La mirada del
vicepresidente del Instituto de Estudios Históricos Julio Argentino Roca sobre
los últimos acontecimientos y los atentados incendiarios en la Patagonia
Rolando Hanglin
Infobae, 22 de
Octubre de 2021
Casi todos los
sabihondos se esmeran en traducir la palabra “mapuche” y deletrean “mapu”
(tierra) y “che” (gente) por lo tanto “gente de la tierra”. Muy interesante
pero: ¿De cuál tierra están hablando?
La traducción
literal sería “paisano”. No es una nacionalidad, ni los araucanos fueron jamás
una nación. Se trata de los habitantes de la región del río Arauco, en Chile.
Grupo humano aguerrido, de temperamento militar, que resistió valientemente al
imperio incaico y luego al español, obligándole a reconocer una frontera, que
era el río Bío-Bío, en Chile.
Los primeros
europeos que llegaron a la Costa Atlántica de América (es decir acá, en nuestro
Sur) encontraron a un nativo que era casi un gigante. Lo llamaron “patagón” por
el tamaño descomunal de sus pies. Conviene recordar que el porte corporal de
los europeos, en aquel entonces, era más bien chico. Como puede verificar el
que visite el museo de la Lidia en la Plaza de Toros de Ronda, Andalucía, donde
se exhiben las minúsculas chaquetillas de los toreros de otros siglos. El caso
es que estos tehuelches grandotes eran pacíficos y tal vez bohemios: al parecer
las mujeres eran a veces más altas que los varones. Con el tiempo se supo que
su verdadero nombre era “guenaken” y que los araucanos pertenecían al tipo
“ándido” en términos antropológicos, de estatura mediana y cuerpo compacto. Los
apacibles tehuelches recibieron muy bien a los cristianos, incluyendo a los
galeses que hace siglos desembarcaron cerca de Madryn. Incluso algunos paisanos
hablaban algo de galés.
Mientras tanto, la
Cordillera de los Andes no era un paso infranqueable. Muchos indios, en el
siglo XV, la cruzaban con el propósito de cazar, comerciar o explorar la pampa
infinita. Algunas comunidades de origen araucano se instalaron (es difícil precisar
la fecha) como los ranquilches o ranqueles, los vorogas de Vorohué (chile) y
otros grupos que comerciaban con los tehuelches. Tal vez estuvieron en guerra,
tal vez se mestizaron: estamos hablando de Sudamérica antes de la instalación
del caballo español, que cambió totalmente las costumbres y las posibilidades
físicas de unos y otros.
Siguiendo el
preciso estudio de Estanislao Zeballos en “Callvucurá y la dinastía de los
Piedra”, (1928) el gran lonco (jefe militar) Piedra Azul cruzó la Cordillera en
1833, con un batallón montado, y anunció mediante mensajeros su visita para
intercambiar tejidos, Pullcu (licor) y artesanías con sus lejanos parientes
vorogas. Esto era en Chilihué (Pequeño Chile) cerca de Salinas Grandes. El jefe
Rondeau le dijo que sí, y Callvucurá avanzó. Pero en el camino los forasteros,
a traición, mudaron caballos y montaron los potros de pelea (los mejores) y
entraron a la toldería de Rondeau, pasando a degüello a todos los loncos y
capitanejos. Así se estableció don Juan, que al poco tiempo era llamado el
Napoleón de las Pampas. Una vez dijo: ”Soy chileno pero estoy hace 30 años en
esta tierra porque me mandó llamar Rosas, el gobernador”.
¿Qué autoridad
podía tener Rosas en 1833 y en Chile?
El caso es que
durante siglos se desarrolló la industria del malón. Asaktar las estancias,
degollar hombres y raptar mujeres jóvenes, arreando miles de cabezas de ganado
en un campo sin alambrados. Frecuentemente era vendido en Chile. Pero también
en localidades argentinas.
En tiempos de Callvucurá,
existió la Confederación de Salinas Grandes, con su papelería y su sello que
funcionaba como una frontera bélica y una tortura para el paisano argentino.
Los tehuelches y otras etnias argentinas como los querandíes (tal vez parientes
de los charrúas, chanáes o guaraníes del litoral) habían sido absorbidos entre
guerras y malones.
El remedio
argentino fue cruel: dos conquistas del desierto, una de Rosas y otra de Roca,
completada en 1879, pero allí nació un gran país, abierto a la inmigración, la
agricultura y el progreso.
En ese país, los
araucanos son ciudadanos argentinos. En toda la Patagonia se saluda con el
“mari-marí” y se habla el mapudungún. El último argentino que habló “tehuelche”
(lengua de esta tierra) fue don Rodolfo Casamiquela. Los paisanos tienen sus
campos, sus vecinos, sus propias creencias, y no quieren saber nada de formar
una Nación Mapuche independiente. Son argentinos y muy patriotas. En la
expulsión de Callvucurá intervinieron los loncos argentinos Catriel y Coliqueo.
Esa es la
historia. Perdón si la simplifico: hay que “agarrar los libros”, como decía el
Ñato Desiderio.
En el futuro , si
le choca la palabra “indio” piense que la tierra en que vivimos se conocía como
“las Indias” y nosotros sus habitantes como “los indianos”... y a mucha honra.
Pd: a mi juicio,
don Juan Calfucurá, su hijo don Manuel Namuncurá y otros grandes como Cipriano
Catriel e Ignacio Coliqueo deben ser estudiados en la Enseñanza Argentina.
Ellos, sus creencias y sus fechas sagradas pertenecen a nuestro país.
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