NUESTRO LIBERTADOR EN UNA PAYADA LUNFARDA


 

Roberto Elissalde

 

La Prensa, 23.2.023

 

La Ibero Amerikanisches Institut, ofrece su valiosa biblioteca en forma digital donde se pueden encontrar algunas obras casi inhallables. Una de las colecciones de literatura popular en la que se encuentran los primeros folletos publicados en la década de 1870 perteneció a la Biblioteca del reconocido antropólogo alemán Robert Lehman-Nistsche. De destacada y no siempre reconocida actuación en nuestro país, en la Universidades de Buenos Aires y en la de La Plata, fue miembro de la Junta de Historia y Numismática Americana (hoy Academia Nacional de la Historia). Recorrió largamente estas tierras, acopió gran cantidad de información sobre los indígenas, las lenguas nativas, el folklore y la música popular argentina.­

 

Uno de esos volúmenes fue escrito por el poeta J. López Franco de quien sabemos que fue muy popular ateniéndonos al testimonio de Ernesto Quesada, ignoramos mayores detalles sobre su vida, y sabemos que publicó un pequeño libro en 1899 titulado Los canfinfleros o los amantes del día, que fue reeditado en 1904 edición que justamente poseía Lehman-Nitsche, según lo conversamos con Eduardo A. Fusero.­

 

Los versos lunfardos, algunos de mayor calibre, eran seguramente a pedido y con ellos se ganaba la vida el autor. El conflicto con Chile de 1899 le dio motivo para el Canto de contrapunto entre un gaucho y un canfinflero, que dice así:­

 

Gaucho: "Dígame amigo canfinfle; / ¿cómo está? ¿cómo le va? / ¿Qué anda haciendo por acá / como ternero perdido? / Si es que se encuentra dispuesto / pa cantar de contrapunto, / le voy a aceptar al punto; / aunque mucho haya leído''. ­

 

Canfinflero: "Como le gusta, amigazo, / que, aunque pal canto soy flojo, / todavía tengo arrojo / pa complacer a un amigo. / Soy un mozo canfinflero / que a las mozas brindo halagos, / y a no ser en estos pagos / nadie ha podido conmigo''. ­

 

Gaucho: "Métale duro y parejo / amiguito canfinflero; / que, no será usté el primero / a quien mi canto encandile. / Y dígame que va a hacer / ya que tanto arrojo encierra / si es que acontece la guerra / cuando lo manden pa Chile''. ­

 

Canfinflero: "Si es que me mandan a Chile / a toditas las chilenas / les he de quitar las penas / con mi cariño sincero. / No será tan papanatas / que se ponga a guerrear, / y vidas a derribar, / este guapo canfinflero''. ­

 

Gaucho: "¡Caramba! ¡Que pesadazo / había sido el canfín! / Cuénteme de San Martín / la historia, amigo querido, / ya que viene tan sabido / de allá de la Capital /; porque yo, para mi mal, la tengo un poco en olvido''.­

 

Canfinflero: "Voy a contarle la historia / de San Martín, el valiente, / que fue un hombre inmensamente / valeroso y aguerrido / y, me extraña que un criollo / tan bravo para cantar, diga que ha llegado a echar / tan linda historia en olvido''.­

 

Gaucho: "¡Tiene razón, amigazo! / ¡Ta veo que me embromó! / ¡La pucha que lo tiró! ¡Que tremendo había sido! / Sírvase de lo que guste, / que yo lo voy a pagar / ya que me supo boliar / cual nunca hubiera creído''. ­

 

CAMBALACHE­

 

Vaya esta curiosidad, recordando también que el Libertador fue mencionado por Enrique Santos Discépolo en el famoso tango Cambalache, donde junto a gente de relieve en la historia ser citaban personajes populares, en esa oportunidad "da lo mismo'' el boxeador italiano Primo Carnera con San Martín. También tuvo un tango la derrota de Cancha Rayada ocurrida el 19 de marzo de 1819. Y hasta el Sargento Cabral con el combate de San Lorenzo, aunque de su autor Manuel Campoamor según señala Héctor Benedetti, un especialista en la materia nos advierte: "Pero en realidad su inspiración fue otra: el autor aseguró que se debía a una simple pelea entre compadritos (probablemente en un lugar non sancto), en el que uno exclamó: `¡Hemos batido al enemigo!', repitiendo de manera poco patriótica la frase que la historiografía escolar atribuye a Juan Bautista Cabral, quien le habría salvado la vida a San Martín. El pianista agregó también que fue su primer tango. Existe una célebre y muy divulgada grabación realizada por la Banda Republicana de París, hecha para discos Gath & Chaves en 1909 (la mayoría de los cronistas apuntan, no obstante, que se habría efectuado en 1907)''.­

 

Unos apuntes más para la evocación de nuestro Libertador en las vísperas de su nacimiento, que siempre nos ofrece nuevos aspectos para investigar.­

 

 

ITUZAINGÓ

 

 

 la victoria argentino-oriental desaprovechada por Rivadavia para concluir la guerra con Brasil

 

Pablo Yurman

 

Infobae, 20 de Febrero de 2023

 

El nombre de esta batalla evoca los particulares acordes de la famosa Marcha de Ituzaingó, originada en una partitura musical de autor anónimo hallada por nuestras tropas al requisar el cuartel general del Ejército imperial del Brasil, tras ser derrotado el 20 de febrero de 1827 y retirarse del campo de combate. Dicha misteriosa partitura -cuya composición siempre se atribuyó al mismísimo Pedro I, Emperador del Brasil- pensada para ser tocada por los brasileños en su desfile triunfal por las calles de Buenos Aires, pasó en cambio a incorporarse al repertorio musical del Ejército Argentino y es actualmente la marcha presidencial, es decir, la que se ejecutaba a la llegada del Presidente de la Nación a un acto oficial... cuando nuestro país cuidaba las formas republicanas.

 

El comandante en jefe del llamado “Ejército Republicano”, integrado por oficialidad y tropas argentinas y orientales, era nada menos que Carlos María de Alvear. Entre sus oficiales destacaban José María Paz, Juan Lavalle, Ángel Pacheco y Federico Brandsen. Al acercarse el centenario de la batalla, se impulsó la construcción de un monumento ecuestre en honor a Alvear, el que se concretó en su actual emplazamiento en la Recoleta. Pero fue en torno a su figura y su rol en Ituzaingó que se alzaron voces que cuestionaban sus méritos. Y podríamos añadir que no sólo existen dudas acerca de sus aptitudes castrenses sino, sobre todo, respecto de sus intenciones políticas.

 

 

Para entender la guerra contra el Imperio del Brasil entre 1825 y 1828 hay que remontarse a un hecho muy concreto en la historia compartida por argentinos y orientales. Ocupada la Banda Oriental desde varios años antes por portugueses (y tras la independencia del Brasil, por brasileños), un nutrido grupo de orientales refugiados en Buenos Aires emprendieron una campaña para recuperar el control político sobre su territorio. Fueron los famosos “33 Orientales”, quienes liderados por Antonio de Lavalleja y tras desembarcar en la playa de la Agraciada reunieron el Congreso de la Florida que el 25 de agosto de 1825 declaró la independencia de la Banda Oriental respecto del Brasil y su reincorporación a las Provincias Unidas del Río de la Plata. El Congreso Nacional aceptó el pedido de reincorporación, lo que desencadenó que el Brasil declarara formalmente la guerra.

 

En febrero de 1826, justo en momentos tan trascendentes, el Congreso reunido en Buenos Aires desde meses antes para la sanción de una constitución eligió, por una maniobra de la bancada unitaria, a Bernardino Rivadavia como Presidente. Es un detalle no menor para comprender el cuadro. La guerra contra el Brasil era popular en todas las provincias porque los pueblos entendían que era una deuda de honor la defensa de los orientales injustamente invadidos, primero por portugueses y luego por brasileños. Pero la facción unitaria, de la cual Rivadavia era una suerte de gurú, vio todo con sus anteojeras ideologizadas, de parcialidad portuaria y mercantil, de fuertes lazos con Inglaterra.

 

Volvamos a Alvear. Era un militar que había incursionado en política. Presidió la recordada Asamblea del Año XIII, y entre enero y abril de 1815 fue nada menos que Director Supremo del Estado. Su corto mandato fue suficiente para conocerlo de modo cabal: censuró los medios opositores, se enfrentó a las provincias y como moño envió una carta al primer ministro británico, Lord Castlereagh, ofreciéndonos como “protectorado” inglés. Es decir, entendía que la solución pasaba en volver a ser una colonia, pero con distinto amo. El ministro de relaciones exteriores de Alvear no era otro que Manuel José García que, de tan criollo que se sentía, de lo único que se ufanaba era de una tabaquera que le habría obsequiado Jorge III, rey de Inglaterra. Ambos reaparecerán en el escenario rioplatense en 1827.

 

Respecto de la batalla en sí, toda la oficialidad de Alvear se expresó críticamente sobre su mala conducción e ineptitud en el campo de batalla. Brandsen, oficial francés formado en la escuela napoleónica y que morirá a raíz de una carga suicida ordenada por Alvear, dejó asentado en su diario que éste no sabía ni hacer marchar al ejército, ni acampar, ni cuidar las caballadas, etc. En igual sentido se expresaron Lavalle y Paz, y oficiales orientales que también participaron como Antonio de Lavalleja, Manuel Oribe y Eugenio Garzón. De lo que se deduce que Ituzaingó fue una victoria patriota no gracias a Alvear, sino pese a él.

 

Cecilia González Espul destaca que uno de los historiadores que se opuso a que se levantara un monumento para homenajear a Alvear fue Clemente Fregeiro, que en su obra La Batalla de Ituzaingó sostuvo “que el mérito de la victoria no corresponde a Alvear sino a sus oficiales”. “Fregeiro utilizó como fuentes, entre otras, las Memorias Inéditas de la Guerra del Brasil del general Paz. Éste último sostuvo: ‘El éxito final de Ituzaingó fue debido más a las inspiraciones individuales del momento para sacar provecho de los descuidos del enemigo que a las disposiciones tácticas del general Alvear, que no tuvo ninguna’.”, dice González Espul en Guerras de América del Sur en la formación de los Estados Nacionales”.

 

Tras una rigurosa enumeración de los errores cometidos por Alvear al impartir las órdenes, que al ser o bien desobedecidas o bien corregidas en su ejecución por sus oficiales garantizaron el triunfo patriota, la citada autora agrega algo particularmente trascendente: “Hay coincidencia tanto en Fregeiro, Quesada y Beverina en considerar como un grave error de Alvear el no haber efectuado una persecución inmediata y a fondo para completar la destrucción del enemigo”.

 

¿Por qué Alvear no aseguró el triunfo y permitió una retirada ordenada de los brasileños, incluso llevándose buena parte de su artillería? ¿Fue un error o una decisión deliberada de su parte? Es llamativo que para la historiografía brasileña, Ituzaingó, que ellos denominan Paso del Rosario, fue una batalla de resultado “indefinido”.

 

La respuesta a estas preguntas se encuentra quizás en la faz diplomática del conflicto que tenía a argentinos (incluidos los orientales que entonces eran parte de las Provincias Unidas) y brasileños como contendientes, y ahora sumaba a Inglaterra como mediadora.

 

Rivadavia, incómodo por presidir una Argentina en guerra por una causa que consideraba ya perdida, quería una paz a cualquier costo, máxime cuando se hallaba enfrentado con los gobernadores federales que rechazaban su política centralista. Nombra al ya citado Manuel J. García como plenipotenciario encargado de negociar la paz con el Brasil aceptando las propuestas inglesas al respecto, las que se harían a través de Lord John Ponsonby.

 

Nos dice González Espul que “Ponsonby mantuvo varias entrevistas con el ministro García, a quien consideraba en ‘completa coincidencia con todas mis opiniones sobre la política que debe seguir este país, (que) lo indicaba como particularmente apropiado para ser utilizado.”

 

Digámoslo claramente. El encargado de negociar la paz con el Brasil era un anglófilo declarado, y además pertenecía al grupo rivadaviano al que repugnaba la idea (¡tan federal!) de conservar la unidad territorial del viejo virreinato.

 

Manuel José García, encargado argentino de negociar la paz con el Brasil

Manuel José García, encargado argentino de negociar la paz con el Brasil

Quien sacaría ventaja de la guerra sería precisamente Inglaterra, que para su política comercial en Sudamérica necesitaba sí o sí que la boca del estuario del Plata no estuviera en manos de un solo Estado. Si el triunfo era argentino y la Banda Oriental quedaba reincorporada, ese sería el escenario no apetecible por el comercio inglés. Pero tampoco quería Lord Ponsonby un Brasil que extendiera su territorio hasta el Plata. La solución era la creación artificial de una nueva república, sobre las bases de la Banda Oriental, y aún en contra del deseo expreso del grueso de su población.

 

Pero para eso era necesario que, en el desarrollo de la guerra, ninguna de las dos partes obtuviera una victoria contundente, lo que tornaría imposible llevar a la práctica la propuesta inglesa.

 

Justo poco antes de Ituzaingó, Guillermo Brown destrozó a la armada brasileña en la batalla de Juncal, dejándola fuera de combate. El 20 de febrero se le propinó otra paliza al enemigo, ya en su propio territorio: la batalla de la que hoy se cumple un nuevo aniversario y que tuvo lugar en lo que hoy es el estado de Rio Grande del Sur. Algunos llegan a afirmar que, de haber dispuesto Alvear liquidar el asunto, tenía expedito el camino hasta Río de Janeiro. Pero, no obstante el triunfo argentino, tras unos días se dispuso el repliegue que permitió a Lord Ponsonby consumar su plan de creación de nuevo estado en la cuenca del Plata.

EL ASESINATO DE FACUNDO QUIROGA


 la advertencia que desoyó, el niño de 12 años degollado y una sangrienta venganza

 

Adrián Pignatelli

 

Infobae, 16 de Febrero de 2023

 

La tierra es tan abrasadora como entonces, y la senda polvorienta, que aparecía y se perdía entre montes que ya no están, aún conserva su traza. La soledad reinante sigue siendo una tentación a la emboscada y a la traición, y en la complicidad de esa lejanía la muerte abrió sus brazos a Facundo Quiroga.

 

El lugar se llama Barranca Yaco, situado a unos setenta kilómetros al norte de la ciudad de Córdoba.

 

El caudillo riojano, de 47 años regresaba a Buenos Aires luego de un frustrado viaje al norte, donde debía mediar en una disputa entre los gobernadores de Salta, Pablo Latorre y de Tucumán, Alejandro Heredia. Había partido en diciembre y Juan Manuel de Rosas, quien le había encargado la misión, lo acompañó un trecho.

 

Cuando transitaba por Santiago del Estero se enteró que Latorre había sido asesinado y Heredia había quedado el dueño de la situación. Ya no se necesitaba de su presencia por lo que emprendió el regreso.

 

“Quédese usted tranquilo, señor gobernador, no ha nacido todavía el hombre que se atreva a matar al general Quiroga”, le dijo al gobernador santiagueño Ibarra, cuando éste le insistió sobre la cuestión.

 

Se había afeitado el bigote y, aún con su pelo ruliento, parecía haberlo despojado de esa imagen de hombre bárbaro y salvaje que muchos se habían formado.

 

Quiroga era un blanco fácil, ya que no llevaba escolta militar. Lo acompañaba José Santos Ortiz, un puntano de 51 años quien se había incorporado para asistirlo en la misión de mediación en el norte. Ortiz había sido el primer gobernador de su provincia, San Luis entre 1820 y 1829 y acompañaba al riojano desde la derrota en Oncativo. Estaba casado con Juana Inés Vélez, hermano de Dalmacio Vélez Sarsfield.

 

También iba un grupo de peones, dos correos y dos postillones. Uno de ellos se llamaba José Luis Basualdo, de 12 años, quien era el hijo del maestro de Ojo de Agua, la parada anterior a la de Sinsacate, posta donde había descansado José de San Martín y donde Manuel Belgrano rezó en su capilla cuando regresaba enfermo a Buenos Aires.

 

Al postillón lo hicieron subir a la galera tirada por seis caballos para que fuera aprendiendo el oficio.

 

Por orden del propio Quiroga, iban rápido. En otra posta le advirtieron que una partida lo emboscaría en Barranca Yaco. En un punto del trayecto, un desconocido ofreció caballos frescos tanto a Quiroga como a Ortiz para que escapasen, “y evitar una muerte segura”. Una idea que el riojano la rechazó de plano. “Con un grito mío, esa partida se pondrá a mis órdenes”, se jactó.

 

El cielo anunciaba que se venían las lluvias ese lunes 16 de febrero de 1835. Cerca de las 11 de la mañana, a nueve kilómetros antes de llegar a la posta de Sinsacate, donde el camino hacía una curva en el espeso monte de espinillos y talas, una partida de 32 hombres le cortó el paso a la galera de Quiroga.

 

El grupo era comandado por Santos Pérez, un gaucho hábil con el cuchillo, de pocas luces, que vivía en Portezuelo. Para preparar la emboscada, repartió a sus hombres en distintos puntos del camino.

 

Roque Juncos, uno de sus hombres, apareció al galope anunciando que Quiroga se acercaba.

 

El carruaje frenó su marcha al ver a un grupo de jinetes cortándoles el paso.

 

- ¿Qué es lo que pasa? ¿Quién manda esta partida? -preguntó Quiroga a viva voz, sacando la cabeza por la ventana. Serían sus últimas palabras.

 

Un certero disparo impactó en su ojo izquierdo. Otro le daría en el cuello.

 

Se desató la matanza. Basilio Márquez subió al carruaje y le cortó el cuello al cuerpo sin vida del riojano, mientras Santos Pérez atravesó con su espada a Ortiz.

 

El resto de los hombres se dedicó a matar al resto de los acompañantes del riojano. Nadie debía quedar con vida. Todos los cuerpos fueron degollados.

 

Quedaba vivo el único al que nadie quería asesinar, el postillón de 12 años, que a gritos pedía por su madre. Santos Pérez debió matar a uno de los suyos cuando se negó a degollarlo y mandó a otro a realizar la macabra tarea.

 

Luego, ocultos en el monte, se repartieron el contenido del equipaje, llevándose hasta la ropa que traían puesta los muertos. A los caballos los soltaron y el carruaje, con impactos de bala, lo escondieron.

 

Lo que Santos Pérez no percibió que desde el monte los estaban observando. Dos correos, José Santos Funes y Agustín Marín, que acompañaban a Quiroga, cabalgaban un tanto retrasados. Al escuchar los disparos, se ocultaron y vieron todo. Ellos fueron los que avisaron a la posta de Sinsacate.

 

El juez de paz local, en esa tarde lluviosa, mandó buscar los cuerpos de Quiroga y de Santos Ortiz, y los depositaron en la iglesia. Sinsacate adquirió una sacralidad que permanece intacta, ya que fue donde se improvisó el velorio inesperado del caudillo.

 

Al día siguiente, su cuerpo fue llevado a Córdoba, donde fue enterrado en la Catedral y el de su secretario a Mendoza, a pedido de su esposa.

 

Todas las miradas apuntaron a los hermanos Reinafé -José Vicente, el gobernador; Francisco; José Antonio y Guillermo como los instigadores del crimen.

 

Días después del crimen, Santos Pérez le entregó a Reinafé dos pistolas y un poncho de vicuña, propiedad del muerto. En medio de acusaciones cruzadas sobre quién era el autor intelectual del crimen, el gobernador Reinafé quiso limpiar los rastros que lo vinculaban con los asesinos. Simulando un brindis, intentó envenenar a Santos Pérez con aguardiente mezclada con cianuro pero la poción no logró su efecto y logró escapar.

 

Lo atraparon cuando fue a la ciudad para encontrarse con la hija de Fidel Yofré, dueño de campos en el lugar. Uno de los encargados lo reconoció y lo denunció a la milicia rural. Acorralado, sin tener a dónde ir, se entregó.

 

Luego de que Pedro Nolasco Rodríguez fuera electo gobernador cordobés, la suerte de los intocables Reinafé había terminado. Salvo Francisco que logró escapar, fueron detenidos junto a la mayoría de los integrantes de la partida.

 

El 27 de mayo de 1837 se conocieron las sentencias a muerte y el 25 de octubre fueron fusilados los Reinafé junto a Santos Pérez. Los cuerpos de éste último y de José Vicente fueron colgados en la puerta del Cabildo. También se pasó por las armas a la mayoría de los miembros de la partida y otros fueron condenados a prisión.

 

Muchas miradas se dirigieron a Rosas, al considerarlo el verdadero ideólogo de la muerte de Quiroga. “…muerte de mala muerte se lo llevó al riojano, y una de las puñaladas lo mentó a Juan Manuel”, escribió Jorge Luis Borges en su poema “El General Quiroga va en coche al muere”.

 

En el patíbulo, un condenado gritó desesperado denunció al gobernador, como el instigador detrás del crimen.

 

Algunos memoriosos no solo cuentan con cautela que en algún aniversario vieron aparecer de la nada la galera de Quiroga, vacía, tirada por seis caballos, cruzando el camino y perdiéndose en el monte que ya no está. Y que el viento que silba entre los espinillos suele traer los lamentos desesperados del postillón de 12 años, en ese camino polvoriento y solitario donde nueve cruces recuerdan que allí Quiroga, que se creía inmortal, encontró la muerte.

EL HÉROE INVICTO


Gral. Juan Gualberto Gregorio de Las Heras

 

La Prensa, 05.02.2023

 

Con honesta justicia histórica se ha llamado al Gral. Juan Gualberto Gregorio de Las Heras (1780/1866), el Héroe Invicto de las Guerras de la Independencia. Militar de destreza singular, persona clave al salvar a todos los hombres a su mando en el desastre de Cancha Rayada, relevante político y diestro diplomático cuando fue gobernador de la provincia de Buenos Aires. Ante las luchas internas que se daban en estas tierras, al igual que lo hizo el Libertador José de San Martín, decidió irse. Se instaló en Chile.

 

Ya del otro lado de la Cordillera de los Andes, la familia ha sido una de sus grandes preocupaciones. En especial tras la muerte de su esposa. Sus sueldos no son lo suficientemente elevados ni están a la altura de su jerarquía militar. Sin embargo, nunca ha exaltado esta carencia a menos que alguna situación forzosa lo llevase a hacerlo. Es curioso, al leer sus cartas, con qué fidelidad expresa los sucesos que hoy son considerados como históricos. Quien se detenga en aquella correspondencia le será posible presenciar – a través de la imaginación – escenas y situaciones tal como si estuvieran aconteciendo. No es casual su resistencia a dar a conocer sus memorias, no lo es porque teme que sus palabras no representen su lucha. Ha tenido ya varias decepciones por las que su vida se ha visto forzada a cambiar de rumbo, desilusionado y no recompensado tal como debiera haber sido. Por eso ha elegido retirarse a su casona en Santiago de Chile.

 

Hombre longevo, para aquellos tiempos y habida cuenta de la existencia intensa y ajetreada que ha llevado – tiene 85 años de edad –  la enfermedad lo fue debilitando, pero su recuerdo le permite aún pensar en aquellos incansables días de gloriosas batallas. Sus amigos reconocen en él al ciudadano joven que decidió, en algún momento, acompañar la lucha por la Independencia.

 

La falta de fuerzas no le ha de permitir continuar con la cotidiana correspondencia que mantenía. Pasa los días encerrado en su habitación, cuando no postrado por sus dolencias en el riñón, se traslada con dificultad y descansa observando los árboles de su inmensa casa. Su enfermedad ha alcanzado su etapa final, y por esta lamentable razón, Las Heras – siempre racional, reflexivo, aplomado – ha llamado a uno de sus hijos para decirle:

 

“Hijo mío, el momento supremo ha llegado para mí..., pero la muerte del cristiano es ya el principio de la vida... Cuando yo haya dejado de existir enviará una sentida nota al ministro de Guerra de la República Argentina agradeciéndole las ultimas distinciones con que he sido honrado, y cuando sea posible, procuren mis hijos que cubra mis restos la misma tierra que me vio nacer.”

 

Aquella aldea

Las Heras había nacido un 11 de julio de 1780 en aquella aldea de Buenos Aires. Deseaba que sus restos mortales reposaran allí para la eternidad. Volver a su tierra ha de ser su última voluntad y será cumplida años después.

 

Eran las dos de la tarde del día 6 de febrero de 1866. Su última jornada en esta tierra. El hijo de mayor edad, Juan Martín, es quien ha escuchado las últimas palabras en las que le ha sido solicitado ese deseo profundo. A través de este ha demostrado el enorme dolor que le fue causado al tener que alejarse de su lugar natal. Si bien en Chile ha sido reconocido y apreciado por muchos de sus amigos y compañeros de batalla, la soledad que ha vivido en silencio durante todos esos años en que se alejara de la Argentina, siguió acompañándole hasta el momento de morir.

 

Su cuerpo fue trasladado a la Catedral de Santiago de Chile el 7 de febrero de 1866 a las siete de la tarde, oficiándose una misa de despedida el día 8 del mismo mes. Las filas militares se formaron en columnas en la plaza principal de Santiago de Chile, rindiendo un homenaje a quien les diera, junto al General San Martín, la Independencia como nación.

 

Antes de morir, con plena consciencia, redactó su testamento en el que expresó:

 

“Que se pague la cantidad que dispone la ley en razón de mandos forzosos, que el entierro de su cadáver se haga sin pompas ni aparatos, dispensando, sin embargo, a todas las personas que quieran acompañarlo, las atenciones de costumbre; que se den 206 pesos al mayordomo José Orrego, 100 a Martín Flores, que le sirve a la mano, y el sueldo de un mes a la cocinera Elena Salinas, lavandera Carmen Cerda y cochero José Flores.”

 

La repatriación de sus restos se concretó 40 años después de su deceso, si bien la autorización para la repatriación fue dada el 5 de mayo de 1897 – por sus hijos– al doctor Norberto Piñero, representante argentino en Chile.

 

El 20 de octubre de 1906, el crucero de la Armada Argentina 25 de Mayo, trajo al puerto de Buenos Aires la urna conteniendo los despojos mortales del General Juan Gualberto Gregorio de Las Heras. Aguardaban miles de personas que llegaron a agruparse en todas las plataformas cercanas al desembarco: dársena Norte, Viamonte, Maipú, Plaza San Martín y Florida. La ciudad fue preparada de manera especial para la recepción de los restos de quien fuera el máxime colaborador del General San Martín, en la lucha por la Independencia de América: Banderas de Chile, Argentina y Perú adornaron los edificios. La Plaza de Mayo y la Pirámide fueron testigos de su llegada.

 

Su última voluntad había sido cumplida.

 

A más, pronto el Libertador al igual que el Gral. Tomás Guido estarían acompañándolo… De nuevo, los tres reunidos.

 

Antonio Las Heras

Doctor en Psicología Social, magíster en Psicoanálisis, filósofo y escritor. Dirige uno de los institutos de la Sociedad Científica Argentina.

JOSÉ DE SAN MARTÍN


 y la importancia de la educación física

 

Gustavo Capone

 

MDZ, 25 DE ENERO DE 2023

 

“Nada de lo conseguido hubiera sido posible sin un equipo bien entrenado”. Afirmación que nos llevará al lugar común de interpretar razonablemente que la frase valdría para distintas circunstancias y ejemplos: una empresa familiar; un club amateur; una multinacional; un gobierno. Es real. Sin organización y entrenamiento todo se haría mucho más difícil.

 

Imaginemos entonces, cuánto más real es si tuviéramos que entrenar a un equipo de 5.000 “jugadores” como fue el Ejército Libertador que tuvo que sortear cuatro surcos de cordilleras por el paso Los Patos con picos de 5.000 metros de altura como El Espinacito y enfrentarse, por ese entonces, al campeón del mundo: España, que nos esperaba “de local” con el triple de jugadores (soldados), muchos de ellos profesionales probados en las grandes “ligas” (batallas) continentales.

 

Y no solo eso, el “equipo” libertador (voluntarioso y corajudo, pero mayoritariamente aficionado) debería prepararse física y anímicamente para jugar un segundo tiempo en una “cancha” totalmente distinta. El primer tiempo en las alturas cordilleranas de Los Andes y el segundo en las aguas del Océano Pacífico para llegar a las costas del Perú.

 

San Marín, “El profe”

Una vez más les propongo jugar didácticamente con hechos concretos del ayer y trasladarnos solo por un ratito a la cotidiana coyuntura. Mucho más en tiempos donde la difusión, afortunadamente, de sanos hábitos de alimentación, la proliferación de novedosos sistemas de entrenamiento físico, las dietas balanceadas, la importancia de los ejercicios hipopresivos, las tradicionales pesas, los interval training o “pasadas”, el cardio - running, pilates, CrossFit, fitness, stretching o las puntuales actividades de cerros: treeking, escaladas, rappel, son tan solicitados por un amplio sector de la sociedad. Entonces, me remonto a la afirmación con que empezamos la lectura para referirme al entrenamiento del ejército libertador liderado por San Martín: “Nada de lo conseguido hubiera sido posible sin un equipo bien entrenado”.

 

Retrocedamos entonces también al San Martín que fue soldado y a su experiencia como “jugador” raso, no todavía como “profe” (líder). Aquel soldado no solamente batalló en distintos continentes y climas. Recordemos que tuvo que enfrentarse además a distintos escenarios. Jugó en distintas “canchas”; para continuar con la comparación novelada.

 

Estuvo en el caliente norte de África peleando en la sofocante plaza de Orán contra los moros, donde durante 37 días sufrieron el ataque enemigo, padeciendo hambre e insomnio. En la frontera de los Altos Pirineos (límite de la Península Ibérica con Francia) donde su unidad cruzó una treintena de picos que superaban los 3.000 metros entre los valles de Arán y Tena (provincia aragonesa de Huesca), habiendo recorrido previamente 840 kilómetros a caballo (en pleno otoño) de Málaga a Zaragoza para enfrentar a Napoleón (1792). Pero también luchó como marinero en la fragata Santa Dorotea contra los británicos en el Mediterráneo. En el desierto, las costas, la selva, las montañas y el mar. O sea, “un atleta todo terreno”.

 

Seguramente esas simplificadas experiencias citadas, más cientos de otras vivencias, y una enorme bibliografía consultada sobre las grandes gestas militares de la humanidad terminaron forjando en San Martín la idea de la sustancial importancia que tenía la preparación física y mental del ejército libertador. De ahí su cuidado minucioso por la hidratación y alimentación, la relevancia de los comportamientos cardiovasculares y respiratorios en altura, las fluctuaciones de la presión arterial, la logística farmacológica y preventiva, el tratamiento de la emergencia, la carga nutricional (calórica y proteica) que cada soldado debía consumir cada tantas horas o los necesarios tiempos de descanso.

 

Consideremos además que había que contemplar la alimentación y abrigo de 5.000 hombres, pero también de casi 10.000 mulas y 1.600 caballos, más las 600 vacas que se llevaron para el faenamiento en la medida que el ejército avanzaba. Pero además se llevaba el forraje para la alimentación de los animales, pues es imposible conseguir un yuyo a 4.000 metros de altura donde todo es piedra y nieve.

 

El entrenamiento

Las jornadas de preparación comenzaban muy temprano en El Plumerillo. A las 6 de la mañana ya todo el mundo estaba en pie. Un buen entrenamiento comienza siempre por lo mismo: el cuidado de la higiene personal.  Por ende, cada soldado llevaba permanentemente en sus mochilas: peines, jabones y piedra pomez. San Martín era muy severo en este aspecto que parece insignificante. Requisas periódicas sobre el cuidado de uñas de mano y pie, control de axilas, cuello e ingle, higiene bucal y cortes de cabello eran permanentemente controlados.

 

La ropa de fajina para la práctica diaria debía ser lo más parecido a la vestimenta que se llevaría en campaña. Había que preparar un soldado que cargará una mochila de 13 kilos (promedio) para caminar por angostos senderos a 4.000 metros bajo los flagelos del apunamiento con alteraciones del sistema cardiovascular que llegarán, producto de la falta de oxígeno en altura, a producir un posible nublamiento de la vista, mareos, náuseas, vómitos, deshidrataciones o abruptas desorientaciones.  Pero además el soldado debía trasladar una mula que cargaba 30 kilos (promedios) de provisiones. En paralelo, cada mula llevaba dos bordalesas de 5 litros de vino mendocino sobre cada costado. O sea, casi 100. 000 litros de vino para que el soldado lo consumiera preferentemente de noche como resguardo del frío.

 

El ejército empezó su preparación al poco tiempo de llegado San Martín a Mendoza. En un principio era solamente una centena los hombres que lo compusieron. Las prácticas de esgrima, las luchas cuerpo a cuerpo, las secciones de tiro, las cargas a caballo con bayonetas, los desplazamientos cuerpo a tierra, las cinchadas, los lanzamientos de cuchillo, las marchas a campo traviesa, eran cotidianos ejercicios que se repetían una y otra vez. Por ende, los ejercicios aeróbicos, de fuerza y resistencia formaban parte de la preparación básica. Pero las actividades de velocidades, ejercicios de acción y reacción, con deuda de oxígeno (anaeróbicos), saltos, flexibilidad, equilibrio, coordinación general, formaron también habitualmente parte de la práctica militar en base a distintas acciones de guerra. A medida que avanzaba la organización y se definieron los distintos “cuerpos” y regimientos del ejército, los entrenamientos pasaron a ser específicos: caballería, infantería, artilleros, barreteros, etc. tuvieron su rutina particular.

 

La organización del trabajo y distribución de ejercitaciones que comprendieran cargas, repeticiones y frecuencias para los distintos grupos musculares tuvieron esquemas periódicos que contemplaban planes diarios, semanales o mensuales. El gran predio de práctica de El Plumerillo se dividía en espacios donde el trabajo era en forma sectorizada. Pero también, las prácticas “extramuros” con simulaciones de combates por cerros, llanos o atravesando arroyos fueron habituales. Como la tarea específica de zapadores, baqueanos, espías o topógrafos realizadas a campo abierto, sorteando quebradas o improvisando puentes.

 

Nada estuvo librado al azar. Había que contemplar que el ejército avanzaría a un promedio de 28 kilómetros por día aproximadamente y que los soldados sufrirían alteraciones térmicas de 45º, ya que las temperaturas oscilaban entre 25 /30º durante el día y 15º bajo cero durante la noche.

 

La base de la alimentación del ejército fue “el valdiviano”: base de carne seca (charqui) machacado, más grasa, rodajas de cebolla cruda, ajo y agua hirviendo. Muy rico en calorías. La cebolla y el ajo contrarrestaban el apunamiento, además eran elementos pequeños y livianos que se podían llevar en el morral. No generan peso y servían también de alimentos a mulas y caballos.

 

Las columnas que llevaban los víveres iban a retaguardia. Entre otros víveres trasladados se contaba con 4 toneladas de charqui y galletas de maíz. Además de vino, llevaron aguardiente y 100 barriles de ron (cada barril de 40 litros) para disminuir el frío nocturno. Completaban las reservas: 400 kg de queso.

 

El soldado debía consumir más de 3.000 calorías diarias. Además de obligatoriamente beber por día 3 litros de agua y ½ litro de vino. Como no existían las suficientes cantimploras, 8.000 cuernos de vaca se adecuaron para la ocasión (2 por soldado).

 

Previamente San Martín había creado un cuerpo médico y hospitales en Mendoza, San Juan y San Luis. Juntas sanitarias tuvieron el control y cuidado de la salud física del ejército y del total de la población de la Gobernación de Cuyo, promovió una amplia legislación sanitaria; dispuso la vacunación antivariólica obligatoria a todos los cuyanos y miembros del ejército (algo inédito para la época); ordenó la matanza de perros vagabundos para evitar la propagación de la rabia; instrumentó medidas contra la vinchuca blanqueando paredes. Pero también organizó un hospital móvil que acompañó al ejército trasladado por 47 mulas silleras y 75 cargueras.

 

Conclusión: la fuerza moral ante la montaña

Ningún entrenamiento físico es completo si no contempla la parte anímica y mental. Esa alianza física y mental es la que vence a la montaña más alta. La de piedra y roca en la guerra o la “montaña” personal en la vida diaria. Ese fue otro gran mérito del liderazgo sanmartiniano. Apoyarse en una extraordinaria condición física y mental de sus soldados. Pero suponemos también que el ejército partió con la terrible angustia de pensar que atrás quedaban madres, esposas e hijos que probablemente jamás se volverían a reencontrar. Para enfrentar eso también hay que estar preparado. Esa fortaleza solo lo logrará un buen entrenamiento. De ahí la importancia de buenos profesionales.

 

Para la inmensa mayoría que no ha cruzado nunca (de ninguna manera) la Cordillera o, al menos no han visto una montaña de cerca, se corre el riesgo de no percibir lo trascendente del fenómeno. Fenómeno que fue pensado “quirúrgicamente” desde Mendoza por San Martín y su equipo de trabajo durante casi 3 años, permitiendo libertar medio continente. El convencimiento fue sustancial. Eso sigue siendo una herramienta primordial. Ayer, y siempre, y donde la educación física tuvo como siempre una enorme preponderancia.