Retrato ecuánime del
caudillo
POR JORGE MARTÍNEZ (*)
La Prensa, 05.04.2020
Figura maldita de la
historia argentina luego del triunfo unitario y el libro clásico de Sarmiento,
Facundo Quiroga (1788-1835) conoció, a partir del revisionismo histórico, una
cierta reivindicación que no lo rescató por completo del lugar marginal en el que
lo dejó la sombra del otro gran maldito del siglo XIX, Juan Manuel de Rosas.
Por eso puede saludarse esta
biografía del doctor Miguel Ángel de Marco, que se agrega a las que dedicó en
los últimos años a varios de los principales próceres argentinos. Su tono es el
conocido de esos anteriores trabajos, equidistante del panegírico o la
diatriba, y apegado, en gran medida, a archivos y documentación de la época. Lo
encaró, aclara en el prólogo, “con la idea de no adherir al debate que suscitó
su figura desde la aparición de la obra cumbre de la literatura argentina que
escribió Sarmiento”. La intención rectora fue lograr un retrato ecuánime.
El Quiroga que pinta De
Marco es, en esencia, un caudillo que se hizo fuerte en La Rioja y en buena
parte del noroeste y Cuyo gracias a su autoridad militar, basada en “una
especie de clientelismo al estilo romano o medieval”. Hacendado y empresario
que probó suerte en el negocio de la minería, su gravitación a escala nacional
empezó a sentirse a partir de la “reforma religiosa” adoptada por Bernardino
Rivadavia, para acentuarse luego del fusilamiento de Dorrego, en 1828.
Importa subrayar el elemento
religioso, que en Quiroga fue decisivo, mucho más que su adhesión formal al
federalismo (cabe recordar que siempre se consideró un unitario). De Marco
destaca que el riojano estaba en un todo alineado con la Iglesia en su
oposición a Rivadavia y sus continuadores. En una carta de 1827, cuando ya
estaba enfrascado en las contiendas civiles, agradecía a la “Divina
Providencia” por darle tiempo para “castigar de un modo ejemplar a los
ministros de la impiedad”, y no permitir “el más pequeño ultraje a nuestra
religión Católica Apostólica Romana”. Tal empeño fue reconocido calurosamente
por sacerdotes de su tiempo, que veían en él al “genio tutelar de la Sagrada
Religión” y al “restaurador de las órdenes regulares”, y comparaban sus
acciones con las de Viriato y los Macabeos.
Ese fue el Quiroga que, sin
grandes conocimientos militares pero con un coraje inusual, se batió contra los
generales Lamadrid y Paz (que lo venció dos veces merced a su probado genio
táctico). El caudillo, apunta De Marco, era “un experto en marchas rápidas y
tenía la astucia de sacar partido de los errores del enemigo”, cualidades que,
sin embargo, no alcanzaban para “lidiar con el frío raciocinio de Paz y la
veteranía de todos sus jefes”.
Hombre autoritario y brusco
aunque no inflexible, comandante compasivo con sus subordinados y respetuoso de
sus adversarios, padre de familia propenso a las galanterías y desde siempre
enviciado por el juego (su gran pasión), Quiroga encontró la muerte en una
encrucijada de su vida y de la historia del país. Incorporado a la órbita
bonaerense de Rosas después de sus reveses en el interior, se había convertido
en un personaje incómodo y él lo sabía.
¿Hubo otros intereses en juego en el
magnicidio de Barranca Yaco? De Marco no lo afirma pero tampoco lo descarta.
“Como no aparezca, lo que es improbable, un documento fehaciente y esclarecedor
–advierte-, el crimen quedará sepultado en los meandros inalcanzables de la
historia”.
La biografía elude los
estereotipos que rodean a la figura de Facundo Quiroga.
(*)
Recensión de la biografía, de Miguel Ángel De Marco, Emecé)
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