Beltrán, el franciscano de San Martín
Por Urgente 24, 8-12-17
Hijo del francés Louis Bertrand y de la argentina
Manuela Bustos, Luis Beltrán nació el 07/09/1784 en la ciudad de San Juan.
A los 3 días sus padres lo anotaron con el nombre de
José Luis Marcelo. Un mal entendido de quien tomó sus datos transformó su
apellido paterno Bertrand en Beltrán y así trascendió para su vida y para la
historia
.
A la edad de 16, decidido por la carrera eclesiástica,
comenzó sus estudios en el convento de los franciscanos. Más tarde, ya ordenado
clérigo, fue enviado por sus superiores a Santiago de Chile, donde continuó sus
estudios.
Además de las materias eclesiásticas, Beltrán también
fue un apasionado de la ciencia, la química, las matemáticas, la física y la
mecánica. Y era habilidoso con todo lo que fuese manual: dibujante, bordador,
carpintero y artillero.
Beltrán fue maestro vicario del coro del convento
franciscano. La revolución chilena comenzó en 1810, y él se unió al movimiento
independentista en 1812, sirviendo como capellán en las tropas de José Miguel
Carrera. Beltrán asistió al combate de Hierbas Buenas, una derrota de los
independistas.
El fraile ingresó a los talleres de maestranza del
ejército de Bernardo O' Higgins, y al observar el trabajo de aquellos hombres
no pudo contenerse: rápidamente comenzó a guiar a los operarios, a
aconsejarlos, motivarlos, y enseñarles. El taller cambió dramáticamente,
ganando en competitividad y productividad.
O'Higgins lo designó teniente, y lo puso al frente de
la maestranza trasandina. Beltrán puso como condición no abandonar sus hábitos.
El Comandante en Jefe chileno le habló de Beltrán al jefe del Ejército de los
Andes, José de San Martín, quien carecía de armamento suficiente para la
milicia que estaba organizando.
San Martín aceptó la recomendación de O'Higgins, y
Beltrán fue incorporado a las tropas de San Martín, en calidad de teniente 2do.
a cargo del montaje de parque y maestranza; colaboró con José Antonio Álvarez
Condarco en la fábrica de pólvora y lo suplantó cuando éste realizó una misión
de espionaje en Chile.
El sacerdote continuó con su forma de trabajo, en la
que involucró a más de 700 artesanos, herreros y operarios, divididos por
sector y por turnos rotativos, a quienes supervisaba y lideraba.
En el gran reclutamiento fue fundamental para el
movimiento independentista, el aporte de muchos ingleses e irlandeses, que
habían quedado en el país luego de las invasiones. Ellos habían aceptaron
cumplir con una condición: convertirse al catolicismo y hasta cambiar sus
nombres y apellidos por otros españoles.
En la artillería se encontraron 2 secciones que
suministraban el apoyo logístico al ejército: una era la armería (dirigida por
el teniente Ramón Picarte) y la otra era la maestranza (dirigida por Beltrán),
todas supervisadas por el comandante Pedro Regalado de la Plaza.
La maestranza elaboraba repuestos, organizada por
varias secciones en donde funcionaban carpintería, tornería, herrería,
talabartería y zapatería. Todos estos empleados fueron contratados por varios
años. En cambio, otros trabajadores como los pintores, plateros y hojalateros
eran requeridos para tareas temporales.
Existían 2 categorías: los maestros y oficiales. Los
primeros tenían a cargo la organización del trabajo y además de tasar las
materias primas, en cambio los oficiales ejecutaban las tareas de la
fabricación o reparación de los objetos de la artillería.
En su taller se fabricaban uniformes, zapatos, botas,
monturas, estribos, herraduras, municiones, balas de cañón, espadas, fusiles,
pistolas, puentes colgantes, granadas, lanzas, elementos de seguridad, arneses,
grúas, pontones, mochilas, tiendas de campaña, cartuchos y todo tipo de
pertrechos de guerra.
Beltrán fue el creador de unos carros angostos, del
largo de los cañones, de 4 ruedas muy bajas que podían ser tirados por
animales. Estos vehículos de tracción a sangre se utilizaron para transportar
la artillería por la cordillera. Los soldados las bautizaron "zorras",
arrastradas por bueyes y mulas, según el camino. Para proteger los cañones,
Beltrán implementó medidas de seguridad tales como envolverlos en lana y
retobarlos o forrarlos con cueros para evitar dañarlos con el movimiento. Las
"zorras" eran arrastradas por bueyes y mulas, según el camino, y
permitieron transportar los cañones a través de la cordillera.
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El inspector general del Ejército, José Gascón, se
opuso a la carrera militar del fraile artillero por considerarla anticatólica,
pero el jurista canónico Diego Estanislao Zavaleta dictaminó a favor de la
continuidad de Beltrán a las órdenes de San Martín.
Beltrán participó en la batalla de Chacabuco. En el
ataque español por sorpresa en Cancha Rayada, él perdió casi todo el material. Sin
embargo, Beltrán se puso el taller al hombro, y envió al coronel Manuel
Rodríguez, muy popular entre los chilenos, para que reclutara para la
maestranza a todos los hombres, mujeres y niños que encontrara, sin reparo de
condición o nivel sociocultural pero que no fueran menos de 1.000. Todos
tuvieron una labor: las mujeres cosían cartuchos de cañón, los jóvenes hacían
cartuchos para fusil y los hombres se encargaban de la fundición y las
maniobras de fuerza. Día y noche trabajaron. El taller debió arreglar los 5
cañones que lograron rescatar del estrago en Cancha Rayada y, en el período que
fue del 16/03/1818 al 05/04/1818, logró alcanzar una batería total de 22 bocas
de fuego.
Gracias al excelentísimo trabajo del equipo, San
Martín pudo presentar batalla a Mariano Osorio en Maipú. En 1811, Beltrán creó
en Chile lo que en la actualidad son las FAMAE (Fábricas y Maestranzas del
Ejército de Chile). Continuó el equipamiento del Ejército de los Andes para la
Campaña del Perú, en sus talleres en Valparaíso (en la costa del Pacífico). En
1821 instaló una nueva maestranza en Lima (Perú). Cuando los españoles
recuperaron el puerto de El Callao, Beltrán trasladó sus talleres a Trujillo.
En 1822 fue ascendido a sargento mayor y en 1823 llegó
a teniente coronel graduado. Permaneció en su puesto hasta 1824, cuando fue
reemplazado por los oficiales de Simón Bolívar. Sin embargo, a órdenes de
Antonio José de Sucre participó de la batalla de Ayacucho. Instalado en el
cuartel general de Trujillo, el fraile volvió al intenso ritmo de producción y
a los turnos rotativos de trabajadores. Bolívar le ordenó la puesta a punto y
embalaje de unos 1.000 fusiles y armas de puño en un plazo máximo de 3 días. (...)
De regreso en Buenos Aires se incorporó a las fuerzas
del general Martín Rodríguez, quien le encargó el Parque y la Maestranza del
Ejército de Observación, sobre el Río Uruguay. Más tarde se unió a la maestranza
del ejército que marchó a la Guerra del Brasil, bajo las órdenes del general
Carlos de Alvear, pero tuvo que regresar.
Beltrán murió sin un peso a los 43 años, el
08/12/1827. Su confesor dijo que él se había reconciliado con su Dios. A pesar
de que llevaba 11 años de haber dejado los hábitos, fue sepultado como
franciscano, con el hábito de su orden.