en suelo argentino;
quinientos años de la Patria
P. Christian Viña
Infocatólica– 26/03/20
Le doy gracias a Dios por
haberme regalado esta ocasión de visitar, nuevamente, a nuestra querida Madre
Patria, España. Y les agradezco a los hermanos de InfoCatólica por la gentileza
de invitarme a este encuentro de catolicismo y de hispanidad; o sea, de lo más
noble que hay en nuestras almas.
Poder rezar ante la tumba de
Santiago de Liniers, caballero cristiano, aquí en Cádiz, es para mí el
cumplimiento de un anhelo largamente esperado. Y es un deber de gratitud, en
los umbrales de los 500 años de Argentina; porque gracias a su heroica
expulsión de los ingleses, tras las invasiones que padecimos en 1806 y 1807, en
nuestro país hablamos español, y somos católicos…
El 1º de Abril de 1520,
Domingo de Ramos, el padre Pedro De Valderrama, nacido en Écija, a bordo de la
expedición de Hernando de Magallanes –quien buscaba un paso que uniera los dos
océanos, el Atlántico, y el Pacífico– celebró en el actual Puerto San Julián
(Provincia de Santa Cruz), la Primera Misa en lo que es hoy es Argentina. La
historia es cristocéntrica pues Jesucristo, nacido en la plenitud del tiempo
(Gál 4, 4), es el Señor del Tiempo. Y, por lo tanto, dicha Misa debe ser
considerada el acontecimiento fundacional de la Argentina. Como escribió el
investigador Héctor Fasoli, la Argentina tuvo así el singular designio de haber
nacido primero espiritualmente, y después de manera secular; ya que la
Eucaristía se celebró 33 años antes de que se fundara la primera población
políticamente reconocida, Santiago del Estero, en 1553. Y añade: Cristo entró a
la Argentina el mismo día que entró en Jerusalén, en busca de su destino
anunciado y glorioso. El Dios de todos los hombres volvió a entrar en América,
pero esta vez por su extremo más alejado, estéril de riquezas, sin
conquistadores, y sin conquistados. Podríamos decir, para usar una expresión
actual, que Cristo vino a la Argentina por la periferia…
El padre Valderrama bautizó,
luego, a algunos de los que se diera el nombre de patagones; indígenas
precolombinos, mal llamados originarios, como gusta denominarlos, actualmente,
la corriente indigenista, antihispánica, de raigambre marxista, y al servicio
del globalismo mundialista. Bien sabido es que los primeros habitantes del que
luego sería llamado el continente americano, empezaron a llegar a través del
Estrecho de Bering, no antes de 14.000 años antes de Cristo, procedentes del
noreste y del oriente de Asia. Entonces, puede hablarse, en América, por
ejemplo, de fauna, o flora originarios; pero nunca de pueblos originarios.
La Misa de la que hablamos –acción
soberana por excelencia, pues expresa la absoluta Majestad de Jesucristo sobre
todo lo creado– tuvo lugar 290 años antes de la Revolución del 25 de Mayo de
1810; que terminó con el Virrey español Baltasar Hidalgo de Cisneros, y
estableció en nuestras pampas el primer gobierno autóctono. Dicha Revolución,
entonces, no puede tomarse como el nacimiento de la Patria Argentina; como
insiste machaconamente la propaganda historiográfica oficial, de cuño liberal y
masónico.
Aquella Primera Misa en
nuestra actual Argentina, se celebró al comenzar el siglo XVI; el llamado Siglo
de Oro español, que dio en nuestra Madre Patria a figuras de la talla de San
Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, Fray Luis de
León, y Lope de Vega, entre tantos otros. Pocos años después, el primer
Adelantado, Pedro de Mendoza, fundó en 1536, el puerto de Nuestra Señora del
Buen Aire, en zona habitada por indios charrúas, guaraníes, y de otras tribus.
Fue la primera fundación de Buenos Aires; que debió ser fundada otra vez, en
1580, por el también español, Juan de Garay, luego de que fuera despoblada por
las permanentes invasiones de los nativos. Y ya que hablamos de aquel memorable
Siglo de Oro español, debemos destacar que los primeros versos escritos en el Río
de la Plata pertenecen al Romance de 1542 del sacerdote Luis de Miranda,
capellán de Pedro de Mendoza, y al poema del arcediano Martín del Barco
Centenera, cura de Buenos Aires, que vino con el adelantado Ortíz de Zárate, en
1574, y publicó, en 1601, ‘Canto a la Argentina’, bautizando con tal nombre el
suelo patrio (P. Aníbal Rottjer, Filón de Patria, Editorial Santa Catalina,
Buenos Aires, 1956).
El querido padre José María
Iraburu, en su muy recomendable libro Hechos de los Apóstoles de América,
destaca que la evangelización del Plata se presentó desde el principio como una
tarea sumamente ardua y difícil, que parecía estrellarse con lo imposible.
Aparte del mosaico inextricable de pueblos hostiles entre sí, apenas conocidos,
y difíciles de conocer por su agresividad, se daba otra dificultad
complementaria y grave. Al carecer la tierra de riquezas mineras, el flujo
inmigratorio de españoles era muy escaso, menor en cantidad y calidad que en
otras zonas privilegiadas, como Perú o México. Aquí los españoles que llegaban
habían de limitarse al cultivo de la tierra y a la ganadería con la ayuda,
muchas veces difícil de conseguir, de los –o más bien de las– indígenas… Todo
eso explica que, a finales del siglo XVI, cuando ya en Perú y México había
grandes ciudades, universidades y catedrales, en el cono Sur de América apenas
se había logrado una organización aceptable de lo cívico y lo religioso
(Fundación Gratis Date, Pamplona, 2003, pág. 392).
Indica, también, el padre
Iraburu, que todo había ido muy lento en el Plata durante los siglos XVI y
XVII, por las dificultades aludidas, pero ya más tarde las dificultades iban a
ser las propias del XVIII y XIX. En efecto, ‘los ministros del despotismo
borbónico, que llevaban por bandera el programa de la Ilustración, se oponían a
la fundación de colegios y universidades, aun sin gastos para el real erario…
Ya había quedado atrás la época en que la Corona hispana apoyaba con fuerza la
evangelización, y ahora el Plata hallaba para el Evangelio las mismas
dificultades que en el XVIII halló en México San Junípero Serra, o en el XIX en
Colombia, San Ezequiel Moreno.
Liniers, héroe de la
Reconquista de Buenos Aires
Santiago Antonio María de
Liniers y Bremond nació en Niort, Francia, el 25 de Julio de 1753, fiesta de
Santiago Apóstol; y de ahí su nombre de pila. Caballero de la Orden de San Juan
y de Montesa, fue funcionario de la Corona de España; y por su heroico combate
en las fallidas invasiones inglesas de 1806 y 1807 mereció el título de
Reconquistador. Y fue por ello, posteriormente, virrey del Río de la Plata, en
1808 y 1809.
En 1775 luego de una breve
carrera militar emigró, desde su Francia natal, rumbo a Cádiz para alistarse en
la Armada española. En 1776, a bordo de la escuadra de Pedro de Ceballos,
partió desde esta ciudad al Virreynato del Río de la Plata. En 1778 fue enviado
nuevamente al Plata; dirigió luego la fortificación de Montevideo, y logró el
grado de capitán de navío, como jefe de la escuadra española. En 1804, el
virrey Sobremonte lo designó jefe de la estación naval de Buenos Aires; y luego
lo destinó a la Ensenada de Barragán, en la actual jurisdicción de nuestra
parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de Ensenada. Mientras estaba allí se
produjo la primera invasión inglesa, en 1806. Entró en contacto, en Buenos
Aires, con los grupos liderados por Martín de Álzaga, para procurar la
expulsión de los usurpadores; y luego partió a Montevideo, en busca de hombres
y armas.
El 12 de agosto de 1806
inició la Reconquista de Buenos Aires, atacó la ciudad, venció a los ingleses,
y obligó a su gobernador, William Beresford a rendirse. Al año siguiente, en
julio, desembarcaron más de diez mil soldados ingleses, procedentes de
Montevideo, en Quilmes, cerca de Buenos Aires. Liniers se enfrentó con parte de
ellos en el Combate de Miserere. Posteriormente, el 5 de julio, luego de otro
enfrentamiento con las tropas enemigas, se obtuvo la rendición de los ingleses,
que se comprometieron, también, a devolver Montevideo.
Su acendrada fe, su servicio
y lealtad a España, y su coraje para enfrentar en absoluta desproporción de
fuerzas a las huestes de la Rubia Albión, lo constituyeron en un auténtico
defensor de nuestra fe; honra de nuestra estirpe iberoamericana. Poco después
de aquellas épicas jornadas, el padre Pantaleón Rivarola, en memorables versos,
escribió:
Pero
¡oh valor español,
Superior
a cuanto pueda
Referirse
en las historias,
Fábulas,
romances, poemas!
Cuarenta
y nueve resuelven
Mantenerse
en la palestra,
Y
sostener el ataque
De
toda la gente inglesa.
Y
vos, ¡oh! gran Carlos Cuarto,
Dueño
y señor de esta tierra,
Recibid
los corazones,
Que
con amor os presentan
Estos
humildes vasallos
Que
tan distante os veneran
No
queremos otro Rey,
Más
corona que la vuestra.
Viva
España, en nuestros pechos
Nuestra
lealtad nunca muera.
El
General Liniers, cual bravo Marte,
Atravesó
las quintas por el centro;
De
sus bravas legiones, solo parte
Pudo
al Anglo salir al duro encuentro,
Y en
lo de Miserere, sin baluarte
Batiéndolo,
le impiden entrar dentro[i]
Y en uno de mis libros, poco
antes del Bicentenario de aquella gesta, escribí:
De
francesa cuna y español servicio
En
el Plata defendiste raíz, lengua y cristianismo.
La
revancha masónica buscó tu suplicio
Intensa
balacera decretó con cinismo.
No supiste
de traición ni apostasía
Incólume
fue en el bosque tu grandeza
Entraste
de pie en la eterna melodía
Rosario
en mano; esplendor de la belleza
Seguro
Servidor de Dios y de María…[ii]
Liniers, tras estos
contundentes triunfos militares, fue Virrey en 1808 y 1809. Pero, al ser tomado
prisionero el rey Fernando VII, por las fuerzas de Napoleón, fue acusado
falsamente de traicionar a España, por lo que se dispuso su reemplazo por
Baltasar Hidalgo de Cisneros.
Instalado en Córdoba, y
cuando se disponía a regresar a España, tomó conocimiento de la Revolución de
Mayo de 1810, fogoneada por la Ilustración, y las logias; envalentonadas por el
triunfo de la revolución masónica, en Francia, en 1789. Junto a Juan Gutiérrez
de la Concha, gobernador intendente de Córdoba del Tucumán, el Obispo de Córdoba
Rodrigo de Orellana, y el coronel Santiago Allende, entre otros, organizó
entonces la contrarrevolución. Son memorables sus palabras de entonces: la
conducta de los de Buenos Aires con la Madre Patria, en la que se halla debido
el atroz usurpador Bonaparte, es igual a la de un hijo que viendo a su padre
enfermo, pero de un mal del que probablemente se salvaría, lo asesina en la
cama para heredarlo.
Capturado por Antonio
González Balcarce, el 28 de julio la Junta decidió su fusilamiento, y el de sus
compañeros. Únicamente, el padre Manuel Alberti, miembro de la Junta, por ser
sacerdote, no firmó dicha orden.
Junto con los demás jefes de
la resistencia, Juan Gutiérrez de la Concha, Victorino Rodríguez, Santiago
Allende y Joaquín Moreno, Liniers fue fusilado cerca de Cabeza de Tigre, en el
sudeste de Córdoba. Solo salvó su vida, in extremis, el Obispo Orellana, por su
estado sacerdotal.
En 1862, el gobierno
argentino, a pedido de la corona española, dispuso que los restos de Liniers y
de Gutiérrez de la Concha, fueran traídos hasta la Madre Patria, donde se los
recibió con grandes honores militares. Aquí, en Cádiz, en el Panteón de los
Muertos Ilustres, de San Carlos, en su monumento, dice: Aquí reposan las
cenizas del Excmo. S. D. Santiago de Liniers, Jefe de Escuadra y Virrey que fue
de Buenos Aires y del S.D Juan Gutiérrez de la Concha, Brigadier de la Armada y
Gobernador Intendente de la Provincia de Córdoba del Tucumán.
Otras invasiones de
Inglaterra y Francia
Además de las dos citadas,
la naciente Argentina sufrió otras invasiones de Inglaterra, y de Francia. El 3
de enero de 1833, Gran Bretaña, con dos buques de guerra, desalojó a la
guarnición argentina, legítimamente establecida, en nuestras Islas Malvinas.
Los invasores remplazaron a nuestros efectivos por súbditos de la potencia
ocupante.
Pocos años después, el 20 de
Noviembre de 1845, bajo el gobierno de Juan Manuel de Rosas, se hizo frente a
una poderosa escuadra naval de Inglaterra y de Francia; que pretendía ingresar
en nuestros ríos interiores, con claros objetivos de dominación y piratería.
Como si aquí, en España, una potencia extranjera quisiera navegar libremente
por el Miño o el Duero… Dicha acción de defensa dio lugar al Combate de la
Vuelta de Obligado; heroica resistencia de las milicias patrias, en el río
Paraná, en el norte de la provincia de Buenos Aires.
Mucho más cercana en el
tiempo tenemos la cuarta invasión inglesa, en nuestro suelo patrio, con el
desembarco de todo el poderío bélico del Reino Unido, en nuestras Islas
Malvinas; luego de la gesta del 2 de Abril de 1982, en el que en un heroico
acto de legítima defensa, Argentina intentó recuperar esa querida porción de su
territorio, usurpada desde hacía casi 150 años. La Operación de desembarco
argentino fue bautizada con el nombre de Virgen del Rosario; en homenaje,
precisamente, a la Madre de Dios, ante cuya imagen, en el convento de Santo
Domingo, de Buenos Aires, Santiago de Liniers, había prometió solemnemente el
1º de julio de 1806 ofrecerle las banderas tomadas a los ingleses, si la
reconquista tenía éxito.
Y así lo hizo,
efectivamente, nuestro héroe, el 24 de agosto de ese año. En el libro de actas
de la Ilustre Cofradía del Rosario de Mayores, del Convento de Santo Domingo se
lee: (Liniers) obló con una solemnísima función -salva triple de artillería-
concurso de la Real Audiencia, Cabildo secular e Ilustrísimo Obispo, las cuatro
banderas, dos del regimiento número setenta y uno y dos de Marina que tomó a
los Ingleses, confesando deberse toda la felicidad de las armas de nuestro
amado soberano, al singular y visible patrocinio de Nuestra Señora del Rosario
o de las Victorias… ¡Admirable fe, de un auténtico caballero cristiano!
Más de dos siglos después de
la gesta de Liniers, y sus hombres, frente al poderoso invasor inglés, nuestra
Argentina continúa hoy ocupada por esta potencia extranjera. La usurpación de
nuestras Islas Malvinas –adonde ha instalado una poderosa base militar- por
parte de Gran Bretaña es una herida sangrante en nuestra patria; y, claro está,
en toda Iberoamérica.
Hoy sufrimos, de cualquier
modo, una invasión mucho más extendida; no únicamente en la Capital, en
nuestras islas australes, y en nuestros ríos interiores. Las logias masónicas,
el globalismo mundialista, y las ideologías disolventes, promovidas por la
usura financiera internacional, y sus organizaciones serviles, como las
Naciones Unidas, el FMI, el Banco Mundial, la OEA, y otras, nos invaden hasta
lo más hondo de nuestro ser nacional. Claro está, con la profunda colaboración,
por activa o por pasiva, de los gobernantes propios que, por derecha o por
izquierda, son serviles a ese nefasto Nuevo Orden Mundial. Hoy estamos
invadidos por el narco – porno – liberal – socialismo del siglo XXI; atenazados
por los supuestos extremos del arco ideológico, para robarnos la fe, la patria
y la familia.
Cuando el 12 de Octubre de
1492, en la fiesta de la Virgen del Pilar, Cristóbal Colón desembarcó en
América, dio comienzo la mayor epopeya que conociera la humanidad; mucho más
grande que cualquier otra conquista, la llegada a la luna, u otro logro de la
inteligencia y el coraje humanos. Ese día glorioso comenzó a ganarse todo un
continente para Cristo, gracias a los Reyes Católicos; especialmente, a Isabel
de Castilla, por cuya pronta beatificación rezamos todos los días.
Manuel Sánchez Márquez, en
su libro La educación católica (Buenos Aires, 1998) destaca que el término de
la fe es la salvación. A eso apunta precisamente. Esto bien lo sabía la España
colonizadora, y a eso apuntaba la evangelización. En efecto, con el bautismo
del indígena se le otorgaba la categoría de hijo de Dios al que ya era, por la
anexión a la corona, súbdito de los reyes. El fin de la evangelización era que
los indios se salvaran.
Solo como muestra de ello
basten estas palabras del emperador Carlos V, en 1529: Y porque la principal
yntención que Nos tenemos, en el descubrimiento de las tierras nuevas, es
porque a los abitadores y naturales dellas questán sin lumbre de fée e
conoscimiento della se les dé a entender de nuestra Santa Fée Cathólica para
que vengan en conoscimiento della y sean cristianos y se salven.
Nuestra gratitud, entonces,
a España, es eterna. A ella le debemos nuestra santa religión, nuestro idioma,
y nuestras hondas raíces. De la Madre Patria, nos llegaron infinidad de sacerdotes,
religiosos, consagrados y seglares que, anclados en Cristo, forjaron en estos
siglos una gloriosa hazaña de redención.
De la tierra de Santiago
Apóstol nos llegó el gran Santiago, del que hablamos en este encuentro; que
supo dar heroico testimonio de fe y de hispanidad. Hoy, más que nunca,
necesitamos de varios Santiagos, de esta, y de aquella otra orilla del
Atlántico, para reconquistar para Cristo, y su amadísima Iglesia, a la única
España, de los dos continentes…
Las leyes y costumbres que
buscan imponernos de desmemoria y hasta de revancha históricas, lejos de
amilanarnos, o de recluirnos en actitudes acomplejadas, deben servirnos para
dar gracias a Dios por nuestro pasado; evangelizar más y mejor, y dar
testimonio heroico y hasta martirial de Jesucristo, para que la fe se haga
nuevamente cultura. Hoy, con la manipulación ideológica y tuerta de la historia
–y, especialmente, de la más cercana- buscan robarnos el presente, y quitarnos
definitivamente el futuro. ¡Volvamos a demostrar, con valentía, a qué raza
pertenecemos!
Y, como se dijo en Argentina, en horas bien difíciles: Quien no
tenga patria, o no ame la suya, que olvide su condena, y esconda su dolor. Pero
yo tengo patria; la siento, y la bendigo. Su grandeza proviene de Dios, nuestro
Señor, nuestro Único Señor…
Notas
[i] Padre Pantaleón
Rivarola, «Romancero de las invasiones inglesas» (Escrito tras las invasiones
inglesas de 1806 y 1807).
[ii] Christian Viña, «Hoy
rodeados de amor». Buenos Aires, 2003.
Conferencia
del padre Christian Viña. Parroquia Santo Cristo, de San Fernando, Cádiz,
miércoles 15 de enero de 2020
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