entraba en Lima
Don José de San Martín
Roberto
Elissalde
La Prensa,
15.07.2021
Viene a cuento
recordar aquella carta del Director Pueyrredon a San Martín, enterado que
viajaba en coche desde Mendoza a Buenos Aires después de Maipú en la que le
decía: ``Sin embargo que usted me dice que no quiere bullas ni fandangos, es
preciso que se conforme a recibir de este pueblo agradecido las demostraciones
de amistad y ternura con que está preparando''.
Después de
exponerle las tareas en que se había puesto el Cabildo de preparar ``la carrera
de su entrada con arcos y adornos al héroe de los Andes'', finalizaba que ``es
pues de absoluta, de indispensable necesidad, que Ud. mida sus jornadas para
entrar de día; y que desde la última parada me anticipe Ud. un aviso de la hora
a que gradúe debe llegar para que el Estado Mayor General, etc., etc., salgan a
recibirlo a San José de Flores'', donde ya estaba ubicada una división de
artillería y adonde debía concurrir una comisión. Le daba también la
posibilidad que de desechar el carruaje y desear hacerlo de a caballo,
Pueyrredon le iba a enviar uno suyo. Pero San Martín tan ajeno a cualquier
demostración, entró a la ciudad a las cuatro de la mañana.
Lo mismo había sucedido a la vuelta de
Chacabuco el año anterior y así habría de entrar el 10 de julio de 1821 a la
ciudad de Lima. Lo hizo en compañía de su ayudante, en las primeras horas de la
noche, concretaba de ese modo lo que venía hablando y escribiendo desde 1814:
el famoso plan continental. Es de imaginar en el austero soldado la serie de
imágenes de lugares, episodios y personas leales que debieron cruzar por su
mente.
EL MARINO INGLES
El marino inglés Basilio Hall lo había
conocido el 25 de junio, cuando San Martín se encontraba en la rada del Callao
en una goleta esperando el momento indicado para ingresar a la ciudad. Poco le
llamó la atención a simple vista, ``pero cuando se puso de pie y se puso a
hablar, su superioridad fue evidente''. Trazó Hall un magnífico retrato del
Libertador tema sobre el que volveremos en otra nota, la franqueza fue mucha y
dejó el viajero algunos datos de especial interés, que revelan el pensamiento
de San Martín.
Así le confesó: ``En los últimos diez años, he
estado ocupado constantemente contra los españoles, o mejor dicho, en favor de
este país, porque yo no estoy contra nadie que sea hostil a la causa de la
independencia''.
Además ratificó su prescindencia en los
asuntos internos:``Mi deseo es que este país se maneje por si mismo, y
solamente por si mismo. En cuanto a la manera en que ha de gobernarse, no me
concierne en absoluto. Me propongo únicamente dar al pueblo los medios de
declararse independiente, estableciendo una forma de gobierno adecuada, y
verificado esto, considerare haber hecho bastante y me alejaré''.
Interesantes reflexiones porque de algún modo
la idea del renunciamiento nunca fue ajena al pensamiento de San Martín, máxime
que estas de Hall memorias se publicaron en Londres en 1824 y recién fueron
traducidas en nuestro país por Carlos Aldao en 1920 en la famosa colección de
La Cultura Argentina.
Volviendo a la llegada a Lima que San Martín
fue demorando, y que a veces pudo ser motivo de crítica, el mismo le explicó al
marino inglés: ``No busco gloria militar, no ambiciono el título de
conquistador del Perú; quiero solamente librarlo de la opresión. ¿De que me
serviría Lima, si sus habitantes fueran hostiles en opinión política?''. De
alguna manera el militar acá da lugar más que al político al hombre de Estado;
que busca acuerdos, por medio del convencimiento y del diálogo, lo que le
otorga la dimensión de un estadista.
Hall testigo presencial de esos días escribió
además un magnifico perfil psicológico: ``En lugar de ir directamente a
palacio, San Martín fue a casa del marqués de Montemira, que se hallaba en su
camino, y conociéndose al momento su venida, se llenaron pronto patio, casa y
calle. Sucedió que me hallaba en una casa de la vecindad, y llegue al salón
antes que la multitud fuese impenetrable. Ansiaba ver la manera de comportarse
del general en momento de no ordinaria dificultad, y, en verdad, se desempeñó
muy bien. Había como puede suponerse, grande entusiasmo y lenguaje muy agitado
en aquella ocasión; y para un hombre innatamente modesto y con natural aversión
a exhibición u ostentación de cualquier clase, no era muy fácil recibir estas
laudatorias sin impaciencia''.
Esta escena nos recuerda a aquella de la
llegada después de Cancha Rayada a Santiago, donde el pueblo confiaba en el
líder después de la derrota o luego del triunfo en Maipo. No faltaron episodios
curiosos como cuando fue asaltado por una dama ``que cayó a sus pies y abrazó
sus rodillas'', u otras cinco que deseaban imitarla y al no poder verificarlo
``dos de ellas le trabaron el cuello y colmaban tanto por atraer su atención y
pesaban tanto sobre el que tuvo alguna dificultad para mantenerse en pie''.
Pronto se las sacó de encima con unas frases amables y ``viendo una niña de
diez o doce años perteneciente al grupo, pero que había estado temerosa de
acercarse, levantó a la asombrada criatura y, besándole las mejillas, la volvió
a bajar en tal éxtasis, que la pobrecita apenas sabía donde se encontraba''.
Poco después lo saludó un ``fraile joven,
alto, huesudo, de faz pálida, con ojos hundidos, azules oscuros y una nube de
cuidado y disgusto vagando por sus facciones''. El monje lo felicitó por su
``modo pacífico de entrar en una gran ciudad, conducta, que confiaba, sería
solamente anticipo del suave carácter de su gobierno''. San Martín contestó con
palabras justas, pero fue tal la impresión que causaron en el buen fraile ``que
olvidando su carácter tranquilo'' con palmas comenzó a gritar: ``¡Viva, nuestro
general!''. A lo que este dijo: ``No, no, no diga así, diga conmigo: ¡Viva la
independencia del Perú!''.
La memoria de Hall, resulta de especial
interés por ser testigo presencial del trato que recibieron ``los miembros del
Cabildo, viejos, viejas y mujeres jóvenes'', para todos ellos tuvo una
``palabra bondadosa y apropiada'' y siempre mucho más allá de lo que esperaban.
Cuando le tocó el turno a don Basilio,
caballerescamente le dio el lugar a una joven que había cruzado el salón,
atravesando la multitud: ``Se arrojó en los brazos del general y allí se
mantuvo durante un buen medio minuto, sin poder proferir otra cosa que ¡Oh, mi
general, mi general! San Martín, que había sido sorprendido por su entusiasmo,
la apartó atrás, gentil y respetuosamente, e inclinando su cabeza, dijo
sonriendo, que debía permitírsele demostrar su grato sentimiento de tan buena voluntad
con un beso cariñoso. Esto desconcertó completamente, a la sonrojada beldad,
que, dando vuelta, buscó apoyo en el brazo de un oficial''.
Al día siguiente ya estaba San Martín
trabajando en el cuartel, cuando un anciano llegó con una niña en brazos, ``con
el único fin de que el general la besase''. Sin duda esa niña representaba a
las generaciones futuras, a esas que siempre han honrado la memoria de San
Martín, El Protector del Perú.
Roberto L.
Elissalde
Historiador.
Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.
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