TUMUSLA, UN COMBATE DESCONOCIDO



Por Juan Carlos Jones Tamayo *

La Prensa, 08.05.2020

Como consecuencia de las victorias americanas en Junín (6 de agosto de 1824) y Ayacucho (9 de diciembre de 1824), España perdía los territorios de Ecuador y Perú donde, por más de tres siglos, había extraído grandes riquezas para las arcas de la Corona. Previamente, como consecuencia de las “Guerras por la Independencia”, había tenido que abandonar el entonces Virreinato del Río de la Plata, las Gobernaciones de Paraguay y Montevideo, y la Capitanía General de Chile.

Pero, por disidencias internas entre los Comandantes españoles - el liberal José de Canterac en el Perú y el monárquico absolutista Pedro Antonio de Olañeta en el Alto Perú-, las tropas realistas de esta última región (hoy Bolivia) no habían participado en las batallas de Junín ni en la de Ayacucho y se encontraban intactas en territorio altoperuano a órdenes del Brigadier General Olañeta.

Olañeta (nacido en el pueblo de Elgueta – Vizcaya-, España, en 1774), se trasladó con su familia a los 16 años a América y se radicó en Jujuy, donde se casó con la jujeña Josefa Raimunda Marquiegui Iriarte, hermana de Guillermo Marquiegui (1), y llegó a poseer una finca en esa provincia. Durante las Guerras de la Independencia siempre configuró una amenaza para las actuales provincias del noroeste de la Argentina; profundamente conservador, absolutamente católico y totalmente leal a la Corona de España. Ofreció sus servicios al ejército realista después del 25 de mayo de 1810, cuando las fuerzas patriotas iniciaron la expansión de la Revolución de Mayo.

Sus recursos económicos y humanos, sus numerosos e importantes contactos con políticos, militares, eclesiásticos y comerciantes, su conocimiento del terreno y de la idiosincrasia de los lugareños, su aguzada inteligencia para aprender los procedimientos militares, hicieron de él un valioso elemento para el Ejército español. Ascendió a capitán por méritos de guerra. Luchó contra las fuerzas patriotas en las batallas de Tucumán, Salta, Vilcapugio, Ayohuma y Sipe Sipe. También participó en la revolución de Aznapuquio, que hizo virrey del Perú a José de la Serna e Hinojosa en 1821.

Después de 1816, encontrándose el General San Martín absorbido en la formación del Ejército de los Andes para llevar a cabo su “Plan Continental”, la lucha en Jujuy y Salta se convirtió en una operación defensiva, de contención, más que en el teatro de las operaciones bélicas como había sido desde 1810 hasta entonces, trasladándose a Cuyo y luego a Chile el esfuerzo principal de la guerra.

Aprovechando esta coyuntura, Olañeta invadió reiteradamente la Provincia de Jujuy, ocupando su capital en 1817 y estableciendo allí su cuartel general; intentó tomar Salta, pero fue derrotado por el responsable de la defensa del norte argentino, el General Martín Miguel Juan de la Mata Güemes. Esta acción defensiva era necesaria para que San Martín pudiese continuar su ofensiva contra las tropas realistas de Chile y Perú.

En 1820 la revolución encabezada por Rafael de Riego, en Cádiz, había impedido el envío de una poderosa expedición militar con destino al Río de la Plata, mientras que en España obligaba a Fernando VII a someterse a la Constitución liberal.

Aquella circunstancia política originó, tanto en España como en América, el enfrentamiento de absolutistas y liberales, viéndose reflejado en las filas de los ejércitos realistas, donde también se produjeron escisiones, originando desacuerdos entre los mismos generales españoles que luchaban contra los patriotas americanos.

A principios de 1825, Olañeta había concentrado sus fuerzas en Potosí, aunque bastante disminuidas por las deserciones. El 29 de marzo de ese año llegó a Potosí el Mariscal Sucre, horas antes, había abandonado la ciudad el Comandante realista para unirse al resto de sus fuerzas acantonadas en Tumusla. Allí comprobó que sus soldados se habían pronunciado por la causa americana, encabezados por su segundo, el Coronel Carlos Medinaceli.

Por el deseo de restablecer su autoridad y continuar las acciones bélicas contra los americanos, el 1 de abril de 1825 Olañeta ordenó a la tropa que lo acompañaba desde Potosí, que atacaran a los rebeldes y en esa acción se produjo el Combate de Tumusla, donde el General Olañeta perdió la vida.

De esta manera, casi desconocida, en Tumusla cayó el último baluarte de los españoles en América del Sur y quedó consolidada la libertad americana. Así quedo cristalizado el sueño de los generales San Martín, Belgrano, Güemes, Artigas, O’Higgins, Bolívar, Sucre y tantos patriotas americanos más.

De todo lo narrado, surge una reflexión principal. Ella es: ¿Por qué el ocaso del predominio español en la Guerra de la Independencia americana, no obstante, la notoria superioridad numérica, de materiales y de adiestramiento de las fuerzas realistas que defendían el pendón de España en América?

A la luz de los hechos surge claramente que éste fue el principal motivo del debilitamiento y posterior derrota del Ejército realista en Junín, Ayacucho y en el Alto Perú. El Ejército español en América del Sur fue batido por partes.

La enseñanza de esta reflexión es que las ideologías no deben anteponerse a los objetivos de la Nación. La “grieta” que produce el fanatismo ideológico puede ser la enfermedad que lleva a la disolución, o a la transformación cultural del país.


* Miembro del Centro de Estudios Salta (CES)

1. Juan Guillermo Marquiegui (n. San Salvador de Jujuy en enero de 1777 - † San Salvador de Jujuy, Argentina, en 1832), militar español, jefe de caballería del ejército realista en América del Sur, que combatió encarnizadamente a los patriotas de la Argentina, tanto contra las Expediciones Auxiliadoras al Alto Perú, como contra los gauchos de Martín Miguel de Güemes. Alcanzó el grado de coronel. Murió de causas naturales en su finca en la provincia de Jujuy.

EL CABILDO DE MAYO




Lo que aquí nos interesa comentar es el fundamento intelectual de la posición sustentada por los patriotas argentinos en el proceso de la independencia nacional. En vísperas de cumplirse 210 años del histórico Cabildo de Mayo, nos parece necesario volver a ocuparnos de esta cuestión[1], en un momento de grave incertidumbre sobre el futuro de nuestra Patria.

Si bien la declaración formal se produce recién en 1816, la emancipación comienza en 1810, al constituirse una Junta de Gobierno que desplaza al Virrey, por considerarse haber caducado el gobierno soberano de España y la reversión de los derechos de la soberanía al pueblo de Buenos Aires. En el Cabildo Abierto del 22 de mayo, la mayoría de los asistentes respaldó el voto de Cornelio Saavedra que finalizaba con la conocida expresión: que no quede duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando.

Tradición política hispánica
En realidad, los sucesos de Mayo no salieron nunca del marco de la propia tradición política hispánica, que tuvo características singulares. “A partir de la conversión de Recaredo (587), y sobre todo de la promulgación del Liber Judiciorum (654), la monarquía hispano-goda se convierte en un principado dirigido a realizar el bien común, y está sometido a las leyes, a las costumbres y a las normas religiosas y morales”[2].

Esta tradición alcanza su madurez intelectual con la escuela teológica y jurídica española del siglo XVI, cuya posición sobre el tema pasamos a resumir. Todos los autores de la época reconocen que el poder legítimo proviene de Dios; “el poder civil, la autoridad suprema, la soberanía, tres nombres de una misma cosa, es una cualidad natural de las sociedades perfectas. La Naturaleza se la otorga y como el autor de la Naturaleza es Dios, de Dios viene como de primero y principal origen este atributo esencial de las sociedades humanas...”[3].

Ahora bien, cuando en 1528, siendo emperador Carlos V, se eligió a Martín de Azpilcueta, para la disertación pública anual, en la Universidad de Salamanca, a la que se otorgaba gran importancia, este profesor desarrolló la tesis de que: “El reino no es del rey, sino de la comunidad, y la misma potestad regia no pertenece por derecho natural al rey sino a la comunidad, la cual, por lo tanto, no puede enteramente desprenderse de ella”[4].

Luis de Molina, por su parte, distingue lo que actualmente se denomina soberanía constituyente y soberanía constituida, o sea, entre la potestad fundamental, que pertenece originariamente a la comunidad y que conserva siempre, y aquel poder que libremente atribuye al constituir un régimen políticamente determinado. Así explica en De Iustitia: “Creado un rey no por eso se ha de negar que subsisten dos potestades, una en el rey, otra cuasi-habitual en la república, impedida en su ejercicio mientras dura aquella otra potestad, pero sólo impedida en cuanto a las precisas facultades, que la república obrando independientemente encomendó al monarca. Abolido el poder real, puede la república usar íntegramente de su potestad”[5].

Ya las Partidas definían al Rey como cabeza que rige los miembros del cuerpo de una comunidad. Esta concepción analógica de la sociedad, permite distinguir dos aspectos de la doctrina española de la soberanía. El problema está tratado en Vitoria, quien llama potestas al poder público correspondiente a la comunidad por derecho natural, al constituir una sociedad perfecta, mientras define como un oficium al ejercicio de esa potestad por el gobernante. De esta forma, se institucionaliza el poder estatal, que se concibe como sujeto al derecho. “Por consiguiente, la comunidad perfecta tiene potestad como un poder ser, que se perfecciona al transformarse en acto en el oficio”[6].

El vocablo soberanía, que introduce Bodino, no es más que una expresión equivalente a majestas o summa potestas que utilizaban los juristas españoles para indicar la particularidad del poder del Estado, que se define por la cualidad de no reconocer superior. Pero Bodino agrega que es el poder absoluto y perpetuo en una República, lo que perfila una diferencia clara con el enfoque de los pensadores españoles: la desvinculación del poder supremo de la ley.

“Un legislador -dice Vitoria- que no cumpliera sus propias leyes haría injuria a la república, ya que el legislador también es parte de la república. Las leyes dadas por el rey, obligan al rey...”[7]. El gobernante, entonces, posee una facultad suprema, en su orden, pero no indeterminada ni absoluta. El poder se fundamenta en razón del fin para el que está establecido y se define por este fin: el bien común temporal.

Fundamentación del discurso de Castelli
En su discurso en el Cabildo, Castelli afirmó -según la versión conocida- “que el pueblo de esta Capital debía asumir el poder Majestas o los derechos de la soberanía”, sosteniendo su argumento “con autores y principios”[8]. Como no se conoce el texto completo de su alegato, únicamente podemos deducir quienes eran esos autores y cuales los principios.

Es probable  la influencia de Grocio, en la elaboración de las frases mencionadas, pero, como Castelli no fue rebatido, es razonable pensar -como lo hace Marfany- que la bibliografía citada era la utilizada habitualmente por los abogados, sacerdotes y funcionarios. Para ello, conviene recordar el sermón del Deán de la Catedral y profesor de Teología del Colegio de San Carlos, Estanislao de Zavaleta, en el Tedeum oficiado por el Obispo, el 30 de mayo, con presencia de las nuevas autoridades. En esa ocasión, se refirió a los derechos de soberanía, “que según el sentir de los sabios profesores del derecho público, habíais reasumido”[9].

Parece razonable deducir que los autores utilizados por Castelli fueron esos profesores del derecho público, cuya doctrina era conocida especialmente a través de algunas obras de uso común en América. Una de ellas es la Política para Corregidores y señores de vasallos, de Jerónimo Castillo de Bovadilla, que prevía para el caso de acefalía: “Y no es mucho que en este caso provea el pueblo Corregidor y se permita, pues faltando parientes de la sangre y prosapia real, podría el reino por el antiguo derecho y primer estado, elegir y crear rey”[10].

Otra obra digna de recordar es Didacus Covarrubias a Leiva, de Diego Ibañez de Faría, que se desempeñó como magistrado en la primera Audiencia de Buenos Aires. Allí se señala: “...faltando el legítimo sucesor de real progenie, la suprema potestad es devuelta al pueblo”[11]. Ambas obras desarrollaron una fórmula que ya se encuentra en las Partidas (siglo XIII) como una de las formas de obtener legítimamente el poder[12].

Esto significa que la Revolución de Mayo se realizó sin apartarse de la propia legislación vigente. En efecto, Castelli presentó en su discurso un problema concreto; al haber sido obligado a salir de España el Infante don Antonio, caducaba el gobierno soberano, puesto que el Virreynato estaba incorporado a la Corona de Castilla, y no tenía obligación de subordinarse a otro órgano de gobierno. La norma respectiva está incluida en la Recopilación de Leyes de Indias, en la Ley I, Título I, libro III, promulgada por el Emperador Carlos V, en Barcelona, el 14 de setiembre de 1519, que dispone: “Que las Indias Occidentales estén siempre reunidas a la Corona de Castilla y no se puedan enagenar”[13].

El voto de Saavedra
Es opinión común entre los autores considerar que el voto de Saavedra en el Cabildo, al que adhirió la mayoría de los asistentes, implica el reconocimiento del pueblo como fuente de la soberanía, ya sea en la versión rousseauniana o en la suareciana. El voto terminaba con la famosa frase: y que no quede duda de que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando.
Creemos más atinada la interpretación de Marfany[14]: que el propósito de Saavedra fue corregir parcialmente el voto del General Ruiz Huidobro, que fue el primero en votar contra el Virrey, opinando que su autoridad debía reasumirla el Cabildo como representante del pueblo.

Saavedra, que se había desempeñado en el Cabildo como Regidor, Síndico Procurador y Alcalde, comprendió que la fórmula propuesta era defectuosa, pues el Cabildo no podía ejercer actos de soberanía como el que se le pretendía conferir. Era un gobierno representativo del pueblo, pero destinado al gobierno municipal, de modo que la facultad de formar una junta que reemplazara al Virrey debía surgir de una atribución expresa del Cabildo Abierto.

Que esta intención fue comprendida por el Cabildo surge del Reglamento que dictó para la Junta, que expresa en su cláusula Quinta, que, en caso de que las nuevas autoridades faltasen a sus deberes, procedería a su deposición, reasumiendo para este sólo caso la autoridad que le ha conferido el pueblo.

Conclusión
La independencia argentina, como lo reconocen hoy la mayoría de los historiadores de prestigio, se produjo como una consecuencia lógica de los sucesos de España[15], y no por influencia de las revoluciones norteramericana y francesa, ni de los autores de la Enciclopedia. Existió sí, una combinación de influencias intelectuales diferentes y a veces contradictorias, con utilización de autores modernos, pero sin que se produjera una “acentuada inclinación modernista”[16].

La tradición política hispánica, de sólida raíz católica, es la que prevaleció en el proceso emancipador, lográndose “una síntesis admirable” al incorporar ideas contemporáneas depuradas de “toda connotación agnóstica”. Únicamente así puede entenderse que en el Congreso de Tucumán, en 1816, se dispusiera que la Declaración de Independencia debía ser jurada por Dios Nuestro Señor y la señal de la Cruz.

Decía Ricardo Font Ezcurra que “la historia es en esencia justicia distributiva: discierne el mérito y la responsabilidad”. Por eso no se puede limitar al relato de los hechos, sino que debe investigar las causas de los hechos. Eso es lo que hemos procurado, en relación a un aspecto sustancial del surgimiento de nuestra sociedad como Estado independiente.







[1] Meneghini, Mario. “Cuestiones controvertidas en el proceso de la Independencia Argentina”; Ponencia presentada al Congreso “Argentina: 200 años de historia”; realizado en Buenos Aires, 5-7 de mayo de 2010, organizado por la Academia Argentina de Historia y el Círculo Militar.

[2] Zorraquín Becú, Ricardo. “La organización política Argentina en el período hispánico”; Buenos Aires, Perrot, 1981, p. 11.
[3] Buillon y Fernández, Eloy. “El concepto de soberanía en la escuela jurídica española del siglo XVI”; Madrid, Sic. Rivadeneyra, 1935, p. 21.
[4] Idem, pp. 26-27.
[5] Idem, p. 34.
[6] Sánchez Agesta, Luis. “El concepto de Estado en el pensamiento español del siglo XVI”; Madrid, 1959, pp. 41-42.
[7] Idem, p. 102.
[8] Marfany, ob. cit., p. 89. Castelli postula luego: “la reversión de los derechos de la Soberanía al Pueblo de Buenos Aires y su libre ejercicio en la instalación de un nuevo gobierno”.
[9] Idem, p. 30.
[10] Idem, pp. 96-97.
[11] Idem, p. 98.
[12] “quando lo gana por anuencia de todos los del Reyno, que lo escogieron por Señor, no habiendo pariente, que deba heredar el Señorío del Rey finado por derecho” (2º, i, 9).
[13] La ruptura del pacto con la Corona, es estudiada detalladamente por: Trusso, Francisco E. “El derecho de la revolución en la emancipación americana”; Buenos Aires, Emecé, 1964.
“No sólo encontró su fundamentación en el derecho, sino que su desarrollo también se hizo utilizando las instituciones existentes. Sin violencia y sin modificar el derecho que entonces regía”: Zorraquín Becú, cit. por Furlong, Guillermo. “Cornelio Saavedra, Padre de la Patria”; Buenos Aires, Club de Lectores, 1960, pp. 61-62.
[14] Marfany, ob. cit., p. 121-122. Sobre la posición de Saavedra, interesa citar lo que expresó en una carta a O’Higgins, el 9-12.1818: “…aconsejo a Ud. viva precavido principalmente de todo extranjero, mucho más si es francés, Alemán, Italiano, etc., Los más de los que aquí nos han aparecido son hombres formados en la revolución más desastrosa que ha tenido el Mundo; (…) La obra de nuestra libertad fue puramente nuestra, en su origen lo ha sido, en progresos y lo será en su fin y terminación”. Cit. por Furlong, “C. Saavedra…”, cit., pp. 60-61.
[15] Vedia, Agustín de. “Significación jurídica y proyección institucional de la declaración de independencia”; Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires, 1967, pp. 37-39, 83-84.
[16] Peña, Roberto. “Los sistemas jurídicos en la enseñanza del Derecho en la Universidad de Córdoba (1614-1807); Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, 1986, pp. 186-201.

QUIROGA



Retrato ecuánime del caudillo

POR JORGE MARTÍNEZ (*)
La Prensa, 05.04.2020

Figura maldita de la historia argentina luego del triunfo unitario y el libro clásico de Sarmiento, Facundo Quiroga (1788-1835) conoció, a partir del revisionismo histórico, una cierta reivindicación que no lo rescató por completo del lugar marginal en el que lo dejó la sombra del otro gran maldito del siglo XIX, Juan Manuel de Rosas.

Por eso puede saludarse esta biografía del doctor Miguel Ángel de Marco, que se agrega a las que dedicó en los últimos años a varios de los principales próceres argentinos. Su tono es el conocido de esos anteriores trabajos, equidistante del panegírico o la diatriba, y apegado, en gran medida, a archivos y documentación de la época. Lo encaró, aclara en el prólogo, “con la idea de no adherir al debate que suscitó su figura desde la aparición de la obra cumbre de la literatura argentina que escribió Sarmiento”. La intención rectora fue lograr un retrato ecuánime.

El Quiroga que pinta De Marco es, en esencia, un caudillo que se hizo fuerte en La Rioja y en buena parte del noroeste y Cuyo gracias a su autoridad militar, basada en “una especie de clientelismo al estilo romano o medieval”. Hacendado y empresario que probó suerte en el negocio de la minería, su gravitación a escala nacional empezó a sentirse a partir de la “reforma religiosa” adoptada por Bernardino Rivadavia, para acentuarse luego del fusilamiento de Dorrego, en 1828.

Importa subrayar el elemento religioso, que en Quiroga fue decisivo, mucho más que su adhesión formal al federalismo (cabe recordar que siempre se consideró un unitario). De Marco destaca que el riojano estaba en un todo alineado con la Iglesia en su oposición a Rivadavia y sus continuadores. En una carta de 1827, cuando ya estaba enfrascado en las contiendas civiles, agradecía a la “Divina Providencia” por darle tiempo para “castigar de un modo ejemplar a los ministros de la impiedad”, y no permitir “el más pequeño ultraje a nuestra religión Católica Apostólica Romana”. Tal empeño fue reconocido calurosamente por sacerdotes de su tiempo, que veían en él al “genio tutelar de la Sagrada Religión” y al “restaurador de las órdenes regulares”, y comparaban sus acciones con las de Viriato y los Macabeos.

Ese fue el Quiroga que, sin grandes conocimientos militares pero con un coraje inusual, se batió contra los generales Lamadrid y Paz (que lo venció dos veces merced a su probado genio táctico). El caudillo, apunta De Marco, era “un experto en marchas rápidas y tenía la astucia de sacar partido de los errores del enemigo”, cualidades que, sin embargo, no alcanzaban para “lidiar con el frío raciocinio de Paz y la veteranía de todos sus jefes”.

Hombre autoritario y brusco aunque no inflexible, comandante compasivo con sus subordinados y respetuoso de sus adversarios, padre de familia propenso a las galanterías y desde siempre enviciado por el juego (su gran pasión), Quiroga encontró la muerte en una encrucijada de su vida y de la historia del país. Incorporado a la órbita bonaerense de Rosas después de sus reveses en el interior, se había convertido en un personaje incómodo y él lo sabía. 

¿Hubo otros intereses en juego en el magnicidio de Barranca Yaco? De Marco no lo afirma pero tampoco lo descarta. “Como no aparezca, lo que es improbable, un documento fehaciente y esclarecedor –advierte-, el crimen quedará sepultado en los meandros inalcanzables de la historia”.
La biografía elude los estereotipos que rodean a la figura de Facundo Quiroga.


(*) Recensión de la biografía, de Miguel Ángel De Marco, Emecé)


SAN MARTÍN Y BRAYER EN MAIPÚ



 Conjura y traición

Por Florencia Grosso

 Miembro de número de la Academia Sanmartiniana

El 5 de abril de 1818, el Ejército Unido de Argentina y Chile derrotaba en la batalla de Maipú el absolutismo monárquico en el sur del continente. Prestigiosos historiadores la han estudiado, mencionando un hecho conexo a la misma, que parece incidental, pero que fue producto de oscuros designios. San Martín y sus hombres dejaron testimonio escrito del episodio. Se trata de la decisión de San Martín de echar por cobardía de las filas del ejército antes de la batalla, al general francés Michel Brayer, ingresado al ejército con honorables títulos.

En 1910, conmemorando el Centenario de la instalación de nuestro Primer Gobierno Patrio, el Museo Histórico Nacional publica: “Memorias y autobiografías”. En el T. III se halla: “Exposición de la Conducta del Teniente General Brayer durante el tiempo que ha estado en la América del Sur. La publica el general San Martín con su contestación”, Buenos Aires, 1818.

Es la transcripción de las quejas y acusaciones del general Brayer contra San Martín y los Jefes del Ejército desde Buenos Aires, donde se estableció luego de la expulsión de sus filas. Contiene a su vez la contestación y refutación de San Martín y en oficio separado la de los Jefes con las firmas de todos ellos, así como una Testificación del general O´Higgins.

San Martín escribe su contestación el 7 de octubre de 1818, dirigida a Antonio González Balcarce, General en Jefe del Ejército Unido en Chile, atento a las acusaciones en su contra: “Suplico a V.S. y demás oficiales del ejército que con la imparcialidad propia de su honor , me acusen de todas las faltas cometidas desde la salida de Mendoza. Yo solo me contraeré a personalidades que el señor Brayer afirma que he tenido con él, y a los motivos que me impulsaron a separarlo del mando de la caballería”. 

Dice: “Las columnas marchaban al enemigo, en ese momento crítico se me presentó el señor Brayer cojeando y solicitando licencia para pasar a los baños de Colina. Mi contestación fue que en el término de media hora íbamos a decidir la suerte de Chile, y que dichos baños quedaban a 13 leguas y el enemigo media, podía quedarse si sus males se lo permitían, el señor Brayer me contestó que no estaba en estado de hacerlo, ya que su antigua herida no se lo permitía”. Esta respuesta me exaltó, mi primer impulso fue pasarlo por las armas, no pude contenerme en decirle públicamente: Señor general, el último tambor del ejército tiene más honor que V.S.”.

Brayer dedica a San Martín juicios ofensivos. Dice: “Se han visto hombres prostituir lo que hay de más sagrado y respetable y en quienes la bajeza de los celos han sofocado todas las ideas de decoro que a sí mismo se deben”. Lo acusa de “una ambición desenfrenada”, de tomar medidas erróneas en la estrategia de la guerra, “sin que pudiese encontrar en mí un servil admirador de sus ideas”. “Indignamente se ha esparcido la voz de que yo rehusé entrar en el asunto de Maipú ¡Mentira abominable!...Yo fui repulsado y olvidando él la dignidad de su carácter, su odio se manifestó con los acentos de la intemperancia y el furor” No menciona su pedido de retirarse para atender su antigua herida, lo que indignó al Gran Capitán.

Los oficiales del ejército sostienen la palabra del Libertador. Acusan al francés de hechos públicos de cobardía. Haberse arrojado a tierra en Talcahuano ante el silbido de una bala de cañón, abandonar al coronel Freire, a quien debía proteger a orillas del río Lontué, desaparecer después de Cancha Rayada sin intentar reunir la tropa. Expresan: “Fue reconocido por la tropa con nombres que lo honran poco. Su conducta ya está ante el público y con esta sincera exposición, será detestable el nombre del ingrato y cobarde Brayer”.

¿Pero fue cobarde? Condecorado por el ejército francés, era Conde del Imperio, Par de Francia, y su nombre está inscripto en el Arco de Triunfo de París. En realidad, su proceder pusilánime fue más forzado que intrínseco a su naturaleza, se obligó a serlo ante la necesidad de conservar su vida para el objetivo superior que se había fijado. Para él, el fin justificó los medios. 

Bonapartista acérrimo, se había infiltrado en el ejército, formando parte de una conjura armada por los enemigos de San Martín, O´Higgins, Pueyrredón y todos los que llevaban adelante la empresa libertadora. Sus integrantes eran emigrados franceses, que planeaban liberar a Napoleón de Santa Elena y establecer un imperio napoleónico en el Río de la Plata, los hermanos Carrera, chilenos, que desplazarían a O´Higgins, instalando a José Miguel Carrera o Manuel Rodríguez en el gobierno y a Brayer como Jefe del Ejército, mientras Alvear reemplazaría a Pueyrredón en Buenos Aires. Entre sus objetivos estaba el asesinato de San Martín y O’Higgins.

Descubiertos, los cabecillas fueron ejecutados, Juan y Luis Carrera en Mendoza en 1818 y los franceses en Buenos Aires en 1819. José Miguel, que huyó a Montevideo donde estaba Alvear, también lo fue en Mendoza en 1821. Brayer, involucrado, se escondió en el ejército. Huido a Montevideo, en 1821 egresó a Francia.

Cuando San Martín eleva su Exposición, sus sospechas son certidumbre. Dice de Brayer: “Finalmente se descubrió su manejo, era el más negro que se haya inventado”. No habla ya de cobardía, sino de conjura y traición.














QUINIENTOS AÑOS DE LA PRIMERA MISA



en suelo argentino; quinientos años de la Patria

P. Christian Viña

Infocatólica– 26/03/20


Le doy gracias a Dios por haberme regalado esta ocasión de visitar, nuevamente, a nuestra querida Madre Patria, España. Y les agradezco a los hermanos de InfoCatólica por la gentileza de invitarme a este encuentro de catolicismo y de hispanidad; o sea, de lo más noble que hay en nuestras almas.
Poder rezar ante la tumba de Santiago de Liniers, caballero cristiano, aquí en Cádiz, es para mí el cumplimiento de un anhelo largamente esperado. Y es un deber de gratitud, en los umbrales de los 500 años de Argentina; porque gracias a su heroica expulsión de los ingleses, tras las invasiones que padecimos en 1806 y 1807, en nuestro país hablamos español, y somos católicos…

El 1º de Abril de 1520, Domingo de Ramos, el padre Pedro De Valderrama, nacido en Écija, a bordo de la expedición de Hernando de Magallanes –quien buscaba un paso que uniera los dos océanos, el Atlántico, y el Pacífico– celebró en el actual Puerto San Julián (Provincia de Santa Cruz), la Primera Misa en lo que es hoy es Argentina. La historia es cristocéntrica pues Jesucristo, nacido en la plenitud del tiempo (Gál 4, 4), es el Señor del Tiempo. Y, por lo tanto, dicha Misa debe ser considerada el acontecimiento fundacional de la Argentina. Como escribió el investigador Héctor Fasoli, la Argentina tuvo así el singular designio de haber nacido primero espiritualmente, y después de manera secular; ya que la Eucaristía se celebró 33 años antes de que se fundara la primera población políticamente reconocida, Santiago del Estero, en 1553. Y añade: Cristo entró a la Argentina el mismo día que entró en Jerusalén, en busca de su destino anunciado y glorioso. El Dios de todos los hombres volvió a entrar en América, pero esta vez por su extremo más alejado, estéril de riquezas, sin conquistadores, y sin conquistados. Podríamos decir, para usar una expresión actual, que Cristo vino a la Argentina por la periferia…

El padre Valderrama bautizó, luego, a algunos de los que se diera el nombre de patagones; indígenas precolombinos, mal llamados originarios, como gusta denominarlos, actualmente, la corriente indigenista, antihispánica, de raigambre marxista, y al servicio del globalismo mundialista. Bien sabido es que los primeros habitantes del que luego sería llamado el continente americano, empezaron a llegar a través del Estrecho de Bering, no antes de 14.000 años antes de Cristo, procedentes del noreste y del oriente de Asia. Entonces, puede hablarse, en América, por ejemplo, de fauna, o flora originarios; pero nunca de pueblos originarios.

La Misa de la que hablamos –acción soberana por excelencia, pues expresa la absoluta Majestad de Jesucristo sobre todo lo creado– tuvo lugar 290 años antes de la Revolución del 25 de Mayo de 1810; que terminó con el Virrey español Baltasar Hidalgo de Cisneros, y estableció en nuestras pampas el primer gobierno autóctono. Dicha Revolución, entonces, no puede tomarse como el nacimiento de la Patria Argentina; como insiste machaconamente la propaganda historiográfica oficial, de cuño liberal y masónico.

Aquella Primera Misa en nuestra actual Argentina, se celebró al comenzar el siglo XVI; el llamado Siglo de Oro español, que dio en nuestra Madre Patria a figuras de la talla de San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, Fray Luis de León, y Lope de Vega, entre tantos otros. Pocos años después, el primer Adelantado, Pedro de Mendoza, fundó en 1536, el puerto de Nuestra Señora del Buen Aire, en zona habitada por indios charrúas, guaraníes, y de otras tribus. Fue la primera fundación de Buenos Aires; que debió ser fundada otra vez, en 1580, por el también español, Juan de Garay, luego de que fuera despoblada por las permanentes invasiones de los nativos. Y ya que hablamos de aquel memorable Siglo de Oro español, debemos destacar que los primeros versos escritos en el Río de la Plata pertenecen al Romance de 1542 del sacerdote Luis de Miranda, capellán de Pedro de Mendoza, y al poema del arcediano Martín del Barco Centenera, cura de Buenos Aires, que vino con el adelantado Ortíz de Zárate, en 1574, y publicó, en 1601, ‘Canto a la Argentina’, bautizando con tal nombre el suelo patrio (P. Aníbal Rottjer, Filón de Patria, Editorial Santa Catalina, Buenos Aires, 1956).

El querido padre José María Iraburu, en su muy recomendable libro Hechos de los Apóstoles de América, destaca que la evangelización del Plata se presentó desde el principio como una tarea sumamente ardua y difícil, que parecía estrellarse con lo imposible. Aparte del mosaico inextricable de pueblos hostiles entre sí, apenas conocidos, y difíciles de conocer por su agresividad, se daba otra dificultad complementaria y grave. Al carecer la tierra de riquezas mineras, el flujo inmigratorio de españoles era muy escaso, menor en cantidad y calidad que en otras zonas privilegiadas, como Perú o México. Aquí los españoles que llegaban habían de limitarse al cultivo de la tierra y a la ganadería con la ayuda, muchas veces difícil de conseguir, de los –o más bien de las– indígenas… Todo eso explica que, a finales del siglo XVI, cuando ya en Perú y México había grandes ciudades, universidades y catedrales, en el cono Sur de América apenas se había logrado una organización aceptable de lo cívico y lo religioso (Fundación Gratis Date, Pamplona, 2003, pág. 392).

Indica, también, el padre Iraburu, que todo había ido muy lento en el Plata durante los siglos XVI y XVII, por las dificultades aludidas, pero ya más tarde las dificultades iban a ser las propias del XVIII y XIX. En efecto, ‘los ministros del despotismo borbónico, que llevaban por bandera el programa de la Ilustración, se oponían a la fundación de colegios y universidades, aun sin gastos para el real erario… Ya había quedado atrás la época en que la Corona hispana apoyaba con fuerza la evangelización, y ahora el Plata hallaba para el Evangelio las mismas dificultades que en el XVIII halló en México San Junípero Serra, o en el XIX en Colombia, San Ezequiel Moreno.

Liniers, héroe de la Reconquista de Buenos Aires
Santiago Antonio María de Liniers y Bremond nació en Niort, Francia, el 25 de Julio de 1753, fiesta de Santiago Apóstol; y de ahí su nombre de pila. Caballero de la Orden de San Juan y de Montesa, fue funcionario de la Corona de España; y por su heroico combate en las fallidas invasiones inglesas de 1806 y 1807 mereció el título de Reconquistador. Y fue por ello, posteriormente, virrey del Río de la Plata, en 1808 y 1809.
En 1775 luego de una breve carrera militar emigró, desde su Francia natal, rumbo a Cádiz para alistarse en la Armada española. En 1776, a bordo de la escuadra de Pedro de Ceballos, partió desde esta ciudad al Virreynato del Río de la Plata. En 1778 fue enviado nuevamente al Plata; dirigió luego la fortificación de Montevideo, y logró el grado de capitán de navío, como jefe de la escuadra española. En 1804, el virrey Sobremonte lo designó jefe de la estación naval de Buenos Aires; y luego lo destinó a la Ensenada de Barragán, en la actual jurisdicción de nuestra parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de Ensenada. Mientras estaba allí se produjo la primera invasión inglesa, en 1806. Entró en contacto, en Buenos Aires, con los grupos liderados por Martín de Álzaga, para procurar la expulsión de los usurpadores; y luego partió a Montevideo, en busca de hombres y armas.

El 12 de agosto de 1806 inició la Reconquista de Buenos Aires, atacó la ciudad, venció a los ingleses, y obligó a su gobernador, William Beresford a rendirse. Al año siguiente, en julio, desembarcaron más de diez mil soldados ingleses, procedentes de Montevideo, en Quilmes, cerca de Buenos Aires. Liniers se enfrentó con parte de ellos en el Combate de Miserere. Posteriormente, el 5 de julio, luego de otro enfrentamiento con las tropas enemigas, se obtuvo la rendición de los ingleses, que se comprometieron, también, a devolver Montevideo.

Su acendrada fe, su servicio y lealtad a España, y su coraje para enfrentar en absoluta desproporción de fuerzas a las huestes de la Rubia Albión, lo constituyeron en un auténtico defensor de nuestra fe; honra de nuestra estirpe iberoamericana. Poco después de aquellas épicas jornadas, el padre Pantaleón Rivarola, en memorables versos, escribió:


Pero ¡oh valor español,
Superior a cuanto pueda
Referirse en las historias,
Fábulas, romances, poemas!
Cuarenta y nueve resuelven
Mantenerse en la palestra,
Y sostener el ataque
De toda la gente inglesa.
Y vos, ¡oh! gran Carlos Cuarto,
Dueño y señor de esta tierra,
Recibid los corazones,
Que con amor os presentan
Estos humildes vasallos
Que tan distante os veneran
No queremos otro Rey,
Más corona que la vuestra.
Viva España, en nuestros pechos
Nuestra lealtad nunca muera.
El General Liniers, cual bravo Marte,
Atravesó las quintas por el centro;
De sus bravas legiones, solo parte
Pudo al Anglo salir al duro encuentro,
Y en lo de Miserere, sin baluarte
Batiéndolo, le impiden entrar dentro[i]


Y en uno de mis libros, poco antes del Bicentenario de aquella gesta, escribí:

De francesa cuna y español servicio
En el Plata defendiste raíz, lengua y cristianismo.
La revancha masónica buscó tu suplicio
Intensa balacera decretó con cinismo.
No supiste de traición ni apostasía
Incólume fue en el bosque tu grandeza
Entraste de pie en la eterna melodía
Rosario en mano; esplendor de la belleza
Seguro Servidor de Dios y de María…[ii]


Liniers, tras estos contundentes triunfos militares, fue Virrey en 1808 y 1809. Pero, al ser tomado prisionero el rey Fernando VII, por las fuerzas de Napoleón, fue acusado falsamente de traicionar a España, por lo que se dispuso su reemplazo por Baltasar Hidalgo de Cisneros.
Instalado en Córdoba, y cuando se disponía a regresar a España, tomó conocimiento de la Revolución de Mayo de 1810, fogoneada por la Ilustración, y las logias; envalentonadas por el triunfo de la revolución masónica, en Francia, en 1789. Junto a Juan Gutiérrez de la Concha, gobernador intendente de Córdoba del Tucumán, el Obispo de Córdoba Rodrigo de Orellana, y el coronel Santiago Allende, entre otros, organizó entonces la contrarrevolución. Son memorables sus palabras de entonces: la conducta de los de Buenos Aires con la Madre Patria, en la que se halla debido el atroz usurpador Bonaparte, es igual a la de un hijo que viendo a su padre enfermo, pero de un mal del que probablemente se salvaría, lo asesina en la cama para heredarlo.

Capturado por Antonio González Balcarce, el 28 de julio la Junta decidió su fusilamiento, y el de sus compañeros. Únicamente, el padre Manuel Alberti, miembro de la Junta, por ser sacerdote, no firmó dicha orden.
Junto con los demás jefes de la resistencia, Juan Gutiérrez de la Concha, Victorino Rodríguez, Santiago Allende y Joaquín Moreno, Liniers fue fusilado cerca de Cabeza de Tigre, en el sudeste de Córdoba. Solo salvó su vida, in extremis, el Obispo Orellana, por su estado sacerdotal.

En 1862, el gobierno argentino, a pedido de la corona española, dispuso que los restos de Liniers y de Gutiérrez de la Concha, fueran traídos hasta la Madre Patria, donde se los recibió con grandes honores militares. Aquí, en Cádiz, en el Panteón de los Muertos Ilustres, de San Carlos, en su monumento, dice: Aquí reposan las cenizas del Excmo. S. D. Santiago de Liniers, Jefe de Escuadra y Virrey que fue de Buenos Aires y del S.D Juan Gutiérrez de la Concha, Brigadier de la Armada y Gobernador Intendente de la Provincia de Córdoba del Tucumán.

Otras invasiones de Inglaterra y Francia
Además de las dos citadas, la naciente Argentina sufrió otras invasiones de Inglaterra, y de Francia. El 3 de enero de 1833, Gran Bretaña, con dos buques de guerra, desalojó a la guarnición argentina, legítimamente establecida, en nuestras Islas Malvinas. Los invasores remplazaron a nuestros efectivos por súbditos de la potencia ocupante.
Pocos años después, el 20 de Noviembre de 1845, bajo el gobierno de Juan Manuel de Rosas, se hizo frente a una poderosa escuadra naval de Inglaterra y de Francia; que pretendía ingresar en nuestros ríos interiores, con claros objetivos de dominación y piratería. Como si aquí, en España, una potencia extranjera quisiera navegar libremente por el Miño o el Duero… Dicha acción de defensa dio lugar al Combate de la Vuelta de Obligado; heroica resistencia de las milicias patrias, en el río Paraná, en el norte de la provincia de Buenos Aires.

Mucho más cercana en el tiempo tenemos la cuarta invasión inglesa, en nuestro suelo patrio, con el desembarco de todo el poderío bélico del Reino Unido, en nuestras Islas Malvinas; luego de la gesta del 2 de Abril de 1982, en el que en un heroico acto de legítima defensa, Argentina intentó recuperar esa querida porción de su territorio, usurpada desde hacía casi 150 años. La Operación de desembarco argentino fue bautizada con el nombre de Virgen del Rosario; en homenaje, precisamente, a la Madre de Dios, ante cuya imagen, en el convento de Santo Domingo, de Buenos Aires, Santiago de Liniers, había prometió solemnemente el 1º de julio de 1806 ofrecerle las banderas tomadas a los ingleses, si la reconquista tenía éxito.

Y así lo hizo, efectivamente, nuestro héroe, el 24 de agosto de ese año. En el libro de actas de la Ilustre Cofradía del Rosario de Mayores, del Convento de Santo Domingo se lee: (Liniers) obló con una solemnísima función -salva triple de artillería- concurso de la Real Audiencia, Cabildo secular e Ilustrísimo Obispo, las cuatro banderas, dos del regimiento número setenta y uno y dos de Marina que tomó a los Ingleses, confesando deberse toda la felicidad de las armas de nuestro amado soberano, al singular y visible patrocinio de Nuestra Señora del Rosario o de las Victorias… ¡Admirable fe, de un auténtico caballero cristiano!

Más de dos siglos después de la gesta de Liniers, y sus hombres, frente al poderoso invasor inglés, nuestra Argentina continúa hoy ocupada por esta potencia extranjera. La usurpación de nuestras Islas Malvinas –adonde ha instalado una poderosa base militar- por parte de Gran Bretaña es una herida sangrante en nuestra patria; y, claro está, en toda Iberoamérica.

Hoy sufrimos, de cualquier modo, una invasión mucho más extendida; no únicamente en la Capital, en nuestras islas australes, y en nuestros ríos interiores. Las logias masónicas, el globalismo mundialista, y las ideologías disolventes, promovidas por la usura financiera internacional, y sus organizaciones serviles, como las Naciones Unidas, el FMI, el Banco Mundial, la OEA, y otras, nos invaden hasta lo más hondo de nuestro ser nacional. Claro está, con la profunda colaboración, por activa o por pasiva, de los gobernantes propios que, por derecha o por izquierda, son serviles a ese nefasto Nuevo Orden Mundial. Hoy estamos invadidos por el narco – porno – liberal – socialismo del siglo XXI; atenazados por los supuestos extremos del arco ideológico, para robarnos la fe, la patria y la familia.

Cuando el 12 de Octubre de 1492, en la fiesta de la Virgen del Pilar, Cristóbal Colón desembarcó en América, dio comienzo la mayor epopeya que conociera la humanidad; mucho más grande que cualquier otra conquista, la llegada a la luna, u otro logro de la inteligencia y el coraje humanos. Ese día glorioso comenzó a ganarse todo un continente para Cristo, gracias a los Reyes Católicos; especialmente, a Isabel de Castilla, por cuya pronta beatificación rezamos todos los días.

Manuel Sánchez Márquez, en su libro La educación católica (Buenos Aires, 1998) destaca que el término de la fe es la salvación. A eso apunta precisamente. Esto bien lo sabía la España colonizadora, y a eso apuntaba la evangelización. En efecto, con el bautismo del indígena se le otorgaba la categoría de hijo de Dios al que ya era, por la anexión a la corona, súbdito de los reyes. El fin de la evangelización era que los indios se salvaran.
Solo como muestra de ello basten estas palabras del emperador Carlos V, en 1529: Y porque la principal yntención que Nos tenemos, en el descubrimiento de las tierras nuevas, es porque a los abitadores y naturales dellas questán sin lumbre de fée e conoscimiento della se les dé a entender de nuestra Santa Fée Cathólica para que vengan en conoscimiento della y sean cristianos y se salven.

Nuestra gratitud, entonces, a España, es eterna. A ella le debemos nuestra santa religión, nuestro idioma, y nuestras hondas raíces. De la Madre Patria, nos llegaron infinidad de sacerdotes, religiosos, consagrados y seglares que, anclados en Cristo, forjaron en estos siglos una gloriosa hazaña de redención.

De la tierra de Santiago Apóstol nos llegó el gran Santiago, del que hablamos en este encuentro; que supo dar heroico testimonio de fe y de hispanidad. Hoy, más que nunca, necesitamos de varios Santiagos, de esta, y de aquella otra orilla del Atlántico, para reconquistar para Cristo, y su amadísima Iglesia, a la única España, de los dos continentes…
Las leyes y costumbres que buscan imponernos de desmemoria y hasta de revancha históricas, lejos de amilanarnos, o de recluirnos en actitudes acomplejadas, deben servirnos para dar gracias a Dios por nuestro pasado; evangelizar más y mejor, y dar testimonio heroico y hasta martirial de Jesucristo, para que la fe se haga nuevamente cultura. Hoy, con la manipulación ideológica y tuerta de la historia –y, especialmente, de la más cercana- buscan robarnos el presente, y quitarnos definitivamente el futuro. ¡Volvamos a demostrar, con valentía, a qué raza pertenecemos! 
Y, como se dijo en Argentina, en horas bien difíciles: Quien no tenga patria, o no ame la suya, que olvide su condena, y esconda su dolor. Pero yo tengo patria; la siento, y la bendigo. Su grandeza proviene de Dios, nuestro Señor, nuestro Único Señor…

Notas
[i] Padre Pantaleón Rivarola, «Romancero de las invasiones inglesas» (Escrito tras las invasiones inglesas de 1806 y 1807).
[ii] Christian Viña, «Hoy rodeados de amor». Buenos Aires, 2003.

Conferencia del padre Christian Viña. Parroquia Santo Cristo, de San Fernando, Cádiz, miércoles 15 de enero de 2020