el papel de San Martín, Rivadavia entre las
cuerdas y un gobierno desprestigiado
Adrián Pignatelli
Infobae, 8 de
Octubre de 2021
El 12 de
septiembre de 1812 José de San Martín, 34 años, se casó con Remedios de
Escalada, de 15. La luna de miel en la quinta de San Isidro que era de María
Eugenia, la hermana mayor de la novia, seguramente no fue larga. El
convulsionado clima político que se respiraba en Buenos Aires requería un
cambio de rumbo para concretar los planes libertadores que el militar, formado
en España, traía junto a sus socios de la Logia Lautaro.
Se había ido del
país en 1784 a los seis años y cuando bajó a tierra era un teniente coronel de
caballería fogueado durante veinte años en los campos de batalla peleando para
la entonces madre patria. Tenía todas en contra: era un militar sin recursos,
sin familia en Buenos Aires ni amigos y su único contacto con la sociedad
porteña era Carlos María de Alvear.
Había llegado a un
país que necesitaba un cambio.
Eran palpables las
diferencias entre morenistas y saavedristas. Los primeros eran proclives a
llevar la revolución a fondo, rompiendo con España. Y los que seguían a
Cornelio Saavedra, se veían reflejados en los grupos locales que buscaban una
conciliación con España, y que siempre estuvieron mirando qué pasaba en Europa
antes de tomar decisiones drásticas. Alejado Moreno, su contrincante quedó
dueño de la situación pero su modo vacilante de manejarse hizo que rápidamente
concentrase las antipatías del Cabildo, de los militares y de la gente. La
derrota que el ejército patriota sufrió en Huaqui el 20 de junio de 1811 fue el
golpe de gracia y así nació el Primer Triunvirato.
Este gobierno,
conformado por Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso, fue
concentrando poder, emanado de un Estatuto Provisorio que elaboró para tal fin.
Primero disolvió la Junta Conservadora, organismo con atribuciones
legislativas. Quiso mostrar un equilibrio indultando a morenistas, incorporando
algunos al gobierno. Pero este sector, al ver la orientación del gobierno, se
le puso en contra. No demoraron en aparecer los artículos demoledores de
Bernardo de Monteagudo en La Gaceta contra el Triunvirato y Rivadavia, el
secretario de ese ejecutivo que, si bien no tenía derecho a voto, poseía mucha
influencia.
Fue ese gobierno
el que aceptó la escarapela creada por Belgrano pero también puso el grito en
el cielo cuando se enteró de la creación de la bandera y que recomendó
esconderla a partir de una razón concreta: ante el peligro de una invasión
lusitana, Gran Bretaña prometió frenarla a cambio de no exacerbar más los
ánimos de España, entonces su aliada contra Napoleón. Y una bandera propia era
una provocación extra.
No respetó las
opiniones de las provincias, la prensa había sido censurada y se patrullaba la
ciudad para desalentar manifestaciones contra el gobierno. El Primer
Triunvirato reconoció la autonomía del Paraguay, levantó el sitio de Montevideo
-bastión realista- y trajo las tropas para reforzar Buenos Aires, persiguió a
José Artigas y frenó las acciones militares. Beruti en sus Memorias Curiosas
describió el clima que se vivía: “Cansados de sufrir el despotismo y
arbitrariedades del gobierno…”
Hacía poco que San
Martín había llegado a Buenos Aires cuando, en una reunión, se expresó a favor
de la monarquía como un futuro gobierno en estas tierras. Rivadavia le arrojó
una botella a la cara: “¿Con qué objeto viene usted entonces a la República?”,
preguntó. “Con el de trabajar por la independencia de mi país natal, que en
cuanto a la forma de su gobierno, él se dará la que quiera en uso de esa misma
independencia”.
Cobró fuerza el
grupo morenista en torno a la Sociedad Patriótica y a Bernardo de Monteagudo,
que bregaban por la independencia, tema que no estaba en la agenda del Primer
Triunvirato.
En dos
oportunidades, Rivadavia se vio obligado a disolver la asamblea general
prevista por el Estatuto Provisorio porque había sido copada por miembros de la
Logia Lautaro. Cuando el gobierno incorporó a miembros adeptos, a Rivadavia se
le vino el mundo abajo cuando se conoció la noticia del triunfo de Manuel
Belgrano en Tucumán, que dio batalla desoyendo sus órdenes de retirarse a
Córdoba. El desprestigio era total.
Así se llegó al
jueves 8 de octubre de 1812. A la una de la madrugada de ese día las tropas
ocuparon la plaza y los cañones al mando de Manuel Pinto apuntaban hacia el
Cabildo y otros dos contra las casas consistoriales, lugares de reunión y
deliberación de los funcionarios locales. Se distinguían los granaderos de José
de San Martín, acompañado por Carlos de Alvear, ubicados a la izquierda del
Fuerte; a la derecha, el Regimiento N° 2 al mando de Francisco Ortiz de Ocampo.
Pero no solo
soldados dominaban el lugar. La plaza estaba colmada de civiles, partidarios de
la Sociedad Patriótica, llevados por Monteagudo y Julián Álvarez. Paso, que
hacía unos meses había renunciado al Triunvirato luego de pelearse con
Chiclana, también había llevado a su gente. Rivadavia y Juan Martín de
Pueyrredón –que reemplazó a Paso- se habían ocultado. Hubo exaltados que fueron
a la casa de éste último y le apedrearon las ventanas. Los morenistas acusaban
a Pueyrredón de quedarse con parte de los caudales rescatados en Huaqui y de
jugar a dos puntas, tanto con saavedristas como con morenistas.
En la plaza se
pedía el fin del gobierno y la convocatoria a una asamblea general que, en
definitiva, declarase la independencia y dictase una constitución. Debió ser un
tema de debate dentro de la logia si debía presionar de esa manera, ya que su
programa de acción la convulsión era una medida extrema.
Era como si el
tiempo hubiese vuelto a mayo de 1810, era como empezar de nuevo.
El Cabildo
consultó a los jefes militares, quienes se negaron a opinar y dijeron que
respaldarían lo que decidiese el pueblo. Como la indecisión en el gobierno era
notoria, los jefes militares propusieron los nombres de los miembros de la
logia Lautaro, Antonio Alvarez Jonte y Nicolás Rodríguez Peña y se completó el
trinomio con Juan José Paso.
“¡No perdamos más
tiempo! -exigió San Martín al Cabildo. Les advirtió que el clima se tornaría
más hostil y que había terminar con esta situación de indecisión, y se retiró.
Finalmente el
Cabildo cedió y surgió el Segundo Triunvirato. Nuevos vientos soplarían en el
Río de la Plata: en enero del año siguiente comenzaría a sesionar la Asamblea
del Año XIII, San Martín fue designado para custodiar las riberas del río
Paraná, Manuel Belgrano recibió la orden de avanzar hacia el Alto Perú y se harían
operaciones militares contra la Banda Oriental, enclave de los españoles en el
Río de la Plata.
El 17 de octubre
llegaron a la ciudad las banderas tomadas a los españoles en la batalla de
Tucumán y todo fue festejo en la ciudad.
La relación entre
San Martín y Rivadavia, a partir de entonces, fue mala. Cuando en plena campaña
libertadora, pidió fondos y ayuda a Buenos Aires, Rivadavia se los negó. San
Martín había hecho oídos sordos a los pedidos del gobierno porteño de
involucrarse en la guerra contra los caudillos del interior. Cuando San Martín
regresó a Mendoza, hasta le pusieron espías y hubo planes para matarlo cuando
pretendiera volver para despedir a su esposa moribunda.
Luego del golpe
del 8 de octubre de 1812, San Martín saldría con su flamante cuerpo de
granaderos hacia las costas del Paraná. En pocos meses tendría el bautismo de
fuego en tierra americana en San Lorenzo.
La última medida
del Primer Triunvirato la tomó el día anterior al golpe: anunció la aplicación
de un impuesto de un 20% sobre el consumo interno de carne. La historia que se
repite.
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