ÁVAREZ CONDARCO

 

La increíble misión del ingeniero que memorizó dos caminos para que San Martín cruzara los Andes

 

Adrián Pignatelli

 

Infobae, 17 Dic, 2023

 

El teniente de artillería José Antonio Álvarez Condarco estaba a cargo de la fábrica de pólvora que se había instalado en los terrenos que la cordobesa Tiburcia Haedo -la mamá del futuro general José María Paz- tenía entre la quinta de Allende y el pueblo de La Toma. Tuvo la idea de construir un molino que salió de su cabeza, y así se dejó de hacer la pólvora a mano. De dos quintales diarios, se la llevó a cerca de 400 libras, y resultó ser de mejor calidad que la que se compraba a otros países.

 

El tucumano Condarco, nacido en 1780, que había estudiado ingeniería y se las arreglaba con la física y con la química, usó la fuerza motriz del agua que suplía la falta de mano de obra para la refinación del salitre.

 

Habría sido el autor de la orden de que nadie con espuelas podía ingresar al depósito de pólvora, a riesgo que el roce del metal provocase una chispa que hiciese volar todo por los aires. Y que por esa orden un centinela le había prohibido la entrada al propio San Martín, quien acató la disposición y además felicitó, en plena formación, al centinela en cuestión.

 

Lo que José de San Martín conocía de este ingeniero era su prodigiosa memoria. Lo desvelaba reconocer al dedillo los distintos pasos para cruzar esa tremenda mole que es la cordillera de los Andes. El mismo hizo varias incursiones y mandó a diversos oficiales con el mismo propósito. Sin embargo, sabía que alguien haría el trabajo a la perfección.

 

Debía encargar a alguien una misión por demás delicada.

 

San Martín contaba con espías del otro lado de la cordillera, como era el caso de Juan Pablo Ramírez, que le informaba todo lo que pasaba en Concepción y en Talcahuano. También estaba Diego Guzmán, Ramón Picarte y Manuel Fuentes en la capital chilena, y Manuel Rodríguez en la región del Aconcagua. Además, San Martín envió distintos desertores, entre ellos dos sargentos de su más entera confianza, que proporcionaban datos falsos a los españoles.

 

De la misma forma, el jefe del ejército libertador debía cuidarse de los espías que rondaban por Cuyo. Pero tenía un sistema aceitadísimo. Si lo supo fray Bernardo López, agente secreto del gobernador español de Chile, el mariscal Casimiro Marcó del Pont. El religioso fue apresado ni bien llegó a Mendoza. Cuando San Martín ordenó fusilarlo en 24 horas, el fraile reveló todo y entregó las cartas que llevaba escondidas en el forro de su sombrero, que debía entregar a diversos vecinos españoles.

 

A Pedro Vargas le ordenó simular que se había pasado a los españoles, lo hizo encarcelar a propósito, y así ganarse la confianza de los españoles locales. Dicen que tan bien interpretó su papel que hasta su propia esposa estuvo por romper el matrimonio con su marido traidor.

 

A Álvarez Condarco le encargó que atravesase la cordillera, memorizase todos los detalles, llegase a Chile y regresase a Mendoza, donde debía volcar en papel lo que había visto.

 

Iría bajo el paraguas de una misión parlamentaria. La orden era que fuera a Santiago de Chile y entregase a Marcó del Pont un mensaje, en el que San Martín lo invitaba a reconocer la declaración de independencia.

 

Debía ir por el camino de Los Patos, que era el más largo. San Martín sabía que el jefe español, si es que no lo mandaba a fusilar, lo haría regresar por el paso más corto, que era el de Uspallata. De esta forma, podría reconstruir dos caminos.

 

“Quiero que me levante en su cabeza un plano de los pasos de Los Patos y de Uspallata, sin hacer ningún apunte, pero sin olvidarse ni de una piedra”, le ordenó San Martín.

 

Era un hombre con experiencia. En 1813 manejó el arsenal del batallón de Auxiliares Cordobeses que estaba al mando del coronel Juan Gregorio de Las Heras. Cuando San Martín lo conoció, no lo dejó ir: lo nombró su ayudante de campo, también fue su secretario privado y como era un ingeniero con amplios conocimientos, fue el director de los talleres militares y el subdirector de la fábrica de pólvora.

 

Vestido de paisano, y sin portar ninguna documentación que lo pudiera comprometer, se puso en marcha. Cuando llegó al primer puesto español, al oeste de Los Patos, el oficial a cargo lo hizo seguir. Pero como estaba anocheciendo y no podría registrar las características del camino, se hizo el enfermo, y así lo recorrió a plena luz del día.

 

Todo salió según lo previsto. Llevado en presencia de Marcó del Pont, el español se ofuscó de tal manera, que ordenó que al día siguiente el verdugo quemase en la plaza la declaración de la independencia que le había entregado Condarco.

 

Mientras tanto, el mensajero fue alojado en la casa del coronel Antonio Morgado, jefe del Regimiento de Dragones de Concepción. Marcó del Pont lo tenía entre ceja y ceja, olía algo sospechoso y sus oficiales debieron convencerlo para que el tucumano no terminase en el paredón de fusilamiento. Antes de dejarlo ir, el mariscal le advirtió que cualquier otro parlamentario que enviase San Martín “no merecerá la inviolabilidad y atención con que dejo regresar al de esta misión”. Y sentenció: “Yo firmo con mano blanca y no como lo de su general que es negra”, aludiendo a su traición al rey de España.

 

Al otro día fue despachado. Por el camino más corto.

 

En 1817 participó en la batalla de Chacabuco: fue el que llevó a orden de San Martín a Soler que apurase su ataque por el flanco para que O’Higgins no recibiese todo el fuego. Cuando Marcó del Pont fue apresado luego de Chacabuco, al intentar escapar en barco, lo llevaron a la presencia de San Martín. Cuando el jefe español intentó entregar su espada, aquel le respondió: “Venga esa mano blanca, mi general”.

 

Condarco también estuvo en Maipú y en 1818 lo mandaron a Gran Bretaña para negociar la compra de buques para la campaña libertadora del Perú. Contrató para jefe de esa flota al controvertido almirante Thomas Cochrane.

 

Ya retirado, Chile lo contrató para encargarse del departamento de Ingenieros y Caminos, y se las arreglaba dando clases de matemática. Cuando quiso regresar al país, no pudo hacerlo porque era antirrosista. Vivió en el país vecino donde murió el 17 de diciembre de 1855.

 

Pobre Condarco. No tenía un peso en el bolsillo y para el sepelio sus amigos debieron levantar una suscripción pública para que el que había memorizado los pasos cordilleranos y que tanto había hecho en la campaña libertadora, tuviera una sepultura como la gente.

REHABILITACIÓN DE ROCA

 


 injustamente vilipendiado en los últimos años

 

Al hablar desde las escalinatas del Congreso, el flamante presidente de los argentinos hizo justicia con el prócer cuyo nombre está ligado a conceptos tan fundacionales como el territorio, el Estado, el ejército nacional, la capital federal o la educación pública

 

Claudia Peiró

 

Infobae, 11 Dic, 2023

 

Es natural que Javier Milei se referencie en Julio Argentino Roca, el prócer cuya figura es blanco de constantes ataques en nombre de un indigenismo intensificado en los últimos años a partir de una caprichosa interpretación de la historia.

 

Varias calles de ciudades del sur del país han visto su nombre cambiado (de Roca a Néstor Kirchner) y la estatua ecuestre del dos veces presidente de los argentinos ubicada en el centro cívico de Bariloche es constantemente vandalizada.

 

Para la memoria de Julio Argentino Roca llegó la hora de la reivindicación.

 

En un discurso inaugural muy marcado por referencias a la gravedad de la crisis económica, al peso de la herencia recibida y a las medidas de shock necesarias para no caer en un colapso mayor, Javier Milei insistió en que “no hay alternativa” a la austeridad presupuestaria.

 

Y, en respaldo a ese diagnóstico, citó una frase del general que aseguró la soberanía argentina sobre la Patagonia: “Será duro. Pero como dijo Julio Argentino Roca, ‘nada grande, nada estable y duradero se conquista en el mundo, cuando se trata de la libertad de los hombres y del engrandecimiento de los pueblos, si no es a costa de supremos esfuerzos y dolorosos sacrificios’”.

 

La frase fue pronunciada por Julio Argentino Roca, el 12 de octubre de 1880, en el discurso inaugural de su primer mandato presidencial, ante el Congreso Nacional. Asumía en un año crítico, marcado por nuevos enfrentamientos entre porteños y nacionales, en la eterna disputa por los recursos del puerto y la “propiedad” de la ciudad de Buenos Aires, en la que los presidentes eran tratados como huéspedes... A todo eso le puso fin el gobierno de orden y progreso de Roca.

 

Territorio, Estado, ejército nacional, capital federal, educación pública, laicidad: son algunos de los títulos de la extensa obra de Roca que sus detractores obvian cuando lo toman como blanco de su furia iconoclasta.

 

Sin embargo, en los últimos años, fuimos testigos de constantes iniciativas antirroquistas por parte de políticos que hacen gala de falta de patriotismo y de ignorancia histórica. Todo vale a la hora de la demagogia.

 

El último atentado contra la figura y trayectoria de Julio Argentino Roca es el proyecto de relocalización del monumento ecuestre que lo recuerda en el centro cívico de Bariloche, con el argumento de que “los pueblos originarios se sienten afectados por la presencia de Roca”...

 

No es la primera vez que Milei reivindica al dos veces presidente de la Nación. Y cabe esperar que no sea la última, y que asistamos, a partir de ahora, al fin de la iconoclasia antirroquista, difícil de entender por parte de quienes se dicen nacionalistas.

 

Actitud aun más inexplicable si se considera la trayectoria extensa, multifacética y prolífica de este general y estadista que le dejó al país un legado esencial que hoy se pretende desconocer.

 

En el momento en que Julio Argentino Roca, destacado militar de profesión, inició su actuación civil -en enero de 1878, cuando el presidente Nicolás Avellaneda lo nombró Ministro de Guerra y Marina– en la Argentina había dos grandes problemas irresueltos, dos obstáculos a la consolidación nacional y al desarrollo del país: la frontera móvil e insegura y el llamado “problema de la Capital”.

 

Menos de tres años después, el 12 de octubre de 1880, el general Roca asumía por primera vez la presidencia en un país cuyo Estado nacional había extendido su control a un territorio que representa un tercio del total de la actual superficie continental argentina; la Capital había sido federalizada y pertenecía a todos los argentinos y la corriente porteña que deseaba prevalecer sobre el resto del país y usufructuar rentas que debían ser de todos había sido doblegada.

 

Fue la resolución del primer problema, la Campaña del Desierto, la que le dio a Roca la proyección nacional, la autoridad y las herramientas necesarias para resolver el segundo.

 

En abril de 1878, a sólo tres meses de haber sido nombrado ministro de Guerra por Avellaneda, Roca inicia la campaña del desierto con 6000 soldados, abandonando la táctica militar estática de Alsina. En poco tiempo está concluida.

 

“La solución de este problema que parecía insoluble y a cuya prolongación indefinida se hallaban resignados la mayor parte de los hombres públicos de entonces, significó para el joven general que la había concebido y ejecutado un título de gloria que lo equiparaba a las primeras figuras de la República”, escribe Ernesto Palacio en Historia de la Argentina 1515-1938 (Ediciones Alpe, 1954).

 

En 1872 había tenido lugar una gran invasión del cacique Calfucurá, que se consideraba chileno, y luego una ofensiva de uno de sus hijos, Namuncurá. El botín de esas incursiones y malones era contrabandeado a través de la frontera, donde estaba siempre latente el conflicto territorial con el país vecino.

 

La campaña al desierto no tuvo por resultado únicamente el poner fin a la inseguridad: fueron liberados centenares de cautivos y desmovilizado el grueso de los efectivos necesarios para el cuidado de la frontera -lo que además puso fin al infortunio del gaucho en los fortines que tan bien describe José Hernández en el Martín Fierro- y fueron incorporadas veinte mil leguas cuadradas de tierras gracias a la consolidación de las fronteras patagónicas.

 

Oriundo de Tucumán, hijo de un coronel que había combatido en la Independencia, educado en el Colegio de Concepción del Uruguay, creado por Urquiza, el joven Roca luchó junto a él en Cepeda y Pavón.

 

Participó luego en la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay; guerra en la que murieron su padre y dos de sus hermanos, y de la que él regresó con rango de coronel. Luego, como miembro del ejército nacional, combatió contra los últimos caudillos.

 

Durante la Revolución de 1874 venció al general rebelde José Miguel Arredondo, que respondía a Mitre.

 

“Un hilo conductor no desdeñable se ve con claridad: Roca aparece siempre del lado del poder nacional”, dicen Carlos Floria y César García Belsunce en Historia de los argentinos (Larousse, 1995), como anticipando lo que sería su destino.

 

El ejército en el cual se ha formado se perfila cada vez más como un instrumento de nacionalización, como la herramienta de la lucha del interior por limitar la supremacía de la capital y nacionalizar los recursos del puerto. Y Roca será el referente de esas aspiraciones.

 

A su alrededor se irán nucleando intelectuales y políticos de diferentes orígenes: los hombres del Paraná, es decir, los que se habían alineado con la Confederación Argentina cuando Buenos Aires se separó del resto del país, y la que será llamada Generación del 80.

 

Carlos Pellegrini, Dardo Rocha, José Hernández, el autor del Martín Fierro, y su hermano Rafael, Carlos Guido y Spano, Lucio Mansilla, etcétera. Todos ellos fueron “roquistas”. Incluso un joven Hipólito Yrigoyen se alineó con Roca en aquel último episodio de la resistencia porteña.

 

Hasta la llegada de Roca al poder, en 1880, los presidentes argentinos eran tratados por los porteños como huéspedes en Buenos Aires; eran intrusos. A Sarmiento le pusieron palos en la rueda; a Avellaneda no cesaban de humillarlo. Hacia el fin del mandato de este último, Bartolomé Mitre se preparaba para controlar la sucesión, elegir el candidato y preservar así los privilegios de Buenos Aires, para lo cual ya había separado a la provincia del resto del país luego de promulgada la Constitución.

 

Pero surge entonces el tremendo obstáculo de la proyección nacional adquirida por el joven general Roca y la voluntad de muchas provincias de respaldar su candidatura.

 

Junto con la candidatura de Roca viene el proyecto de federalización de Buenos Aires, teorizado por Juan Bautista Alberdi -otro referente evocado siempre por Javier Milei-, promovido por Avellaneda y Roca, y deseado por muchas provincias.

 

Contra la imagen que se nos transmite, el año 1880 no fue una sucesión tranquila entre miembros de una elite homogénea y unida en torno a los mismos intereses. La realidad es que hubo un enfrentamiento de sectores que encarnaban intereses distintos; unos eran la parte, la facción, y otros representaban el todo. Y eso es lo que encarnaba Roca. Para hacer respetar la voluntad del Congreso de federalizar Buenos Aires y la voluntad de las provincias que lo habían elegido presidente, Roca tuvo que entrar a sangre y fuego a una capital en pie de guerra.

 

En síntesis, frente a la victoria de Roca en las presidenciales -con el apoyo de todo el interior, excepto Corrientes-, el partido porteño optó por desconocer el resultado y levantarse en armas. Roca aplastó esa rebelión. Fue la última.

 

El todo fue superior a las partes y la unidad nacional se vio fortalecida. Fue obra de la generación del 80. Y en particular de Roca, el hombre que hizo efectiva la autoridad del Estado sobre todo el territorio nacional; elemento indispensable en la construcción de la Nación.

Por eso es alentador que quienes se disponen a conducir el país se interesen en la trayectoria de Roca y en la coyuntura del 80, momento fundante del Estado nacional, en el cual su protagonismo fue clave para superar la fragmentación del país.

 

Volviendo a la coyuntura del 80, hay otras lecciones que sacar. Domingo Faustino Sarmiento no había respaldado la candidatura de Roca, sin embargo, ya como presidente, éste lo convocó, lo nombró Superintendente de Escuelas y promovió su proyecto de ley de educación pública. Las ideas educativas de Sarmiento conocieron su mayor concreción durante la presidencia de Roca: creación del Consejo Nacional de Educación, convocatoria al Primer Congreso Pedagógico, promulgación de la Ley 1420 de Educación Común y creación de 600 escuelas. Una política que consolidó la identidad de los argentinos y favoreció la asimilación de los inmigrantes.

 

También debemos a Roca la edición de las obras completas de Alberdi y de Sarmiento, la promulgación de la Ley 1130 de Moneda Nacional (que permitió tener un sistema unificado de moneda hasta entonces inexistente), la organización de los Territorios Nacionales de La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chaco y Formosa, (otro paso en las consolidación de las fronteras), la Ley de creación de la capital bonaerense (La Plata), la creación de los Tribunales de Justicia y el Registro Civil de la Capital, entre otras iniciativas. Y en su segunda presidencia la creación del Servicio Militar Obligatorio.

 

Más importante aún -y vinculado a la campaña del desierto- la firma del Tratado de Límites con Chile, en 1881, que consagraba el dominio argentino sobre la Patagonia y da origen a los territorios de Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.

 

La furibunda campaña antirroquista de los últimos años, ha reducido la obra de Julio Argentino Roca, dos veces presidente de la Argentina (1880-1886 y 1898-1904), a la Conquista del Desierto, anacrónicamente presentada como un genocidio, a la vez que otras políticas y realizaciones de su gestión son ensalzadas sin mencionar su autoría: la federalización de Buenos Aires, la derrota del porteñismo, la educación pública, e incluso la laicización del Estado que hoy tantos progresistas invocan como si no existiera ya.

 

Roca lo hizo, hace más de un siglo.

 

Esperemos que haya legado la hora de volvérselo a reconocer.

¿ESTAMOS EN GUERRA CON BUENOS AIRES?

 


 el debate que la Vuelta de Obligado suscitó en los parlamentos de Inglaterra y Francia

 

Pablo Yurman

 

Infobae, 18 Nov, 2023

 

La guerra que sostuvo nuestro país, por espacio de cinco años, contra la armada anglo-francesa en la década de 1840, y que tuvo como fecha icónica el 20 de noviembre de 1845, día del Combate de la Vuelta de Obligado sobre el río Paraná, fue cubierta con marcado interés por la prensa internacional y, además, constituyó tema de permanente debate en los parlamentos tanto de Inglaterra como de Francia.

 

Para comprender los motivos por los que ambas potencias decidieron financiar una armada que superaba el centenar de buques, en su mayoría mercantes, escoltados por una veintena de naves de guerra, debe tenerse en cuenta el contexto internacional de mediados del siglo XIX.

 

Eran años en los que en varias partes del mundo se asistía a una expansión del colonialismo británico, y también francés, que por la vía diplomática o por el uso de la fuerza -recordemos que se trataba de las principales potencias militares y económicas de la época- obtenían en todos lados las más variadas concesiones de diversos pueblos sometidos. Por ejemplo, el primer ministro Lord Robert Peel logró la firma del Tratado de Nankín con China en 1842 por el cual se puso fin a la primera guerra del opio, y le permitió a Inglaterra apoderarse de la célebre isla de Hong Kong (cuyo control retuvo hasta su cesión en 1997) y la apertura económica de China a sus productos industriales. Era una época en la que la diplomacia británica no aceptaba de buen grado una negativa a sus demandas por parte de otros países.

 

Los franceses no se quedaban muy atrás. Y en tren de reivindicaciones territoriales sostenían un vasto imperio colonial en todos los continentes. Al tiempo que inventaban el término “Latinoamérica” (jamás usado en los siglos precedentes), no se privaron ni de bombardear el puerto mexicano de Veracruz (1838) ni de instalar a un emperador dócil a la sugerencia de establecer un tutelaje galo sobre México, como fue el caso del desdichado Maximiliano (1864-1867).

 

Era, por tanto, cuestión de esgrimir una buena excusa para iniciar formalmente hostilidades contra una nación que, como la Argentina, controlaba la comercialmente estratégica boca del estuario del río de la Plata, la que a su vez constituía el paso previo para la navegación por los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay, que eran la llave de ingreso al interior del continente.

 

Máxime cuando había un punto débil para la Argentina de aquellos años que será astutamente aprovechado por las potencias invasoras: nuestra guerra civil entre unitarios y federales que había provocado el exilio de muchos de los primeros en Montevideo, desde donde prestarían su ayuda a los enemigos externos del país.

 

Francia usó como excusa el reclamo al gobierno presidido por Juan Manuel de Rosas de que a sus ciudadanos se les diera el mismo trato privilegiado que ya tenían los residentes británicos en nuestro país (concesión que venía de tiempos de Bernardino Rivadavia). Por su parte Inglaterra reclamaba que los ríos internos en territorio argentino fuesen de libre navegación internacional, es decir, que naves de bandera británica circularan por ellos sin necesidad de autorización del gobierno argentino.

 

Años antes habíamos mantenido un conflicto militar similar con Francia, entre 1838 y 1840, que se concluyó con la firma del Tratado Arana-Mackau. Al respecto señala Edmundo Heredia (en Un conflicto regional e internacional en el Plata. La vuelta de Obligado) que “la prepotencia francesa desnudó su imperialismo al mezclar sus pretensiones comerciales con su apoyo a los unitarios proscriptos, entrometiéndose así en una cuestión interna de los rioplatenses. Las concretas intervenciones de fuerzas navales francesas acompañadas de declaraciones y otras actitudes nada amistosas del gobierno de Francia, eran una demostración ostensible de su decisión de mantener siempre una presencia activa en el continente”.

 

La negativa argentina, expresada en un incesante intercambio de notas diplomáticas entre nuestro canciller, Felipe Arana, y los funcionarios europeos, se mantuvo incólume, lo que derivó en el inicio de hostilidades. La resistencia militar argentina en la Vuelta de Obligado fue saludada por los pueblos americanos que la reivindicaron al nivel de una segunda guerra por nuestra independencia. Resultó que nuevamente ingleses y franceses deberían lidiar con uno de los pocos pueblos del planeta dispuesto a hacerles frente.

 

Dice Vicente Sierra en su Historia de la Argentina que “ya en enero de 1846 en el Parlamento inglés se hizo escuchar la voz de la oposición liberal ante un desarrollo de los hechos del Plata que no se ajustaba a lo que la mayoría había supuesto.” (tomo IX, pág. 275). Y agrega respecto de las bases para una salida negociada a la crisis, propuesta formulada por Rosas a través del representante argentino en Londres, Manuel Moreno, que “Lord Aberdeen dijo ante la Cámara de los Lores, el 19 de febrero de 1846, que si bien se trataba de proposiciones inadmisibles, ‘podían muy prontamente conducir a un arreglo amistoso de toda la cuestión.”

 

El 23 de marzo de 1846 Lord Peel fue interpelado en el parlamento, sitio en el que tuvo que responder las preguntas del vocero de la oposición, Lord Aberdeen (tiempo después pasará de la oposición al gobierno). A las preguntas relacionadas con el estado de la cuestión del Plata, a saber: si existía un estado de guerra entre Gran Bretaña y la Confederación Argentina, y fundamentalmente, sobre las perspectivas que razonablemente tendría el asunto, Peel respondió diciendo: “¿Estamos en guerra con Buenos Aires? No ha habido declaración de guerra. Hay un bloqueo de ciertos puertos del Río de la Plata pertenecientes a Buenos Aires; pero no entiendo que el establecimiento de un bloqueo importe necesariamente un estado de guerra. La segunda pregunta del noble Lord es si las operaciones de carácter más hostil en las márgenes del río Paraná tenían la sanción previa del Gobierno. Dije ya que no había dado instrucciones ningunas al representante del gobierno o al comandante de las fuerzas navales además de las que fueron comunicadas a la Cámara, y aunque parezca singular hasta hoy no se ha recibido aún una explicación amplia o satisfactoria de los motivos que hubo para la expedición del Paraná…”(citado por Vicente Sierra en Historia de la Argentina).

 

Sostiene Heredia que “las razones por las cuales, entre otras alternativas, la flota conjunta decidió forzar el paso fluvial en lugar de atacar un puerto o llevar a cabo alguna otra medida de fuerza, o hasta declarar la guerra, son por ahora objeto de conjeturas. Resulta extraña la pretensión de colocar mercaderías contenidas en casi una centena de barcos, en un mercado incierto y de escasa población; es poco creíble que comerciantes y fuerzas armadas creyeran realizar un buen negocio, en términos estrictamente comerciales. La hipótesis que parece más plausible, que puede inferirse por los hechos ocurridos, es que la opción procuraba movilizar en contra de Rosas a las provincias situadas al Norte (Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes) y al Paraguay; es decir, producir un hecho detonante que provocara una reacción generalizada contra Rosas.”

 

En efecto, varios documentos y testimonios de la época dan cuenta del interés por parte del Brasil de sacar ventajas de la intervención europea en perjuicio de la Argentina, procurando su debilitamiento en combinación con el Paraguay. Llegó a manejarse la posibilidad de crear una artificial República de la Mesopotamia, es decir, el desmembramiento del territorio argentino.

 

Las tensiones parlamentarias en Francia estaban a la orden del día a raíz de los sucesos en Sudamérica. François Guizot era el ministro de relaciones exteriores francés y será poco tiempo después primer ministro coincidiendo con el reinado de Luis Felipe. Al comparecer a la Asamblea Nacional fue duramente interpelado por un viejo adversario, Adolfo Thiers, en línea similar a la de los parlamentarios ingleses.

 

Al respecto expresa Sierra que “Guizot no podía defenderse muy eficazmente, pues su política rioplatense distaba de ser coherente, revelaba contradicciones, de manera que se limitó a exponer que no se podía aún hablar de que la intervención hubiera fracasado. La verdad era, en cambio, que ni Guizot ni Aberdeen lograban explicarse cómo no habían triunfado.”

 

Constituye un lugar común en ciertos sectores de nuestra historiografía, guiados más por prejuicios que por rigor y exhaustividad histórica, considerar a la actitud argentina de resistir las demandas extranjeras como un capricho de Rosas. Además de omitir decir que ese conflicto culminó con una victoria diplomática de nuestro país, olvidan que al tiempo que fue una guerra internacional, también lo fue regional, en la que por una suma de intereses y circunstancias se jugaba nuestro destino: o salvaguardar nuestra integridad y dignidad, o atomizarnos en un mosaico de pequeños estados irrelevantes en el tablero internacional.

SAN MARTÍN, PRIMER EXILIADO

 

 

Alejandro Alberto Díaz Bessone

 

Infobae, 10 Oct, 2023

 

Hace unos días tuve la oportunidad de viajar a París y, como admirador de San Martin, me sentí alentado a concurrir nuevamente el edificio de la calle Saint Georges nro. 35. Allí donde el General tenía su casa en esta ciudad capital.

 

En anteriores visitas traté de ingresar al inmueble pero no había podido concretarlo. Ahora, que disponía de tiempo, estaba decidido a esperar a algún morador que me permitiera entrar y así conocer más detalles de la vida del General. Con buen ánimo me paré delante de la puerta de doble hoja donde seguramente San Martin entraba con su carruaje cuando venía de Grand Bourg.

 

Mientras esperaba comencé a relacionar el exilio del Padre de la Patria iniciado aquel 10 de febrero de 1824, con el de tantos argentinos que hoy se ven obligados a partir buscando mejores horizontes.

 

Recordamos que las Provincias Unidas en esa época estaban sumidas en la anarquía, luchas intestinas, latrocinio, pobreza, por mencionar algunas condiciones que lamentablemente persisten hoy impulsado a los jóvenes a salir del País.

 

Con sus 46 años a pesar de los achaques propios de la dura vida en campaña tenía la fortaleza para partir dejando sus amigos, camaradas de armas y también bienes, tales como el Estandarte de Pizarro y su sable corvo, que quedaron guardados en su finca de Mendoza. “Qué dolor debe haber sofocado su corazón”.

 

La distancia suele darnos una visión más estratégica alejada de lo táctico y coyuntural. Desde esa perspectiva se dimensionan mejor las disputas pre electorales, encaramadas por políticos de siempre, carentes de patriotismo y de vocación de servicio, algunos de los cuales llevan 40 años viviendo a costa del estado, y de otros nuevos saturados de egocentrismo que también alientan las desilusiones y falta de esperanza de nuestros jóvenes. Olvidando la esencia de lo que somos, tan bien expresado por Borges: “Nadie es la patria, pero todos lo somos. Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, ese límpido fuego misterioso”.

 

Cuando viajamos es casi inevitable hacer uso de esa herramienta básica del conocimiento tan bien señalada por Edgar Morín, la comparación, cuando trata el problema de la complejidad por cierto tan parisina o, más ampliamente, tan francesa. Complejidad que vivió San Martín en la época pos napoleónica.

 

Pese a situaciones sociales complicadas, en este país todavía es posible percibir como se respetan las garantías individuales y las instituciones, la consideración a los demás, la educación de las personas de todas las clases sociales se respira en la calle, a diferencia de nosotros que alimentados por “la grieta” dejamos de ser educados y de respetar al prójimo. Llama la atención la consideración que se tiene por los militares que custodian las estaciones de trenes y objetivos estratégicos. Nosotros, después de 50 años de finalizada la lucha interna armada contra los grupos guerrilleros que pretendían hacer de Argentina una nueva Cuba, estamos juzgando hoy, por venganza, a los que en esa época eran subtenientes y cabos, encarcelándolos a partir de causas armadas con fines deleznables.

 

Mientras esperaba delante de la casa que fuera del Padre de la Patria, vinieron a mi memoria los sentimientos del General que lo llevaron a la decisión de radicarse en Europa. Recordaba una parte de la carta que le escribió a su entrañable amigo Bernardo O’Higgins, donde le expresaba desde Bruselas como extrañaba su querida Mendoza: “Vivo en una casita de campo, a tres cuadras de la ciudad, en compañía de mi hermano Justo; ocupo mis mañanas en la cultura de un pequeño jardín y en mi taller de carpintería; por las tardes salgo a paseo y las noches en la lectura de algunos libros alegres y en papeles públicos; he aquí mi vida. Usted dirá si soy feliz. Sí, amigo mío, verdaderamente lo soy. A pesar de esto ¿me creerá usted, si le aseguro, que mi alma encuentra un vacío que existe en la misma felicidad? ¿Sabe usted cuál es? El de no estar en Mendoza. Usted reirá, hágalo, pero le protesto que prefiero la vida que seguía en mi chacra, a todas las ventajas que presenta la culta Europa y sobre todo este país, que por la libertad de su gobierno y seguridad que en él se goza, le hace un punto de reunión de un inmenso número de extranjeros”.

 

La primera sensación que me da esta inmensa ciudad, es que a pesar del intenso movimiento conserva la paz y el sosiego, ¿será esto lo que llaman seguridad?, la gente camina con tranquilidad, los conflictos que desde ya existen, se viven diferente, no se perciben extremos de pobreza. Seguramente el General lo primero que buscó después de tantos enfrentamientos fue la “tranquilidad” que hoy no existe en nuestro país al igual que cuando él partió. Pensó en las condiciones para la educación de su hija Mercedita, que a similitud de esa época hoy son muy difíciles especialmente para aquellos, cada vez más numerosos, que no pueden pagar una educación privada de calidad. El general, al igual que los padres de ahora, quería lo mejor para su hija y, lamentablemente, nuestro país se lo negaba.

 

Recordaba el valor de la amistad y consideración de Alejandro Aguado que le permitieron comprar la casa que tengo frente a mí cuando el general solía sufrir el olvido de los gobiernos en el envío de las pensiones tan bien merecidas. Cabe aclarar que en la época que San Martín la habitó, solo tenía tres pisos y fue modificada en 1949, luego de la destrucción parcial que provocó un proyectil de obús caído en la segunda guerra mundial y reconstruida a cinco pisos.

 

Indudablemente Aguado lo oriento económicamente y el General pudo superar las estrecheces económicas en un país estable que le permitía pensar en el futuro. En Argentina que difícil resulta planificar la vida, hace décadas que no tenemos estabilidad mientras crece la pobreza a valores indignos de quienes hemos sido beneficiados por la Naturaleza. Después de casi 200 años de la partida del Libertador, ¿Qué decir a los jóvenes para que no se vayan, en un mundo cada vez más globalizado donde los sentimientos patrióticos se ven menguados?

 

Mientras esperaba que alguien abriera la puerta del edificio de la calle Saint Georges, pensaba en lo que me habían dicho en esos días mis amigos franceses, cuando les pregunté cómo veían a mi querido país, y me afirmaban la dificultad para entendernos. Ellos que sufrieron guerras no sólo en Europa, sino también las coloniales como Indochina y Argelia, lo primero que hicieron fue mirar al futuro y dejar de lado el pasado lleno de rencores. Uno decía “Los argentinos son soberbios, se pelean entre ustedes y tienen muchísima corrupción” y otro aportaba “un país rico como el de ustedes sería otra cosa con un gobierno alemán”.

 

Me llamo la atención que dijera un gobierno alemán y no francés y le pregunte porqué alemán, y me contestó “porque tienen mejores jueces y leyes, educación y conciencia nacional que cualquier otro país de Europa. Son capaces de reconstruir lo que fue destruido en el menor tiempo que cualquier otro y son menos corruptos”. Irónicamente pensé que quizás deberíamos votar en las próximas elecciones a algún candidato alemán, pero creo que no hay ninguno en las listas sábana.

 

Finalmente luego de más de una hora salió una señora del edificio y en un sencillo francés le explique lo que hacia allí. Me dijo amablemente que debía buscar a su hijo del colegio pero si esperaba media hora más, me haría pasar, y así lo hice.

 

Mientras aguardaba, recordé que San Martin intento volver al país en 1829, pero ni siquiera desembarcó porque ya existía “la grieta” entre unitarios y federales y, ante esa situación, para evitar ser “usado” por alguno de los bandos en pugna partió nuevamente a Europa. Hoy los argentinos también huyen de “la grieta” que nos deja sin porvenir. Algo mal habremos hecho y hacemos para que en casi 200 años, nada haya cambiado, salvo lo realizado por la generación dorada del 80, con el Grl Roca a la cabeza, hoy hostigado por parte de la “grieta”.

 

Al regresar la señora con su hijo pude pasar. Una profunda emoción me invadió cuando entré al edificio. Me concentré en observar con detenimiento el edificio remodelado. En su planta baja hay un restaurante que ocupa todo el espacio salvo el departamento de portería. Allí en 1835, estaba el depósito de víveres, la cocina y las habitaciones para la servidumbre. En el primer piso vivía la familia San Martin. Hoy en los cuatro pisos del edificio hay departamentos que pertenecen a diferentes dueños, la mayoría de dos dormitorios. Es claro que nada es similar a la época que vivió el General. Una escalera clásica importante muy bien mantenida, un ascensor en ese tiempo inexistente, la construcción conserva su estilo exterior pero que en el interior tienen todo el confort de la actualidad. Pude observar que se mantiene de la época el piso de adoquines de la entrada del edificio, de tres por diez metros aproximadamente y que era donde debía entrar el carruaje del Libertador. En el fondo de ese pasillo largo se veía el pulmón de manzana donde seguramente estarían las caballerizas. El interior del edificio está mejor mantenido que el exterior.

 

Como sabemos el General vivió allí 13 años, sobre todo los inviernos, desde 1835 a 1848, cuando finalmente partió a Boulogne Sur Mer, su última parada.

 

Agradecí a la Sra. su amabilidad y me retiré. Cruce la calle y observé antes de marcharme nuevamente el edificio pensando en lo confortable que habrá sido para nuestro querido General.

 

Abstraído en esos pensamientos me detuve en uno de esos tantos cafecitos franceses donde todos miran a la calle y aproveché para volver a la actualidad conectándome a internet. Allí me entere que el dólar estaba a 800 y subiendo, que aprobaron la reducción del impuesto a las ganancias aunque después venga el infierno, que se forjan nuevas alianzas prebendarias entre quienes supuestamente son adversarios, que el debate de los candidatos fue muy pobre, del “Bandido” de Insaurralde y otras muchas noticias que desalientan hasta al más noble de nuestros ciudadanos.

 

Precisamos un proyecto de vida en común que alimente la esperanza para que el próximo gobierno comience a dar los pasos para iniciar la transformación que necesitamos para que nuestros hijos y nietos no se exilien y tengan un futuro en la Patria por la que lucho y soñó San Martin.

 

*El autor es General retirado del Ejército Argentino