LA GUERRA FRANCO-PRUSIANA


 según la visión de Rosas desde su exilio en Southampton

 

POR PABLO A. VÁZQUEZ

 

La Prensa, 13.03.2024

 

La figura de Juan Manuel de Rosas ha tomado algún protagonismo en estos días, sea por las referencias negativas que el actual presidente de la Nación realizó sobre él en los finales de la campaña electoral con vistas al balotaje; los módicos debates surgidos por notas y declaraciones de una prestigiosa historiadora realizando una comparación del estilo de gobierno del Restaurador con estos primeros tres meses de gestión del primer mandatario argentino; y su invisibilización en el promocionado ‘Salón de los Próceres’ en la Casa Rosada, donde por iniciativa de la Secretaria General de la Presidencia, la señorita Karina Milei, se trocó el destino del ‘Salón de las Mujeres’y se lo reperfiló para que sólo aparezcan varones ilustres y destacados de nuestra historia, hecho realizado simbólicamente el 8 de marzo pasado, fecha del Día Internacional de la Mujer, y donde expresamente no se incluyó al primer Jefe de la Confederación Argentina.

 

CONFLICTO BELICO

 

Aprovechando esas circunstancias, y ante un nuevo aniversario del paso a la inmortalidad de Juan Manuel de Rosas, acontecido el 14 de marzo de 1877 en Southampton, Inglaterra, traigo al presente las opiniones del jefe federal exiliado en Gran Bretaña sobre el desenlace de la guerra franco-prusiana. Conflicto bélico del siglo XIX, de enorme importancia para entender los sucesos que cambiaron el equilibrio de poder en Europa y desencadenarían con los años la Primera Guerra Mundial, se desarrolló entre 1870 y 1871, con la consiguiente derrota francesa, decantándose en el fin del Segundo Imperio y el inicio de la Tercera República, y la victoria del Reino de Prusia, la que se patentizó en la culminación de la unidad alemana bajo su mando y en la instauración del Imperio Alemán (Segundo Reich), con el mando del Kaiser Guillermo I, proclamado -para humillación francesa- en el salón de los Espejos del palacio de Versalles, y la muñeca política de su Canciller Otto Von Bismarck.

 

LAS CARTAS

 

Rosas siguió de cerca el desenlace de dicha conflagración, tal como se lee en las cartas que remitió en esos años a Josefa ‘Pepa’ Gómez. Según Raúl Fradkin y Jorge Gelman en ‘Juan Manuel de Rosas: La construcción de un liderazgo político’ (2015): “Josefa Gómez, amiga de la familia y fidelísima admiradora del gobernador caído en desgracia, fue una de las pocas personas que sostuvieron una correspondencia asidua con él hasta su muerte, así como organizó la recolección de la ayuda que algunas personas enviaban a Rosas desde Buenos Aires”.

 

Según lo investigado por Andrea Reguera en ‘Las relaciones epistolares de Juan Manuel de Rosas en el destierro (1852–1877): amistad, abandono y lamento’ (2016): “María Josefa Gómez conoció a Juan Manuel de Rosas a través de su hija Manuelita, de la que si bien fue amiga nunca formó parte de su círculo íntimo. Nacida en la ciudad de Buenos Aires, provenía de una familia de origen español. Era propietaria de varios establecimientos de campo... Estuvo casada con Antonio Elías Olivero, comerciante, quien murió asesinado en 1839. Al enviudar, se fue a vivir, como ama de llaves, a lo de Felipe Elortondo y Palacio, deán del Cabildo Eclesiástico Metropolitano, diputado de la Sala de Representantes (1831 -1838 y 1839 - 1851), director de la Biblioteca Pública, administrador de varias parroquias vacantes, como la de San Ignacio, párroco de La Merced y canónigo de la Catedral…”.

 

Volviendo al intercambio epistolar, el Caudillo de Los Cerillos, en carta del 2 de marzo de 1871, fechada meses antes de la firme del Tratado de Fráncfort del 10 de mayo de ese año que patentizaría el fin de la guerra, le escribirá a Pepa Gómez: “Triste: verdaderamente triste es considerar que las desgracias presentes sean causadas por los funestos errores y descuidos de los primeros hombres de las naciones de la civilización, incluso los de la Corte de Nuestro Santo Padre… Los verdaderos interesados no son Prusia, ni Francia. Son la Religión, la humanidad, la civilización, la paz y el porvenir de las Naciones de la Cristiandad”.

 

CONTRA EL KAISER

 

Seguidamente arremete contra el Kaiser: “Su Majestad, el Rey Guillermo, con su ministro, sigue su camino de Ambición, embriagado en sus triunfos, con la cabeza desnuda de toda sana razón. Así, no conoce, el mal que se hacen, y hacen a las Naciones de ambos Mundos, al someter, y apocar la Francia, y crearse un poder tan terrible, tanto más, al aceptar la Soberanía Imperial de Alemania… Así, pues, será perdido, como su primer Ministro (Bismarck), según lo enseña la Historia se perdieron todos los hombres que se han encontrado en casos parecidos”.

 

Resultó paradójico que la otrora adversaria de Rosas, tanto en el bloqueo francés (1838–1840) efectuado contra el puerto de Buenos Aires, como en la intervención armada junto a fuerzas británicas que desencadenaron la guerra del Paraná (1845 – 1846), cuente con la piedad del exiliado y condene la actitud prusiana.

 

SU POSTURA

 

También es crítico del discurso de S. M. la Reina Victoria, la que aceptó la situación impuesta por el Kaiser, al que felicita por su coronación como Emperador. Rosas señaló que “la trama armada por Mr. Bismarck, de orden de su soberano, de acuerdo con el de Rusia, ha dado por resultado la reunión de la conferencia en Londres, (por los representantes de los Gobiernos que firmaron los tratados en 1856)”, -refiriéndose el Restaurador a las naciones firmantes de los documentos que pondrían fin a la guerra de Crimea y el reordenamiento geopolítico europeo-, sumándose “la indicación al gobierno Norteamericano en las actuales circunstancias, de una comisión mixta, que arregle las muchas cuestiones, que aún siguen sin resolución…”.

 

Rosas advierte que “la opinión del Pueblo Británico en contra de los procederes de S. M. el Rey Guillermo y en favor de la Francia, está ya pronunciado desde que aquel Soberano habiendo obtenido victorias… siguió la guerra, hasta humillar, y apocar de todo punto, el poder de la Francia”. Suma una nota de igual tenor del 8 de marzo de 1871, donde lamenta el destino de la ‘Asamblea en París’, que tendrá repercusiones en Europa y América, ya que “no debemos, no podremos olvidar, con la concurrencia del amor a la paz en el equilibrio de las naciones. Sí: otra vez; y así únicamente aseguremos sus libertades, y derechos”. Para luego, el 11 de septiembre de ese año, protestar sobre las acciones contra la religión de la “república” francesa, el accionar de la “Sociedad Internacional de Trabajadores” que “proclama en alto, los principios sin ejemplo anárquicos de rebelión”, y el “incendio en París”, ya que la preocupación de Rosas se dirigió a los efectos de la Comuna de París, del 18 al 28 de mayo de 1871, y sus efectos “socializantes” y “anárquicos” del orden de la época.

 

LOS ULTIMOS DIAS

 

En una nota pasada rescaté una nota del último mes de 1969 de la revista ‘Panorama: Testigo de nuestro tiempo’, donde en su edición N° 136 en los primeros días de diciembre publicó: ‘Los últimos días de Rosas: exclusivo desde Southampton’, como nota de tapa, con una imagen de la tumba del Restaurador y un relato a cargo de su corresponsal Tomás Eloy Martínez, quien un par de años después dirigirá dicha publicación. Dicha crónica señaló que Rosas fue un anciano quejoso de su pobreza, y que sólo le interesó las faenas rurales, reclamar por sus bienes confiscados y redactar en infinitas versiones su testamento.

 

Sin embargo a través de testimonios de visitantes a su propiedad y de las cartas que el remitió a Josefa Gómez y otros personajes de su entorno, se descubre que estuvo muy al tanto de la situación política rioplatense, analizándola desde su experiencia como jefe de la Confederación Argentina, y de los sucesos que se desarrollaron en el viejo continente, ya que fue un lector perseverante lector de los periódicos londinenses, al punto que no perdió oportunidad de verter sus opiniones políticas ante el cardenal Wiseman y el primer ministro Lord Palmerton, en especial sobre las consecuencias políticas de la guerra franco-prusiana.

 

 

Pablo A. Vázquez

*Licenciado en Ciencia Política; Docente de la UCES; Secretario del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas.

SE CUMPLEN 245 AÑOS

 

 del natalicio del General José de San Martín y Matorras

 

POR GABRIEL CAMILLI

 

La Prensa, 25.02.2024

 

El General José de San Martín, hijo de José Francisco de San Martín y Matorras y nacido el 25 de febrero de 1778 en Yapeyú (Virreinato del Río de la Plata, Imperio Español) es el héroe de la historia argentina, que lo ha proclamado padre la patria, es el vencedor de una campaña ejemplar, la de los Andes, que lo colocó en la cúspide de la historia militar del continente y le permitió llegar a ser el Libertador de tres naciones.

 

“Sabemos que la Iglesia nos coloca a los santos delante de la vista, como intercesores –afirma el P. Alberto Ezcurra–.  Es decir, son amigos de Dios en el Cielo que le ruegan a Dios por los que aquí en la tierra todavía estamos en lucha y en camino.  Pero sobre todo cuando la Iglesia canoniza a los santos, nos pone a los santos como ejemplos, los pone como modelos de vida.  (…). Pues bien, lo que pasa con los santos de la Iglesia, pasa con los héroes de la Patria.  Los héroes no están solamente para que nosotros los recordemos y les rindamos homenaje, o dediquemos a su memoria discursos que tantas veces son palabras huecas, palabras vacías.  Los héroes están puestos también como ejemplo y como modelo de la vida.  Son los dos ejemplos que puede tener el hombre y el cristiano: el santo y el héroe.”

 

El héroe es el resumen de todas las virtudes humanas, del coraje, del heroísmo, de la generosidad, del desinterés, del servicio del Bien Común.  El santo es el resumen de las virtudes divinas, de las virtudes sobrenaturales, de las virtudes teológicas.  No son dos cosas separadas, porque ser santo es heroico. El héroe cristiano también es santo.  Aun cuando en su vida se haya dedicado al servicio de valores humanos, como la justicia, como la verdad, como la familia, como la Patria, si lo ha hecho con espíritu cristiano, en esos valores él estaba sirviendo a Dios.

 

Nos dice el Grl Diego Soria “El general San Martín fue un conductor militar excepcional, y cuando las circunstancias lo obligaron a ejercer el gobierno se mostró como un gran estadista. Pero si hay algo que debemos resaltar es su ética. Fue un hombre virtuoso, con una total armonía entre su conducta pública y su vida privada. Y en esto, sin duda, tuvo gran influencia la educación y el ejemplo que recibió en su hogar”.

 

Para conocer en profundidad a un personaje, es necesario penetrar en su genealogía.

 

Para cumplir este cometido, emprendimos un viaje para conocer los orígenes del Libertador. Visitamos Cervatos de la Cueza, un municipio​ y localidad española de la provincia de Palencia, en la comunidad autónoma de Castilla y León. Juan de San Martín, el padre del Libertador, nació el día 3 de febrero de 1728 en esta localidad de Castilla la Vieja. Era hijo de Andrés de San Martín y de Isidora Gómez. Ellos conformaban una familia hidalga de clase media cuya casa se conserva en el número 27 de la calle Las Solanas de Cervatos de la Cueza, conocida actualmente como Casa-museo del General San Martín. Se destaca la sala de honor. Allí se guardan recuerdos y testimonios de la amistad de España con la República Argentina.

 

Creemos que el padre del héroe de nuestra patria es digno de ser conocido. Don Juan de San Martín fue un labrador nacido en un hogar hidalgo, pero humilde. La historia de España fue hecha por hidalgos humildes y dignos. De esa estirpe fueron los conquistadores que llevaron a cabo una de las hazañas más grandes de la historia: integrar el Nuevo Mundo a la cultura europea y a la fe de Cristo. Don Juan de San Martín se convirtió en soldado e inició su carrera militar en el nivel más bajo del escalafón. Con honrada ambición y afán de gloria, como lo mandaban las ordenanzas, logró llegar a oficial y alcanzar la jerarquía de capitán. Su actuación en territorio americano fue administrativa con espíritu castrense. Es importante destacar, en su trayectoria, su aporte a la preparación de la defensa del Virreinato a través de sus dotes de organizador e instructor de milicias, cualidades que heredó su hijo, el Libertador.

 

Todo esto esta excelentemente relatado en un libro de un camarada, el Tcnl Daniel Castiglioni, Juan de San Martin, un Capitán del Río de La Plata (EUDE, Buenos Aires, 2018). Allí nos cuenta: “Debemos considerar que se desempeñó permanentemente en la conflictiva frontera con el Brasil, desde donde los portugueses presionaban para extender sus dominios hasta el Río de la Plata. “

 

En Cervatos de la Cueza fuimos recibidos por la alcaldesa María Inmaculada Malanda Fernández quien muy gentilmente nos mostró el patrimonio cultural que hermana a España y Argentina.

 

Vistamos el exterior e interior de la Casa de la familia San Martin, dos torres de ladrillo de las antiguas iglesias parroquiales de Santa Columba y San Miguel (de estilo mudéjar), la Iglesia parroquial de Santa Columba y San Miguel, de estilo colonial (Construida en el Siglo xx bajo el patrocinio de la República Argentina, en honor al General José de San Martín)​

 

Visitamos la “Casa del General San Martín”, donde nació Juan de San Martín, padre del Libertador. Fue declarada bien de interés cultural en el año 2000 y se convirtió en museo. El 17 de agosto de 2021 se inauguró en su interior el primer Patio Federal Argentino en el mundo, un espacio que cuenta con los escudos de todas las provincias y de la República Argentina.

 

Participamos de la celebración de una Misa con las imágenes de San Roque y de la Virgen de Luján traída de un monasterio cercano. “Pedimos que muchos argentinos nos visiten para seguir cultivando esos lazos de hermandad”, concluyó la alcaldesa de Cervatos de la Cueza.

En este típico pueblo español pudimos también entender y meditar acerca del verdadero espíritu que acompañó la vida del Libertador.

 

UNA FAMILIA DE SOLDADOS

Como bien nos relata el Coronel Santiago Rospide en su libro El sueño frustrado de San Martin:

 

“Una familia de soldados, en la familia de San Martín todos fueron soldados: su padre y sus hermanos, Manuel Tadeo, Juan Fermín, Justo Rufino y, desde luego, nuestro héroe.  Por las venas de los San Martín corría sangre castrense, puesta a prueba en un sinnúmero de acciones militares, demostrando todos sus integrantes ejemplo de hidalguía, amor a Dios, a la patria y a su rey, como buenos y leales hijos del Imperio español. Todos ellos hicieron honor al escudo familiar bajo cuyo lema se podía leer: " Por la católica ley, y por servir a mi rey vida y estado pondré”. Y porque en las familias de antes -que aún subsisten cual oasis en medio de la Modernidad- las acciones de estos futuros héroes están como amalgamadas con la espiritualidad recibida en el hogar. No es exageración decir entonces que se vivía en esa época una simbiosis entre fe y la milicia, entre la religiosidad y el heroísmo. Por ello la familia misma se constituía en pilar de la educación espiritual y en una cierta piedad y reverencia hacia la divinidad: "Lo que une a los miembros de la familia antigua es algo más poderoso que el nacimiento, que el sentimiento, que la fuerza física: es la religión del hogar y de los antepasados”

 

(Ver: El sentido de la lucha en Grecia y Roma del Dr Antonio Caponnetto, Gladius nro18).

 

Para ello rescatamos la admirable mente poética de Roque Raúl Aragón en La política de San Martín:

 

“…llegó a ser un héroe de América por amor a España o, como se dice hoy, de la Hispanidad; como quiso salvar aquí una tradición que parecía haber sucumbido, por la derrota y la traición, en la España ultramarina Como americano que era, tenía a su alcance la única manera de prolongar hasta un punto que pudiera recobrar la grandeza perdida: combatir por todo en América, salvar a España en América. Su decisión (de agosto de 1811), pues no significó una ruptura con su pasado personal. Significó, al contrario, la ratificación de éste cuando las circunstancias adversas lo presentaban como concluido y cuando, por otra parte, un ancho horizonte abría de nuevo sus perspectivas, como en los días de Cortés y de Pizarro, para los corazones alentados”.

 

La idea de José de San Martín era “salvar a España en América ". América como la heredera legítima de Castilla, "la ancha y la bravía”, España se perdía en Europa pero renacía en América. Hispanoamérica del dolor (Jaime Eyzaguirre), fue también el Continente de la Vida y la Esperanza (Rubén Darío) Esperanza de Grandeza.  ¿Cuándo, cómo? En un tiempo futuro, en que se habrán de cantar nuevos himnos: "La latina estirpe verá la gran alba futura, Y en un trueno de música gloriosa, millones de labios saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente. Oriente augusto en donde todo lo cambia y renueva, la eternidad de Dios, la actividad infinita.  Y así sea esperanza la visión permanente en nosotros. ¡Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!” (Rubén Darío)

 

¡Esto fuimos a buscar a Cervatos de la Cueza! Traer al Libertador a la Patria.

RECORDAR A BELGRANO


NO SÓLO POR LA BANDERA

 

Al cumplirse 212 años de la creación de nuestra enseña patria, por Manuel Belgrano el 27-2-1812, considero necesario recordar a dicho héroe, no sólo por la bandera.

En 2011, el gobierno nacional, por Decreto 292, dispuso dedicar el año 2012 como homenaje al creador de la bandera argentina, a quien se menciona como el Dr. Manuel Belgrano, omitiendo su condición de militar. En realidad, nunca tuvo el grado académico de doctor, en cambio fue mayor de patricios, luego coronel, general y finalmente capitán general; por eso, deseo hacer breves comentarios sobre su rol militar.

No pretendo analizar la eficiencia técnica, sino exponer aquellos perfiles espirituales que nos permiten identificarlo como comandante de tropas, a través de las crónicas de la época y de sus propios escritos. El bautismo militar de Belgrano fue simultáneo con el de la patria. Cuenta en sus memorias: "hacía 10 años que era yo capitán de milicias urbanas, y me sentí avergonzado de ignorar hasta los rudimentos más triviales de la milicia".

 

Luego de la primera invasión inglesa, Belgrano se dirige a Montevideo, para no jurar lealtad al rey de Inglaterra. En preparación de la reconquista, dice: “Resolví tener una parte activa en defensa de la patria, por lo que tomé un maestro que me diese alguna noción de las evoluciones más precisas y me enseñase por principios el manejo del arma. (comprendí) con el desengaño que había tenido en la primera operación militar, de que no era lo mismo vestir el uniforme de tal que serlo”.

La apetencia del conocimiento técnico que asegurase su eficacia militar de comandante, habrá de ser siempre distintiva de su conducta de soldado. Ello sería el complemento indispensable de la aptitud innata de conductor de hombres en campaña, que resultaba de su fría inteligencia y su corazón ardiente.

 

Cuando el gobierno dispuso enviar una expedición al Paraguay, aceptó ser representante de la Junta y general en jefe de la misma, pese a que era consciente de los riesgos: “sin embargo de que mis conocimientos militares eran pocos, deseaba hallarme en un servicio activo”. Ejemplo de responsabilidad, primera condición del que manda, y de valor moral. Demostró clara finalidad de objetivos, coherencia en las disposiciones del mando y férrea voluntad para superar los obstáculos. Incluso demostró habilidad en lo que en lenguaje moderno se denominaría operaciones psicológicas, ejecutadas con proclamas y oficios dirigidos al adversario y al propio gobierno.

 

El epílogo de la acción en Tacuarí, es digno de destacar. Relata Mitre que el parlamentario se presentó a Belgrano y lo intimó tres veces que se rindiera a discreción, pues de lo contrario sería pasado a cuchillo él y toda la poca fuerza que le quedaba. El patriota contestó que “las armas no se rinden en nuestras manos, dígale usted a su jefe que avance a quitarlas cuando guste”. Sólo esa determinación hizo posible a las diezmadas huestes de Buenos Aires, el armisticio con honor.

La decisión de crear una bandera que identificara a los ejércitos patriotas, revela el claro propósito de lograr un símbolo de unión entre los hombres.

 

En un momento difícil, en junio de 1812, emite un bando en Jujuy afirmando que: “cuando el interés general exige las atenciones de la sociedad, deben callar los intereses particulares, sean cuales fuesen los perjuicios que experimentasen”. Se refiere a la grave decisión de retirada y tierra arrasada que impone la epopeya titánica del éxodo jujeño. Sobre esto, comenta el General Paz: “estas providencias, aunque parezcan algo crueles, nos hicieron conocer que era una cuestión de vida o muerte la que se agitaba, y que era preciso resolverse a perecer o triunfar”.

Al respecto de este episodio de nuestra historia, quisiera mencionar una noticia que ha pasado desapercibida: la ley nacional 27.134 (4-6-15) que reconoce como símbolo patrio histórico a la llamada Bandera nacional de la Libertad Civil, creada por Belgrano y entregada al Cabildo de Jujuy el 25-5-1813 como gratificación por los sacrificios de su población en la lucha por la independencia.

 

La tradición militar nacional nos señala que el mando en la guerra exige personalidades capaces de sobrellevar sin agobios el peso de las responsabilidades sobre su corazón y su conciencia, en la soledad del mando. La decisión de interrumpir la retirada en Tucumán y librar batalla, desobedeciendo las instrucciones del gobierno, responsable de la conducción política, constituye por su naturaleza quizá la más grave de las determinaciones que pueda tomar un militar.

 

Tampoco el eclipse de su estrella en los campos de Vilcapugio y Ayohuma empañó la entereza de su ánimo. De su fuerza moral saca siempre energía y acierto para salvar lo fundamental y reparar, aún lo casi irreparable. Esto queda en evidencia en el parte de Vilcapugio: “Las armas de la patria que están a mi mando, han sufrido hoy en la pampa de Vilcapugio un contraste. Según creo el ejército enemigo está derrotado a pesar de haber quedado el campo como suyo. Mediante Dios, con las divisiones de Cochabamba y Chayanta y el ejército que mando, espero que sufra su destrucción total”.

 

Al día siguiente de la declaración de la Independencia, el Director Supremo designa al general Belgrano Comandante del Ejército del Norte, quien asume el mando y procede a la separación de sus cargos de los conspiradores y agitadores. Este hecho resultó decisivo para la consolidación de la autoridad del nuevo gobierno.

El Ejército del Norte no era ya el de las jornadas de Tucumán y Salta, sino sólo el que vivió la angustia de las retiradas, enfermo de molicie y deserciones. De este conjunto anarquizado, hará Belgrano un ejército que será bajo su mando el instrumento fundamental de disuasión en el norte argentino.

Esta etapa de la vida de Belgrano y su ejército no posee el brillo de los días de Salta y Tucumán, pero es lícito afirmar que allí, con el anónimo y cotidiano deber de servicio, también se luchaba por las victorias de Chacabuco y de Maipú, que consumarían la gigantesca tarea de la emancipación americana.

Expresa el prócer: “sé que estoy en peligro de muerte, pero la conservación del ejército pende de mi presencia. Aquí hay una capilla donde se entierran los soldados; también puede enterrarse en ella el general”.

 

Se ha señalado, que la cultura general del comandante es fundamental ya que es escuela y crisol del mando superior, y fue base indudable de la eficiencia militar de Belgrano. Por ella, el pensamiento se pone en condiciones de ejercitarse con orden; de discernir con disciplina y lógica lo esencial de lo accesorio; de elevarse a esa altura en que el conjunto aparece sin perjuicio del detalle y los matices.

Por eso decía el general De Gaulle que, en el fondo de las victorias de Alejandro Magno, encontraremos siempre a Aristóteles. La prueba suprema para un conductor de hombres, es la desgracia en la suerte adversa a las armas. Sólo un recio carácter y una personalidad excepcional será capaz de absorber estos rudos golpes del destino en la guerra, en la que prevalecen, por eso, la cualidades morales sobre las otras.

 

Belgrano tuvo una actuación múltiple: economista, educador, político. Puede decirse, sin embargo, que su fisonomía militar es la que integra todas las otras en una definida personalidad de soldado.

El balance sobre el Belgrano militar, está resumido en una carta de San Martín a Godoy Cruz (12-3-1816). Cuando Rondeau, que había asumido la jefatura del Ejército del Norte, fue relevado por el desastre de Sipe Sipe, San Martín propuso a Belgrano, que ya había regresado de Europa, argumentando: “éste es el más metódico de los que conozco en nuestra América; lleno de integridad y talento natural, no tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia, pero créame Ud. que es el mejor que tenemos en América del Sur”.

 

El legado de su memoria es el de una conducta de desinterés y grandeza personales al servicio de la patria. De heroica fe en la empresa del destino nacional. Cayetano Rodríguez, resume sus cualidades: “Aprended de Belgrano a unir la política con la virtud, la cautela con la sencillez, la reserva con la verdad, la humanidad con la justicia, la severidad con el agrado, la integridad con la condescendencia, la prudencia con el valor, y el amor a la patria en todas las virtudes”.

 

Fuentes:

General Tomás Sánchez de Bustamante. “Vocación y estilo militar de Manuel Belgrano”.

P. Guillermo Furlong. “Belgrano, el santo de la espada y de la pluma”.

LA PRIMERA MUERTE DE SAN MARTÍN


Gabriel Camilli


La Prensa, 08.02.2024

 

El 10 de febrero de 1824, el General San Martin y su hija Mercedes, de siete años y medio, se embarcaban en Buenos Aires en el barco Le Bayonnais, con rumbo a Europa, al no serle propicias las circunstancias políticas por las que atravesaba la Argentina y, especialmente, Buenos Aires. Con el mayor dolor en su corazón por la muerte de su esposa y por la ingratitud de los pueblos que él libertó, se fue de su Argentina amada.

Se despidió de América en silencio, su partida no estuvo acompañada de palabras resonantes, fuesen de amargura o de autoelogio; se fue estoico, orgulloso y desinteresado, como un gran soldado y con gran personalidad.


En ocasión de repatriar, los restos mortales de nuestro Libertador, en mayo de 1880, el entonces Presidente de la Nación, el Dr. Nicolás Avellaneda, supo decir: “Los Pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos y los que se apoyan en sus tumbas gloriosas son los que mejor preparan su porvenir”. Proféticas y muy certeras palabras que hoy nos interpelan con una fuerza arrolladora. Pero también queremos llamar las cosas por su nombre.

 

LAS RAZONES

Debemos tener conciencia de por qué se fue el Padre de la Patria.

El propio General San Martín, el 28 de julio de 1821 en Lima, había dicho: “Al Americano Libre corresponde trasmitir a sus hijos la gloria de los que contribuyeron a la restauración de sus derechos”; claro mandato con una absoluta e incuestionable autoridad moral.


Más tarde, en 1910 se le encargó a la ilustre pluma de Don Leopoldo Lugones una frase contenedora para toda la Argentina sin que nadie quedara excluido: “La justicia con los muertos, especialmente los ilustres, que es el más alto deber de todo ciudadano de bien, consiste, sobre todo, en librarlos del olvido y ponerlos en acto”.


Hoy queremos ayudar a librar del olvido y la confusión esta importante y dolorosa partida del Libertador San Martín ocurrida hace 200 años y que seguramente hoy este país confundido no recordará.

En un libro testimonial, ‘La muerte del Martín Fierro’, de ese gran escritor y sacerdote que fue Leonardo Castellani, se le dedica un verso entrañable al quehacer Sanmartiniano:


“San Martín ha sido grande,

y hoy es grande su memoria,

pero no basta su gloria,

para cubrir un hijo ruin,

no es lo mismo San Martín,

que los que escriben su Historia”.


El mismo General nos dejaba esta profunda reflexión, para aclarar tantas versiones actuales injuriosas al Padre de la Patria, que se escriben con total desparpajo y sin conocimientos sólidos y veraces. Sus palabras ayudan a comprender por qué se fue San Martin en 1824. “Sé que la Logia (dice San Martin) nunca me perdonó mi conducta, pero aún tengo la conciencia de que obré en el interés de la revolución de América; y de que, si hubiese ido a Buenos Aires, la campaña del Perú no habría tenido lugar, ni la guerra de la Independencia habría terminado tan pronto” (Cf. Cuccorese, Horacio, Catolicismo y masonería. Precisiones históricas a la luz de los documentos, Fundación Mater Dei, Buenos Aires, 1993).


Notables palabras de este gran estadista que vio siempre en grande la política americana. No desenvainó la espada para pelear luchas entre hermanos. Visto desde las fuentes y no desde la interpretación de confusos biógrafos, el General San Martin no provocó ninguna tormenta interna, como lo acusan sus enemigos de antaño y los actuales.


Como nos relata el Coronel Santiago Rospide en su reciente libro ‘El sueño frustrado de San Martin’:

“Era la envidia que generaba la sola figura de este hombre superior que tantos celos y enconos provocó en el partido liberal, principal obstáculo a su política independentista. Aunque la historia lo silencia y oculta, nosotros nos vimos en la obligación de refrescar a nuestros lectores las pruebas -otros lo han hecho en mejores tiempos- y por eso escribimos para desagraviar las calumnias y persecuciones cometidas contra su persona. En diciembre de 1823 después de su estadía en Mendoza el Gran Capitán regresó a Buenos Aires. Estanislao López le había advertido que lo querían detener -por eso le ofreció una escolta- y someter a juicio sumarísimo en un consejo de guerra, justamente por haber desatado esa ´tempestad´ de la que lo acusaban falsamente, al no haber querido repasar Los Andes para sumarse a las luchas internas que desangraron a los argentinos allá por 1820. Querían prender como a un delincuente al hombre que hizo un gran bien. Por un lado, lograba alejar la presencia enemiga de su patria con sus campañas militares y por el otro, evitaba derramar sangre de hermanos en una guerra que los unitarios desataron y que se prolongó hasta llegar al del fusilamiento de Dorrego”.


Pero la historia y los historiadores honestos nos enseñan que si alguna “tormenta” debemos recordar, es la que tiene a Bernardino Rivadavia y sus acólitos como protagonistas. A Rivadavia debemos recordarlo no como un gran estadista que sabe calmar tempestades políticas sino como el origen de las tempestades y calamidades de la historia argentina. Esos enemigos expulsaron a San Martin en 1824. Cuando nadie preveía algo tan bochornoso, allí estuvo Rivadavia. Y también después del triunfo de la Guerra contra el Brasil, allí nuevamente estaba Rivadavia para desencadenar la gran tormenta que culminó en el fusilamiento de Dorrego y en el inicio de las guerras civiles.

 

EL ARQUETIPO

La “vida” de San Martin terminaba, pero empezaba la vida del arquetipo. “Antes de derribar a don Quijote sobre la arena de la playa de Barcelona, el bachiller Sansón Carrasco (disfrazado para la ocasión de Caballero de la Blanca Luna) fija expresamente las reglas del desafío. Si don Quijote resulta vencido tendrá que retirarse en su aldea durante un año; vencido, pero antes tendrá que declarar que Dulcinea del Toboso no es la dama más hermosa del orbe. Haciéndolo abjurar de la dama de sus pensamientos, Sansón Carrasco pretende, en realidad, que el retiro de don Quijote sea definitivo; pues un caballero que dimite de su causa se convierte en un hombre sin misión. Pero, una vez derribado y a merced de su vencedor, con la lanza apuntando a su garganta, don Quijote, ´como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma´, se niega a renegar de su amada: ´Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo -afirma- , y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra´. Don Quijote se ha entregado a Dulcinea sin condiciones, sin pedir nada a cambio, sin hacer depender su lealtad de que Dulcinea le corresponda. ¿Por qué habría de depender, pues, la grandeza de Dulcinea de la flaqueza de su brazo? No es la fortaleza de don Quijote la que ha encumbrado a Dulcinea como la más hermosa dama del orbe, no es la opinión cambiante de los hombres lo que cambia la sustancia de la verdad. La lealtad de don Quijote a Dulcinea no se ha inmutado ni siquiera cuando la ha visto convertida en una zafia labradora; así que tampoco se inmutará cuando la lanza del Caballero de la Blanca Luna le aprieta la gorja. Y es tan hermosa la determinación de don Quijote que hasta el bellaco de Sansón Carrasco se rinde ante ella: ´Viva, viva en su entereza la fama de la hermosura de la señora Dulcinea del Toboso, que sólo me contento con que el gran don Quijote se retire a su lugar un año´” (Juan Manuel de Prada, Enmienda a la totalidad).


Con ese capítulo final terminaba Don Quijote de la Mancha. Pero empezaba la vida del arquetipo Quijote que todavía vive, pese a nuestros tiempos tan poco heroicos, tan poco nobles. Y no solo vive todavía Quijote sino que parece que ya no habrá de morir.


Como hemos dicho en otras ocasiones, con el General José de San Martín pasa otro tanto. Él tuvo entre nosotros dos nacimientos y varias muertes. Nació en Yapeyú en 1778 pero volvió a nacer para su Patria en 1812, cuando ya era teniente coronel de caballería y se disponía a luchar por la independencia. Y fueron varias sus "muertes", siempre rodeado por la incomprensión y la envidia de varios de sus compatriotas. Así, murió por primera vez para la Patria cuando partió al exilio voluntario en 1824. Y volvió a morir unos pocos años después, en 1829, cuando su frustrado regreso lo devolvió otra vez a Europa.

 

DOSCIENTOS AÑOS

Volvemos al legado de San Martín en palabras de uno de sus mejores intérpretes el querido Mayor de Infantería Don José Antonioni quien en la Escuela Superior de Guerra Conjunta nos decía: “Es hora de cumplir acabadamente con este mandato imperioso nuestro Padre de la Patria, haciendo lo que debemos, sin falsas excusas, sin esperar condiciones ideales, en una siembra constante, haciendo el bien a cada paso de nuestros quehaceres, en la realidad actual de nuestra Nación, por difícil que sea. Es hora de conocer y reconocer ésta grandeza sanmartiniana, para después vivirla y practicarla, trasmitiéndola. Un antiguo, pero muy valioso y verdadero refrán popular, dice: ‘es de bien nacidos, ser agradecidos’. Cómo podemos agradecer esta Patria y sus dones, adquiridos con inmensos sacrificios, del Gran Capitán y de sus seguidores, de todas las edades, de todas condiciones: con una conducta digna, permanente, comprometida con el Bien Común, haciendo lo que debemos, aquí y ahora. Así debemos mostrar nuestra gratitud, en plenitud, en nuestros quehaceres, sean cuales fueran; es época de sembrar, de sembrar dignidad agradecida y especialmente activa”.

(...)


Gabriel Camilli

Cnl My (R) - Director del Instituto ELEVAN.­

ESTANISLAO ZEBALLOS


Julio Argentino Roca y la Campaña al Desierto

 

Pablo Vázquez


La Prensa, 30.01.2024

 

Pensando en la conformación del Estado Nación en nuestro país, en el siglo XIX, preocupó a los intelectuales y a la elite gobernante local la implementación de la Constitución, el constante flujo inmigratorio, cómo estaría el país inserto en el mercado mundial, el flujo de inversiones, la capitalización de Buenos Aires y el aun preocupante “problema del indio”.

 

Esa “república posible” iba a abrazar el credo positivista liberal, instaurando un régimen republicano, liberal, oligárquico; iba a ser “socia” de Gran Bretaña; a terminar de disciplinar a las provincias y a los últimos caudillos federales; combatiría al Paraguay y sería la proveedora de materia prima de Europa.

 

Estanislao Zeballos, legislador, etnógrafo y escritor, quien estuvo muy vinculado al diario La Prensa, al punto de ser, por pedido de José C. Paz, cronista, redactor en jefe y director de este, ejemplificó como nadie los parámetros positivistas de un “hombre de Estado” de la generación del ‘80. Su visión de científico, geógrafo, naturalista y antropólogo, junto a la idea de expansión y ocupación territorial a costa de las poblaciones incivilizadas de indígenas, explícita en sus obras, dieron prueba cabal del pensamiento de la época.

 

‘La conquista de 15.000 leguas’, ‘Episodios en los territorios del sur’, y ‘Viajes al país de los araucanos’, fueron algunas de las obras del ideólogo de la “conquista del desierto”.

 

Justamente la primera obra citada, publicada en 1878, fue la que le sirvió a Julio A. Roca para torcer la voluntad del Legislativo para financiar la avanzada militar a cargo del, por entonces ministro de Guerra del gobierno del presidente Nicolás Avellaneda, tras el fallecimiento del anterior ministro Adolfo Alsina.

 

El autor, según segunda edición de su obra publicada por La Prensa, detalló los antecedentes de exploración y ocupación territorial de las tierras del sur desde el periodo colonial, destacando que le cupo a Juan Manuel de Rosas“la primera y única tentativa fundamental de trasladar las fronteras al nuevo teatro, sobre las márgenes del Rio Negro, operando al frente del ejército de Buenos Aires”.

 

Zeballos, con su obra, dio racionalidad y números tangibles a la toma de tierras y al exterminio, donde acumuló méritos y cargos, tanto como cráneos de aborígenes patagónicos para su colección privada.

 

SOBRE ROCA

 

Según Fermín Chávez en ‘Historia del país de los argentinos’ (1967): “Sin demora, (Roca) prepara y emprende una campaña de buenos resultados, guiado por un brillante oficial que sabe mucho de fronteras y de indios: Manuel J. Olascoaga, uno de los revolucionarios ‘colorados’ de 1866. Consigue quitar a la indiada unas 15.000 leguas de territorio y reimponer la soberanía interior que Rosas había ganado cincuenta años antes. Al llegar al Río Negro, da el nombre de Paso Alsina al que debía vadear con sus efectivos, hacia el corazón de la Patagonia, región cantada no hacía mucho por el poeta Carlos Guido Spano”.

 

Para Ernesto Palacio en ‘Historia de la Argentina 1515 – 1938’ (1954): “Roca iniciaba la gran empresa que había ideado en su colaboración ministerial con Alsina, sin logar el auspicio de éste. Consistía especialmente en reproducir el plan de Rosas y arrebatarles a los salvajes, de una vez por todas, los territorios del sud. A los tres meses de ocupar el ministerio salió a campaña con 6.000 soldados. En pocos meses dio fin a la obra, destruyendo todas las tolderías hasta el río Negro, lo que constituía la primera parte del plan. Varias columnas operarían luego de los grandes afluentes del río para limpiar los valles cordilleranos. La supresión o el sometimiento del indio de la Patagonia quedó concluida en poco tiempo”.

 

Aunque sus palabras suenen duras contra los pobladores aborígenes, Palacio refirió una serie de ataques que afectaban nuestra seguridad como Nación: “En 1872 se había producido la gran invasión de Calfucurá, gran cacique de las Pampas, derrotado en San Carlos por el coronel Rivas; y poco después la de Namuncurá, en cuya represión se había distinguido el teniente coronel Levalle. El adelantamiento de la línea de fronteras bajo Alsina se había realizado a costa de permanentes combates contra la resistencia aborigen”. Y además que se le suman dos problemas que motivaban la rápida intervención de Roca: “Los intereses ligados a la vida fronteriza… con el producto de sus rapiñas negociadas en Chile… los usufructuarios del negocio constituían una permanente oposición” y que “los indios constituían una pieza importante del juego chileno, al que obedecían… El general Roca tuvo el mérito de elegir el momento adecuado para obrar: cuando la nación trasandina tenía sus fuerzas comprometidas en la guerra contra el Perú. El éxito de la campaña del Desierto entrañaba asimismo un triunfo estratégico sobre Chile”.

 

Oscar Terán en ‘Historia de las ideas en Argentina: Diez lecciones iniciales 1810 – 1980’ (2009) consideró que “la apropiación de los territorios hasta entonces ocupados por los indígenas… abrió para los vencedores un enorme territorio, sobre el cual las inversiones inglesas desplegarían una extensa red de vías férreas”. Y que “el emprendimiento llevado a cabo contra las poblaciones indígenas se apoyaba en una línea programática ampliamente compartida por las elites del mundo occidental: que las naciones viables eran aquellas dotadas de una población de raza blanca y de religión cristiana”.

 

Pero tamizó su análisis a los parámetros de época, donde “las reivindicaciones indígenas no habían nacido o estaban en pañales, por no hablar d ellos temas de hoy habituales del reconocimiento, respeto y aun estímulo de las diferencias, incluidas las étnicas”.

 

¿DÓNDE SE UBICÓ ZEBALLOS?

 

 Contento con el éxito de la primera edición de ‘15.000 leguas’, la cual aseguraba que fue pedida por Roca con el compromiso que sería pagada por el Estado. El liberal contó con los fondos estatales, hizo inmediatamente una segunda edición impresa en los talleres de La Prensa, corregida y aumentada, con las cartas de él remitidas a propio Roca. En 1979 fundó el Instituto Geográfico Argentino, y a fin de ese año hizo un extenso viaje por las tierras ya “conquistadas”, lo que se reflejó en su obra de 1881 ‘Viaje al país d ellos araucanos’.

 

Acompañó el proyecto político del roquismo como diputado nacional, queriendo, luego de finalizar su mandato, postularse como gobernador de Santa Fe, pero Roca no lo apoyó, ya que Zeballos apuntalaba la candidatura de Bernardo de Irigoyen a la presidencia en desmedro del candidato oficialista, el cuñado de Don Julio Argentino, el cordobés Miguel Juárez Celman. Así y todo, se las arregló Zeballos para renovar como diputado. Al tiempo fue presidente de la Sociedad Rural Argentina, presidente de la Cámara de Diputados de la Nación y futuro Canciller. La revolución del ’90 poco lo molestó, ya que seguiría como ministro de Relaciones Exteriores con Carlos Pellegrini, posteriormente con José Figueroa Alcorta, y nuevamente presidente de la SRA. Un genuino “hombre de Estado”.

 

El general Julio Argentino Roca, finalmente, impulsor de la “Conquista del desierto”, expedición armada contra las últimas tribus de la Patagonia, terminó de consolidar el poder estatal, con el dominio del partido Autonomista Liberal (PAN), generando en su presidencia, una gran modernización, el incremento de la inmigración europea y de otras latitudes, un proceso de laicidad que le ganó la pulseada a la iglesia católica, imponiendo para la ciudadanía el registro, el matrimonio y los cementerios civiles. El “patriciado” dominó los resortes económicos y políticos de una época en la que la acción política se restringió a los sectores de la élite. Roca como primer mandatario, junto al elenco gubernamental y a los pensadores que lo apoyaban se les llamó la Generación del ’80.

 

*Licenciado en Ciencia Política; secretario del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas.