EN Y DESDE LA
ARGENTINA
Fernando Romero
Moreno
Fue mérito del
Presidente Don Hipólito Yrigoyen el haber instituido el Día de la Raza para
honrar la memoria de la España civilizadora y evangelizadora. Yrigoyen, (uno de
los fundadores de la Unión Cívica Radical), recibió, en reconocimiento a su
noble decreto, la condecoración del collar de Isabel la Católica en nombre del
Rey Alfonso XIII, que por entonces gobernaba de hecho el Reino de España. Nosotros, como aquel presidente, seguimos
viendo en el 12 de octubre una ocasión más para agradecer el legado del Imperio
Español en América y no para fomentar una relativista “diversidad cultural”,
anticatólica y antiespañola.
Con anterioridad
se habían pronunciado de forma favorable a la Tradición hispánica en nuestra
Patria Don Tomás Manuel de Anchorena, el Padre Castañeda, Don Juan Manuel de
Rosas y el presidente conservador Nicolás Avellaneda.
Años más tarde,
correspondió al Padre Zacarías de Vizcarra (nacido y muerto en España, pero que
vivió largos años en nuestro país) acuñar el término Hispanidad con el
significado que hoy le damos y a Don Ramiro de Maeztu – diplomático, político e
intelectual de la Madre Patria, que fuera embajador en la Argentina – su
enérgica defensa.
Podemos afirmar
sin mucho margen de error, que el concepto de Hispanidad terminó de perfilarse
entre Buenos Aires y Madrid, gracias al trato frecuente que el Padre Zacarías
de Vizcarra y Don Ramiro de Maeztu tuvieron en aquellos años con pensadores y
escritores argentinos como Ernesto Palacio, Julio y Rodolfo Irazusta, César
Pico, Tomás D. Casares, Alberto Ezcurra Medrano, Lisardo Zía y Mario Lassaga,
entre otros.
A su turno, la defensa de la Hispanidad sería
incorporada también a la Doctrina Justicialista por el Tte. Gral. Juan Domingo
Perón.
Menos conocido que
todo esto es, en cambio, el proyecto pro- hispánico (que no “españolista”) del
Gral. San Martín, resumido en la decisión de independizarnos del Rey (al
haberse agotado todas las instancias de una solución menos drástica) pero
seguir siendo fieles a los valores de la Hispanidad. Esto quedó claro cuando el
Libertador ofreció al Virrey De la Pezuela primero y al Virrey La Serna
después, la formación de una monarquía católica independiente, con un Príncipe
de la Casa de Borbón a la cabeza, un tratado comercial favorable a España, una
especie de doble ciudadanía para españoles americanos y peninsulares, y la
unión de los Ejércitos Realista y Patriota.
Las palabras
textuales del Libertador al Virrey del Perú en la Hacienda de Punchauca fueron
las siguientes: “General, considero este día como uno de los más felices de mi
vida. He venido al Perú desde las márgenes del Plata, no a derramar sangre,
sino a fundar la libertad y los derechos de que la misma metrópoli ha hecho
alarde (…) La independencia del Perú no es inconciliable con los más grandes
intereses de España (…)
Pasó ya el tiempo
en que el sistema colonial pueda ser sostenido por la España. Sus ejércitos se
batirán con la bravura tradicional de su brillante historia militar. Pero los
bravos que V.E. manda, comprenden que aunque pudiera prolongarse la contienda,
el éxito no puede ser dudoso para millones de hombres resueltos a ser
independientes; y que servirán mejor a la humanidad y a su país, si en vez de
ventajas efímeras pueden ofrecerle emporios de comercio, relaciones fecundas y
la concordia permanente entre hombres de la misma raza que hablan la misma
lengua, y sienten con igual entusiasmo el generoso deseo de ser libres (…)
Si V.E. se presta
a la cesación de una lucha estéril y enlaza sus pabellones con los nuestros
para proclamar la independencia del Perú, se constituirá un gobierno
provisional, presidido por V.E. (quien) responderá de su honor y de su
disciplina; y yo marcharé a la península, si necesario fuere, a manifestar el
alcance de esta alta resolución (…) demostrando los beneficios para la misma
España de un sistema que, en armonía con los intereses dinásticos de la casa
reinante, fuese conciliable con el voto fundamental de la América
independiente”.
Don Manuel Abreu,
delegado de Fernando VII, quedó admirado por esta propuesta de San Martín,
hecha para “reunir de nuevo las familias y los intereses”, en expresión que él
atribuyó al Gran Capitán. San Martín había negociado los alcances de este
acuerdo, entre otros, con su hermano Justo Rufino, que era oficial de la
Secretaría de Guerra de Fernando VII en España. Y le había aclarado al
Arzobispo Las Heras de Lima, que sus ideas eran diametralmente opuestas a las
de la regicida y anticristiana Revolución Francesa. Lamentablemente su
propuesta, como otra similar hecha por el Libertador de México Don Agustín de
Ithurbide, no fue aprobada por influencia de la masonería, funcional a los intereses
imperialistas de Gran Bretaña.
Hoy nos corresponde a nosotros seguir
levantando la bandera de la Hispanidad como prenda de unión entre nuestros
pueblos ante al Nuevo Orden Mundial que pretende acabar con la Fe católica, la
Ley Natural, las soberanías nacionales y la familia tradicional. Y defender así
aquello que en sus versos inmortalizara el gran poeta nicaragüense Rubén Darío:
“la América ingenua que tiene sangre indígena/que aún reza a Jesucristo y aún
habla en español”.
(Fuente: Crítica
revisionista, 22 de octubre de 2019)
No hay comentarios:
Publicar un comentario