el uso de la
fuerza -recordemos que se trataba de las principales potencias militares y
económicas de la época- obtenían en todos lados las más variadas concesiones de
diversos pueblos sometidos. Por ejemplo, el primer ministro Lord Robert Peel
logró la firma del Tratado de Nankín con China en 1842 por el cual se puso fin
a la primera guerra del opio, y le permitió a Inglaterra apoderarse de la
célebre isla de Hong Kong (cuyo control retuvo hasta su cesión en 1997) y la
apertura económica de China a sus productos industriales. Era una época en la
que la diplomacia británica no aceptaba de buen grado una negativa a sus
demandas por parte de otros países.
Los franceses no
se quedaban muy atrás. Y en tren de reivindicaciones territoriales sostenían un
vasto imperio colonial en todos los continentes. Al tiempo que inventaban el
término “Latinoamérica” (jamás usado en los siglos precedentes), no se privaron
ni de bombardear el puerto mexicano de Veracruz (1838) ni de instalar a un
emperador dócil a la sugerencia de establecer un tutelaje galo sobre México,
como fue el caso del desdichado Maximiliano (1864-1867).
Era, por tanto,
cuestión de esgrimir una buena excusa para iniciar formalmente hostilidades
contra una nación que, como la Argentina, controlaba la comercialmente
estratégica boca del estuario del río de la Plata, la que a su vez constituía
el paso previo para la navegación por los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay, que
eran la llave de ingreso al interior del continente.
Máxime cuando
había un punto débil para la Argentina de aquellos años que será astutamente
aprovechado por las potencias invasoras: nuestra guerra civil entre unitarios y
federales que había provocado el exilio de muchos de los primeros en
Montevideo, desde donde prestarían su ayuda a los enemigos externos del país.
Francia usó como
excusa el reclamo al gobierno presidido por Juan Manuel de Rosas de que a sus
ciudadanos se les diera el mismo trato privilegiado que ya tenían los
residentes británicos en nuestro país (concesión que venía de tiempos de
Bernardino Rivadavia). Por su parte Inglaterra reclamaba que los ríos internos
en territorio argentino fuesen de libre navegación internacional, es decir, que
naves de bandera británica circularan por ellos sin necesidad de autorización
del gobierno argentino.
Años antes
habíamos mantenido un conflicto militar similar con Francia, entre 1838 y 1840,
que se concluyó con la firma del Tratado Arana-Mackau. Al respecto señala
Edmundo Heredia (en Un conflicto regional e internacional en el Plata. La
vuelta de Obligado) que “la prepotencia francesa desnudó su imperialismo al
mezclar sus pretensiones comerciales con su apoyo a los unitarios proscriptos,
entrometiéndose así en una cuestión interna de los rioplatenses. Las concretas
intervenciones de fuerzas navales francesas acompañadas de declaraciones y
otras actitudes nada amistosas del gobierno de Francia, eran una demostración
ostensible de su decisión de mantener siempre una presencia activa en el
continente”.
La negativa
argentina, expresada en un incesante intercambio de notas diplomáticas entre
nuestro canciller, Felipe Arana, y los funcionarios europeos, se mantuvo
incólume, lo que derivó en el inicio de hostilidades. La resistencia militar
argentina en la Vuelta de Obligado fue saludada por los pueblos americanos que
la reivindicaron al nivel de una segunda guerra por nuestra independencia.
Resultó que nuevamente ingleses y franceses deberían lidiar con uno de los
pocos pueblos del planeta dispuesto a hacerles frente.
Dice Vicente
Sierra en su Historia de la Argentina que “ya en enero de 1846 en el Parlamento
inglés se hizo escuchar la voz de la oposición liberal ante un desarrollo de
los hechos del Plata que no se ajustaba a lo que la mayoría había supuesto.”
(tomo IX, pág. 275). Y agrega respecto de las bases para una salida negociada a
la crisis, propuesta formulada por Rosas a través del representante argentino
en Londres, Manuel Moreno, que “Lord Aberdeen dijo ante la Cámara de los Lores,
el 19 de febrero de 1846, que si bien se trataba de proposiciones inadmisibles,
‘podían muy prontamente conducir a un arreglo amistoso de toda la cuestión.”
El 23 de marzo de
1846 Lord Peel fue interpelado en el parlamento, sitio en el que tuvo que
responder las preguntas del vocero de la oposición, Lord Aberdeen (tiempo
después pasará de la oposición al gobierno). A las preguntas relacionadas con
el estado de la cuestión del Plata, a saber: si existía un estado de guerra
entre Gran Bretaña y la Confederación Argentina, y fundamentalmente, sobre las
perspectivas que razonablemente tendría el asunto, Peel respondió diciendo:
“¿Estamos en guerra con Buenos Aires? No ha habido declaración de guerra. Hay
un bloqueo de ciertos puertos del Río de la Plata pertenecientes a Buenos
Aires; pero no entiendo que el establecimiento de un bloqueo importe
necesariamente un estado de guerra. La segunda pregunta del noble Lord es si
las operaciones de carácter más hostil en las márgenes del río Paraná tenían la
sanción previa del Gobierno. Dije ya que no había dado instrucciones ningunas
al representante del gobierno o al comandante de las fuerzas navales además de
las que fueron comunicadas a la Cámara, y aunque parezca singular hasta hoy no
se ha recibido aún una explicación amplia o satisfactoria de los motivos que
hubo para la expedición del Paraná…”(citado por Vicente Sierra en Historia de
la Argentina).
Sostiene Heredia
que “las razones por las cuales, entre otras alternativas, la flota conjunta
decidió forzar el paso fluvial en lugar de atacar un puerto o llevar a cabo
alguna otra medida de fuerza, o hasta declarar la guerra, son por ahora objeto
de conjeturas. Resulta extraña la pretensión de colocar mercaderías contenidas
en casi una centena de barcos, en un mercado incierto y de escasa población; es
poco creíble que comerciantes y fuerzas armadas creyeran realizar un buen
negocio, en términos estrictamente comerciales. La hipótesis que parece más
plausible, que puede inferirse por los hechos ocurridos, es que la opción
procuraba movilizar en contra de Rosas a las provincias situadas al Norte
(Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes) y al Paraguay; es decir, producir un hecho
detonante que provocara una reacción generalizada contra Rosas.”
En efecto, varios
documentos y testimonios de la época dan cuenta del interés por parte del
Brasil de sacar ventajas de la intervención europea en perjuicio de la
Argentina, procurando su debilitamiento en combinación con el Paraguay. Llegó a
manejarse la posibilidad de crear una artificial República de la Mesopotamia,
es decir, el desmembramiento del territorio argentino.
Las tensiones
parlamentarias en Francia estaban a la orden del día a raíz de los sucesos en
Sudamérica. François Guizot era el ministro de relaciones exteriores francés y
será poco tiempo después primer ministro coincidiendo con el reinado de Luis
Felipe. Al comparecer a la Asamblea Nacional fue duramente interpelado por un
viejo adversario, Adolfo Thiers, en línea similar a la de los parlamentarios
ingleses.
Al respecto
expresa Sierra que “Guizot no podía defenderse muy eficazmente, pues su
política rioplatense distaba de ser coherente, revelaba contradicciones, de
manera que se limitó a exponer que no se podía aún hablar de que la
intervención hubiera fracasado. La verdad era, en cambio, que ni Guizot ni
Aberdeen lograban explicarse cómo no habían triunfado.”
Constituye un
lugar común en ciertos sectores de nuestra historiografía, guiados más por
prejuicios que por rigor y exhaustividad histórica, considerar a la actitud
argentina de resistir las demandas extranjeras como un capricho de Rosas.
Además de omitir decir que ese conflicto culminó con una victoria diplomática
de nuestro país, olvidan que al tiempo que fue una guerra internacional,
también lo fue regional, en la que por una suma de intereses y circunstancias
se jugaba nuestro destino: o salvaguardar nuestra integridad y dignidad, o
atomizarnos en un mosaico de pequeños estados irrelevantes en el tablero
internacional.
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