Por ese respeto es que obedece al gobierno, dejando de exhibir su bandera nacional, la cual no destruye sino que conserva consigo diciendo que “si acaso me preguntan por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria para el ejército y como esta está lejos, todos la habrán olvidado y se contentaran con la que le presenten” más fiel a su sentir aclara que “V.E tendrá su sistema, pero le diré también con verdad, que como hasta los indios sufren por Fernando VII y los hacen sufrir con los mismos aparatos que nosotros proclamamos la libertad, ni gustan oír nombre de Rey, ni se complacen con las mismas insignias con que los tiranizan”
Son los tiempos del éxodo jujeño; las fuerzas realistas avanzan a paso firme desde el Norte después de derrotar la sublevación Cochabambina; los patriotas sin posibilidad de ofrecer resistencia pero con gran coraje, dejan Jujuy, evacuan su población y se alejan atravesando suelo salteño en dirección a Tucumán. Hecho que marcó para siempre la templanza y el coraje del pueblo jujeño.
Ya en Tucumán, y con el apoyo del pueblo tucumano que se niega a huir de los realistas, Belgrano hace frente al ejercito del rey y los vence el 24 de Septiembre, día de la Virgen de la Merced, siendo esta su primer gran batalla que deja al descubierto la herencia guerrera que corría por las venas de los pobladores norteños, legado de los primeros habitantes de este suelo. De esta batalla, Vicente Fidel López llama a Tucumán “la más criolla de cuantas batallas se han dado en territorio argentino”; en ella faltó prudencia, previsión, disciplina y orden; no se supieron aprovechar todas las ventajas; pero en cambio sobro coraje, arrogancia, viveza, generosidad... y se ganó la batalla que salvo a la Patria derrotando al ejército español.
En la mañana del 24 de septiembre de 1812, día del combate, el general Belgrano estuvo orando largo rato ante el altar de la Virgen de la Merced, puso su confianza en Dios y en la Santa Madre, bajo cuya protección puso sus tropas. Después del triunfo Belgrano resalto que la victoria se obtuvo el día de Nuestra Señora de las Mercedes, diciendo textualmente: “La patria puede gloriarse de la completa victoria que han tenido sus armas el día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes bajo cuya protección nos pusimos ".
El general Belgrano puso en manos de la imagen de la Virgen su bastón de mando. La entrega se efectuó durante una solemne procesión con todo el ejército, que terminó en el Campo de las Carreras, donde se había librado la batalla.
Allí, se dirigió hacia las andas en que era conducida la Virgen las Mercedes y haciéndola bajar hasta ponerla a nivel, le entregó el bastón que llevaba, poniéndolo en las manos de la Virgen proclamando a la Virgen de la Merced como Generala del Ejército.
Un detalle que no menor es que las religiosas de Buenos Aires, al tener conocimiento de estos actos de devoción, remitieron a Belgrano cuatro mil escapularios de la Virgen de la Merced para que los distribuyera a las tropas. Antes de partir rumbo a Salta, el batallón de Tucumán se congregó frente al atrio del templo de Merced, donde fueron entregados los escapularios, Tanto los jefes como oficiales y tropas los colocaron sobre sus uniformes.
El 20 de febrero de 1813 los argentinos que buscaban su independencia se enfrentaron nuevamente con los españoles en Salta. Antes de entrar en combate, Belgrano recordó a sus tropas el poder y valimiento de María Santísima y les exhortó a poner en Ella su confianza como en Tucumán, ofrendándole los trofeos de la victoria si por su intercesión la obtenía.
Así paso, vencieron nuevamente a los españoles y de las cinco banderas que cayeron en poder de Belgrano, una la destinó a la Virgen de las Mercedes de Tucumán, dos a la Virgen de Luján y dos a la Catedral de Buenos Aires.
A partir del año 1812, el culto a Nuestra Señora de las Mercedes adquiere una gran solemnidad y popularidad. Ya no solo era el fervor católico sino la representación de libertad lograda, lo que representaba la Virgen de la Merced al pueblo tucumano; ella no le pertenecía ya solo a los católicos, sino a todos los tucumanos, trascendió la fe y se estableció como un referente de la sociedad tucumana, al punto que en 1813, el Cabildo de Tucumán pide al gobierno eclesiástico la declaración del vicepatronato de Ntra. Sra. de las Mercedes "que se venera en la Iglesia de su religión" y ordena de su parte que los poderes públicos celebren anualmente su fiesta el 24 de septiembre. El 4 de septiembre de 1813 la Autoridad Eclesiástica, por Decreto especial, declara festivo en homenaje de la Virgen el 24 de septiembre. Fecha que es en la actualidad una de las más sentidas de Tucumán y el norte argentino.
En la gran victoria de Tucumán, con la bendición de la Virgen de la Merced, aquella bandera creada tiempo atrás y obligada a ser olvidada, se dirigió airosa a la cabeza del ejercito y marcho con él hacia el norte; ondeó en la famosa batalla de Salta, entró al Alto Perú, paso parte del altiplano y estuvo en Potosí y en Charcas; es la bandera de Vilcapujio, donde nadie se explicó el porqué de la derrota, pero sobre la que el general Belgrano levantándola frente a su debilitada tropa los arengó diciendo: “Soldados hemos perdido la batalla después de tanto pelear, la victoria nos ha traicionado pasándose a las filas enemigas en medio de nuestro triunfo. ¡NO IMPORTA! Aún flamea en nuestras manos la bandera de la Patria”
Nadie había pronunciado palabras que enaltecieran tanto a la bandera como las transcriptas; demostrando que la bandera blanca y celeste se encontraba enhiesta cobijando a altoperuanos y argentinos decididos a combatir por la causa de la emancipación.
Quiso Belgrano aprovechar la inacción del vencedor y estableció en Macha su cuartel, para luego salir en busca del enemigo el 12 de noviembre, con dirección a Ayohuma. El 14 de noviembre se empeño en combate que resulto en desastre a las armas del ejército del norte, pero a pesar de la derrota, no tuvo el vencedor la bandera victoriosa de la gesta norteña; ella fue preservada junto a la creada más tarde, en un lugar seguro. Una vez más, aquella bandera que fuera renegada desde sus orígenes pero responsable de los triunfos más importantes, había salido victoriosa.
Después de la batalla de Ayohuma, una de las más notables de la campaña de la emancipación colonial, cuya gloria no se atenuó por el éxito desgraciado de sus armas, los esfuerzos de Belgrano por preservarla no fueron en vano. Sobre quienes se encargaron de guardar la bandera giran diferentes versiones; para algunos fueron un grupo de indios identificados con la causa americana, para otros fue un Coronel que antes de la orden de retirada, es enviado a Macha por el general Belgrano con igual objetivo; en ambos casos, se plantea que no pudiendo ingresar a la Villa por encontrarse con las avanzadas realistas, se detienen en Titirí donde el párroco que también comulgaba con las ideas independentistas la ponga en lugar seguro.
Más allá de las anécdotas y teorías, lo relevante es que para Belgrano el cuidado de la bandera era un tema mayor; porque en cualquiera de ambos casos, fue el mismo en persona quien impartió órdenes reservadas de ocultar la bandera jurada para no ser extraviada ni arrebatada por los realistas. Se evito así que la bandera fuera trofeo de guerra.
En 1885 al asearse la iglesia de Titiri anexo de Macha sale nuevamente a la luz la bandera blanca y celeste; fue llevada a Sucre donde el Arzobispo dispuso que se la coloque en el santuario de la Virgen de Guadalupe.
Enterado de esto un ministro Plenipotenciario de la Republica Argentina, pasa un oficio con fecha 4 de junio de 1893 a la Cancillería de Bolivia, reclamando no solo la bandera blanca y celeste, sino también aquella segunda (celeste y blanca) que fuera reconocida y jurada tiempo después.
En 1896, se suscribe un protocolo entre las cancillerías de Bolivia y Argentina por el cual la primera accedía a entregar una de las banderas encontradas.
En la actualidad, la bandera celeste y blanca entregada por Bolivia, se expone en el Museo Nacional de Historia, mientras que la bandera Blanca y celeste se exhibe con recelo en la Casa de la Libertad, en Sucre, Bolivia.
No es azaroso que la República de Bolivia decida entregar una y no otra de las banderas. Ella representa más que soberanía; la bandera blanca y celeste es símbolo de alta moral, su creación no fue una estrategia militar sino una posición política de quien entendía soñaba con la Patria Grande; ella flameó con fuerza y orgullo en las batallas más significativas de las luchas por la Independencia y represento el sentir de los pobladores del actual norte argentino, que prefirieron morir luchando antes que ser esclavos.
La bandera de Macha o Bandera de Belgrano, como también se la conoce, es entonces el símbolo de los esfuerzos comunes a favor de la causa americana.
Esta bandera, que en definitiva pudo haber sido nuestra primera bandera debe ser reconocida no solo por su importancia histórica sino por su representación simbólica y debe ir acompañada por la imagen de la Virgen de la Merced porque es nuestra Patrona, es la mayor expresión de fe y valor de los hombres y mujeres del norte, por encima de toda diferencia.
Ellas encarnan la fuerza indomable del norte argentino, donde bajo la advocación de María santísima se desarrollaron las acciones claves para lograr no solo la independencia de las provincias unidas a través de las batallas, sino el nacimiento de una nación; donde años más tarde, un grupo de hombres que representaban a sus pueblos, tomaron la decisión política de declararse libres del dominio extranjero, firmándolo a costa de sus vidas, pero convencidos de que tanta sangre derramada no fue en vano. Donde en la actualidad quienes representamos voluntades distintas buscamos juntos destinos comunes en la misma provincia donde flameo por primera vez y donde se le entrego el bastón de mando; ellas nos representan y nosotros debemos honrarlas como lo merecen, es por eso que pido a mis pares que me acompañen aprobando el presente proyecto.