EL DEBATE SOBRE ROCA

 

 

Por Pacho O’Donnell

 

Julio Argentino Roca ha sido juzgado con visiones sesgadas, muy enconadamente favorables o desfavorables, que afectan la seriedad historiográfica. Sin duda fue una personalidad relevante, que marcó con claroscuros el devenir de nuestra Patria. Ha sido objeto de ataques desde un “revisionismo” mal entendido, fundamentalista y demagogo, que ha propuesto, por ejemplo, el derribo o traslado de sus monumentos.

 

Lo cierto es que “el Zorro”, como acertadamente se le llamó en su tiempo, accede al gobierno con el apoyo del Ejército nacional de esencia provincial, y alternativo al que servía al porteñismo; también de la poderosa liga de los gobernadores provinciales enfrentada con Buenos Aires. Ya antes de asumir como relevo de Nicolás Avellaneda coincide con éste, no casualmente ambos tucumanos, en cumplir con uno de los anhelos del interior, también de sus derrotados caudillos federales: capitalizar la República. Acción rechazada por la provincia de Buenos Aires que no ignoraba que ello significaba federalizar los ingresos de la Aduana y la pérdida de otros privilegios económicos y políticos que hasta entonces el puerto había considerado propios sin compartirlos con el resto del país. Avellaneda y Roca llevaron adelante su decisión y Tejedor, gobernador de Buenos Aires, se resistió con las armas provocando una breve guerra civil que dejó más de tres mil muertos.

 

Un padre del revisionismo nacional, popular y federal, A. Jauretche, aunque crítico en otros aspectos, opinó que “el roquismo significa una integración nacional pues después de Pavón sólo habían contado los porteños y aporteñados. Ahora el poder estaba en manos de la “liga de gobernadores” y el caudillo del ejército, también provinciano”.

 

Si bien el roquismo no modificó la dependencia económica de Gran Bretaña y ni cambió la condición de exportador de materias primas, encarnó una política dirigida a construir un Estado nacional con unidad monetaria cesando con la circulación de varias monedas. Para Roca la Argentina no se reducía a la pampa húmeda y promueve una alta inversión pública en el interior; en contraposición al liberalismo aporteñado que, según Salvador del Carril, diagnosticaba que los males nacionales radicaban “en la extensión”, es decir las provincias sobraban, se llevó adelante una política de territorio fijando soberanía en la Patagonia y en el Chaco y se arreglaron problemas limítrofes con Brasil.

 

Su propósito de hacer de Argentina un país moderno, secularizado, al tono de las naciones más civilizadas lo llevó a tener un serio conflicto con una jerarquía eclesiástica que se resistió a que lo religioso dejara de regir la vida pública y privada de la ciudadanía; así dicta la ley 1.420 de educación laica, obligatoria y gratuita, un golpe a la enseñanza confesional; se incrementa un 100 por ciento la matrícula y Magnasco en Educación presenta un proyecto destinado a reemplazar la educación enciclopedista, abstracta y universalista por una estrechamente vinculada con la realidad argentina; se crea el registro civil en 1884 para que asentar nacimientos, bodas y muertes no fuera exclusiva tarea de la iglesia.

 

Se perfilan atisbos de desarrollo independiente que no prosperaron: se incrementan los ferrocarriles estatales en regiones que no le importaban a los británicos; se da una “batalla” con el FF.CC. Argentino que un gran revisionista, Scalabrini Ortíz, rescata en varias ocasiones; el ministro Civit denuncia las tarifas fijadas en connivencia con Gran Bretaña como perjudicial para nuestro desarrollo, y procura desarrollar líneas estatales, y llega a proponer la nacionalización. Se fomentan las bodegas en Cuyo y el azúcar en el norte.

 

Se sanciona el código minero, que en algo atiende a la precaria situación de los trabajadores, y se encomienda a Bialet Massé un informe sobre la deplorable situación de la clase obrera del interior del que deriva un código de trabajo, nunca sancionado, en el que trabaja, entre otros, Manuel Ugarte, el teórico de la “Patria Grande”. Allí se proponía: jornada de 8 horas, descanso semanal, salario mínimo, protección de niños y mujeres en el trabajo, responsabilidad patronal en accidentes de trabajo.

 

En cuanto a su política exterior se destaca la defensa de la soberanía de Malvinas y la enunciación de la Doctrina Drago a raíz del ataque a Venezuela, que establecía que ningún Estado extranjero puede utilizar la fuerza contra una nación americana con la finalidad de cobrar una deuda financiera, principio que cobra una dolorosa actualidad entre nosotros en los tiempos que corren.

 

Para Abelardo Ramos, uno de los padres del revisionismo nacional y popular, Roca no dejaría de ser un caudillo liberal, pero liberal nacional “ya que encarnó el progreso histórico y llevó el presupuesto nacional hasta el último rincón de las provincias. Con Roca y la reconstrucción del Ejército Nacional empieza a definirse una política nacional, zigzagueante entre la comprensión parcial de los hechos y el adoctrinamiento antinacional de los ideólogos (…) hay por lo menos una política nacional, la del Ejército expresada por su fundador, el general Roca, que tiene una política de las fronteras y una política económica a la que falta mucho para ser nacional, pero ya retacea el librecambio impuesto por los vencedores de Caseros en obsequio de los “apóstoles del comercio libre”. En un principio Hipólito Yrigoyen estuvo junto a Roca y algunos sostienen que en esas políticas de nacionalismo incipientes debe rastrearse el origen del radicalismo y de los consiguientes movimientos populares.

 

El ímpetu reformador de Roca fue debilitándose hasta ganarse el apoyo del liberalismo porteño quien logró frenar las débiles intenciones industrialistas que llevaron a un Carlos Pellegrini otoñal a afirmar en vano “es tiempo ya que la Argentina fabrique otras cosas que pasto”.

 

En lo que hace a la Conquista del Desierto es, sin duda, el aspecto más criticable en la historia de Roca, por el militarismo excesivo ante un enemigo mal armado y poco orgánico; también es criticable el destino que se dio a las extensísimas tierras conquistadas repartidas mayoritariamente entre la oligarquía agrícola ganadera de la época perdiéndose la gran oportunidad de copiar lo hecho por los Estados Unidos en el oeste ganado a sus pueblos originarios, repartida entre muchos propietarios.

 

Pero de lo que no se puede dudar es que de no haber sido por la decisión de Roca es más que probable que la Patagonia no sería hoy argentina. Alentaba en nuestro vecino Chile la intención de hacerla propia, como lo demuestran mapas en sus libros escolares en que puede verse a la Patagonia como parte del originario territorio chileno luego perdido por el supuesto expansionismo argentino.

 

La astucia del “Zorro” se puso en evidencia por haber emprendido la campaña en tiempos en que Chile estaba enzarzado en su guerra contra Perú y Bolivia por lo que le fue imposible abrir otro frente obviando una guerra que en otras circunstancias hubiera sido inevitable. También, para quienes hemos estudiado la época, sorprende que Gran Bretaña no la haya ocupado siguiendo su estrategia de dominar las comunicaciones entre mares, como lo hizo en Gibraltar y en Suez. La Patagonia hubiera servido mucho mejor a dicho fin que las Islas Malvinas. Por otra parte las andanzas del autoproclamado Rey de la Araucanía y la Patagonia, Orellie Antoine I en 1860 y 1871, que han sido tomadas a broma, es de sospechar que encubrieron el interés del imperio francés por nuestro sur.

 

A. Ramos, uno de mis maestros, quien mantiene una elogiable visión equitativa sobre el roquismo que le ganó la crítica de colegas de la corriente revisionista, hace una original defensa de la ocupación patagónica: “La oligarquía terrateniente que se apoderó de las tierras de indios y gauchos condenó a ambas corrientes del pueblo a sufrir un destino aciago, pero es justo consignar que la conquista del desierto realizada por Roca y el Ejército de su tiempo no sólo establece un principio de soberanía en ese tiempo harto dudoso, sino que libera al gaucho retratado por Hernández del martirio inacabable del fortín”.

 

Sirvan estas líneas para contribuir a una desapasionada y fundamentada discusión sobre Julio Argentino Roca, dos veces Presidente de la Nación.

 

(Página 12, 28 de julio de 2023)

 

LAS VERDADERAS CAUSAS

 

 de la Independencia de 1816

 

Por Andrea Greco

 

Crítica revisionista, 10-7-2023

 

Quiero dejar sentadas aquí algunas ideas que no son nuevas, pero sí indispensables como presupuestos básicos para entender el proceso de independencia.

 

La patria no nació en 1810 ni en 1816

 

La Patria Argentina nació, y por eso está hermanada con el resto de las naciones americanas, en el seno del Imperio Español que nos dio un idioma, una cultura y una fe común lo que sumado al sustrato cultural indígena hizo de América una nación nueva y diferente tanto de España como de lo pre-hispánico.

 

Las razones de la independencia no fueron ideológicas sino histórico-políticas

 

La historiografía liberal ha insistido tanto en las causas ideológicas de Mayo (que la revolución francesa, que el anti-españolismo, que el liberalismo y la democracia, que el grito sagrado, que las rotas cadenas…) toda esa cháchara liberal con la que los masones, liberales y anti-españoles, que los hubo, se quisieron robar la revolución, tal como lo ha estudiado en detalle Enrique Díaz Araujo en Mayo Revisado.

 

De ese falso origen de Mayo se deduciría una independencia motivada por esas mismas razones y por lo tanto opuesta a España, de contenido liberal y sentido democrático. Esto es falso y antihistórico como lo demuestran los documentos.

 

Cornelio Saavedra, presidente de la Junta nacida en 1810, dice en su Memoria autógrafa: “A la ambición de Napoleón y a la de los ingleses de querer ser señores de esta América, se debe atribuir, la Revolución de Mayo de 1810″.

 

¿Y qué pasó después de ese primer momento de autonomía? Pasó lo que explica en carta del 4 de abril de 1818 al ministro francés Armando Manuel Du Plessis, el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón, representante de San Luis en el Congreso de la Independencia: “Antes de restituido el Sr. Don Fernando VII al Trono no hicimos otra cosa, que substraernos a las autoridades tumultuarias de la Península que usurparon su nombre y representación […] posteriormente este acto de suma lealtad ha sido considerado como un crimen, y no nos ha quedado otro refugio para escapar de una injusta venganza que el de no ponernos en las manos de los que han jurado nuestro exterminio”.

 

También lo explica así Tomás de Anchorena, congresal por Buenos Aires, en carta a Juan Manuel de Rosas del 28 de mayo de 1846 (citada por Julio Irazusta, en Tomás M. de Anchorena o la emancipación americana a la luz de la circunstancia histórica, 1949), al pedirle que no permita la impresión del sermón dado en el Te Deum del 25 de mayo por considerar que: “No es más que un amontonamiento de mentiras y barbaridades contra el Gobierno español y los soberanos de España a quienes protestamos solemnemente obediencia y sumisión con la más firme lealtad en mayo del año diez […] el único modo de hablar con dignidad, decencia y honor del 25 de mayo de 1810, es hablar como habló Ud. en su última arenga y no fingir ni suponer crueldades, despotismo y arbitrariedades que no hemos experimentado”.

 

En una carta posterior, de 1847, decía también Anchorena: “El 25 de mayo de 1810, o por mejor decir el 24, se estableció por nosotros el primer gobierno patrio a nombre de Fernando VII (…) para preservarnos de que los españoles apurados por Napoleón, negociasen con él su bienestar a costa nuestra, haciéndonos pavo de la boda”.

 

El discurso de Rosas al que se refiere Anchorena es el pronunciado ante el cuerpo diplomático reunido en el fuerte del 25 de Mayo de 1836: “¡Qué grande, señores, y qué plausible debe ser para todo argentino este día consagrado por la Nación para festejar el primer acto de soberanía popular, que ejerció este gran pueblo en mayo del célebre año mil ochocientos diez! No para sublevarnos contra las autoridades legítimamente constituidas, sino para suplir la falta de las que, acéfala la Nación, habían caducado de hecho y de derecho. (…) No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella, y no ser arrastrados al abismo de males en que se hallaba sumida España (…). ¡Quien lo hubiera creído!… Un acto tan heroico de generosidad y patriotismo (…) fue interpretado en nosotros malignamente como una rebelión disfrazada, por los mismos que debieron haber agotado su admiración y gratitud para corresponderlo dignamente. Y he aquí, señores, otra circunstancia que realza sobre manera la gloria del pueblo argentino, pues que ofendidos con tamaña ingratitud, hostigados y perseguidos de muerte por el gobierno español (…) tomamos el único partido que nos quedaba para salvarnos: nos declaramos libres e independientes de los Reyes de España, y de toda otra dominación extranjera”.

 

Estas son pues las verdaderas causas de la independencia. El discurso de Rosas contiene una notable hermenéutica de la revolución argentina: enlaza los destinos del país independiente con las tradiciones del pasado hispánico. Al regresar Fernando VII al trono se envió una misión a Europa. El fracaso de la Misión Belgrano – Rivadavia – Sarratea ante los Reyes de España no dejó otra alternativa. Es un tema largo intentar comprender las razones de ese fracaso, sólo mencionemos aquí que los enviados procuraban la instalación de una monarquía parte del Imperio. Al respecto escribe Anchorena: “Se dijo públicamente que habían ido a tratar con los reyes padres, es decir Carlos IV y su esposa María Luisa, sobre la coronación en estos países de uno de los príncipes de la familia bajo la forma constitucional” (carta de Anchorena de 1847). Como ha explicado Díaz Araujo, se convocó a teólogos que analizaron la cuestión y concluyeron en la ruptura del Pacto de Vasallaje ante el desconocimiento de los súbditos por parte del rey.

 

Así se explica el hecho de la Independencia con la lealtad imperial y monárquica de nuestro primer gobierno autónomo.

 

La búsqueda de una Gran Nación Americana

 

El Acta de la Independencia Argentina dice: “Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América”. No se habla de Provincias Unidas de Río de la Plata, ni de la Argentina, ni otra denominación, sino Provincias Unidas en Sud América. Esta es la idea de la Gran Nación Americana que compartían los tres “Libertadores” de América: Agustín de Iturbide, Simón Bolívar y José de San Martín. Idea que significaba valorar la herencia hispánica y construir la Nación Americana sobre la hermandad entre españoles y americanos. Así lo declara Iturbide en el Plan de Iguala en México el 24 de febrero de 1821: Trescientos años hace que la América Septentrional está bajo la tutela de la nación más católica y piadosa, heroica y magnánima. (…) Americanos, ¿quién de vosotros puede decir que no desciende de español? Ved la cadena dulcísima que nos une. (…) Es llegado el momento en que manifestéis la conformidad de sentimientos, y que nuestra unión sea la mano poderosa que emancipe a la América sin necesidad de auxilios extraños”.

 

Hispanoamérica fue el escenario de uno de los más tempranos, exitosos y masivos procesos de construcción de naciones que se conocen. En apenas 20 años, los que van de la independencia de Paraguay, en 1811, a la disgregación de la Gran Colombia, en 1830, ven la luz un total de quince nuevos Estados, cuya tarea más urgente va a ser la de construir las correspondientes naciones, objetivo al que van a dedicar, con bastante éxito, lo mejor de sus esfuerzos. Sin embargo, la literatura internacional sobre naciones y nacionalismo ha prestado una relativa escasa atención al ámbito hispanoamericano.

 

En La construcción de las naciones como problema historiográfico: el caso del mundo hispánico”, Tomás Pérez Vejo escribió: “El mito de unas guerras de independencia —y no deja de ser significativo que éste sea el nombre finalmente asumido por la historiografía a pesar del componente de guerra civil o conflictos sociales que tuvieron— en el que unas naciones preexistentes se liberaron del dominio de una también preexistente nación española, sigue vigente”.

 

¿Qué fue entonces la independencia de 1816? Un acto doloroso y legítimo, que nos condujo a la guerra civil, primero entre fidelistas contra regentistas. Así lo explicaba en 1822 Manuel Belgrano: “Soy verdaderamente católico, apostólico, romano y también fiel vasallo de Su Majestad el señor don Fernando VII (…) Aspiro a que se conserve la monarquía española en nuestro patrio suelo si sucumbe la España, como ya lo está casi toda al poder del tirano, del usurpador más infeliz, Napoleón cuyo yugo han querido que suframos los malos Españoles-Europeos y algunos Americanos engañados que prefieren su interés particular al bien general del Estado, y a los imprescriptibles derechos de ntro. desgraciado Rey” (Documentos para la historia de Manuel Belgrano, tomo III). Más tarde, la guerra fue entre realistas y patriotas o españoles y americanos si bien conviene no perder de vista lo que escribe José María Pemán: “Es una denominación arbitraria y ligera esa de partido español y partido criollo (…) concepción demasiado simplista y fácil de este hecho, nos lo pinta como una rebeldía de los naturales frente a los españoles, cuando es lo cierto que fue una simple escisión civil de opiniones ante una innovación política” (citado por Antonio Caponnetto en Independencia y nacionalismo; 2016).

 

El trigo estuvo mezclado con la cizaña…

 

Sin embargo, reconocer las tres verdades anteriores no puede impedirnos ver cómo hubo tensiones que procuraban llevar los procesos históricos hacia otro destino: hacia el anti-hispanismo, hacia el liberalismo, hacia la anti-religión y el anti-clericalismo, hacia la tolerancia masónica etc.

 

Esto es lo que tempranamente denunciaba, en su periódico “El Desengañador gauchi-político”, el fraile Francisco Antonio de Paula Castañeda, testigo de aquellos años: “Nos hemos ido alejando de la verdadera virtud castellana que era nuestra virtud nacional, y formaba nuestro verdadero, apreciable y celebrado carácter: nuestra revolución fue sin duda la más sensata, la más honrada, la más noble, de cuantas revoluciones ha habido en este mundo, pues no se redujo más que a reformar nuestra administración corrompidísima, y a gobernarnos por nosotros mismos en el caso que, o Fernando volviese al trono, o no quisiese acceder a nuestras justas reclamaciones. La revolución así concebida no contenía en sus elementos el menor odio contra los españoles, ni la menor aversión contra sus costumbres, que eran las nuestras, ni contra su literatura que era la nuestra, ni contra sus virtudes que eran las nuestras, ni mucho menos contra su religión que era la nuestra. Pero los demagogos, (…) impregnándose en las máximas revolucionarias de tantos libros jacobinos, empezaron a revestir un carácter absolutamente antiespañol; ya vistiéndose de indios para no ser ni indios, ni españoles: ya aprehendiendo el francés para ser parisienses de la noche a la mañana; o el inglés para ser místeres recién desembarcaditos de Plimouth”.

 

El propio José de San Martín, el hombre que más instaba por medio de sus cartas a los congresales para que se atrevieran a declarar la independencia, no era sin embargo ciego a las dificultades que aparecían en el horizonte. Estas dificultades son las que confía al representante por Mendoza, Tomás Godoy Cruz, en carta del 24 de mayo de 1816: el establecimiento de “un sistema de gobierno puramente popular (…) [con] tendencia a destruir nuestra religión”; “el fermento horrendo de pasiones existentes, choque de partidos indestructibles, y mezquinas rivalidades no solamente provinciales sino de pueblo a pueblo”; “los medios violentos a que es preciso recurrir para salvarnos (…) contrastando el egoísmo de los pudientes”. Tales problemas son los que, doscientos años después, siguen aquejando a la Argentina y a las naciones americanas.

 

En carta a Tomás Guido en 1849, el Libertador decía: “Las consecuencias de la revolución deben hacerse sentir necesariamente por muchos años y los dos grandes partidos de orden y anarquía que se encuentran en presencia deben continuar la lucha hasta que uno de los dos decida la cuestión de manera definitiva”.

 

Y como testigo de los acontecimientos de 1848, escribió: “El inminente peligro que amenazaba a la Francia (en lo más vital de sus intereses) por los desorganizadores partidos de terroristas, comunistas y socialistas, todos reunidos al solo objeto de despreciar, no sólo el orden y la civilización, sino también la propiedad, religión y familia, han contribuido muy eficazmente a causar una reacción formidable a favor del orden” (Carta a Ramón Castilla, 13 de abril de 1849).

 

La independencia americana aún está por hacerse

 

Hay un texto por demás lúcido que, salido de la pluma de don Tomás Manuel de Anchorena, contiene tantas y tan jugosas apreciaciones que bastaría con estudiarlo a fondo para entender muchos aspectos de la realidad histórica americana de hace doscientos años. Es una carta escrita el 12 de abril de 1842 a su primo Juan Manuel de Rosas: “La independencia política de los americanos se ha convertido en una vergonzosa esclavitud a favor de todos los Estados de Europa y de la república norteamericana (…) mientras nosotros hemos estado ocupados en la guerra (…) los señores ingleses, norteamericanos, franceses y demás europeos, excepto los españoles nuestros padres, se han apoderado exclusivamente de todo el comercio exterior e interior del país, y de todos los ramos de industria, imponiéndonos la ley en todo, y aprovechándose de nuestros conflictos y necesidades”.

 

Pero Anchorena nos proporciona sus reflexiones acerca de la solución posible: “El único camino que nos queda para aliviar nuestra desgraciada situación es trabajar con el sincero esmero en restablecer la unión entre nosotros bajo unos mismos principios, un mismo dogma político y un mismo sistema, que debe ser el de la federación (…) En una palabra es preciso dictar buenas leyes, es decir justas y acomodadas a las circunstancias del país y observarlas con escrupulosidad”.

 

Conclusiones para el momento actual

 

No sería extemporáneo procurar hoy poner en práctica estos sabios consejos. Lamentablemente, los gobiernos americanos parecen estar empeñados en el camino contrario. Los buenos patriotas no podemos caer en el engaño, antes bien, al menos levantemos las banderas que indican que la forma de revertir la malograda independencia ha de ser la vuelta a la unidad, a la Verdadera Fe, a la Verdadera Iglesia, al respeto del derecho natural, a las buenas leyes y a su obediencia.

 

Los patriotas de 1816 seguramente tenían buenos motivos para quedarse tranquilos y dejar que a la Patria la hicieran otros. Sin embargo, optaron por el bien común, por el camino más difícil que había que sostener poniendo el cuerpo a las balas.

 

No olvidemos a quienes dieron su vida por la Patria, no olvidemos nuestro origen, no olvidemos que siempre es posible ayudar a otros y contribuir al bien común. Si negamos la verdad del pasado, seguiremos traicionando las obligaciones del presente, en orden al futuro, porque como dice Francisco Luis Bernárdez en sus Poemas elementales:

 

“La patria duerme como un niño, con la cabeza en el regazo de la historia. / Su sueño es dulce y reposado como el que sigue a la virtud y a la victoria. / La patria vive dulcemente de las raíces enterradas en el tiempo. / Somos un ser indisoluble con el pasado, como el alma con el cuerpo”

 

[Esta nota reproduce parcialmente el contenido de una conferencia dictada el 8/07/2023 en el Centro Revisionista Argentino]

EL TRASLADO DEL MONUMENTO

 

 en Bariloche es otra inexcusable promoción del antirroquismo por el Estado y las ong de DDHH

 

Claudia Peiró

 

Infobae, 26 Jul, 2023

 

Es una historia repetida. Hace tiempo que la figura de Julio Argentina Roca es blanco de ataques furibondos por personajes que a la vez juran por la Patria.

 

Ahora, la iniciativa corre por cuenta de la Intendencia de la ciudad de Bariloche que en su centro cívico exhibe la estatua ecuestre de Julio A. Roca y que ahora será removida de allí en el marco de una “refuncioanalización” del lugar. Las mismas autoridades municipales que no han sabido -o no han querido- proteger el monumento del constante vandalismo a que es sometido, aseguran ahora que la escultura de bronce será objeto de una “puesta en valor”. Los eufemismos son la regla. Sobre las objeciones técnicas a este traslado ya se ha pronunciado elorfebre Juan Carlos Pallarols. Esperemos que pronto haya quienes formulen las objeciones políticas e históricas.

 

Porque la verdadera motivación de esta iniciativa la expuso el intendente Gustavo Gennuso. El dirigente, que va por su segundo mandato, es cofundador de un partido vecinal que integró la alianza plural Juntos Somos Río Negro encabezada por el gobernado electo, Alberto Weretilneck.

 

“Los pueblos originarios se sienten afectados por la presencia de Roca”, fue su explicación, y el motivo que, dice, lo llevó a buscar “un lugar que no sea tan central para la mirada de quien va al Centro Cívico, que es utilizado por todos”. Esconder el monumento, seamos claros.

 

Con esa finalidad, la estatua ecuestre, que hoy ocupa el centro de la plaza, será desplazada hacia una barranca donde será reubicada “en diálogo (sic) con otros monumentos sobre una línea histórica” que incluirá a Juan Manuel de Rosas y al comerciante Primo Capraro.

 

También habría una forma de homenaje a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo -cuyos pañuelos blancos fueron pintados hace tiempo en el suelo de piedras alrededor de la estatua ecuestre de Roca, aunque no hay precisiones de si sería en la barranca o en la actual ubicación del monumento al dos veces presidente de la Nación.

 

Lo llamativo es que el intendente Gennuso, que administró la ciudad tanto bajo la presidencia de Mauricio Macri como bajo la de Alberto Fernández, y se mostró disconforme con la forma en que ambos mandatarios actuaron ante los reclamos de las comunidades mapuches decía: “Los temas hay que abordarlos, si no va creciendo la bola de nieve”.

 

La iconoclasia antirroquista viene siendo promovida desde hace tiempo, incluso con el frecuente auxilio de los propios ocupantes de las distintas administraciones nacionales, provinciales o municipales que, en vez de representar al país, actúan como idiotas útiles de causas contrarias al interés nacional, alentando los ataques contra el militar que garantizó la pertenencia al territorio argentino de la vastísima Patagonia, cortando así el riesgo de una mutilación más a lo que debió ser una Nación aun más extensa.

 

En abril pasado, cuando Gennuso adelantó su proyecto de “refuncionalizar la plaza”, no recogió adhesiones “originarias”. Por el contrario, Orlando Carriqueo, vocero de la Coordinadora del Parlamento Mapuche-Tehuelche de Río Negro, le espetó: “Sacar la estatua de Roca no solucionaría el tema de fondo”.

 

Es más sincero que Gennuso, porque ¿cuál es el tema de fondo? Deslegitimar la existencia misma de la Nación Argentina. Según Carriqueo, “nadie puede negar que la estatua de Roca y las calles que llevan su nombre están cuestionadas fuertemente en la Argentina”. Y precisó: “Roca ha sido un personaje valorado que en la historia por la construcción de un Estado, y lo que nosotros estamos cuestionando es esa construcción del Estado nacionalista”.

 

Para Carriqueo, no basta con remover el monumento: “Debe hacerse una revisión de la historia, que, para nosotros, es muy cercana, porque cuando se habla de la Campaña del Desierto se piensa que fue hace muchísimo, pero a la Patagonia la incorporaron al Estado argentino después de aquello, hace ciento cuarenta y cuatro años”, expuso.

 

Es decir que, para contentar a gente como Carriqueo, el intendente se suma a la deslegitimación de nuestra historia. Pero los mismos destinatarios de su gesto, no se lo agradecerán, porque “Roma no paga traidores”. Más aún, exigirán más, como él mismo lo sabía cuando advertía que crecería “la bola de nieve”.

 

Es justamente lo que están dejando hacer, cuando no promoviendo, las diferentes administraciones desde hace varios años.

 

Difícil de entender es también el papel de los organismos de derechos humanos que dicen actuar en nombre de una “generación diezmada”. Salvo que crean que los desaparecidos tenían como bandera la fragmentación del país, que lucharon por la deslegitimación de nuestra historia y contra la soberanía del Estado argentino sobre la totalidad de su territorio. Si permiten que el monumento a Roca sea removido para dar lugar a un homenaje a los pañuelos blancos ese es el mensaje que dejarán para la posteridad: que la bandera de los derechos humanos es una cuña usada para la fragmentación de la Argentina.

 

Y no sólo por la dimensión territorial porque la trayectoria de Roca no se limita a eso. Aunque el anacrónico revisionismo actual intente estigmatizar su figura y encasillarlo como un exterminador de indios, hace tiempo que la historiografía ha reconocido el papel de Julio Argentino Roca en la construcción del Estado argentino. Y en su nacionalización. Los cultores de la Memoria (con mayúsculas) olvidan que fue Roca quien derrotó definitivamente a la corriente porteña y mitrista –unitaria- e impuso la federalización de Buenos Aires –sueño de Juan Bautista Alberdi y tantos otros-, que se convirtió en Capital de todos los argentinos recién en 1880, el año en que él asumió la presidencia. En esa lucha, fue respaldado por hombres de la talla de Carlos Pellegrini, Dardo Rocha, José Hernández -autor del Martín Fierro- y su hermano Rafael, Carlos Guido y Spano, Lucio Mansilla, etcétera. Todos ellos fueron “roquistas”. Y hasta un joven Hipólito Yrigoyen se alineó con el ejecutor de la Campaña del Desierto.

 

Pero además fue durante sus dos mandatos presidenciales no consecutivos que se promulgaron las leyes que convirtieron a la Argentina en una Nación moderna homologándola al mundo de entonces: educación pública gratuita, servicio militar obligatorio, registro civil, moneda única, territorios nacionales.

 

Roca fue el hombre que hizo efectiva la autoridad del Estado sobre todo el territorio nacional, un rasgo indispensable en la construcción de la Nación.

 

¿Cómo se explica entonces que su figura sea blanco de escarnio por parte de quienes alardean de estatismo y de nacionalismo?

 

En Revolución y contrarrevolución en la Argentina, el gran historiador y polemista Jorge Abelardo Ramos, surgido de la llamada izquierda nacional, respondió magistralmente a los críticos de Roca. Ramos pone la Campaña del Desierto en el contexto de la época, de una Argentina en el umbral de su desarrollo moderno y con fronteras todavía no del todo consolidadas: “Las estancias vivían bajo el constante temor del malón. No había seguridad para los establecimientos de campo. La provincia misma carecía de límites precisos. En sus confines, a una noche de galope, se movía la indiada. (…) Toda la estructura agraria del país en proceso de unificación exigía la eliminación de la frontera móvil nacida en la guerra del indio, la seguridad para los campos, la soberanía efectiva frente a los chilenos, la extensión del capitalismo hasta el Río Negro y los Andes. (…) Las anomalías y fricciones con Chile obedecían en esa época a la presencia de esos pueblos nómades que atravesaban los valles cordilleranos, alimentaban con ganado de malón el comercio chileno del sur y suscitaban cuestiones de cancillería”.

 

Y, en referencia a la campaña diseñada por Roca, escribe: “Sería de una exageración deformante concebir otros métodos para la época. Algunos redentoristas del indio del desierto derraman lágrimas de cocodrilo sobre su infortunado destino; pero la ‘exterminación’ del indio fue inferior a la liquidación del gauchaje en las provincias federales. (…) El puritanismo hipócrita de los historiadores pseudo izquierdistas juzgará más tarde ese reparto de tierras como expresión de una política ‘oligárquica’. En realidad, la verdadera oligarquía terrateniente, la de Buenos Aires, ya estaba consolidada desde el régimen enfitéutico de Rivadavia, que Rosas amplió y que legalizaron los gobiernos posteriores”.

 

Además, exalta el otro gran logro roquista: “La federalización de Buenos Aires amputó a la oligarquía bonaerense la capital usurpada y creó una base nacional de poder. El principal factor centrífugo de la unidad argentina era aniquilado. Esa victoria nacional fue obra de la generación del 80″.

 

Es curioso que sean estatistas los que más atacan hoy a Roca. Sucede que no son estatistas en el mismo sentido en el que lo fue la generación roquista. Aquella construyó el Estado, sus instituciones, impulsó la extensión del alcance de su autoridad, su gobierno y sus leyes a todo el territorio nacional, y pacificó el país.

 

El “estatismo” actual consisten en un manejo arbitrario de los recursos públicos y un gigantismo de la plantilla de funcionarios, entre otras prácticas clientelares, a la vez que se incumplen las funciones básicas del Estado: educación, seguridad, defensa. Por eso no ven contradicción entre declararse “estatistas” y “nacionalistas” a la vez que atacan a instituciones y protagonistas de la etapa fundacional del Estado y la Nación.