LOS COLORES DE LA BANDERA




Por: Fernando Romero Moreno

Crítica Revisionista, 3-6-20

Los colores azul y blanco de nuestra bandera poseen un rico simbolismo, arraigado en la historia más antigua de la Patria. En 1761 el rey Carlos III consagró España y las Indias a la Inmaculada, proclamando a la Virgen María Patrona de sus reinos y diez años después, en 1771, creó una Orden Real en su honor (que aún existe en España), cuyos caballeros debían portar un medallón y una cinta con los colores azul y blanco. Le correspondió luego al rey Carlos IV cambiar la banda real de la Orden, estableciendo una nueva que fuera blanca en el medio y azul en ambos costados. Es la que se ve en los cuadros de Reyes españoles de la Casa de Borbón, tanto en los de la rama isabelino-alfonsina que gobernaron de hecho, como en los de la rama carlista. Estos colores fueron también, en nuestras tierras, los del Escudo de Buenos Aires, los del Consulado porteño, los enarbolados por soldados voluntarios que participaron en la Reconquista de esta Ciudad en 1806 (como distintivo de reconocimiento a la Virgen de Luján) y por los Húsares de Pueyrredón en la Defensa, durante las jornadas de 1807.
También fueron usados por algunos partidarios de la Junta de Mayo con posterioridad a su instalación (no French y Beruti, como se sigue afirmando de modo erróneo, quienes el 25 de mayo de 1810 sólo repartieron cintas blancas con la imagen de Fernando VII) y el mismo Belgrano, al disponer que azul y blanco fueran los propios de la escarapela (él dijo “celeste”, que en rigor es una tonalidad del azul, pero esto, que es importante en heráldica, no lo es en vexilología). El 27 de febrero de 1812, siendo las 18:30, a orillas del Paraná y frente a la entonces Villa del Rosario, Belgrano enarboló la bandera celeste y blanca (probablemente con solo dos franjas, blanca la superior y azul la inferior). Las baterías Libertad e Independencia, en cuya cercanía la izara, fueron bendecidas por el Padre Julian Navarro, pero la primera bendición de la bandera propiamente dicha se realizó el 25 de mayo de 1812 en la Provincia de Jujuy a cargo del canónigo Juan Ignacio Gorriti. El 13 de febrero de 1813, en el Río Pasaje (hoy Juramento), las tropas del Ejército prestaron juramento bajo bandera a las autoridades centrales y el 20 del mismo mes y año, lograron una importante victoria en la batalla de Salta, la primera de nuestra historia presidida por la Bandera creada en Rosario.
          ¿Por qué razón eligió Belgrano esos colores? Es mucho lo que se ha debatido al respecto hasta el día de hoy. El comunicado de Belgrano al Triunvirato es muy escueto al respecto: “Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, mandela hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la Escarapela Nacional”. Pero el asunto es más complejo. Lo primero que hay que entender es cómo interpretaba Belgrano la deposición del Virrey Cisneros y la instalación de la Primera Junta en 1810. Así se lo explicaba el 20 de febrero de 1811 al General Cabañas con ocasión de la Expedición al Paraguay: “Soy verdaderamente Católico, Apostólico, Romano y también fiel vasallo de Su Majestad el señor Don Fernando VII (…). Aspiro a que se conserve la Monarquía Española en nuestro patrio suelo si sucumbe la España al poder del tirano, del usurpador más infeliz, Napoleón, cuyo yugo han querido que suframos los malos españoles europeos (es decir los “afrancesados”) y algunos americanos engañados (…). Yo he traído las armas para sostener tan santa y sagrada causa como la sostendré con los míos hasta perder la última gota de nuestra sangre”. Era la misma explicación que dieran por entonces o pocos años después Cornelio Saavedra, Mariano Moreno, Domingo Matheu, el Congreso de Tucumán en su Manifiesto a las Naciones de 1817, el Padre Castañeda, Tomás Manuel de Anchorena y Juan Manuel de Rosas, entre muchos otros protagonistas o testigos de esos hechos. El testimonio de Anchorena interesa sobremanera en esta materia, pues no sólo participó de los hechos del Año X y fue miembro del Congreso de Tucumán, sino que además se desempeñó como secretario de Belgrano en el Ejército del Norte (1).
Lo explicaba precisamente Anchorena en carta a su primo Don Juan Manuel de Rosas con estas palabras: “Vsd. sabe que…se estableció el primer gobierno patrio a nombre de Fernando VII, y que bajo esta denominación, reconociendo por nuestro Rey al que lo era de España, nos poníamos sin embargo, en independencia de esta nación, que consideraba a todas las Américas como colonia suya; para preservarnos de que los españoles, apurados por Napoleón, negociasen con él su bienestar a costa nuestra, haciéndonos pavo de la boda. También le exigimos, a fin de aprovechar la oportunidad, de crear un nuevo título para con Fernando VII y sus sucesores, con que poder obtener nuestra emancipación de la España, y que considerándosenos una nación distinta de ésta, aunque gobernada por un mismo rey, no se sacrificasen nuestros intereses a beneficio de la Península española”. Es lo que expresaba también una Canción Patriótica de aquellos años, que decía:

“La América tiene
el mismo derecho
que tiene la España
De elegir gobierno;
Si aquella se pierde
por algún evento
No hemos de seguir
La suerte de aquellos”

         Además de ese motivo de “fidelidad fernandista”, dichos colores eran los propios del vestido y manto de la Santísima Virgen. Y la naturaleza “mariana” de nuestra bandera no era sólo un efecto traslaticio de sus orígenes borbónicos, sino que respondía a la voluntad explícita de su creador. Así lo explicaba el Padre Alberto Ezcurra, siguiendo una serie de citas documentales y bibliográficas que fueron seleccionadas en su momento por la Revista Mikael, del Seminario de Paraná: “José Lino Gamboa – afirmaba Ezcurra -, que era miembro del Cabildo de Luján junto con un hermano de Belgrano y que estaba allí cuando Belgrano pasa con sus tropas, escribe: ‘Al darle Belgrano los colores azul y blanco a la bandera de la patria había querido, cediendo a los impulsos de su piedad, honrar a la Pura y Limpia Concepción de María de quien era ardiente devoto, por haberse amparado en su Santuario de Luján’. Y el otro testimonio, que es el del Sargento Mayor Carlos Belgrano, hermano de Manuel Belgrano, desde 1812 Comandante Militar de Luján y Presidente del Cabildo de Luján.

Y dice Carlos Belgrano: ´Mi hermano tomó los colores de la Bandera del manto de la Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto’”. Como puede advertirse, todos estos datos y testimonios analizados conjuntamente permiten corroborar la naturaleza tanto hispánica como mariana de nuestra enseña patria, a diferencia de otro tipo de explicaciones o bien ridículas (“los colores del cielo”) o bien insuficientes (los colores de la escarapela a que alude Belgrano, que él mismo había creado). Y por lo mismo no resulta caprichosa la opinión de quienes sostienen que Belgrano también eligió los colores azul y blanco de los Borbones para poder distinguirlos de los ejércitos enemigos que usaban la bandera blanca con la Cruz de San Andrés, siendo también realistas. Esto se explica pues, hasta 1815, la guerra no había sido, en general (nos referimos al Río de la Plata) entre secesionistas y realistas sino entre realistas autonomistas y realistas centralistas. Esos colores de los Borbones le permitían a Belgrano combatir contra el Consejo de Regencia sin que eso significara una rebelión contra el Rey. Con todo, el Triunvirato vio en esto un peligro y le exigió a que no usara la nueva Bandera.

          Con posterioridad a estos hechos y a la Expedición del Ejército del Norte, Belgrano viajó a España por orden del Directorio a fin de parlamentar con el Rey, toda vez que la idea de independizarnos del monarca y no sólo de la España peninsular, era sólo sostenida (en el Río de la Plata) por Artigas (debido a la ocupación de la Banda Oriental por los portugueses a pedido de los realistas centralistas) y por San Martín (convencido que una independencia justificada en fundamentos concretos era la opción más prudente, pues ya no se podía lograr un acuerdo con España, aunque él insistiera entonces y después en procurar una paz honrosa tanto para la Corona como para los americanos). No parece pues que Belgrano haya creado la Bandera con la intención de tener, en ese momento, una enseña “nacional” (la Argentina como tal no existía, sino que todos se reconocían españoles americanos de distintas regiones) aunque sí pudo pensar que serviría como tal, en caso que España sucumbiera del todo ante Napoleón o Fernando VII volviera con imposiciones inaceptables (que es lo que al final sucedió).
La misión de Belgrano y Rivadavia en España era felicitar a Fernando VII por su restauración en el Trono, lograr que se garantizase la autonomía al Río de la Plata (tal vez sobre nuevas bases jurídicas) de la que gozaban todos los Reinos de Indias desde 1519 por decisión de Carlos I ( V del Sacro Imperio) junto con su naturaleza de territorios inalienables e indivisibles, e impedir o dilatar la expedición punitiva decidida por el Rey contra los “realistas autonomistas” y los ya declarados “emancipadores”. Los tres derechos de los Reinos americanos (autonomía, inalienabilidad e indivisibilidad) venían siendo conculcados por los sucesivos Reyes españoles de diversos modos desde la llegada de los Borbones. Basta con mencionar el Tratado de Permuta con Portugal (1750) por el que se enajenaron las Misiones Orientales (y que ocasionó la famosa Guerra Guaranítica), el trato de “colonias” que (de hecho y verbalmente) se nos venía dando desde 1768,  la “farsa” de Bayona por la que fuimos entregados a Napoleón, la traición de los “afrancesados” sumisos a José Bonaparte y el ilegítimo Consejo de Regencia (sujeto a la doble influencia inglesa como francesa), etc. A pesar de todo esto (el Manifiesto a las Naciones del Congreso de Tucumán, publicado en 1817 lo dice con claridad), no se rompieron los vínculos de fidelidad con el Rey hasta que Fernando VII mostró con claridad su verdadero rostro, absolutista, vengativo y acomodaticio. (2)
          Belgrano y Rivadavia, en cumplimiento de la misión encargada por el Director Supremo, se dirigieron primero a Brasil, para entrevistarse con Lord Strangford y la Princesa Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII. Algunos por ingenuidad y otros por felonía, confiaban en la mediación inglesa. La realidad es que en 1814 Gran Bretaña había renovado su alianza diplomática y militar de 1808 con España, de modo que no le interesaba alentar independencias, sino sólo garantizar el libre comercio, la libertad de cultos y, en caso de consolidarse comunidades independientes “de facto”, procurar dividirlas en la medida de lo posible (el caso de la Banda Oriental entre nosotros es emblemático). Por eso el embajador inglés animó a Belgrano y Rivadavia a viajar a Madrid para lograr un acuerdo con el Rey y evitar la expedición punitiva, revelándoles al mismo tiempo el plan “cipayo” propuesto por Carlos María de Alvear a Gran Bretaña, que tanto Rivadavia como Belgrano dejaron sin efecto.
En cuanto a Carlota Joaquina y al Príncipe Regente, se negaron a recibirlos. En marzo de 1815 ya estuvo claro que las gestiones ante Madrid serían infructuosas y el 17 del mes siguiente se dejó de izar la bandera rojigualda en el Fuerte de Buenos Aires, comenzándose a usar la azul y blanca, aunque no podamos afirmar que haya una relación de causalidad entre uno y otro de los hechos. Sarratea (que ya estaba en Londres desde 1814) junto con Belgrano y Rivadavia, insistieron ante distintas personalidades con otros proyectos, pero todos fracasaron. Belgrano regresó en noviembre de 1815 a Buenos Aires y se convirtió desde entonces en uno de los más ardientes defensores de la Independencia tanto del Rey como de la España peninsular (más no de los valores religiosos y culturales de la Hispanidad) bajo un régimen monárquico limitado. No faltan quienes sostienen que, aun admitiendo la sinceridad del sector “conservador” de las Independencias americanas como los errores de la Corona Española, esos protagonistas no se dieron cuenta que estaban sirviendo sin darse cuenta al objetivo británico de destruir al Imperio Hispánico.
Es curioso que varios de ellos desconozcan o no den importancia a los proyectos de mantener unidos los Virreinatos, independientes de España pero aliados de un modo u otro a la Corona de Castilla, como sucediera con la propuesta del carlotismo en el caso de Belgrano, al menos como la explica Lozier Almazán; la de Miraflores y Punchauca en el caso de San Martín, bien analizada por De la Puente Candamo, Steffens Soler o Diaz Araujo; o el Plan de Iguala de Ithurbide, figura defendida, entre otros, por el P. José Macías S.J. Todos estos  planes (pensados para los Virreinatos de Nueva España, del Perú y del Río de la Plata) fueron obstaculizados o por agentes ingleses o por la ineptitud de Fernando VII. Es probable que sí fuera distinto lo sucedido en el Virreinato de Nueva Granada, pero es un caso que debemos estudiar con más detenimiento. Si Belgrano, San Martín o Ithurbide no hubieran tenido en cuenta lo que estaba en juego a nivel internacional, jamás se habrían arriesgado a conducir planes para salvar América y el Imperio Español bajo nuevas modalidades, que les costó la falsificación de sus biografías, la difamación en vida o después de muertos, en algún caso la persecución y el exilio (como  sucediera con San Martín) y en otros la pena de muerte (como pasó con Ithurbide). Es probable que algunos vieran las cosas con más claridad que otros o que fueran descubriendo progresivamente qué papel jugaba Gran Bretaña en todo esto. Pero esos mismos críticos de las independencias americanas (Luis Corsi Otálora, Julio González, Miguel Ayuso, José Antonio Ullate Fabo, Patricio Lons, etc) , no parecen ecuánimes cuando tienen que hablar de la enorme responsabilidad que en esta tragedia tuvieron Felipe V, Fernando VI, Carlos III, Carlos IV, Fernando VII, el Consejo de Regencia, las Cortes de Cádiz o figuras como Murillo, Valdez o Cevallos.
          Nuestra Independencia se declaró finalmente el 9 de julio de 1816 en Tucumán y el Congreso que la declaró dispuso en 1818 que la enseña creada por Don Manuel Belgrano fuera la Bandera de las Provincias Unidas de Sud América, que con el tiempo darían lugar a la República Argentina. Era una Independencia pensada para conservar unidos al Bajo y Alto Perú, Chile y el Río de la Plata bajo un régimen monárquico y católico. Esa bandera enraizada en nuestra Tradición hispánica y en la devoción a la Virgen (al fracasar el proyecto unitivo surgieron otras tantas banderas como estados nuevos se fueron creando) es la que nos distingue entre los variados pueblos del orbe. Sepamos valorar y defender su simbolismo como su vera historia



Notas:
1)      No es un dato menor saber que la bandera creada e izada por primera vez en Rosario fue confeccionada (según una importante tradición oral) por Doña María Catalina Echevarría, hermana del Doctor en Leyes Don Vicente Anastasio Echevarría (rosarino, quien en el Cabildo del 22 de mayo votara por la deposición del Virrey), amigo de Belgrano y el cual, habiendo quedado huérfano, fuera criado junto con todos sus hermanos por otro vecino ilustre de la Villa del Rosario, Don Pedro Tuella y Monpesan, opuesto (a diferencia de Don Vicente Anastasio) a lo decidido en Mayo de 1810. Tuella, años antes, había compuesto un soneto contra la Revolución Francesa, donde atacaba con brío a los libertinos, jacobinos y bonapartistas, a la vez que defendía a España como madre amorosa (como puede verse, un auténtico “contrarrevolucionario católico” rosarino, de quien nos ocuparemos en otro artículo). Postura que no empaño las buenas relaciones entre Tuella y Echevarría. La bandera original (que no se conserva) fue confeccionada con telas que vendía el propio Tuella.
2)      No olvidemos sus buenas relaciones con Napoleón; su rechazo a los liberales de las Cortes de Cádiz con quienes sin embargo pactó con ocasión de la Revolución de Riego, para luego volver a traicionarlos en 1823; su apoyo a los proto-carlistas del Manifiesto de los Persas, con quienes se comprometió a restaurar la Monarquía Tradicional, para luego dejarlos de lado y reimplantar el absolutismo; y su violación de la ley de sucesión en favor de su hija Isabel, a quien rodeaban los liberales, contra los legítimos derechos de su hermano Don Carlos María Isidro, apoyado por los tradicionalistas.

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MALVINAS ARGENTINAS



 soberanía y unión nacional

La Prensa, 10.06.2020

Por Rodolfo D. Giacomozzi *

Hoy 10 de junio, conmemoramos la creación en 1829 de la Comandancia Política y Militar en Islas Malvinas y adyacentes al Cabo de Hornos, en el Mar Atlántico, a cuyo frente fue designado primer Gobernador y Comandante argentino Luis Elías Vernet; de familia francesa, aunque nacido en Hamburgo, se radicaría en Buenos Aires en 1817, muy interesado en la colonización de Puerto Soledad, teniendo en cuenta su experiencia en la administración de cargas navieras.

En los considerandos del decreto que plasma su nombramiento y que firma el Gobernador interino de la Provincia de Buenos Aires, Brigadier General Martin Rodríguez, se le ordena: "que la población de dichas Islas observen las leyes de la Republica y el cuidado en sus costas de la ejecución de los reglamentos sobre pesca de anfibios"…

La fecha fue elegida para conmemorar el Día de los Derechos Argentinos sobre las Islas irredentas, que a su vez coincidía con otro 10 de junio pero de 1770. En esa fecha los españoles habían expulsado a los ingleses, establecidos en una de las islas de la Gran Malvina.

España ejercerá el dominio de las islas a través de treintidos Gobernadores, que finalizara en 1811 con el último de ellos, el Oficial de Navío Pablo Guillen.

Con estos antecedentes, el 14 de noviembre de 1973, el Congreso Nacional y el Poder Ejecutivo, -para recordar y reafirmar el reclamo de soberanía sobre los territorios usurpados- sancionan y promulgan, el 30 de noviembre de ese mismo año la Ley 20561/73.

En su Art. 1°. dicha ley fija como "Día de la Afirmación de los Derechos Argentinos sobre Malvinas, Islas y Sector Antártico" el día 10 de Junio, expresión de soberanía que se celebrara todos los años en todo el país.

En nombre del Gobierno de Buenos Aires, Luis Vernet toma posesión de las islas el 30 de agosto de ese mismo año. Desembarca con su familia, una entusiasta peonada de gauchos, indios y morenos, junto a unos cincuenta colonos entre alemanes e ingleses. Habrá izamiento del pabellón nacional con cintas celestes y blancas en los sombreros de los pobladores, con salvas de veintiún cañonazos en medio de vivas a la Patria!. ..así lo relata su esposa María Sáenz de Vernet.

En medio de ese clima austral riguroso e inclemente, lograran desarrollar la incipiente economía isleña: promoviendo la exportación de cueros y carnes saladas, propiciando la distribución de tierras y cartografiando el archipiélago en toda su extensión. La documentación oficial como rubrica de soberanía, llevara el sello de distinción: "Armas de la Patria-Comandancia Malvinas".

La inmigración -en notorio aumento- llegara en un año a 300 habitantes. y como rimero familiar, el 5 de febrero de 1830 nace en el terruño isleño su hija Malvina Vernet.

Hasta la Revolución de Mayo, la monarquía española detentaba la posesión austral, desde las Islas Malvinas hasta el cabo de Hornos, respaldada por el derecho del primer ocupante, el consentimiento explicito de las potencias europeas de la época y obviamente por formar parte del Virreinato del Rio de la Plata, creado en 1776.

Al General Manuel Belgrano ,como miembro de la Primera Junta, le tocara liquidar los sueldos y gastos de Pablo Guillen, último gobernador español de Malvinas, que en febrero de 1811, hace abandono intempestivo de la comandancia, afectando los derechos soberanos que nos pertenecen - por sucesión de Estados- a las Provincias Unidas del Rio de la Plata. "Es necesario no olvidar, observa la Gaceta Mercantil, la importancia estratégica de Malvinas, llave del Atlántico Sur y del estrecho de Magallanes".

Con retraso gubernamental, recién a principio de 1820 y atento a la explotación indiscriminada e ilegal de ballenas y focas en los Mares del Sur, se toma la decisión de ocupar con todos los atributos legales la geografía de Malvinas.

El señalado para sostener económicamente la empresa, será un familiar de Juan José Castelli, el armador naviero empresario y garante de patentes de corso, Patricio Lynch, quien acepta alistar la fragata "La Heroína" de casi 500 toneladas y pertrecharla con treinta cañones.

Autorizado a emprender la aventura por el Director Supremo Juan Martin de Pueyrredon, se designa al coronel americano David Jewett, inscripto en el libro de corsarios, con reserva de la operación, "Código de Señales de la Armada" y el objetivo excluyente en el norte de su brújula: Malvinas!. Con ellos iba, sumado a la tripulación, el Subteniente de Marina, Luciano Castelli, sobrino del General Belgrano.

Cuando "La Heroína" navegaba por las heladas aguas del Atlántico Sur - por la zona en que fue torpedeado y hundido el Crucero ARA General Belgrano-, ese 20 de junio de 1820 transitaba hacia la inmortalidad el General Manuel Belgrano, entre el 25 de Mayo de la Libertad y el 9 de Julio de la Independencia. Coincidencias del destino.

El 27 de octubre de 1820 la fragata "Heroína" llegaba a Puerto Soledad. La novedad del arribo trasmitida por el capitán Jewett al Director de las Provincias Unidas, Juan Martin de Pueyrredon fue cursada mediante oficio como "Capitán de la Armada de las Provincias Unidas de Sudamérica". Nuestros territorios australes dejaban de ser enclave colonial español, tremolaba al fin jirón del cielo, la sublime enseña. El espíritu de Belgrano se hacía presente con su distintivo de soberanía, para distinguir lo que es de lo que no es.

Desde el punto de vista jurídico la proclama de soberanía de David Jewett es el título más relevante que como Nación podemos oponer a cualquier otro título que esgrima cualquier potencia como es el caso del Reino Unido. y así se debe accionar en los años sucesivos.

Las concesiones de explotación ganadera en la isla oriental de Malvinas al grupo empresario Vernet-Pacheco, -descriptas precedentemente- convalidan nuestros derechos. Vernet sumara a sus tareas, la misión de integrar a través de sus líderes y caciques, a la comunidad nativa tehuelche con la firme intención de extender la Comandancia al estrecho de Magallanes.

Esa expansión geopolítica de desarrollo malvinense, hará fruncir el ceño al Almirantazgo británico que en consecuencia, comienza su arrime naval de hostigamiento, planteándose la ocupación de nuestras Malvinas.

Tanto el Foreing Office como los juristas de la Corona, sustentan los títulos británicos de antigüedad de dominio y comunican al Gobierno de Buenos Aires, el 19 de noviembre de 1829, que no van a renunciar a su pretensiones.

Tomada la decisión por Gran Bretaña de invadir las Islas Malvinas, el comandante en jefe de la Estación sudamericana de la flota británica con sede en Rio de Janeiro, contralmirante Baker, imparte instrucciones al capitán Oslow, al comando del navío Clío, para que desembarque y consuma la expulsión de los ocupantes del Archipiélago, que rindan sus armas y que abandonen el territorio.

El 2 de enero de 1833 se lleva a cabo la usurpación y el desalojo . Nuestros marinos y civiles se rinden, sin chances de combatir ante una fuerza militar superior en medios. A su llegada a Buenos Aires, recibirán con vergüenza, el duro reproche del Almirante Guillermo Brown.

La perdida desde entonces de las Islas Malvinas, poseídas en justos títulos primero por España y luego por la Republica Argentina, es deber sagrado de los nacionales, el velar por la honra de su nombre, por la integridad de su territorio y por los intereses de los argentinos. "Esos derechos -dirá José Hernández no prescriben jamás".

Desde entonces nuestros reclamos históricos son permanentes. La Asamblea General de Naciones Unidas a través de la Resolución 2065, reconoce el conflicto en 1965 y lo caratula como acto de colonialismo, exhortando a quienes mantienen enclaves coloniales a devolverlos a sus legítimos poseedores. Nos acompañan en la misma dirección de nuestros reclamos el Comité Especial de Descolonización de Naciones Unidas, La Organización de Estados Americanos, Mercosur y todas las Cumbres Iberoamericanas.

Imborrable en nuestra memoria, la Batalla de Malvinas iniciada el 2 de abril de 1982, con sus fuerzas de aire, mar y tierra, por la recuperación de las tierras irredentas, nos llaman a la reflexión. El operativo de rescate de Malvinas era difícil. Siendo las fuerzas británicas la infantería de la OTAN en la defensa de Occidente frente al Pacto de Varsovia, tornaba quimérico el intento de alterar los términos de la geopolítica bipolar en esa coyuntura mundial.

Mas acá de las causales de política interior, la gesta sin mácula que libraron oficiales pilotos y soldados está inscripta en la mejor pagina de la historia nacional.

Y en esa marcial presencia en el teatro de operaciones no estuvo al margen el personal de la Aduana Argentina. Convocado sorpresivamente por orden superior, todo el personal de la Sección Brigada de Fondeo se unió a las fuerzas navales para realizar tareas de control y auxilio en altamar.

Los 16 brigadistas de Aduana, embarcados en el buque Piloto Alsina emprendieron una navegación hasta 180 millas náuticas de la costa argentina -altura Mar del Plata- para desde allí, hacer trasbordo a la Fragata Libertad.

El fondeo de guerra estaba orientado al control ocular de material bélico o personas de procedencia británica.

El Chino Corbelle, Víctor Schiavo, Lafalce, Lugones, Fernandez Doval, Pariente, Rossi, López, Islas, Crisafi, Usaurou, Cannata, Mortola, Caba, Chamorro y Fontana todos ellos aduaneros brigadistas de fondeo, centinelas del mar, no registraron deserciones en orden a una convocatoria ineludible.

A su regreso, después de 50 días de operaciones, desembarcados en el apostadero Naval de Buenos Aires, sobrellevaron el mismo sigilo que tuvo el arribo de los heroicos combatientes al volver de esa memorable lid anticolonialista que no tiene fin, sino objetivo: la recuperación soberana de las Islas Malvinas.

Abrigamos esa esperanza."Solo la esperanza tiene las rodillas nítidas, porque no registra genuflexión".

Que la recordación de esos sucesos de Afirmación de los Derechos Argentinos en Malvinas e Islas del Atlántico Sur, retemple nuestras convicciones de Soberanía Nacional sí, pero cobijada en los pliegues de la Unión Nacional, clave de nuestra felicidad como argentinos. En este año tan relevante en que conmemoramos el bicentenario del paso a la inmortalidad del Gral. Manuel Belgrano. -


* Secretario A.E.A.N.A.

BELGRANO: SUS VINCULACIONES CON SALTA



La Prensa, 03.06.2020

Por Rodolfo Leandro Plaza Navamuel

Procedente de Chile, el gran precursor Francisco de Aguirre funda definitivamente el 25 de julio de 1553 la ciudad de “Santiago del Estero Nueva Tierra de Promisión”, la que se convertiría en la ciudad madre, porque desde allí se hicieron expediciones en el dilatado Tucumán. De esa prodigiosa tierra proviene el linaje materno del general Manuel Belgrano, uno de los más grandes visionarios y hombres de avanzada como doctrinarios y sembradores de ideas en la historia argentina.

Manuel Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, nació un día como hoy, hace exactamente 250 años en Buenos Aires el 3 de junio de 1770, a pocos metros del templo de Santo Domingo y en el solar de la avenida porteña que lleva su nombre. Su padre fue el capitán Domingo Francisco Belgrano y Peri (descendiente de una familia genovesa, nacido en Oneglia, Italia el 15 de julio de 1730, aventajado comerciante en Buenos Aires, regidor del Cabildo y fallecido en el Río de la Plata el 23 de marzo de 1793, siendo sepultado en la iglesia de los dominicos en Buenos Aires) y su madre, fue doña María Josefa González Casero, nacida en Santiago del Estero. A través de ella, nuestro prócer hunde sus raíces genealógicas en suelo americano y cuyos padres fueron don Juan Manuel González de Islas, nacido en Santiago del Estero, y doña María Inés Casero Ramírez, nacida en Buenos Aires, hija a su vez, del bonaerense Martín Casero y de Micaela Ramírez, ambos nacidos en 1686.

Los abuelos paternos de doña María Josefa, son el fruto de ese complejo eslabón genealógico que se ensambla a través de un español y una hispanoamericana con ascendencia genovesa. En efecto, al casarse su abuelo don Juan Alfonso González de Aragón, nacido en Cádiz, España con doña Lucía Islas y Alva Bravo de Zamora, nacida en Santiago del Estero, se vincula a los Islas que provenían de Génova, y a los Alva Bravo de Zamora, de histórica raigambre en tierra americana. Los Bravo de Zamora, se entroncaban al maestre de campo Lope Bravo de Zamora, uno de los que acompañó al licenciado Hernando de Lerma en la fundación de Salta el 16 de abril de 1582, donde permaneció hasta el 28 de julio cubriendo el lugar de Lerma, quien había regresado a Santiago del Estero.

Es decir, que los antepasados del general Belgrano estuvieron en Salta desde la fundación misma y fue Belgrano quien libró allí doscientos treinta años más tarde, el 20 de febrero de 1813, una de las batallas independentistas más importantes de la historia Argentina.

En escritos anteriores me he referido a la victoria que el ejército de Belgrano obtuvo en la Batalla de Salta, a la generosa capitulación que le concedió a Pío Tristán, a los honores y premio que por sus servicios decretó la Soberana Asamblea General Constituyente, como a los numerosos gestos de desprendimiento del vencedor de Salta, pese a los grandes altibajos que debió afrontar en su vida dedicada al ejército y a sus magnánimas campañas.

Nuestro héroe, prosiguió la campaña del Alto Perú estableciéndose en Potosí y adoptando eficaces medidas de gobierno: dividió el país en ocho provincias, rehabilitó el Banco y la Casa de Moneda y nombró varios gobernadores (Arenales, Ortíz de Ocampo y Warnes) y se preocupó por los indígenas, que incondicionalmente le prestaron su colaboración. En nuevos enfrentamientos con los realistas sufrió los desastres de Vilcapugio, al Norte de Potosí el 1º de octubre de 1813 y de Ayohuma, al Norte de Chuquisaca, el 26 de noviembre del mismo año.

Advierte Paz Reguera que cuando Belgrano reemplazó a Pueyrredón, lo hizo visiblemente enfermo, pues había llegado tendido en un carruaje y aún con su salud precaria tuvo el patriotismo de realizar la campaña relatada. En virtud de que sus males continuaban, después de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, Belgrano pidió su relevo.

Poco después, San Martín aprovechando la llama revolucionaria dejada por Belgrano, planea la defensa del Norte con la participación directa de los gauchos comandados por Güemes a quien le sugiere un plan estratégico y lo destina a observar los movimientos del ejército realista, que bajo las órdenes del general Joaquín de la Pezuela ocupaba casi toda la provincia de Salta.

Aunque las relaciones entre Güemes y Belgrano habían comenzado tempestuosamente, lo cierto es que ambos fueron amigos entrañables. El general Manuel Belgrano, designado desde julio de 1816 nuevamente General en Jefe del Ejército del Norte, ayudó a Güemes en su lucha contra las invasiones de los realistas en Salta y Jujuy, aunque los favores que podía alcanzar siempre fueron insuficientes debido a la pobreza de elementos con que contaba.

En tales circunstancias, desde Tucumán el creador de la Bandera le escribe a Güemes: “Miro a la gente de usted con más privilegio que a ésta; porque, al fin, ella es la que trabaja y sufre”. Aquella angustiosa situación de Salta se veía cada vez más difícil, las que aumentaron con la enfermedad de Belgrano acantonado en Tucumán, a cuyo efecto, en octubre de 1819, Güemes envió a costa de la provincia, al doctor José Redhead para curarlo, pero Belgrano muere en Buenos Aires pocos meses después, el 20 de junio de 1820 en tristes condiciones de penuria.