el fusilamiento
del “Conde de la Lealtad” y la lucha entre sus hijos por los restos
Omar López Mato
Médico,
historiador y autor del sitio Historia Hoy
Infobae, 26 de
Agosto de 2022
La vida de
Santiago Antonio María de Liniers y Bremond podría resumirse en el título
nobiliario con el que fue honrado después de defender al virreinato del ataque
británico. Liniers fue leal a la corona por más que existiesen recelos por su
origen francés y lo fue hasta las últimas consecuencias, no solo ante las
amenazas externas sino también cuando la insurgencia criolla aspiró a separarse
de España, dividida por la invasión napoleónica.
Por ser el cuarto
hijo de nueve hermanos, el título familiar de Conde de Liniers, lo recibió su
hermano mayor Jacques Louis Henri quien, además, fue caballero de la Real Orden
de San Luis y socio de su hermano en varios emprendimientos en el Río de la
Plata.
Por pactos entre
España y Francia, Santiago pudo ponerse al servicio de la corona peninsular y
ser admitido a la Orden de Malta con solo 12 años.
Cuando los
ingleses invadieron Buenos Aires, Santiago de Liniers era dueño de una extensa
foja de servicios a la corona: había servido como teniente de caballería y
capitán de navío de la Real Armada Española. Después de una breve campaña
contra los piratas berberiscos, viajó en 1776 al virreinato del Río de la Plata
donde intervino en la toma de Colonia del Sacramento, por entonces bajo el
dominio portugués.
Vuelto a España,
se destacó en varios enfrentamientos en el Mediterráneo contra los ingleses.
Por estos actos de servicio llegó a capitán de fragata.
Casado con Juana
Úrsula de Menvielle y Latourrete volvió al Río de la Plata donde,
desgraciadamente, mueren su esposa y su único hijo.
El 3 de agosto de
1791 contrajo nupcias con María Martina de Sarratea y Altolaguirre, miembro de
una adinerada familia porteña, hermana a su vez de Martín de Sarratea, de
destacada actuación en nuestros primeros gobiernos patrios, quien terminaría su
carrera como diplomático en Europa del gobierno de Juan Manuel de Rosas.
En 1802 el virrey
Joaquín del Pino nombró a Liniers gobernador interino de las misiones
guaraníes. En 1804 volvió a Buenos Aires y una vez más la desgracia cruzó su
destino: su esposa Martina Sarratea murió después de dar a luz al octavo hijo
del matrimonio. Días más tarde moriría también su hijo Francisco de Paula, de
tan solo dos años.
Fue después de
este doloroso episodio, cuando se unió a su hermano en el proyecto de
establecer una fábrica de “pastillas de carne condensada” para proveer a las
naves que paraban en Buenos Aires, pero el negocio fue un completo fracaso.
El momento de
gloria llegó en 1806 cuando ante la huida del virrey Sobremonte, Liniers
organizó la reconquista de Buenos Aires desde Montevideo. Esta victoria lo
convirtió en héroe y caudillo. Su figura dio lugar al primer acto de
autodeterminación criollo, la consagración de Santiago de Liniers como virrey
del Río de la Plata.
En vistas de un
nuevo ataque británico, Liniers militarizó a la ciudad con milicias organizadas
según el lugar de origen de sus integrantes. Así surgieron los Arribeños, los
Patricios y los grupos combatientes de distintas provincias ibéricas. A pesar
de la preparación, el desembarco de diez mil efectivos británicos puso en jaque
a las tropas porteñas que fueron derrotadas en el Combate de Miserere (1807).
Liniers pensó en capitular pero la resistencia organizada por Martín de Alzaga
logró vencer completamente a los británicos quienes también se vieron obligados
a entregar Montevideo. Fue entonces cuando el virrey fue honrado con los
títulos de mariscal de campo y “conde de Buenos Aires”. El Cabildo de la ciudad
rechazó esta denominación y lo reemplazó por el de Conde de la Lealtad que
honró hasta el último de sus días.
Lamentablemente
los negocios turbios de su hermano mayor alzaron voces acusatorias de
nepotismo, cohecho y peculado. Su relación sentimental con madame Marie Anne
Périchon (una noble francesa de agitada vida social y erótica, además de
supuestas actividades como espía) no mejoró la reputación de don Santiago,
quien también fue acusado de traición por haber recibido al marqués de
Sassenay, un enviado de Napoleón.
Javier de Elio
alzó la ciudad de Montevideo contra Liniers y no tardó Martín de Alzaga en
insubordinarse y pedir la destitución del virrey en Buenos Aires. Gracias al
apoyo de Cornelio Saavedra y sus patricios –la tropa porteña más numerosa–
logró derrotar la conjura y desterró a Martin de Alzaga a Carmen de Patagones.
A pesar de los
reconocimientos, la Junta de Sevilla prefirió un virrey español en estas costas
y lo nombró a Baltazar Hidalgo de Cisneros, un marino español de extensa
carrera que se había comportado como un valiente durante el desastre de
Trafalgar.
El nuevo virrey a
su llegada a Buenos Aires, se reunió con Liniers quien, entre otras cosas, le
recomendó no deshacer las milicias porteñas. Sin saberlo, el ex virrey estaba
firmando su acta de defunción y la del fin del dominio español sobre este
virreinato.
Liniers se instaló
en Córdoba y cuando se enteró de la Revolución de Mayo, junto al obispo
Orellana y otros españoles decidieron hacer frente al ejército porteño. A su
criterio, la aviesa conducta de la Primera Junta era “una puñalada al régimen
español” a quien había jurado fidelidad.
La
contrarrevolución fue un fracaso y Liniers junto a las otras autoridades
pro-españolistas fueron capturados, maltratados y sus bienes robados.
La Primera Junta
ordenó el fusilamiento de los cabecillas, pero el comandante Francisco Ortiz de
Ocampo, quien había sido subordinado de Liniers, se negó a cumplir el mandato y
decidió remitir a Liniers y demás contrarrevolucionarios a Buenos Aires.
La Junta,
conociendo la popularidad del exvirrey, ordenó la inmediata ejecución de
Liniers y demás cabecillas (hecha la excepción del obispo), acto que se ejecutó
el 26 de agosto de 1810, en Cabeza de Tigre (Córdoba).
Allí, el héroe de
la reconquista, fue desnudado y arrojado a una fosa común. Por años el exvirrey
fue olvidado hasta que el presidente Santiago Derqui designó una delegación
para localizar los restos de los ejecutados. Uno de los testigos del
fusilamiento identificó el lugar del entierro y allí se hallaron los restos del
virrey junto a los demás fusilados. Liniers pudo ser identificado por un botón
con una corona.
Las cenizas fueron
trasladadas primero a Rosario y después a Paraná para ser homenajeados
(recordemos que entonces esa ciudad era sede del poder ejecutivo). Dos hijos de
Liniers, que vivían en España, agradecieron este “acto de justicia” y pidieron
en 1862 al general Mitre (por entonces presidente de la República) que los
restos fuesen trasladados a España.
Una de las hijas
se opuso y los restos de Liniers fueron al cementerio de la Recoleta, al
panteón familiar. Sin embargo, los hijos españoles, dolidos por el destrato que
había sufrido su padre, insistieron y lograron que sus restos fuesen
trasladados a España y sepultados en Cádiz, en el Panteón de los Marinos
Ilustres.
El gobierno
argentino colocó una placa que reproduce la frase final de la biografía de
Santiago de Liniers, escrita por Paul Groussac: “Los últimos héroes de la
Patria vieja fueron las primeras víctimas de la Patria nueva”
No hay comentarios:
Publicar un comentario