Por Rolando Hanglin
Para LA NACION
Muchos creen que los
mapuches fueron el pueblo originario de nuestro país, y que la civilización
blanca, empezando por los virreyes españoles y terminando con el General Roca,
los exterminó en un largo genocidio. Si aceptamos esta historia, cargaremos a
nuestros descendientes con una culpa criminal, completamente imaginaria. Este
artículo pretende despertar la curiosidad del lector hacia la historia
argentina: hay muchísimos libros, ensayos y estudios publicados sobre estas
cuestiones. El que decida leerlos descubrirá que la historia no es así, que
nunca lo fue, que no puede dividirse en buenos y malos. Por eso consignamos
algunas pistas.
Uno de los personajes
más trascendentes de la historia argentina es el cacique chileno Juan
Calfucurá, nacido a fines del Siglo XVIII. En una carta datada el 27 de abril
de 1861 y dirigida "a un hermano", dice: "Yo no estoy en estas
tierras por mi gusto, ni tampoco soy de aquí, porque estaba en Chile y soy chileno,
pero fui llamado por don Juan Manuel; ahora hace treinta años que estoy en
estas tierras".
El don Juan Manuel de
referencia sería Rosas, el Restaurador de las Leyes, gobernador de Buenos Aires
para los tiempos en que Calfucurá cruzó la cordillera de los Andes y se instaló
en Salinas Grandes (La
Pampa-Buenos Aires ) donde levantó su toldo principal. Pero
Rosas no tenía autoridad ni mando para "llamar" a un cacique
extranjero, y obligarlo a permanecer en nuestro país durante 39 años. En cambio
sí es posible, como sostienen algunos historiadores, que Rosas haya favorecido
la entrada de Calfucurá a la vasta llanura central de nuestro país, para
unificar el frente indio. En adelante, sería más simple negociar con un
emperador que discutir con mil caciques y capitanejos de raza y lengua
diversas. Todas las acciones de Calfucurá sugieren una enorme ambición
personal, de modo que su larga aventura en nuestro país mal puede describirse
como un acto de obediencia a un gobernador extranjero que "lo mandó llamar".
El autor que narra
esta historia con mayor detalle es Estanislao Zeballos ("Callvucurá y la
dinastía de los Piedra", 1928, Buenos Aires) consignando que el cacique
huiliche ("gente del sur") visita en 1833 a sus lejanos parientes de
la parcialidad voroga, o vorogana, es decir originaria de Vorohué, Chile,
instalada en Salinas Grandes, Argentina. Calfucurá manifiesta que viene a
comerciar pacíficamente, de modo que el cacique Rondeau lo autoriza a
desmontar, con sus hombres. Al día siguiente se produciría la feria de ponchos,
matras, piezas de plata, aguardiente, etcétera. Pero en lugar de hacer lo
convenido, Calfucurá ordena a sus conas (guerreros) que de inmediato muden
caballos, monten sus potros de combate y ataquen las tolderías indefensas. La
matanza se produce en plena madrugada: el jefe Rondeau y sus principales
lugartenientes son degollados en el lugar. Otros huyen. La mayoría de la tribu
permanece en estado de shock. Después será anexada por los araucanos de
Calfucurá.
El nuevo jefe habla a
los vorogas: "Ha cambiado el gobierno de la pampa, porque así conviene a
la voluntad de Dios. Siendo elegido por el Ser Todopoderoso para reemplazar a
los perjuros Rondeau y sus hermanos, la misión se ha desempeñado con toda
felicidad, con lo cual queda demostrado que todo es obra de Dios. Quiero la paz
con todos mis hermanos, pues traigo de la Providencia la misión
de hacer desaparecer a los culpables y unir a la familia araucana en un vasto e
invencible imperio, en prueba de lo cual volaría en socorro de los caciques que
se vieran amenazados por los cristianos".
Estas palabras están
contenidas en un curioso manuscrito de 150 fojas que halló el profesor
Estanislao Zeballos en 1879, cerca de General Acha, cuando los lanceros indios
huían de las tropas del general Levalle, que eran parte de la avanzada de Roca.
En efecto, aquellos hombres llevaban archivos de sus acciones y declaraciones,
al tiempo que poseían sellos y papelería correspondientes a la Confederación de
Salinas Grandes.
Calfucurá mostraba un marcado carácter militar. En sus tiempos
fue conocido como "el Napoleón de las Pampas". Se sumaron a sus
filas, dedicadas al robo de ganados y secuestro de cautivas blancas, que eran
vendidas como esclavas o utilizadas como sirvientas de cama, numerosas agrupaciones
de indios pampas, y también blancos prófugos de la ley, o de las autoridades
políticas. Recién a fines de 1856, las parcialidades araucanas, plenas de
ganados, sin mayores sobresaltos, resuelven exigir a Calfucurá que disuelva la Confederación , para
que cada cual disponga libremente de tratar y comerciar con indios y
cristianos. Algunas indiadas retornan a Chile, otras al sur de los ríos Negro y
Limay. Calfucurá permanece en su santuario de Salinas Grandes, con unos 800
lanceros y una cantidad imprecisa de "chusma" (esto es, población no
combatiente) integrada por viejos, viejas, mujeres y niños.
Toda la carrera de
Calfucurá, desde 1833 hasta 1872, es una sucesión de astutas maniobras y
triunfos militares. Agrupando a capitanes de distintas parcialidades argentinas
y chilenas, el cacique general asalta y saquea poblaciones argentinas de Buenos
Aires, Santa Fe, San Luis, Córdoba, Mendoza, arrebatando arreos de hasta
200.000 animales, más cientos de cautivas blancas, y dejando un tendal de
paisanos degollados, lanceados y casas incendiadas.
En 1872, con el
propósito de vengar a las tribus de sus aliados Manuel Grande y Chipitruz,
diezmadas por don Juan Catriel, indio amigo del gobierno, Calfucurá arrasa la
ciudad de 25 de mayo, llevándose 150.000 cabezas de ganado y 500 cautivos. Los
6000 lanceros dejan un saldo de 300 pobladores muertos. Pero el general Ignacio
Rivas, con escasas tropas y los indios amigos del cacique argentino Cipriano
Catriel, se interna en el desierto, uniéndose a las fuerzas del coronel Boer, jefe
de la frontera centro, en los campos de San Carlos.
Los araucanos
presentan batalla frontal, que no era su fuerte. De cualquier manera, el
brillante Calfucurá aún disponía de 2500 lanzas, y Rivas sólo de 600 soldados y
mil lanceros de Catriel y Coliqueo (indios amigos) que resultaron la fuerza
decisiva. Calfucurá fue derrotado y su gente se desbandó. Pocos meses después,
el Napoleón de la Pampa
moría de pena en su toldo de Chilihué ("Pequeño Chile") en Salinas
Grandes. Mientras tanto, sus aliados caminaban hacia Chile, por la famosa
Rastrillada de los Chilenos, para vender el botín de vacunos, caballares y
lanares, que tan caro les había costado.
Así comenzó el ocaso
del imperio araucano, siete años antes de la Campaña al Desierto de Roca, en 1879.
Una vez vencidos los
araucanos, Argentina y Chile resolvieron sus principales conflictos de límites,
en 1881.
Algunos autores
hablan de una Invasión Araucana en 1825, al consolidarse la independencia de
Chile. La mayor parte de las tribus había elegido el bando realista, y luego
tuvo que refugiarse en la
Argentina para evitar represalias. En las crónicas de la
época no figura la palabra mapuche, mencionándose muchas otras parcialidades
indígenas como serranos, puelches, pampas, vorogas, ranqueles y araucanos.
Nota Final: Dijo
Calfucurá de sus hermanos de sangre, los indios pampas de la Argentina : "¡No voy
a dejar uno vivo!"..
Autores de
referencia: R.P. Meinrado Hux, Estanislao Zeballos, Juan Carlos Walther,
Alfredo Ebelot.
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