Por Luciana Sabina
Infobae, 29 de abril de 2018
A principios de 1878 Roca recibió una carta del
presidente: "Acabo de firmar el decreto nombrándolo Ministro de la Guerra
(… ) Encontrará V.S. una herencia que le impone grandes deberes. Es el plan de
fronteras que el Dr. Alsina deja casi realizado, respecto a esta providencia, y
a que es hoy más que nunca necesario llevar sin interrupción hasta el último
término".
Adolfo Alsina -que ocupaba ese puesto- había muerto y
la estrella de Julio Argentino comenzaba a brillar en el firmamento. Por
entonces se encontraba en Mendoza e inmediatamente se trasladó hacia Buenos
Aires. En el camino casi murió, debido a una grave intoxicación. Pero sobrevivió
y siguió su marcha, como todos aquellos que tienen cita con la historia.
En agosto de ese año se dirigió al Congreso de la
Nación Argentina: "Hasta nuestro propio decoro como pueblo viril nos
obliga a someter cuanto antes, por la razón o por la fuerza, a un puñado de
salvajes que destruyen nuestra principal riqueza (… ) La importancia política
de esta ocupación se halla al alcance de todo el mundo. No hay argentino que no
comprenda que en estos momentos, agredidos por la presiones chilenas, debamos tomar
posesión real y efectiva de la Patagonia".
No sólo los malones afectaban a miles de pobladores
sino que los aborígenes decían estar bajo la bandera de Chile, porque aquel
gobierno los protegía y mandaba regalos, mientras el nuestro había dejado de
hacerlo. Se plegaban así a los deseos del vecino país de avanzar por nuestro
territorio.
El Congreso nacional autorizó la campaña. Desde mayo
hasta diciembre de 1878 se llevaron a cabo 23 expediciones, que arrojaron la
suma de 3.668 prisioneros. 150 cautivos regresaron a su hogar.
Al año siguiente, el ejército formó 5 divisiones
distribuidas entre Buenos Aires y Mendoza. Las partidas contaban con médicos,
ingenieros, sacerdotes y hasta las familias de muchos soldados. Parecían
pueblos en éxodo. El 16 de abril Roca dejó la capital y se internó con sus
hombres en el desierto, prontos a escribir un nuevo capítulo de nuestro pasado.
Las tropas trajeron muerte y vida. Cautiverio para
unos, libertad para otros.
El historiador Isidoro Ruiz Moreno realiza una defensa
del Ejército argentino, adjuntando documentación que descarta cualquier fin
genocida. Señala la "falta de consistencia con que algunos escritores
achacan a los jefes militares del Desierto el dar muerte sistemáticamente a los
indios que combatían. Con tal desaprensión que revela falta de rigor científico
-al no basarse en documentos fehacientes-, se procura desmerecer la acción
heroica y positiva que significó concluir con un estado espantoso de la vida en
la frontera, duplicando la extensión de nuestro país".
El mismo Roca difundió una orden a los miembros del
Ejército días antes de comenzar la campaña buscando evitar una matanza:
"En esta campaña no se arma vuestro brazo para herir compatriotas y
hermanos extraviados por las pasiones políticas, para esclavizar o arruinar
pueblos, o conquistar territorios de Naciones vecinas. Se arma para algo más
grande y noble: para combatir por la seguridad y el engrandecimiento de la
Patria, por la vida y fortuna de millares de argentinos, y aún por la reducción
de esos mismos salvajes que tantos años librados a sus propios instintos, han
pesado como un flagelo en la riqueza y bienestar de la República".
Pero los soldados estaban hartos de la vida en la
frontera y odiaban profundamente a sus enemigos salvajes. Fue muy difícil que
cumplieran la orden de no eliminar a quienes se rindieran.
El resto de la historia es bien conocida.
(Publicado originalmente en el Diario Los Andes)
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