San Martín y el Imperio de los Incas
Por la académica
sanmartiniana de número profesora Florencia Grosso
Pocos pueblos del
mundo se sienten tan fraternalmente unidos como el de Perú y Argentina. Ese
noble sentimiento se lo deben en gran medida a la benéfica influencia que la
obra de José de San Martín derramó en ambas tierras americanas, a quienes
hermanó en su corazón y su voluntad.
El 28 de julio de
1821, en la plaza mayor de Lima, capital del Perú, el general San Martín
declaró su independencia, proclamando al mundo: “El Perú, desde este momento,
es libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la
justicia de su causa, que Dios defiende”. De ese histórico y fausto día,
conmemoramos hoy el glorioso acontecimiento.
El 13 de noviembre
de 1818, desde Santiago de Chile, San Martín anuncia a los peruanos el pronto
arribo a sus playas y lo hace así: “Yo no voy a entrar en ese territorio para
destruir, el objeto de esta guerra es el de conservar y facilitar el aumento de
la fortuna de todo hombre pacifico y honrado. Vuestra suerte feliz está ligada
a la prosperidad e independencia de la América”.
Con la Expedición
Libertadora convergiendo sobre el Perú, San Martin despliega su genio con
visión humanística. De estricta formación castrense, general victorioso, llevó
la guerra a tierras hermanas para darles la libertad y luego retirarse sin ser
su caudillo ni su opresor. Estadista, organizador de pueblos, multiplica su acción
para consolidar la independencia y conformación institucional de la nueva
república, con actos de civismo, ética y justicia que ganan para siempre el
corazón de los peruanos.
El 8 de octubre de
1820, junto a su Estado Mayor desembarca en la Bahía de Paracas. Establecido su
cuartel general en Pisco, ese mismo día dicta un decreto fundamental, destinado
especialmente a su ejército, en el que encontramos un verdadero código moral.
Dice: ”Ya hemos llegado al lugar de nuestro destino y solo falta que el valor
consuma la obra de la constancia: pero acordaos que vuestro gran deber es
consolar a la América, y que no venís a hacer conquistas, sino liberar a los
pueblos que han gemido 300 años bajo este bárbaro derecho. Los peruanos son
nuestros hermanos y amigos, abrazadles como tales y respetad sus derechos como
respetasteis los de los chilenos después de la batalla de Chacabuco.
La ferocidad y
violencia son crímenes que no conocen los soldados de la libertad, si contra
todas mis esperanzas, alguno de los nuestros olvidase sus deberes, declaro
desde ahora que será inexorablemente castigado”. Seguidamente establece los
castigos a administrar según los delitos y termina: “¡Desgraciado el que
quebrante sus deberes.Yo lo castigaré de un modo terrible y desaparecerá de
nosotros con oprobio e ignominia!"
Asume su
Protectorado el 3 de agosto de 1821, aclarando que lo hace: “por imperio de las
circunstancias” “hasta tanto se reúnan los representantes de la Nación Peruana
y determinen sobre su forma y modo de gobierno”. Desde ese momento, se erige en
custodio de la independencia del Poder
Judicial con este veredicto tan determinante y de absoluta vigencia: “Mientras existan enemigos en el
país, y hasta que el pueblo forme las primeras nociones del gobierno de sí mismo,
yo administraré el poder directivo, legislativo y ejecutivo, pero me
abstendré de mezclarme jamás en el
solemne ejercicio de las funciones judiciarias, porque su independencia es la
única y verdadera salvaguardia de la
libertad del pueblo; y nada importa que se ostenten máximas exquisitamente
filantrópicas, cuando el que hace la ley o el que la ejecuta, es también el que
la aplica…”.
El será en el Perú
“el hombre del Partido Americano”, el educador lancasteriano, el que establece
la libertad de vientres para hijos de esclavos y devuelve a “los indios y
naturales” la dignidad de peruanos. Como humanista, es compasivo e igualitario,
enemigo del despotismo y la opresión.
Circunstancias
políticas ajenas a su voluntad lo alejarán dolorido del Perú. En 1822 renuncia
al mando supremo, transfiriéndolo al Congreso General Constituyente que él
mismo convoca. No claudica, se retira por el bien de América. Su mandato fue
breve, intenso y de indeleble memoria..
A José Bernardo
Tagle le escribe el 20 de septiembre de ese año: “Como lo digo en mi
ultima proclama, estoy y estaré hasta la
muerte pronto a sacrificar mi vida por los intereses del Perú”.
Es nuestra
intención en esta magna fecha para el hermano pueblo del Perú y para América,
evocar su profundo sentido democrático, que le impulsó a emprender una acción
educativa de carácter popular sin exclusiones, que a la vez que brindaba
conocimientos universales, incorporaba como valores trascendentes los propios
de América, especialmente los de las antiguas civilizaciones que en ella
florecieron. Su plan de educación no fue
improvisado ni oportunista, fue meditado y coincidente con el movimiento de
educación popular en la Europa del S. XIX
y la búsqueda empírica de métodos pedagógicos, acordes con las ideas de
pluralidad y libertad que habrían de
reemplazar obsoletos sistemas escolásticos.
San Martin no solo
fue Libertador, fue pedagogo y civilizador. Pedagogo, entre otros significados,
tiene el de ser “conductor, el que acompaña y dirige”, civilizador, el que abre
el pensamiento, enseña para crecer, cultiva para recoger. Ambos términos le
caen bien a San Martin, entre las
prioridades de su acción de gobierno, estaba la de reformar la educación
popular, adecuándola al nuevo régimen independiente, de manera gradual y
extendida al mayor número de personas posible. Eligió para las escuelas, el
para entonces moderno Método Lancaster, que fuera introducido previamente en el
Río de la Plata por el pastor ingles Diego Thompson. San Martin lo invitó a
trasladarse a Lima para considerar la conveniencia de aplicar el sistema en el
Perú. Interpretaba que: “A los pueblos hay que facilitarles todos los medios de
acrecentar el caudal de sus luces y fomentar su civilización “. “ La ignorancia
es la columna más fuerte del despotismo”
Adolfo Espínola,
en su obra “El Libertador y el Libro”, transcribe palabras del propio Thompson
al conocer al Protector: “Vosotros, los que habéis llegado alguna vez ante el
“hombre principal” para comunicar una iniciativa de bien público y habéis
soportado la antesala, la incomprensión y la indiferencia y cosechado nueva
decepción, tendréis otro motivo para admirar a este “Todo un hombre”, Don José
de San Martín, “Esperaba toda clase de ayuda para nuestro objeto de su parte y
no he sufrido desengaño. Todas mis esperanzas se han realizado. San Martin es
un gran amigo de la educación general universal. Por haber venido al Perú a
promover este objeto, he recibido de él toda clase de respetos y atenciones
personales, lo mismo que alientos para proseguir mi obra”. El 6 de julio San
Martin crea la primera Escuela Normal, estableciendo: “El sistema de enseñanza mutua Lancaster, bajo la Dirección
de Diego Thompson“. En Perú se celebra en esa fecha el “Día del Maestro”.
El sistema
elegido, ágil, sencillo y rápido, consistía en la elección por parte del
maestro, de los alumnos más aventajados, denominados monitores. Se los
instruiría y serían enviados preferentemente a villas alejadas o aldeas
andinas, de difícil acceso, con población indígena o mestiza, cuya instrucción era de especial interés de San
Martin, donde impartirían enseñanzas elementales, leer, escribir y contar.
Entre estos alumnos, se elegirían a su vez
los que podrían repetir esta labor en otros pueblos, lo que
multiplicaría rápida y eficazmente los agentes de enseñanza.
Nunca fue su titulo de Protector mas autentico y
justiciero que cuando dicta decretos que amparan los derechos del hombre,
protegiéndolo de la esclavitud y todo servicio de explotación, crueldad y
abuso. San Martin sabía que su obra debía ser determinada a consolidar un nuevo
sistema, por lo que resultaba fundamental establecer cambios radicales y
diferencias entre las normas y leyes existentes de un pueblo sometido al
absolutismo, a las de una nación de ciudadanos libres, dueños de su destino,
para que tomaran conciencia que no cambiaban un amo por otro. Convocó al pueblo
a apreciar la libertad obtenida, mediante sus decretos y proclamas. A la vez,
nuevas normas, nuevas reglas, regidas por la equidad, la fraternidad y una justicia independiente,
deberían ser establecidas y acatadas por la nueva sociedad a constituir. Ese
fue su deber histórico, y en menos de dos años lo cumpliría.
De alto impacto,
diríamos hoy, fueron los decretos
dictados para proteger la vida y
la dignidad de los hombres que desde el momento de su asunción al poder fueron
su compromiso y responsabilidad. Nunca menospreció San Martin a individuos que aún después de
los derechos proclamados por la Revolución Francesa y difundidos en el mundo,
eran considerados por su raza como inferiores por pueblos ilustrados y
progresistas, que de reconocer la igualdad pregonada, se verían privados de
los servicios y pingues ganancias que
les generaba el inhumano comercio de la esclavitud. Es su voluntad civilizadora la que devuelve la dignidad a los descendientes de
aquellos desdichados que fueron obligados a abandonar su tierra y su cultura
para ser insertados en una ajena que los reducía a degradante servidumbre.
El 28 de julio de
1821, día de la solemne Declaración de la Independencia del Perú, dicta la
libertad de vientres de los hijos de esclavos que nacieran a partir de ese día.
El correspondiente Decreto del 12 de agosto ratifica la histórica medida,
expresando: “Cuando la humanidad ha sido altamente ultrajada, y por largo
tiempo violados sus derechos, es un grande acto de justicia, sino resarcirlos
enteramente, al menos dar los primeros pasos al cumplimiento el mas santo de
todos los deberes. Una porción numerosa de nuestra especie ha sido hasta hoy
mirada como un efecto permutable y sujeto a los cálculos de un tráfico
criminal: los hombres han comprado a los hombres y no se han avergonzado de
degradar la familia a la que pertenecen, vendiéndose unos a otros. Las
instituciones de los siglos bárbaros apoyados con el curso de ellos, han
establecido el derecho de propiedad en contravención al más augusto que la
naturaleza ha concedido….Por lo tanto, declaro lo siguiente 1º) Todos los hijos de esclavos que hayan
nacido y nacieren en el territorio del Perú desde el 28 de julio del presente
año, en que se declaró su independencia, comprendiéndose los Departamentos que
se hallen ocupados por el enemigo y que pertenecen a este Estado, serán libres y gozarán de los mismos derechos
que el resto de los ciudadanos peruanos, con las modificaciones que se harán en
un Reglamento separado. Era un gesto atrevido de grandeza y valentía, existían
en el Perú 40. 000 esclavos cuyos dueños
reaccionarían negativamente y darían
batalla ante el audaz decreto, él lo sabía, pero sabia también que era
hora de tomar decisiones osadas para cumplir con la intima promesa que se hizo
a sí mismo de ser agente de libertad y justicia para los pueblos americanos. El
paso dado por San Martin abrió camino a una gradual abolición de la esclavitud,
que se concretó formalmente por decreto del presidente Ramón Castilla el 3 de
diciembre de 1854.
El 28 de agosto de
1821 decreta la fundación de la Biblioteca Nacional de Lima, que se inauguró el
17 de septiembre de ese año, día que pronuncia estas palabras:”Todas las formas
de opresión requieren una masa ignorante, manteniendo su pensamiento encadenado
se impide que el hombre adquiera el conocimiento de su dignidad “… “La
Biblioteca es destinada a la ilustración universal, mas poderos que nuestros
ejércitos para mantener la independencia”.
Antes de los actos precedentemente mencionados
relacionados con la educación, San Martin se ocupó de su integridad física y
moral. Entre los inhumanos castigos que se acostumbraba a impartir en la
sociedad colonial, estaba la pena de
azotes, que se aplicaba tanto a delincuentes consumados como a inocentes escolares para estimular el
aprendizaje. El 16 de julio de 1821, San Martin decreta: “La humanidad, cuyos
derechos han sido tanto tiempo hollados en el Perú, debe reasumirlos bajo la
influencia de leyes justas, a medida que el orden social, trastornado por sus
mayores enemigos, comienza a renacer. Las penas aflictivas que con tanta
liberalidad se imponían sin exceptuar sexo ni edad, y cuyo solo recuerdo
estremece a las almas sensibles, lejos de corregir al que las sufre, le
endurece en el crimen. Por tanto y
deseando de desarraigar los abusos que degradan la dignidad del hombre, procede a abolir la pena conocida con el
nombre de azotes, declara que será
castigado severamente todo juez, maestro o cualquiera que aplique ese castigo,
nadie podrá azotar a un esclavo y un juez territorial solo podrá aplicar
castigos correccionales moderados como encierros, prisiones y otra clase de
privaciones.
Condenando todo
acto de tortura, ordena tapiar los sótanos de la Inquisición y demoler los
calabozos y subterráneos, llamados también infiernillos, en los que se
atormentaba a los presos.
Por otra parte,
pero con el mismo criterio humanitario, los nativos americanos merecieron del
Libertador una especial atención. Eran
estos excluidos de su propia tierra de beneficios de los que gozaba el hombre
blanco. Para poner fin a esta discriminación, como Protector del Perú, país que
contaba con una población mayoritariamente indígena o mestiza, firma el 12 de
agosto de 1821un decreto cuyo artículo 4º dice: “En adelante no se llamarán mas
los aborígenes indios o naturales, ellos son ciudadanos del Perú, y con el
nombre de peruanos deben ser conocidos”. El 28 de agosto de ese año dispone:”
Queda extinguido el servicio que los peruanos, conocidos antes con el nombre de
indios o naturales, hacían bajo la denominación de mitas, pongos, encomiendas,
yanaconazgos y otras clases de servidumbre personal, y nadie podrá forzarlos a
que sirvan contra su voluntad.
Sin duda para San
Martin el Imperio de los Incas debió ser motivo de interés desde que se propuso
liberar su territorio ancestral. Su historia no le sería ajena, y hay
antecedentes que lo muestran sugestionado por su pasado. Según Cesar Francisco
Macera en su libro sobre San Martín en Perú, “Varios testigos han dejado
testimonio de la profunda admiración de San Martin por las huellas del pasado
incaico”. Hace mención al encuentro de San Martin con una dama inglesa que no
fue precisamente su amiga, nos referimos a Mary Graham, confidente
incondicional de Lord Cochrane, que fue oponente declarado del Libertador, a pesar de lo cual
ella dejo escrito en un libro de
memorias: “Diario de mi residencia en Chile en 1822”, en el que describe aspectos
de la vida política y privada de los chilenos de esa época, publicado en Londres en 1824, el momento en
que conoce a San Martin y narra con cierta benevolencia la favorable impresión
que le causa, a pesar de la innegable influencia negativa hacia su persona,
recibida del Almirante. Nos ha dejado algunos datos interesantes. El 15 de
octubre de 1822, Zenteno, gobernador de
Valparaíso, llega a su casa a saludarla acompañado, dice la autora, “de un
hombre muy alto y de buena figura, vestido sencillamente todo de negro, a quien
me presentó como el General San Martin…”.
“Sus ojos son oscuros y bellos...Su rostro es verdaderamente hermoso,
animado, inteligente, pero no abierto “.
Con este último
juicio, tal vez se arrepintió de tanto elogio. Tomaron te, siempre en animada
conversación según afirma, alternando en su relato juicios amables con otros
desfavorables, como si no quisiera dejarse vencer por la buena impresión que le
causa su huésped. Hablaron de religión, de Luis XIV y su siglo como causante verdadero de la
Revolución Francesa, de filosofía, medicina,
lenguas, climas, del descubrimiento de América, “y por último, - comenta - sobre antigüedades, especialmente del Perú”. La admiración que
muestra San Martin por las reliquias arqueológicas incas es destacada por Mary, que prosigue: “Refirió a este
respecto algunas maravillosas historias de familias de los antiguos caciques e
incas que se enterraron vivas en tiempos de la invasión española y que habían
sido encontradas en perfecto estado de conservación “. Por entonces, ya San
Martin como Protector había expedido en Lima el 2 de abril de 1822, el
siguiente decreto que se publica al día siguiente en la “Gaceta del Gobierno de
Lima Independiente”. Comienza con estas consideraciones:
”Los monumentos que
quedan de la antigüedad del Perú son una propiedad de la Nación, porque
pertenecen a la gloria que deriva de
ellos. Las preciosidades de que abundan nuestros minerales, aunque puedan
circular libremente en el país y mudar de dominio, el gobierno tiene un derecho
a prohibir su exportación cuando felizmente ha llegado el tiempo de aplicar a
un uso nacional todo lo que nuestro
suelo produzca de exquisito en los tres reinos de los naturaleza. Con dolor se han visto vender hasta aquí
objetos inapreciables y llevarse donde es conocido su valor, privándonos de las
ventaja de poseer lo nuestro. En precaución de esto, se ha resuelto lo que sigue:
”He acordado y
decreto
1°) Se prohíbe
absolutamente la extracción de piedras minerales, obras antiguas de alfarería,
tejidos y demás objetos que se encuentren en las huacas, sin expresa y especial
licencia del gobierno, dada con alguna mira de utilidad pública. Ya se anuncia
además que se creará un Museo Nacional.
2°) El que
contraviniere el artículo anterior, incurrirá en las penas de perdimiento de la
especie, sea poco o mucho su valor, la que se aplicará al Museo Nacional, y a
más mil pesos de multa aplicados a los fondos destinados a la instrucción
pública. Los administradores de aduana y comandantes de resguardo, quedan
encargados de velar la observancia de este
decreto bajo su
responsabilidad.
El 16 de mayo del
mismo año, la Gaceta anuncia la fundación del Museo, al que, expresa: “Todos
los ciudadanos amantes de la honra de su país contribuirán a enriquecer con
cuantos objetos posean dignos de rareza…los venerables restos que nos han
quedado de las artes que poseían los súbditos del antiguo gobierno de los
Incas, merecen reunirse en aquel establecimiento, antes de que acaben de ser
exportados fuera de nuestro territorio“. Con este decreto, creemos que San
Martin se convierte en América en temprano precursor de la preservación de sus
patrimonios nacionales, no conociendo una actitud similar anterior en
territorio americano, al tiempo que restituye
al pueblo la conciencia de la dignidad y grandeza de su cultura ancestral,
fundada sobre las bases del antiguo incario. Este Museo fue el origen del que
hoy es el más importante del Perú en arqueología, no solo por su desbordante y
refinada exhibición de plata, oro,
piedras y expresiones artísticas, sino
por su poderosa impronta en riqueza identitaria.
En el vasto
imperio de los Incas, las maravillas se sucederían en profusión para
quienes transitaban entre fecundas
terrazas de cultivo. Era un mundo de edificios colosales, de enormes piedras
esculpidas que se amoldan aun hoy a la perfección sin asistencia de mortero, y
monumentos representativos de reyes y
dioses. Han quedado para la admiración sus templos y palacios, sus pirámides
truncas y espacios ceremoniales, sus carreteras de perfecto trazado y como joya
perdurable, el majestuoso Cuzco o Cosco, al que llamaron ombligo del mundo,
aunque hoy su significado lo discutan los lingüistas por su posible origen
pukuina, el misterioso y elusivo idioma
que es tema de estudios eruditos.
Cuzco era el
corazón del Tawantinsuyo de las cuatro regiones, civilización avanzada de
prolija administración que dominó gran parte de América del Sur, territorio
conquistado por tenaces guerreros, al que el Inca impuso su cultura, religión y política. A la
monumentalidad y contundencia edilicia de sus grandes arquitectos, se
contraponen con elegancia minuciosa, las obras de sus artesanos, artífices de
deliciosas obras de arte, que trabajaban maravillosamente los metales, los
textiles, las piedras, los corales, los spondylus o mullu. Eran poblaciones
enteras de orfebres exquisitos,
denominados mitmas, la mayoría
instaladas cercanas al Cuzco, de las que existen evidencias probadas de haber
sido trasladadas desde la costa central por la excelencia de sus trabajos, para
ser los proveedores de los objetos
requeridos por una elite de nobles, generales y sacerdotes por originales y valiosos. Los teleros eran artífices refinados, autores de mantas,
camisas, tapices, algunos adornados por plumas multicolores y diseños
geométricos policromos denominados tocapus, de gran calidad y belleza..
En época del
Imperio, los plateros se establecían en las cercanías de Potosí,
fabricando vasos, vasijas y toda clase de vajilla de oro y
plata, ornato de templos y aposentos del Inga o Inca, ámbitos que le servían de alojamiento en sus viaje por
sus dominios y que estaban alhajados para recibirlo. Eran especialmente estos
preciosos objetos, fáciles de manipular y sustraer los que San Martin desea
proteger como bien patrimonial de los peruanos. (Bolletin de l’Institute
dÈtudes Francais Andines)
¡Cuánto de todo
este mundo fantástico habrá disfrutado San Martin allá en el Perú y cuanto
debió lamentar no conocer el Cuzco, convertido en baluarte realista! Es
evidente que el tema le interesaba vivamente, lo demuestran la conversación
mantenida con Mary Graham y sobre todo el extraordinario decreto acerca de la
protección de esos bienes deslumbrantes que despertaban la codicia o el deseo de
posesión de los europeos, sentimiento que él conocía y cuyo comercio deseaba
erradicar en beneficio de la nación que estaba construyendo y cuya identidad
tanto lo preocupaba, a la que otorgó sus
primeros símbolos soberanos, la bandera, el escudo, el himno. Y con esta
remembranza del legendario incario, retrocedamos en el tiempo y viajemos
idealmente a encontrar a San Martin en la provincia de Córdoba, donde ha ido a curar sus males desde junio a agosto
de 1814.
Mientras se
repone, diseña planes de liberación americana, con Perú como meta estratégica.
Vive en Saldán en la estancia de su amigo Eduardo Pérez Bulnes, que sería
diputado al Congreso de Tucumán en 1816. Lo acompaña como edecán el Capitán de
Granaderos Juan Miguel del Río. Su presencia atrae a las figuras más
representativas de la intelectualidad de Córdoba, ciudad prolífica en
personalidades ilustres, togadas o tonsuradas. Buen contertulio cuando el tema
lo amerita, San Martin las recibe con placer. Un bálsamo debían ser esas
conversaciones intelectuales para el hombre que leía a los clásicos y conocía
de filosofía, saberes adquiridos por propia voluntad y esfuerzo. Se debatían
proyectos trascendentes para el destino de la patria, no solo referidos a la
guerra, sino a las ideas que favorecieran la construcción de una nueva y mejor
sociedad.
En uno de esos
encuentros, el nombre de Garcilaso de la Vega, el Inca y su renombrado libro
“Los Comentarios Reales”, cuya
denominación Reales no tiene connotación de Realeza, sino de realidad, de
verdad, surge, con su mágica evocación de la América antigua, desde la Córdoba
andalusí a la Córdoba rioplatense. Se comentan pasajes de la obra y debaten, a
la par que el literario, su gran un interés político, sobre todo como reacción
a la censura que España ejerció sobre la misma, prohibiendo su lectura en el
Río de la Plata en 1782, temerosa que los recuerdos infantiles que publica el
autor en el S. XVII, exaltando las
hazañas de sus ancestros incas, movieran a los pueblos de etnia americana a una
rebelión emancipadora. Recordemos que San Martin decretaría el 13 de octubre de
1821 la Libertad de Imprenta en el Perú.
Garcilaso había
nacido en el Cuzco en 1539, con el nombre de Gómez Suarez Figueroa, provenía de
progenie noble por su madre, la Ñusta o princesa, Isabel Chimpú Ocllo
Palla, sobrina carnal del Inca Huayna Capac y por lo tanto, prima hermana de
Atahualpa y Huáscar, los últimos gobernantes incas del Perú. Por su padre, el
Capitán Sebastián Garcilaso de la Vega, tenía sangre española, de la que no renegó.
Por el contrario, se reconocía vasallo de la corona española y practicaba
activamente la fe católica. Estaba
emparentado con el Marqués de Santillana, con
Garcilaso de la Vega, su homónimo,
representante del Siglo de Oro Español y con el gran Jorge Manrique, por lo que es fácil saber de
que rama heredó su don de literato. Con orgullo se llamaba a sí mismo mestizo,
hombre de dos mundos y culturas. Vivió en España muchos años y en ella falleció
en 1616. Allí tomó el nombre que lo haría famoso, el de su padre, pero con
jerarquía de Inca, el Inca Garcilaso de la Vega, que lo diferencia también de
su pariente el poeta.
En lengua castellana, que era también suya,
escribió su libro inmortal. De prosa elegante, erudito en humanidades, historia
y filosofía, el autor es un autentico representante del renacimiento español.
En su obra, que es una exaltación de la sangre que corre por sus venas, las dos
mitades de su yo se complementan en un armónico todo histórico, social y
cultural. Sin embargo, tal vez sin advertirlo, revela también el drama íntimo
que significaba en su época ser hijo natural y mestizo a pesar de los altos
estratos de su nacimiento, pues su padre, aunque lo reconoció, educó y cuidó de
él, no estaba casado con la Ñusta Isabel. Por otra parte, su ascendencia de
nobleza incaica, le confería cierto exotismo y fue carta de presentación prestigiosa en el mundo de las letras hispanas.
Con el obsesivo y
legítimo propósito de afirmar identidad, escribe un extenso y curioso epitafio
destinado a precisar su tumba, elegida por él en la Capilla de las Animas de la
Catedral de Córdoba, que es exaltación de su propia grandeza. Dice así: “El Inca Garcilaso de la Vega,
varón insigne, digno de perpetua memoria, ilustre de sangre, perito en letras,
valiente en armas, hijo de Garcilaso de la Vega de casas ducales de Feria e
Infantado, y de Isabel Palla, sobrina de Huayna Capac, último Emperador de
Indias. Comentó La Florida, tradujo a León Hebreo y compuso los Comentarios
Reales. Vivió en Córdoba con mucha religión, murió ejemplar, dotó esta capilla,
enterróse en ella, vinculó sus bienes al sufragio de las ánimas del Purgatorio.
(“El Inca Garcilaso “Remedios Mataix. Universidad de Alicante.)
Su obra
testimonial fue planteada en dos partes. En la primera describe el mundo inca,
que fuera el suyo por nacimiento, en el que vivió sus primeros años, a cuya
historia ancestral accedió por relatos de su madre y parientes, que recordaban
por tradición las prodigiosas hazañas y las memorias de las conquistas que
permitieron a sus antepasados crear su inmenso imperio. José de la Riva Agüero,
en su “Elogio de Garcilaso“, extracta de la obra textualmente estas palabras:
“de las grandezas y prosperidades pasadas venían a las cosas presentes:
lloraban a sus reyes muertos, enajenado su imperio y su acabada república. Y
con la memoria del bien perdido, siempre acababan con lagrimas y llantos,
exclamando: trocòsenos el reinar en vasallaje”.
En la segunda
parte, según el peruano Aurelio Miró Quesada, Garcilaso relata; “las hazañas
del descubrimiento del Perú y el épico resonar de su conquista, como un tributo
a su padre el capitán y a la voces lejanas y gallardas de sus ancestros
españoles”.
En la asamblea
mencionada, es San Martin quien propone una idea que le parece un acto justiciero
luego de escuchar a los asistentes debatir con entusiasmo, la de reeditar la
obra del egregio mestizo que honró en sus crónicas la gloria del incario.
Puesto a consideración, todos los asistentes adhieren con entusiasmo,
levantándose un Acta Prospecto, en la que se testimonia lo tratado en dicha
reunión, elogiando la calidad literaria y la riqueza del contenido de la obra,
deplorando a la vez la censura impuesta por España a su lectura y difusión
y mencionando la escasez de ejemplares que existían de la
misma. Son 38 los firmantes, cuyos nombres honran la tradición doctoral
cordobesa. La única fuente documental de esta reunión se debe al historiador
cordobés Monseñor Pablo Cabrera, en su obra:”La Segunda Imprenta de la Ciudad
de Córdoba “de 1930. Los presentes se distribuyeron las tareas a realizar y
deciden su reedición en Londres, por no contar con una imprenta en condiciones
de hacer un buen trabajo, ya que querían que este fuese “del mayor lujo
posible”. Sería costeada con una contribución de tres pesos por suscriptor.
El magnífico proyecto, sin embargo, no
se llevó a cabo, no han quedado testimonios de la razón por la que no se realizó. Tal vez por
resultar muy cara la reedición, en tiempos en que se necesitaba todo el dinero
posible para la formación de los ejércitos, o porque al marcharse San Martin a
Mendoza, el proyecto murió con su partida.
El mencionado
historiador manifiesta que: “la obra del Inca Garcilaso no era de ataque, sino
de integración y creación”. Este debió
ser precisamente el objetivo de San Martin al proponer su reedición.
Como estadista y civilizador, comprendía que era necesario unir a la
nueva sociedad conformada por el mestizaje de la cultura americana con la greco
latina, preparándolo para circunstancias más homogéneas, que permitieran a las
generaciones futuras una gobernabilidad política fluida y sin escollos. Fue significativa muestra de la autentica
vocación americanista de fusión y encuentro que inspiraba a San Martin y los
suyos.
No olvidemos que
en el Congreso que declaró la Independencia el 9 de julio en Tucumán, el
General Manuel Belgrano propuso como forma de gobierno una monarquía temperada
ejercida por un descendiente de los Incas. San Martin escribió a Godoy Cruz en
la ocasión: “Soy un americano republicano por principios e inclinación, pero
sacrificaría esto mismo en bien de la patria”. Apoyó el proyecto, considerando
que debía postergar su intención republicana, hasta que las nuevas naciones,
mediante una monarquía constitucional no absolutista, establecieran un gobierno
sólido, con garantía de estabilidad para decidir su futuro.
Pasaron los años,
gobernaba el Perú el Gran Mariscal Ramón Castilla, soldado de la independencia,
artífice de la Constitución de 1860. Esta ilustre figura alivió económica y
moralmente el exilio del héroe, ordenando que sus sueldos atrasados de
Generalísimo peruano sean reconocidos como deuda nacional, remitiéndole además
regularmente los que le fueron asignados por el Congreso Constituyente de 1822.
En agradecimiento, San Martín le escribe una carta el 11 de septiembre de 1848
que es el inicio de una franca amistad, valiosa porque en ella el Libertador entrega
a su destinatario lo que él llama un: “extracto” autobiográfico que aclara
puntos de interés no manifestados hasta entonces. En respuesta, el gobernante
le diría: “Con gusto vería la elección que hiciera usted del Perú para pasar en
él, de un modo tranquilo y en medio de verdaderos amigos, el último tercio de
su vida, si se resolviese a dejar la Europa…”.
Las cartas
intercambiadas entre ambos constituyen un sólido corpus documental de gran
valor histórico y simbólico. La amistad verdadera no obliga, no negocia, no
condiciona, nace espontánea en el alma de los hombres y de los pueblos. Entre
argentinos y peruanos, este singular sentimiento surge desde el fondo de la
historia común, el eco del pasado nos manda a perpetuarla y el futuro a
acrecentarla. El 28 de julio de 1821desde Lima y al mundo, José de San Martin
proclamó la independencia del Perú cimentando nuestra hermandad. Hagamos votos porque esta entrañable e
infrecuente relación fraterna perdure para siempre, cumpliendo así el mandato
moral del Libertador de ambas naciones.
Fuente: Instituto
Nacional Sanmartiniano, 29-7-2021
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