En San Martín, como en los demás héroes de nuestra emancipación -Manuel Belgrano, José María Paz, Gregorio Aráoz de La Madrid, Juan Gregorio de Las Heras, José Matías Zapiola, para citar a algunos de ellos- el fragor de las armas no fue óbice de su fe religiosa, que mantuvieron incontaminada en la guerra y en la paz.
El 9 de marzo de 1812 llegaban al puerto de Buenos Aires José de San Martín, Carlos de Alvear, José Matías Zapiola y otros patriotas. Venían a ofrecer sus servicios a la causa de la emancipación. Siete días después, el gobierno le encomendaba a San Martín la formación del Regimiento de Granaderos a Caballo.
Llama la atención que el prócer incluyera en el quehacer cotidiano y semanal del regimiento las prácticas del buen cristiano. Lo recuerda el coronel Manuel A. Pueyrredón en sus “Memorias”:
“Después de la lista de diana se rezaban las oraciones de la mañana, y el rosario todas las noches en las cuadras, por compañías, dirigido por el sargento de la semana. El domingo o día festivo el regimiento, formado con sus oficiales, asistía al santo oficio de la misa que decía en el Socorro el capellán del regimiento.” Agrega Pueyrredón: “Todas estas prácticas religiosas se han observado siempre en el regimiento, aún mismo en campaña. Cuando no había una iglesia o casa adecuada, se improvisaba un altar en el campo, colocándolo en alto para que todos pudiesen ver al oficiante.”
El 12 de setiembre de 1812, San Martín contrajo enlace con María de los Remedios de Escalada. El día 19 del mismo mes, los cónyuges recibieron las bendiciones solemnes en la misa de velaciones, en que comulgaron, según consta en la partida matrimonial conservada en el archivo de La Merced.
Tras una fugaz actuación en el norte, con el Ejército Auxiliar del Alto Perú, San Martín recibió el nombramiento de Gobernador- Intendente de Cuyo el 10 de agosto de 1814. Meses después comenzaba la preparación del ejército que había de luchar en Chile y Perú.
En él también introdujo el Libertador las prácticas religiosas. Es testigo de excepción el general Gerónimo Espejo, quien así lo expresó: “Los domingos y días de fiesta se decía misa en el campamento y se guardaba como de descanso... Los cuerpos formaban al frente del altar en columna cerrada, estrechando las distancias, presidiendo el acto el general acompañado del Estado Mayor. Concluida la misa, el capellán - José Lorenzo Güiraldes- dirigía a la tropa una plática de treinta minutos, poco más o menos.
Pocos días antes de iniciar el cruce de los Andes, San Martín quiso proclamar a la Virgen del Carmen patrona del ejército y proceder, en ese acto, al juramento a la bandera. El 5 de enero de 1817 se cumplió la ceremonia, que describieron dos testigos presenciales: Gerómino Espejo y Damián Hudson. A las diez de la mañana entraban las tropas en la ciudad. Junto a la iglesia de San Francisco se formó la procesión. Marchaban en pos de la imagen de la Virgen “el general San Martín, de gran uniforme, con su brillante Estado Mayor y lo más granado de la sociedad mandolina.”
Hubo misa solemne, panegírico del capellán Güiraldes y tedéum. Se organizó de nuevo la procesión encabezada por el clero. “Al asomar la bandera junto con la Virgen, consigna Espejo, los cuerpos presentaron armas y batieron a marcha. El regocijo y la conmoción rebasaron toda medida cuando, al salir la imagen para colocarla en el altar, el general San Martín le puso su bastón de mando en la mano derecha, declarándola así, en la advocación que representaba, patrona del Ejército de los Andes.” La ceremonia concluyó con la ovación a la bandera y un brillante desfile.
El 12 de febrero de 1818, se cumple en Santiago el acto formal de la proclamación de la independencia de Chile, con tedéum y misa. Un mes después, el 14 de marzo, se realiza en la catedral capitalina una ceremonia religiosa de consagración a la Virgen, bajo los términos de este bando:
“El excelentísimo señor Director Supremo resuelve, con acuerdo y solicitud de todos los cuerpos representantes del Estado, declarar y jurar solemnemente por patrona y generala de las armas de Chile, a la sacratísima reina de los cielos María Santísima del Carmen, esperando con la más alta confianza que bajo su augusta protección triunfarán nuestras armas de los enemigos de Chile. Que para monumento de la determinación pública y obligatoria, y con la segura esperanza de la victoria, hace voto solemne el pueblo de erigir una capilla dedicada a la Virgen del Carmen, que sirva de distinguido trofeo a la posteridad y de estímulo a la devoción y religiosa gratitud, en el mismo lugar que se verifique el triunfo de las armas de la patria.” La batalla de Maipú, ganada el 5 de abril de 1818, decidió el sitio exacto para construir la capilla prometida.
Mencionaremos dos documentos de la devoción de San Martín a la Virgen. El primero, es la carta que el prócer escribió en Mendoza el 12 de agosto de 1818, destinada al guardián del convento de San Francisco: “La decidida protección que ha presentado al ejército su patrona y generala, nuestra Madre y Señora del Carmen, son demasiado visibles. Un cristiano reconocimiento me estimula a presentar a dicha Señora (que se venera en el convento que rige vuestra paternidad) el adjunto bastón como propiedad suya, y como distintivo del mando supremo que tiene sobre dicho ejército.” El otro, es una nota del general Manuel de Olazábal, conocida hace pocos años y adjunta a un viejo rosario que fue donado al Regimiento de Granaderos a Caballo, de Buenos Aires. Su publicación habrá sorprendido a quienes se figuraban un San Martín no religioso. El objeto está identificado como rosario de madera del monte de los Olivos, perteneciente al general San Martín, a quien se lo regalara la hermana de caridad que cuidó de él después de la batalla de Bailén contra los franceses, en 1808, en la que fue herido ligeramente.
La expedición al Perú fue la última gran campaña de San Martín. El 9 y 10 de julio de 1821, entraba el ejército en Lima y el 28 se juraba la independencia del Perú. Al día siguiente hubo tedéum en la catedral y pontificó el arzobispo. San Martín promulgó el Estatuto Provisional del 8 de octubre de ese año, para regular los actos de su gobierno, con este primer artículo:
“La religión católica, apostólica, romana es la religión del Estado. El gobierno reconoce como uno de sus primeros deberes el mantenerla y conservarla por todos los medios que estén al alcance de la prudencia humana. Cualquiera que ataque en público o en privado sus dogmas y principios, será castigado con severidad a proporción del escándalo que hubiere dado.”
El Protector jura y suscribe este Estatuto, como norma de su gobierno. La oración patriótica del presbítero Mariano José de Arce, pronunciada en esa oportunidad, deja una impresión serena de la situación creada en el Perú con el advenimiento de San Martín: “Las desgracias iban preparando el camino de nuestra felicidad en las manos paternales de la providencia... Su sabiduría eterna suscita un genio benéfico a las orillas del río de la Plata: lo adorna con la prudencia, con la justicia y la fortaleza, para que fuese ornamento y consuelo de la humanidad; le da la victoria de Chacabuco y Maipú, para hacer libre a una nación tan digna de serlo, como escarmentando a los opresores y, últimamente, lo hace arribar a nuestras playas arenosas el día de la natividad de María Nuestra Señora en el año que acaba de correr. Aquí empieza la época de la felicidad del Perú.”
Después de la famosa entrevista de Guayaquil con el Libertador Bolívar, San Martín decidió retirarse a la vida privada. Se despidió con actos que llevan el sello de sentida religiosidad. El 22 de agosto de 1822, ordenaba que hubiese en la catedral unas grandes vísperas en honor de nuestra patrona Santa Rosa, y el día 30, una solemne misa y procesión. El 20 de setiembre debía reunirse el Congreso para recibir las insignias del mando supremo. San Martín publicó un decreto en orden a su instalación y las funciones religiosas que debían anteponérsele en la catedral:
“Ocupados los asientos respectivos, empezará la misa votiva del Espíritu Santo, que cantará el deán eclesiástico. Concluida, se entonará el himno Veni sancte spiritus y enseguida el deán hará una ligera exhortación a los diputados, sobre la protestación de la fe y juramento que deben prestar. La fórmula de éste será leída en alta voz por el ministro de Estado en el Departamento de Gobierno, concebido en los términos siguientes:
¿Juráis conservar la santa religión católica, apostólica, romana como propia del Estado y conservar en su integridad el Perú? San Martín partió ese mismo día con destino a Chile.
(Transcripto de la página web del Instituto Nacional Sanmartiniano)
El 9 de marzo de 1812 llegaban al puerto de Buenos Aires José de San Martín, Carlos de Alvear, José Matías Zapiola y otros patriotas. Venían a ofrecer sus servicios a la causa de la emancipación. Siete días después, el gobierno le encomendaba a San Martín la formación del Regimiento de Granaderos a Caballo.
Llama la atención que el prócer incluyera en el quehacer cotidiano y semanal del regimiento las prácticas del buen cristiano. Lo recuerda el coronel Manuel A. Pueyrredón en sus “Memorias”:
“Después de la lista de diana se rezaban las oraciones de la mañana, y el rosario todas las noches en las cuadras, por compañías, dirigido por el sargento de la semana. El domingo o día festivo el regimiento, formado con sus oficiales, asistía al santo oficio de la misa que decía en el Socorro el capellán del regimiento.” Agrega Pueyrredón: “Todas estas prácticas religiosas se han observado siempre en el regimiento, aún mismo en campaña. Cuando no había una iglesia o casa adecuada, se improvisaba un altar en el campo, colocándolo en alto para que todos pudiesen ver al oficiante.”
El 12 de setiembre de 1812, San Martín contrajo enlace con María de los Remedios de Escalada. El día 19 del mismo mes, los cónyuges recibieron las bendiciones solemnes en la misa de velaciones, en que comulgaron, según consta en la partida matrimonial conservada en el archivo de La Merced.
Tras una fugaz actuación en el norte, con el Ejército Auxiliar del Alto Perú, San Martín recibió el nombramiento de Gobernador- Intendente de Cuyo el 10 de agosto de 1814. Meses después comenzaba la preparación del ejército que había de luchar en Chile y Perú.
En él también introdujo el Libertador las prácticas religiosas. Es testigo de excepción el general Gerónimo Espejo, quien así lo expresó: “Los domingos y días de fiesta se decía misa en el campamento y se guardaba como de descanso... Los cuerpos formaban al frente del altar en columna cerrada, estrechando las distancias, presidiendo el acto el general acompañado del Estado Mayor. Concluida la misa, el capellán - José Lorenzo Güiraldes- dirigía a la tropa una plática de treinta minutos, poco más o menos.
Pocos días antes de iniciar el cruce de los Andes, San Martín quiso proclamar a la Virgen del Carmen patrona del ejército y proceder, en ese acto, al juramento a la bandera. El 5 de enero de 1817 se cumplió la ceremonia, que describieron dos testigos presenciales: Gerómino Espejo y Damián Hudson. A las diez de la mañana entraban las tropas en la ciudad. Junto a la iglesia de San Francisco se formó la procesión. Marchaban en pos de la imagen de la Virgen “el general San Martín, de gran uniforme, con su brillante Estado Mayor y lo más granado de la sociedad mandolina.”
Hubo misa solemne, panegírico del capellán Güiraldes y tedéum. Se organizó de nuevo la procesión encabezada por el clero. “Al asomar la bandera junto con la Virgen, consigna Espejo, los cuerpos presentaron armas y batieron a marcha. El regocijo y la conmoción rebasaron toda medida cuando, al salir la imagen para colocarla en el altar, el general San Martín le puso su bastón de mando en la mano derecha, declarándola así, en la advocación que representaba, patrona del Ejército de los Andes.” La ceremonia concluyó con la ovación a la bandera y un brillante desfile.
El 12 de febrero de 1818, se cumple en Santiago el acto formal de la proclamación de la independencia de Chile, con tedéum y misa. Un mes después, el 14 de marzo, se realiza en la catedral capitalina una ceremonia religiosa de consagración a la Virgen, bajo los términos de este bando:
“El excelentísimo señor Director Supremo resuelve, con acuerdo y solicitud de todos los cuerpos representantes del Estado, declarar y jurar solemnemente por patrona y generala de las armas de Chile, a la sacratísima reina de los cielos María Santísima del Carmen, esperando con la más alta confianza que bajo su augusta protección triunfarán nuestras armas de los enemigos de Chile. Que para monumento de la determinación pública y obligatoria, y con la segura esperanza de la victoria, hace voto solemne el pueblo de erigir una capilla dedicada a la Virgen del Carmen, que sirva de distinguido trofeo a la posteridad y de estímulo a la devoción y religiosa gratitud, en el mismo lugar que se verifique el triunfo de las armas de la patria.” La batalla de Maipú, ganada el 5 de abril de 1818, decidió el sitio exacto para construir la capilla prometida.
Mencionaremos dos documentos de la devoción de San Martín a la Virgen. El primero, es la carta que el prócer escribió en Mendoza el 12 de agosto de 1818, destinada al guardián del convento de San Francisco: “La decidida protección que ha presentado al ejército su patrona y generala, nuestra Madre y Señora del Carmen, son demasiado visibles. Un cristiano reconocimiento me estimula a presentar a dicha Señora (que se venera en el convento que rige vuestra paternidad) el adjunto bastón como propiedad suya, y como distintivo del mando supremo que tiene sobre dicho ejército.” El otro, es una nota del general Manuel de Olazábal, conocida hace pocos años y adjunta a un viejo rosario que fue donado al Regimiento de Granaderos a Caballo, de Buenos Aires. Su publicación habrá sorprendido a quienes se figuraban un San Martín no religioso. El objeto está identificado como rosario de madera del monte de los Olivos, perteneciente al general San Martín, a quien se lo regalara la hermana de caridad que cuidó de él después de la batalla de Bailén contra los franceses, en 1808, en la que fue herido ligeramente.
La expedición al Perú fue la última gran campaña de San Martín. El 9 y 10 de julio de 1821, entraba el ejército en Lima y el 28 se juraba la independencia del Perú. Al día siguiente hubo tedéum en la catedral y pontificó el arzobispo. San Martín promulgó el Estatuto Provisional del 8 de octubre de ese año, para regular los actos de su gobierno, con este primer artículo:
“La religión católica, apostólica, romana es la religión del Estado. El gobierno reconoce como uno de sus primeros deberes el mantenerla y conservarla por todos los medios que estén al alcance de la prudencia humana. Cualquiera que ataque en público o en privado sus dogmas y principios, será castigado con severidad a proporción del escándalo que hubiere dado.”
El Protector jura y suscribe este Estatuto, como norma de su gobierno. La oración patriótica del presbítero Mariano José de Arce, pronunciada en esa oportunidad, deja una impresión serena de la situación creada en el Perú con el advenimiento de San Martín: “Las desgracias iban preparando el camino de nuestra felicidad en las manos paternales de la providencia... Su sabiduría eterna suscita un genio benéfico a las orillas del río de la Plata: lo adorna con la prudencia, con la justicia y la fortaleza, para que fuese ornamento y consuelo de la humanidad; le da la victoria de Chacabuco y Maipú, para hacer libre a una nación tan digna de serlo, como escarmentando a los opresores y, últimamente, lo hace arribar a nuestras playas arenosas el día de la natividad de María Nuestra Señora en el año que acaba de correr. Aquí empieza la época de la felicidad del Perú.”
Después de la famosa entrevista de Guayaquil con el Libertador Bolívar, San Martín decidió retirarse a la vida privada. Se despidió con actos que llevan el sello de sentida religiosidad. El 22 de agosto de 1822, ordenaba que hubiese en la catedral unas grandes vísperas en honor de nuestra patrona Santa Rosa, y el día 30, una solemne misa y procesión. El 20 de setiembre debía reunirse el Congreso para recibir las insignias del mando supremo. San Martín publicó un decreto en orden a su instalación y las funciones religiosas que debían anteponérsele en la catedral:
“Ocupados los asientos respectivos, empezará la misa votiva del Espíritu Santo, que cantará el deán eclesiástico. Concluida, se entonará el himno Veni sancte spiritus y enseguida el deán hará una ligera exhortación a los diputados, sobre la protestación de la fe y juramento que deben prestar. La fórmula de éste será leída en alta voz por el ministro de Estado en el Departamento de Gobierno, concebido en los términos siguientes:
¿Juráis conservar la santa religión católica, apostólica, romana como propia del Estado y conservar en su integridad el Perú? San Martín partió ese mismo día con destino a Chile.
(Transcripto de la página web del Instituto Nacional Sanmartiniano)
No hay comentarios:
Publicar un comentario