EUSTOQUIO FRÍAS


 el último granadero

 

Por Roberto L. Elissalde

La Prensa, 30.11.2024

 

Faltaban apenas unos meses para que cumpliera noventa años Eustoquio Frías, cuando el 16 de marzo de 1891 fallecía en Buenos Aires.

 

Había nacido en Cachi el último día del invierno de 1801. Su niñez fue gobernada por cinco virreyes (Avilés, del Pino, Sobre Monte, Liniers y Cisneros); y sus años adultos por las presidencias de Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca, Juárez Celman y Pellegrini. Fue beneficiado con la alta ancianidad; era unos días menor su camarada Gerónimo Espejo fallecido en 1889, el decano del ejército y uno los grandes hacedores de la Patria. A pesar de su alto grado de teniente general, nos aventuramos en llamarlo El último granadero.

 

Había recibido una educación acorde con la categoría social de sus padres don Pedro José de Frías y María Loreto Sánchez Peón. Comenzó a trabajar en una casa de comercio; ante la invasión de los realistas en el norte, la familia pasa a Tucumán, donde el muchachito sirve como aguatero de los artilleros de Holmberg en la batalla del Campo de las Carreras el 24 de setiembre de 1812, en la que su padre es herido y queda inválido al perder una pierna. Vuelve la familia a Salta después del triunfo de Belgrano en esa ciudad y empeñado en seguirlo a este general busca ingresar al ejército, aunque no tenía la edad reglamentaria. Volvió a insistir, pero la madre que se oponía a la carrera de las armas, temerosa de perder al muchacho decidió enviarlo a San Juan a la casa de unos tíos.

 

La distancia de poco sirvió porque con casi 15 años se encaminó con dos amigos a marchar como voluntario a Mendoza para unirse a la empresa sanmartiniana, corría el mes de marzo de 1816; fue rechazado por la edad y por su delgadez, pero la circunstancia providencial que se encontrara con el sargento mayor Mariano Necochea a quien había conocido conversando con sus padres en Tucumán le allanó el camino, y le dio el alta provisoriamente en su escuadrón. Eustoquio Frías era lo que deseaba ser: un granadero, lejos estaba de pensar que iba a ser el último de esos bravos.

 

No participó del cruce de los Andes ni de las batallas de Chacabuco o Maipo, su escuadrón el quinto quedó acampado en el Plumerillo en Mendoza y se transformó en 1817 en Granaderos a Caballo de la Escolta. Se desempeñó como cabo junto al Libertador durante su estadía en Mendoza en 1819 y en marzo del año siguiente cruzó la cordillera por el Paso del Portillo, y finalmente embarcó en la fragata Consecuencia rumbo al Perú en agosto de 1820 para desembarcar en Paracas, y comenzar la campaña del Perú.

 

No es el caso narrar en detalle esos años, pero tomó parte en dos campañas de la sierra al mando del general Arenales, sobre este tema el viernes próximo la editorial Villa presentará un libro en el Cabildo de Salta, oportunidad en la que su presidente, el Dr. Horacio Garcete, y el historiador Gregorio Caro Figueroa se referirán a la obra y se podrá apreciar el significado de esta empresa de la que Frías fue uno de los protagonistas.

 

Se distinguió en Nazca y Pasco, fue uno de los sitiadores de la Real Fortaleza de El Callao, participó en la campaña de Quito, se batió en Rio Bamba, Pichincha, Chunganga, Junín y Ayacucho.

 

EN CASA

Regresó con los granaderos que en febrero de 1826 llegaron a Buenos Aires al mando del bravo paraguayo el coronel José Félix Bogado; pero el merecido descanso no llegó y pronto estaba en la guerra contra el imperio del Brasil. Acompañó a Lavalle en la revolución de 1828 y aquella espada de la libertad se vio envuelta en los enfrentamientos de Navarro, Zapallar, Arroyo del Medio y Puente de Márquez.

 

Disgustado con la política de Rosas pidió el retiro y se refugió en Montevideo en 1839, desde hacía varios años ostentaba las insignias de sargento mayor. Participó en la campaña de Lavalle y en la defensa de la Nueva Troya. Se alistó con el ejército de Urquiza y participó en la batalla de Caseros, después de la que fue promovido a coronel de caballería y se le otorgó el mando del Regimiento de Guardias Nacionales, con el que pasó a guarnecer la Guardia de San Miguel del Monte.

 

Combatió a los indios y fue destacado después a la frontera en Rojas, donde en el combate de la Cañada de la Paja, les arrebató más de 5.000 cabezas de ganado vacuno y 1.000 yeguarizos, producto de sus ataques a las estancias.

 

Estuvo en Pavón y cuando pasó a retiro estuvo en la lista de los Guerreros de la Independencia. Hace un siglo y medio fue miembro del Consejo de Guerra que juzgó a los implicados en la revolución de setiembre de 1874. Fue promovido en 1879 a brigadier general y en 1882 a teniente general.

Todos estos méritos, no fueron acompañados con una vida económicamente digna. Los presidentes Mitre y Sarmiento debieron intervenir para que el Estado le abonase los sueldos atrasados, atendiendo a la indigencia en que vivía el anciano, sin reclamo alguno.

 

COMO EN ROMA

El 9 de julio de 1889 el Club de Gimnasia y Esgrima con la participación del pueblo le tributó un gran homenaje y lo paseó por Buenos Aires de modo triunfal como aquellos generales romanos que volvían de las campañas, entregándole una medalla de oro y plata. Sarmiento pidió al intendente Torcuato de Alvear que se le cediese un terreno en la Recoleta para que llegado el día descansaran sus restos con el debido decoro y merecieran el reconocimiento de la posteridad.

 

A su muerte en 1891 fue sepultado con grandes honores, fue despedido por el presidente Carlos Pellegrini quien recordó en su discurso esta conversación:

 

 “Le pregunté un día si conservaba alguna de sus espadas de la guerra de la independencia; me contestó: ‘No, aunque he cuidado mucho mis armas porque la patria era pobre y yo también. El sable que me dio Necochea en Mendoza lo rompí en Junín ¡estaba algo sentido’. Con razón debía estar sentido el sable del granadero de Rio Bamba y Ayacucho, pues las heridas de lanza y bayoneta, que ostentaba su cuerpo, probaban que el enemigo nunca estuvo lejos del alcance de su brazo”.

 

Manuel Rawson mandó construir una urna de bronce para depositar sus restos, los que fueron trasladados al Panteón de las Glorias del Norte en Salta, donde hoy descansan y del que este diario en marzo de 1963 hiciera una detallada crónica.

 

Este año su nombre volvió a ser evocado en el Panteón con una formación, en la que Martín Villagrán San Millán hizo su elogio y en su Cachi natal, donde los granaderos honraron su memoria, a instancias de Viviana Frías que lleva el mandato familiar del amor a la Patria y el culto a los antepasados en sus venas. Don Eustoquio había casado con Juana Sauco y Valdez.

 

LA BIOGRAFIA

El general Miguel Podestá con envidiable pluma le acaba de dedicar una biografía novelada con el título Eustoquio Frías, un granadero de Ayacucho. 1824, basada en abundante documentación y seria bibliografía consultada en archivos y repositorios como el Servicio Histórico del Ejército, el Museo Mitre, el Instituto Nacional Sanmartiniano, la Escuela Superior de Guerra y el Regimiento de Granaderos a Caballo entre otras instituciones, donde fue asesorado por destacados referentes y profesionales, encargados a la custodia, conocedores como pocos de esos anaqueles y estanterías, cuyos nombres consigna por su generosidad.

 

El volumen editado por Maizal Ediciones, se presentará mañana en el Regimiento de Granaderos a Caballo Gral. San Martín.

Podemos afirmar que Frías cruza la historia argentina, y como Podestá señalar que “sirvió a las órdenes de Necochea, Arenales, Lavalle, Sucre, Bolívar, Olavarría, Alvear, Niceto Vega, Pacheco, Paz, Rosas, Urquiza, Emilio y Bartolomé Mitre que además lo consultó como testigo de sus historias y por supuesto su arquetipo militar: San Martín”.

 

En las vísperas de comenzar los actos de Ayacucho, sobresale la figura de don Eustoquio Frías, sus recuerdos que permanecen inéditos merecen ser rescatados, mientras que la estampa señera del viejo general en una fotografía de Witcomb de 1870, lo muestra junto a un asistente de color, mientras sus ojos claros enfocan la cámara a la vez que luce en su pecho las medallas de sus campañas, los cordones y los escudos de paño que son la prueba acabada de sus largos años al servicio de la Patria.