HISPANISMO VS. ESPAÑOLISMO

 


Por: Edgardo Atilio Moreno


Crítica revisionista, 27 de abril de 2021

 

Una cosa es defender la Hispanidad, que es la concreción española de la Cristiandad, es decir del proyecto perfectible de un orden social cristiano trasladado a nuestras tierras; y por ende reivindicar aquellos valores perennes de nuestra cultura fundacional. Y otra cosa muy distinta es ser españolista.

 

El españolismo –que hoy se trata de difundir paradójicamente entre los nacionalistas argentinos- es un amor carnal a la España país, geografía, forma política; que historiográficamente implica una mirada miope del pasado, una interpretación falaz de los hechos; que como es lógico va acompañada de una conducta calumniadora e injuriadora hacia todos nuestros próceres; a quienes se los acusa, en base a suposiciones y sin prueba alguna, de ser todos una piara de traidores, perjuros y falsos católicos, que puestos al servicio de los intereses de Inglaterra y de la masonería conspiraron para destruir al Imperio español  .

 

Quienes propagan esas barbaridades, esas mentiras –faltando a la caridad y a la Ley de Dios que manda a honrar a los padres- les atribuyen a los hombres que nos dieron la independencia ser los responsables exclusivos de la destrucción del Imperio; sin contemplar la situación de la propia España, que con los Borbones defeccionó antes que nadie del ideal de la hispanidad; ideal que justamente era lo que legitimaba al proyecto imperial.

 

Por supuesto que los próceres americanos no fueron perfectos y que muchos de ellos cometieron errores; incluso –como ya lo tiene dicho el verdadero revisionismo histórico- hubo en aquel proceso personajes que respondía a oscuros intereses y que tenían un proyecto contrario a nuestra tradición histórica. Proyecto que a la larga termino imponiéndose, cosa que lamentamos, como lamentamos la destrucción del imperio católico español.

 

Sin embargo, generalizar la acusación y meter a todos en la misma bolsa es una total injusticia que llama más la atención cuando además va acompañada por un sugestivo silencio acerca de los graves errores y defecciones de la política peninsular borbónica, así como de la situación de España al momento, aliada de su antigua enemiga Inglaterra y podrida de masonería y de absolutismo.

 

Una España que en 1810 se encontraba acéfala, sin autoridad legítima alguna, con todo su territorio ocupado (salvo un islote insignificante con un gobierno ilegitimo y títere de Gran Bretaña que pretendía nuestro acatamiento), una España en la que la mitad de sus gentes se dividían en afrancesados por un lado y pro-ingleses por el otro, y que no dudaba en entregar como pato de la boda a ingleses o franceses a sus antiguos reinos de indias. Una España que se debatía entre el absolutismo iluminista y el liberalismo masónico. Una España cuyo epitome era un rey bastardo, felón y canalla, ora absolutista ora liberal.

 

Decir que nuestro Mayo autonomista, monárquico y católico, fue un acto de traición, de secesión, o una invasión inglesa, como dicen los españolistas, no solo soslaya el hecho clave de que Inglaterra lo que menos pretendía en ese momento era crearle problemas a España fomentando movimientos independentistas; sino que de fondo implica también desconocer el estatus jurídico de estas tierras americanas.

 

Quienes consideran ilegítimos los pronunciamientos americanos ignoran que estos Reinos de Indias eran reinos autónomos incorporados a la Corona de Castilla, por donación pontificia, propiedad del Rey y de sus sucesores, no de la nación española o del reino de Castilla; y que por lo tanto el único que tenía derecho a mandar aquí era el Rey.

 

De modo que faltando el Rey y pretendiendo gobernar lo que quedaba de España (que era prácticamente nada) un Consejo de Regencia  ilegitimo y títere de Inglaterra, que sin ningún derecho exigía el acatamiento de los americanos; aquí se hizo lo que mandaban las propias Leyes españolas (de Partidas y de Indias) es decir se conformaron Juntas Provisorias de gobierno que reasumieron la autoridad en nombre del Rey ausente, jurándole fidelidad. ¿Y qué hicieron ante esto los peninsulares? Nos hicieron la guerra. La traición estuvo allí, no en los americanos.

 

Si los españolistas buscan a quien culpar por la pérdida del Imperio es allá, en la península, por donde deben empezar. Es en la figura deplorable de Fernando VII en la que deben fijarse ante todo.

 

Si este déspota tirano y desagradecido no hubiera desconocido y violado los Pactos de Vasallaje firmados por Carlos V, que establecían derechos y obligaciones tanto para los americanos como para la Corona; y no hubiera rechazado todas las propuestas que a su regreso al trono le hicieron los americanos, la historia hubiera sido distinta, pero lamentablemente el españolismo ideológico necesita culpar de todo a los patriotas americanos.

 

Y esto que de por sí es una injusticia grave, en boca de los nacidos en estas tierras adquiere mayores proporciones. Constituye como dice Antonio Caponnetto un “patológico nihilismo antiargentino”*. Un menosprecio de la argentinidad y una exaltación injusta y maniquea de los supuestamente nobles, puros y muy católicos seguidores del Fernando VII.

 

Rechazar esa dialéctica falaz y miope del españolismo; y posicionarse ente nuestra historia con una mirada recta y veraz de lo acaecido es la única vía posible para conjugar la virtud del patriotismo y el ideal de la hispanidad. 

                                                                                                  

*Caponnetto, Antonio. Independencia y Nacionalismo. Ed Katejon. Pag 19

LA REVOLUCIÓN DE MAYO

 


 Los mitos de "la máscara de Fernando VII" y el ideal democrático que inspiró la Revolución*

Por: Roberto Marfany

 

Agradezco a la Universidad de Belgrano la invitación espontánea y cordial para ocupar esta cátedra de Historia Argentina con una conversación -no una conferencia- que tiene por objeto tratar el tema de la Revolución de Mayo, de especial gravitación en nuestra vida política y social. Hecho histórico de la mayor trascendencia, porque es la definición esencial de la voluntad de ser de una comunidad creada y formada bajo el dominio de la España Imperial, que le había impreso su propia modalidad y carácter.

 Se ha dicho que la Historia es al mismo tiempo pasado, presente y futuro. En realidad, la Historia es presente. Podríamos definirla diciendo que "son las cosas vivas de los tiempos muertos". Pasado es el tiempo, los hombres, los hechos. Presente, las realizaciones humanas que trascienden a la comunidad, infundiéndole nuevos comportamientos dentro de su propia índole, porque las transformaciones sociales con legitimidad histórica siempre se rigen por sus antecedentes; así, cada generación recibe los elementos fundamentales de la que procede, no obra a saltos o por improvisación.

Para entender la Revolución de Mayo debemos colocarnos en la situación a través de la cual nuestros antepasados contemplaron el mundo que los rodeaba. La Revolución fue, sin duda, pensada con responsabilidad, discerniendo los medios idóneos con que realizarla y las posibilidades futuras de subsistencia ante la transformación producida por el dominio de Napoleón en Europa y particularmente en España.

Tampoco se debe perder de vista la verdadera dimensión de la Revolución en sus principios generadores y en sus consecuencias. En primer lugar, es necesario saber que aquellos antepasados nuestros tenían conciencia de que formaban parte de un imperio que comprendía diversos países distribuidos por todo el globo, pero que fundamentalmente formaban parte de la nación española.

Para comprender los hechos históricos tenemos que ubicarnos en el plano mental de quienes los realizaron. Antes se decía "hacerse antiguo". Después, el filósofo e historiador Benedetto Crocce afirmó que la Historia es "idealmente contemporánea", refiriéndose a la relación del historiador con el acontecer que estudia. No trasladando los hechos a la contemporaneidad del observador, sino éste a los hechos pretéritos para hacerse contemporáneo de los mismos. Es el único método para conocer objetivamente la Historia, cuando se trata de recrear el pasado.

Por falta de comprensión y ubicación en el plano mental, social y político de los hombres de 1810, muchas veces se han interpretado erróneamente las causas y fines de aquel gran acontecimiento, que ha sido conocido -por falta de perspectiva- solamente en su aspecto episodio pero no en sus fines.

Por ese error interpretativo se ha dicho que la Revolución de Mayo fue un movimiento político de oposición a la monarquía española y a España, con la finalidad de crear un gobierno independiente y democrático. Ninguna de esas opiniones concuerda con la realidad. En 1810 Buenos Aires era una aldea de 60.000 habitantes, con sus aledaños, situada en el confín del inmenso mundo imperial, pero con suficiente energía como para afrontar una empresa política muy superior a su poder material. Había calidades, sin duda, en aquellos hombres; un sentido de destino colectivo que nosotros no conservamos con el mismo vigor. Nuestros antepasados dejaron testimonio de grandeza cuando, derrochando heroísmo, enfrentaron y derrotaron la primera y segunda invasión inglesa. También lo tuvieron para declarar la Independencia, para extender la guerra por Sudamérica, etcétera. De esas cúspides hemos ido descendiendo hasta perder el sentimiento patriótico que tenían nuestros mayores.

Como no hemos sido capaces de hacer obras que superen a las de los antepasados, repetimos conceptos que ellos pronunciaron con convicción, porque caracterizaban su propia conducta. Cuando decimos "Sean eternos los laureles que supimos conseguir", hay que preguntarse si es cierto, si hemos conseguido laureles por nuestros méritos propios. Creo que no. Ellos sí consiguieron laureles, porque fue la generación que hizo la Revolución de 1810, instauró un gobierno autónomo y luchó en la Guerra de la Independencia.

Nuestra Revolución de Mayo es producto legítimo del espíritu español. En España, pongamos por caso, entra el ejército de Napoléon y ocupa Madrid ante el asombro, la confusión y la indignación de sus habitantes. En esas circunstancias trágicas en que se paraliza la reacción, el alcalde de Móstoles, una pequeña aldea cercana a Madrid, declara públicamente la guerra a Napoleón y enciende la hoguera con poco más de un centenar de hombres armados con escopetas, horquillas y agujas de coser colchones. Entre nosotros sucede algo parecido. Buenos Aires, una aldea del Imperio español, se yergue contra el inmenso poder de Napoleón. La desproporción es asombrosa. La Revolución repito, no se hace contra el rey ni contra la España Imperial, sino contra Napoleón, a quien llaman "tirano", y contra la ideología y los hechos de la Revolución Francesa.

La interpretación de que en 1810 se produce un cambio total de valores se aplicaría también al problema de la libertad. Los teólogos y juristas españoles dicen que el hombre nunca pierde la libertad, aunque quisiera, porque la libertad está implícita en la naturaleza humana. Así, nuestros antepasados no podían ni querían transformar los principios originarios y fundamentales de su comunidad, que tenía una antigüedad de tres siglos, para jugarla en una aventura política de alcances imprevisibles.

La prueba de que respetaron esa estructura es el hecho de que la Junta de Gobierno, que llamamos Junta Patria, gobernó, según propias palabras, "a nombre de Fernando VII". Esa adhesión a Fernando, que era el centro del Imperio y su forma de gobierno, continuaba la tradición histórica.

No es fácil que entendamos esa proyección histórica, porque no tenemos conducta histórica. Estamos acostumbrados a la rotación de los hombres de gobierno en períodos breves, sin que exista entre ellos el mismo concepto de ideales nacionales, y por eso cambiamos de dirección continuamente, sin que tengamos una tabla de valores esenciales que debamos cumplir inexorablemente.

En 1810, por el contrario, había una idea clara de continuidad. Por eso, la adhesión a Fernando VII no es el acatamiento a su persona, sino que se trata de mantener en él la unidad del Imperio dentro del sistema político y social que le daba subsistencia. Ellos tenían sentido histórico y nosotros no.

Cuando hablamos de Historia no nos introducimos en ella con brío vital, sino por preocupación intelectual, y lo importante es que nuestro acercamiento sea vital. Aquellos antepasados nuestros tenían conciencia histórica y por esa convicción pudieron hacer la Revolución. Porque en los grandes sucesos tiene que haber una actitud plena y un convencimiento absoluto.

La Revolución de Mayo promueve el cambio del gobierno local -la destitución del virrey- no para suplantar a la monarquía, a la cual se jura fidelidad sincera -lo cual no fue una "máscara", como han interpretado con evidente error la mayor parte de nuestros historiadores, que confundieron los fines de la Revolución-. El propio Mariano Moreno, para citar el caso al que más se recurre para justificar la supuesta implantación de la democracia, en artículos publicados en "La Gaceta" de Buenos Aires -periódico oficial de la Junta Patria-, propone que se dicte una constitución para el "deseado Fernando". La misma Junta -"a nombre de Fernando VII"-, en diversos comunicados que en su mayoría se publicaron en "La Gaceta", proclama fidelidad al monarca español cautivo de Napoleón. La Junta es una especie de regencia del rey en el Río de la Plata, sustitutiva del virrey, que asume la soberanía del rey, llamado también soberano, y no la soberanía del pueblo. Esta solución no era improvisada; tenía realidad jurídica y doctrinaria.

Las obras jurídicas españolas que en esa época usaban los abogados de América reconocen el derecho de que faltando el rey, la potestad vuelve a la comunidad, que suple la vacancia; esto deriva del principio de que el poder de gobernar se origina en la comunidad. Y aunque se admite que el rey gobierna "por la Gracia de Dios", esto no quiere decir que Dios lo haya nombrado directamente, sino que recibió el poder a través de la comunidad en la cual Dios infundió en cada individuo el derecho a ser elegido.

 Los historiadores han encarecido la filiación democrática de la Revolución de Mayo, y sobre todo la intención de Mariano Moreno a favor de ese sistema de gobierno, inspirado en Rousseau. Es verdad que Moreno fue epígono de Rousseau, pero éste no exaltó la democracia como el mejor sistema de gobierno. Lo que Rousseau y Moreno defendieron fue la "República" que, como dice el propio Rousseau, se puede dar con cualquier sistema de gobierno, ya sea monarquía, aristocracia o democracia, con tal de que tenga el consentimiento de la mayoría de los ciudadanos. Esto es lo que se llama "República".

Sin duda, es un error garrafal considerar a Rousseau como el penegirista de la democracia y el detractor de la monarquía. Rousseau, a quien se atribuye la paternidad de la democracia moderna, no fue su defensor, pues dice en el "Contrato Social"  que no hay gobierno más dado a las disensiones y guerras domésticas que el democrático o popular, porque todos quieren mandar y quienes están en el gobierno no lo quieren soltar. Sucede que uno de los problemas de la democracia es la igualdad. Somos iguales desde el punto de vista jurídico, pero somos distintos, dado que de cada hombre hay un solo ejemplar; dentro de la multitud, cada persona es un ser inconfundible. Afirma Rousseau que "si existiera un país de dioses -es decir, todos iguales- se gobernaría democráticamente. Un gobierno tan perfecto no es para hombres". Este es el juicio de Rousseau sobre la democracia, muy distinto, por cierto, al que suelen enseñar los profesores de esa asignatura anodina que llaman "Educación Democrática".

Creo que con lo dicho han quedado en claro los planteos generales, es decir, el panorama que se abre para los hombres de Mayo de 1810 en Buenos Aires: establecer un gobierno para cubrir la acefalía producida por la caída del gobierno español de la península.

(...)


 *Roberto Marfany y Federico Ibarguren, La Revolución de Mayo, en AA. VV., "Historia Argentina", Editorial de Belgrano, 1977, Buenos Aires, pp. 11-16


Tomado de: Crítica revisionista, 24 de mayo de 2021

LA MESA DEL LIBERTADOR

 


POR ROBERTO L. ELISSALDE

La Prensa, 16 y 20.08.2021

 

­Un aspecto pocas veces tratado ha sido la comida de los próceres. Vamos a comentar una faz casi desconocida de la vida de José de San Martín, gobernador intendente de Cuyo, que entre otros muchos quehaceres también se dedicó a fomentar la industria vitivinícola.­

 

A poco de llegar a Buenos Aires el teniente coronel San Martín visitó la casa de don Antonio José de Escalada, con cuya hija María de los Remedios habría de casarse después. Sin duda probó las famosas humitas que se preparaban en la casa y que muchas veces don Antonio, seguido por un negro esclavo con una gran fuente de plata cubierta con una servilleta, llevaba como agasajo a la casa de sus amigos; y que él mismo comía sin mayores ceremonias, mientras los otros comensales elogiaban el plato, hasta que la montaña desaparecía.­

 

Según el viajero inglés J. P. Robertson, cuando se encontraba en viaje a la Asunción, descansando en su carruaje cerca de la posta de San Lorenzo, un tropel de caballos, ruido de sables y rudas voces de mando lo despertaron con temor de ser los realistas. Al primer interrogatorio no demasiado cortés, siguió la voz de alguien que parecía ser el jefe, quien dijo a los hombres: "No sean groseros; no es enemigo, sino un caballero inglés en viaje al Paraguay".­

 

Inmediatamente Robertson, reconoció a San Martín, quien se divirtió francamente al enterarse del susto de su amigo. Con gentileza el inglés ordenó a su sirviente buscar vino "con que refrescar a mis muy bien venidos huéspedes". A pesar de estar apagadas las luces para evitar que los enemigos reconocieran su posición, "nos manejamos muy bien para beber nuestro vino en la oscuridad y fue literalmente la copa del estribo; porque todos los hombres estaban parados al lado de sus caballos". En la mañana siguiente el 3 de febrero de 1813, el futuro Libertador al frente de sus granaderos, después de esa copa de vino, libró su único combate en territorio argentino que fue el bautismo de fuego de su regimiento.­

 

­AGUARDIENTE DIPLOMATICO­

 

Como gobernador intendente de Cuyo, mientras organizaba el Ejército de los Andes, San Martín invitó a parlamentar a los indios al sur de Mendoza, ya que debía atravesar sus tierras en la campaña a Chile. Como era costumbre en estas reuniones los indios esperaban y pedían regalos, uno de ellos, quizás el más esperado era el aguardiente, como una buena dosis les había servido de desayuno, en la reunión los naturales prorrumpieron en alaridos y vidas a San Martín, abrazándolo con efusividad y prometiéndole dar la vida. Concluida la conferencia el general tuvo que retirarse de prisa a mudarse toda la ropa por el mal olor que le habían dejado después de tamaña libación, además de varios "granaderos hijos del desierto", como llamaba a los piojos que caminaban por sobre su uniforme.­

 

Sin duda conoció el gobernador la mesa de algunos caracterizados vecinos, entre ellos quizás la más importante la de don Rafael Vargas, sujeto de gran fortuna, con los mejores muebles y comodidades de la época, que disponía de una abundante vajilla de plata y de porcelana de China. Como un detalle de la exquisitez de Vargas, había enviado a Buenos Aires a 16 esclavos de su propiedad para que tomaran clases de música con el maestro Víctor de la Prada, establecido en esta ciudad en 1810. Esta banda era infaltable en las fiestas del dueño de casa, y requerida en las procesiones o actos públicos de la ciudad de Mendoza. En agosto de 1816 se la obsequió al Libertador para que pasara a integrar el batallón N° 11.­

 

­UN PUCHERO SENCILLO­

 

Manuel Alejandro Pueyrredón joven oficial que estuvo con San Martín, recuerda que éste en Mendoza, comía solo en su cuarto, a las doce del día, un puchero sencillo, un asado, con vino de Burdeos y un poco de dulce. Lo hacía en una pequeña mesa, sentado en una silla baja y "no usaba sino un solo cubierto". Después del sobrio almuerzo dormía unas dos horas de siesta. A las tres de la tarde asistía a la mesa de los oficiales, que presidía, pero solo a conversar.­

 

Un tema que preocupó al militar fue la alimentación de la tropa durante el cruce de los Andes, tema que fue resuelto satisfactoriamente por San Martín y el médico Diego Paroissien. Las provisiones consistían además de unas 700 cabezas de ganado en pie, 35 toneladas de charque (alrededor de 7 kilos por soldado), transformado en charquican; a esto se agregaba una cantidad proporcional de ají, cebollas, grasa, yerba y queso. El Dr. José Luis Molinari en su estudio sobre el particular afirma los beneficios de esta dieta; el ají, no es solo vasodilatador, sino uno de los vegetales más ricos en vitaminas A y C, después de la alfalfa y el perejil. La harina de maíz tostado, junto con el charquicán bien hervido forma un excelente potaje de alto valor calórico. El queso parece la proteína más completa y es el alimento más rico en calcio que se conoce. Sin duda a pesar de no ser mencionada por Mitre, no debió faltar la yerba mate. Es sabido que es un clásico entre los arrieros mendocinos llevar una bolsita para los vicios (azúcar, yerba, tabaco, café y sal). ­

 

­EN EXTREMO FRUGAL­

 

Según Tomás Guido, "el almuerzo general era en extremo frugal, y a la una del día, con militar desenfado, pasaba a la cocina y pedía al cocinero lo que le parecía más apetitoso. Se sentaba solo, a la mesa que le estaba preparada con su cubierto, y allí se le pasaba aviso de los que solicitaban verlo, y cuando se le anunciaban personas de su predilección y confianza, les permitía entrar. En tan humilde sitio ventilábase toda clase de asuntos, como si se estuviera en un salón, pero con franca llaneza, frecuentemente amenizada con agudezas geniales. Sus jefes predilectos eran los que gozaban más a menudo de esas sabrosas pláticas. Este hábito, que revelaba en el fondo un gran despego a toda clase de ostentación, y la sencillez republicana que lo distinguía, no era casi nunca alterada por el general, considerándola -decía él en tono de chanza- un eficaz preservativo del peligro de tomar en mesa opípara algún alimento dañoso para la debilidad del su estómago".­

 

A pesar de su sencillez en la comida, la mesa de sus oficiales que se servía a las cuatro de la tarde, que si el general faltaba, era presidida por el coronel Tomás Guido, era preparada "por reposteros de primera clase, dirigidos por el famoso Truche de gastronómica memoria. Asistían a ella jefes y personas notables, invitadas o que ocasionalmente se hallaban en palacio a la indicada hora. El general solía concurrir a los postres, tomando en sociedad un café, y dando expansión a su genio en conversaciones festivas". Todos los contemporáneos opinan que el Libertador era en extremo frugal.­

 

Volviendo al testimonio de Pueyrredón, San Martín "era gran conocedor de vinos y se complacía en hacer comparaciones entre los diferentes vinos de Europa, pero particularmente de los de España, que nombraba uno por uno describiendo sus diferencias, los lugares en que se producían y la calidad de terrenos en que se cultivaban las viñas. Estas conversaciones, las promovía especialmente cuando había algún vecino de Mendoza o San Juan, y sospecho que lo hacía como por una lección a la industria vinariega a la que por lo general se dedican esos pueblos".­

 

­MAGNIFICA RECEPCION­

 

La batalla de Chacabuco hizo reavivar el la esperanza y sentimiento de libertad en la sociedad trasandina. Para festejar la elevación de don Bernardo O'Higgins como Director Supremo, se ofreció una magnífica recepción en la residencia de don Juan Enrique Rosales, que años después narró su nieto Vicente Pérez Rosales: "Una improvisada y magnífica mesa sobre cuyos manteles de orillas añascadas, lucía su valor, junto con platos y fuentes de plata maciza que para esto sólo se desenterraron, la antigua y preciada loza de la China. Ninguno de los más selectos manjares de aquel tiempo dejó de tener su representante sobre aquel opíparo retablo, al cual servían de acompañamiento y de adorno, pavos con cabezas doradas y banderas en los picos, cochinitos rellenos con sus guapas naranjas en el hocico y su colita coquetamente ensortijada, jamones de Chiloé, almendrados de las monjas, coronillas, manjar blanco, huevos quimbos y mil otras golosinas, amén de muchas cuñitas de queso de Chanco, aceitunas sajadas con ají, cabezas de cebolla en escabeche, y otros combustibles cuyo incendio debía apagarse a fuerza de chacolí de Santiago, de asoleado de Concepción y no pocos vinos peninsulares".­

 

Después del generoso banquete siguió el baile y no podían faltar los brindis tan bien regados como la comida, más largos o más breves dirigiendo loas a la Patria, a los generales victoriosos.­

 

El de San Martín fue breve, y según el testigo: "en actitud de arrojar la copa en que acababa de beber, dirigiéndose al dueño de casa dijo: -`¿Solar, es permitido?'... y habiendo éste contestado que esa copa y cuanto había en la mesa estaba allí puesto para romperse, ya no se propuso un solo brindis sin que dejase de arrojarse al suelo la copa para que nadie pudiese profanarla después con otro que exprésase contrario pensamiento. El suelo, pues, quedó como un campo de batalla lleno de despedazadas copas, vasos y botellas".­

Samuel Haigh, recuerda la fiesta y baile que el General San Martín ofreció en honor del comodoro Bowles, comandante británico en el Pacífico, cuya fragata Amphion estaba anclada en la bahía de Valparaíso. A pesar de no haber quedado detalle de esa comida, si sabemos que se sirvió de manera suntuosa y espléndida, con muchos brindis entre el comandante y los funcionarios civiles y militares que concurrieron, tal como era costumbre.

 

Momentos antes de la batalla de Maipú, el Libertador recibió en su tienda de campaña a un agente del gobierno norteamericano Mr. Worthington, quien remitió a su ministro un detallado informe sobre la personalidad de San Martín: "Sobrio en el comer y beber; quizás esto último lo considere necesario para conservar su salud, especialmente la sobriedad en el beber".

 

Días después el diplomático asistió a la colocación de la piedra fundamental de la iglesia que se iba a levantar en los llanos de Maipú, y compartió un almuerzo campestre con San Martín, O"Higgins o otros oficiales: "Los encontré comiendo sin platos, y casi todos con una pierna de pavo en una mano y con un trozo de pan en la otra. En seguida me invitaron a participar de la comida. San Martín, levantándose me ofreció un trozo de pan y otro de pavo, que tenía ante él. Brindé con el Director, bebiendo hasta la última gota de un vaso de vino carlón, a la usanza soldadesca".

 

El marino inglés Basilio Hall, narró una de sus comidas en una hacienda rural en Chile, de seguro estos platos alguna vez fueron probados por San Martín: "A la hora de la comida, el dueño de casa insistió en que colocase a la cabecera de la mesa, costumbre de la que, dijo, no podía dispensarse. Se nos sirvió como primer plato una sopa de pan de un gusto agradable hecha además con pescado. Después, un puchero, plato muy afamado en todos los lugares donde se habla la lengua española. Se compone de carne de buey cocida, rodeada de legumbres de toda clase y cubierta de garbanzos. La carne y los garbanzos son inseparables para los gastrónomos de estas regiones, como el tocino y el repollo para los de Inglaterra. El último plato fue un asado de buey que no se parecía en nada a nuestro roast-beeff. Era un largo y delgado pedazo de carne muy reseco, sin hueso y al que se había juntado la grasa. A los postres vimos aparecer higos, uvas excelentes y una enorme sandía color de púrpura, principal alimento de la clase baja. La comida fue rociada con un agradable vinillo que, se me dijo, había sido fabricado por la esposa de nuestro huésped, que estaba ausente".

 

El 2 de junio de 1821 el general San Martín se entrevistó con el teniente general José de la Serna, a la sazón virrey del Perú en la hacienda de Punchauca, al norte de Lima. Los esfuerzos por una paz finalizaron según el testimonio de Tomás Guido, testigo presencial del encuentro "con una mesa frugal, a cuya cabecera se sentaron ambos generales. el general La Mar, inspector general de infantería y caballería del ejército español, y después de una alocución llena de fuego y del sentimiento americano que desbordaba en su pecho, bebió una copa al venturoso día de la unión y a la solemne declaración de la independencia del Perú".

 

El general Monet, circunspecto y moderado abandonó su postura habitual, y parado sobre una silla para hacerse escuchar pronunció un ardoroso brindis. Parece que los oficiales y comisarios del Ejército Unido argentino-chileno, no cedieron en su vehemencia, y la reunión finalizó con una serie de libaciones entusiastas a la libertad e independencia del Perú. El general español Andrés García Camba en sus Memorias, apuntó que el virrey de la Serna brindó por el feliz éxito de la reunión en Punchauca y que el Libertador lo hizo por la prosperidad de la España y de la América, como así también de los otros brindis alusivos a la unión y fraternidad entre españoles europeos y americanos.

 

MARIA GRAHAM

 

El 20 de setiembre de 1822, el Libertador renunció al protectorado ante el congreso reunido en Lima, en la mañana del día siguiente se alejó definitivamente del Perú. A poco de llegar a Chile trató la inglesa María Graham. Esta mujer tenía una especial consideración por el almirante británico Alejandro Cochrane y lógicamente una especial animadversión hacia San Martín, de quien dejó un retrato muy desfavorable. Sin embargo la vez que el general llegó a su casa con otros amigos, escribe: "...me alegré que el té viniera a interrumpirlas, de las que no habría tomado nota si no hubiera intervenido en ellas también San Martín. Les pedí excusas por no poder ofrecerles mate, pero supe que el general y Zenteno acostumbraban tomar té puro, después del cual fumaron sus cigarros".

 

Cuando estaba en las cumbres cerca de Mendoza, el 3 de febrero de 1823, diez años exactos de su primera y única acción militar en su suelo natal; fue recibido por su antiguo oficial don Manuel de Olazábal. Allí después del abrazo y la emoción tomó un mate de café, con un bizcochuelo, hasta que mirando fijamente a su camarada exclamó: "¡Tiempo hace, hijo, que mi boca no saborea un manjar tan exquisito! Bueno será, quizá, que bajemos ya de esta eminencia desde donde en otro tiempo me contempló la América".

 

Cuando San Martín pasó a Chile dejó en su chacra cincuenta botellas de vino moscatel que le había regalado el vecino don José Godoy. Corría 1823 y en su última visita a Mendoza, ya había olvidado aquella reserva, pero su administrador Pedro Advíncula Moyano, hombre honrado al fin, le trajo unas cuantas botellas. Inmediatamente le dijo que esa noche iba a recibir a unos amigos "y Ud. verá lo que somos los americanos, que en todo damos preferencia al extranjero". Cambió entonces las etiquetas al de Málaga le puso Mendoza y viceversa. Primero sirvió el Málaga con el rótulo de Mendoza. Los convidados dijeron que era un rico vino pero que le faltaba fragancia. En seguida se llenaron nuevas copas con el falso Málaga, al momento los invitados prorrumpieron en exclamaciones. "Hay una inmensa diferencia, esto es exquisito, no hay punto de comparación". San Martín con una gran risa, les dijo: "Uds. Son unos pillos que se alucinan con el timbre".

 

En otra circunstancia se encontraba don Antonio Arcos, antiguo jefe de ingenieros del Ejército de los Andes, que se preciaba de su inteligencia para despostar un ave. Con este motivo cierto día el Libertador le dijo: "Vamos, señor Arcos, a ver que tal lo hace Ud. con ese pato". En el acto tomó el trinchante, narra Olazábal testigo presencial del encuentro "y principió la autopsia. Pero el cadáver, de propósito, no estaba bien asado, y la cuchilla desafilada. Arcos sudaba y todos se reían de sus aparatos con especialidad el general. Al fin, le fue preciso apelar a todo trance y cargar con la rechifla. Todo el que hubiera visto al general sin conocer su epopeya, imposible que creyera que aquel hombre simbolizaba las más grandes glorias de las repúblicas Argentina, Chilena y Peruana".

 

Pocos datos hay de los hábitos de San Martín en los años de su estadía en Europa. Sin embargo debió continuar con su moderación en la comida y en la bebida ya que según su propio testimonio en el otoño de 1833, estuvo afectado "de agudos ataques nerviosos al estómago, que han desaparecido con cama y dieta". A pesar de esta circunstancia el general no abandonaba su buen humor porque en carta a su íntimo amigo Tomás Guido, le decía con respectos a los médicos "de los Esculapios Dios nos libre de ellos".

 

Ya al final de su existencia usó esta metáfora gastronómica para referirse a la acción de Obligado: "Los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el de abrir la boca".

 

Y el cubano José Martí en unas breves líneas trazó esta semblanza del Libertador: "Triunfó sin obstáculo, por el imperio de lo real, aquel hombre que se hacia el desayuno por sus propias manos, se sentaba al lado del trabajador, veía porque herrasen la mula con piedad, daba audiencia en la cocina -entre el puchero y el cigarro negro- y dormía al aire, en un cuero tendido".

 

Roberto L. Elissalde

Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.

 

QUIÉN ES

 


el historiador argentino al que López Obrador criticó públicamente por su versión de la conquista española

Claudia Peiró

Infobae, 17 de Agosto de 2021

 

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, AMLO para los mexicanos, ha hecho de la leyenda negra de la conquista española uno de los caballitos de batalla de sus discursos: en varias ocasiones ha reclamado disculpas por parte de la actual Corona española y de la Iglesia Católica.

El pasado 13 de agosto, al inaugurar una maqueta monumental del Templo Mayor de Tenochtitlán, volvió sobre esos temas. El mandatario, por cuyas venas no corre sangre precolombina, ya que es descendiente de inmigrantes españoles, trató a la conquista de “fracaso”, pero no explicó si en ello incluye la existencia de México, que no sería la nación mestiza que es, de no haber sido colonizada por España.

Luego del consabido pedido de perdón “a las víctimas de la catástrofe originada por la ocupación militar española de mesoamérica”, López Obrador agregó: “Considero ofensivo volver a la vieja polémica de que los originarios de mesoamérica eran bárbaros”.

Y fue entonces cuando criticó al historiador argentino Marcelo Gullo, a quien aludió sin nombrarlo pero del que citó textualmente declaraciones hechas a la prensa española.

“Hay asuntos que deben aclararse en la medida de lo posible -dijo AMLO-. Por ejemplo, hace unos días un escritor pro-monárquico de nuestro continente afirmaba que España no conquistó a América, sino que España liberó a América, pues Hernán Cortés, cito textualmente, ‘aglutinó a 110 naciones mexicanas que vivían oprimidas por la tiranía antropófaga de los aztecas y que lucharon con él’”.

“Si Perón hubiera sido rey, yo sería monárquico, súbdito de Juan Domingo I°”, bromeó el aludido Marcelo Gullo, en charla telefónica con Infobae.

Este profesor e historiador rosarino es autor de un libro, Madre Patria. Desmontando la leyenda negra de Bartolomé de las Casas al separatismo catalán (Espasa), que se publicó en España a fines de mayo de este año -todavía no está disponible en nuestro país- y que de inmediato se puso al tope de ventas en todas las categorías, y ahora permanece entre los best seller en la categoría historia y política.

Madre Patria tiene un prólogo de Alfonso Guerra, destacadísima figura del socialismo español, vicepresidente de Felipe González, de 1982 a 1991. “Es deslumbrante —escribe Guerra en el prólogo— que haya de ser un español de América, el profesor Marcelo Gullo Omodeo, quien asuma la defensa de la acción española en la América hispana”, decisión que califica de heroica porque, constata, “no son muchos los españoles dispuestos a dar esa batalla por la verdad.”

De hecho, la decisión de Guerra de prologar este libro causó escozor en el actual socialismo español, muy devaluado respecto a los tiempos de Felipe González, y acorralado por la izquierda extrema de Podemos con su ultracorrección política, uno de cuyos elementos es la leyenda negra sobre la conquista española de América.

En su discurso, el presidente mexicano debió de todos modos matizar su indigenismo, ya que la evidencia histórica no lo respald. “Es sabido que varios pueblos originarios como los totonacas, los tlaxcaltecas, los otomíes, los de Texcoco y otros, no 110 naciones, ayudaron a Cortés a tomar Tenochtitlan”, admitió, aunque de inmediato agregó: “Este hecho no debe servir para justificar las matanzas llevadas a cabo por los conquistadores ni le resta importancia a la grandeza cultural de los vencidos”.

También reconoció que “la idea dominante por mucho tiempo hasta nuestros días de que Moctezuma era un tirano puede ser cierta”. “Tampoco debe verse a Cortés como un demonio, era simplemente un hombre con poder”, dijo, en otro matiz.

Y aunque dijo que los españoles no trajeron civilización, luego se refirió a parte del legado español: “Se construyeron durante la colonia palacios y bellos templos, se creó la universidad, y había imprenta antes que en Estados Unidos”.

— ¿Por qué cree que López Obrador insiste tanto con este discurso antiespañol tan extemporáneo y ahistórico?, preguntó Infobae a Marcelo Gullo.

— Es como el prestidigitador que con una mano distrae de lo que está haciendo la otra: la crítica a España le sirve para no criticar al verdadero culpable del subdesarrollo mexicano que es Estados Unidos, que le sacó a México el 60 por ciento de su territorio, recordemos el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848. Casualmente ese mismo año se descubren las minas de oro en California y Estados Unidos se convierte en el primer productor de oro del mundo. Siempre existió en las élites mexicanas esa tendencia a cuestionar a España y obviar a EEUU; es un poco un síndrome de Estocolmo.

— De todos modos en este discurso, AMLO reconoce algunas cosas, que Moctezuma fue un tirano, que hubo pueblos indígenas que lucharon con Cortés…

— El está a la defensiva en ese discurso. La entrevista que cita, que me hizo el diario El Mundo, dio en la línea de flotación de su discurso y por eso salió a rebatirme. La evidencia histórica lo contradice. Está confirmado que el azteca fue un imperio antropófago. Antes se decía que el canibalismo azteca era sólo ritual, esporádico. Pero no es así. Suplían la escasez de carne animal con carne humana. Mataban entre 20 y 30 mil indígenas de otras etnias por año para alimentarse: la carne era para la clase sacerdotal y los nobles y al pueblo les daban las vísceras. Cuando empiezan a construir el subte en México, aparecen paredes y paredes de cráneos humanos. Se contaban los cráneos como ladrillos.

— O sea que la película Apocalipto, de Mel Gibson, no fue una exageración…

— En absoluto, no fue para nada exagerada. El azteca fue uno de los imperios más sanguinarios que hubo. Por eso yo digo, y es la otra frase que citó AMLO, que ‘pedir perdón por liberar a los mexicanos de los aztecas es como pedir perdón por haber derrotado a los nazis.

En su libro, Gullo señala que, a diferencia de otras leyendas negras, el problema es que la propia España ha hecho suyo este discurso inculpatorio. “España aceptó esa leyenda, esa inmensa fake news inventada por el Imperio Británico”, dijo en la entrevista con El Mundo.

“Los aztecas representaban al 10% de la población y su imperialismo ha sido el más atroz de la Historia. A los oprimidos no les quitaban la comida, como todos los imperios, sino la carne humana”, agregó.

De la colonización española, surgió “otro imperialismo, pero no fue embrutecedor”, dijo Gullo. " España llenó América de miles de hospitales gratuitos y de 410 universidades y, fundamentalmente, fundió su sangre. El hijo de Cortés fue mestizo y fue a la corte. ¿Dónde está el racismo ahí, dónde las políticas de exterminio?”

España sale bien parada en especial en comparación con otros imperios; fue uno de los más benévolos y en absoluto puede hablarse de genocidio. “Humboldt, que odiaba todo lo que tuviese que ver con España -dice Gullo-, llegó a la Ciudad de México y dijo que nunca había visto un sitio en el que se viviese como allí por el igualitarismo y la mezcla social que había. Respecto a la América de habla inglesa, no se puede sostener la comparación. Su política era decir que el mejor indio era el indio muerto. Y resulta que la conquista que pasó la Historia como asesina fue la española”.

“España nunca consideró que América fuera un botín”, afirma. La Corona “envió a sus mejores profesores a América, mientras que Inglaterra llenó Australia de presos”. Y “mientras el Colegio Máximo de San Pablo de Lima llegó a reunir, en 1750, la increíble cifra de cuarenta y tres mil libros, la Universidad de Harvard tenía tan solo cuatro mil.”

Madre Patria busca desmontar una leyenda negra, que fue “la obra más genial del marketing político británico”, y que no sólo deforma la historia sino que tiene consecuencias en el presente porque “el fundamentalismo indigenista, que tiene su raíz en la leyenda negra amenaza con provocar una nueva fragmentación territorial”.

“La propagación de la leyenda negra y del indigenismo fue parte sustancial de la política exterior de Gran Bretaña, de Estados Unidos y, curiosamente, de la Unión Soviética —escribe Gullo—. Todos esos ‘buenos muchachos’ que cada 12 de octubre desfilan por las calles de Lima, Santiago de Chile o Buenos Aires contra la conquista española de América son al mismo tiempo la mano de obra más barata del imperialismo internacional del dinero, que utiliza el fomento del indigenismo para realizar una nueva balcanización de Hispanoamérica”.

El pensamiento políticamente correcto, uno de cuyos principales ejes es el genocidio de los pueblos originarios, forma parte de las políticas destinadas a lograr la subordinación ideológica y cultural, denominadas, elegantemente, por el politólogo estadounidense Joseph Nye como “poder blando”.

Así como Cortés no pudo derribar al Imperio Azteca sin la cooperación de otros pueblos indígenas, tampoco fueron Francisco Pizarro y “el puñado de españoles que lo acompañaban los que pusieron fin al imperialismo totalitario de los incas, sino los indios huancas, los chachapoyas y los huaylas”, dice Gullo, que también sostiene que “las masas indígenas en Colombia, Ecuador y Perú se mantuvieron fieles a la Corona española hasta el final” y que “los libertadores Simón Bolívar y José de San Martín no quisieron romper de forma absoluta los vínculos que unían a América con España, sino que buscaron con todas sus fuerzas la creación de un gran imperio constitucional hispanocriollo con capital en Madrid”.

Si esto no fue posible se debió antes que nada a la necedad y estrechez de miras de Fernando VII, “que prefirió estar preso en Europa y no libre en América”. “La ineptitud, la malicia y la crueldad de Fernando VII cuando terminó su cautiverio y recobró el trono -escribe- no dejaron a muchos españoles americanos más camino que el de la emancipación” y afirma que “si la independencia de América fue una trampa británica —como de hecho lo fue—, ningún americano habría caído en ella si en el trono de España hubiera habido un rey con un poco más de inteligencia que la que poseía Fernando VII”.

Marcelo Gullo Omodeo es doctor en Ciencia Política por la Universidad del Salvador (Buenos Aires) y ha hecho estudios de posgrado en Ginebra y Madrid. Es profesor de la Escuela Superior de Guerra y de la Universidad Nacional de Lanús, provincia de Buenos Aires, e investigador asociado del Instituto de Estudios Estratégicos de la Universidad Federal Fluminense de Río de Janeiro.

Es autor de varios libros, entre ellos: La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder de las naciones; Insubordinación y desarrollo. Las claves del éxito y el fracaso de las naciones y Relaciones internacionales. Una teoría crítica desde la periferia sudamericana.

Alfonso Guerra lamenta en su prólogo que hoy “no son pocos los españoles, incluso algunas instituciones públicas, que mantienen una posición que da carta de veracidad a las graves falsedades difundidas por los que se oponían a España hace ya cinco siglos”.

Y que Gullo Omodeo “señala con acierto que la leyenda negra ha pasado a formar parte del núcleo duro de lo políticamente correcto, esa nueva forma de censura que castra la libertad”.

En palabras del autor de Madre Patria: “Hoy, en las universidades que pueblan Hispanoamérica, negar la leyenda negra de la conquista española de América y afirmar que a los conquistadores españoles no solo les movía el afán de riqueza y que no fueron violadores en serie de las mujeres indígenas y asesinos de los pueblos originarios implica condenarse al ostracismo”.