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LA RECONQUISTA


 desde el revisionismo histórico

 

Por Pablo A. Vázquez

La Prensa, 11.08.2025

 

 

La batalla naval de Trafalgar del 21 de octubre de 1805 dio por tierra los planes de Francia y España, dejando a Gran Bretaña el señorío de los mares. Los proyectos ingleses de dominar los territorios americanos encontraron el momento propicio. Una flota naval británica surcó el Atlántico sur, primero para tomar el Cabo de Buena Esperanza, para luego enfilar para el teatro de operaciones del Río de la Plata.

 

Ya en África, Sir Home Popham, cabeza de la flota invasora, quien, a su vez, respondía al mando del mayor general Sir David Baird, pergeño la invasión a Montevideo y Buenos Aires, a fin de dominar dichas posesiones españolas y tomar los caudales reales.

 

Ante el anuncio del arribo británico el virrey Marqués Rafael de Sobre Monte tomó los aprestos para resguardar el tesoro real y trasladarse a Córdoba, la que por unas semanas fue la capital virreinal. La medida, correcta en lo formal, fue fatal para el ánimo de la población porteña.

 

DESEMBARCO

 

El 25 de junio de 1806 los ingleses desembarcaron en Quilmes, presentando, al día siguiente, batalla un grupo de criollos, los que fueron derrotados. Los invasores se hicieron con el domino de la ciudad por casi dos meses. Se mantuvieron las instituciones españolas, en tanto y en cuanto se jurase lealtad al rey Jorge, y se cumpliese el código de comercio inglés. Muchos comerciantes y parte de las familias importantes aceptaron al invasor, y, en especial, los beneficios del libre comercio, aun cuando ondease la bandera británica en el Fuerte.

 

Pero para otros se debía dar una resistencia armada para expulsar al invasor. Esa toma de conciencia popular sobre su sentido histórico y su necesidad de liberarse de todo sometimiento exterior fue interpretada, paradójicamente por un francés.

 

Santiago de Liniers organizó esas fuerzas en la Banda Oriental, con la asistencia de Martín de Álzaga en la ciudad y de Juan Martín de Pueyrredón en la campaña, batalla de Pedriel mediante, sumando a cientos de voluntarios, la futura Reconquista. Acción en la que participó un joven Juan Manuel de Rosas, con 13 años, y donde un salteño Martín Miguel de Güemes, al ver un barco inglés encallado por una bajante del río, dirigió una carga de caballería contra él, abordándolo, como hecho único en los anales de la guerra.

 

Se sumaron los paisanos de la campaña, los esclavos afro, los aborígenes -quienes llegaron tiempo después con 20.000 guerreros para resistir y, en 1807, controlarían la costa ante la nueva amenaza inglesa-, y las mujeres criollas, quienes tuvieron un rol destacado. Las familias porteñas usaban las terrazas para atacarlos. Cada casa era una fortaleza. Cada esquina era un piquete armado.

 

El 12 de agosto de 1806 Liniers, como caudillo militar, forzó la capitulación de Beresford como jefe militar de las fuerzas británicas. Fue la primera victoria española luego de Trafalgar o, visto del lado criollo, el origen de nuestra conciencia nacional a través del pueblo en armas para proyectarse como Nación.

 

REVISIONISMO

 

Los autores de la corriente historiográfica “revisionismo histórico” no sólo destacaron el triunfo militar y la figura de Liniers, sino que vieron en la Reconquista el inicio de nuestra identidad nacional.

 

Tal como lo señaló Carlos Pesado Palmieri, en “La década axial de la patria nueva” (2013):

“El alba de nuestras luchas por la soberanía territorial la retrotraemos nosotros a los episodios que finalizaron con la victoria sobre la agresión británica al Plata en 1806–1807, por lo que hemos llamado a esa triada basal de nuestra existencia: la década axial… La Patria Originada no fue unívoca hija de la Revolución, sino que nació de un parto bélico en defensa de su soberanía territorial, amenazada por potencias extranjeras enemigas de la patria Originaria”.

 

Para Ernesto Palacio en “Historia de la Argentina: 1515-1938” (1954) la figura del valeroso marino francés fue fundamental como promotor de una “democracia en armas”:

 “El júbilo de Buenos Aires fue inmenso, así como su entusiasmo por el jefe que había decidido la victoria. Liniers aparecía a los ojos de todos como el caudillo natural, como el conductor providencial y necesario. A ello contribuía, sin duda, la subsistencia del peligro. La escuadra inglesa continuaba dueña del río, esperando evidentemente refuerzos para intentar el desquite. En ausencia del Virrey, el gobierno había recaído en la Real Audiencia. Pero el 14 de agosto, un Cabildo Abierto bajo la presión popular se pronunció contra el Virrey y designó jefe militar a Liniers.

Impuesto Sobremonte, que se hallaba en Córdoba, del estado del espíritu público, confirmó a regañadientes esa decisión, aunque delegando el mando político en el presidente de la Audiencia, y s e dirigió a la Banda Oriental para hacerse cargo de la defensa de Montevideo.

Liniers desplegó una extraordinaria actividad, dando muestras de sus grandes dotes de organizador. El aristócrata ligero y un poco escéptico, dado al ocio y a los placeres, se engrandecía ante la responsabilidad, como es corriente en los ejemplares de raza. En once meses convirtió a una población de comerciantes en una república militar”.

 

Salvador Ferla, en su artículo “Liniers, un líder desertor”, publicado en la revista “Todo es Historia” n° 91, diciembre 1974, profundizó el rescate del futuro Conde de Buenos Aires como “Padre de la Patria”:

 “En junio de 1809 una noticia traída por un bergantín procedente de Rio de Janeiro electrizó a la ciudad de Cádiz: Liniers se había sublevado al frente de 12.000 criollos y pasaba a degüello a la población española. Se trataba – se sabría después – de una fantástica distorsión de los hechos del 1° de enero, cuando el Cabildo porteño intentó deponer al virrey y fue reprimido por las milicias. La esencia rescatable de esta anécdota es la asociación que desde lejos se hacía entre Liniers, los criollos y la independencia. La ecuación es correcta.

A pesar de la trágica culminación de su vida en el Monte de los Papagayos, es difícil disociar a Liniers de las ideas de criollo e independencia. El historiador anglocanadiense H. S. Ferns, elige los nombres de Liniers y Rosas cuando quiere señalar a los defensores de la independencia americana. En efecto, nadie mejor que Liniers se parece a un padre de la patria ni estuvo más próximo a ser el fundador de nuestra nacionalidad, con más razón habiendo sido esta nacionalidad proyectada y consumada por esa ciudad de Buenos Aires que lo encumbró hasta la altura del mito. No obstante, el Liniers de los textos de historia es una figura cargada de ambigüedad, incluido en la lista de los “leales a la corona”, porque así el mismo lo quiso en una renuncia por incomprensión, por debilidad o por azar, a un destino de patriarca americano”.

 

Finalmente, para Vicente Sierra, en el tomo IV de su “Historia de la Argentina” (1959) los hechos de 1806 preanunciaron un cambio de sistema y el inicio de nuestra identidad nacional:

 “La invasión inglesa de 1806 provocó alteraciones en el orden político, militar y económico del Río de la Plata... Cae un virrey, pero no se puede decir que hizo crisis el régimen virreinal. No se quebró la unidad territorial del Virreinato, pero se agudizó la vieja rivalidad entre Montevideo y Buenos Aires, preludio del federalismo agresivo en que fermentó la etapa más anárquica de la historia del país. Lejos de debilitarse se fortaleció la fidelidad a la monarquía al mismo tiempo que se advertía que la tesis del absolutismo, en que ella se afirmaba, no habían formado una conciencia política y en la mayoría resurgían vitales viejos principios opuestos de honda raigambre tradicional... Es que la gran importancia histórica del episodio fue poner al descubrimiento la debilidad estructural que aquejaba al régimen vigente.

El fracaso militar abrió paso a lo que podríamos llamar ejércitos nacionales o populares, y el fracaso político testimonió que el pueblo estaba en condiciones de romper las ataduras del centralismo. Prácticamente abandonado por las autoridades, Buenos Aires sintió debilitarse su fe en el poder de la Metrópolis, sentimiento que, aparentemente no determinó ningún cambio, pero que fue a la larga provocador de rebeldías. Todo lo que se expresa en una fecha y en un hecho: El Cabildo Abierto del 14 de agosto de 1806. Acto y día en que se inició la revolución, de cuyo largo y complicado proceso histórico surgió la Nación Argentina”.

LA MUERTE DE LINIERS Y LA VISIÓN DE SOR LUCÍA


El 12 de este mes se conmemora la Reconquista de Buenos Aires, batalla donde nuestros antepasados vencieron a los ingleses. Sin ese triunfo, hoy seríamos una colonia británica; las milicias criollas, con el apoyo de los vecinos y la conducción de Santiago de Liniers, crearon las condiciones para que fuera posible el Cabildo   de Mayo y la posterior declaración de la Independencia.

 

Por esas paradojas de la historia, el héroe de la Patria moriría en Córdoba, fusilado por un pelotón de soldados ingleses, por orden de la Junta designada por el ©abildo de Buenos Aires. Resulta difícil comprender que fuese condenado sin juicio anterior, al igual que otras cuatro personalidades ilustres que, no solamente habían prestado valiosos servicios en el pasado, sino que no habían ocasionado ningún daño hasta el momento de la sentencia. Sólo pretendían restaurar la autoridad del Virrey que acababa de deponerse, y que consideraban legítima.

 

Nos parece oportuno recordar en esta ocasión, un hecho sorprendente: la visión que tuvo Sor Lucía del Santísimo Sacramento, que en la época y lugar que estamos comentando, “vivía en olor de santidad en el monasterio de las Teresas de Córdoba” (1). Esta monja se llamó en el mundo María Lucía Álvarez. En el mismo convento de Carmelitas Descalzas, vivía una hermana de Victorino Rodríguez, Sor Marcelina de los Dolores; tal vez por eso el Dr. Luque Colombres agregó como anexo a su biografía del citado profesor, una parte de las memorias de Sor Lucía. Con el título de Amores de Dios con el alma, la monja escribió su autobiografía, por mandato de su confesor, que obviamente parecía necesario hacer conocer, pese a tratarse de una revelación privada, lo que se refiere a los sucesos de 1810 (2).

 

Comienza la hermana Lucía, relatando la consternación que reinaba en el convento por la presencia en la ciudad de la tropa que había llegado para detener a los que considerados legítimos funcionarios, respetables por sus virtudes y considerando que la justicia les pertenece en el conflicto desatado. Procuraba ayudar en la emergencia con la oración continua, rezando en una ermita ubicada en la torre; al cabo de tres días dedicado a este menester, se encontró en el coro con la comunidad, cuando tuvo una visión a modo de sueño. Pero ella percibía que no se trataba de un sueño, pues ya en el pasado le había ocurrido algo similar. En esta oportunidad, vio que las personas que estaban siendo buscadas habían muerto. Menciona quienes eran: “el Sr. Dn. Santiago Liniers, el Sr. Gobernador Concha, el Sr. Coronel Dn. Santiago Allende, el Sr. Teniente Dn. Victorino Rodríguez, el Sr. Tesorero no se su nombre y apellido…”.

 

Movida por la compasión, y sabiendo que es Dios quien le notifica este suceso, le dijo que los descendientes de estos señores quedaban huérfanos, recibiendo la respuesta de que Él cuidaría de ellos. Se preocupó también por sus mujeres, destacando que quedarían en situación de riesgo ya que era jóvenes, pero el Señor le aseguró que las guardaría, añadiendo que los muertos eran mártires. Sor Lucía, sorprendida, preguntó cómo podían ser mártires si no morían por la fe, escuchando que eran mártires de la justicia, así se llamarán pues lo son de verdad.

 

La hermana quedó con una sensación de paz y de certidumbre con respecto a lo que había visto; aprovechó un momento de descanso para comunicar a sus compañeras lo que había visto y escuchado el día 6 de agosto. Ellas consideraron que era un desvario suyo y que lo relacionado, no había ocurrido; Sin embargo, el día 26 de dicho mes se supone de la muerte.

 

En otra comunicación con Dios, le mostró parte de la gloria de que gozaban las almas de los mártires fallecidos, explicándole por qué cada uno se había hecho merecedor de esa corona. De una de esas almas a quien veía con tres coronas, quiso saber la causa, recibiendo como respuesta que una era por la perfección de su vida, otra por la perfección con que había cumplido los cargos que había detentado y que le había confiado su Divina Majestad (3).

 

1)Bruno sdb, Cayetano. La Virgen Generala, Rosario, Ediciones Didascalia, 2da. Edición, 1994, págs. 188-189.

2)Luque Colombres, Carlos. El doctor Victorino Rodríguez. Córdoba, Imprenta de la Universidad, 1947, Anexo N° 7.

3)Fragmento de la Vida de Sor Lucía del Sacramento, del monasterio de Carmelitas Descalzas de Córdoba, relacionado con los sucesos de 1810, obrante en el Archivo del Monasterio y publicado en Luque Colombres, op. Cit.

CONFERENCIA

 El Ateneo Cïvico José de San Martín, ha organizado una conferencia sobre Liniers, héroe argentino, que estará a cargo del Dr. Mario Meneghini. Se realizará el sábado 10 de agosto, a las 10 horas, en La Rioja 532 (Córdoba), siendo libre la entrada.

SANTIAGO DE LINIERS


el fusilamiento del “Conde de la Lealtad” y la lucha entre sus hijos por los restos

 

Omar López Mato

Médico, historiador y autor del sitio Historia Hoy

 

Infobae, 26 de Agosto de 2022

 

 

La vida de Santiago Antonio María de Liniers y Bremond podría resumirse en el título nobiliario con el que fue honrado después de defender al virreinato del ataque británico. Liniers fue leal a la corona por más que existiesen recelos por su origen francés y lo fue hasta las últimas consecuencias, no solo ante las amenazas externas sino también cuando la insurgencia criolla aspiró a separarse de España, dividida por la invasión napoleónica.

 

Por ser el cuarto hijo de nueve hermanos, el título familiar de Conde de Liniers, lo recibió su hermano mayor Jacques Louis Henri quien, además, fue caballero de la Real Orden de San Luis y socio de su hermano en varios emprendimientos en el Río de la Plata.

 

Por pactos entre España y Francia, Santiago pudo ponerse al servicio de la corona peninsular y ser admitido a la Orden de Malta con solo 12 años.

 

Cuando los ingleses invadieron Buenos Aires, Santiago de Liniers era dueño de una extensa foja de servicios a la corona: había servido como teniente de caballería y capitán de navío de la Real Armada Española. Después de una breve campaña contra los piratas berberiscos, viajó en 1776 al virreinato del Río de la Plata donde intervino en la toma de Colonia del Sacramento, por entonces bajo el dominio portugués.

 

Vuelto a España, se destacó en varios enfrentamientos en el Mediterráneo contra los ingleses. Por estos actos de servicio llegó a capitán de fragata.

 

Casado con Juana Úrsula de Menvielle y Latourrete volvió al Río de la Plata donde, desgraciadamente, mueren su esposa y su único hijo.

 

El 3 de agosto de 1791 contrajo nupcias con María Martina de Sarratea y Altolaguirre, miembro de una adinerada familia porteña, hermana a su vez de Martín de Sarratea, de destacada actuación en nuestros primeros gobiernos patrios, quien terminaría su carrera como diplomático en Europa del gobierno de Juan Manuel de Rosas.

 

En 1802 el virrey Joaquín del Pino nombró a Liniers gobernador interino de las misiones guaraníes. En 1804 volvió a Buenos Aires y una vez más la desgracia cruzó su destino: su esposa Martina Sarratea murió después de dar a luz al octavo hijo del matrimonio. Días más tarde moriría también su hijo Francisco de Paula, de tan solo dos años.

 

Fue después de este doloroso episodio, cuando se unió a su hermano en el proyecto de establecer una fábrica de “pastillas de carne condensada” para proveer a las naves que paraban en Buenos Aires, pero el negocio fue un completo fracaso.

 

El momento de gloria llegó en 1806 cuando ante la huida del virrey Sobremonte, Liniers organizó la reconquista de Buenos Aires desde Montevideo. Esta victoria lo convirtió en héroe y caudillo. Su figura dio lugar al primer acto de autodeterminación criollo, la consagración de Santiago de Liniers como virrey del Río de la Plata.

 

En vistas de un nuevo ataque británico, Liniers militarizó a la ciudad con milicias organizadas según el lugar de origen de sus integrantes. Así surgieron los Arribeños, los Patricios y los grupos combatientes de distintas provincias ibéricas. A pesar de la preparación, el desembarco de diez mil efectivos británicos puso en jaque a las tropas porteñas que fueron derrotadas en el Combate de Miserere (1807). Liniers pensó en capitular pero la resistencia organizada por Martín de Alzaga logró vencer completamente a los británicos quienes también se vieron obligados a entregar Montevideo. Fue entonces cuando el virrey fue honrado con los títulos de mariscal de campo y “conde de Buenos Aires”. El Cabildo de la ciudad rechazó esta denominación y lo reemplazó por el de Conde de la Lealtad que honró hasta el último de sus días.

 

Lamentablemente los negocios turbios de su hermano mayor alzaron voces acusatorias de nepotismo, cohecho y peculado. Su relación sentimental con madame Marie Anne Périchon (una noble francesa de agitada vida social y erótica, además de supuestas actividades como espía) no mejoró la reputación de don Santiago, quien también fue acusado de traición por haber recibido al marqués de Sassenay, un enviado de Napoleón.

 

Javier de Elio alzó la ciudad de Montevideo contra Liniers y no tardó Martín de Alzaga en insubordinarse y pedir la destitución del virrey en Buenos Aires. Gracias al apoyo de Cornelio Saavedra y sus patricios –la tropa porteña más numerosa– logró derrotar la conjura y desterró a Martin de Alzaga a Carmen de Patagones.

 

A pesar de los reconocimientos, la Junta de Sevilla prefirió un virrey español en estas costas y lo nombró a Baltazar Hidalgo de Cisneros, un marino español de extensa carrera que se había comportado como un valiente durante el desastre de Trafalgar.

 

El nuevo virrey a su llegada a Buenos Aires, se reunió con Liniers quien, entre otras cosas, le recomendó no deshacer las milicias porteñas. Sin saberlo, el ex virrey estaba firmando su acta de defunción y la del fin del dominio español sobre este virreinato.

 

Liniers se instaló en Córdoba y cuando se enteró de la Revolución de Mayo, junto al obispo Orellana y otros españoles decidieron hacer frente al ejército porteño. A su criterio, la aviesa conducta de la Primera Junta era “una puñalada al régimen español” a quien había jurado fidelidad.

 

La contrarrevolución fue un fracaso y Liniers junto a las otras autoridades pro-españolistas fueron capturados, maltratados y sus bienes robados.

 

La Primera Junta ordenó el fusilamiento de los cabecillas, pero el comandante Francisco Ortiz de Ocampo, quien había sido subordinado de Liniers, se negó a cumplir el mandato y decidió remitir a Liniers y demás contrarrevolucionarios a Buenos Aires.

 

La Junta, conociendo la popularidad del exvirrey, ordenó la inmediata ejecución de Liniers y demás cabecillas (hecha la excepción del obispo), acto que se ejecutó el 26 de agosto de 1810, en Cabeza de Tigre (Córdoba).

 

Allí, el héroe de la reconquista, fue desnudado y arrojado a una fosa común. Por años el exvirrey fue olvidado hasta que el presidente Santiago Derqui designó una delegación para localizar los restos de los ejecutados. Uno de los testigos del fusilamiento identificó el lugar del entierro y allí se hallaron los restos del virrey junto a los demás fusilados. Liniers pudo ser identificado por un botón con una corona.

 

Las cenizas fueron trasladadas primero a Rosario y después a Paraná para ser homenajeados (recordemos que entonces esa ciudad era sede del poder ejecutivo). Dos hijos de Liniers, que vivían en España, agradecieron este “acto de justicia” y pidieron en 1862 al general Mitre (por entonces presidente de la República) que los restos fuesen trasladados a España.

 

Una de las hijas se opuso y los restos de Liniers fueron al cementerio de la Recoleta, al panteón familiar. Sin embargo, los hijos españoles, dolidos por el destrato que había sufrido su padre, insistieron y lograron que sus restos fuesen trasladados a España y sepultados en Cádiz, en el Panteón de los Marinos Ilustres.

 

El gobierno argentino colocó una placa que reproduce la frase final de la biografía de Santiago de Liniers, escrita por Paul Groussac: “Los últimos héroes de la Patria vieja fueron las primeras víctimas de la Patria nueva”