Con motivo de
cumplirse el aniversario del nacimiento del Brigadier General Bustos (29 de
agosto) nos parece interesante, hacer un breve análisis sobre la colaboración
brindada por el caudillo de Córdoba al General San Martín, que haremos en base
a fragmentos de la correspondencia entre los patriotas, que se conserva en los
archivos.
La ocupación de
Lima por SM (4-5-1821), no puso término a la guerra del Perú; los realistas
retirados a las sierras, ocupaban allí posiciones y todo indicaba una
resistencia tenaz y una campaña prolongada. SM concibe entonces un plan para
acelerar el término de la guerra. El Ejército Unido Libertador debía organizarse
en dos fuertes grupos. El primero, al mando de Arenales, amenazaría a los
realistas acantonados en Huancayo; el segundo, al mando de Alvarado, ocuparía
la zona de Puertos Intermedios, desembarcaría en Arica y se dirigiría sobre
Cuzco.
Para concretar lo
planificado, se necesitaba la participación de las provincias, cuyas tropas
formarían un ejército que marcharía hacia el Alto Perú a través del frente
salteño. Con esa finalidad, SM envió un comisionado con instrucciones; la
persona seleccionada para esa misión fue un oficial peruano, el Comandante de
Escuadrón Antonio Gutiérrez de la Fuente. En mayo de 1822, el Protector del
Perú firma la credencial respectiva; en las instrucciones, SM se dirige a las
“autoridades de los pueblos trasandinos”, y no a Buenos Aires, lo que evidencia
que el Libertador comprendía la realidad federal que la capital se negaba
aceptar.
En realidad, hacia
1819, la lucha entre las provincias litorales y las fuerzas que respondían a
Buenos Aires, era tan abierta como la que enfrentaban las fuerzas realistas con
los patriotas. La situación política era cada vez más, desfavorable a Buenos
Aires que quedaba aislada. Debe considerarse también la amenaza de una
expedición española, que los informes daban como destino a Buenos Aires.
El gobierno
porteño, había sostenido que solo podía enfrentarse el peligro de aquella
amenaza, con la unidad. Este había sido el argumento esgrimido desde la caída
de la Junta Grande en 1811, caída producida por el golpe dado por el Cabildo
porteño a la Junta Conservadora, que era la Junta Grande constituida en
Congreso Legislativo.
Los diputados de
la Junta Grande habían sido elegidos por las Provincias, mientras que el
Cabildo solo era representante de los intereses de Buenos Aires.
La unidad era
indispensable para la lucha por la independencia, pero no era menos importante
la defensa de los particularismos forjados en 200 años de vida local,
desarrollada en las ciudades y pueblos del interior. Belgrano explica así las
diferencias, cuando el gobierno central, respondiendo al pedido de munición y
caballada, le indica que recurra a cualquier medio:
“no es el terrorismo quien puede convenir al
gobierno que se desea” y que no puede permitir “que el ejército auxiliar del
Perú, siga matando, saqueando, incendiando, arrebatando los ganados”. “Si se me
obligara a hacer eso, renunciaría al mando por creerme incapaz de ejecutarlo”.
Este era el
contexto motivacional de aquella sociedad rioplatense en la segunda década del
siglo 19. Los miembros del ejército no
podían estar ajenos a esa polémica. Soldados reclutados en su gran mayoría por
levas forzosas; suboficiales levados antes y ascendidos; en ambos casos se
habían habituado al ejército, y se identificaban con él y sus misiones. Todos
tenían familia, amigos, testigos de la realidad social. ¿Cómo no tomar partido?
Cuando en 1819 se
sanciona una Constitución que establece el régimen unitario, el país estalló.
Pueyrredón fue reemplazado por el general Rondeau, quien decidió concentrar las
tropas nacionales en Buenos Aires para defender a la ciudad de la amenaza
provinciana. San Martín desobedeció la orden de regresar y salvó al Ejército de
los Andes para la empresa libertadora.
Belgrano, ya muy
enfermo, entrega el mando del Ejército del Norte al general Fernández de la
Cruz, quien ordena la marcha hacia la capital.
Al llegar a la
posta de Arequito se manifiesta el descontento de gran parte de la tropa; en la
madrugada del 8 de enero de 1820, los amotinados en número de 1.600 hombres a
las órdenes del general Bustos, forman en línea de batalla frente a los leales
al comandante en jefe. En reunión de estado mayor, se resuelve continuar la
marcha con las unidades disponibles, permitiendo a Bustos retirarse con los
sublevados.
A raíz del
levantamiento de Arequito, le imputaron a Bustos el ánimo de refugiarse en
Córdoba, a modo de un señor feudal para cuidar de sus propios intereses, siendo
que permitió salvar al ejército del norte, que habría sido diezmado por las
fuerzas superiores de las montoneras, como lo hicieron con el propio Rondeau
poco después en Cepeda, vencido por Ramírez y López que llegan a acampar en la
plaza de Mayo.
La desobediencia
de Bustos, no fue otra cosa que una oportuna imitación de la conducta de San
Martín. Arequito fue el resultado del
desajuste que se venía arrastrando penosamente, entre el país real y el modelo
artificial que la élite porteña quería imponerle al país. Para los dirigentes
de Buenos Aires las provincias no contaban, el estado debía reducirse al territorio
que pudiera controlarse desde la capital; la campaña sanmartiniana era un
compromiso molesto y caro.
Bustos asume el
mando de los sublevados, por tener el mayor rango, Coronel Mayor, secundado
por: José María Paz, Alejandro Heredia y Felipe Ibarra, consumando el motín en
forma incruenta y ordenada. Eran cuatro oficiales de grandes cualidades.
Bustos, ilustrado y sereno, como lo demostró su gobierno en Córdoba; Paz, de
talento indiscutido, que cambio la toga universitaria por la espada; Heredia,
doctor en filosofía y derecho; Ibarra, ex interno del convictorio de Monserrat.
Retornando en este
relato al plan urdido por el Libertador para acelerar el proceso de la
independencia, digamos que dos militares fueron tenidos en cuenta por SM para
esta operación: el gobernador de Córdoba, Bustos, y, en su defecto, el
gobernador de San Juan, Cnel. José María Pérez de Urdininea. SM le indica a su
comisionado que ante cualquier problema que surgiera, tomara consejo de ambos
oficiales.
Luego de cruzar
los Andes, el comandante Gutiérrez se dirige a Córdoba, tomando contacto con
Bustos. En la nota de SM, que le entrega, le pide al gobernador que fuera el
comandante en jefe de la expedición que había diseñado:
“El comandante
Gutiérrez de la Fuente es el conductor de quien me valgo para proponer a UD. la
terminación de la guerra; él es la voz viva mía y por consiguiente impondrá a
usted de todos mis planes. ¡Y qué campo, mi apreciable paisano, se le abre a
usted para concluir esta guerra ruinosa y cubrirse de gloria! Sí, mi amigo,
póngase usted a la cabeza del ejército que debe operar sobre Salta; la campaña
es segura si usted me apoya los movimientos que cuatro mil quinientos hombres
van a hacer por Intermedios al mando de Alvarado. (…)
La cooperación de
esta división va a decidir enteramente la suerte de la América del Sur”
Gutiérrez le
informa a SM que encontró a Bustos con la mejor disposición; éste escribió al
Gral. López destacando que para dicha empresa faltan recursos que es
indispensable pedir al gobierno de Buenos aires:
“Creo superfluo
persuadir a UD. de la necesidad de este paso en que debe interesarse todo
americano y en especial los que nos hallamos a la cabeza de los negocios
públicos”.
Por su parte,
López le comenta a SM:
“La fina política
de VE previó los inconvenientes de realizarlo y de dónde deben emanar los
recursos de su logro”.
Para colaborar en la gestión ante BA manda su
secretario, y pese a las dificultades de su provincia, ofrece 300 hombres de
caballería seleccionados, siempre que BA los provea de armamentos de lo que
carece Santa Fe.
Bustos, fiel al
llamado de SM, no sólo hace que su secretario también acompañe a Gutiérrez a
BA, sino que escribe al gobierno de Martín Rodríguez:
“no temo proponer
que dé la última mano a la obra que le ha sido tan cara, tomando sobre sí
proporcionar la suma suficiente para los gastos de la marcha de la fuerza y
para su caja militar hasta que se franquee la comunicación del interior.”
SM le señala al
gobierno porteño, que el Perú devolverá totalmente los gastos que ocasione esta
campaña.
El gobierno de BA
era conducido en realidad por Rivadavia, que escuchó al enviado de SM y terminó
diciéndole que a las guerras de la independencia las terminaría él por
negociaciones diplomáticas. También calificó de criminal a Bustos, desmesura
que se explica por sucesos anteriores:
Durante la
revolución de mayo Bustos formó parte de la Junta militar de seguridad, que
dispuso la expulsión del país de Rivadavia por sospechoso de actuar a favor de
los españoles. Ya había accionado con resentimiento, al frustrar el Congreso
Constituyente reunido en Córdoba en 1821, convocado por Bustos.
Rivadavia pasó el
pedido sanmartiniano a la Junta de Representantes, donde sólo el diputado
Gazcón defendió la propuesta del Libertador; el diputado Manuel García llegó a
expresar que al país le era útil que permaneciesen los enemigos en el Perú.
SM al conocer la
oposición de las autoridades bonaerenses, le escribe a Gutiérrez:
“Todas (las
provincias) desean la expedición, todas la claman. En ellas se encuentran todos
los materiales necesarios para emprenderla, menos dinero; esto es lo único que
falta”.
Con lo resuelto
por la Junta, se hacía imposible organizar la expedición.
Bustos,
decepcionado, le confesará a López:
“Por más que he
aplicado todos mis esfuerzos para realizar la expedición contra el enemigo
común, proyectada por el Exmo. Señor Protector del Perú, sus resultados no han
correspondido a mis anhelos”.
Decide renunciar a
la jefatura de la expedición, a favor de su segundo jefe, el Cnel. Urdininea,
que con la pequeña fuerza que lograron formar Bustos y él, penetra por el Alto
Perú, pero de manera insuficiente y tardía. Culmina este triste episodio de
nuestra historia, con la conocida renuncia al mando de SM.
Únicamente
Urdininea, que marchó con la pequeña fuerza auxiliar, tuvo el honor de
participar luego en el triunfo de Ayacucho.
José Pacífico
Otero destaca que el tiempo vino a demostrar –y Ayacucho lo prueba- que San
Martín tenía razón, y que, si la diplomacia podría servir para firmar
armisticios y atar temporalmente la mano al enemigo, ella no servía para
desarmarlo y vencerlo.
Recién en
Ayacucho, como lo diría Enrique Rodó:
“catorce generales
de España entregaron, al alargar la empuñadura de sus espadas rendidas, los
títulos de aquella fabulosa propiedad, que Colón pusiera, trescientos años
antes, en manos de Isabel y Fernando”.
Córdoba puede
enorgullecerse de haber sido la provincia en cuyo gobernante el Libertador
confió para la empresa que hemos reseñado. Un militar a quien ya en 1807 había
elogiado una poesía popular [1], por su actuación en las invasiones inglesas.
Para terminar, recordemos una estrofa de esa poesía:
El valiente capitán don Juan Bustos, de arribeños,
Con diez y ocho de su gente,
Carga con valor sobre ellos,
Y se rinden los britanos
Misericordia pidiendo.
[1] “La gloriosa
defensa”, de Pantaleón Rivarola.
Mario
Meneghini
Fuentes:
Hillar Puxeddu,
Leo. “El gobernador Juan Bautista Bustos y el Plan de Acción al Alto Perú del
Gral. Dn. José de San Martín”; Santa Fe, 2010.
Conles Tizado,
Denís. “Juan Bautista Bustos: federalismo y nación”; Córdoba, Cuadernos para la
Emancipación.
Denovi, Oscar.
“Arequito: el Ejército se identifica con el pueblo”.
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