Por: Edgardo
Atilio Moreno
Crítica
revisionista, 27 de abril de 2021
Una cosa es
defender la Hispanidad, que es la concreción española de la Cristiandad, es
decir del proyecto perfectible de un orden social cristiano trasladado a
nuestras tierras; y por ende reivindicar aquellos valores perennes de nuestra
cultura fundacional. Y otra cosa muy distinta es ser españolista.
El españolismo
–que hoy se trata de difundir paradójicamente entre los nacionalistas
argentinos- es un amor carnal a la España país, geografía, forma política; que
historiográficamente implica una mirada miope del pasado, una interpretación
falaz de los hechos; que como es lógico va acompañada de una conducta
calumniadora e injuriadora hacia todos nuestros próceres; a quienes se los
acusa, en base a suposiciones y sin prueba alguna, de ser todos una piara de
traidores, perjuros y falsos católicos, que puestos al servicio de los
intereses de Inglaterra y de la masonería conspiraron para destruir al Imperio
español .
Quienes propagan
esas barbaridades, esas mentiras –faltando a la caridad y a la Ley de Dios que
manda a honrar a los padres- les atribuyen a los hombres que nos dieron la
independencia ser los responsables exclusivos de la destrucción del Imperio;
sin contemplar la situación de la propia España, que con los Borbones
defeccionó antes que nadie del ideal de la hispanidad; ideal que justamente era
lo que legitimaba al proyecto imperial.
Por supuesto que
los próceres americanos no fueron perfectos y que muchos de ellos cometieron
errores; incluso –como ya lo tiene dicho el verdadero revisionismo histórico-
hubo en aquel proceso personajes que respondía a oscuros intereses y que tenían
un proyecto contrario a nuestra tradición histórica. Proyecto que a la larga
termino imponiéndose, cosa que lamentamos, como lamentamos la destrucción del
imperio católico español.
Sin embargo,
generalizar la acusación y meter a todos en la misma bolsa es una total
injusticia que llama más la atención cuando además va acompañada por un
sugestivo silencio acerca de los graves errores y defecciones de la política
peninsular borbónica, así como de la situación de España al momento, aliada de
su antigua enemiga Inglaterra y podrida de masonería y de absolutismo.
Una España que en
1810 se encontraba acéfala, sin autoridad legítima alguna, con todo su
territorio ocupado (salvo un islote insignificante con un gobierno ilegitimo y
títere de Gran Bretaña que pretendía nuestro acatamiento), una España en la que
la mitad de sus gentes se dividían en afrancesados por un lado y pro-ingleses
por el otro, y que no dudaba en entregar como pato de la boda a ingleses o
franceses a sus antiguos reinos de indias. Una España que se debatía entre el
absolutismo iluminista y el liberalismo masónico. Una España cuyo epitome era
un rey bastardo, felón y canalla, ora absolutista ora liberal.
Decir que nuestro
Mayo autonomista, monárquico y católico, fue un acto de traición, de secesión,
o una invasión inglesa, como dicen los españolistas, no solo soslaya el hecho
clave de que Inglaterra lo que menos pretendía en ese momento era crearle
problemas a España fomentando movimientos independentistas; sino que de fondo
implica también desconocer el estatus jurídico de estas tierras americanas.
Quienes consideran
ilegítimos los pronunciamientos americanos ignoran que estos Reinos de Indias
eran reinos autónomos incorporados a la Corona de Castilla, por donación pontificia,
propiedad del Rey y de sus sucesores, no de la nación española o del reino de
Castilla; y que por lo tanto el único que tenía derecho a mandar aquí era el
Rey.
De modo que
faltando el Rey y pretendiendo gobernar lo que quedaba de España (que era prácticamente
nada) un Consejo de Regencia ilegitimo y
títere de Inglaterra, que sin ningún derecho exigía el acatamiento de los
americanos; aquí se hizo lo que mandaban las propias Leyes españolas (de
Partidas y de Indias) es decir se conformaron Juntas Provisorias de gobierno
que reasumieron la autoridad en nombre del Rey ausente, jurándole fidelidad. ¿Y
qué hicieron ante esto los peninsulares? Nos hicieron la guerra. La traición
estuvo allí, no en los americanos.
Si los
españolistas buscan a quien culpar por la pérdida del Imperio es allá, en la
península, por donde deben empezar. Es en la figura deplorable de Fernando VII
en la que deben fijarse ante todo.
Si este déspota
tirano y desagradecido no hubiera desconocido y violado los Pactos de Vasallaje
firmados por Carlos V, que establecían derechos y obligaciones tanto para los
americanos como para la Corona; y no hubiera rechazado todas las propuestas que
a su regreso al trono le hicieron los americanos, la historia hubiera sido
distinta, pero lamentablemente el españolismo ideológico necesita culpar de
todo a los patriotas americanos.
Y esto que de por
sí es una injusticia grave, en boca de los nacidos en estas tierras adquiere
mayores proporciones. Constituye como dice Antonio Caponnetto un “patológico nihilismo
antiargentino”*. Un menosprecio de la argentinidad y una exaltación injusta y
maniquea de los supuestamente nobles, puros y muy católicos seguidores del
Fernando VII.
Rechazar esa
dialéctica falaz y miope del españolismo; y posicionarse ente nuestra historia
con una mirada recta y veraz de lo acaecido es la única vía posible para
conjugar la virtud del patriotismo y el ideal de la hispanidad.
*Caponnetto,
Antonio. Independencia y Nacionalismo. Ed Katejon. Pag 19
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