MANUEL DE OLAZÁBAL


 un soldado de San Martín

 

POR ROBERTO L. ELISSALDE

 

La Prensa, 18.08.2022

 

En silencio pasó hace pocos días el sesquicentenario del fallecimiento del general Manuel de Olazábal, ocurrida en Buenos Aires el 22 de julio de 1872 y cuyos restos descansan en el cementerio de la Recoleta. ­

 

Había nacido el 30 de diciembre de 1800 en el hogar del comerciante vasco Benito José de Olazábal y de Matilde de San Pedro Llorente. Tercer hijo de los ocho que tuvo el matrimonio, se educó con las comodidades propias de su clase y fue testigo durante setenta y dos años de nuestra historia en el siglo XIX.

 

En enero de 1813, un mes antes del combate de San Lorenzo, ingresó como cadete al Regimiento de Granaderos a Caballo y si bien no participó de esa acción lo hizo en el sitio de Montevideo. Pasó al Ejército de los Andes, estuvo en Chacabuco donde además de la medalla  que se le otorgó, guardó para siempre en su cuerpos las heridas que sufrió. Estuvo en la campaña del Sur de Chile, en Maipú y volvió al sur donde mereció la recomendación del coronel Rudecindo Alvarado. ­

 

Obtuvo licencia para regresar a Mendoza en marzo de 1819 y el 3 de agosto se casó con Laureana Ferrari, muchacha de una familia local, muy vinculada a la causa patriota; ya que junto con otras damas patricias fue la que bordó la Bandera de los Andes.

 

Siguió su carrera en San Juan y Mendoza, y participó de la batalla del Médano en la que fue derrotado el general chileno José Miguel Carrera, luego fusilado. Sobre este episodio escribió en 1858 un folleto refutando algunas apreciaciones del historiador trasandino Benjamín Vicuña Mackenna. Participó en la campaña del Brasil y vuelto al país en el combate de Navarro que culminó con el trágico fusilamiento del gobernador Manuel Dorrego.

 

TERRIBLE MATANZA­

 

­Se desempeñó en diversos destinos, hasta 1835 en que fue dado de baja por Rosas. Opositor a éste, pasó a Corrientes con su familia y participó en la terrible matanza de Pago Largo, donde murió el gobernador de esa provincia don Genaro Berón de Astrada. Pasó a la Banda Oriental y estuvo en Cagancha, donde tuvo Mitre su bautismo de fuego. Al final del gobierno de Rosas volvió a Buenos Aires, donde fue dado de alta en noviembre de 1850 con el grado de coronel y prestó después de Caseros algunos servicios a la Confederación. Por ley del 24 de setiembre de 1868, el presidente Sarmiento incluyo el nombre del benemérito Olazábal, entre los guerreros de la Independencia.­

 

Fue el primer argentino que saludó a San Martín, al pie de los Andes cuando en 1823 volvía al país. Dejo de ese instante una magnífica descripción en sus Memorias, tal era el afecto que le profesaba el Libertador que lo llamó "hijo'' al darle el abrazo. Volvió a estar con San Martín en Montevideo, después de contemplar melancólicamente Buenos Aires sin desembarcar.

 

Don Adolfo P. Carranza recordó en un folleto que trajo a la memoria Raúl de Labougle que en la casa paterna de la calle Florida se organizaba una simpática tertulia de la que eran habitués Bernardo de Irigoyen y su mujer Carmen Olascoaga, Luis Sáenz Peña y la suya Cipriana Lahitte y que el coronel Olazábal que jugaba al tresillo con el poeta José Mármol.

 

PROCLAMA­

 

­En 1871 Olazábal estaba en Mercedes en la provincia de Buenos Aires, y se encontró de casualidad con los Carranza, que ya empezaba a declinar físicamente, su mujer había muerto el año anterior después de medio siglo juntos.

 

En el aniversario de Maipú escribió esta proclama que es una síntesis acabada de su vida: "A través de 54 años que se cumplen hoy de ese gran día, de tanto batallar desde los muros de Montevideo hasta el Ecuador para dar libertad a un mundo, de guerra civil, de guerra con el Imperio del Brasil, y la lucha fratricida porque ha pasado la República Argentina, apenas quedamos de pie, diez de los generales, jefes, oficiales, y tropa, de los que con el primer criollo de la América tuvimos la gloria de mostrar el pabellón de Mato, desde las cumbres que sirven de mansión al Cóndor''.

 

El matrimonio Olazábal fue padre de ocho hijos, que llegaron cuando el matrimonio se estableció desde 1828 y nacieron en Buenos Aires, Corrientes y la Banda Oriental, lo que habla de la abnegación de esas mujeres corriendo la suerte de sus maridos; continuada en una destacada descendencia.

 

Una calle de Buenos Aires lleva el nombre de Olazábal por ordenanza del 27 de noviembre de 1823 y es un homenaje conjunto a Manuel y a sus hermanos Félix, Gerónimo y Benito que sirvieron a las órdenes de San Martín a la vez que una plazoleta recuerda a quien evocamos en su sesquicentenario.

 

Bien lo definió Carranza a Olazábal junto a los héroes de su tiempo: "Una generación de gigantes''.­

 

Roberto L. Elissalde

Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.

EL GENERAL


 contra la Santa Alianza

 

POR PABLO A. VÁZQUEZ

 

La Prensa, 16.08.2022

 

­­Las monarquías de Austria, Prusia y Rusia se erigieron como una nueva amenaza contra las naciones repúblicas sudamericanas. Allí el general José de San Martín operó como diplomático extraoficial y experto en inteligencia, elevando informes a sus contactos en Perú y Argentina, amén de vincularse con los sectores liberales europeos antiabsolutistas.­

 

Casi como un título de la saga de Star Wars, lo cierto fue que la partida de Buenos Aires de `El Gran Capitán', luego de años de luchas por la independencia sudamericana, no tendría como objetivo final la mera crianza de Mercedes.­

 

 El Libertador tuvo otros planes, que excedieron el plano familiar -lo cual, es cierto, no le impidieron ser un noble padre y abuelo-, sino operar políticamente en pos de reafirmar la independencia de estas tierras.­

 

Tras tolerar gobiernos liberales, en octubre de 1823 "Los Cien Mil Hijos de San Luis", en realidad las tropas francesas, bajo el auspicio de la Santa Alianza, restablecieron la monarquía absoluta y el señorío pleno a Fernando VII. Ante ello la llegada de San Martín a Francia no pasó inadvertida para sus autoridades, quienes lo vigilaron a sol y sombra. Máxime cuando fue una de los enemigos declarados de los Borbones que les hizo perder la mitad de un subcontinente. El servicio policial galo lo siguió de cerca, pasando informes puntillosos a sus pares en Madrid.­

 

Dando crédito a lo dicho por A. J. Pérez Amuchástegui en "Ideología y acción de San Martín" (1966) el Libertador arribó al viejo continente a fines de abril de 1824, primero a Le Havre, Francia, para luego continuar camino el 4 de mayo al puerto inglés de Southamponton (nombre invariablemente ligado a la figura de Juan Manuel de Rosas en su posterior exilio).­

 

PRETENSIONES EUROPEAS­

 

Ya el 7 en Londres, empezaron las reuniones buscando información sobre las pretensiones europeas en reconquistar el suelo americano. Más allá de tensiones con Alvear y Rivadavia, toda la comunidad hispanoamericana en Gran Bretaña, amén de supuestos agentes oficiosos del primer ministro Canning, y el reencuentro con su hermano Justo de San Martín, entablaron conversaciones con el héroe argentino y analizaron la situación de la época.­

 

Mención especial fue el encuentro con el ex emperador de México, Agustín de Iturbide, quien le expresó su intención de retomar el poder "con el objeto de resistir cualquier agresión o maquinación de la Santa Alianza", aunque San Martín "no tomó demasiado a pecho las eventuales propuestas de Iturbide".­

 

Según Pérez Amuchástegui: "San Martín estaba mucho más al tanto que Iturbide de lo que ocurría en los gabinetes europeos. advirtió que la presión de Inglaterra era lo suficientemente fuerte como para asegurar que los ímpetus absolutistas se morigeraran. Y desde el puerto francés escribió a Guido manifestándole su esperanza de que los soberanos aliados se quedarían con las ganas de intervenir en los asuntos americanos y que la contienda se resolvería solo con los españoles: `¡Qué oportunidad para los americanos -exclamaba allí San Martín- si tenemos juicio!'. Veintitrés días más tarde, el 17 de mayo, escribió San Martín a Molina una larga carta, confirmando esta impresión, y concluyendo en que la no intervención de la Santa Alianza en Hispanoamérica sería consecuencia directa del mayor interés por la independencia de estos pueblos, expresado en los empréstitos al Perú, Colombia y México. Por consiguiente, el objetivo que se proponía alcanzar San Martín en Inglaterra era, concretamente, averiguar la opinión del pueblo y gobierno con respecto a la América".­

 

Su estadía en Bruselas tuvo como justificación una mejor acumulación de información. En carta a Molina del 4 de febrero de 1825 dirá: "La enérgica declaración de Inglaterra sobre las Américas ha hecho tal impresión en la Santa Alianza que en sus papeles ministeriales se quejan altamente de lo que llaman agresión del gobierno británico''. Advertía en seguida que las actitudes de Prusia... eran menos terminantes... mientras que Suecia, Dinamarca, y los Países Bajos, en tanto recibían "una influencia directa del gabinete inglés, miraban con simpatía el reconocimiento''.­

 

El visado de su pasaporte entre 1825 a 1830, existente en el Archivo del Libertador en el Museo Mitre, según asentó Amuchástegui, dio cuenta de la incansable travesía de Don José por Londres, Bruselas, Marsella París, Amberes, Ostende y demás puertos europeos. Una sola excepción se dio el 7 de octubre de 1828, ya que de Londres partió a Buenos Aires. Los posteriores sucesos del asesinato de Manuel Dorrego lo convencieron de permanecer en Montevideo y no tomar parte de las luchas fratricidas.­

 

Hasta se le ofreció en Europa, en el marco de la revolución francesa de 1830 y de su contraparte en Bélgica, liderar militarmente la independencia belga, honor que declinó, pero no sin antes sugerir un conductor para el hecho de armas, tal como investigaron José Pacífico Otero y Vicuña Mackenna.­

 

Para San Martín la lucha contra la Santa Alianza y los Borbones tuvieron a Inglaterra como aliada, sin ser óbice que frente a la agresión británica de 1845/46 se puso incondicionalmente al servicio de nuestra Nación. Y utilizó todo su conocimiento en el campo de la información e inteligencia al servicio de la causa americana.­

 

­UN NOTA DISONANTE­

 

Hubo una nota disonante, en lo personal, que fue el enojo con Manuel Moreno, representantes de las Provincias Unidas, al difundir éste que Don José quería ir a España para gestionar el reconocimiento de la independencia de los países sudamericanos a cambio que éstos adoptasen un régimen monárquico afín a los Borbones. El infundio pudo venir o por insidias del diplomático boliviano Casimiro Olateña o por chismes que tomó el propio Moreno, sin consultar al Libertador. Acciones de contrainteligencia que ya había sufrido, sea en época de la lucha contra los realistas o en sus peleas con Rivadavia, tal como le escribió a Rosas el 5 de agosto de 1838, refiriéndole que Don Bernardino "me formó un bloque de espías, entre ellos a uno de mis sirvientes, (y) me hizo una guerra poco noble en los papeles públicos de su devoción".­

 

Según Patricia Pasquali, en "San Martín confidencial" (2000): "La idea de retornar a su país fue diluyéndose... Mariano (Balcarce) había sido separado del empleo de primer oficial de la secretaría de negocios extranjeros; aunque a pesar de ello, San Martín no había mirado con disgusto la caída de Balcarce y en adelante se mostraría conforme con la evolución política que llevó a la instauración de la dictadura rosista".­

 

­LA RELACION CON ROSAS­

 

La relación del Libertador con el Restaurador de las Leyes, cruzó todo el período final de la existencia de San Martín. Del bloqueo francés de 1838 a la Guerra del Paraná, entre 1845 a 1846, dio cuenta en sus cartas tanto a Rosas como a los habituales interlocutores del anciano general. La unión de ideas y sentimientos entre ambos hombres fue férrea, al punto que el 23 de enero de 1844 el testamento del Gran Capitán asentó, en su artículo 3°, le entrega su glorioso sable a Rosas, el que posteriormente fue donado al Museo Histórico Nacional por la hija del Restaurador, doña Manuelita Rosas de Terrero, llegando al país el 4 de marzo de 1897.­

 

La ceguera, producto de la catarata, y el aneurisma latente dieron la estocada final a su cuerpo. Pero su alma siguió firme, al punto de ofrecerse a Rosas en combatir si hiciese falta contra los invasores europeos. Hasta el último minuto pensó en su tierra y en su libertad. "Esta es la fatiga de la muerte''. Fueron sus últimas palabras el 17 de agosto de 1850, que fue cuando entró en la inmortalidad.­

ATAQUES ABORÍGENES

 

 y lucha contra la correntada: la audaz expedición de un marino por los ríos patagónicos

 

Luis Furlán

 

Infobae, 6 de Agosto de 2022

 

Hacia 1872, la línea militar de la frontera Sur con el aborigen se desplegaba por el Sur de las provincias de Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe, pasando por el Norte, Oeste, Centro, Sur y Costa Sur de la provincia de Buenos Aires hasta Bahía Blanca y Carmen de Patagones. En el Norte, existía una línea militar contra los aborígenes del Gran Chaco.

 

Los aborígenes ubicados fuera de aquellas líneas mantenían inestables relaciones con autoridades nacionales y fronterizas. Para mantener la paz, los gobiernos debían someterse a una humillante y extorsiva política clientelar con los aborígenes, por la cual, a través de tratados, se entregaban a los caciques artículos y beneficios para que no invadieran fronteras y provincias.

 

Los aborígenes atacaban estancias y poblaciones para apoderarse de ganado, capturar personas, saquear y depredar. Esas acciones desprestigiaban a los gobiernos; debilitaban la defensa fronteriza; afectaban la integridad territorial; y perjudicaban la colonización, el progreso económico y los proyectos modernizadores. Para el general Bartolomé Mitre, el problema aborigen se solucionaría en 300 años…

 

Los aborígenes aprovecharon el olvido por las fronteras internas debido a la guerra del Paraguay (1865-1870) y los conflictos del Litoral (1867-1871). A través de caminos bien definidos (“rastrilladas”), los aborígenes llevaban ganado robado en la provincia de Buenos Aires para venderlo en Chile, situación que instalaba la tensión con nuestros vecinos.

 

El cacique más poderoso fue el mapuche-araucano Calfucurá, nacido en Chile e instalado en Salinas Grandes (La Pampa) desde 1834. Formó y lideró la Confederación aborigen de Salinas Grandes, y fue amo y señor del vasto desierto pampeano-patagónico hasta 1873. Su prestigio se extendió a los aborígenes de Chile.

 

Político astuto, hábil conductor militar y gran conocedor del territorio y sus “rastrilladas”, mantuvo la iniciativa en las relaciones con nuestros gobiernos y aprovechó los conflictos de época para forzar tratados. Apoyó su estrategia en el triángulo Salinas Grandes (residencia, cuartel general y área de valor económico por sus recursos salineros); Carhué (zona de pastos para alimentar ganado robado); y Choele Choel (encrucijada de caminos y paso clave de la “rastrillada” a Chile en el río Negro). Con o sin tratados, invadía especialmente la provincia de Buenos Aires, abundante en ganado, pastos y aguadas.

 

En 1867 el Congreso Nacional aprobó una Ley para trasladar la lucha contra el aborigen y nuestra frontera Sur hasta el río Negro, y se adquirían buques a vapor para explorar ese río y demás vías fluviales patagónicas, a fin de auxiliar y complementar el avance terrestre del Ejército.

 

La acción conjunta Armada-Ejército debía fundar fortines y poblaciones sobre las costas de aquellos ríos para extender la frontera y afirmar la soberanía. Para ello, la lejana población de Carmen de Patagones, en el extremo Sur de la provincia de Buenos Aires y cercana a la desembocadura del río Negro, constituía un núcleo operativo y logístico fundamental.

 

Nuestros conflictos postergaron el avance sobre el río Negro, pero en 1869 la Armada efectuó algunas expediciones por aquel río. Una de ellas llegó a la isla Choele Choel, pero nuestras fuerzas se retiraron ante la presión de Calfucurá al mismísimo presidente Sarmiento: estaba claro que el todopoderoso señor de Salinas Grandes veía en peligro uno de los vértices de su triángulo estratégico y sus comunicaciones a Chile.

 

El 21 de febrero de 1872 el gobierno nacional decidió una nueva expedición a los ríos del Sur, y ordenó a un prestigioso y experimentado oficial de nuestra Armada, el teniente coronel de marina Martín Guerrico (1838-1929), explorar los ríos Negro, Neuquén y Limay y sus afluentes hasta la mayor altura posible; realizar estudios y planos sobre esas vías fluviales y determinar los pasos de aquellos ríos.

 

Nacido en San Isidro, Guerrico luchó para el Estado de Buenos Aires en la guerra contra la Confederación Argentina (1853-1861), participó en la guerra del Paraguay (1865-1870) y combatió montoneras del Litoral (1870-1873). Fue director de la Escuela Naval Militar, destacado cartógrafo y explorador y científico de la Patagonia. Se retiró como contraalmirante.

 

Martín Guerrico debía verificar la navegabilidad y las características de los ríos patagónicos, a fin de establecer un sistema de comunicaciones fluviales para transportes y abastecimientos a fortines y poblaciones que se fundarían alrededor de sus costas. Dichas tareas incluían apoyar el avance del Ejército. Para ello se le asignó el pequeño vapor “Río Negro”.

 

A fines de febrero de 1872, Guerrico llegó a Carmen de Patagones, donde asumió como jefe de la Escuadrilla del Río Negro, creada para efectuar operaciones navales y auxiliar al Ejército en la zona de los ríos patagónicos.

 

El desafío que esperaba a Guerrico era enorme, pues debía explorar ríos con grandes dificultades y peligros para navegar: el escaso conocimiento de su hidrografía y topografía; la fuerza de sus corrientes; las permanentes bajantes y crecidas de las aguas; sus pronunciadas y sinuosas curvas; los troncos arrastrados por las corrientes que cerraban la navegación; costas boscosas que entorpecían maniobras desde tierra; y la constante presencia de aborígenes acechando la navegación. A ello se agregaron problemas logísticos y operativos que habrían de hacer todavía más difícil la expedición.

 

Los problemas para Guerrico comenzaron ya en Carmen de Patagones, pues el vapor “Río Negro” tardó cuatro meses en llegar, pero no permaneció inactivo y con la lancha a vapor “Neuquén” reconoció la desembocadura del río Negro (marzo de 1872). Regresó a Carmen de Patagones tras comprobar que esa embarcación era incapaz de enfrentar la fuerte correntada del río Negro.

 

El 8 de marzo de 1872 se produjo el combate de San Carlos, donde fuerzas del Ejército y aborígenes aliados derrotaron a Calfucurá y a sus hordas de Salinas Grandes, y rechazaron la más importante invasión realizada hasta el momento sobre la provincia de Buenos Aires, lo cual inició la declinación del poder de Calfucurá.

 

Frustrado el primer intento de remontar el río Negro, Guerrico no se dio por vencido. Para cumplir su misión y, según sus palabras, “evitar gastos superfluos al Estado”, proyectó otra exploración. Con seis hombres salió de Carmen de Patagones, avanzó por tierra bordeando el río Negro hasta “China Muerta”, efectuó un plano de esos reconocimientos y regresó a Carmen de Patagones (abril-mayo de 1872).

 

El 7 de junio de 1872, Martín Guerrico zarpó desde Carmen de Patagones, ya al mando del vapor “Río Negro”. En fortín “Invencible” comprobó la gran bajante del río Negro. Señaló que el río se hallaba “sembrado de troncos que obstruían los pasos”, muy peligroso para “un vapor de construcción tan débil como la del Río Negro”. Como la crecida de las aguas demoraría unos dos meses, regresó por tierra a Carmen de Patagones para coordinar nuevas exploraciones.

 

En Carmen de Patagones Guerrico contrató al cacique Inacayal para una nueva expedición por el río Negro: viajar por tierra bordeando sus costas con un bote montado sobre dos ruedas para botarlo al río en el máximo punto que se lograra alcanzar, descender con esa embarcación para reconocer el río y posteriormente remontarlo con el vapor “Río Negro”.

 

Como Inacayal demoraba su apoyo, Guerrico contrató al jefe aborigen Mariano Linares. La exótica y pintoresca fuerza se integró con Antonio Rodríguez (aspirante a oficial naval), dos marineros y ocho aborígenes. El 20 de junio de 1872 partieron de Carmen de Patagones, trasladando el particular bote sobre ruedas.

 

Atravesaron las pampas del Sur del río Negro y llegaron a Valcheta (30 de junio). El territorio áspero, pedregoso y con frondosos y cerrados bosques dificultaba el transporte del bote rodado. Tres días trabajaron para abrir un camino y apenas avanzaron 5 kilómetros. La rotura del eje de las ruedas obligó a ocultar el bote en la costa para utilizarlo posteriormente. Continuaron la marcha y Guerrico decidió construir una balsa en el punto máximo del río Negro que pudieran alcanzar.

 

El 4 de agosto de 1872, la pequeña fuerza de Martín Guerrico llegó a la isla Choele Choel. Allí construyeron una balsa para cruzar el río y explorar la isla y sus canales. Esa embarcación, con víveres y municiones a bordo y remolcada por un aborigen nadador, cedió ante la fuerza de la corriente y se perdió arrastrada por las aguas. Al día siguiente construyeron otra balsa. Con sus observaciones, Guerrico realizó un croquis de la zona. El peligro de ser rodeados y atacados por aborígenes de Salinas Grandes que respondían a Calfucurá, forzó la retirada.

 

Martín Guerrico, el aspirante Rodríguez y los dos marineros abandonaron la isla Choele Choel el 9 de agosto. En Valcheta encontraron el bote que habían escondido: Guerrico y un marinero regresaron por río, y Rodríguez y el otro marinero por tierra. El 16 de agosto llegaron a Guardia Mitre.

 

El 30 de agosto de 1872 Martín Guerrico, al mando de vapor “Río Negro” zarpó para desafiar una vez más al río del mismo nombre. El 8 de septiembre fondearon en fortín “General Conesa”, donde descubrieron que la mayoría del carbón para la expedición estaba en pésimo estado y apenas servía para alcanzar la isla de Choele Choel.

 

Guerrico solicitó a las autoridades de Carmen de Patagones que enviaran carbón por vía terrestre, pues las aguas estaban bajando. Caprichos burocráticos y roces con aquellas autoridades dificultaron la logística y demoraron el envío durante dos meses.

 

En el fortín “General Conesa”, el inquieto Guerrico trazó un plano y, con el escaso carbón disponible, exploró los canales del río y llegó a Valcheta. Los expedicionarios fueron rodeados y atacados por aborígenes de Calfucurá, quienes el 12 de septiembre mataron al aspirante Antonio Rodríguez.

 

El 1 de noviembre recibieron el tan preciado carbón y el vapor “Río Negro” continuó la travesía. La difícil navegación obligó a Guerrico a adelantarse por tierra, reconocer los puntos alcanzados y luego avanzar con el vapor. Llegaron al extremo Oeste de la isla Choele Choel. Por faltar carbón, utilizaron una embarcación menor para navegar “a la sirga” (arrastrada desde tierra con sogas por marineros).

 

Avanzaron por el río Negro 25 kilómetros más allá de Choele Choel. Como los tupidos bosques costeros dificultaron las maniobras desde tierra, regresaron a Carmen de Patagones el 24 de diciembre de 1872. Como carecían de carbón, quemaron leña, que no generaba suficiente potencia a la caldera, por lo cual el vapor fue impulsado por la fuerza misma de la corriente del río Negro.

 

El 2 de enero de 1873 fondearon en Carmen de Patagones. Guerrico señaló que el vapor “Río Negro” no era apto para navegar el río por el escaso poder de su máquina. Tras distinguir a sus marinos, informó que, si los resultados de la expedición “no han sido altamente satisfactorios, será sin duda, a consecuencia de mi falta de aptitudes, pero no del empeño y buena voluntad que he puesto para su mejor resultado”. Martín Guerrico realizó un plano de los tramos recorridos y un completo estudio sobre distintos aspectos del río Negro.

 

La expedición del teniente coronel de marina Martín Guerrico constituyó la contraofensiva naval y la proyección hacia el escenario fluvial del importante triunfo de las armas nacionales en el combate de San Carlos (8 de marzo de 1872). Justamente, aquella expedición amenazó por retaguardia y desde el río Negro a la isla Choele Choel, baluarte Sur del triángulo estratégico de Calfucurá y clave en las comunicaciones con Chile.

 

La acción de Martín Guerrico y sus valientes marinos, y la apertura de un frente naval sobre el flanco Sur de la Confederación de Salinas Grandes, significaron una contribución de la Armada Argentina en la preparación de nuevos proyectos del gobierno nacional en materia de fronteras y lucha contra el aborigen, a la vez que crearon las condiciones para la decisiva campaña sobre el desierto pampeano-patagónico del general Julio A. Roca a partir de 1879.

REMEDIOS DE ESCALADA


 se casó a los 14, fue madre a los 18 y murió a los 25 esperando a San Martín

 

Adrián Pignatelli

Infobae, 3 de Agosto de 2022

 

 

Fue una corta e intensa vida la de esta joven que se casó a los 14, fue mamá a los 18 y murió a los 25. Nació en cuna de oro. Su familia estaba ligada con el arzobispo de Buenos Aires Mariano de Escalada Bustillos y Zeballos y del obispo de La Plata Juan N. Terrero y Escalada. Se llamaba María de los Remedios y se casó con el que sería el militar más prestigioso de estas tierras.

 

Nació en la noche del lunes 20 de noviembre de 1797 en una de las viviendas más lujosas de la ciudad, en lo que hoy es Hipólito Yrigoyen y Defensa. Como era una importante edificación de planta baja y un piso, con balcón corrido, se la conocía como “los altos de Escalada”, frente a la Plaza del Fuerte. Décadas después se reconvirtió en un conventillo y sobrevivió hasta 1894. Más tarde, la familia se mudó a una mansión emplazada sobre la esquina oeste de las actuales calles Juan Domingo Perón y San Martín, en el centro porteño.

 

Al visitar la vivienda familiar, los hermanos Robertson, amigos del dueño de casa, quedaron impresionados por los pesados cortinados que cubrían las amplias ventanas y por las alfombras que habían hecho traer de Europa. Sobre las paredes colgaban pinturas traídas del Alto Perú y Quito, y espejos venecianos.

 

Antonio Escalada, influyente funcionario y organizador de tertulias donde se daba cita lo mejor de Buenos Aires, había heredado junto a su hermano una inmensa fortuna de su padre, y se convirtió en el hombre más rico de la ciudad. Se había casado con Petrona Salcedo, sobrina del virrey Juan José Vértiz, con quien tuvo a Bernabé Antonio y María Eugenia. Ella falleció a los 29 años y cuatro años después, a los 32 años, el viudo se casó con Tomasa de la Quintana. Vendrían más hijos: Manuel, María de las Nieves, María de los Remedios y Mariano.

 

De toda la prole, Remedios era la consentida del padre.

 

Cada domingo acompañaba a su madre Tomasa a misa. Allí lucían sus prendas más finas, combinadas con elegantes zapatos de raso. En ocasiones especiales lucían bordados de oro y plata.

 

La muchacha -menuda, pálida, de cabellos negros, de ojos grandes que contrastaban con su boca chica y labios finos- conoció a José de San Martín en una de las fiestas que daba su familia: los presentó Carlos de Alvear, un miembro de la sociedad local con un perfil altísimo, extrovertido, que contrastaba con el carácter parco del recién llegado.

 

José de San Martín era un morocho nacido en el litoral, que se había ido a España a los 6 años, de un marcado acento español, que no conocía a casi nadie salvo a Martín Jacobo Thompson, el esposo de Mariquita, con quien había sido compañero en la Academia de Guardiamarinas de Cádiz. Confesó entonces tener “pocas relaciones de familia”. El Primer Triunvirato lo recibió con desconfianza.

 

Con 14 años ella quedó prendada de una mirada, un gesto o una insinuación y decidió aceptarlo. La negativa familiar ante la relación fue inmediata, pues se trataba de un completo desconocido sin fortuna. Además, Remedios se había comprometido con Gervasio Antonio Josef María Dorna, un joven de unos 22 años, perteneciente a una familia respetable y quien, además de su vocación militar, había abierto un comercio en el centro, muy cerca de la plaza.

 

Escalada terminó accediendo a las súplicas de su hija para que rompiese el compromiso. El muchacho no tuvo mejor idea que enrolarse en el Ejército del Norte de Manuel Belgrano y hacerse matar en Vilcapugio el 1 de octubre de 1813.

 

Doña Tomasa jamás aceptó a su yerno. Lo hizo víctima desde el principio de los mayores desprecios. Se refirió a él en todo momento como “soldadote” o “plebeyo” y no cruzaban palabras.

 

La boda se llevó adelante de manera privada el 12 de noviembre de 1812, siendo testigos “entre otros -dice la partida original- el sargento mayor de granaderos a caballo, Carlos de Alvear, y su esposa Carmen Quintanilla”. Los casó el padre Luis José Chorroarín, el responsable de incluir el sol en la bandera de guerra.

 

Para que la diferencia de edad no fuese tan evidente, él acusó 31 años, cuando en realidad tenía 34.

 

La fiesta fue en la casa de sus suegros y la luna de miel la pasaron en la quinta que su hermana María Eugenia tenía en San Isidro. “He oído citar a los San Martín como un matrimonio feliz”, describió el norteamericano Enrique Brackenridge.

 

Al casarse y vincularse con los Escalada, San Martín completó su primer movimiento para formar una unidad militar profesional. Esa posición atrajo a sus filas un cuadro de oficiales envidiable. Entre ellos, sus hermanos políticos Manuel y Mariano. Todos querían ser parte del naciente Regimiento de Granaderos a Caballos. A su vez, apellidos como Necochea, Lavalle, Olavarría y otros dieron brillo a la formación.

 

A las semanas, él partió con sus granaderos. En febrero se batiría con los españoles en San Lorenzo.

 

En 1814 San Martín se trasladó a Mendoza. Gervasio de Posadas le adelantó por carta que “en breve tendrá allá su costilla, con cuya compañía se acabará de poner bueno”. El 1 de octubre de ese año Remedios viajó gracias a 600 pesos que el propio Posadas le prestó y que su marido luego devolvió. Junto a su esclava Jesusa, fue acompañada por Manuel Corvalán, que iba a San Juan a asumir como teniente gobernador y por su esposa Benita Merlo. También fueron de la partida Encarnación Escalada de Lawson y Mercedes Álvarez de Segura.

 

La realidad de Remedios cambió por completo y los lujos a los que estaba acostumbrada desaparecieron. La pareja vivió sencillamente en una casa de la actual calle Corrientes de la capital provincial. Pese a que había sido criada prácticamente como una princesa, la joven se adaptó a la humildad de su nuevo hogar. Incluso lejos de incomodarse o reclamar, colaboró con la empresa sanmartiniana organizando eventos para recaudar fondos y generó vínculos fundamentales con las familias más importantes.

 

Fueron los años más felices en la vida de ambos. Generalmente, al caer la tarde, luego de un día laborioso, solían visitar los locales ubicados en la famosa alameda mendocina. Allí, entre café y chocolates, trataban de manera amena con los habitantes. La vida tenía mucho más para ofrecerles. En 1816, mientras su marido gestaba la mayor hazaña americana, en el vientre de Remedios crecía Mercedes Tomasa. La niña llegó al mundo el 24 de agosto de aquel año y fue bautizada por el Padre Güiraldes.

 

La pareja celebró la Navidad de 1816 en la casa de Manuel de Olazábal. Fue en el brindis cuando San Martín manifestó el deseo de tener una bandera para su ejército. Dolores Prats, Margarita Corvalán, Mercedes Álvarez y Laureana Ferrari pusieron manos a la obra. Durante días estuvieron recorriendo, sin suerte, la calle Mayor en la búsqueda del color adecuado y de seda de bordar color carne para las manos del escudo. San Martín insistía en que estuviera lista para Reyes.

 

El 30 de diciembre, Laureana y Remedios volvieron a recorrer la ciudad hasta que en una tienda de mala muerte de la calle Del Cariño Botado dieron con el color adecuado, aunque no consiguieron seda, sino sarga. Remedios cosió la bandera, de dos abanicos. Para completarla tomaron algunas lentejuelas de oro; se procuraron perlas de un collar suyo y de una roseta de diamantes sacaron piedras para el sol del escudo. Así fue como el 5 de enero a la mañana estuvo la bandera, que fue bendecida por el cura Güiraldes.

 

Cuando el Ejército finalmente se marchó, en enero de 1817, toda esa felicidad se desvaneció para siempre. Al momento del cruce, madre e hija regresaron a Buenos Aires. Se llevó de regalo un par de sandalias que sus amigas le habían hecho con los restos de tela que habían comprado para la confección de la bandera.

 

Luego del triunfo de Maipú, en 1818, San Martín viajó a Buenos Aires. A su regreso a Mendoza, lo hizo con su esposa e hija. Vivieron en “Los Barriales”. Remedios quiso acompañar a su marido a Chile, pero ya estaba débil, y costó trabajo que entrara en razón y regresara a la casa de sus padres. En marzo de 1819 realizó un penoso viaje, que sería el último de su vida.

 

Remedios para entonces estaba muy enferma de tuberculosis y agonizó en Buenos Aires, siempre con la esperanza de volver a ver a su esposo. Abatida y enferma, la muerte de su padre en noviembre de 1821 fue un golpe demasiado duro. Los médicos poco podían hacer por entonces y le aconsejaron que se trasladara al campo. Tomasa no lo dudó y llevó a todos a la quinta familiar, ubicada en lo que hoy es avenida Caseros y Monasterio, en Parque Patricios.

 

La mujer sostuvo a su hija con fuerza hasta el final, el 3 de agosto de 1823.

 

Desde Mendoza, San Martín escribió desolado a Nicolás Rodríguez Peña. Señaló que su ánimo estaba “agitado y su paz perturbada”. Confesó que “uno puede conformarse con la pérdida de una mujer, pero no con la de una amiga”, apuntó. No era seguro para él regresar a Buenos Aires porque sabía que existían planes para matarlo en el camino, y culpaba a Rivadavia. “Me cercó de espías, mi correspondencia era abierta con grosería; todo reducido a anónimos y otras cartas… decían que encabezaba un partido opositor; querían honrarme con el glorioso título de Corifeo Revolucionario”.

 

A fin de ese año finalmente entró a Buenos Aires y el 4 de diciembre apareció en la casa de los Escalada. Se encontró con la oposición de su suegra, quien intentó quedarse con la niña, a la que San Martín encontró malcriada y hecha “un diablotín”.

 

Antes de partir a Europa, encargó un mármol de 1,20 de alto, 0,70 de ancho y 0,03 de espesor para la tumba de su esposa, al que hizo grabar la leyenda que se puede leer hasta hoy: “Aquí descansa Remedios de Escalada, esposa y amiga del General San Martín”, que no era más que una muchacha que había esperado hasta último momento a ese morocho de acento español que desde el primer día que lo vio la había cautivado para siempre.