en Boulogne Sur Mer
Por Esteban La
Madrid
* Coronel del
Ejército Argentino. Veterano de Guerra de Malvinas
La Prensa,
28.09.2023
Vine al mundial de
rugby invitado por mi ahijado Bautista Silveyra junto a su papá, Daniel Adrián
Silveyra. En la tarde fuimos a ver a Los Pumas y hoy tempranito nos vinimos a
cumplir un sueño: rendir honores al padre de la Patria.
Viajamos todo el
día desde Lyon y llegamos a Boulogne Sur Mer al oscurecer; para nuestra
sorpresa su curador, Suboficial Mayor de Granaderos Silvio Castro, aún nos
estaba esperando y nos hizo la recorrida de rigor de la casa del General San
Martín.
Llegada la noche
nos ofreció quedarnos a dormir en el sector de servicio de la casa... ¡imaginen
mi emoción! Luego de acomodar los petates y comer algo frugal, pasamos al
descanso... pero no podía dormir, ¡imposible! Me levanté decidido a salir a
caminar por la residencia. Todas las luces apagadas, silencio, nadie despierto;
aproveché y bajé al segundo piso adonde vivían "de prestado" (por un
admirador) San Martín junto a su hija, su yerno y dos nietas. Luego de las
escaleras de madera se llega a un lugar sencillo de dos piezas; una era su
dormitorio, en el medio un pasillo y a la derecha el de Merceditas (adonde
muere San Martín), ambos con ventanas a la calle desde donde se escuchan las
mismas campanas de entonces.
Me quedé parado,
solo en la oscuridad, en respetuoso silencio, viendo las mismas luces y
ventanas que vio él, la luna en menguante allá arriba en las tinieblas, la calle
callada, solo el bullicio lejano de la plaza.
Me ensimismé en
esos pensamientos que salen de lo profundo del alma y pude respirar el aire de
nuestro padre de la Patria, ese aire de hombre fuerte, viril, admirable.
Pensé en su
renuncia a la gloria de una carrera promisoria en España siendo un joven
teniente coronel, con todos sus ascensos ganados en batalla desde su salida del
Murcia adonde había ingresado años antes.
Cambiar eso por la
incertidumbre de una entrega absoluta a la causa americana, llevado por el amor
a su tierra amasado en el hogar paterno de Yapeyú y, dejando su futuro en manos
de Dios, sabiendo que el castigo a su decisión solo podía terminar en un
pelotón de fusilamiento.
Pensar en su
humildad austera y extrema, tan distinta a la de estos tiempos de entrega
parcial y egoísta. Sin duda, la noche me hizo reflexionar qué lejos estamos de
su ejemplo, todos nosotros.
Permanecí un largo
rato en ese silencio que agudiza los sentidos y que junto a los crujidos de las
maderas y las sombras del mobiliario me hicieron sentir esa energía fuerte y
sobrecogedora que emana de los lugares sagrados.
Pero este no es
como el foro de los romanos, ni el Partenón de los griegos, ¡todo lo contrario!
En su sencillez se agranda la imagen y enseñanza del héroe de San Lorenzo...
del jefe que cruzó enfermo la cordillera para darnos la gloria en Chacabuco y
Maipú (y sin embargo antes hubo de parar en Córdoba a mejorar su cuerpo enfermo
que no podía acompañar su mente enérgica y lúcida).
En esta habitación
oscura descansaba el anciano que motivó a Cuyo en su cargo de gobernador y
mientras preparaba su campamento atrajo a otros miles a seguirlo.
El que arriesgó su
futuro al desobedecer a autoridades cortoplacistas y egoístas y decidió (como
dijese antes) el cruzar la cordillera para dejarle la gloria siempre a otro,
pero sin perder de vista su plan continental, ¡qué paz habrá sentido en su
vejez al sentir que el desafío a los fantasmas de esos poco visionarios había
dado sus frutos! El mismo que libró múltiples combates, motivando siempre a sus
hombres a través de un código de honor que el mismo se exigía, como hacen los
verdaderos jefes.
El que rechazó los
honores, las glorias, la banalidad de los poderes temporales y se lo transmitió
a su hija querida en sus máximas a Merceditas.
Pero también lo
sentí solo, humano, cruzando montado en su mula vestido de paisano, abrigado
solo con su poncho y su sombrero "chileno" por el paso de El Portillo
acompañado por su baqueano y algunos amigos luego de su famoso
"renunciamiento" dejando la gloria de terminar la campaña en Quito a
un ambicioso, pero sabiendo que esa acción iba acorde con su sueño continental
y por el que tantos sacrificios había hecho... habrá pensado en su amada esposa
muerta, en su hija lejos en Buenos Aires.
Sí, sentí en ese
dormitorio oscuro la presencia del cuerpo anciano de ese enorme soldado que
años más tarde de emigrar a Europa, decidió viajar de regreso a su tierra... y
sin embargo renunció a desembarcar en ella solo para no incentivar nuestras
interminables luchas fratricidas.
Pobre guerrero,
con qué ilusión su corazón de guerrero habrá cruzado el océano y con qué
tristeza habrá regresado a Europa para no volver, que ingratos te hemos sido.
Cuánto ejemplo,
cuánta gloria acumulada en esa humildad que hoy permanece oculta en una casa
prestada de dos dormitorios, solo para salir caminando hasta la iglesia de San
Nicolás.
También lo imagino
mirando la cruz (que visitaré mañana) y pidiéndole al Señor por esa tierra
lejana que lo vio nacer en el hogar de su padre soldado allá en Yapeyú. nada
para él y sus penurias, todo para la Patria amada. Dios debería bendecir a un
país capaz de dar hombres tan generosos con otro San Martín, solo para que nos
vuelva a enseñar lo que significa el amor a la Nación, a sus paisanos y a su
bienestar, pero en serio.
Cerré mis
reflexiones y recordé en este lugar las caras jóvenes de esos bravos soldados
de caballería fallecidos en San Martín de los Andes y que seguramente, soñaban
ser los sargentos cabrales o los granaderos Baigorrias del futuro... Me acordé
de mis soldados de Malvinas.
¡Y eso me dio fe
de que su ejemplo inagotable siempre habrá de dar frutos! Sé que cada año van a
haber muchos más que quieran ser sus Necochea, sus Cabral, sus Baigorria. Lo sé
porque los veo. Todavía.
Esos soldados
caídos luego de entrenar en San Martín de los Andes (¡justo que nombre del
lugar!), que como buenos soldados hoy ya forman a sus órdenes en los
escuadrones celestiales y sin duda, en ellos somos todos del mismo Ejército que
soñó nuestro General en jefe por siempre.
Si, hoy como
usted, ¡sentí que somos muchísimos los que seguimos soñando con servir a esta
Nación que usted nos dejó con su entrega mi general!
Hoy comprendo que
con sus valores inflamados en nuestra juventud, también nuestros nietos verán
que nuestra bandera flameará siempre orgullosa en un mástil de nuestra bendita
tierra, porque mientras haya un solo soldado argentino dispuesto a dar su vida
por ella, en combate o preparándose para él... la Patria nunca estará en
peligro.
Gracias mi general
por estas sensaciones. Finalmente, luego de reflexionar, me vine sin encender
las luces a dormir en el sector del personal de servicio de la casa, recordando
mis propios sueños de juventud.
Sin duda, hoy
cumplí uno de ellos, cuando de niño en mi casa me enseñaban de los héroes de mi
Patria y del honor de nacer en ella.
Gracias Dios por
este enorme privilegio, duermo de huésped en la casa de mi general como su
humilde soldado. ¿Hay algo más lindo?
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