Los mitos de "la máscara de Fernando
VII" y el ideal democrático que inspiró la Revolución*
Por: Roberto
Marfany
Agradezco a la
Universidad de Belgrano la invitación espontánea y cordial para ocupar esta cátedra
de Historia Argentina con una conversación -no una conferencia- que tiene por
objeto tratar el tema de la Revolución de Mayo, de especial gravitación en
nuestra vida política y social. Hecho histórico de la mayor trascendencia,
porque es la definición esencial de la voluntad de ser de una comunidad creada
y formada bajo el dominio de la España Imperial, que le había impreso su propia
modalidad y carácter.
Se ha dicho que la Historia es al mismo tiempo
pasado, presente y futuro. En realidad, la Historia es presente. Podríamos
definirla diciendo que "son las cosas vivas de los tiempos muertos".
Pasado es el tiempo, los hombres, los hechos. Presente, las realizaciones
humanas que trascienden a la comunidad, infundiéndole nuevos comportamientos
dentro de su propia índole, porque las transformaciones sociales con
legitimidad histórica siempre se rigen por sus antecedentes; así, cada
generación recibe los elementos fundamentales de la que procede, no obra a
saltos o por improvisación.
Para entender la
Revolución de Mayo debemos colocarnos en la situación a través de la cual
nuestros antepasados contemplaron el mundo que los rodeaba. La Revolución fue,
sin duda, pensada con responsabilidad, discerniendo los medios idóneos con que
realizarla y las posibilidades futuras de subsistencia ante la transformación
producida por el dominio de Napoleón en Europa y particularmente en España.
Tampoco se debe
perder de vista la verdadera dimensión de la Revolución en sus principios
generadores y en sus consecuencias. En primer lugar, es necesario saber que
aquellos antepasados nuestros tenían conciencia de que formaban parte de un
imperio que comprendía diversos países distribuidos por todo el globo, pero que
fundamentalmente formaban parte de la nación española.
Para comprender
los hechos históricos tenemos que ubicarnos en el plano mental de quienes los
realizaron. Antes se decía "hacerse antiguo". Después, el filósofo e
historiador Benedetto Crocce afirmó que la Historia es "idealmente
contemporánea", refiriéndose a la relación del historiador con el
acontecer que estudia. No trasladando los hechos a la contemporaneidad del
observador, sino éste a los hechos pretéritos para hacerse contemporáneo de los
mismos. Es el único método para conocer objetivamente la Historia, cuando se
trata de recrear el pasado.
Por falta de
comprensión y ubicación en el plano mental, social y político de los hombres de
1810, muchas veces se han interpretado erróneamente las causas y fines de aquel
gran acontecimiento, que ha sido conocido -por falta de perspectiva- solamente
en su aspecto episodio pero no en sus fines.
Por ese error
interpretativo se ha dicho que la Revolución de Mayo fue un movimiento político
de oposición a la monarquía española y a España, con la finalidad de crear un
gobierno independiente y democrático. Ninguna de esas opiniones concuerda con
la realidad. En 1810 Buenos Aires era una aldea de 60.000 habitantes, con sus
aledaños, situada en el confín del inmenso mundo imperial, pero con suficiente
energía como para afrontar una empresa política muy superior a su poder
material. Había calidades, sin duda, en aquellos hombres; un sentido de destino
colectivo que nosotros no conservamos con el mismo vigor. Nuestros antepasados
dejaron testimonio de grandeza cuando, derrochando heroísmo, enfrentaron y
derrotaron la primera y segunda invasión inglesa. También lo tuvieron para
declarar la Independencia, para extender la guerra por Sudamérica, etcétera. De
esas cúspides hemos ido descendiendo hasta perder el sentimiento patriótico que
tenían nuestros mayores.
Como no hemos sido
capaces de hacer obras que superen a las de los antepasados, repetimos
conceptos que ellos pronunciaron con convicción, porque caracterizaban su
propia conducta. Cuando decimos "Sean eternos los laureles que supimos
conseguir", hay que preguntarse si es cierto, si hemos conseguido laureles
por nuestros méritos propios. Creo que no. Ellos sí consiguieron laureles,
porque fue la generación que hizo la Revolución de 1810, instauró un gobierno
autónomo y luchó en la Guerra de la Independencia.
Nuestra Revolución
de Mayo es producto legítimo del espíritu español. En España, pongamos por
caso, entra el ejército de Napoléon y ocupa Madrid ante el asombro, la
confusión y la indignación de sus habitantes. En esas circunstancias trágicas
en que se paraliza la reacción, el alcalde de Móstoles, una pequeña aldea
cercana a Madrid, declara públicamente la guerra a Napoleón y enciende la
hoguera con poco más de un centenar de hombres armados con escopetas,
horquillas y agujas de coser colchones. Entre nosotros sucede algo parecido.
Buenos Aires, una aldea del Imperio español, se yergue contra el inmenso poder
de Napoleón. La desproporción es asombrosa. La Revolución repito, no se hace
contra el rey ni contra la España Imperial, sino contra Napoleón, a quien
llaman "tirano", y contra la ideología y los hechos de la Revolución
Francesa.
La interpretación
de que en 1810 se produce un cambio total de valores se aplicaría también al
problema de la libertad. Los teólogos y juristas españoles dicen que el hombre
nunca pierde la libertad, aunque quisiera, porque la libertad está implícita en
la naturaleza humana. Así, nuestros antepasados no podían ni querían
transformar los principios originarios y fundamentales de su comunidad, que
tenía una antigüedad de tres siglos, para jugarla en una aventura política de
alcances imprevisibles.
La prueba de que
respetaron esa estructura es el hecho de que la Junta de Gobierno, que llamamos
Junta Patria, gobernó, según propias palabras, "a nombre de Fernando
VII". Esa adhesión a Fernando, que era el centro del Imperio y su forma de
gobierno, continuaba la tradición histórica.
No es fácil que
entendamos esa proyección histórica, porque no tenemos conducta histórica.
Estamos acostumbrados a la rotación de los hombres de gobierno en períodos
breves, sin que exista entre ellos el mismo concepto de ideales nacionales, y
por eso cambiamos de dirección continuamente, sin que tengamos una tabla de
valores esenciales que debamos cumplir inexorablemente.
En 1810, por el
contrario, había una idea clara de continuidad. Por eso, la adhesión a Fernando
VII no es el acatamiento a su persona, sino que se trata de mantener en él la
unidad del Imperio dentro del sistema político y social que le daba
subsistencia. Ellos tenían sentido histórico y nosotros no.
Cuando hablamos de
Historia no nos introducimos en ella con brío vital, sino por preocupación
intelectual, y lo importante es que nuestro acercamiento sea vital. Aquellos
antepasados nuestros tenían conciencia histórica y por esa convicción pudieron
hacer la Revolución. Porque en los grandes sucesos tiene que haber una actitud
plena y un convencimiento absoluto.
La Revolución de
Mayo promueve el cambio del gobierno local -la destitución del virrey- no para
suplantar a la monarquía, a la cual se jura fidelidad sincera -lo cual no fue
una "máscara", como han interpretado con evidente error la mayor
parte de nuestros historiadores, que confundieron los fines de la Revolución-.
El propio Mariano Moreno, para citar el caso al que más se recurre para
justificar la supuesta implantación de la democracia, en artículos publicados
en "La Gaceta" de Buenos Aires -periódico oficial de la Junta
Patria-, propone que se dicte una constitución para el "deseado
Fernando". La misma Junta -"a nombre de Fernando VII"-, en
diversos comunicados que en su mayoría se publicaron en "La Gaceta",
proclama fidelidad al monarca español cautivo de Napoleón. La Junta es una
especie de regencia del rey en el Río de la Plata, sustitutiva del virrey, que
asume la soberanía del rey, llamado también soberano, y no la soberanía del
pueblo. Esta solución no era improvisada; tenía realidad jurídica y
doctrinaria.
Las obras
jurídicas españolas que en esa época usaban los abogados de América reconocen
el derecho de que faltando el rey, la potestad vuelve a la comunidad, que suple
la vacancia; esto deriva del principio de que el poder de gobernar se origina
en la comunidad. Y aunque se admite que el rey gobierna "por la Gracia de
Dios", esto no quiere decir que Dios lo haya nombrado directamente, sino
que recibió el poder a través de la comunidad en la cual Dios infundió en cada
individuo el derecho a ser elegido.
Los historiadores han encarecido la filiación
democrática de la Revolución de Mayo, y sobre todo la intención de Mariano
Moreno a favor de ese sistema de gobierno, inspirado en Rousseau. Es verdad que
Moreno fue epígono de Rousseau, pero éste no exaltó la democracia como el mejor
sistema de gobierno. Lo que Rousseau y Moreno defendieron fue la
"República" que, como dice el propio Rousseau, se puede dar con
cualquier sistema de gobierno, ya sea monarquía, aristocracia o democracia, con
tal de que tenga el consentimiento de la mayoría de los ciudadanos. Esto es lo
que se llama "República".
Sin duda, es un
error garrafal considerar a Rousseau como el penegirista de la democracia y el
detractor de la monarquía. Rousseau, a quien se atribuye la paternidad de la
democracia moderna, no fue su defensor, pues dice en el "Contrato
Social" que no hay gobierno más
dado a las disensiones y guerras domésticas que el democrático o popular,
porque todos quieren mandar y quienes están en el gobierno no lo quieren
soltar. Sucede que uno de los problemas de la democracia es la igualdad. Somos
iguales desde el punto de vista jurídico, pero somos distintos, dado que de
cada hombre hay un solo ejemplar; dentro de la multitud, cada persona es un ser
inconfundible. Afirma Rousseau que "si existiera un país de dioses -es
decir, todos iguales- se gobernaría democráticamente. Un gobierno tan perfecto
no es para hombres". Este es el juicio de Rousseau sobre la democracia,
muy distinto, por cierto, al que suelen enseñar los profesores de esa
asignatura anodina que llaman "Educación Democrática".
Creo que con lo
dicho han quedado en claro los planteos generales, es decir, el panorama que se
abre para los hombres de Mayo de 1810 en Buenos Aires: establecer un gobierno
para cubrir la acefalía producida por la caída del gobierno español de la
península.
(...)
*Roberto Marfany y Federico Ibarguren, La
Revolución de Mayo, en AA. VV., "Historia Argentina", Editorial de
Belgrano, 1977, Buenos Aires, pp. 11-16
Tomado de: Crítica revisionista, 24 de mayo de 2021
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