FACUNDO QUIROGA

 


 ni sombra terrible ni símbolo de la barbarie sino un hombre de carne y hueso

Infobae, 3 de Marzo de 2021

 

A pocos días de cumplirse un nuevo aniversario de la muerte de Facundo Quiroga, el reconocido historiador Miguel Ángel de Marco habló con Ticmas de la importancia y la vigencia que el caudillo riojano mantiene en la historia y la actualidad de la Argentina.

 

De Marco es autor de la biografía Quiroga. Caudillo federal, guerrero indómito (Emecé) en la que aborda una visión novedosa en tanto se aleja de la disputa que provocó Sarmiento y analiza la vida del personaje histórico a partir del archivo y los documentos del propio Quiroga, que está disponible en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA: materiales de primera mano que dan cuenta de una parte de su vida, aunque, señala, por más empeño que se quiera poner, esta clase de elementos no es sino una “parcela muy pequeña de la verdad”.

 

—¿Por qué?

 

—Porque es una pequeña parte de un todo que nos es absolutamente desconocido porque nosotros tenemos papeles, ¿pero tenemos las conversaciones de Quiroga con Bustos o con Rosas en el período que vivió en Buenos Aires? ¿Qué hubo detrás de la correspondencia que se intercambiaron?

 

—¿Qué significa para la identidad nacional ese gaucho, Facundo? Menem en 1989, de alguna forma, era un Facundo.

 

—Las patillas de Menem son una cuestión anecdótica. Yo creo que él se cambió varias veces de fisonomía y salió de La Rioja con las patillas de un Quiroga que ya se había urbanizado, porque en la portada de mi libro hay una imagen de Quiroga con el cabello ordenado sin esa barba espesa y los bigotazos de los tiempos de La Rioja. Y lo mismo pasó con Menem. En esa época fue un Quiroga un poco más “aclarado” y después fue mismo mimetizando su persona y su aspecto con el correr del tiempo y a medida que iba modificando su actuación política.

 

—A comienzos de los 70, Borges se lamenta de que la Argentina haya tomado el Martín Fierro como libro nacional, en lugar del Facundo.

 

—Borges fue una figura extraordinaria, pero muchas de sus afirmaciones tan tajantes y categóricas no tienen demasiado asidero. El país es como se hizo con los aportes de todos. Es como esa otra tontería que circula desde que yo tengo uso de razón, de que si los ingleses hubiesen vencido en la larga invasión de 1806 y 1807 seríamos como Australia. La Argentina es como es.

 

—Cuando uno habla de Facundo es indudable que además debe hablar de Sarmiento, sin embargo, en su libro lo evita: ¿por qué?

 

—He adoptado la actitud de mencionarlo solo en el prólogo. Usted me dirá: Cómo puede ser si en realidad casi todos los autores que se han referido a la figura de Quiroga lo han hecho contraponiéndose al Facundo. Los que continuaron escribiendo trabajos sobre Quiroga, desde David Peña en adelante, se embarcaron en una especie de lucha con el Facundo. Pero Sarmiento escribe una obra de carácter político; la usa para combatir a Rosas. Yo procuré escribir un Quiroga distinto, narrado o evocado por un historiador que trata de ser imparcial dentro de la imparcialidad a la que podemos llegar los seres humanos. Por eso me basé básicamente en los documentos de Quiroga: las cartas que se intercambió con otros, algunos partes de batalla. Son elementos que me permitieron salir de esa especie de lucha denodada que yo mismo viví en mis tiempos de la escuela secundaria, cuando los profesores nos hacían tomar partido por Rosas o Sarmiento. Eso demuestra que ellos dos son de los pocos personajes, quizá los dos únicos, que siguen vivos en la historia, provocando discusiones y disputas sobre los argentinos.

 

—El peronismo, en ese sentido, tomó partido por Rosas.

 

—Fui a la escuela en la época de transición entre el peronismo y el gobierno posterior, y tuve un profesor al que realmente le debo mi vocación de historiador, porque en un momento en que había que tener mucho cuidado con lo que decía, él suscitaba estos debates. Los adolescentes interveníamos, leíamos y planteábamos las dicotomías que a su vez puso en sus páginas Sarmiento.

 

—¿Cómo hay que leer la vida de Quiroga hoy?

 

—Desde el punto de vista de la posible imparcialidad. El historiador —no el político, que usa la historia con una finalidad determinada— procura colocarse en una posición de equilibrio, de ecuanimidad frente a los personajes y la historia. Respecto de Quiroga no me cabe ninguna duda de que los extremos en que se lo coloca son realmente inexactos. Ni fue el caudillo impoluto que no tuvo manchas ni crímenes, ni tampoco el salvaje total como lo presenta Sarmiento. Fue un hombre de su tiempo, un hombre que se manejó en circunstancias sumamente difíciles del país, donde cada provincia era una especie de Estado separado de las demás y las unía un leve hilito que no llegaba a materializarse del todo.

 

—¿Cómo se puede ver a Quiroga para entender el presente?

 

—Es muy importante recurrir a las figuras del pasado. Obviamente son personas de una época diferente, pero sustentadas por valores e ideas perfectamente accesibles para nosotros. Creo que hay que partir de la base de que son personas que no están, como a veces las podemos al homenajearlas, en el bronce. Se les levantaron bustos y monumentos por lo que hicieron por el país, no porque fueran de bronce. Y con esto quiero decir que no son figuras distintas a nosotros. Han sido hombres y mujeres de carne y hueso. Con sus virtudes, sus fracasos, sus angustias, sus ambiciones. Tenemos para valorar lo que han hecho de positivo y entender aquellas cosas que hoy nos pueden resultar chocantes. En última instancia, son comunes a los seres humanos.

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